banim atem

Banim Atem por el Rab Daniel Oppenheimer. El derej eretz, las buenas cualidades y sensibilidad por los demás, como recipiente para recibir La Ley.

Introducción
¿Qué se necesita para el emplazamiento de un edificio? Obviamente, una enorme cantidad de elementos: cemento, arena, canto rodado, ladrillos de distinto tamaño, cal, cables de electricidad, caños para el gas y agua, caños para el desagüe, caños pluviales, puertas y ventanas, accesorios del ascensor, sanitarios, grifería, cerámicos, luego también se requieren electrodomésticos y muebles. En fin: de todo. ¿Son todos imprescindibles? Supongo que sí. ¿Se emplean y se colocan todos estos elementos simultáneamente? No. Hay un orden. Cada gremio de obreros puede ingresar a la construcción que está en marcha, recién cuando los que trabajaron previamente llegaron a cumplir su tarea y dejar la obra en un estado tal, en el que los próximos ahora puedan concurrir a realizar su aporte para completar la edificación. Casi todos hemos vivido (o sufrido) en algún momento de nuestra vida – directa o indirectamente – lo que significa participar de una obra o una refacción, y observar cómo la lista interminable de gremios deben sincronizase (esperemos que así sea) para que finalmente la casa sea habitable. Bien. A diferencia de lo que se percibe habitualmente por el modo de vivir de la gente, la Torá contempla nuestra vida, como así también la vida de nuestros antepasados y la de las generaciones venideras – como una larga tarea de construcción. En este caso, no se habla de cal y cemento, pero claramente, cada uno de nosotros ingresa a este mundo con la oportunidad de capitalizar todo el conocimiento previo y las enseñanzas que nos transmitieron nuestros ancestros, y utilizar todo ese bagaje en la gesta de perfeccionarse uno mismo, optimizar el entorno, y preparar el terreno para las próximas generaciones – en primer lugar los propios hijos y alumnos – a fin de que ellos puedan seguir edificando sobre las hileras de piedras que hemos podido aportar nosotros. Esta visión difiere claramente de la manera de pensar y actuar más habitual del siglo XX y XXI. La mayoría del mundo que nos rodea actúa de modo tal que pareciera ser como si vivir significara únicamente una continua búsqueda de placer, control y satisfacción de apetitos. No se mira el recorrido de la historia como un curso con objetivo, sino un zigzagueo azaroso y accidental, sin ruta ni rumbo. Para sostener lo que hemos propuesto (ver la vida como una construcción), tomaremos como referencia la raíz etimológica hebrea de las palabras que denotan construcción (“boné” y “binián”) y su parentesco con la voz que significa “hijo” (“ben”). La similitud de los vocablos, nos hace ver cómo en la educación de un hijo, uno construye el futuro. En la Tefilá del viernes a la noche, citamos un pasaje del fin al del tratado Brajot. Se refiere a un versículo de Ieshaiahu (54:13) que se lee en la Haftará de Parshat Reé: “vejol banaij limudei HaShem, verav shlom Banaij” (y todos tus hijos estudiosos de la palabra de D”s, y mucha paz a través de tus hijos). La redundancia de la palabra “hijos” en este pasaje, se explica en el Talmud: no “leas” (o sea: no los llames solamente hijos – “Banaij”, sino tus constructores – “Bonaij” – en hebreo las letras se mantienen y se modifica su puntuación), pues son ellos quienes siguen adelante llevando a cabo tus proyectos espirituales. La esposa de nuestro primer patriarca Avraham – Sará, inicialmente no tenía hijos. La angustia trascendía el dolor habitual de toda mujer que no tuvo la suerte de poder engendrar la vida de un bebé dentro de sí. En el caso de Sará, todo el empeño de Avraham y el de ella misma, en dar a conocer el concepto del monoteísmo a un mundo pagano, quedaría truncado si no tuviera un hijo que siga con dicha labor. Por lo tanto pidió a Avraham que tome a Hagar – su sirvienta – como esposa, diciendo: “ulay ibané mimena” (quizás me construya por ella), pues quizás me construya a través de ella. El significado de esta expresión, es que Sará esperaba que aun si el hijo que podía gestar Avraham con Hagar no fuera su hijo biológico, al educar ella (Sará) a aquel joven que nacería del vientre de Hagar, se construiría ella misma, o sea, se establecería mediante su entrega a la enseñanza. El Talmud Bavlí, (Shabbat 114.) señala que los estudiosos de la Torá deben ser más escrupulosos en el cuidado de su vestimenta. En ese contexto, llama a los Jajamim con el término “banai”, “albañiles”. ¿Por qué? Dice Rabí Iojanán: “Pues se dedican a la edificación del mundo durante todas sus vidas”. A diferencia de lo que puede creer el lego que desconoce el valor espiritual de la existencia, el Talmud nos hace entender que nuestro paso por este mundo – lejos de considerarse un mero espacio de comer y beber – se construye mediante la significación de la vida de cada uno. “El cielo es de D”s – y la tierra la dio a los seres humanos” (Tehilim 115:16, y se recita como parte de Halel en los días festivos). Uno de los maestros jasídicos explicó este versículo: “El cielo ya es celestial, y la tierra la puso a cargo de las personas para que la conviertan en celestial. Quizás así entendamos también porqué nosotros – los judíos – nos llamamos “hijos del Todopoderoso”, y somos afortunados de tener conocimiento de esta característica y responsabilidad. Es así como reza el versículo: “Banim atem laHaShem E-lokeijem” (Dvarim 14:1). El vínculo de padres e hijos se distingue por la relación afectiva, pero también señala una continuidad. A la luz de todo lo que vimos hasta el momento, podemos inferir que la expresión de ser Sus hijos también está dada en el hecho, de que fuimos creados a su imagen, y El anhela que – al copiar Sus caminos – “lalejet bejol drajav” (Dvarim 10:12) – construyamos Su mundo. El objetivo de este texto es presentar los deberes que nos incumben como judíos a partir de la Torá – en particular tratándose de nuestro trato cotidiano con nuestros semejantes, y la evolución de las propiedades humanas que nos caracterizan – como lo que realmente son: disposiciones del Todopoderoso Quien nos exige que trabajemos a diario nuestros rasgos psíquicos y anímicos en función del cumplimiento de Su Ley. Si bien las leyes de la Torá parecieran ser solamente acciones que se deben realizar en función de los distintos momentos de la vida, y quizás esa sea la percepción que tenemos por la vía externa con la que vivimos su observancia, en realidad son – también – las oportunidades de crecimiento interno de cada uno. Incluso en nuestro compromiso espiritual de llevar a cabo las acciones humanas y caritativas hacia terceros, esto no debe ser tomado como un mero sentimiento de “lo hacen sentir bien a uno” (un disposición que nos da una sensación de bienestar el poder ayudar y no tener que ser quienes recibimos esa ayuda de terceros…), sino porque esa es precisamente nuestra función: “ki lakaj notzarta” (Pirkei Avot 2:9), pues de esta manera uno copia a D”s. Si la observancia de la Torá es un desafío, la extensión de este desafío se manifiesta en su mayor magnitud cuando debemos limar las Midot (cualidades humanas) Pero, si lo asumimos, seremos todos “banim” – hijos naturales de D”s y “bonim” – los constructores de este mundo.
Agradecimientos
Al culminar la preparación de este libro no quiero olvidar a las personas que hicieron posible llegar a este grato momento: A la Lic. Shlomit Cucuff y a mi hija Braji Davidovich, quienes han ordenado el texto preparándolo para su edición. Asimismo, a nuestro Moré Moshé Sribman, quien ha revisado, comentado y corregido casi todos los textos que componen este libro. A Ariel Glanspigiel quien desinteresadamente hizo posible que nuestra Comunidad pueda materializar los libros que hemos impreso y quien siempre puso su entusiasmo para que se realicen todas las ideas de la Comunidad. A mi apreciado amigo de muchos años Diego Boykier, quien me apoyó en la edición de este texto, del mismo modo en que lo hizo para proyectos anteriores, les deseo a él y a su esposa Ana, en este momento del Bar Mitzvá de su hijo mayor, que tengan Najat de todos sus hijos y que los vean crecer en el marco de Torá, Musar, Irat Shamaim y Kium haMitzvot que forman el eje de su hogar. A mi padre sz”l, a mi madre y mis suegros Avraham y Jaia Sara Luwish – ad meia veesrim – quienes fueron el modelo más próximo en una vida de Midot puestas en práctica. A todos ellos: un gran Ishar Koiaj y que HaShem les haga cumplir sus deseos y aspiraciones. Por último, a mi esposa Esther – quien me acompañó a lo largo de todo el trayecto de nuestro intento de crecimiento personal y familiar.
La revelación divina
LA REVELACION DI-VINA “Si nos hubiese acercado al Monte Sinaí y no nos hubiese legado la Torá hubiese sido suficiente” (Hagadá de Pesaj). Cuando leemos este texto en la noche del Seder, no deja de extrañarnos lo ilógico de la afirmación. ¿Qué sentido tendría, acaso, que D”s nos haga llegar hasta el Sinaí, si luego, de todos modos, nos fuésemos con las manos vacías? Existen por lo menos dos respuestas a esta incógnita. Una pasa por lo ideológico y la otra por lo moral. Después de 3300 años de estos sucesos, el evento de la revelación parece haber perdido su ingrediente principal. Puede ser que existen ciertas cosas que por tanto escucharlas nos han dejado de impresionar. El hecho es no sólo que tenemos una Torá, una ley, sino que esa Torá la recibimos directamente de D”s. Esto significa, que D”s se dirigió a los seres humanos para decirnos cómo se define el bien y el mal, cuál es el objetivo de nuestras vidas, cómo darle a nuestro tiempo limitado que nos toca andar por este mundo un significado, cuál es la verdadera “satisfacción”, entre otras cosas. En breve, D”s respondió a las preguntas existenciales que nos acosan hasta el día de hoy. (Las mismas preguntas a las cuales los ideólogos les fueron inventando teorías, que después de poco o mucho tiempo quedaron desactualizadas. Miles y millones de personas hasta en nuestro siglo dieron sus vidas por ideas que, pocos años más tarde, formaron parte de los libros de historia). …Así que escuchamos La Ley de D”s. No es poca cosa. Por más inteligentes que fuéramos, los humanos no somos capaces de crear una Ley Eterna y Justa (y objetiva). Eso pertenece a lo Di-vino. Si hubiese dependido de nosotros, seguramente cada uno habría cortado la torta a su manera (dejando siempre una buena porción para sí). Esta ley no puede ser “reinterpretada”, no puede ser modificada. A pesar de miles de años que estuvimos alejados los judíos europeos de los judíos yemenitas (¡sin fax!), las diferencias se reducen a lo folklórico- al sabor de la comida, melodías, estilo y color de la ropa- y nunca a los preceptos mismos: Shabbat, Casher, Tzitzit, Tefilín, Mikvé, Peot, etc. La razón de esto, radica en que nosotros tuvimos y tenemos la certeza de haber presenciado la revelación y haber escuchado las leyes, sin lugar a dudas. Cuando el arqueólogo Igal Yaddin investigó por primera vez las ruinas de lo que había sido “Masada”, los rabinos estuvieron sumamente interesados en visitar el lugar. (Aún no estaba instalado el cable-carril…). ¿Por qué? En dos mil años los modos de medir cambiaron muchas veces y los judíos atravesamos por muchas culturas distintas. ¿Tendría la Mikvé de Masada las mismas dimensiones que tiene cualquier Mikvé moderna? Fueron y midieron y la respuesta fue un categórico: “¡Sí!” Quienes hoy en día intentan justificar su incumplimiento de la precisión de las leyes con explicaciones en el sentido de que existen diferentes “corrientes”, no están sino siguiendo los pasos de otros que “se bajaron del tren”, creando religiones nuevas, o adhiriendo a otras ya existentes. La segunda respuesta a la pregunta inicial pasa por lo moral. Me refiero a las cualidades humanas que sostienen la observancia de las leyes. En hebreo esto se denomina “Derej Eretz”. Los judíos se hicieron merecedores de la ley únicamente porque pudieron amarse y respetarse. La ardua tarea de moldear la propia personalidad, quitando los rasgos defectuosos y fomentando lo noble y sublime, antecede a la ley (no reemplaza a la ley). La alegría, humildad, bondad, modestia, sensibilidad al dolor ajeno, predisposición a ayudar, tranquilidad al hablar, perseverancia en la tarea, sentimiento de agradecimiento, son todos elementos previos que enaltecen el valor de la Torá. Si no figuran en la lista de leyes, es porque son una condición que la precede. He aquí tres pequeñas historias de la vida del gran Rosh Ieshivá que lo demuestran: La siguiente extraordinaria historia fue relatada por el Rabino Ia’acov Zaretzky del Kollel (casa de estudios superiores de Torá) “Jazón Ish” de Bnei Brak: “Él había crecido en el pueblo polaco de Lejovitch y estudiaba en el Jeider (“escuelita”) local. Cuando tenía once años, un día el Jeider recibió la visita de un muchacho que parecía tener no más de veinticinco años. El muchacho estaba en camino a la Ieshivá de Kletzk y tenía que cambiar de tren en Lejovitch. Dado que tenía varias horas de demora entre su tren y el próximo, decidió visitar el Jeider local. Pidió permiso al maestro para examinar oralmente los conocimientos de los chicos, lo cual le fue concedido de inmediato. La prueba fue una experiencia estimulante: Varios niños demostraron que tenían una mente muy aguda y respondieron correctamente las difíciles preguntas. A continuación, el forastero preguntó al maestro acerca de dónde los muchachitos seguirían sus estudios después de culminar el Jeider, para lo cual ya no faltaba mucho. Meneando la cabeza, el maestro respondió que, lamentablemente, el pueblo no poseía un lugar de estudio más avanzado y que los padres no tenían intención de enviarlos a estudiar a otro sitio. Al terminar el Jeider, cada niño recibiría aprendizaje relacionado con algún oficio del cual viviría y, con cierta ilusión, seguiría manteniéndose dentro de la observancia dedicando parte de su día al estudio de la Torá. El joven estudiante se mostró muy apenado por la situación. ¡Estos muchachitos auguraban tanta grandeza… y ahora se les iban a cortar las posibilidades, siendo ellos tan jóvenes! ¡Había que hacer algo al respecto! Miró su reloj. Quedaba aún tiempo hasta la partida de su tren. Pidió al maestro que convocara a los padres de los alumnos para una reunión de emergencia en el Jeider. En la reunión, el visitante explicó a los padres cuán impresionado había quedado con los conocimientos de sus hijos. Estos jóvenes recién comenzaban a florecer y ya mostraban un gran potencial. ¡Qué trágico sería si su estudio de Torá queda truncado a esta altura! El joven ofreció a los padres ocuparse de encontrar una ubicación en una Ieshivá Guedolá (una institución de estudios superiores). Solamente pedía su consentimiento al respecto. Seis de los padres consintieron a la propuesta del joven. Tomó sus nombres, trató ciertos temas y salió corriendo al tren. Cada uno de los seis muchachos fue a estudiar a una Ieshivá y tuvo éxito en sus estudios, convirtiéndose cada uno en un Talmid Jajam, siendo el Rabino Ia’acov Zaretzky uno de ellos”. ¿Y quién fue el joven visitante que hizo posible esto? Nada menos que quien luego sería el Rosh Ieshivá de Ponevitz: Rav Eliezer Menajem Man Shach sz”l, uno de los líderes máximos del pueblo judío, quien falleció a comienzos de este siglo. Esto ocurrió a comienzos de los años ochenta. Por cierto problema que aquejaba a un muchacho, el Rav Shach se comunicó con una persona en Ierushalaim para que atienda al joven. Dado que se trataba del día anterior a Bedikat Jametz, el Rav Shach se disculpó y le explicó la urgencia del tema a este individuo. El señor entendió y respondió que con gusto recibiría al muchacho aquella misma noche, indicándole la hora en que debía llegar. “Bien” – respondió el Rav Shach – “entonces estaremos allí hoy a la noche”. “¿Estaremos?” – preguntó el buen hombre “¡No querrá insinuarme que Ud. acompañará al joven hasta Ierushalaim en la noche de Bedikat Jametz!”. “El muchacho está muy preocupado y creo que será conveniente que lo escolte” – respondió nuevamente el Rav Shach. “Disculpe por lo que voy a decir, pero estoy únicamente motivado por la salud del Rosh Ieshivá” – insistió la persona – “pero cuando abra la puerta hoy a al noche quiero ver solamente al joven”. Rav Shach no respondió. Cuando llegó la hora convenida, el muchacho golpeó la puerta del buen hombre, quien se sintió aliviado al ver que estaba solo. Conversó varias horas con él, brindándole la asistencia que estaba a su alcance. Satisfecho, el joven se retiró. Al día siguiente, una persona del barrio se le aproximó y le preguntó: “¿Qué pasó en tu casa anoche?” “¡Nada especial! – ¿por qué preguntás…?” “Pues lo vi al Rosh Ieshivá (al Rav Shach) caminando ida y vuelta en las inmediaciones de tu casa por varias horas. No me animé a preguntarle qué es lo que pasaba…” Una historia más: A pesar de su avanzada edad, el Rav Shach decidió participar de un funeral de una persona anciana en Bnei Brak. El sepelio se llevó a cabo bajo a lluvia, y Rav Shach acompañó a pie hasta el cementerio. Uno de los alumnos le preguntó al Rosh Ieshivá por qué le pareció necesario hacer un esfuerzo tan importante en su estado precario de salud, siendo que podía haber cumplido la Mitzvá yendo en automóvil. Cuando Rav Shach era joven, debido a algunas circunstancias, no estudió en una Ieshivá por cierto lapso de tiempo y prosiguió sus estudios en una pequeña sinagoga que quedaba lejos de su hogar. Comía cuando alguna de los habitantes generosos del pueblo lo invitaban a su hogar, y si no, se contentaba con conseguir algo de pan. Sin embargo, peor que el hambre era el frío, que si bien de día lo toleraba, por la concentración y diligencia que aplicaba al estudio, de noche se tornaba muy intenso y padecía en los bancos duros y helados sobre los cuales intentaba descansar. La pequeña estufa no alcanzaba a entibiar el lugar y frazadas eran un lujo inalcanzable en aquellas épocas. Un buen día, una persona se acercó y le dio un saco con el cual se pudo proteger cubriéndose de noche y logró así dedicarse a sus libros con más atención. Esa era la persona a quien honró al participar en el funeral de aquel día lluvioso. (Historias extraídas de “Shabbos Stories” Artscroll/Mesorah) He traído a su lectura tres historias acerca de un líder de nuestro pueblo. Desde nuestro humilde ángulo, es difícil reconocer la altura de aquellos que no han derrochado ni desperdiciado su precioso tiempo en vanidades, tanto en momentos de paz como en época de guerra. Difícilmente podamos acercarnos a reconocer su estatura. No obstante, narré las historias que están más cercanas a nuestra vida, y que podemos intentar emular. Estas dos cosas, haber escuchado a D”s directamente y haberse predispuesto éticamente a recibirlo, fueron suficiente razón para haber estado en Sinaí. De allí en más la ley. Todos los días la voz de Sinaí (Jorev) vuelve a llamarnos. ¿Estamos en condiciones de sintonizar?  
Amor al prójimo, Dar
Y AMARÁS A TU PRÓJIMO “Amarás a tu prójimo” – dice el muy célebre versículo de la Parshá Kedoshim (Vaikrá 19:18). Si hiciera Ud. un sondeo y preguntara a los encuestados acerca de si creen que este es un precepto con el cual coinciden ideológicamente (a pesar de que la Torá no se eligió, ni se elige por mayoría), es muy probable que casi todos respondan afirmativamente. Si sigue consultando respecto a si lo observan correctamente, creo que nuevamente tendrá un asentimiento masivo. “¡A D”s gracias!, ¡por lo menos todos acordamos en algo!”, pensará Ud. Y yo cuestiono: ¿Será tan así? ¿Qué entienden todos esos tanteados bajo el término “amar al prójimo”? ¿Hay una definición común y universal? Cuando hice la prueba en conferencias ofertadas en distintos grupos, la descripción de lo que interpretaban los participantes como explicación de esta máxima bíblica era algo así como “llevarse bien con los amigos”. Si de eso se trata, entonces está claro por qué tanta gente supone que al menos este precepto lo cumple con creces. Todos “nos llevamos bien con los amigos”, pues por esa razón son nuestros amigos: ¡para llevarnos bien!, es decir, para salir a pasear juntos, jugar juntos a lo que sea, apoyarnos mutuamente en los problemas que padecemos, etc. Si esa fuera la explicación correcta, el versículo de la Torá hubiera sido totalmente superfluo. El ser humano es, por naturaleza, un ser social, que necesita de sus semejantes para poder sobrevivir. Que esa condición de insuficiencia personal se llame “amor” es una exégesis muy pobre. (En adelante, usamos la palabra “querer” y “amar” en forma indistinta, pues tienen un mismo significado, aun si la gente le da una connotación más romántica a la segunda). No. La Torá no se refirió a la amistad entre dos seres cuando nos ordenó amar al prójimo. No sobre esta relación – básicamente egoísta – puntualizó Rabí Akiva que “es un principio muy amplio dentro de la Torá”. Es más, si seguimos indagando dentro del Talmud, quedaremos aun más sorprendidos: ¿Quién es el beneficiario del amor del cual habla este versículo? “Elige para él (el condenado a muerte por el tribunal) una defunción ‘linda’ (con la menor agonía)” (Talmud Bavlí, Ketuvot 37, Sanhedrín 45). Yo pensaba que era importante querer a los amigos… ¡y resulta ser que el Talmud me indica que (también) debo amar a los reos! Aquel que conoce algo más sobre lo que los Sabios dijeron en referencia a los complejos procedimientos legales que podían conducir a una posible pena de muerte, sabrá que algunos opinaban que si se llevaba a la práctica una ejecución una vez en setenta años, se calificaba al tribunal actuante como “sanguinario”. De modo que, si al fin una persona realmente era condenada, ¡pues sin duda que lo tenía bien merecido! ¡¿Y ahora el Talmud me ordena, que ese es el individuo a quien debo amar?! ¿No había alguien más adecuado sobre quien volcar mis sentimientos fraternales? Bien. Si ya llegamos hasta este punto, entonces podemos deducir la primera moraleja de las palabras de los Sabios: El amor al cual estamos obligados, no se reduce a los camaradas, sino precisamente, y muy por lo contrario, a aquellos a quienes más nos cuesta querer (por los distintos pretextos que disponemos: “porque con él no me doy”, por cuestiones “de piel”, o cualquier otra razón banal). Esta situación se nos presenta a todos. En cada grupo de personas, ya sea en el aula, en el lugar de trabajo, en la sinagoga, en el club, etc., están aquellos con quienes nos resulta más cómodo asociarnos, y aquellos con quienes nos cuesta un poco – o no tan poco – más. La responsabilidad de amar se aplica más a estos últimos. Amar no es fácil. La difusión de novelas y películas de amor y romance, dieron la falsa imagen a mucha gente, de que el amor se reduce a una cuestión de sentimientos: o “se da” o “no se da”. A casi nadie se le ocurriría afirmar que se puede obligar a una persona a amar a otra, con quien no siente afinidad. Sin embargo, de ser así, tendríamos ante nosotros una pregunta obvia: si la Torá nos ordena amar, no podrá ser algo que esté más allá de nuestras posibilidades. Es decir: si los afectos no pertenecen a nuestro poder y no poseemos la facultad de engendrarlos y fomentarlos, ¡pues no tendría lugar una expresa orden de la Torá! Nuevamente: amar no es simple. Pensemos juntos: ¿Sabemos ponernos en la situación del otro aun cuando “lo último que quisiéramos” sería estar nosotros en esa situación? ¿Sabemos valorar las razones ajenas aun cuando, como adversarios, los preferimos ver totalmente equivocados? ¿Sabemos alegrarnos cuando el otro tiene éxito en lo que emprende, aun cuando pareciera ser que justo a nosotros todo nos va mal? La respuesta que da la Torá, es que el amor sí se puede generar, y para llegar a amar a otra persona, uno debe, primeramente, concentrar su mirada en todos los aspectos buenos y particularidades del prójimo. Segundo paso: Hacer algo abnegadamente por el otro. El Rav Eliahu Dessler sz”l en su libro Mijtav Me’eliahu explica, que el amor es el resultado del altruismo. Quien se preocupa y ocupa por el otro… termina amándolo. Quizás pensaba que eso de “amar al prójimo” era algo fácil. En absoluto. De todos modos, no desespere, pues nada se gana con esto. Aprender a amar al prójimo es una tarea de por vida. Pocos la asumen. Está en nuestras manos lograrlo.
Un saludo para todos
UN SALUDO PARA TODOS Si hablamos de las necesidades básicas que tenemos los seres humanos, lo primero que se nos viene a la mente, es el requisito de la alimentación, vestimenta y refugio o techo para cobijarnos. En el orden de las condiciones físicas de los mortales, esta lista tiene sentido. Sin embargo, por más que no sea tangible, la lista de menesteres se extiende mucho más, y especialmente en el terreno de lo emocional. Una necesidad elemental de todo ser humano es sentirse que se es “alguien”. Desde el punto de vista de la Torá, ese aire de existencia y presencia de cada persona proviene del hecho de haber sido creado a imagen Di-vina. Es la dignidad inherente que corresponde a cada individuo, y es el fundamento sobre el que se basa nuestra propia auto-valoración y por medio de la cual debemos percibirnos a nosotros mismos. Ben Azai, uno de los Tanaim, dice sobre el pasaje: “Esta es la crónica de las generaciones de Adam en el día que D”s creó al hombre, a semejanza de D”s lo creó” (Bereshit 5:1), “esta es una regla que abarca muchas leyes de la Torá” (“ze klal Gadol baTorá” – Sifrá Vaikrá 19:18). ¿Por qué? Pues, en la medida en que los seres humanos nos apreciemos correctamente por lo que valemos – sin exagerar, ni aminorar nuestra esencia en relación a D”s- nuestra conducta con los demás congéneres podrá ser la adecuada. El rey quería pasearse de incógnito por la ciudad para ver el modo en que vivían sus súbditos. Para no ser reconocido, se vistió de civil, y llevó solamente a uno de los oficiales de su séquito para que lo asistiera. Caminando por las calles, los residentes veían al oficial de alto rango acompañado por un civil. Dada la jerarquía del oficial, todos le rendían grandes honores. Al rey, nadie siquiera lo miraba. El oficial, en cambio, se sentía ridiculizado y humillado por la escena: he aquí que todo el honor que le ofrecían, se debía al uniforme con insignias que lucía. Y el uniforme en sí, no era más que una demostración de que él era un servidor del rey. ¡Y la gente le mostraba más respeto a él que al propio rey! En todas las funciones humanas vitales, se puede visualizar nuestro potencial Di-vino, y consecuentemente la valoración propia del ser humano. Esto lo podemos notar por la experiencia, en lo que vivimos día a día, como así también aprender del modo en que los Sabios describieron ciertos papeles que debemos cumplir. En primer lugar, la Torá exige de nosotros que tratemos de emular los atributos de bondad y generosidad Di-vinos. Esto implica que está en nuestras manos hacerlo, dado que somos una extensión de Él (“del mismo modo en que Él es magnánimo, debes serlo tú…” (Talmud Bavlí, Shabbat 133:), “dale lo que es de Él, pues tú y lo tuyo, pertenecen a Él…” – Pirkei Avot 3:8). Por experiencia propia puedo decir, que quien se haya desempeñado en un rol filántropo, grande o pequeño, sabe que al llevar a cabo esa misión lo embarga una sensación de bienestar espiritual: está sumándose a D”s. Asimismo, cuando se ejerce cualquier trabajo productivo (aun si fuese por lucro) y el que lo lleva a cabo se siente útil y creativo, se registra una sensación de realización. El producto terminado eleva a la persona y le da dignidad por haber sumado a la creación de D”s, Quien creó al mundo “la’asot” (“para hacer” – Bereshit 2:3), para que el hombre emplee los recursos de manera fructífera. Si es así en el mundo laboral, cuánto más en el ámbito del estudio de la Torá, que es la propia enseñanza de D”s: antes que el alumno estudie un párrafo, se llama “La Torá de D”s”, mientras que después de haberlo aprendido, pasa a denominarse “su Torá” (la del alumno), y descubre en esa sensación la proximidad con el Todopoderoso (Tehilim 1:2). Quien instruye Torá a otros, no puede aceptar sueldo por enseñar: “del mismo modo en que Yo educo sin cobro, así tampoco Uds. pueden cobrar…” (Talmud Bavlí, Jaguigá 7). Otra de las actividades humanas en la que se asemeja la persona al Todopoderoso, demostrando su potencial de dignidad articulada con D”s, es la de administrar justicia correctamente: “Todo juez que falla correctamente un juicio, se convierte en partícipe la Creación del Mundo”. (Talmud Bavlí, Shabbat 10.) Y, ¿por qué no? al dar vida a un bebé, los padres se unen a D”s, como enseñan los Sabios: “son tres los partícipes (en la gestación) del hombre: el papá, la mamá y D”s”. ¡Qué mayor satisfacción etérea, que haber dado lugar al alumbramiento de una criatura! (Talmud Bavlí, Kidushín 30). Lo que tienen en común todas las instancias del quehacer humano que acabamos de mencionar, es que se relacionan con las tareas de mayor significado de las personas y traen la satisfacción de incorporarse al programa de la Creación con el aporte individual, traduciéndose en un enaltecimiento de la persona, por el hecho de cumplir su rol apropiadamente. Allí radican el honor, la majestad y la preeminencia de cada persona. Así también lo expresa el Midrash (Bamidbar): “¿Por qué se apela a D”s como el ‘rey del honor’ – ‘Melej haKavod’? – Porque comparte su honor con los seres humanos”. Si entendemos que la dignidad del ser humano “real” radica en su percepción correcta de constituir el Tzelem E-lokim (semejanza de D”s), todo aquello que le haga percibir una independencia o soberanía de D”s, distorsiona la realidad y por ende el respeto real propio, pues se traduce en ofuscaciones soberbias de sí mismo, en detrimento de los semejantes. ¿Cómo sucede esto? Es bastante común. Cuando las personas evaluamos y juzgamos a los que nos rodean calificándolos y dictaminándolos en relación a lo que creemos de nosotros mismos, visualizándolos con los mismos rasgos, fuerza de voluntad, conocimientos y virtudes, es porque nos percibimos arrogantemente como perfectos y dignos de emular. Si, en cambio, divisamos en los demás el mismo Tzelem E-lokim que el que nos encuadra a nosotros, podremos apreciar la diversidad, y las distintas virtudes que caracterizan a los diferentes seres humanos. Habiendo llegado a este punto, comprendemos porqué los Sabios nos enseñan que el vocablo “Aní” es uno de los nombres de D”s. Él es el único “yo” en el mundo. El uso de la palabra “aní” como “yo”, es solamente para diferenciarse en el idioma cotidiano de “tú”, pero, en realidad, no existe un “yo”, excepto D”s, Quien es la totalidad de la Existencia. ¿Nosotros? somos sencillamente parte de aquel “Yo” solemne. Es crítico que la persona sea conciente de este concepto: En Pirkei Avot (3:18) se nos dice que “amado es el hombre pues fue creado a imagen de D”s… es un amor aun mayor el que se le diera a conocer que fue creado a imagen de D”s…”. Evidentemente, la toma de conocimiento de nuestra condición, es perentoria en el correcto desenvolvimiento humano, para tener presente dónde reside nuestro valor – y el de los demás. Siguiendo con esta idea, podemos observar lo siguiente: el nombre del primer ser humano es “Adam”. A simple vista esta denominación se menciona solamente como nombre propio a la persona (varón). Sin embargo, si estudiamos el pasaje de Bereshit (5:2), encontraremos que el nombre Adam se refiere al género humano en sí. Allí nos dice la Torá que D”s los creó varón y mujer y señaló su (plural) nombre “Adam” el día en que fueron creados. Si bien la propia palabra “Adam” aparentemente se vincularía con el vocablo hebreo “Adamá” (tierra), sería poco probable que esa fuera su verdadera raíz etimológica. Si D”s habla en términos de haberle dotado al ser humano de un título de dignidad, entonces el nombre que le escogió debe relacionarse con su cariz espiritual eterno (el alma y el libre albedrío que le permite un amplio espectro moral, por el que puede actuar desde lo más infame hasta lo más excelso), y no con su aspecto material efímero (la tierra que compone su segmento físico). Es así que el Rav Sh.R. Hirsch opina que el nombre Adam se deriva de la semejanza Di-vina en el hombre (“domé leIotzró”). Dado que D”s nos creó también como seres sociales, no habitamos en la soledad de una isla. Necesitamos mucho de quienes nos rodean. Requerimos de nuestro entorno una cantidad de servicios para abastecernos, pues nos sería un tanto difícil ser nuestros propios agricultores, albañiles, carpinteros, electricistas, cirujanos, dentistas y peluqueros… Pero, por encima de todo, los seres humanos necesitamos el reconocimiento y el afecto del prójimo. La carencia de estos elementos básicos, es destructiva aun cuando no falte nada del orden material. La propia dignidad de cada uno, se pende del asentimiento que le ofrezcan o dejen de brindar quienes lo rodean. Existen personas que incluso recurren a maniobras y ardides de lo más absurdo, a fin de recibir alguna clase de reconocimiento de los demás. Basta con escuchar los mensajes que se transmiten de parte de los oyentes en la radio, especialmente en horario nocturno, para observar el sentimiento de soledad y la angustia que se sufre en gran parte de la ciudadanía, que emplea ese medio para expresar las frustraciones y pesares que no puede verter en otro espacio. Siendo así, reforzamos la idea que ya hemos expuesto, en el sentido que el respetar a otra persona, no conforma una suerte de adulación, sino el registro de lo sublime que D”s invirtió en cada uno de nosotros. Desgraciadamente, la sociedad considera más importante el protocolo de “cómo quedan” los comentarios a ojos de los demás y, por lo tanto, pone más énfasis en simular el respeto, que en el respeto genuino en sí. Los piropos – expresiones superficiales para llamar la atención de determinada gente – no suman deferencia al valor interno del ser humano, sino que lo restan, pues el énfasis no está puesto en la estima verdadera o en el aprecio real del semejante. La modernidad logró convencer al ser humano promedio de que para ser alguien, se requiere la aprobación de quienes lo rodean. La fama, por fugaz que sea, es la que establece el valor de una sociedad banal. La enormidad del mundo globalizado hace sentir pequeños a los seres humanos. Es aún más difícil ser alguien conocido en un mundo donde tanta gente compite por el reconocimiento popular. Tan acostumbrada está la gente a estar pendiente del beneplácito público, que pierde noción de su valor, y solo se ve a sí misma a través de los ojos de los demás. Esto no solo sucede a nivel del aspecto físico (los espejos están presentes en los palliers, en los ascensores, frente al asiento del acompañante en el automóvil, “en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero”…), sino – y lo que es más grave – a nivel moral, por ejemplo, el modo de expresarse, el tipo de humor, las actitudes para con los familiares, vecinos y adversarios. Uno dice y hace – lo que cree que será aceptado por los demás. Si los valores de los demás (o la falta de ellos) son indignos, pues esa será la vara de medición de lo que uno haga para conformar al grupo al cual aspira pertenecer. En la mente del común de la gente, suele correr la noción de que las “malas influencias” activamente instigan e imponen sus ideas en jóvenes que no aprendieron ciertas conductas en sus hogares. Sin embargo, en la realidad, la baja auto-estima constituye el mayor factor de influencia al acoger al individuo para participar de lo que hacen los demás, a fin de integrarse en un clan que lo sostenga emocionalmente. De ese modo, la presión constante de la sociedad impide reconocer las virtudes y la singularidad de cada persona, en tanto los individuos no se reconozcan valiosos para ser lo que creen que deben ser, con o sin la aprobación de otros. A lo largo de esta ruta, el miembro de cualquier grupo, absorbe la mediocridad del conjunto que lo rodea. Al comienzo de este capítulo decíamos que una necesidad elemental de todo ser humano es sentirse que se es “alguien”. Saludar al prójimo debe hacer sentir a la persona – a cualquiera – que es importante por sí misma. Quiero compartir una historia que nos enseña lo que puede valer un saludo para una simple persona. Corría el año 1934 con Hitler ish”v en el poder en Alemania, y el Dr. Schiff salía de su despacho en el séptimo piso del edificio donde estaba su estudio de abogacía. El ascensor estaba abierto, y repentinamente Otto, el ascensorista, lo asió de la chaqueta y con un brusco tirón lo introdujo al ascensor. Antes que el Dr. Schiff pudiera emitir algún grito, Otto ya había corrido la palanca manual del ascensor y había detenido la marcha del mismo entre dos pisos. El Dr. Schiff no entendía lo que le ocurría a Otto, una persona a quien él siempre había considerado como amable y agradable. Otto de inmediato le habló muy seriamente: “¡Dr. Schiff!, ¡Abajo lo está esperando la Gestapo para llevárselo!”. “¿Llevarme a mi? ¿Qué hice yo, acaso?” – increpó incrédulo el abogado. “¡¿Y qué hicieron el Sr. Wertheim, y el Sr. Landes para que se los lleven?!”- retrucó Otto- “¡no se auto-engañe. Están llevándose a todos los judíos influyentes!”. “¿Y qué hago?” preguntó temblando el Dr. Schiff. “Mire” – respondió Otto – “por eso vine a ayudarle y advertirle. Ud. tiene que escapar. Yo bajaré hasta el segundo piso. Ud. salga sin saludar a nadie. Camine por la izquierda hasta el final del pasillo. Doble hacia su derecha y nuevamente hacia la izquierda. Al fondo va a encontrar una salida de emergencia, la acabo de abrir para Ud. Salga y aléjese de acá lo más pronto posible.” “¡No sé como agradecerle! No sé porqué Ud. está haciendo esto por mi”- insistió muy asustado el Dr. Schiff. “¡Dr. Schiff, quiero que Ud. sepa que ya son muchos los años que yo trabajo en este lugar. Mucha gente entra a diario y me ve operando este ascensor, paro jamás se dignaron a saludarme. Para ellos es como si yo fuera parte del artefacto que maniobro. Pero Ud. jamás se olvidó ni siquiera una sola vez de mostrar su aprecio por mi tarea. Gracias a Ud, me siento que soy un ser humano, y no parte de un aparato. No se olvidará Dr. Schiff del día en que asistí al trabajo con el brazo encasillado. A nadie le llamó la atención, salvo a Ud., quien de inmediato inquirió acerca de mi estado, recomendándome a su cuñado, quien me atendió y me puso un yeso.” “Dr. Schiff, le puedo dar muchas razones más, pero no nos podemos demorar. ¡Que D”s lo proteja!” El Dr. Schiff obedeció las instrucciones. Cuando estaba cruzando la calle, afortunadamente pasaba un tranvía al que se subió y se alejó de la escena. Desde la ventanilla podía ver a los policías que aguardaban que él saliera por la puerta principal para llevárselo. El incidente que Otto acababa de recordar, le dio una buena idea. Fue al consultorio del cuñado, quien lo vendó y enyesó de pie a cabeza. En una ambulancia se acercó a la frontera con Francia. Allí cruzó el límite y se salvó la vida. (“It’s a small word alter all” de R. Hanoch Teller – NYC Publishing Comp.) En virtud de lo expresado hasta ahora, podemos reconocer el valor que tiene el simple saludo que se le dispense a otro, y cuanto más cuando esa reverencia va acompañada con una sonrisa grata y acogedora. Si bien muchas veces desconocemos la situación personal interna y estado anímico de cada persona con quien nos encontramos, ese saludo sin duda le será beneficioso. Sin desmerecer el valor de saludar formalmente aún sin la alegría de la que recién hablamos (“mejor que nada es…”), entendamos que el saludo frío con el rostro neutro, indiferente e inexpresivo, pierde la oportunidad de modificar para bien el ánimo de la persona a quien se lo damos. Shamai nos enseña: “Hevé mekabel et kol adam besever panim iafot”: recibe a toda persona con un buen semblante (Pirkei Avot 1:15). No alcanza con sólo saludar. Se nos demanda tenerlo en cuenta y darle la debida consideración e interés (“besever”). A su vez, se nos pide que se lo vea con el contacto facial, es decir, aproximarse a él y no atender a sus necesidades de reojo (“panim”). Por último, se habla de “iafot” (radiante). Esto significa, que la cara que ven los demás debe ser alegre y con una sonrisa. La expresión de un rostro alegre contagia a los que lo rodean y hasta puede cambiarle el día a nuestros seres queridos. Es más, en muchas instancias la alegría del semblante puede quitar los habituales prejuicios y resquemores que surgen entre los seres humanos, por los malos entendidos que suelen ocurrir, o por el hecho de que dos personas tienen diferencias de opinión en algún ámbito. Por otro lado, los Sabios de Musar, (el estudio minucioso de rectificación de la conducta propia), consideran que la exhibición notoria de una cara triste es equivalente a la ley de “bor birshut harabim”, una fosa peligrosa cavada de manera irresponsable en un lugar de tránsito público, catalogada como acto sancionable en la Torá. El saludo diario hace sentir importante al receptor. Se cuenta acerca de R. Iojanán ben Zakai, uno de los Tanaím más importantes de la Mishná, que nunca una persona le adelantó el saludo, aun un desconocido en el mercado (Talmud Bavlí, Brajot 17). El Talmud es aun más severo con aquel que no responde al saludo y lo considera como que “roba a un menesteroso”, pues lo único que es posible quitarle al pobre que carece de todo lo material, es el saludo que se le debe como ser humano. Esta cualidad citada del Talmud, no solo caracterizó a R. Iojanán ben Zakai, sino a todos los Sabios de la Torá en todos los tiempos. Yo tuve el privilegio de conocer a muchos, e invariablemente mostraban alegría al saludar, aun cuando yo era un extraño para ellos. El R. Arye Levin sz”l, quien visitaba regularmente las cárceles de Israel, se distinguió en esta meritoria actitud. Cuenta uno de los presos: “En uno de los Shabatot de 5499 (1939), vi que R. Arye estaba saludando y conversando con un asesino de quien era difícil pensar que le quedaba algo del ‘semblante Di-vino’. Me asombré y sospeché de la actitud de R. Arye, quien estaba dispuesto a dispensar su amor a un homicida de la propia esposa, madre de sus hijos… “Al día siguiente, cuando me estaba quitando los Tefilín y el Talit, se me acercó aquel individuo y me solicitó que le prestara estos objetos sagrados. Dudé, conociendo el pasado de este hombre, pero dado que insistió, consentí en dárselos. Se colocó el Tefilín y comenzó a rezar del Sidur. Se me acercaron varios presidiarios para castigar a aquel hombre. ‘¿Desde cuándo este dice Tefilá? ¡Sin duda, se debe estar burlando de los objetos sagrados de nuestra religión!’. Como demostración, aludieron a que se había colocado el Tefilín sobre la mano derecha (en lugar de la izquierda, como se debe hacer). “Dado que sabía que eran capaces de cualquier atrocidad, les pedí tiempo para analizar el tema. Cité al ‘interesado’ y en confianza le pregunté por qué se había colocado el Tefilín de manera indebida, a lo cual me respondió emocionado: ‘Entienda usted, luego de la visita de R. Arye, reflexioné todo aquel día sobre mis acciones y decidí arrepentirme de mis crímenes. Sentí la urgencia de rezar. Pero… ¿cómo iba a colocar el Tefilín sobre mi mano izquierda que está impura por derramar sangre inocente? Por otro lado, la derecha aún está pura…’. “En aquel momento, comprendí la fuerza espiritual de nuestro maestro, quien lograba extraer las chispas sagradas del alma, aun del propio barro.” Esta historia es auténtica. También la de R. Iojanán ben Zakai. ¡Cuánto nos queda por aprender! Por lo pronto, podemos saludar con respeto, cordialidad y afecto… …Al disertar en público sobre este tema, un asistente preguntó con cierta lógica lo que muchos no dejamos de pensar: “¿y qué sucede si saludamos a una persona y en lugar de recibir una reciprocidad adecuada, nos contesta mal o ni siquiera reconoce que la estamos saludando? Cuentan que en cierta oportunidad, una persona recibió a un pariente en su hogar. A la mañana, salieron a pasear juntos el anfitrión y el huésped. Al salir del edificio, el anfitrión saludó cortésmente al portero de la casa. Éste respondió solamente con un gruñido malhumorado. Ninguno de los dos le dio mayor relevancia al episodio, y siguieron su camino alegremente. Al día siguiente se repitió la escena: El dueño de casa lozanamente cumplió con su habitual “Buenos días, Don Miguel…”, y volvió a recibir una murmuración hosca similar a la del día anterior. Cuando el acto se reprodujo el tercer día, el huésped ya había perdido la paciencia: “¡¿cómo puedes saludar con ese entusiasmo a una persona que siempre te responde mal?!”. La réplica del anfitrión es una lección que debemos repetirnos para nosotros mismos todos los días: “No permitiré a nadie que dicte mi estado de ánimo…”. QUÉ HAY EN UN SALUDO “Buenos días, señorita” – decíamos los alumnos de aquel entonces, todas las mañanas cuando entrábamos al grado para aprender a escribir, a sumar y a tener buenos modales, como el de saludar a las personas. Desde entonces tenemos asumido que “corresponde” – a quien pretende considerarse bien educado – saludar a toda persona conocida en cuanto la vea. En esto coinciden plenamente los seres humanos de las más diversas extracciones, con la diferencia, de que su saludo puede variar en la forma de realizarse: algunos se besan, otros aun se abrazan y se dan efusivas palmadas en la espalda, hay quienes se inclinan respetuosamente a la distancia, los militares tienen su propia venia y otros poseen diferentes maneras o ademanes. En el idioma hebreo es corriente saludarse con la palabra Shalom, que sirve tanto para decir “hola” como para despedirse con el “chau”. La palabra “Shalom”, sin embargo, no se reduce a una forma de saludo, sino que significa, a su vez “paz”, y aparte de eso, no por casualidad, es uno de los nombres y atributos del Todopoderoso. ¿Qué hay en todo esto? ¿Por qué se utiliza un nombre de D”s para saludarse y por qué precisamente con la palabra “paz”? Para comprender esto, debemos aclarar que el saludo no es únicamente uno de los modales de cortesía, sino un deseo, o mejor expresado en términos del judío creyente, un rezo (a D”s) por el bienestar del semejante. En ese significado, ni siquiera es necesario que el beneficiado se entere de los buenos augurios, pues se debe bregar por su dicha tanto si él lo sabe, o no. Pues entonces, no existen verdaderamente los modales como una virtud en sí. Los modales pertenecen a un juego de nuestro mundo occidental ficticio e hipócrita, en el cual prima el concepto de “cómo quedar” por sobre el “cómo es”. Lo que la Torá espera de la persona es que realmente desee bien al semejante de corazón, aun si aquel no sabe de sus buenas intenciones. La demostración pública y la manera visible del ademán del saludo es un acto adicional al deseo sincero y sirve para que el semejante sienta que está acompañado, pues eso también le da fuerza y ánimo en su tarea personal. Entendemos entonces, porqué la mención del nombre de D”s en el saludo. Más que un gesto hacia el otro, nuestra plegaria en el momento de ver al amigo (o el que aún no lo es), está dirigida hacia D”s, para que le colme con buenaventura. El hecho de que entre todos los nombres de D”s se acostumbre utilizar “Shalom”, aquel que significa paz, integridad o armonía, es porque nada del mundo se puede realizar ni disfrutar, sin el beneficio de la paz y de la tranquilidad. La forma de saludarse con el nombre de D”s no es nueva. En la lectura de la Meguilá de Ruth, que leemos en Shavuot, encontramos a Boaz quien saluda a sus empleados que le están cosechando el campo con “HaShem imajem” (D”s con ustedes), a lo cual éstos le responden “ievarejejá HaShem” (que D”s te bendiga). A muchos que estén leyendo esto les sorprenderá saber que saludar a la gente es una obligación religiosa. A otros les costará aprender a desearle realmente el bien al otro. Lo segundo es indudablemente más difícil que lo primero. La parte ostentosa del saludo, es cuestión de costumbre, mientras que cultivarse en la manera de anhelar permanentemente el bienestar del prójimo, requiere un trabajo sobre las características humanas propias, que pocos están dispuestos a realizar. En el libro de Bamidbar (6:24) encontraremos que se le encargó a Aharón y a su descendencia la tarea de bendecir diariamente a los judíos. Es lo que conocemos por Bircat Cohanim (fuera de Israel, los Ashkenazim únicamente lo cumplimos en los días de festividad). Uno se pregunta: ¿Por qué justamente Aharón? La respuesta la encontramos en su historia personal. ¿Por qué mereció Aharón vestir sobre su pecho los Urim veTumim? (nombres sagrados que formaban parte del pectoral que lucía el sumo sacerdote). Contestan los Sabios: “Un corazón que se entera que su hermano menor fue agraciado con la tarea de convertirse en el mensajero Di-vino y líder del pueblo para extraer a los judíos de Egipto (en lugar de que sea él mismo) y alegrarse de verdad sin ningún dejo de celos, merece vestir este adorno…”. Es más fácil solidarizarse con el dolor ajeno, que fraternizar o adherir a su alegría (aun más, cuando uno mismo no la posee). Aharón es entonces el paradigma de aquel que aspira por el bienestar de los demás. De ahí, que no hay nadie más digno para bendecir al pueblo que Aharón. ¿Qué nos enseña el Sabio Hillel y nos exige que aprendamos de Aharón? “Ama la paz, busca la paz, ama a las personas y las acerca a la Torá” (Pirkei Avot 1:12). En cierta oportunidad, R. Natan Tzvi Finkel sz”l, líder espiritual de la Ieshivá Slabodka, que luego se trasladó a Jevrón, pasaba por la ventana de una casa y saludó en aquella dirección. Un alumno que lo acompañaba se extrañó, pues no veía a nadie en la ventana. El R. Natan Tzvi le explicó: “Nunca entendí a la gente que sólo desea bien al prójimo cuando el otro la ve…”.
Están todos invitados, menos...
ESTÁN TODOS INVITADOS, MENOS… A diferencia de otras religiones, es sabido que el judaísmo no es proselitista. Existen, efectivamente, siete preceptos universales que todos los seres humanos deben cumplir, y al obedecerlos solamente porque D”s los ordenó, todo ser humano – sin ser judío – tiene acceso a una recompensa Di-vina. Sin embargo, los judíos sí aceptamos a conversos de otros pueblos cuando demuestran que sinceramente están interesados en cumplir con la totalidad de la Torá escrita y oral, y con todos los decretos rabínicos, sin condicionamientos ni limitaciones. La Torá incluso nos ordena, en numerosos pasajes, amar al converso y recordar que nosotros mismos hemos sido extranjeros en la tierra de Egipto. Es decir, que si se presenta una persona de cualquier color o raza que desea integrarse al pueblo judío y cumplir con todos los requisitos, el tribunal rabínico lo acepta y se convierte en Guer (pl. Gueré) Tzedek. (Hoy en día, por circunstancias que no están relacionadas con las enseñanza de este libro, está limitada la aceptación de conversos en nuestro país, y solo aceptamos los Guerim que fueron recibidos por un tribunal acreditado de Israel. A su vez, los motivos de quienes se postulan para la conversión, como también su real convicción en la aceptación cabal de los preceptos, es dudosa en la gran mayoría de los casos) ¿Es realmente así? Sí y no. La Torá nos dice que hay pueblos que están excluidos de este derecho de admisión. ¿Quiénes son?: Amón y Moav. (Hoy desconocemos la identidad de estos pueblos, pues el general asirio Sanjeriv mezcló tras su conquista a todos los pueblos de la zona, quedando su identidad confusa entre las naciones). Todos pueden integrarse, menos ellos. Aun los egipcios que nos causaron tanto dolor, y aun Amalek cuyo recuerdo debemos eliminar de la memoria por su modo vil y traicionero de atacarnos en el desierto, pueden acercarse y sumarse al pueblo de Israel. Amón y Moav, no. ¿Por qué? Dice la Torá que Amón y Moav están excluidos, porque no se acercaron a ofrecer pan y agua a los judíos que transitaban cerca de sus poblados durante la travesía por el desierto. Este hecho fue agravado al contratar ellos a Bil’am para maldecir al pueblo de Israel. La pregunta obvia que se nos cruza por la mente es: ¿Y qué tiene de grave este hecho (el de no ofrecer pan y agua)? ¿Por qué es esta falta de acción tanto más grave que el proceder de todos los demás perseguidores y enemigos que hemos conocido, cuyos descendientes integraron luego las filas de nuestro pueblo? La respuesta es fundamental para la comprensión de la esencia del judaísmo. Tanto en los judíos como en muchas culturas, los actos de bondad son considerados como algo recomendable y quien procede con generosidad, es considerado como una buena persona. Sin duda que es mejor realizar “buenas acciones”, aunque fuese al menos de modo espaciado, a no hacerlas del todo. Sin embargo, la Torá es mucho más exigente con los judíos. Tal como veíamos en el primer capítulo, al judío se le ordena copiar en su vida humana y terrenal los atributos del Todopoderoso. D”s provee las necesidades de todos los seres que ha creado. D”s es Perfecto, y por lo tanto, no cabe atribuirle necesidad alguna. Él solo da y no recibe nada a cambio. Los seres humanos damos y recibimos, pues esa es nuestra naturaleza y es indispensable que brindemos a otros y recibamos de ellos. D”s Mismo nos ha creado del “polvo de la tierra e insufló en nosotros el hálito Di-vino”. No obstante, es elección nuestra cuánto dar de lo que recibimos, y cuál es nuestra intención en este intercambio con los semejantes. Cuanto más generoso y dadivoso el ser humano, más habrá desarrollado la Di-vinidad, “el hálito Di-vino” que lo caracteriza desde su comienzo. Cuanto más busca satisfacer sus apetitos y sus instintos materiales, más demuestra su origen del “polvo de la tierra”. Cuando decimos que los judíos debemos emular al Todopoderoso, esto significa que debemos concentrar nuestro propósito de vida en brindarnos para los demás, que es precisamente lo que D”s hace. No solo cuentan en este sentido las acciones mismas, sino asimismo, las intenciones que las provocan. Es decir: es posible fabricar y comerciar para beneficiar a las personas y cobrar a cambio de la venta de los productos para poder sobrevivir y poder seguir brindando servicios a los seres humanos, pues si se termina de entregar todo lo que se posee, sin recibir nada a cambio ¡no habrá qué dar en el futuro! También es posible que cada una de las acciones esté motivada por la búsqueda de rédito personal. Por lo tanto, es muy posible que las personas demuestren mucha aparente generosidad hacia los demás, ¡pero que en su interior solo estén calculando la ganancia que esta actitud les traerá a ellos al final! Podemos entender, entonces, la razón de la prohibición del ingreso de Amón y Moav al pueblo de Israel. Les falta una cualidad de carácter esencial e irremplazable para sumarse a los judíos. Sin embargo, existe un agravante adicional. Estas naciones tenían aún más razones para asistir a los judíos. Su antepasado Lot, había salvado su vida cuando vivía en Sdom, pues su tío Avraham salió a rescatarlo arriesgando su propia vida, cuando fue llevado prisionero por los reyes que conquistaron la tierra de C’na’an. Avraham también ofreció a Lot elegir la parte de la tierra de C’na’an que él deseara. Su falta de generosidad se agravó al sumarse con la falta de gratitud hacia los descendientes de quien había sido su salvador y benefactor. En los rezos de las Selijot, como así también en las plegarias de Iom Kipur, repetimos numerosas veces los trece Atributos del Creador. Estos se encuentran en la Torá, nada menos que como consecuencia del pecado del becerro de oro. Moshé invocó a D”s para que perdonara el yerro pecado del pueblo. Fue en aquella circunstancia que D”s le enseñó a Moshé los Trece Atributos de la Misericordia Di-vina. Dijo sobre esto Rabí Iojanán: “esto nos enseña que el Todopoderoso se presentó ante Moshé con la imagen de un Jazán envuelto en su Talit, y le dijo: ‘cada vez que pequen, deberán llevar a cabo este orden (los trece atributos) y serán perdonados’”. Las palabras que llaman la atención aquí son “deberán llevar a cabo este orden”. ¿No debiera haber dicho: “que reciten este orden”?! La respuesta, explica el Gaón de Vilna, reside precisamente en que no se debe meramente recitar las palabras, sino ponerlas en práctica en la vida personal y en el trato con los semejantes, es decir emular a D”s en Su conducta. Esta imitación no es “solamente” una Mitzvá, lo cual sería más que suficiente razón para cumplirla, sino que tiene como consecuencia que D”s Mismo actúe en la manera generosa con la que obramos respecto a los demás. Mediante esta enseñanza, explicó el Ba’al Shem Tov el versículo: “D”s es tu sombra a tu diestra”. La sombra se mueve simultáneamente con nosotros por donde vayamos. Así también el Creador en su trato con nosotros, se vuelve una réplica de nuestra conducta con los demás. Ari Wenger era uno de los feligreses del Bet HaKneset del Rav Avraham Tanzer de Johannesburgo. Cuando el padre del rabino, Reb Yankel, se mudó a Johannesburgo en sus últimos años para estar cerca de su hijo y su familia, Ari se preocupó personalmente por él durante dos años. Dada su discapacidad parcial, Ari lo llevaba al Bet HaKneset todos los días viernes a la tarde y lo acomodaba en su sitio con el Sidur abierto para rezar. Reb Yankel ni siquiera conocía el nombre de Ari, pero estaba muy complacido con la ayuda que le ofrecía. Transcurrieron varios años y Reb Yankel ya había fallecido. Ari estaba por primera vez en Nueva York por cierto negocios y no conocía a nadie. El viernes a la noche fue a un Bet HaKneset muy grande, pero nadie lo invitó y volvió a su hotel a comer solo. El día de Shabbat a la mañana, fue a un pequeño Shtiebel (sinagoga pequeña), en la cual encontró gente muy cálida. Lo honraron con una Aliá y lo hicieron sentir muy bien. Después de la Tefilá, se acercaron varias personas para invitarlo a comer a sus hogares. Al relatarles que venía de Sudáfrica, le preguntaron si conocía a Reb Yankel. Ari contó gustoso que había tenido el privilegio de atenderlo durante los últimos años de su vida. “¿En serio?” – exclamaron – “¡¿sabía Ud. que él solía hacer Tefilá en este Bet HaKneset y… ¡se sentaba allí, en el sitio en que Ud. se sentó hoy?!” (“Along the Maggid’s Journey” – R. Paysach Krohn Artscroll/Mesorah) En situaciones económicas críticas, cuando pareciera ser que todo se guía por el signo pesos, uno podría llegar a pensar que solamente se puede asistir a otros mediante la ayuda material. Esto es incorrecto. Como creyentes, jamás podríamos aceptar que D”s creó a una persona, a imagen Suya, quien solo provee a los demás, sin qué aportar a otros, pues en tal caso, aquel ser humano dejaría de poseer aquella imagen Di-vina de la que sabemos por la Torá que sí dispone. Nadie debe convencerse de que es pobre. Todos carecemos y poseemos distintos atributos y recursos. No dejemos de reconocer lo que sí tenemos para suministrar a quienes lo necesitan, aunque fuese la sonrisa, una palabra de ánimo o aun el tiempo para escucharlo o estudiar con él. En este mundo, nadie es, ni se debe creerse, autosuficiente. No debe avergonzarse quien necesita recibir de otros (Mishná fin de Pe’á), sabiendo que el Todopoderoso dispuso esa circunstancia, y que él mismo también posee algo y deberá compartir generosamente lo que tiene.
Pobrecito, Yo
POBRECITO YO “¿Cómo andan las cosas?” “Y, podrían andar mejor…” – dicen los optimistas. Algunos dirían que el negocio está cada vez peor y otros recomendarían: “¡mejor no preguntes!”. El común denominador de la sociedad que nos está rodeando se queja de que la cosa está mal, muy mal. Muy pocos son los que contestan que sus cosas van “viento en popa”. Si Ud. se dedicara a reunir fondos para una causa comunitaria benéfica, los comentarios que escucharía en ese sentido serían aun más tétricos. Entre las expensas y el alquiler del departamento, los impuestos, las obleas para el auto, los aranceles, la medicina prepaga, los gastos de todos los días, cuando llega el momento de contribuir para alguna causa noble, por más que uno quisiera creer que se identifica con ella, el trayecto hasta el bolsillo se vuelve más largo y sacrificado que nunca. Siempre habíamos entendido que la Tzedaká, se lleva a cabo cuando una persona de recursos abundantes, comparte lo suyo con el menesteroso. Hoy, nos cuesta sentir que realmente la cosa sea así. Todos, o al menos, muchos, nos sentimos más pobres que antes y nos creemos exentos en parte de la obligación de mantener a quien está en peor situación que la nuestra. No sería superfluo entonces, inspirarnos con historias verídicas de los que nos dieron el ejemplo de su bondad aun con los magros recursos que tenían disponibles. Una de las cualidades que caracterizó a los judíos y de la cual podemos estar orgullosos es precisamente, la generosidad. Cuando estemos titubeando, pues, leamos esto y sepamos que si podemos emular aunque fuera algo de lo que sigue, confirmaremos nuestra identificación con lo que declaramos. El Rabino Jaim Goldberg es una de las personas que más goza de la confianza de la gente. A través de los años ha distribuido millones de dólares de Tzedaká a los necesitados en Israel. Para lograrlo, debió en muchas oportunidades, emplear su ingenio y sentido común. No faltan en Ierushalaim las personas quienes creen que al haber otros en peor condición, no deben aceptar dinero de Tzedaká. Así fue el caso con Miriam y Moshé Gutstein, quienes apenas sobrevivían con el ingreso que recibía él del Kolel, mientras que ella no tenía una preparación que le permitiera lograr un trabajo. Los Gutstein tampoco habían sido bendecidos aun con tener hijos. Otra familia, la de Braja y Biniamin Kamji, quienes tenían muchos hijos, a su vez, estaban muy necesitados y no podían afrontar el gasto de una ayuda doméstica para darle a la Sra. Kamji un merecido respiro. R. Jaim se les acercó y los convenció de tomar a la Sra. Gutstein como ayudanta para permitirle tener una entrada digna mediante un trabajo fijo. Él mismo, se preocuparía de proveer los fondos y solo pedía su “colaboración” y que mantuvieran el tema en reserva. Los Kamji aceptaron y R. Jaim traía mensualmente el pago para la Sra. Gutstein. Transcurrieron algunos meses y un día los Gutstein se acercaron a R. Jaim. “Mi señora está trabajando en casa de la Sra. Kamji hace ya un buen rato y se percató de la terrible condición en la que están viviendo. Los niños no tienen para comer apropiadamente y queremos colaborar. Dado que mi señora recibe puntualmente un sueldo, hemos separado cada mes una suma, pero sabemos que no van a querer recibir dinero de parte nuestra. ¿Podría Ud. hacerle llegar este importe?…” (“Echoes of the Maggid” R. Paysach Krohn Artscroll/Mesorah) Otra historia. R. Iehudá Holzman pertenecía a una clase muy especial de judíos piadosos de Ierushalaim del comienzo de este siglo. Nunca los encargados dejaban de ir a solicitarle su ayuda. Ocurrió en cierta oportunidad que R. Zeidel lo fue a ver por el caso de un pobre sastre, quien tenía que atravesar una cirugía en el antiguo hospital Hadaza, que costaría sesenta libras. Cuando R. Iehudá escuchó la historia, se lamentó por la angustiante situación del sastre, pero le explicó a R. Zeidel que su propia posición no era nada favorable y que él solía adelantar el Ma’aser (diezmo obligatorio de las ganancias) de no más que un año, cosa que ya había donado para otras causas. ¿Qué puedo hacer? Que D”s le otorgue Refuá Shelemá (pronta recuperación)… R Zeidel comprendió y se despidió. Cuando R. Zeidel se había alejado de su casa apenas una cuadra, escuchó los pasos de R. Iehudá que corría para alcanzarlo. “R. Zeidel!” – lo llamó – “HaShem me inspiró con una excelente idea.” R. Zeidel volvió a la casa. Se sentó en una de las viejas sillas que había y escuchó. “Se me ocurrió que por la ley se puede cumplir la obligación de Kidush con el pan de Hamotzí. Vaya y pida un préstamo en alguno de los Gmaj (ente de préstamo sin intereses) y pida veinte libras. Si yo entrego el medio shilling que pago cada semana por la compra de vino al Gmaj, pues podré devolver la deuda”. Y así fue. Durante quince años R. Iehudá hizo Kidush cada Shabbat sobre pan. Cuando el sobrino de R. Iehudá escuchó esta historia de boca de R. Shalom Schwadron, comentó que él siempre había visto que su tío recitaba Kidush sobre pan, una costumbre un tanto extraña, y que nunca había entendido por qué… (“The Maggid Speaks”) Es difícil solidarizarse y auxiliar a otros cuando uno siente que uno mismo no está bien. Es muy posible que esta sensación sea parte de sentir que realmente somos pobres. R. Iosef Leib Bloch de Telze explicó por qué al cumplir con la obligación de separar el diezmo de los animales nacidos en el año, se los hace pasar por un corredor angosto, contando uno por uno y marcando con tinta a cada décimo que cruza para dárselo al Kohen. ¿Para qué tanto trabajo? ¿No sería más fácil contar los animales nacidos y dar el diez por ciento? “No” – responde R. Bloch – “lo que D”s me está diciendo es: ‘este es para vos, este es para vos, este es para vos… este es para mi’. Nuevamente: ‘este es para vos…’” Es más factible sentir la “pérdida” de aquel décimo que uno entrega al Kohen, que la gratitud por los otros nueve que uno recibe… El R. Dwek agrega una parábola que escuchó en Siria en su niñez: Una vez un hombre simple se acercó al correo para enviar una carta. Compró estampillas que pegó sobre la carta, pero el empleado le dijo que debía agregar al franqueo porque la carta que enviaba era demasiado pesada. “¡Cómo!” – se indignó el señor “¡si yo le sumo estampillas, entonces la carta va a pesar aun más!…” Dicen los Sabios (Guitin 7:): Si la persona siente que sus recursos escasean, que de Tzedaká de lo que posee. Si bien puede parecer que al sumar la Tzedaká a los egresos existentes, se incrementan los gastos, los Sabios entendieron que, por lo contrario, la Tzedaká, como el franqueo adicional, justifica la obtención de recursos en primer lugar. Cuando se invita a los judíos en el desierto a dar de sus bienes para el Mishkán, la Torá habla al donar “que tomen para sí” y no “que entreguen”. ¿Por qué? ¿No se trata acaso de dar cosas? La respuesta radica en que todo aquello que uno gasta para mantenerse a sí mismo, se va simplemente en eso: en aceitar la máquina… luego de lo cual se consume. No queda. Lo que uno invierte en una buena causa, queda. Nadie se lo puede quitar. “Lo tomó para sí”. Seamos un poco egoístas y hagamos las cosas para que después que dejemos de comer, quede algo, tomemos un espacio de nuestro horario apretado para refrescar en nuestras memorias algunas de las leyes de Tzedaká que están asentadas en los capítulos 247 a 259 del Shulján Aruj, Ioré De’á. ‘Es un deber de la Torá dar Tzedaká acorde a las posibilidades de cada uno… y todo aquel que se desentiende de esta ley, se denomina “perverso”, comparado con el idólatra… y puede ser la causante del ‘derrame de sangre’ del necesitado…’. ‘Nunca empobrece la persona por distribuir Tzedaká, ni ningún daño le llegará a causa de ella…’. ‘D”s es compasivo con todo aquel que se muestra sensible con los indigentes…’. ‘Debe entregar la Tzedaká con semblante alegre, con gusto y bondad del corazón…’. ‘Si no tiene lo que dar al necesitado, que le hable con calidez demostrando su voluntad de ayudarlo…’. ‘Si puede colaborar para que otros ayuden al menesteroso, su acto es aun más valioso que la Mitzvá de ellos…’. ‘La manera superior de Tzedaká, la cumple quien puede asistir al compañero encontrando un trabajo para él, prestándole o asociándose para que no requiera donativos de la gente…’. ‘Le sigue (en la manera óptima), quien da sin conocer al que recibe, y quien recibe no se percata de la fuente de su ayuda…’. ‘Se debe auxiliar con la necesidad particular del mendigo, acorde a lo que él estaba acostumbrado…’. ‘Los necesitados más cercanos (de la familia, de la comunidad, etc.) tienen prioridad frente a los carenciados de otros lugares…’. Estas son apenas algunas de las citas del Shulján Aruj, que se explaya al respecto como en todas las áreas de la Halajá. No caben dudas de que también en este caso, pueden surgir dilemas legales que requieren que sean consultados con una autoridad rabínica. Una última historia real, que nos deja una moraleja mucho más amplia que lo que la ley nos exige: R. Zishe de Anipoli (fallecido en 1800) era una persona alegre que, a pesar de sufrir tremendas privaciones de toda índole, nunca se preocupaba por sus propios problemas, sabiendo que todo lo que ocurría estaba en manos de D’s. Él vivía tratando de aliviar el peso de la carga de los demás. El maestro de R. Zishe fue el Magguid de Mezrich (1704-1772), a quien R. Zishe solía acudir para consultarle acerca de todos los temas espirituales. Un día, cuando R. Zishe estaba por emprender su viaje a ver al Magguid, la esposa lo encaró y le insistió que le pidiera al Rebbe que rece por el futuro de su hija, quien ya estaba en edad de casarse, pero que, dada la situación apremiante de R. Zishe, que no podía aportar con una ayuda económica para el casamiento, seguía y seguía, soltera. “Siempre te pido que menciones el tema, siempre decís que ‘sí’ y, al final, te olvidas…”- le dijo enfáticamente. “Esta vez va a ser distinto”- contestó R. Zishe – “esta vez no me voy a olvidar” – le aseguró, y se fue a ver a su maestro. R. Zishe estuvo un tiempo con el Magguid, consultando y pidiendo por los pesares de todos los demás, salvo los propios. Cuando llegó el momento de despedirse, el maestro le preguntó: “Zishe, ¿no tienes una hija para casar?” R. Zishe se tomó de la cabeza: “¡Ay!, sí, Rebbe, ya me olvidaba…”. El Magguid extrajo un sobre del escritorio y se lo entregó. “Zishe, acá tienes trescientos rublos”- dijo – “que sea con éxito”. “Muchas gracias” – contestó R. Zishe y emprendió su vuelta hacia casa. En el camino, pasó por una pensión donde se estaba por realizar un casamiento. La gente estaba muy alegre, pero cuando R. Zishe se acercó al lugar en el que se encontraban los padres de los novios, sólo se sentía confusión y malhumor. R. Zishe investigó y se enteró de que la madre de la novia había prometido al novio trescientos rublos y no podía encontrar el dinero. Todos trataban de darle consejos en dónde buscarlo, mientras la familia del novio se tornaba cada vez más impaciente. R. Zishe se paró en medio del salón y anunció que entendía que había un problema de un dinero que se había perdido, y que, casualmente, él había encontrado ese dinero. Inmediatamente se escuchó un aplauso alegre en la sala cuando todos se enteraron de la noticia. “Esperen”- llamó R. Zishe – “necesito que la madre de la novia me diga exactamente de cuánto dinero se trata y qué billetes eran”. La mujer se acercó y le dio la información de acuerdo a lo que se acordaba. “Bien” – dijo R. Zishe – “tengo que ir a mi habitación y corroborar”. Todos esperaban ansiosos mientras R. Zishe fue al cambista y consiguió canjear su dinero a las denominaciones que había dicho la señora. Por fin, entró sonriente al salón y anunció para el alivio de la gente: “tengo el dinero exactamente como el que se perdió” –señaló- “pero… creo que por haberme molestado, me merezco una recompensa”. La gente lo miró molesta: ¡¿Desde cuándo una persona tiene la osadía de pedir un premio por la devolución de algo hallado?! Algunos empujaban para acercarse a este extraño y agredirlo. Uno de ellos pidió silencio y le preguntó: “Bueno”- dijo – “¿y cuánto es lo que pretendes como premio?” “¡Veinticinco rublos!” respondió R. Zishe. “¡¿Veinticinco rublos?!” – gritaron todos – “¡eso es absurdo!”. Intentaron sacarlo del salón para pegarle, mientras R. Zishe sostenía su dinero sin querer entregarlo. En medio de todo el caos, R. Zishe gritó: “¿No hay un rabino en el pueblo? ¡Vayamos a consultarle!”. De ambos lados la gente sostenía a R. Zishe para que no se escape y fueron a ver al Rav, quien escuchó ambos argumentos, primero a la madre histérica y luego a este Jasid que decía ser discípulo del Magguid de Mezrich. El Rav se enojó con R. Zishe por su falta de sensibilidad y le ordenó entregar la suma total a la madre de la novia. R. Zishe abandonó la ciudad seguido por una lluvia de degradación e insultos. No pasó mucho tiempo y el Magguid pasó por el pueblo donde había sucedido este episodio. El Rav le relató lo que había sucedido y la conducta que había tenido su alumno. El Magguid se sonrió. Sabía que si alguien estaba preocupado por el bienestar de los demás, entonces era R. Zishe. Le aseguró a su anfitrión que tomaría cartas en el asunto. El Magguid llamó a R. Zishe, quien inmediatamente concurrió a ver a su maestro. “Entiendo” – dijo el Magguid – “por qué quisiste entregar el dinero. Pero, ¿por qué tenías que hacer una exigencia ridícula ante la gente?” R. Zishe sintió vergüenza porque se había descubierto su maniobra. “Rebbe” – explicó – “cuando estaba por entregar el dinero, de repente comencé a sentirme como un tzadik (santo). Me decía a mí mismo: ‘Zishe, no hay como vos. ¿Quién entregaría, acaso, toda su fortuna para ayudar a otro?’ ‘¡Zishe! ¡Debes saber que es la acción más valiosa que has hecho en toda tu vida!’. Entonces me pregunté: ¿Acaso voy a manchar la Mitzvá con orgullo y arrogancia? Por eso, pensé en esta estrategia para no llevarme honores indebidos, y, créame Rebbe, ¡que funcionó muy bien!”… (Adaptado del libro “The Maggid Speaks” de Rabbi Paysach Krohn – Artscroll/Mesorah). La Parshá Bó (Shmot Cap. 10, 11) nos relata acerca de las últimas tres plagas que hubo en Egipto. En una de ellas, la oscuridad, el versículo nos dice que “no vio cada uno a su hermano tres días ni se levantó cada uno de su lugar durante tres días”. El Rav Avraham Twerski M.D. (“Living each week”) explica la relación entre ambas partes de la frase. Si una persona “no ve” al otro, es decir, que no se percata de lo que le está sucediendo, entonces la consecuencia es que “no se levanta”, es decir, que no se eleva espiritualmente, sino que queda estancado en su egoísmo. Era eso lo que sucedía en Egipto. La idolatría que practicaban los egipcios y algunos de los israelitas, no era una simple moda, sino que reflejaba una actitud de egoísmo, por la que cada uno crea su sistema “ético”, tal como se le place o le queda cómodo. La oscuridad (el egoísmo de la gente) que “fue espesa”, no permitía llegar a profundizar otras buenas características que podían llegar a tener. ¿Cuándo el pueblo finalmente salió de Egipto? Pues cuando habiendo traído su sacrificio de Pesaj, que consistía en un corderito, debían ver si “eran pocos en la casa para consumirlo, en cuyo caso debían encontrar al vecino quien lo necesitara para compartirlo” (el versículo explicado según el R.Sh.R. Hirsch sz”l). Qué lección para nosotros, que muchas veces somos cortos de vista en lo que hace a la necesidad ajena… Invoquemos juntos a HaShem para que se cumpla lo que la Torá promete: que “como consecuencia de la Tzedaká, te bendecirá el Todopoderoso en todo tu quehacer”. BONDAD CON SENSIBILIDAD Camino a la gran batalla con intención de conquistar Rusia, Napoleón con su ejército se acercaron a Volozhin, donde estaba ubicada la flamante Ieshivá del gran R. Jaim (de Volozhin). Napoleón, habiendo escuchado acerca de su grandeza, lo mandó a llamar, exigiéndole que le predicara lo que iba a ocurrir en la futura batalla. Después de excusarse de no ser profeta, sino un simple judío que intenta servir al Creador de la mejor manera y de asegurarse que no va a ser dañado, sea lo que diga, R. Jaim aceptó hablar: “Lo explicaré con una parábola. Un día lluvioso, el exitoso duque se paseaba en su carruaje tirado por los mejores caballos que uno podría encontrar. Un alto y fuerte macho de Arabia, el segundo ágil y veloz proveniente de Egipto. El tercero, el más fino macho de toda Francia y el cuarto, recién llegado de Holanda, más fuerte que los tres anteriores. Todos muy bien alimentados y de buen aspecto. En medio del paseo, los caballos pisaron sobre el camino embarrado y el carruaje volcó en una zanja al costado del camino. Por más golpes que les dieron a los caballos, no lograron sacar al carruaje del barro; cada caballo tiraba y empujaba en su dirección, pero no al unísono. Un simple carretero que justo pasaba por allí ofreció ayuda, no queriendo ofenderlo, el duque aceptó. Pero cuando el hombre quitó los caballos reales y colocó el arnés en los suyos, el duque no pudo contenerse y protestó. Haciendo caso omiso a las protestas el carretero golpeó a sus caballos, quienes comenzaron a tirar, volviendo el carruaje al camino. El duque le agradeció sorprendido: “No entiendo, ¿cómo pudieron tus caballos lograr lo que los cuatro míos que son mucho más fuertes no pudieron?”. El simple hombre sonrió y contestó: “Sus caballos son realmente impresionantes, solo que provienen de cuatro distintos países y en su esencia no tienen nada que ver uno con el otro. Al golpear a uno, no logra efecto sobre los demás. En cambio los míos son madre e hijo, puede ser que no sean tan fuertes, pero sienten el dolor del otro. Ni bien uno de ellos es golpeado, el otro también responde inmediatamente para socorrerlo”. R. Jaim explicó la moraleja al gobernador francés: “Tu ejército realmente es impresionante, talentosos y especialistas en todas las áreas de la batalla, sin embargo, siendo que tus soldados provienen de todas partes del mundo, cuando un batallón es atacado, los demás no se ven motivados a esforzarse más. En cambio los rusos son todos una familia, luchan por la misma causa, son hermanos y les importa lo que ocurre con los demás, si un batallón es atacado correrán a socorrerlo. Y por eso creo que vencerán a tu gran ejército”. Pocos meses más tarde la historia comprobó las palabras de R. Jaim. En la Meguilá de Purim leemos que Hamán presentó ante el rey Ajashverosh su propuesta de destruir al pueblo de Israel con el pretexto que estaban “mefuzar u’meforad” (dispersos y separados). A simple vista, estas palabras se refieren a que el pueblo judío estaba diseminado por todo el territorio del imperio persa, por lo cual no se advertiría su falta. Sin embargo, los Sabios ven en las palabras de Hamán un significado más profundo: el pueblo de Israel estaba desunido en sí mismo. Cada uno de sus miembros vivía su vida y estaba aprisionado dentro de sus propios problemas, sin poder o querer percatarse de las dificultades ajenas. Esto ofrecía una oportunidad “ideal” de vulnerabilidad, estimó Hamán, pues D”s nunca los auxiliaría en esta situación de decadencia moral. Si profundizamos un poco más, podremos inferir que los judíos en aquel momento sí practicaban Jesed tal como es el carácter natural de los judíos, pero al estar “dispersos y separados”, no podían percibir las necesidades reales de los demás. En Jesed, no se trata únicamente de brindar a los demás, sino – y esto es a menudo más difícil – reconocer las carencias reales de que adolecen los otros. Cuando hablamos de carencias, no nos limitamos a las relativas al orden económico, que no son fáciles de suplir, sino a las privaciones afectivas y a las insuficiencias emotivas y de compañía que son más universales. Las Hakafot en el pueblo de Sassov eran algo especial. Los alumnos de R. Moshe Leib Sassover viajaban kilómetros para participar de los bailes con su maestro. Un año, al acercarse la hora de las Hakafot en la noche de Simjat Torá, todos se sorprendieron al notar que el Rebbe no aparecía. Se hacía tarde y decidieron dividirse en grupos y salir a buscarlo. En un extremo del pueblo uno de los grupos se percató de una suave música proveniente de una de las chozas. A través de la ventana pudieron ver algo que los dejó impactados: un niño sentado en una silla de ruedas y el Rebbe tomándolo de las manos bailando y cantando. Después de unos minutos tocaron la puerta y entraron. De a poco fueron llegando más y más alumnos, cuando la casa estuvo llena, el Rebbe contó: “Salí a dar una vuelta antes de ir para la Tefilá y Hakafot, cuando escuché un llanto que provenía de una de las casas, golpee la puerta y al no recibir respuesta entré y encontré a este niño de 7 años sentado sobre la cama llorando desconsoladamente. Intenté calmarlo, pero demoró un rato hasta que pudo aflojar su llanto y hablar. Me contó que toda su familia se había vestido con ropas festivas y había ido a la sinagoga. El pidió ir también, pero sin intención de ofenderlo su madre le dijo que les era difícil cargarlo hasta allí. “Yo quiero bailar como todos”, lloraba. Recién ahí noté sus piernas vendadas. Al verlo tan angustiado decidí animarlo y me puse a bailar con él, es por eso que me demoré”. Los alumnos comenzaron a retirarse de la casa asumiendo que el Rebbe había completado su misión y volverían al Bet HaKneset, pero un grito del Rebbe los detuvo: “Rabotai, esta noche vamos a celebrar las Hakafot aquí, en la casa de mi amigo Moishele”. Sucedió en Erev (víspera de) Iom Kipur, cuando el Rebbe de Klausenberg, sobreviviente del holocausto, aun estaba en los campos de refugiados. El Rebbe estaba preparándose para el día más sagrado del año, con rezos, estudio e introspección – tal como lo había hecho toda sui vida. De pronto, alguien le golpeo la puerta. Era una niña. Esta miró al Rebbe y con voz quebrada recordó que antes de la guerra, su padre solía bendecirla en víspera de Iom Kipur. Su papá ya no estaba: “¿Podría quizás bendecirla el Rebbe en su lugar?” “Pues entonces yo voy a ser tu papá” – respondió el Rebbe – quien mismo había perdido a su esposa y sus 11 hijos en la barbarie. Tomó delicadamente una servilleta y, con lágrimas en sus ojos bendijo pausadamente a la niña de acuerdo a la costumbre. La muchacha se retiró reconfortada, pero al rato, se acercó otro grupo de niñas – todas huérfanas – que decidieron acudir al Rebbe para pedir también cada una su Brajá. Y así sucesivamente, se fueron animando las niñas a buscar su padre sustituto en la persona del Rebbe. En total bendijo con paciencia, cariño y dulzura a – ¡87 niñas! Ya se acercaba la hora de Kol Nidrei, y uno de sus allegados vio que el Rebbe aún no había concluido con sus preparativos personales – “Rebbe – ¡no le quedó tiempo para `repararse para Iom Kipur!” “Jamás tuve una preparación tan completa como la del día de hoy” – respondió el Rebbe. ¿Cómo denomina el Pirkei Avot (6:6) a quien se identifica, participa y siente como propia la situación de su semejante? “nosé be’ol im javeró”. R. Jaim Oizer Grodzenski sz”l era el afamado líder espiritual de la generación de la pre-guerra. Un día de mucho frío estaba caminando con sus alumnos desde la Ieshivá en Vilna rumbo a su casa desafiando la gravedad del clima. Los alumnos no querían desaprovechar la oportunidad de seguir aclarando sus dudas acerca de los puntos que había mencionado en su clase. De repente, se acercó un muchacho y preguntó – tartamudeando – cómo se llegaba a cierta calle que quedaba a una distancia significativa de donde se encontraban. R. Jaim Oizer lo tomó del brazo y lo fue llevando en esa dirección, alejándose del rumbo en el que iba caminando. Los alumnos se sorprendieron, pero siguieron a su maestro, bajo el rigor del viento y de la helada que padecían. Una vez llegado al destino del muchacho, R. Jaim Oizer volvió hacia su casa. Ante el continuo asombro de los alumnos, R. Jaim Oizer les hizo ver el detalle que no habían advertido: el muchacho tenía una dificultad al hablar. De tener que hacer el camino solo, necesitaría volver a indagar pasando vergüenza ante otros peatones – quienes quizás no se detendrían para ayudarlo a encontrar su camino…   II) El trabajo de las midot En el judaísmo, y en particular en el mundo de las Ieshivot (casas de estudio), se suele hacer hincapié en el perfeccionamiento de las cualidades humanas. Es lo que se denomina en hebreo “midot”. Midot no son modales. Modales son los gestos que nuestra educación nos enseña, y se reducen a ser eso: gestos, para que los vean los demás. Los gestos, si bien no son malos, se limitan a demostrar algo al prójimo y ayudan en muchas instancias a que el otro se sienta bien. Sin embargo, estas demostraciones pueden llegar a ser hipócritas, pues al estar internalizadas y provenir de la conciencia de la persona, suelen fingir o simular sentimientos inexistentes. Las midot, por otro lado, no están relacionadas con lo que ven los demás, sino que, en su esencia, se vinculan con la intimidad moral y el crecimiento ético de la persona. 13 MAXIMAS DEL RABI ISRAEL SALANTER Autenticidad:  No hablar antes de estar seguro de estar diciendo la verdad. Los embusteros pueden parecer tener éxito – temporalmente -, pero a la larga, no se les confía. Al mentiroso no se le cree ni aún cuando dice la verdad. Recuerda: tu reputación depende de la veracidad de tus palabras. La verdad es una carga pesada, por consiguiente, son pocos quienes la sostienen (Meirí Mishlei 3:18). La verdad no queda anulada porque los incrédulos la nieguen. (Rabí Saadia Gaón). Si le agregas a la verdad la estás disminuyendo. (Sanhedrín 29). Agilidad:  No malgastes tu tiempo. Procura estar ocupado siempre, realizando algo útil y bueno. “Tiempo es vida” – no lo desperdicies -. Sé atento a tus responsabilidades y obligaciones para no caer en la haraganería. No hay descanso que valga – salvo que le siga al trabajo -. (Rabí Saadia Gaón). El cerebro es al holgazán como una antorcha al ciego. (Bejinat Haolam). Diligencia:  Entrénate a decidirte a seguir por un camino y una vez tomada la resolución no vaciles, sino llévala a cabo sin demora. Si tienes dificultad en tomar una determinación, pide consejo, pero no permanezcas en un estado mental confuso. La ociosidad cansa más que el trabajo. (Tzavaat Gueonei Israel). Estima:  Respeta a todo ser humano, aún si este es diferente a ti, no comparte tus ideas o se te opone. Nunca olvides que todo ser humano es caro por el solo hecho de haber sido creado a semejanza de D”s, “Tzelem Elokim”. No persigas tu propia fama, pues la gente no respeta a los vanidosos. Recuerda la enseñanza de Ben Zomá: “¿Quién es el célebre? ¡Quién honra a los demás!” (Ética de Nuestros Padres IV). Mejor honrar a una persona sin dinero, que al dinero sin persona. (Tzemaj Tzedek). Un renombre inmerecido trae más vergüenza que honor. (Jafetz Jaim). No hay persona más dependiente de otros que aquel que busca honores. (Rabí Israel Salanter). Tranquilidad Mental:  No permitas que las cosas banales perturben tu tranquilidad mental y paz espiritual. Debes disciplinarte a tener tu vista puesta a lo lejos, lo cual significa mirar adelante y pensar en las cosas que realmente trascienden en la vida. Cuando hagas eso, tu equilibrio mental no se perturbará por los problemas diarios de la vida. No te precipites, pues te podrías encontrar con molestias inesperadas que pueden hacer perder tu tranquilidad mental. Quien ama apresurado, también odia rápido. (Shevet Iehudá). No odies a una persona para mantener el amor de otra. (Sefer Jasidim). Suavidad:  Recuerda el consejo del Rey Salomón: “Las palabras de los sabios se hablan con suavidad”. (Kohelet 9:17). Dirígete con dulzura y sé noble con los demás, aún cuando tengas derecho a enojarte con alguien ¡no lo exageres! Mi amigo es aquel que me advierte mis errores – a solas. (Ibn Gabirol). Es fácil adquirir un enemigo, mas es difícil adquirir un amigo. (Ialkut Shimoní). Al procurar ganancias materiales, la felicidad depende del logro. En la búsqueda de HaShem, sin embargo, buscar y encontrar ocurren simultáneamente. (Rabí José Albo). Aseo:  La Torá requiere que nuestros hogares, vestimentas y calles, estén limpias. Nuestra higiene personal y el aseo de nuestros cuerpos son imprescindibles. No provoquemos que los lugares públicos estén sucios. Cuando Hillel se despedía de sus alumnos, estos le preguntaron: ¿Adónde te diriges? “A cumplir una Mitzvá”, les respondió. ¿Cuál Mitzvá? Preguntaron – respondió: A asearme en el baño. ¿Esta es una Mitzvá? Si en los teatros y aceras hay un encargado que se dedica a limpiar y cepillar las estatuas de los reyes… ¿no debemos nosotros que fuimos creados a semejanza de D”s, tener el mismo cuidado por nuestros cuerpos? (Vaikrá Raba 34:3). Paciencia:  Es imposible evitar algunos problemas. Debes empeñarte en mantener tu paciencia aún cuando te enfrentes a un disgusto que no puedes eludir. Cuando pierdes la paciencia tu fastidio parece peor de lo que realmente es y, como resultado, sufres aún más. Si tu inconveniente no puede ser solucionado inmediatamente, por ejemplo, una enfermedad, ¿por qué agregar preocupación e impaciencia y sufrir más? Con fe no hay preguntas, sin fe no hay respuestas. (Jafetz Jaim). Orden:  Guarda todo en su lugar ordenadamente para que no pierdas tiempo y paciencia en buscarlo. Todo lo que emprendes hazlo de manera organizada y metódica. Esfuérzate en concentrarte en lo que haces y no te distraigas con otros objetos y pensamientos. Un rabino fue a visitar a su hijo que estudiaba en una Ieshivá. Fue directamente a su dormitorio y encontró que su cama, su vestimenta y sus efectos personales estaban guardados cuidadosamente cada cual en su lugar. Al retirarse le preguntó el Rosh Ieshivá: “¿No va a ver a su hijo, ya que vino hasta aquí?” “No hace falta – contestó el padre – , si hay orden en su cuarto, también debe haberlo en su cabeza”. Modestia:  Para ser humilde y evitar la arrogancia, intenta aprender de otra persona. Te percatarás que toda persona posee conocimientos o virtudes que tú no tienes. Reconoce tus limitaciones y no menosprecies las buenas cualidades de tus compañeros. Nadie puede vanagloriarse de ser “lo más grande que hay”. Moisés, el máximo profeta, fue la persona más humilde de la historia. Abate tu soberbia aquí, para que no seas humillado en el más allá (Shmot Raba 30:15). Rectitud:  Ten en cuenta la enseñanza de Hillel: “Aquello que te es odiado a ti no hagas a tu compañero” (Talmud Bavli, Shabat, 31). Si deseas ser justo con tus semejantes, comienza cediendo y renunciando. Pronto te percatarás que la felicidad eterna proviene no de recibir, sino de entregar, no engañando sino brindándose, no en la búsqueda de placeres sino deleitando a los demás y siendo generoso y no envidioso. Quienes aman y practican la justicia son rectos y su conciencia está limpia. A efectos de ser apto para un cargo rabínico (o liderazgo) la persona debe ser capaz de cumplir la Mitzvá, “no temerás a ninguna persona” (Rabí Israel Salanter). Todo placer contiene un elemento de tristeza (Iaarot Dvash). Austeridad:  Hay muchas personas que a pesar de tener suficiente y ser ricos, son envidiosos de los demás. Esta clase de gente es desafortunada y nunca será feliz. Es siempre bueno seguir la enseñanza de Ben Zomá: “¿Quién es acaudalado?, Aquél que se alegra con su porción”. (Ética de Nuestros Padres IV). No emplees el dinero sino para hacer el bien – para ti y para los demás -. No malgastes aquello que tiene valor. El tzadik vigila su dinero cuidadosamente, pues le es preciado y casher. “Dinero casher” es aquel que fue ganado honestamente. La persona prudente es práctica en lo económico pero no es avara. El dinero es un medio para un objetivo, no lo ames como fin en sí mismo. “Sabroso es al hombre el pan habido como engaño, mas después se le llenará la boca de cascajo”. (Mishlé 20:17). Silencio: Muchas personas entran en conflicto por decir cosas que no se deben. Por lo tanto, antes de abrir la boca, piensa primero y luego ábrela. Toma conciencia de aquello que estás por decir. Pregúntate: “¿Aquello que estoy por decir, traerá beneficio alguno a mí o a otros?” Si la respuesta es “no”, o si no estás seguro, es preferible el silencio. Mejor permanecer callado que lamentarse. El ser humano posee numerosas pasiones. Uno de sus rasgos más poderosos y únicos es su facultad de hablar. Hay personas que desarrollan una pasión por hablar mucho, responder mal, emplear un idioma perverso, e insultar hiriendo los sentimientos ajenos. Si deseas ser sabio, aprende a manejar los silencios. La costumbre del mundo es que quien habla no hace obra, y quien hace obra no habla. (Avudraham). Más fácil es retractarme de lo que no dije, que de lo que sí dije. (Ibn Gabirol). EN LOS ENTRETELONES DEL PODER “¡Es un calco del padre!” – decía la gente acerca de Itzjak. Pero… ¿era realmente cierto? Superficialmente, sí. Sin embargo, debajo de los rasgos faciales, que eran muy similares entre su padre (Avraham) y él, había una desemejanza muy pronunciada en las características de ambos en lo que hace a su servicio personal al Todopoderoso. Aquella discrepancia no era incompatible, sino que, por el contrario, era complementaria. Cada uno de los patriarcas, Avraham, Itzjak y Ia’acov, adjuntó su propia enseñanza a la de los demás para preparar entre todos, los fundamentos de la nueva nación. La Torá es sumamente breve al relatar acerca de la vida de Itzjak, en comparación con la de Avraham y la de Ia’acov, a cuya vida y obra la Torá dedica varias Parshiot. ¿Por qué? Pues Itzjak representa la labor interno de perfeccionamiento. Esto no es visible hacia afuera, como sería, por ejemplo, la bondad demostrada por Avraham a huéspedes desconocidos. Para tratar de entender lo que significa esta cualidad, daremos un ejemplo de la vida cotidiana. Uno puede observar una cantidad de judíos que asisten a alguna sinagoga un domingo temprano al Minián. Si bien todos llegan a la sinagoga a la misma hora, nos es imposible evaluar el esfuerzo que significó individualmente para cada uno de ellos, llegar al Minián. Posiblemente, alguno de ellos sufra de insomnio. Otro habrá llegado tarde a casa de una fiesta la noche anterior. Un tercero, puede estar apurado por tener que llegar puntual a un trabajo. A otro, simplemente, le gusta dormir… ¿es, acaso, posible comparar la fuerza de voluntad que tuvo que emplear cada uno de ellos para alcanzar un mismo fin? Ese fue el gran aporte de Itzjak al pueblo: Llegar a exigirse a sí mismo todo el potencial que se pueda alcanzar, analizando hasta el fondo cada una de las acciones que se realiza. En hebreo, el término que lo describe es Guevurá. En la Mishná de Pirkei Avot (4:1) se pregunta: “¿Quién es un ‘guibor’ (una persona de poder)”? Y responde: “Hakovesh et itzró” (quien domina su propia inclinación negativa). Es decir que, si se busca una evaluación categórica de una persona que realmente ejerce el poder de manera absoluta, entonces solo se podrá decir que lo alcanzó, cuando puede reinar sobre sus propias pasiones. Habitualmente utilizamos el término “poder” en su aplicación de lo comparativo. Determinada persona o grupo de personas impera sobre otros y los somete. A tal fin, puede llegar a utilizar uno o varios métodos para imponer su voluntad sobre los demás. Ésta es la connotación negativa (si bien más habitual) del término en cuestión. “Negativa”, pues al imponer su deseo sobre otros, está coartando la libertad a los demás. En este sentido, da lo mismo si se impone por la fuerza física, por la dependencia emocional y seducción sensual, por el poder que le da su dinero o su posición política en un país o en una institución por sobre las necesidades materiales de otros, etc. En esta pulseada física, emocional o económica, gana transitoriamente quien posee en determinado momento más poderío que sus adversarios. Esto no impresiona al autor de la Mishná. Esta clase de “poder” va y viene, (todos somos relativamente fuertes o débiles dependiendo con quién y en qué área nos comparamos) y más que poder, esta actitud se debería denominar una debilidad por parte del que la ejerce, pues no puede resistir tener en sus manos cierta fuerza sin imponerla sobre los demás. (Los Sabios nos advirtieron que nos cuidemos de las esferas del poder, pues habitualmente se acercan a la persona cuando lo necesitan, pero no están a su lado en los momentos de apremio de ésta…) Hay varias instancias en las cuales Itzjak demostró ser dueño de sus propias pasiones. Una de las tantas, la encontramos en el momento en que quiso transmitir su bendición a su hijo mayor, Eisav. Antes de seguir, sería oportuno explicar qué es una bendición (Brajá). La bendición es un deseo para con otra persona. A su vez, es un rezo al Todopoderoso para que asista a aquella persona. Este rezo se consuma cuando la persona siente que su súplica es atendida por D”s (Rash”í en Bereshit 27:5). En el caso de Itzjak, llegó el momento de bendecir a sus hijos, pues sospechaba que estaba llegando su fin. Itzjak esperaba que el pueblo de Israel se construyera mediante ambos hijos. Dado que Eisav tenía una inclinación por la caza, Itzjak quiso responsabilizarlo por el futuro mantenimiento material de la nación, mientras que Ia’acov sería quien condujera al pueblo a nivel espiritual. Cuando Rivká escuchó que Itzjak quería bendecir a Eisav, supo que éste no era el indicado para recibirla, pues ya había demostrado que despreciaba la enseñanza de Avraham. Si bien Eisav respetaba profundamente a sus padres, no estaba dispuesto a llevar a cabo el esfuerzo interno que se requería para alcanzar la espiritualidad. Vestía las ropas que D”s había obsequiado a Adam, el primer hombre. Nimrod se había apoderado de ellas y luego se las quitó Eisav. Estas vestimentas tenían el aroma del Gan Eden. Sin embargo, con solo vestirlas, no se reemplazaba la ardua tarea de auto-mejoramiento. La espiritualidad debe nacer de adentro y no se puede disfrazar. Por lo tanto, Rivká intervino y alertó a Ia’acov para que fuera en lugar de Eisav y recibiera él las bendiciones materiales. No por el hecho que amaba a Ia’acov más que a Eisav hizo Rivká lo que hizo, sino que dijo: “¿Hasta cuándo va a engañar éste (Eisav) al padre?” (Bereshit Rabá 65:3). Itzjak, en cambio, amó a Eisav. A diferencia de Rivká quien ama (“ohevet” en presente), en forma natural a Ia’acov, Itzjak asumió el desafío de amar a Eisav, el cazador (“Vaie’ehav”). No es fácil hacerlo. Requería un afán especial para amar a una persona que cazaba. Cazar puede ser una actividad cruel y requiere de mucha trampa para poder llevarse a cabo. No es fácil educar a un hijo con esta clase de inclinaciones. A su vez, Itzjak encontró en Eisav a una persona que tenía muchos rasgos interiores en común con él mismo. Albergaba la esperanza de que, como él, Eisav utilizara esa naturaleza de la intrepidez para auto-exigirse más. Todos los padres queremos que nuestros hijos sean exitosos. Itzjak quería que Eisav logre dominarse, y creía que lo conseguiría. Rivká supo que no sería así, y colaboró para engañar a Itzjak. En el preciso momento en que Itzjak se percató de su error, inmediatamente lo reconoció y no se defendió. Esto es lo más complejo. Todos nosotros, aun cuando nos muestran la evidencia de nuestros errores, tratamos de “salvar nuestra cara” defendiendo lo indefendible, pues no toleramos que otros tomen nota de que hemos errado. De ahí la necesidad de encubrir. “Peor fue el susto en el momento de descubrir el error en la bendición, que el estar tendido sobre el altar (“Mizbeaj”) cuando el padre lo iba a sacrificar” (Bereshit Rabá 67:2). La alarma existente no se debió a la bendición en sí, sino a percatarse de que había estado equivocado toda su vida en la evaluación de Eisav. Pero… Itzjak reconoció e inmediatamente confirmó, frente al propio Eisav, la bendición conferida a Ia’acov. Esto es Guevurá. El profeta Daniel, en sus plegarias a D”s (Cap.9:4), dice “haKel haGadol vehaNorá” (D”s grande y temible), salteando la palabra “vehaGuibor” (el poderoso), tal como está en la Torá y como, más tarde, los Maestros de la Gran Asamblea (Anshéi Kneset haGuedolá) lo instituyeron en nuestra Tefilá cotidiana. Los Sabios nos explican que la razón de esta omisión fue que consideró que en circunstancias en que los enemigos están subyugando al pueblo de Israel que sigue la Ley de D”s, no se puede hablar de un D”s “Poderoso”. Sin embargo, cuando los Sabios sí lo incluyeron en la Amidá se debió al siguiente argumento: “Precisamente, porque D”s es Poderoso, puede tolerar que otros dominen a su pueblo, pues únicamente Él no tiene apuro para conducir la historia hacia donde Él la lleva”. Cualquier mandatario humano, por más poderoso que pareciera, necesita apresurarse y demostrar su poder antes que lo pierda o se lo arrebaten (o lo dejen de votar en una democracia) o porque muera. La definición de poder, de acuerdo a los Sabios, es tan real y tan distinta a la apariencia a la cual estamos acostumbrados… Y una vez que llegamos a esta conclusión, ¿qué podemos decir de nosotros? ¿Tuvimos alguna vez el poder de no enojarnos en circunstancias adversas? ¿Pudimos reconocer alguna vez nuestro error públicamente en coyunturas comprometidas?
En el santuario del pensamiento
EN EL SANTUARIO DEL PENSAMIENTO En Parshat Itró leemos los famosos “Diez Mandamientos”, que escuchó el pueblo de Israel frente al Monte Sinaí. En la Torá estos mandamientos se enumeran dos veces: Una en Shmot (Cap. 20), donde se relata el evento que estaba sucediendo a siete escasas semanas de haber salido de Egipto, y nuevamente en D’varim (Cap. 5:6), cuando Moshé se despide de su querido pueblo antes de fallecer y los exhorta a obedecer la Torá, haciéndoles recordar nuevamente aquel día decisivo en que entraron en un Pacto con el Todopoderoso frente a Sinaí. Si bien hay ciertas frases modificadas entre ambas versiones, nuestros Sabios dicen que ambas exposiciones en realidad conforman una sola y aprendemos de las palabras de ambas integrándose mutuamente. El último de los mandamientos, habla de la prohibición de la codicia y del deseo de obtener lo que pertenece al otro, como así también la aspiración por tener a la esposa del otro. No cabe la menor duda de que estamos hablando de uno de los preceptos más difíciles de la Torá. Es tan así, que los comentaristas discuten cómo una persona puede regular los sentimientos que lo invaden. Sin embargo, como dijéramos más arriba, dado que estamos convencidos de que la Torá es Di-vina, entendemos que D”s no nos ordenó preceptos, sino aquellos que están en nuestras manos obedecer. Desde ya, que considerando que los caracteres de las personas difieren uno del otro, también las apetencias y los deseos de los seres humanos se van a diferenciar. Es por esa razón, que en ciertas ocasiones será difícil para algunos entender qué es lo que el otro ve como atractivo en determinada persona u objeto. De todos modos, es importante que dediquemos unos renglones a este tema, a fin de aclararnos la visión de los Sabios y sus enseñanzas. En primer lugar, D”s creó a muchos seres humanos a partir de Adam y Javá. Esto nos da la oportunidad a cada uno de nosotros a emularLo cuando somos solidarios con los demás. Dado que los seres humanos tenemos necesidades materiales (esto también es parte del diseño que determinó el Todopoderoso), debemos ocuparnos de cubrir esas exigencias en la manera que no infrinja en la leyes que Él estableció. Cada persona posee medios e instrumentos para cumplir con su misión. Algunos poseen más de cierto elemento, y otro menos. Desde que el Todopoderoso decretó que el sustento nos llegaría a cada uno con incertidumbre (luego del pecado de Adam), la ansiedad de los hombres ha sido constante en su gesta por asegurarse el pan de todos los días y el bienestar de sus hijos. Dentro de esta situación, no solo es difícil imitar la generosidad de D”s, sino, por lo contrario, muchas personas pueden sentir que el semejante está pasando por una situación más cómoda. Cada cual conoce las dificultades que está padeciendo, y generalmente piensa que al prójimo le es más fácil. Pareciera ser que “es más verde del otro lado del cerco”… Quien realmente es creyente, sabe que si D”s ama a todos los seres humanos, jamás privaría a uno de ellos de lo que necesite para cumplir su tarea. En todo caso, está en cada persona, reconocer lo que sí tiene: ventajas intelectuales, bienes materiales, habilidades, momentos de tranquilidad, simpatía, buenos amigos, etc., y darle el uso correcto. Los Sabios nos dijeron (Talmud Bavlí, Iomá 38) que es imposible interferir con las decisiones Di-vinas, y que ningún ser humano logra jamás tocar nada de lo que no le corresponde. Si la persona toma conciencia de que las fortunas del otro no le llegarán de manera ilícita, y si le correspondieran, D”s guarda muchos medios para hacerle llegar lo que deba ser, podría vivir mucho más tranquilo. Reflexionemos sobre las últimas palabras del décimo mandamiento: “No codiciarás… su esclavo, su sirvienta, su toro y su burro… y todo lo de tu prójimo”. Estas últimas palabras parecen ser superfluas. ¿Qué podrían agregar? Algunos comentaristas atribuyen a estas palabras un sentido práctico, dentro de la característica de aquel que mira con envidia las fortunas del otro. A él, la Torá le está diciendo que mire “todo lo de tu prójimo”, es decir, que no se fije únicamente en aquello que parece favorecido, sino que considere que parte del paquete que debe llevar aquella persona consiste en elementos por lo que no fue tan “agraciado” como uno mismo… Los Sabios discutieron acerca de qué acción es la que se considera que está vulnerando la ley de la Torá de no codiciar. Ramba”m (Maimonides – Hiljot Guezeilá 1:9-10) opina que desde el momento en que una persona medita acerca de cómo puede hacerse de algo que posee el otro, está violando la ley de “no desear”, pero una vez que comienza a insistirle y exhortarle al poseedor del objeto a que se la dé, aun si quien la desea paga un buen precio por ello, está incurriendo en la prohibición de “No codiciar”. Rabeinu Ioná (Sha’arei Tshuvá 3:43) agrega a esto que si una persona vende algo que en realidad no quisiera vender, pero lo hace porque le da vergüenza frente al otro que se lo está pidiendo, no se le debe solicitar que lo haga. A su vez, una persona respetada que sabe que la gente no se negaría a venderle o darle algo, no debe procurarlo a menos que sepa que el otro lo haría deseoso. Ramba”n (Najmánides) explica que están vedadas aun las fantasías de las personas respecto a lo que es de los demás, aun cuando los que especulan saben que no van a poder llevar sus ilusiones a la práctica. Navot, primo del rey Ajav, poseía un viñedo lindante al campo de Ajav (Melajim I Cap. 21). Ajav no estaba tranquilo al pasar por ese viñedo y ofreció comprarlo. Navot se negó, pues era una herencia familiar. La esposa de Ajav, Izevel, al ver que su marido estaba ávido de aquel viñedo, contrató testigos falsos que acusaron a Navot de un pecado que le causó la pena de muerte. Más tarde, Ajav fue y se hizo del viñedo de Navot. Tal como sucedió en el caso del rey Ajav – dice el Ramba”m – los que desean lo que no les pertenece, terminarán por buscar y emplear todos los medios para lograr sus objetivos, sin escrúpulos por lo que es lícito y lo que no. Ibn Ezra nos enseña cómo debe hacer la persona para dominar su deseo por lo que le pertenece al otro: Del mismo modo en que el campesino sabe que la hija del rey solo va a ser para un príncipe, debe cada uno contemplar las posesiones del otro. Los Sabios del Talmud agregaron una advertencia más acerca del abismo en el que cae aquel que codicia lo que posee el otro: “Lo que intenta lograr, no lo obtendrá, y lo que ya posee – lo perderá” (Talmud Bavlí, Sotá 9). ¿Recordamos la historia de Hamán? Hamán poseía una gran riqueza y todos le rendían homenaje por orden del rey. Solamente había una persona que no se le arrodillaba: Mordejai el judío. Hamán convocó a su esposa, a sus amigos y consejeros para deliberar sobre esta situación. Después de ostentar su gran riqueza, declaró: “y todo esto no me vale nada, cada vez que veo a Mordejai el judío sentado en la puerta del rey (Esther 5:13)…” “Lo que intenta lograr, no lo obtendrá, y lo que ya posee – lo perderá…” Desde el comienzo, la Tora nos relata acerca de Kayin y Hevel. La discusión entre ellos – según el Midrash – era acerca de la porción que le tocaría a cada uno de ellos. ¿Es humano codiciar? La respuesta es afirmativa… pero está en nuestro poder dominar esa inclinación. Sin embargo, hoy vivimos una situación más compleja. Estamos rodeados de publicidad. Los carteles publicitarios no se reducen a anunciar que existe tal servicio, o que se vende tal otro. Pasados están aquellos tiempos de publicidad limpia e inocente. Hoy, los carteles publicitarios se concentran en generar nuevos apetitos en las personas, para que consuman aquello que no habían sentido como necesario hasta el día de ayer. Toda propaganda, tal como se concibe hoy, engendra en las personas el sentimiento de ser “pobrecitos” porque no tienen esto o aquello. Y si logran hacerle creer que “todos lo tienen”, tanto mejor… La suma de toda la publicidad (que obviamente compiten entre sí, por lo limitado del bolsillo de la gente) crea personas que jamás se sienten satisfechas con lo que poseen. La fuerza de las revistas que exhiben a famosos que parecieran “tenerlo todo”, solo crean miseria humana, pues los lectores, si bien pueden llegar tener un pasar digno llevadero, no pueden quedar limpios de una impresión de que otros son más favorecidos que ellos. El último de los mandamientos fue, es y será difícil. Pero, en particular, de todo esto que dijimos, está más que claro que este precepto (como varios otros en la Torá) se remite a aquello que sucede dentro de nuestro pensamiento. A simple vista se entiende que en los tribunales humanos solo se puede evaluar lo que la persona hace o habla. No así con Quien conoce todo. Esta es una de las particularidades de nuestra Torá, que – delineada por el propio Creador, que sabe lo que estamos pensando – exige de nosotros un manejo de nuestro juicio, cosa que solamente sabe aquel que lo piensa – y el Todopoderoso. TRAPITOS AL SOL Uno de los fenómenos al que nos fuimos acostumbrando los humanos que vivimos en el siglo XX y XXI, es la creciente exposición que tenemos unos frente a otros. Esto fue favorecido por la mayor movilidad que poseemos en horarios y velocidad, a raíz de la posibilidad de comunicarnos a través de la telefonía, el hecho de que cada vez más personas pasamos a vivir una vida urbana, y otros factores. De esta manera, nuestra vida particular se tornó más manifiesta y situaciones que solían ser privadas en el pasado, cobran estado público en el presente. El “periodismo” no cesa de dar a conocer aspectos y detalles de la vida personal de cierta gente, aun cuando no es imprescindible para nadie saberlas, pues ese es el medio por el que “se vende más”. Ya no hay nada que se pueda caratular como “indiscreción” y cuanto más osada la temeridad de lo que se publique, tanto más interesa a los lectores. Es así, que los programas que se dedican a difundir las intimidades de la gente, lograron que este flagelo se vea legitimado a través del “rating” más alto que poseen. Si queremos, podemos intentar analizar cuáles son los motivos de tal curiosidad para conocer la vida de los demás. Posiblemente una de las causas esté estrechamente relacionada con el tema que veníamos tratando en el apartado anterior. La curiosidad es un obsequio Di-vino, imprescindible para el desarrollo humano, pero en este caso, podemos intuir que mucha gente quisiera “vivir la vida del otro”, dado que muchos sienten que su propia vida es, injustamente, “sufrida”, y siempre la imaginan ver “color de rosa” en los demás. Las conjeturas de lo que supone cada uno respecto a la vida del otro son ilimitadas. Pero, dentro de esas presunciones, está la posibilidad de alejarse de la realidad de uno mismo, que pesa y que demanda la responsabilidad de encarar los desafíos y vagar por lo que se imagina en la vida del otro: ¿qué mejor huida del compromiso que esta? Por otro lado, vemos crecientemente que muchos aceptan hacer ostentación ante los demás. Progresivamente se va instalando en la mente colectiva que “uno no existe a menos que sea visto y reconocido por el resto”, y esta mentalidad ayuda a que haya una colaboración desde muchos ángulos para que se eliminen los vestigios de la privacidad. La intromisión en la intimidad ajena por parte de terceros, por un lado, y la predisposición a exponerse por parte de quienes lo creen vital para su fama, reconocimiento o rédito económico, por el otro, forman una especie de complicidad, asistida por los medios que viven de esto. En Parshat Balak, encontramos al profeta midianita Bil’am bendiciendo al pueblo de Israel (en contra de su propia voluntad). En una de las bendiciones, al ver al pueblo de Israel asentado en el “orden de sus tribus”, y con las tiendas dispuestas de manera que desde la puerta de una de ellas no se pueda mirar dentro de la tienda del vecino, Bil’am recitó (Bamidbar 24:5): “Ma tovu ohaleja Ia’acov…” (¡Qué hermosas son tus tiendas Ia’acov!). Claramente, los Sabios nos quieren transmitir con este comentario, la importancia y gravedad que envuelven la intrusión en la vida ajena y la intromisión en la intimidad de los demás. Bil’am sabía que la nación Moav, que lo contrató para maldecir a Israel, no podría lograrlo, considerando las virtudes de Israel, y en particular la que acabamos de mencionar. Por lo tanto, aconsejó a los moabitas y midianitas exponer a sus mujeres para seducir a los hombres con la idolatría del culto al “baal peor” (Bamidbar 25:3). ¿A qué debe este servicio pagano precisamente este nombre? Pues los adoradores de ese culto “poarim”, se exhibían ante él (Talmud Bavlí Sanedrín 106:). O sea, que estamos hablando de la “cultura del destape”, la falta de inhibición y recato, lo opuesto a una de las virtudes que exige la Torá. Cuando nos referimos a la virtud de la discreción y la reserva, esto también tiene derivaciones en otras áreas. En el Talmud Bava Batra se definen las medidas de la distancia establecidas por los Sabios entre construcciones lindantes de los vecinos, dado que la posibilidad de mirar dentro de la propiedad del otro se considera un daño. Dentro de esta idea, no podemos omitir la prohibición del “espionaje comercial”, o sea, descubrir secretos de la empresa competidora (aprovechando la inversión que realizaron los otros para luego quitarles la ventaja que ese conocimiento les proporciona). Podemos agregar, que en el siglo X, el líder de la generación, Rabenu Guershom me’or haGolá, estableció un “Jerem” por el que se prohibe leer correspondencia ajena. Los conceptos que acabamos de verter son difíciles de digerir, en una sociedad que se caracteriza por su exhibicionismo y por demostrar públicamente que lo ve aceptable y adecuado (por acción o por omisión). La pregunta obvia que surge en la mente de mucha gente al considerar lo que hemos expuesto- y además, teniendo en mente lo expresado en el capítulo “amor al prójimo”- es: entonces, ¿la Torá quiere que no me importe la vida del otro? ¡¿Cómo debo hacer para ayudar a otra persona, si desconozco lo que sucede en su ámbito íntimo, y no me solicita asistencia?! Creo que la respuesta correcta es que, en realidad, cada uno ve lo que realmente quiere ver. ¿Dónde vemos eso? En Pirkei Avot (5:22) se pone al patriarca Avraham en yuxtaposición con Bil’am. Hay tres puntos que se mencionan allí. El primero -que nos es relevante en este contexto- es “ain tová” (el “buen ojo”). ¿Qué es el buen ojo, y cómo se lo manifiesta? Avraham veía lo que tenía que ver: respecto a su esposa Sara, dice (cuando llegó a Egipto y su belleza se convirtió en un inconveniente) que “ata iadati” (Bereshit 12:11), ahora supe de la belleza que te caracteriza. Dado que había recato entre ellos (“tzeniut shebeineihem”) (el amor que los unía no dependía del atractivo físico), la belleza no había sido una cuestión para “ver”. Pasaron transeúntes cerca de su tienda un día de sumo calor, a tres días de haber llevado a cabo su Brit Milá, ya avanzado en años. Avraham los vio, y los volvió a ver. (Vaiar / vaiar (Bereshit 18:2)). Hay un ver circunstancial, y hay una mirada que provoca acción, si se requiere. D”s informó a Avraham que destruiría la ciudad de Sdom. No era secreto para nadie qué sucedía en aquella ciudad. Eran años de maldad los que le habían otorgado su mala fama. Avraham no se dejó llevar por su pasión por la justicia (bien merecida por parte de los sodomitas, y con aval Di-vino) y pretendió hallar allí, alguna buena gente “ulai iesh jamishim tzadikim betoj ha’ir” (Bereshit 18:24) (Esta búsqueda terminó infructuosa). El tema que tratamos aquí, da para mucho más. Sin embargo, nuevamente podemos percibir cómo la Torá nos demanda llevar una vida más noble, y seguramente en muchos casos, este requerimiento nos hará nadar contra la corriente. Sepamos, empero, que al obrar con esta cautela y moderación, estaremos elevando nuestras vidas a otro plano, y que las consecuencias directas de esta manera de proceder, nos llevará a una vida pura y sublime. Es verdad: nos permitirá mirarnos más introspectivamente, pero justamente por eso, dejaremos de evadir enfocar la razón por la cual hemos sido puestos en este mundo. Moshé debía censar a la tribu de Leví contándolos a todos a partir de la edad de un mes. “¡¿Cómo puedo ingresar en sus tiendas?!” preguntó Moshé (siendo esto una afrenta a la intimidad y honor de los habitantes). “Tú quédate afuera y una Voz Di-vina te dirá cuántos bebés habitan en ella”. Aun habiendo recibido la orden de censar, la dignidad y privacidad de las personas obviamente condicionaba esa disposición.
Adornándose con plumas ajenas
ADORNÁNDOSE CON PLUMAS AJENAS Cuentan que en cierta oportunidad, el cuervo, enojado porque estaba totalmente cubierto con plumas negras, fue picoteando a otras aves, robándole a cada una, una pluma de color para reemplazar una de las propias, las cuales se fue quitando por sí mismo. Si no me equivoco, el desenlace de la historia concluye diciendo que los otros pájaros terminaron por arrancarle las plumas que no le pertenecían al cuervo y éste se quedó, sin las robadas… y sin las propias. Supongo que la moraleja de esta historia es enseñar a los niños (aun cuando los “grandes” debemos aprender muchas cosas que quizás ignoramos, tanto o más que los niños…) que desear lo que tienen los demás, no sólo no conduce a prosperar, sino que con más probabilidad, nos hará perder lo que ya poseemos. Si fuésemos cuervos, la cosa quedaría allí, pero dado que no somos cuervos, sino seres humanos, la pregunta que nos debemos formular es: ¿qué, de lo que poseemos, realmente nos pertenece (en el sentido de poder considerarnos dueños de eso)? Para muchas personas esta pregunta les puede parecer un poco absurda, posiblemente esto sea consecuencia de una pobre reflexión en materia de auto-conocimiento. No obstante, el profeta Irmiahu (Cap. 9:22) nos dice distinto: “que no se envanezca el sabio con su sabiduría, ni se envanezca el poderoso con su poder, ni se envanezca el acaudalado con su fortuna”. Tanto la sabiduría (que uno debe procurar), como su poder y riqueza, no dejan de ser instrumentos obsequiados por el Todopoderoso, para emplear en la tarea humana. Cuando la persona se siente amo de estos recursos, se está apoderando de lo que no es realmente suyo, es decir que se está “adornando con plumas ajenas”. Un ejemplo clásico de la persona que tuvo suma precaución en no vanagloriarse con lo que no le pertenecía fue Iosef, en el momento en que fue recomendado para interpretar los sueños de Par’ó (Faraón). Después de que el rey mostró estar insatisfecho por los análisis que le ofrecían los hechiceros, el servidor del vino de Par’ó, (aunque de manera muy despectiva) le hizo saber que Iosef, quien estaba en la cárcel en aquel momento, era experto en tema de sueños. Una vez que lo llamaron a Iosef y estuvo parado frente al monarca, respondió: “no soy yo, sino D”s Quien responderá por el bienestar de Par’ó”. Lejos de atribuirse honor por el don que lo caracterizaba, Iosef suscribió a D”s lo que Le corresponde, sin intentar beneficiarse personalmente con lo improcedente. Dice el R. Jaim Shmuelevitz sz”l (Sijot Musar Cap. 12:5732) que esta virtud fue la que más impresionó a Par’ó, quien luego otorgó a Iosef el cargo de virrey y administrador de los alimentos y del tesoro real. (Par’ó no se equivocó: Iosef demostró ser honesto con los bienes del rey, del mismo modo que ya había sido perfectamente fiel a Potifar y al carcelero). Esto aparenta ser bastante simple. Sin embargo, en la vida cotidiana, se requiere mucha humildad y una profunda creencia en D”s, para poder llegar a tal nivel. Existe una vergüenza positiva. Cuando la gente decía (antes, ahora ya ni eso) que alguien actuaba “sin vergüenza”, habitualmente se refería a que ese individuo no tenía escrúpulos frente a los demás. Para la persona creyente, obviamente, la cosa va más allá que eso. La vergüenza es la expresión de desilusión al no proceder a la altura de lo que aspira la conciencia. Cuando una persona toma reparos en considerar si su accionar está a la altura de lo que D”s espera de él y siente que quedó en el camino, entonces experimenta vergüenza. Esta sensación, entonces, es una gracia de D”s y protege a la persona de llegar a obrar inadecuadamente. “Es un buen síntoma en la persona, ser vergonzoso” (Talmud Bavlí, Nedarim 20.) Así sucedió con Adam y Javá, los primeros seres humanos, quienes no tenían de qué avergonzarse, hasta que comieron del árbol del que no debían, y dada aquella pureza y armonía de cuerpo y alma, les era perfectamente lícito y natural permanecer desnudos. Recién al comer e insubordinarse al mandato Di-vino, se hizo presente la voz de la conciencia, que les hizo saber que estaban “desequilibrados” y debían “cubrirse” (R.Sh.R.Hirsch sz”l). Pero, como ya les hizo ver R. Iojanán ben Zakai a sus alumnos antes de morir, habitualmente estamos mucho más preocupados por lo que va a decir de nosotros la gente, a qué opina D”s de nosotros… En los ámbitos en los que D”s está ausente del pensamiento de la gente, desaparece la conciencia y, por ende, la vergüenza. Consecuentemente, nada está prohibido (desean creer aquellas personas), y nada causa vergüenza. Estas personas, si se encuentran con otros judíos que sí se cuidan en estos temas, en la mayoría de los casos, se burlan abiertamente o, al menos (los más respetuosos), lo ven con el rechazo que se reserva para lo ridículo. Estamos hablando del polo opuesto a la idea de la Torá. Tomando en cuenta el origen de la sensación de vergüenza, bien podemos entender porqué el exhibicionismo que está de moda en la (falta de) vestimenta de la gente y en los medios, contradice los fundamentos de la Torá. A su vez, podemos inferir el porqué la modestia de carácter (“tzniut”) conduce al recato y pudor en la vestimenta. El “Saba” (guía espiritual) de Kelm, R. Simjá Zisel Ziv sz”l, era extremadamente cauteloso en no manifestarse por encima de lo que consideraba el nivel espiritual obtenido, por considerarlo una manera de “orgullo falso”, o sea, vanidad. Por ejemplo: no solía recitar el texto de la invitación tradicional a los Ushpizín (los “huéspedes” Avraham, Itzjak, etc.) a la entrada de la Sucá, pues sentía que si realmente ellos visitaran su Sucá, él se sentiría tan avergonzado de ellos, que debería salir. Tampoco besaba el Sefer Torá, pues no creía que amaba a la Torá lo suficiente y que quizás la Torá no querría ser besada por él. Posiblemente, la Torá le contestaría: “No me beses, no necesito tus besos. Si quieres mostrarme que me amas, pues ve y demuestra más voluntad en obedecer lo que está escrito en mi”. (Esta historia la relatamos únicamente por su valor instructivo, y no como ley: nosotros no estamos a la altura de no besar la Torá…). En Kelm, todos sabían que no se debían parar cuando el Saba ingresaba a la sala. Una vez, un alumno nuevo se levantó ante él. Como consecuencia, R. Simjá Zisel se encerró inmediatamente en un cuarto para estudiar Musar (introspección ética) (“Reb Mendel and his Wisdom” de Yisroel Greenwald). Para resumir: La consigna del judío en este aspecto es reconocer que los dones y habilidades, la fuerza física y los bienes materiales son un obsequio de D”s. En la medida en que sean empleados correctamente, esto conduce a una sana satisfacción. En la medida en que uno se reivindica lo que no le corresponde, está encaminado en la senda equivocada. Y si se percata de que aún le falta tanta obra por hacer, esto conduce a una vergüenza adecuada, que lo lleva a desvelarse por ser mejor (y no a un sentimiento culposo paralizante).
Qué vergüenza
¡QUÉ VERGÜENZA! En estas páginas hemos examinado temas relacionados con el trato entre los seres humanos y la opinión de los Jajamim al respecto. A continuación, pasaremos a una de las conductas más aborrecidas por los Sabios, humillar al prójimo en público, disfrutar de los errores ajenos aun cuando uno no provocó la circunstancia activamente y quedar pasivo frente a una situación en la cual el semejante está pasando vergüenza. El primero de los tres está muy presente en nuestra sociedad, gracias al “aporte educativo” que recibe desde los medios, en cuyos programas de “entretenimiento” abundan los que muestran como “divertido” (y aparentemente inofensivo) cuando otro la está pasando mal. No cabe la menor duda de que más que informar, esto ayuda a fomentar la discriminación en contra de los que sufren alguna clase de limitación. Vayamos ahora a las fuentes. Ia’acov trabajó con esfuerzo durante siete largos años para contraer matrimonio con Rajel, hija de Laván. Al cabo de los siete años, en la misma noche de bodas, Laván tomó a su hija Leá en lugar de Rajel y la condujo al casamiento (con el pretexto de que la costumbre del lugar era no casar a la menor antes que a la mayor). Recién al otro día, Ia’acov notó que era Leá. No nos extraña de Laván, pues ya sabemos que era mentiroso y pudo así lograr que Ia’acov trabaje por él siete años adicionales gratis. ¿Y Rajel, dónde estaba? Dicen los Sabios, que Rajel colaboró con el siniestro plan, del cual se enteró a último momento, a pesar de que Ia’acov podía ahora renunciar a casarse con ella. Sabiendo que el padre era embustero, Ia’acov y Rajel habían preparado contraseñas para darse a conocer y evitar así los posibles engaños. Sin embargo, cuando Rajel vio que conducían a Leá, dijo para sí: “Ahora mi hermana va a sufrir vergüenza”. Inmediatamente le transmitió la información arreglada con Ia’acov a su hermana. (Y eso lo hizo segura de que perdería el mérito de casarse con Ia´acov, ya que no estaba en consideración la opción que se casara con las dos, como sabemos que ocurrió al final) El sacrificio de Rajel no quedó impago y cuando los méritos de los demás patriarcas no alcanzan para defender al pueblo de Israel y llora Rajel, D”s le responde: “Detiene tu llanto… pues hay recompensa por tu acción… y volverán de la tierra de sus enemigos” (Irmiahu 31:15) (Talmud Babá Batrá 123). Tamar, nuera de Iehudá, sedujo a su suegro y quedó embarazada por él, luego de haber sido enviada a su hogar paterno al haber fallecido los maridos, ambos hijos de Iehudá, para esperar que el hermano menor Sheilá la tomara como esposa. Sin saber que él mismo era el autor del embarazo, Iehudá decretó sobre ella la pena de muerte. Tamar ya era conducida a la hoguera, cuando envió ciertos objetos pertenecientes a Iehudá para que reconociera su participación en la cuestión. Del hecho en sí, que Tamar no publicó la paternidad de Iehudá, sino que lo dejó en manos de él, a pesar de estar al borde de la muerte. Los Sabios aprenden que “es preferible para una persona ser arrojado a las llamas, antes de avergonzar a otra persona públicamente” (Talmud Bavlí, Brajot 43). Existen, a su vez, personas que no caen en este flagelo, pero no dejan de gozar el hecho que otro (y si es su adversario, mejor), caiga en desprestigio. El Talmud Bavlí, (Meguilá 28.) cuenta que le preguntaron a R. Nejunia ben Hakaná porqué había llegado a la longevidad. Respondió: “Nunca me honré con la degradación de otro…” (Y sigue enumerando otras virtudes). R. Natan Tzvi Finkel sz”l debía observar una dieta especial en su ancianidad. Algunos alumnos eran “expertos” y sabían prepararle la comida de acuerdo a su régimen. En cierta ocasión, los “cocineros” habituales se ausentaron y tomó su lugar un suplente. La comida no le salió muy bien. Al día siguiente, los alumnos acostumbrados, habiéndose enterado del fracaso del día anterior, le trajeron avena de calidad y manteca fresca de Ierushalaim. Después de probar un bocado, R. Natan Tzvi sintió nauseas y exclamó: “Me están envenenando. Están dándome comida con el deshonor del compañero” y no comió más (Hameorot Hagdolim 70). En otra ocasión, un alumno entró a la Ieshivá un día de Shabbat a la mañana y comenzó a remangarse como todos los días como para colocarse el Tefilín. A otro alumno, le surgió una leve sonrisa en la boca. Cuando ocho años más tarde, este segundo alumno se le acercó en Iom Kipur para pedirle una bendición, R. Natan Tzvi se enojó con él y le reprochó por el goce que había tenido ante el error del otro. “Y desde entonces, aún no he visto una mejoría en tu conducta en este aspecto” (ibid 125). Otra historia. Cuando R. Mendel Kaplan sz”l era maestro en la Ieshivá de Chicago, ocurrió que los alumnos se cansaron del menú que ofreció la cocinera para el almuerzo (ensalada de huevo y postre colorado) durante trece días seguidos. Un grupo de ellos envió entonces una carta sarcástica a la administración de la Ieshivá sugiriendo un cambio: “¿Quizás se puede modificar por ensalada colorada y postre amarillo?” – preguntaron. La cocinera se sintió tan agraviada que no pudo servir comida ni saludar a la gente durante meses. En el transcurso de un Shiur (clase), R. Mendel interrumpió lo que estaba diciendo para hablar sobre el tema de no avergonzar a otro, mencionando algunos de los pasajes que acabamos de nombrar. A su vez, comentó: “Sería conveniente comer únicamente ensalada de huevo y postre toda la vida, antes de hacer pasar vergüenza a una persona”. En ese momento los alumnos se percataron de que les estaban hablando a ellos. Hasta este momento nos dedicamos a quien avergüenza o a quien goza del deshonor ajeno. A su vez, es obligación nuestra cuidar del otro, para que no llegue a sufrir desprecio o burla a manos de los demás. Existen numerosas leyes que están basadas en el cuidado “de no avergonzar al que no posee” (Talmud Bavlí, Pesajim 82) o de “no discriminar al que no sabe”. Un día, un alumno se durmió y comenzó a roncar durante la clase de R. Mendel. Su compañero le dio un empujón para despertarlo, pero R. Mendel lo paró. “La Halajá obliga a despertar al compañero para que no pierda la hora del Shmá, pero no para escuchar mi Shiur”. A continuación aclaró unas cuantas leyes relacionadas con la prohibición de molestar el sueño del otro. El alumno somnoliento se habrá percatado del cambio en la voz de R. Mendel y comenzó a despertar. Temiendo que sintiera que todos lo estaban mirando, R. Mendel cortó en la mitad de la oración y volvió al tema que estaban estudiando: “y con esto se responde la pregunta del Ramba”n, y podemos seguir la Guemará”. Estamos aún muy alejados de una conducta de la cual aprobaría la Torá. Esto no quita que debamos esforzarnos para erradicar este mal de nosotros.
No soy el unico
NO SOY EL ÚNICO Nos hemos venido concentrando en aclarar conceptos relacionados con la prohibición de avergonzar a otro y lo pernicioso de enorgullecerse con lo que no es auténtico o no le corresponde a uno. El deber del judío es exactamente lo opuesto. No sólo que no se debe vanagloriar uno mismo, ni “creérsela” que por haber hecho algo meritorio, uno ya ha cumplido con toda su tarea en términos de la estima que se le debe a los demás, sino que, por lo contrario, uno debe procurar permanentemente lograr reconocer el valor positivo en la tarea que desarrollan las otras personas y respetarlas por ello. En hebreo el término para describir esta actitud es “kavod” y la obligación es: darle “kavod” a los seres humanos. ¿Cómo se traduce “kavod”? Puede ser “honor”, “dignidad” o “respeto”. Nosotros vamos a utilizar estos términos en forma indistinta, a pesar que, posiblemente, ninguno de ellos sea la traducción acabada del concepto. Importante será no equivocar la actitud fundamental de honrar a otra persona, con la grave prohibición de adular, es decir: decirle loas con el objetivo de “quedar bien” con aquella persona o para pedirle favores. El lisonjero, no honra a las personas, sino que busca, en su egoísmo, encontrar el beneficio que puede obtener de cada persona y de cada situación. Lamentablemente es más común toparse con la segunda modalidad que con la primera. Dada la similitud en la manera de manifestarse del adulón y del que genuinamente honra a las personas, podemos decir, quizás, que la diferencia la hemos de descubrir en cuanto analicemos la intención por la cual se le está dando honor al prójimo, y el calibre de la manera de dirigirnos a ella, en comparación al trato que le damos a los demás. Este, como otros temas similares, depende totalmente de la voluntad de auto-conocimiento que tenga la persona. Pero, volviendo al tema: ¿De dónde nace la dificultad en reconocer lo bueno en el otro? ¿Por qué nos cuesta tanto? En la Mishná de Pirkéi Avot (4:1) se cuestiona: “¿quién es respetado?” Y responde: “Quien respeta a los creados”. No está claro cómo la respuesta satisface a la pregunta. ¿Qué relación existe, acaso, entre el respeto que se le brinda a otros, con el respeto que se recibe de terceros? Aparentemente, la Mishná nos quiere enseñar algo importante. Las personas que buscan que los demás los honren, actúan con altanería pensando que eso les traerá más reconocimiento de la gente. Sin embargo, el renombre es un obsequio Di-vino, y una persona que hoy cae en gracia a la gente, puede perder esa estima repentinamente de un día al otro. La estima tiene su manera de llegar a las personas que menos la buscan. Aquel que no desprecia a nadie, sino que respeta a las personas de manera universal por el solo hecho de ser “creados” por D”s, esa persona está, en realidad, rindiendo homenaje a D”s, Quien creó a los seres humanos. D”s, en devolución, Lo respeta a él. (Sidur de R. Sh.R. Hirsch sz”l). Para ponerlo de modo figurativo: Quien mira a los demás subido sobre una escalera (es decir, desde una estatura que no es la propia), ve a todos chiquitos… Quien los mira parado en el suelo, los ve “normales” y humanos. La modestia, entonces, nos permite aproximarnos al aprecio debido a terceros. Consecuentemente, surge lo siguiente: el respeto que se le brinda a otros, trae aparejada, en correspondencia, una visión objetiva de sí mismo. Esto, a su vez, quita el deseo desmedido de ser respetado por otros y permite a la persona crecer auténticamente. Al alcanzar este punto, la persona es, merece ser y demuestra ser realmente digna y respetable. De la lectura superficial de la Mishná, surge, sin embargo, una pregunta más: ¿Acaso es importante ser respetado? La respuesta es: No. Uno no debe buscar el reconocimiento de los demás. “Quien busca el honor, el honor huye de él; quien le escapa, el honor lo persigue”. Le preguntaron al Jafetz Jaím: Si quien lo busca, no lo logra, y a quien le corresponde, le escapa… ¿quién recibe, entonces, verdadera honra? A lo cual respondió: “En algún momento todos dejamos de correr. Al fallecer, el reconocimiento auténtico sobrepasa al que lo merece”. (Ética del Sinaí 4:1de Irving M. Bunim, de Ed. Iehudá). En la Parshá Vaigash (Bereshit 47:20) encontramos a Iosef, virrey de Egipto, quien recibió a sus hermanos con sus familias en época de hambruna y luego aplicó una ley compleja y de gran envergadura en su puesta en práctica: mudó a todos los habitantes de Egipto de una ciudad a otra (teniendo en cuenta la importancia de mantener el equilibrio de las distintas profesiones y oficios en la sociedad de cada pueblo). Y todo esto, ¿para qué? A simple vista, dado que todos vendieron sus campos a Par’ó (Faraón) a cambio de pan, esto era una señal visible y contundente que se habían convertido todos en arrendatarios de Par’ó, y no en dueños de sus campos. Sin embargo, Rash”í (47:21) nos hace saber que existía otra razón para todo esto. Iosef no quería que a alguno se le ocurriera despreciar a sus hermanos y sus familias llamándolos “extranjeros”, pues desde ese momento todos los ciudadanos se habían convertido en “extranjeros” en su propio país natal. Hasta tal punto, cuidó Iosef el honor de sus hermanos. Respetar al prójimo no es algo abstracto, ni tampoco significa adularlo. Es simplemente (o no tan simple…) apreciar lo bueno en él, valorarlo tal como es y ponerse en su lugar a pesar de las posibles diferencias entre los dos, empezando por los que están más cerca de uno. A partir de esa actitud, luego vendrá el amor y preocupación por su bienestar, pero a nada se llega si no existe la estima en primer término.
La verdad verdadera
LA VERDAD VERDADERA “¿Querés que te sea sincera…?” ¡Cuántas veces escuchamos estas palabras! Y… ¿son claramente sinceras? Y si una persona siempre dice la verdad… ¿por qué necesita aclarar que lo que está por decir realmente es sincero? ¿Cuántas veces creemos que somos francos en lo que decimos para recién darnos cuenta más tarde de cuánto nos habíamos logrado sugestionar antes de darnos cuenta de la realidad? Antes de seguir adelante, pongámonos de acuerdo que existe una verdad. Ciertas personas niegan esta afirmación, y tratan de conjeturar frases tales como “cada uno tiene su verdad”, que es una especie de relativización de los conceptos y que tiene como objetivo justificar cualquier clase de vida, (en la que cada uno obra acorde a su propia comodidad), sin sentirse presionado por la conciencia, ni percibir que uno está viviendo sus años “del lado equivocado del cerco”. El paso siguiente, según estas personas, es acusar a todos aquellos judíos que recitamos como parte de nuestras plegarias que agradecemos al Todopoderoso por “habernos legado su Torá auténtica”, y que, a su vez, creemos realmente en que la entrega de la Torá es axiomática, de ser “fundamentalistas” y creernos los propietarios únicos de la verdad negando así las opiniones de los demás… Efectivamente, no somos los dueños de la verdad, sino que intentamos ser dignos portadores de la misma al estudiar y observar correctamente lo que en ella dice de acuerdo a las enseñanzas de nuestros padres y maestros, que son el eslabón anterior al nuestro en nuestro nexo con la Revelación Di-vina en el Monte Sinaí. Si una persona analiza nuestras fuentes, encontrará que los seres humanos tenemos la oportunidad de aproximarnos a un estado de honestidad intelectual como para poder distinguir entre la verdad y su imitación. La objetividad conduce hacia el estudio de la Torá y se traduce en la honradez en el quehacer diario. ¿De qué modo? En los rezos matutinos introducimos uno de los párrafos (“Le’olam”), con las siguientes palabras: “como regla, debe ser la persona temerosa del Creador, reconocer la verdad, y hablar verdad en su corazón…” Llegar a cumplir esto no es un tema sencillo y requiere mucha autodisciplina. No obstante, paso a relatar distintas historias reales para mostrar cómo aquellos que se propusieron ser auténticos consigo mismos, lo lograron en distinto grado. Y si lo decidimos, podemos humildemente sumarnos a aquel acercamiento a D”s Quien es la Verdad Absoluta. Esta historia, la relató R. Rafael Altman, un alumno de la Ieshiva de Telz, Cleveland acerca de su Rosh Ieshivá, R. Eliahu Meir Bloch sz”l, fallecido en 1955. El R. Bloch había perdido a su esposa y a cuatro de sus hijos en el holocausto y se había vuelto a casar en EE.UU., adonde había encontrado refugio. De aquel segundo matrimonio tuvo otros dos hijos. Cuando el pequeño Iosef Zalman cumplió tres años, dos de los alumnos, grandes admiradores del papá, que provenían de familias pudientes, le obsequiaron un triciclo, algo que era considerado como un objeto lujoso para aquella época. Estos dos alumnos estaban en la clase que estudiaba Ioré Deá, la sección de Shulján Aruj, Código de Ley Judía, sobre la cual habitualmente se prueba a los alumnos que desean ejercer luego como rabinos de comunidad. Cuando los dos muchachos se presentaron ante el R. Bloch para el examen, éste les comentó que había estado redactando la carta de agradecimiento por el generoso gesto que habían tenido con su hijo. Pensándolo bien, agregó: “siento que yo no soy la persona adecuada para tomarles la prueba de conocimiento, pues posiblemente no los indague con el mismo rigor con el que examino a los demás alumnos (después de haber recibido el obsequio). Por lo tanto, le pediré al R. Jaim Mordejai Katz [sz”l] que me suplante en esta ocasión”. (Extraído del libro “In the footsteps of the Maggid” de R. Paysach Krohn) En 1952, Tzvi Iehudá, el nieto de R. Iejezkel Levenstein sz”l, quien estaba muy enfermo en EE.UU. falleció un viernes a la noche. Apenas terminó Shabbat, la familia se contactó con R. Najum Parzovitz sz”l de Ieshivat Mir y muy allegado a R. Iejezkel, para que le transmitiera la triste noticia. R. Najum entró en su habitación y con cara apenada dijo que tenía novedades de EE.UU. “¿Sobre el niño?” – preguntó R. Iejezkel. R. Najum asintió con la cabeza. “Ya lo sabía”. “¡¿Cómo?!” – preguntó R. Najum incrédulo. “El viernes a la noche tuve un sueño en el cual mi padre y otro hombre enterraban al niño en un manto de Sefer Torá”. Después de un rato, los dos Sabios siguieron conversando angustiados. Mientras hablaban, entró la habitación un muchacho para consultarle a R. Iejezkel acerca de cómo y cuándo iría para dar su alocución, pues aquel día se celebraba los shloshim (treinta días desde el fallecimiento), de R. Itzjak Sher sz”l de la Ieshivá de Slabodka. “No voy a hablar” – respondió R. Iejezkel. “¡Pero en todos los carteles ya está anunciado que Ud. será uno de los disertantes!” – exclamó el muchacho sorprendido. R. Iejezkel lo miró y le respondió: “yo sé que si hablaré en la reunión por R. Itzjak Sher, esto despertará en mí, la tristeza personal que siento por el deceso mi nieto. Es factible que me emocione hasta el punto de lagrimear y la gente pensará que estoy llorando por el fallecimiento de R. Sher. Yo, sin embargo, sabré que en realidad es por mi nieto, y no quiero crear una imagen falsa”. (Extraído de “Around the Maggid’s table” del mismo autor) Una historia más. En este caso, la de un rabino jasídico. En cierta ocasión, el Rebbe le preguntó a uno de los Jasidim (alumnos): “¿Qué harías vos si encuentras 100 rublos en la Ieshivá?” El Jasid respondió: “¡Rebbe, qué pregunta! – Inmediatamente buscaría a la persona que los perdió”. “Este no es serio” – pensó el Rebbe. Le preguntó lo mismo al próximo. “Yo estoy en mala posición. Si a mi me ocurriría, me guardaría el dinero sin contarle nada a nadie”. “Este es un ladrón…” – pensó el Rebbe. Cuestionó a un tercero. “¡Mire, Rebbe!” – respondió – “quien sabe cuánta fuerza espiritual tendré yo en esa situación. Espero, que si me sucediera, tendría yo la suficiente voluntad para actuar correctamente y retornarlo a su dueño…” “¡Por fin una persona honesta!” exclamó el Rebbe. Como ya hemos mencionado en otras oportunidades, cada uno de nuestros patriarcas – Avraham, Itzjak y Ia’acov – sumó su aporte personal a los fundamentos de nuestra nación. En el caso de nuestro patriarca Ia’acov, hemos heredado de él su empeño por desarrollar su búsqueda por la verdad. Si bien en este número ya no alcanzaremos a extendernos acerca de la vida de Ia’acov, será suficiente si tomamos conciencia de cuanto nos falta para ser auténticamente sinceros en palabra y acción. R. Baruj Ber Leibovitz sz”l tenía una hija casadera. Demoró varios años hasta que encontró un muchacho adecuado para su hija. Como era costumbre en aquella época, el joven regresó a su Ieshivá hasta el momento del casamiento. Un día, sin previo aviso, R. Baruj Ber recibió un paquete. Era del novio quien devolvía todos los obsequios y anunciaba el corte del noviazgo sin razón alguna. R. Baruj Ber estaba destruido, pero no podía evitar informarle las tristes noticias a su hija. Pasaron los años. Un día recibió una carta de quien pudo haber sido su yerno. Estaba postulándose para el cargo de rabino en cierta ciudad y necesitaba su recomendación. R. Baruj Ber se esmeró y redactó una hermosa carta. Una vez terminada, pidió a dos de sus alumnos que la leyeran. Al analizarla, los muchachos se asombraron por la cantidad de elogios que había volcado sobre el candidato. Tampoco entendían por qué R. Baruj Ber les pidió que la examinaran. “Yo temía que dado el dolor que me causó, no escribiría todas las mejores loas” – explicó – “es esa la razón por la que les pedí que controlaran que yo no haya vertido algún sentimiento de sufrimiento en la recomendación.” Esto es grandeza. Quién habrá dicho aquellas pavadas que nosotros no fuésemos personas honradas si está todo claro, lo pueden ver no tenemos nada para esconder Ya de chiquitos nos enseñaron a no mentir si faltamos a la verdad nomás “es un decir” siempre dependiendo del contexto sabremos encontrar algún pretexto Todo en la vida es relativo conviene o no hacerse el vivo calculando con precisión de cuanto nos cuesta decidimos ser, o no, persona honesta Las situaciones “hay que saberlas manejar” adaptándose a la necesidad de aparentar cuando fingimos aún sabiendo la verdad y guardamos silencio en complicidad Claro que es más fácil un pequeño engaño al no haber alguien puntual a quien le afecte el daño copiarse en las pruebas … ¿que querés que te cuente? para nadie… ni la hija del presidente No sabés el día que me apuré un montón por “desperfectos técnicos” se atrasó el avión quizás se enteren que la gente está harta que todo el día le venden “jarta” No es que quiero que seas mentirosa, esto es sólo una mentira piadosa es que costaba cara la entrada “decile que tenés doce, no seas cuadrada” Otro tema tan precario es cuando llegamos fuera de horario “se me quedó el auto”, “la calle es un lío” o le invento algún otro cuento del tío. Crucé la luz roja, me paró el policía rápido las neuronas, ¿que le diría? más bien que igual no me haría la boleta porque decidí arreglarlo con una cometa. O cuando debía algún dinero y el que fue tan gaucho ya me amenaza mi cuenta, como siempre, bajo cero le salgo con “sabe Ud. lo que pasa …” En fin, si quiero que toda la gente me vea a mí como persona creyente tener conciencia que de lo que uno “zafa” grande o pequeña es un estafa En la mentira “criolla”, si no estoy tan seguro por las dudas le agrego la palabra “te juro” y así me acerco algo más al abismo donde ya ni siquiera creo en mi mismo.
Lo cortés no quita lo valiente
LO CORTÉS NO QUITA A LO VALIENTE “Toda discusión cuya motivación es Di-vina se sostendrá, mientras que aquella cuya motivación no es Di-vina no tendrá permanencia. ¿Cuál es una discusión con motivación Di-vina? Aquella que hubo entre la Ieshivá de Hillel y la de Shamai. ¿Y la otra? La pelea entre Koraj y sus seguidores” (Pirkei Avot) Esta Mishná despierta unas cuantas preguntas: Se puede comprender que hubo discusiones entre los alumnos de Hillel y Shamai. Sin embargo, ¿dónde está la pelea entre Koraj y sus seguidores? ¿No eran, acaso, un bloque que tenían a Moshé y a Aharón como adversarios? ¿Qué significa, al margen de esto, que una discusión tuviese, o no, “motivación Di-vina”? Analicemos parte por parte. Ante todo las discusiones legales de las Ieshivot de Hillel y Shamai (como la gran mayoría de las discusiones similares del Talmud) se caracterizaban por tratarse de casos atípicos si no totalmente hipotéticos. Las situaciones cotidianas en una sociedad observante de las Mitzvot, no daban espacio a que hubiese dificultades en ellas. El análisis de estos casos no habituales permite una comprensión cabal de la ley de la Torá. Tanto en la discusión de aquellos Sabios, como los Poskim (expertos en Halajá) posteriores hasta el día de hoy, salvando las distancias, no hubo ni existe influencia alguna de lo que sostiene la opinión pública o alguna subjetividad personal en la resolución de la ley. Es por eso que el Talmud define sus argumentos (los de ambos lados) “palabras del D”s Viviente”. Ambos se esmeraron en llegar a comprender las enseñanzas de sus maestros con precisión objetiva. ¿Y cómo era su relación personal? “Y, si bien éstos declaraban algo como puro y aquellos impuro, no dejaban (sus esposas) de facilitarse sus utensilios mutuamente. Y, si bien, éstos permitían cierto casamiento y aquellos no, no dejaban de contraer matrimonio entre ellos”. Los comentaristas explican, que en caso que cierta circunstancia fuese conflictiva según la opinión de los otros, se advertían mutuamente para no violar la ley según aquella opinión. Objetividad, convicción, sinceridad, respeto por la opinión del adversario, amor. ¿Por qué? Pues ambos eran objetivos al máximo. ¿Y por qué se fijó la ley más veces como la opinión de Bet Hillel? Pues eran modestos y nunca olvidaban de explicar PRIMERO la opinión de Bet Shamai junto a la suya propia. Cualidades humanas y mayor objetividad. Volvamos ahora a Koraj y su gente. Moshé los llama y se niegan a ir. Acusan a Moshé de abusar del poder de su autoridad (hoy también se acusa a los Rabanim de ejercer el “monopolio del poder”), cuando Moshé ni siquiera “tomó un burro de ellos” en ejercicio de sus funciones (rectitud moral). Dicen defender la democracia (“acaso no es todo el pueblo santo y está D”s entre ellos…”). Moshé les advierte que si trajeran todos (los 250 seguidores) el incienso, tarea exclusiva del Sumo Sacerdote que todos ellos pretendían ser, solamente uno de ellos sería elegido por D”s. Los demás morirían (ellos ya lo sabían, pues conocían lo que había sucedido con los hijos de Aharón). No obstante cada uno de ellos (250 hombres) trajo incienso… “Yo soy el verdadero elegido y quienes me acompañan en la revolución, mis compañeros de fórmula – morirán…” deben haber pensado cada uno de ellos…, y fueron juntos a presentar el incienso. Existe el amor disfrazado de discusiones. Hasta hoy estudiamos las opiniones de Bet Hillel y de Bet Shamai con la misma devoción. No caducaron con el tiempo por más que en la práctica sólo se obedece la ley como una sola de ellas. Había motivación Di-vina. Había objetividad. También está la “unión” que encubre un odio latente. (Koraj y compañía). Personas que se unen en protesta, cuando en su corazón cada uno de ellos desea él mismo el poder hegemónico sobre los demás, como sucede en los partidos políticos. Moshé no es el adversario. Son ellos mismos quienes en realidad no se toleran entre sí. “Y que no sean como Koraj y su gente…” nos advierte la Torá. No debemos crear peleas inútiles. ¿Cómo cuáles? No como las de Bet Hillel y Bet Shamai. Al contrario. Debemos luchar por la verdad de la Torá y no comprometer nuestra convicción por una unión ilusoria. ¿Odio? Las discusiones objetivas no producen odio. ¿Koraj? Aquí ya entramos en el terreno de las ambiciones personales. Analiza sinceramente tus motivos y verás. Zeev era una persona muy sensible para con los demás. Si bien era muy avezado en su comercio, todos sabían que podían acudir a él, cuando necesitaban alguna ayuda económica. Un día, se le acercó Shimón para pedirle una suma de dinero substancial. Shimón no tenía buena reputación, pues en ocasiones anteriores no había tenido con qué pagar sus deudas. Por lo tanto, Zeev razonó que si él no lo asistiría, nadie lo haría. A su vez, creyó Zeev, que dada la situación, Shimón haría el máximo esfuerzo por cumplir. Sin embargo, pasados ya dos años desde la fecha en que Shimón debía devolver la deuda, no había aparecido siquiera para disculparse por la mora. Zeev decidió encararlo para reclamar la devolución. “No sé de que me estás hablando” – respondió Shimón negando rotundamente la deuda. Enfurecido, Zeev citó a Shimón a un Din Torá (Tribunal Rabínico). Los dayanim (jueces) juzgaron que Shimón debía jurar que no había recibido dinero alguno – y quedaría libre. Zeev estaba seguro que Shimón se abstendría de jurar en falso. Pero, se equivoco una vez más. Shimón juró que no había recibido ningún préstamo de Zeev. Zeev no pudo contener su ira. Delante del tribunal le increpó a Shimón por su mentira y dijo: “Ya no me importa el dinero. Si a Ud. no le molesta jurar en falso, entonces Ud. es una ofensa para nuestro pueblo.” Habiendo dicho esto, se retiró del recinto. Cada vez que surgía el tema, Zeev repetía lo mismo. Ya no era cuestión del dinero, era un tema de principios y de la afrenta al nombre de D”s, por el cual Shimón había jurado. Pasaron los años, y en cierto Shabbat, Zeev subió a la bimá (podio en el centro de la sinagoga, desde donde se lee la Torá para el público). Frente a toda la comunidad, anunció que quería pedir perdón abiertamente por haber ofendido públicamente a Shimón en ocasión del pleito que habían tenido. Extrañada, la gente le preguntó el porqué de su cambio de idea. Zeev respondió: “Esta semana estuve en otro pueblo, y me invitaron a presenciar un litigio de dos desconocidos, idéntico al que tuve con mi adversario. El inculpado juró de la misma manera que lo había hecho mi contrincante en mi caso, obviamente con la consiguiente irritación del demandante. Yo presencié los procedimientos de la corte con mi ánimo imperturbable. Camino a casa, me detuve a meditar acerca de lo que había sucedido y se me ocurrió que no había sentido la más mínima indignación por la eventualidad que hubiese presenciado un posible juramento en falso. “¡Cómo!” – me pregunté. “¿No había estado predicando durante todo este tiempo que mi indignación se debía a que este judío había violado uno de los Diez Mandamientos en público? ¿Por qué no me inquietó el juramento de aquel desconocido del mismo modo que mi adversario? Obviamente, porque en el fondo me molestó más la deuda impaga que el juramento en falso…” (idem) UNA LUZ AL FINAL DEL TUNEL La vida tiene sus altibajos. Todos sentimos muchas veces que nos encontramos en un callejón sin salida. Al enfrentarnos a situaciones que creemos que nunca habíamos experimentado anteriormente, sentimos que esta vez la circunstancia es tan grave, que “de esta no vamos a salir”. Sin embargo, en casi todos los casos, en última instancia y de alguna manera sí, salimos. ¿Cómo llamamos a esa sensación del “peor momento de mi vida”? ¿Existe la posibilidad de evitar llegar a esas situaciones? ¿Cómo las encaramos? Existen otros escenarios en los que tenemos la percepción de que “no vamos ni hacia atrás, ni hacia adelante”. Estamos agobiados por la eterna presión del día a día, de tener que cumplir con obligaciones interminables en términos económicos, sociales, rituales, etc. y estamos virtualmente exhaustos. Tenemos la impresión de transitar un círculo vicioso y no ir hacia ningún lugar, y por la mente se nos cruza la pregunta: ¿Para qué? ¿Cuándo va a haber un respiro? Suele suceder que tenemos un “ataque” de inspiración y queremos hacer algo “bueno y útil” para la comunidad o para una institución. Lo comentamos con algún conocido para que nos acompañe en nuestra gesta. Pero, de inmediato nuestra ilusión se nos cae: “no vale la pena” – nos dicen – “¡Para qué el esfuerzo, si igual siempre termina siendo lo mismo…!” ¿Qué tienen en común todos estos casos? En hebreo las podemos catalogar bajo el término de Ieush, o sea, desesperanza, el equivalente a la falta de confianza. Ser pesimista es grave. Se debe luchar para no caer en la desilusión. ¿Desilusión de qué? Del hecho en sí, de saber que como ser humano se debe intentar, y seguir intentando superarse, tener ideales, crear proyectos, asumir responsabilidades – y entender que sí es incumbencia de uno. Comprender que nuestra obligación no es lograr, sino intentar crecer y construir. Esta noción surge de la fe en que somos seres creados por el Todopoderoso con el objeto de llevar a cabo una misión. A partir de los axiomas que explican la cosmovisión de la Torá, se entiende que todo lo que sucede en este mundo, ocurre porque Él lo decidió. Los logros – o la ausencia de ellos – no son nuestros para atribuirnos o apoderarnos de ellos. Cuanto más clara y enraizada esté esta conciencia en nosotros, tanto menos el dolor provocado por los aparentes fracasos. Nuestra sociedad exitista y altamente competitiva, logró formar más perdedores que ganadores, pues impuso una suerte de “standard” por el cual solamente recibe reconocimiento auténtico y aclamo aquel que llega a obtener el título de campeón. A todos los demás, se los considera como “pobrecitos” que se quedaron en el camino por no poder llevar a cabo sus aspiraciones. Las consecuencias de sentirse desdichado, pueden ser terribles, pues mucha gente no logra volver a levantar cabeza después de esta clase de caída. Quienes nos desempeñamos en la tarea de la formación de niños en escuelas, podemos apreciar hasta qué punto la creencia de los alumnos en que “no se puede”, o que “jamás van a llegar”, se convierte en el mayor obstáculo para desenvolverse de acuerdo a su potencial. La actitud de desconfianza automática en “todo” – no es nueva. Se le atribuye a Kayin (hijo de Adam y Java, quien asesinó a su hermano Hevel) la frase “let din, ve’let dayan” (no hay justicia, ni hay juez). Kayin no quiso aceptar el dictamen Di-vino que rechazó su ofrenda. La sensación – objetiva o subjetiva – de injusticia, es muy difícil de sobrellevar. El Talmud nos enseña que a cada ser humano, cuando llegue a estar de pie frente al Trono Celestial, se le formulan varias preguntas. Una de ellas es: ¿tzipita li’Ieshuá? (¿tuviste esperanza? ¿haz anticipado la salvación de D”s? – Talmud Bavlí, Shabbat 31:) A simple vista, parecería tratarse de la esperanza por la redención total que ocurrirá con la venida del Mashíaj. Sin embargo, no se reduce a esa creencia únicamente. La asistencia Di-vina es ilimitada, y en todo momento y coyuntura, debemos saber que absolutamente todo depende de ella. En la Haftará de Parshat Pinjas, el profeta Eliahu, que había luchado toda su vida en pos de la supervivencia espiritual de Israel, se encuentra en el Monte Sinaí solo ante una Revelación Di-vina singular. Izevel la reina, había mandado matar a todos los profetas genuinos y había importado a los sacerdotes del Ba’al para inculcar a los judíos dicha adoración. Eliahu logró reunir a todos los judíos del reino de Israel ante el Monte Carmel y demostrarles la Autoridad Única de D”s. Pero la situación no cambió (Melajim I 19:4). Eliahu ya sentía que no podía más: “kano, kineti” – he celado por Ti, pero los judíos permanecen tercos en su idolatría. La respuesta de D”s no se hizo demorar: “Ve y nombra a Elishá” – si Eliahu ha perdido la esperanza de que Israel habría de modificar su actitud, ya no era la persona indicada para guiarlos. En Parshat Pinjas, la Torá nos cuenta que las hijas de Tzlofjad pidieron a Moshé que se les diera la porción que hubiera correspondido a su padre fallecido en la tierra de Israel. Rash”í (Bamidbar 26:64) comenta en este contexto que la proximidad de su pedido en los pasajes de la Torá con la mención de que no habían sobrevivido los hombres que desconfiaron de la posibilidad del ingreso del pueblo a la tierra de Israel, es para demostrar la diferencia de actitud entre los hombres y las mujeres. Mientras los primeros pedían: “Pongamos un líder y volvamos a Egipto”, las mujeres reclamaban: “¡dénos una parcela en la tierra prometida!”. La carencia de confianza es parte de la humanidad desde sus albores: la propia serpiente insinuó a Javá (y a Adam): “¿por qué D”s prohibió el consumo de este árbol? – ¡¿no será tal vez que no quiere que el hombre Le haga ‘competencia’?!” (Bereshit 3:5, Rash”i). Sabemos que la confianza “no se compra”. Se adquiere con las demostraciones reiteradas de honradez y honestidad. Cuando una persona confía en otra, lo hace – en realidad – en la creencia que el ser humano puede – y debe – emular a D”s y ser recto. La confianza en las personas no es “en reemplazo” a D”s. En 1929, el mundo vio desmoronarse las bolsas de comercio de una manera sin precedentes. El Jafetz Jaim, en su momento, explicó que la especulación y el modo exagerado de fiarse en papeles, había sido en desmedro de la Confianza en el Creador, Quien provee el sustento de cada ser humano. Claramente, nos habituamos a declarar culpable antes que inocente, a quienquiera del que tengamos la más mínima sospecha. Las situaciones que vivimos en ciertos países con claros abusos de autoridad, impunidad y arbitrariedad, lograron hacer que se pierda la convicción en la Autoridad genuina, de D”s y de quienes tratan de hacer las cosas bien. La confianza existe en los diferentes niveles y es un factor crítico para la subsistencia de la humanidad: la confianza en D”s, en uno mismo, y quienes lo rodean. Como en tantas oportunidades más, encontramos cómo la Torá nos ayuda a corregir las actitudes erradas que asimilamos en un mundo que parece haber perdido la brújula. Rabí Avraham Ibn Ezra (siglo XII) escribió un breve mensaje de esperanza al pueblo judío en forma de espejo (se puede leer de atrás hacia delante). En él, nos transmite que sepamos que D”s no nos abandona: “Sepan de Vuestro padre no se demorará, volverá con Ustedes cuando sea el momento”. Que se cumpla pronto en nuestros días. דעו מאביכם כי לא בוש יבוש, שוב ישוב אליכם כי בא מועד CREDULIDAD O SUSPICACIA Allá por el año 1692 sucedió en Salem, Massachusetts la famosa “quema de brujas”. Debido a que los datos históricos con que contamos, no son necesariamente fehacientes, lo que sigue es nada más que la posible narración de uno de los episodios que marcó el juicio a las mujeres acusadas de practicar hechizos. -”No, ¡no soy bruja!”. – “¿Cómo puede demostrar que no es bruja?” -”No soy bruja, pues concurro a la iglesia, visto de acuerdo a lo que me indican allí, tengo 35 conocidas que pueden dar testimonio de mi Buena conducta, y estoy el día entero en la plaza principal vendiendo manzanas. En todo este tiempo jamás alguien me podrá haber visto moviendo mis brazos para echar un maleficio a nadie. – “¡Gran cosa!, Obviamente Ud. hace todo eso que dice, pero quizás Ud. es bruja en su tiempo de ocio. Quizás Ud. sabe embrujar sin mover sus brazos o sus labios, y aquellas 35 personas a las que hace alusión, posiblemente estén todos bajo su conjuro. Dado que Ud. No puede demostrar que Ud. no es bruja, la tendremos que castigar. Lejos de vivir en una época de quema de brujas (¿las habrá hoy?), lo que no desapareció en absoluto es la falta de presunción de inocencia de los demás, aun cuando se trata de los que nos rodean y con quienes interactuamos a diario. R. Israel Salanter, en sus 13 máximas de vida, cuenta la “Menujá”, como uno de los ejes a trabajar en el crecimiento personal. “Menujá”, en este contexto, no se refiere al descanso físico que suele ser muy necesario y útil. En cambio, Menujá sí es la paz espiritual indispensable para funcionar como corresponde: con D”s y con los seres humanos. Esta serenidad no es un atributo fácil de lograr en un mundo convulsionado donde los cambios se producen a velocidad vertiginosa, o así nos lo hacen creer los medios de comunicación, que proveen noticias sensacionalistas a fin de ser escuchados y vender más, constantemente. Para contrarrestar esta postura y lograr la calma, se debe profundizar la fe en el Todopoderoso, que es Quien determina todo lo que sucede, y por ende, es el responsable de todas esas cosas que nos ocurren, que nos irritan y que nos predisponen mal. Al mismo tiempo, la armonía interior se logra a través de la toma de conciencia del orden de prioridades en lo que pretendemos en la vida. El espacio que nos permitamos para reflexionar acerca de qué cosas son realmente importantes en nuestro quehacer y cuales otras son solamente secundarias, nos permitirá decidir cuánta dedicación y cuánta ansiedad aplicar a cada tema en el contexto de lo demás. Si logramos juzgar cada situación en relación a nuestra escala de valores genuina, alcanzaremos el equilibrio emocional que buscamos. Recordemos: No hay felicidad sin tranquilidad, y no hay tranquilidad a menos que se la quiera vivir. A veces, vemos a personas que atraviesan situaciones comprometidas y las toman con calma. Los envidiamos – no por los problemas – pero si por el modo en que lo encaran. ¿Por qué nosotros no podemos imitarlos? ¿Por qué perdemos la tranquilidad con tanta facilidad? ¿Hemos pisado baldosas flojas en la calle cuando acabábamos de vestir ese traje recién retirado de la tintorería camino a una fiesta? ¿no le ha sucedido que la ropa que se acababa de secar, se volvió a mojar por la lluvia, o que el colectivo se le fue justo cuando llegaba a la parada con los minutos contados para cumplir con una cita importante? O quizás… ¿la sopa se volcó cuando fuimos a atender la puerta o el teléfono?, o quizás ¿los cordones de zapato se rompieron cuando estábamos apurados?, etc… Todos los días estamos expuestos a que estas cosas sucedan. Viendo estas situaciones a la distancia, sabemos que “el mundo no se cae abajo” cuando suceden. Con un poco más de perspectiva hasta nos podemos reír de nosotros mismos por la reacción que tuvimos en el momento en que sucedieron. ¡¿Pero en el momento?! En realidad, no quisiéramos parecer ridículos por nuestras reacciones, o por perder la prudencia. ¿Por qué es así? ¿qué podemos hacer? Efectivamente vivimos en un mundo acelerado. Todo va más rápido. Todo debe ser eficiente- y de inmediato. No nos toleramos errores (aun menos si son advertidos por los demás), y, por lo tanto, nos toleramos menos unos a los otros. El secreto pasa por ejercitarse mentalmente. Decidir de antemano que cuando sucedan esas cosas pequeñas e insignificantes, las tomaremos con tranquilidad, recordando ahora – antes que se presenten nuevas crisis – todas las dificultades que ya hemos sobrevivido – sin que nos trague la tierra… No es un ejercicio difícil, especialmente cuando ahora – en este momento – de todos modos está todo tranquilo. Esta práctica mental se puede llevar a cabo en cualquier lugar – aun mientras se ducha. Si se logra trivializar los problemas insubstanciales, se ha logrado un importante comienzo: efectivamente “se puede”. Ahora es cuestión de crecer en ese rumbo. Si se pudo mantener la calma en los obstáculos pequeños, se podrá luego mantener el sosiego y la ecuanimidad, durante las crisis medianas. Es más, el hecho en si que uno reaccione con aplomo ante los bretes, reducirá la ansiedad de quienes nos rodean – pues no temerán acercarse para comentar lo que necesiten y la comunicación será más transparente y fluida. Le sonreirán a uno, y muchas de las crisis más habituales no “pasarán a mayores”: desaparecerán, o, al menos, van a aminorarse como “por arte de magia”. Sin duda, que la mejora será gradual. Tendrá sus altibajos iniciales. Luego se sentirá más seguro y más tranquilo. Como padres queremos inspirar confianza en nuestros hijos, pues solamente con la tranquilidad nuestro mensaje va a prevalecer por encima de las múltiples y tentadoras ofertas que se le propongan a lo largo del camino, especialmente cuando se encuentren en un terreno espiritualmente hostil. Y ya sabemos: ¡la confianza es tan difícil de alcanzar y tan fácil de perder…! Uno de los puntos delicados en la de por sí ardua tarea de educar, es encontrar el punto de proporción óptimo entre la credulidad y la suspicacia. Obviamente, ambas son necesarias. Por un lado, no queremos que a nuestros hijos “los tomen por tontos”, o los “atropellen”. Queremos que sean “vivos” y se defiendan en un mundo corrupto. Sin embargo, por otro lado – la persona desconfiada suele generar recelo en sus interlocutores. En los casos más extremos, suele sospechar de su propia sombra. Su vida, no es vida, pues no llega jamás a ser feliz. ¿Dónde está el término medio? Esta no es una pregunta a la que le podamos dar una fácil respuesta, pues va a variar en la gran cantidad de coyunturas posibles que se les presenten a nuestros hijos. No obstante, no olvidemos de diagnosticar nuestro acopio de impresiones. Vivimos ansiosos, casi en permanente estado de inminente angustia. Un huracán que arrasa con una ciudad, subtes de una capital que son destruidos, la inseguridad en la esquina de la casa de uno. Ya adquirimos el hábito de alarmarnos continuamente. Esto no es saludable. No olvidemos que de todas las percepciones que llegan a la mente de nuestros hijos, prevalecen las que más nos estremecen. Los mensajes negativos son más fuertes que los positivos. Los padres tenemos la Mitzvá de educar a nuestros hijos. Por naturaleza, también los amamos. Si bien ese amor no es un precepto específico respecto a los hijos, es espontáneo y ayuda a formar un vínculo íntimo. En ciertas oportunidades, sin embargo, es evidente cómo la supuesta defensa o auxilio por parte los padres es en realidad una apología narcisista: le “tocaron” al hijo de uno. Muchas veces, esos padres, con el mismo espíritu egoísta, son los que más hieren a sus hijos en distintas formas… No obstante, en el instinto natural está la predisposición a salir a proteger a nuestros hijos en cualquier situación que percibimos que puede ser riesgoso para ellos. Si no llegáramos a “defender” lo que creemos es bueno para ellos, nos sentiríamos culpables de haberlos abandonado. Esto nos lleva a casos en los que – posiblemente – ese sentimiento de fragilidad (por no ampararlos suficientemente) nos lleve a obrar (desafortunadamente aun delante de ellos) de manera que no los beneficia en su auténtica educación. Creemos que los defendemos, pero en realidad les causamos un daño a largo plazo. Hay un punto más a tomar en cuenta: Una de las características más notables en aquella sociedad que confía en que todo se tiene que poder en la era de la tecnología y que identifica la inexcusable eficiencia y los logros irrevocables con el valor de persona que uno es. O sea: hay que ser Superman. No se puede fallar. Nunca. Fallar es pecado. Es demostrar que uno es… un ser humano. No es malo aspirar llegar a la perfección. Sin embargo – ¿podemos mostrar que somos vulnerables? Hasta cierto punto, sí. ¿Debemos enseñar a confiar en la bondad y en la sinceridad humana? Sin duda que sí. Es la base de la convivencia entre las personas. En particular, es importante inculcar a los niños a confiar en los maestros. Elegimos la escuela con los docentes que mejor nos van a representar en nuestra escala de valores. De no ser así, debemos educarlos nosotros en casa. Los maestros no son funcionarios políticos. Más allá de instruir cierta disciplina a nuestros niños, pretendemos de ellos que nos personifiquen a nivel humano. Como modelo de vida que pretendemos que sean para nuestros hijos, igualmente no son menos falibles que nosotros mismos. Si aplicamos en ellos la actitud corriente de presunción de culpa salvo que demuestre su inocencia, nos estaremos incriminando a nosotros mismos. Los hijos observan a los padres. Son los más sagaces fiscales. Saben detectar los sentimientos más íntimos, y aprenden. Con el tiempo, van a copiar la actitud de sus padres – pero esta vez contra la voluntad de los propios progenitores… En una escuela sucedió un accidente: la puerta de la camioneta escolar en la que viajaban los niños, se abrió y uno se cayó. Afortunadamente, la caída fue leve y no se tuvo que lamentar heridas. Sin embargo, la actitud de recelo no se hizo esperar: “andá a saber si tenía los papeles del auto en orden”, “¿por qué la maestra no estaba mirando?”. ¿Por qué pensar bien, si se puede pensar mal…? Una de las Mitzvot que se exige de cada judío, es juzgar al prójimo “hacia el lado positivo de la balanza” cuando se lo encuentra en un estado en el que se puede confiar o sospechar (Pirkei Avot 1:6). Leemos en Dvarim (16:20): “Justicia, justicia perseguirás”, no se refiere a aquel a quien se le ha causado un daño y que acude a la justicia para defenderse. Esto es obvio. Justo se debe ser respecto a la evaluación de las actitudes del prójimo con las que nos cuesta identificarnos. Encontramos en el Sidur, en la Amidá diaria, un pedido para que D”s reestablezca la justicia y los jueces como en los días de antaño. En aquel texto, pedimos a D”s que “reine sobre nosotros con Jesed veRajamim (bondad y misericordia) y vetzadkeinu bamishpat (nos absuelva en el juicio). Evidentemente, el atributo de la generosidad es el que permite que se exima al compañero. La falta de esa nobleza, es la que nos hace ver todo lo de los demás con ojo intransigente e inflexible. No es simple el reto que debemos enfrentar: en una sociedad intranquila, crear una isla de justicia y paz en nuestro hogar, que llegue hasta nuestra alma – y la de nuestra familia. MIL RAZONES PARA PELEARSE ¿Ud. necesita razones para pelearse con alguien? Seguramente no. Las peleas “se dan” sin que se les busque motivos especiales. Antes que uno se dé cuenta, está metido en el lío del cual hubiese preferido quedarse afuera. Sin embargo, estando adentro, cuesta salir. Muchas veces, uno tiene la “suerte” de haberse involucrado en el tema. Viendo de qué se trata, a uno le puede parecer absurdo que la gente pierda tiempo, amistades de muchos años y buenos vínculos con la familia por asuntos que, vistos con objetividad, suenan un tanto infantiles. En algunas peleas se trata de “principios” que pueden ser ideológicos, pero también pueden ser producto de la imaginación (hay quienes piensan que cuando uno cede a lo que pide el otro está “agachando la cabeza” – cosa que corre, a ojos de nuestra sociedad, en contra de una sana auto-estima). En la mayoría de los casos, después de un tiempo, la gente ya ni se acuerda la razón original por la cual comenzó la disputa. Pudo ser que algo que hizo una de las partes molestó a la otra, la que a su vez, devolvió con una respuesta que la primera juzgó como exagerada, dado lo insignificante que le puede haber parecido su ofensa inicial. Para que queden las “cuentas equilibradas”, el primero también responde de acuerdo a lo que calcula sería justo, y así la escalada no tiene freno hasta que se llega a una ruptura total. El tiempo hace lo suyo (con la ayuda activa o pasiva de los participantes), de manera tal que ya se interpreta en forma negativa cualquier actitud del adversario. Aun cuando, con buena voluntad, un tercero intenta acercar las posiciones (lo cual es visto como una Mitzvá importante en la Torá y se atribuye al sacerdote Aharón, hermano de Moshé Rabeinu, haber dedicado su vida al respecto), verá que en la mayoría de los casos las posiciones parecen tercas, inamovibles, y, por qué no, irreversibles. Para ser veraces, cuando uno analiza ciertas disputas, se encontrará con una situación en la cual ambas partes tienen cierta razón. En muchos conflictos, como aquellos que vemos con frecuencia de relaciones laborales entre empleadores y empleados en situaciones cuando la empresa ya no rinde ganancias para abonar los salarios o mantener el personal que tuvo hasta el momento, uno se encuentra con la realidad de que ambas partes son honestas, en principio, en lo que están argumentando, salvo que la situación los supera y cada uno defiende lo suyo. En las terribles reuniones de consorcio, nadie tiene “la culpa” que haya filtraciones de agua en el departamento que está debajo de la terraza, ni que el portero se enfermó y se necesita un suplente pago, ni que el calor de la calefacción central no le llega a un vecino porque las cañerías están obstruidas. Pero todos, con cara larga, tienen que pagar su parte proporcional “por la culpa de los demás”. ¿Estamos condenados a vivir así? No me refiero a que desaparezcan las situaciones conflictivas, pues, dado el instinto de supervivencia, aunque no fuésemos demasiado egoístas, muchas situaciones comerciales y laborales terminarán igualmente en un juicio. Me refiero más al estado anímico (de malestar) que acompaña las peleas. ¿Es posible evitar la “bronca”? A su vez: ¿existen peleas que se puedan eludir? En Parshat Vaietzé (Bereshit Cap. 29, 30), encontramos a nuestro patriarca Ia’acov, en varias situaciones sumamente desagradables. Comienza con el relato que, como fugitivo perseguido por su hermano Eisav, llega a la casa de su tío Laván. Durante los veinte años que Ia’acov habitó con Laván, éste no perdió oportunidad para intentar aprovecharse de la benevolencia y del espíritu trabajador de su sobrino. El primer gran engaño fue cuando después de haber pactado que le daría a su hija Rajel como esposa al culminar siete años de trabajo como pastor del rebaño de Laván, al momento de cumplir con su parte, Laván le dio a la hermana Leá y luego de las protestas de Ia’acov, se “acordó” de decirle que, como costumbre local, no se casaba la hermana menor antes que la mayor. Sin embargo, allí no terminaron las cosas. A pedido de Laván, Ia’acov trabajó siete años más por Rajel, y otros seis años por un sueldo que surgiría a partir del aspecto (color de las manchas del cuero) de la cría que tendrían los animales del rebaño de Laván desde aquel momento en adelante. Pero, cuenta la Torá, Laván modificó las condiciones del salario decenas de veces. Mantener la paciencia en tal situación, es más de lo que la mayoría de nosotros estaríamos dispuestos a aceptar. La traición, más aun viniendo de un tío-suegro, nos haría “explotar” en cualquier instante. Al final, llegó el momento de irse. La situación “no daba para más” y habían quedado pendientes la promesa de Ia’acov a la que se obligó al salir de casa de dar el diezmo cuando prosperara y el precepto de estar cerca de su padre para respetarlo. A su vez, D”s le ordenó a Ia’acov que vuelva a su tierra natal, lo cual él refrendó con sus esposas. Ia’acov, quien a esta altura de los acontecimientos, sabía “con qué bueyes araba”, reunió a su familia y emprendió el viaje. Pero no llegó a transitar mucho. Laván lo persiguió para eliminar a toda la familia (que eran sus propias hijas y nietos) y hasta los amenazó advirtiéndoles que estaba en su derecho hacerlo si no fuese porque D”s le amonestó que no tocara a la familia de Ia’acov. Rajel, por su lado y sin contarle nada a su marido, había quitado las estatuillas de la casa de su padre para apartarlo de la idolatría, razón por la cual Laván ahora revisó todos los bultos con las pertenencias de Ia’acov y su familia para controlar si habían llevado algo de su casa. En veinte años de convivencia, es imposible que no se hubieran mezclado algunos utensilios de una familia con los de la otra (R. Sh.R. Hirsch sz”l). Sin embargo, la pesquisa dio resultado negativo. ¡No hubo nada ajeno! Después de esta investigación humillante, le tocó el turno a Ia’acov de enojarse. “Va’ijar leIa’acov” y Ia’acov se enojó. ¿Qué le dijo a Laván? Sinceramente, le podía haber dicho de todo y con justa razón. Sin embargo, no hubo nada de eso. “¿Cuál es mi infracción y mi pecado, que me estás persiguiendo? Buscaste entre todos mis utensilios… ¿Qué encontraste de lo que te pertenece…? En todo el discurso de Ia’acov, no percibimos una sola palabra de recriminación. Únicamente se defiende de la actitud que tomó Laván y nada más. Para nuestros parámetros, eso parecería ser una posición débil. No para la Torá. “Se reconoce a la persona “be’kisó, be’kosó uvka’asó” – a través de su bolsillo (cómo utiliza su dinero), de su copa (cómo bebe y come) y de su enojo (por cuáles cosas se enoja y cómo controla su enojo).” Es más, no solo se da a conocer el carácter de la persona, sino que se considera una de las virtudes más sublimes el poder controlarse en momentos de adversidad. “El mundo no se mantiene, sino por aquellos que saben callar en momentos de peleas” (Talmud Bavlí, Julín 89:). R. Kalman Krohn se dedica desde hace muchos años a apoyar a familias carenciadas en distintos sitios del mundo. Se acercaba Pesaj, y uno de sus amigos viajaba a Israel. R. Kalman decidió aprovechar la oportunidad, y le solicito que lleve un sobre para una familia que tenia muchos gastos médicos y anualmente recibía una ayuda de Rav Krohn. El amigo gustosamente se hizo cargo de llevar el sobre con los 1700 dólares y entregarlos a los beneficiarios. Pasaron los días, se aproximaba Pesaj, y R. Kalman no recibió el llamado de agradecimiento de los asistidos que siempre solían demostrar su aprecio por el gesto. Pensando que posiblemente habría un error en el número de teléfono anotado en el sobre, llamó a su amigo. “No sé cómo decírtelo” – respondió este con cierta vergüenza – “recibí tantos mensajes, recados, encomiendas y paquetes – que sinceramente no encuentro tu sobre…” “No te preocupes” – sugirió R. Kalman – seguramente en Jol HaMoed – con menos corridas y presión de la que hay antes de la fiesta, ya va a aparecer…”. Llegó Jol HaMoed, pero aún sin noticias. R. Kalman volvió a llamar, pero su amigo aún no había encontrado el sobre. “Seguramente aparecerá cuando estés haciendo la valija para volver” – insistió R. Kalman. Pero el sobre había desaparecido. Una vez de vuelta en los EEUU, el amigo se sentía preocupado – por enfrentarse con R. Kalman. Seguramente le diría que era un irresponsable. El encuentro no se hizo esperar: R. Kalman apareció el mismo día de su llegada en la puerta de su casa – ¡con un paquete! Al abrirlo, el amigo se encontró con una sorpresa: una torta. Pero, ¿por qué? – preguntó. “Que sea esto una señal de nuestra amistad, que no se vea perjudicada, ni aminorada por este episodio desafortunado” – respondió R. Kalman. El versículo en Mishlé (Proverbios 15:1) nos hace saber que “la respuesta suave (no cínica) quita el enojo, mientras que la palabra exasperada eleva el nivel de la ira”. No es fácil convivir con gente falsa. Nos cruzamos periódicamente con personas descaradas en un mundo desvergonzado. No lo podemos evitar. Muchas veces tenemos ganas de castigar a alguno con un muy merecido insulto. En ese momento nos podemos acordar de Ia’acov y decidir que si él pudo con un tío de las características que ya mencionamos durante 20 años… ¿no podemos hacer un pequeño (o no tan pequeño) esfuerzo de aportar lo nuestro para vivir tranquilos? Cuentan que en cierta oportunidad un rabino escuchaba a un hombre que se quejaba de otro. Al final, el rabino le respondió que tenía razón. Luego entró el adversario diciendo exactamente lo contrario. A éste, el rabino también le dio la razón. La esposa que escuchó todo, no comprendía cómo ambos podían tener razón al mismo tiempo. Le contestó el rabino: “Vos también tenés razón”. (Adaptado en parte de las prédicas de mi padre sz”l) Habitualmente se pierde la razón inicial de la disputa, y ya no importa cuál era la opinión inicial de cada uno, pues lo que está en juego es el honor y el orgullo de cada uno de los integrantes. Lo que escribo es muy rutinario. Los vínculos no se destruyen de la noche a la mañana. Es un proceso. En ese transcurso, cada uno ve al otro, o a los otros como responsables de lo que está pasando. Y en realidad… ¡la responsabilidad es compartida! Pues de manera activa o pasiva, es decir agrediendo o permitiendo que esas agresiones sucedan, ambos o todos los integrantes permiten que el deterioro y el daño crezcan. Ninguno frena la pelota. “¡¿Pero qué culpa tengo yo?!” – (¿Ud. se escucha a sí mismo diciendo este argumento?) Como dijimos, muchos creen, erróneamente, que tomar la iniciativa de volver a acercarse al otro es “bajar la cabeza”, o “dar el brazo a torcer”, o “dejarlo salirse con la suya”. Son todos pretextos para mantener una postura intransigente, prolongar la disputa, y ahondar en la decadencia. “Pero intenté varias veces, y no quiere llegar a un acuerdo…”, o “no hay con quien hablar”, o “es imposible razonar con ella”– (¿Ud. se escucha también diciendo esto?) A menudo, no sabemos ponernos en los zapatos del otro. Frecuentemente, es necesaria mucha perseverancia. El dolor del otro, justificado o no, no se aplaca tan rápido. En otras ocasiones, tenemos que aprender a acercarnos a la otra persona con un tono de voz distinto y en el momento adecuado. Es posible que nos aproximamos con el deseo de resolver, pero con un estilo que no ayuda a calmar los ánimos. Del mismo modo en que el desgaste fue paulatino, así también la mejoría suele ser lenta. La otra persona debe estar convencida de que no le estamos hablando desde la soberbia. Debe convencerse que nuestro acercamiento no es algo esporádico, sino que creemos y queremos hacerlo de manera sostenida. También debe convencerse a sí mismo de que él o ella es capaz de modificar sustancialmente su actitud que estuvo justificando durante el deterioro de la relación. Esto requiere perseverancia y tiempo. ¡FUEGO, FUEGO! En Parshat Emor (Vaikrá 24:10) se nos relata sobre dos personas que tuvieron un conflicto a raíz del lugar de emplazamiento de la carpa de uno de ellos que quería ocupar un espacio dentro del área correspondiente a la tribu de Dan, mientras el otro se oponía. No quiero entrar en este momento en los detalles de la escaramuza. Sí, deseo destacar el final desdichado que tuvo ese enfrentamiento. Uno de los dos rivales se enfureció hasta el punto que cometió uno de los pecados más graves de la Torá, sobre cual están advertidos aun los no-judíos: profanó el sagrado nombre de D”s. Este hecho insólito le terminó costando la vida. Obviamente, así también finalizó la contienda, que podía haber sido resuelta de modo más feliz…. El tema de los enojos es tan común que seguramente nos parecerá “normal” (cuidado, pues la palabra “normal” depende siempre de quién la está empleando…). Sin embargo, sepa también, que los arrebatos y los arranques reiterados son los medios de autodestrucción más habituales y los que resquebrajan los hogares de la gente. Cuando se suele calificar a una persona como “de mucho carácter”, se trata comúnmente de individuos que insisten en sus ideas, a veces con mucha vehemencia. ¿Eso es bueno o malo? ¿Podemos hacer algo al respecto, o no? Veamos. El Ramba”n (Rabi Moshé ben Najmán) escribió una carta a su hijo que se volvió famosa con el correr del tiempo. Es conocida como Igueret haRamba”n (la carta de Najmanides). (En español fue publicada por Editorial Iehudá bajo el nombre de “Carta para las generaciones” con el comentario de R. Jaim Feuer). Al comienzo de dicho escrito, el Ramba”n cita que “acostúmbrate siempre a decir todas las palabras con tranquilidad, a toda persona y en todo momento, y de ese modo te salvarás del “ca’as” (ira), el cual representa una característica nefasta, que conduce a las personas a pecar… y en el momento que te libres del “ca’as”, se apoderará de tu corazón la conducta modesta, que es la conducta superior por sobre todas las buenas conductas…” Ramba”n claramente manifiesta su opinión acerca de los vicios de la ira. Es más. Muchas veces en las que “nos zafamos” de la racionalidad y nos exasperamos con violencia, una vez concluido el episodio nos sentimos avergonzados de nuestra conducta y habríamos preferido nunca haber dicho lo que acabamos de gritar. Es posible también que uno intente encubrir esa vergüenza tratando de reafirmar lo que dijo creyendo que de ese modo se sostiene mejor. Sin embargo, sería muy injusto generalizar. No todos tenemos la misma naturaleza. En Pirkei Avot (5:14) aprendemos que existen varios tipos de temperamento: “1. Aquel que se irrita con facilidad y se reconcilia fácilmente – su ganancia se malogra por la pérdida; 2. aquel que se encoleriza con dificultad; pero también le cuesta componerse – su desventaja se amortiza con la ganancia; 3. aquel que se enfurece con dificultad y se restablece fácilmente – es una persona piadosa; 4. aquel que se disgusta con facilidad y también le cuesta congeniarse – es un malvado”. Evidentemente, a algunos les costará más dominar su carácter que a otros, pues D”s no nos creó a todos iguales. No obstante, convengamos en que, a pesar de las diferencias con las cuales fuimos formados, claramente tenemos la obligación de intentar dominar nuestros berrinches. El Rabino Avraham Twerski M.D. hace una reflexión sobre esta Mishná: hay distintas etapas dentro del enojo. Cuando sucede algo que nos molesta mucho, instantáneamente sentimos desagrado. Esta primera fase, suele no ser voluntaria, y es sumamente difícil controlar. No es el tema de la Mishná. ¿Qué sucede a continuación? El desagrado y la contrariedad iniciales se convierten en alteración y enfurecimiento (que a veces se mantiene sometida y en otras se traduce en actos violentos), y luego, desafortunadamente, se mantiene en forma de rencor, antipatía y resentimiento. Estos dos últimos son el objeto de la Mishná. Estos sí se pueden dominar y gobernar, o aunque fuese, mitigar para atemperar las situaciones. Esta no es una tarea fácil. Requiere mucha voluntad. Ud. se preguntará: “¿Eso significa que todas las veces que nos enojamos estamos obrando mal?” No necesariamente. Hay momentos y situaciones muy diversas. El libro Mesilat Iesharim (Cap. 11) de R. Moshé Jaim Luzzatto, nos dice que existen escenarios en los cuales se requiere demostraciones de desaprobación contundente. No todo vale, y, p.ej. como padres y maestros, o como miembros responsables de la sociedad, debemos demostrar claramente nuestra postura ante actitudes impropias de los hijos o alumnos y otros semejantes. Aun así, dice el Mesilat Iesharim, se debe aplicar el “Ca’as haPanim v’lo ca’as haLev” (enfado del rostro y no el enfurecimiento del corazón). La imagen que proyectamos debe reflejar solamente nuestra postura frente a las circunstancias. No debe manifestar un sentimiento de rechazo interno. (Obviamente, esto es fácil de decir y no muy simple de adaptar en la práctica…) R. Jaim Septimus dijo en nombre de R. Eliahu Lopian sz”l (una de las máximas autoridades contemporáneas de la ética), que en Kelm (una Ieshivá lituana en la cual los maestros y alumnos dedicaban énfasis especial en el discernimiento y la corrección de la conducta interna de la persona) decían que “si no se fue el ca’as haLev, aún no es momento para ca’as haPanim” – es decir: mientras una persona no pudo aún superar la irritación que siente a raíz de cierto episodio que lo molestó, no debe siquiera fingir un enojo de rostro (pues sería falso – su reacción no sería tan superficial como intenta mostrarse). Había dos personas que tenían un altercado acerca de un campo que lindaba con el de cada uno de ellos. Los dos opinaban que la propiedad les pertenecía y no estaban dispuestos a ceder algo a su rival para poner coto a la disputa. Finalmente decidieron acudir al estudio de Rav Jaim de Volozhin para que arbitre entre ellos. R. Jaim respondió que quería investigar las circunstancias personalmente para entender ambos puntos de vista y que lo acompañaran al campo. Todos juntos fueron al campo. Una vez en el lugar, R. Jaim volvió a escuchar los argumentos de ambos. Ninguno quería transigir en absoluto. De pronto, R. Jaim se agachó hasta la tierra. Los dos contrincantes se sorprendieron y le preguntaron qué estaba haciendo. Les respondió que habiendo escuchado sus respectivas opiniones, ahora quería oír la opinión de la tierra. Los dos pensaron que R. Jaim estaba bromeando y esperaron para escuchar qué era lo que dictaminaba la tierra. R. Jaim se sonrió y respondió: “A la tierra le cuesta entender vuestras exposiciones: ‘este dice que le pertenezco a él, y este dice que le correspondo a él’, mientras, en realidad ellos dos me pertenecen a mí”. (R. Paysach Krohn en “Around the Maggid’s table” de Mesorah/Artscroll) En toda comunidad activa existe una cuota de disconformidad. La nuestra tenía un dirigente, a quien recuerdo con gran afecto, que solía comentar sobre esta clase de situaciones: “Si una parte tuviera razón y la otra no, esto sería simple. El problema se suscita cuando ambas partes (antagonistas) tienen razón…” Cuentan que frecuentemente veían al Jafetz Jaim entrar a la sinagoga a tempranas horas de la mañana. Algunos de sus alumnos que estaban curiosos por saber qué es lo que su maestro hacía a esa hora, se escondieron en la sinagoga para observar lo que sucedía. Vieron al Jafetz Jaím abrir el Arón Kodesh (Hejal) y rezar con lágrimas, rogándole a D”s que lo proteja del sentimiento de encono… Fue un viernes y habíamos invitado a un afamado médico judío que (aun) no practica las Mitzvot y a quien llegamos a conocer a través de mi trabajo de investigación científica. Nuestros niños están acostumbrados a participar activamente en la mesa de Shabbat aportando las enseñanzas que traen de la escuela sobre la lectura de la Torá de la semana. En esta ocasión, dado que el huésped captaba nuestra atención, no les pudimos dedicar el interés habitual a nuestros hijos. Esto trajo aparejado que se levantaran de la mesa reiteradamente y fuesen a jugar. Yo me sentía un poco molesto por la situación teniendo algo de vergüenza frente al invitado, quien pensaría que la casa de la gente observante siempre es un desorden. Sin embargo, no quería hacer escenas delante de él increpándoles a los niños y estropear el buen ambiente. Cuando el huésped se estaba retirando de nuestro hogar al final de la comida, me comentó que se sintió muy agradado y enriquecido por las conversaciones, pero que una cosa lo había impactado más que lo demás: “la paciencia que Ud. tuvo con sus hijos mientras ellos se levantaban de la mesa, es una cosa poco vista”. (“Anger” de Rav Zelig Pliskin shlit”a Artscroll/Mesorah) Anteriormente, he citado la Mishná en la que se describen los distintos temperamentos. Es interesante notar que la Mishná no menciona a la persona que no se enoja jamás. En todo caso, sí reflexiona acerca del dominio que posee cada cual sobre esa reacción primaria de responder con antagonismo violento hacia la adversidad y sobre la potestad que ejerce sobre los efectos residuales a largo plazo de los disgustos con otras personas. Con tiempo, el trabajo interno tendrá un efecto positivo sobre la reacción espontánea que tengamos amainando los efectos iniciales de los momentos difíciles. Todas las cosas requieren esfuerzo (especialmente las mejoras en la conducta), por lo tanto es importante que uno se estimule mediante todos los cambios positivos que ocurran por más pequeños que sean: 1. Si disminuyó la frecuencia de falta de control en momentos de sentir o sufrir perjuicio; 2. Si redujo la intensidad y la carga negativa con la que responde ante el revés; 3. Si aumentó el grado de provocación que fue necesario para que uno reaccione mal. En todos los casos, habrá de alegrarse con la disminución de una conducta incorrecta. El Rav Pliskin advierte que es factible que en la medida que una persona tome conciencia de su falta de control en situaciones adversas, cuando caiga nuevamente en ese flagelo, se culpará a sí mismo creyendo que nunca lo dominará. Esto puede crear un círculo vicioso de “enojarse por el enojo propio”, que no le permite salir de él. Paciencia y perseverancia. ¡Cuanto más cueste, mayor la recompensa! La familia de Yanky y Ella Adler había sido muy golpeada. Su hijo Mijael – quien era un niño muy vivaz y despierto, gustaba tocar el clarinete y alegrar a la familia – había fallecido poco después de su Bar Mitzvá de manera repentina. Durante varias semanas luego de la Shiv’á, les costó retomar su vida cotidiana. Finalmente, fue la mamá, Ella, quien tomó la iniciativa y empujó a la familia para que tomara nuevamente su ritmo normal. Un día viernes llevó a su hija de 17 años a sacar su registro de conductor. En virtud de que la multitud de personas que asisten ese lugar es muy variada, Ella acompañó a su hija. Las demoras en las oficinas públicas son habitualmente muy prolongadas (aun en el primer mundo), y Ella se llevó el Sidur para orar. Los rezos habían cobrado un significado especial desde la muerte de su hijo. Cuando Ella llegó al pasaje donde se debe recitar la Amidá (Shmoná Esré) de pie, buscó un sitio alejado en donde poder recitar esa importante plegaria. No encontró ningún lugar, entonces ingresó a una oficina sin darle importancia al cartel que decía: “Prohibido el ingreso a toda persona ajena a las dependencias”. Viendo que estaba vacía, fue a una esquina y retomó sus plegarias. Al rato, cuando había llegado a la altura de Shmá Kolenu, entró una persona. “¡Salga de aquí!” – ordenó una voz femenina – “¡Ud. no tiene que estar acá!” . Dado que no se debe interrumpir hablando o moviéndose del lugar en medio de la Amidá, Ella trató infructuosamente hacer gestos con su Sidur, que dieran a entender que no podía interrumpir. La mujer se enojó mucho y empujó a Ella, causando así que su Sidur cayera al suelo. Ella se sintió muy humillada. El primer pensamiento que le vino a la cabeza fue responderle a la mujer en el mismo tono. Sin embargo, aturdida, lo único que atinó a decir, fue: “¿por qué me está haciendo eso? – ¡yo solamente estaba rezando!”. “¡Ud., puede rezar en cualquier lugar menos acá. Esta es mi oficina!” – reiteró. Ella trató de explicar lo que sentía: “Ud. no sabe lo que estuve pasando los últimos meses desde que falleció mi hijo, a las pocas semanas de su Bar Mitzvá. La vida se me hizo tan difícil…” – y no pudo decir más, pues sus palabras se ahogaron en un mar de lágrimas. Recogió su Sidur del piso y salió de la oficina tratando que su hija no se diera cuenta de lo sucedido. Un rato más tarde, Ella sintió que le estaban tocando el hombro. Se dio vuelta y volvió a ver a la misma señora de antes. Su rostro había cambiado totalmente. Con voz sincera y medio quebrada, se disculpó: “Por favor, perdóneme. Fui muy cruel con Ud. Yo también soy judía” – dijo con un toque de vergüenza – “lo siento mucho por su hijo. No debí haberla tratado de ese modo”. Ella sintió la honestidad en sus palabras, y siguieron con una breve conversación, luego de la cual se despidieron yendo cada una hacia su lado. Ella se sintió más aliviada. Cuando el lunes siguiente comentó lo que le había sucedido en un curso de R. Shaye Cohen en “Priority One”, este le dijo que debía intentar volver y retomar la conversación: “Es una excelente oportunidad de Kiruv” – explicó. Con el apoyo moral de su amiga Iojeved Kremer, Ella retornó a la oficina de Registro de Conductores. Golpeó la puerta de la misma señora, quien le franqueó la entrada y la saludó cálidamente: “Me alegro tanto que Ud. haya venido. Quería hablar con Ud.” – Iojeved se alejó para dejar a las dos mujeres solas – “quiero que sepa que el viernes a la noche fui a la sinagoga – ya ni me acuerdo cuándo había ido por última vez – y recé pidiéndole a D”s que me perdone por lo que había hecho. Sentí una gran urgencia por hacerlo y también dije una plegaria por su hijo…” ¿Qué motivó que la señora vaya a la sinagoga después de tantos años, lo cual sería potencialmente su primer paso en su vuelta al judaísmo? Es posible que fuese el ejemplo de la Señora Ella Adler, quien en lugar de responder de manera abrasiva, simplemente (¡o no tan simple!) respondió con tranquilidad sin perder su cordura. “Quien responde suave, quita la cólera” – dice el rey Shlomó en Mishlé 15:1. (Rabbi Paysach Krohn en “Along the Maggid’s Journey” Artscroll/Mesorah) La pregunta que nos debemos formular, es evidente: ¿somos conscientes de la responsabilidad que nos cabe al momento de tratar con terceros? ¿Pensamos en cómo repercute nuestro dominio del temperamento – o la falta de control – en la evaluación que tienen terceros en su contemplación de lo que es el mundo de la Torá? El Rabino Zelig Pliskin shlit”a (“Anger” de Artscroll/Mesorah) nos da consejos, que poniéndolos en práctica obtendremos un beneficio importante: No solamente será una ventaja para nuestra salud, sino que la convivencia con nuestros seres queridos y en el lugar de trabajo será posible – y de manera agradable. En primer lugar es importante tener en cuenta que como judíos estamos hablando de una obligación y no – simplemente – de algo que “queda mal” o “queda feo ante el público”. Si bien Ud., querido lector, tal vez no encuentre en el texto de la Torá que expresamente se manifieste al respecto, los Sabios (y el Ramba”m lo menciona en su código de leyes “Mishné Torá” – Hiljot De’ot 1:5) enuncian que controlar el enojo está incluido en la obligación general de “caminar en Sus caminos” (Devarim 10:12), lo cual significa que el ser humano debe emular la conducta del Todopoderoso: “del mismo modo que Él es Bondadoso, así también tú debes ser bondadoso” (solo mencionamos una de los múltiples atributos Di-vinos, pero la lista que exponen los Sabios en las cualidades en que se debe “copiar” a D”s, es más extensa). Por lo contrario, Rabí Israel Salanter nos hace saber que “casi todos los pecados de convivencia entre las personas no se inician sino mediante el enfurecimiento: la venganza, la mentira, la maledicencia, la abstención de ofrecer ayuda, causar dolor a animales, etc.” Es decir, que la falta de control no solo es un error en sí. Es el origen de tantas otras fallas que nos caracterizan. Esto da para pensar. No obstante, si se sienta a estudiar el tema más a fondo, se enterará que el estilo de vida con un sinnúmero de disgustos, destruye la salud propia, arruina la convivencia del hogar (aun si siguen viviendo bajo un mismo techo, los miembros de la familia tratarán de obviar uno la presencia del otro) y del lugar de trabajo o de estudio (los saludos se hacen por compromiso y sin amistad). Más adelante volveremos sobre el tema. Sin embargo, sería oportuno que la persona que incurre asiduamente en este flagelo tomara conciencia de los diversos rasgos que está demostrando cuando actúa con desmán ante los demás. Al perder el control de sus impulsos, la persona exhibe un pobre nivel de Emuná (creencia en el imperio absoluto del Todopoderoso sobre lo que ocurre en este mundo) pues si aceptara auténticamente que D”s dirige lo que sucede aquí, no reaccionaría con tanta vehemencia ante la adversidad, sino que admitiría que se puede tratar de la Voluntad de D”s que las cosas se den de manera distinta a lo que él hubiese deseado o programado. Quizás sea por eso que los Sabios compararon a una persona que entra en cólera hasta el punto en que adopta actitudes destructivas como un idólatra. La alteración asimismo es una clara evidencia de una profunda falencia en la modestia y en la paciencia del individuo. Una persona humilde reconoce que no siempre tiene razón, que se deben tomar en cuenta las necesidades de otros al igual que las propias, etc. Sucede también a menudo que los gritos son un método de intentar controlar a los demás (“si no grito, no me escucha, y me ‘pasan por arriba’”). El tema es que mucha gente no reconoce que suele estar poseída por la furia (¿nunca escuchó a alguien exclamar con la cara ‘como un tomate’: “¡no te estoy gritando – es solo que vos no me escuchas!?). Una de las dificultades más comunes y generalizadas en nuestra sociedad es la falta de auto-estima en niños y adultos. Es una cuestión dilatada y no la podremos tratar aquí, pero basta con observar que importantes autores de nuestra época dedicaron libros enteros al tema. Quien se siente bien consigo, no necesita gritar para hacerse escuchar y no tiene el más mínimo deseo de imponerse sobre los demás. La falta en juzgar a los semejantes positivamente, es una de las manifestaciones de que expone quien suele gritar a otros. Si mirara con más consideración a sus compañeros, se percataría que los mira con la lupa que detecta siempre sus lados negativos. Es la típica persona que culpa a los demás por todo lo que anda mal y no sabe perdonar los errores ajenos. Quien se enoja con facilidad demuestra con su conducta una pobreza en la comunicación (no sabe arreglar las cosas hablando), falta de respeto por la dignidad de los seres humanos y falta de control sobre sus impulsos. Más de una vez recordamos en estas líneas las palabras del Talmud que recomienda: “Le’olam al iatil adam eimá ieteirá betoj beitó” (como regla, no debe imponer la persona un temor excesivo en su hogar) dice el Talmud (Guitin 6:). En demasiados hogares se grita y mucho. Es posible que esto sea el resultado de la falta de alegría (“Simjat Jaím”) en nuestras vidas. Muchos nos sentimos “pobrecitos”. Bajo el pretexto que “las cosas no van bien”, contemplamos nuestra propia vida como una serie de fracasos colmados de dolor. Efectivamente, las “cosas” (especialmente las del orden económico…) son más difíciles que en el pasado. Sin embargo, afortunadamente, muchos de nosotros no somos los “pobrecitos” que algunas veces tratamos de personificar. Tengamos muchos o pocos recursos materiales, nos olvidamos frecuentemente de considerar y tener en cuenta todas las cosas buenas que nos suceden. Si la salud está bien, si los niños progresan en sus estudios, si tenemos amigos, si nuestra familia está unida, si podemos practicar libremente nuestra religión, es suficiente razón para sonreír. Con esto no se resolverán los problemas económicos, pero sí nuestra vida tendrá otro matiz. Si nuestra actitud hacia las personas que integran nuestro hogar fuese convencionalmente con un porte de agrado, del mismo modo que nos mostraríamos – por ejemplo – si nos encontráramos con un amigo íntimo a quien no vimos durante largo tiempo, o si estuviésemos sentados en una fiesta de casamiento con personas con quienes nos gusta estar, todo sería distinto. En Pirkéi Avot (1:15) Shamai nos recomienda recibir a toda persona con un aire y un gesto de semblante afable y complaciente. Si esto está establecido con “toda persona” incluyendo a los extraños, cuanto más aplicación tendrá con quienes son allegados a nosotros, o – aun más – quienes dependen de nosotros para su correcta educación. Esta actitud tiene sus réditos. Cuanto más uno sonría y se muestre constantemente alegre, del mismo modo será premiado pues quienes lo rodean le devolvieran a su vez esa sonrisa. Esto permitirá un mayor grado de solidaridad y “buena onda” recíproca. Las cosas que rutinariamente lo enojaban, se verán diminutas frente a las cuestiones que realmente valen. En el caso de los niños, crecerán más seguros de si mismos. Si llega el momento de reprenderlos por algo que no están haciendo del modo que debiera ser, alcanzará simplemente con quitar algo de la expresión gozosa común reemplazándola con un gesto un poco más adusto, y con un tono de voz un poco más grave y firme. Nuestros hijos nos conocen muy bien. Saben interpretar los cambios en nuestro modo de dirigirnos a ellos. Saben inmediatamente que “la cosa es en serio”. Posiblemente intenten probarnos para saber si estamos convencidos de lo que declaramos, y, si demostramos que permanecemos firmes en nuestra decisión, la van a respetar. Todo esto se puede lograr sin emitir gritos ni expresiones alteradas de hastío y desesperación. Llamar la atención en voz alta, quedará reservado para instancias en las cuales es urgente que se tome acción inmediata, como en el caso de un peligro inminente. Obviamente, en cuanto se aborde todas las situaciones menores con alaridos, se llegará a un punto en el cual no se distinguirá entre los asuntos que realmente son urgentes e importantes, y las definiciones que no lo son. De este modo se pierde totalmente la noción de una escala de valores y la progresión de menor a mayor, una cuestión esencial en la educación de los infantes. Expusimos en estas páginas ciertos conceptos relacionados con la falta de control y el enojo. Muchas veces la gente se pregunta: “¿entonces debo ‘tragármelo’ y guardarlo todo adentro?”. La respuesta es definitivamente: “¡NO!” Guardar rencor está prohibido por la Torá (y también “hace mal a la salud”). Por otro lado, sí es sano tranquilizarse, tomar distancia, evaluar los hechos objetivamente, consultar con alguna persona sabia y luego obrar en consecuencia. Sin duda que construiremos una sociedad mejor y familias más sanas.
Un diluvio de agreciones
UN “DILUVIO” DE AGRESIONES Violencia. Una palabra que está “de moda”. La percepción de que las calles de esta ciudad son inseguras, se debe principalmente a la cantidad de actos violentos de los que hemos escuchado. Día a día se nos presentan imágenes cruentas en los medios y tememos salir de noche por lugares que suelen estar menos protegidos o iluminados. Las casillas de vigilantes y los agentes armados de protección nocturna de los edificios, dan señal de que la cosa no está bien. ¿Podemos hacer algo al respecto? “Difícilmente se pueda remediar” – pensamos. Atrás quedaron los recuerdos de cuando se podía circular a cualquier hora despreocupado. Con nostalgia de lo que tal vez ya no volverá, evocamos los días cuando se podía no echarle llave a la puerta de casa… En la lectura de Noaj, la Torá nos relata acerca de las características de la humanidad antes del gran diluvio. “La tierra se corrompió ante D”s y se llenó de violencia” (Bereshit 6:11). Hemos traducido aquí el término “Jamás” () de la Torá, como “violencia”. En realidad, los Sabios entienden que se habla acá de robo y nos enseñan que a pesar que aquella generación estaba hundida en la inmundicia de la idolatría y del incesto, su suerte quedó sellada a causa de la depredación y el pillaje que eran notorios en esas épocas. Sin embargo, como también señalan los comentaristas de la Torá, no se utiliza la palabra “Guezel”, que es la más común para hablar de robos. Se utiliza el vocablo “Jamás”. ¿A qué se debe esto? Antes de seguir, debemos destacar que esta palabra no nos es ajena. En las plegarias de Iom Kipur, al igual que en Selijot, hemos declarado en la confesión ante D”s que “Jamasnu”: hemos sido violentos. ¿Cuál es la “violencia” de la que nos estamos haciendo cargo? En la ley judía, se considera que una persona que ha adquirido un objeto de otro individuo sin su consentimiento y beneplácito de venderlo, ha cometido esta grave ofensa aun si ha abonado por completo el artículo comprado. Dado que el décimo de los diez mandamientos ordena que no se debe codiciar los bienes ajenos, al momento de obligar a otro a ceder en la venta, quien lo presiona a entregar en contra de su voluntad, demuestra estar en infracción aquel precepto. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos comprender las palabras del Midrash que cuenta que las personas que vivieron en el previo al diluvio “robaban por menos que el valor de una moneda mínima”. Al llevar “prestado” menos que una prutá (moneda antigua) quedaban fuera del rigor de la ley. Es decir: robaban con viveza, con guantes blancos. Imagine que Ud. ha comprado una planta para decorar el frente de su casa. Se tomó el trabajo de obtenerla, plantarla y regarla. Un buen vecino ve la hermosa planta y decide que sería bueno tener una igual en su jardín. Se acerca y le quita un pequeño gajo, que luego plantará al fondo de su casa. “Total” – piensa – “un pequeño gajo no es nada”. A medida que los transeúntes se llevan cada uno un pequeño souvenir de aquella planta, esta va perdiendo su belleza. Ud. lo ve por la ventana y… no les dice nada. “Queda mal” protestar por sutilezas. ¡Cómo se va a quejar por un gajo! Va a parecer ridículo ante la gente. “¿Se queja por un gajito?” Tampoco le dice al otro vecino que lleva a su perro a pasear y le deja un recuerdo en su vereda… Nadie se animaría a armar un escándalo por un monto mínimo, por miedo a parecer irrisorio. Sin embargo, en su interior, se suma más y más el enojo, precisamente porque “no puede decir nada”. Si tuviese estudio de “Musar” (auto-análisis ético), entonces vería las cosas en la perspectiva correcta y se percataría que quizás no conviene hacerse “mala sangre” por ciertas cosas. No obstante, son pocos los que tuvieron el privilegio de haber aprendido en plenitud esta disciplina. En la mayoría de los seres humanos, estas situaciones se acumulan hasta que el individuo “estalla”. Es posible que ese estallido sea controlado, pero suele no serlo. Puede ser que la descarga sea contra el infractor, pero suele ser algún otro (habitualmente el que menos se puede defender de uno) quien deberá cargar con el peso del rencor de la persona que se sintió reiteradamente agraviada. Ya Caín, el hijo de Adam se sintió lastimado cuando su ofrenda no fue aceptada, mientras que la de Hevel sí tuvo la aprobación de D”s. Si bien D”s le explicó la situación, Caín se sintió mal. A su entender fue tratado con injusticia. Dijo: “en este mundo no hay justicia y no hay juez”. Como consecuencia, mató a Hevel. Estas palabras de los Sabios tienen una implicancia muy amplia para nuestra vida. Quizás al analizar la descripción de la generación del diluvio, aprenderemos de qué debemos tomar conciencia al decir “jamasnu” en nuestra confesión. ¿Cómo logramos nuestros objetivos? ¿Contemplamos las posiciones de aquellos que disienten con nosotros? ¿Cómo obramos si no nos ponemos de acuerdo, o si proponemos algo y los demás no subscriben a nuestra idea? Pues lo que frecuentemente ocurre, es que el individuo que desea llevar a cabo un plan al que no apoyan los demás, evalúe su posición en el contexto en que sucede. Si puede, crea una estrategia de presión para que los demás lo apoyen. ¿Cómo se presiona? Cada uno lo hace a su manera. Algunos amenazan con palabras o con gritos. Otros insisten hasta cansar al otro. Ciertas personas “manejadoras” saben tocar el “talón de Aquiles” para que otro responda a sus intereses. Cada uno de estos, hace uso del poder que sostiene en el ambiente en que lo puede aprovechar. Los niños aprenden muy rápidamente cómo lograr que los padres cumplan con sus deseos. Muchas parejas viven una vida de pulseadas. Uno, o ambos, saben cómo alcanzar sus objetivos, por la fuerza de la persuasión. A primera vista, parece ser que uno logra lo que quería. Sin embargo, pronto se descubrirá, que la ganancia de hoy es la pérdida del mañana. ¿Pues entonces, cómo debemos resolver las diferencias que se producen en el seno de la vida doméstica o en el ambiente laboral? Con el diálogo. ¡Cuidado! Diálogo no es solamente “hablar”. Muchos “se hablan” – llevando adelante cada uno su propio monólogo por su lado, repitiéndolo una y otra vez, y no llegan a nada – o terminan peor y más distanciados de lo que estaban antes de comenzar la conversación. Diálogo significa escuchar las opiniones del otro y ponerse en su lugar. Por lo general no hay mucho diálogo. Nuestra generación logró mucha tecnología, pero poca comunicación real. Oprimiendo algunas teclas, estamos instantáneamente en contacto con personas que están del otro lado del planeta, pero no sabemos conversar con nuestros seres más cercanos. Al carecer de conversaciones razonables, abundan aquellas “violencias” de las que estamos hablando. El resultado es la destrucción de la fibra social. ¿Qué debemos hacer? (Algunos consejos prácticos de cómo dialogar se pueden encontrar en el apartado “Diálogo de sordos”) Encontrar vías alternativas de expresión. Las cosas se pueden decir de muchas maneras distintas. Frecuentemente, por falta de paciencia o de reflexión, nos brotan las palabras más abrasivas, en lugar de elegir modos más suaves que tienen un menor costo en detrimento de lo afectivo y en el daño que producen el vínculo personal. Si esto es verdad en las relaciones comunes, tanto más importante se torna cuando se trata del nexo entre padres e hijos. Al concluir el diluvio, D”s mostró un gesto a los seres humanos: el arco iris. El Sabio Rash”í explica que la razón de que esto simboliza el pacto es porque la guerra se demuestra por el arco extendido en contra del adversario. Al “darlo vuelta” (el arco iris está ondeado “contra el cielo”), D”s educó al ser humano a no ver a su semejante como contendiente. Ver que el error puede (y suele) estar también en uno. Allí comienza la convivencia. Quizás podamos percatarnos que la violencia callejera responde a la saturación de las “pequeñas” injusticias, presiones, y agresiones que protagonizamos a diario. Quizás no podamos resolver tan rápidamente el tema de cómo salir a pasear tranquilamente de noche, pero sí podamos remediar algo de lo que está más cerca de nosotros.
La reconciliación
LA RECONCILIACIÓN Ya habían trascurrido veintidós años desde aquel fatídico día en el que los hermanos vendieron a Iosef, después de considerar entre ellos que merecía hasta la pena de muerte. Si bien no es inaudito que haya celos entre hermanos, en este caso curiosamente ellos no lidiaron por cuestiones materiales, ni siquiera por su ego mellado. La controversia había resultado como consecuencia de una serie de situaciones en las que Iosef vio a sus hermanos conduciéndose según lo que él entendía no era apropiado para hijos de Ia’acov, y creadores del pueblo de Israel. Fue así que Iosef, se dirigió a su padre a relatarle lo advertido, para que pudiera amonestar y corregir la conducta de estos. En realidad, todas las circunstancias reparadas por Iosef, respondían a su interpretación personal de las situaciones. Los hermanos no estaban pecando según la ley, pero – a sus ojos – parecían estar haciéndolo. La inferencia negativa que Iosef había hecho a partir de los sucesos, provocó en ellos un sentimiento de discordia y contrariedad hacia él. A su vez, los hermanos temían que Iosef tuviera intenciones de apartarlos del futuro pueblo de Israel, por creerlos inferiores a él y a sus ideales. Sospechaban que quedarían relegados al igual que lo fueron previamente Ishmael y Eisav, quienes no habían reunido las condiciones para continuar las enseñanzas de sus respectivos padres. En realidad casi todo altercado entre dos o más personas, suele ser – en parte – producto de una serie de prejuicios del linaje selecto que se forman en la percepción de los protagonistas. Si bien es muy posible que hubiera inicialmente algún punto de diferencia, aquel asunto sería quizás fácilmente solucionable si no se le sumaran otros factores adicionales que lo inflan y proyectan. Es más, cuanto más tiempo se demora en resolver los conflictos, y cuantas más personas se suman a la disputa, más crece el antagonismo que poco tiene que ver con la discrepancia inicial. ¡Cuántas de las peleas cotidianas repiten este esquema de interpretación errada y consecuente desconfianza mutua! En realidad, los conflictos crecen y se desarrollan en la mente de las personas, y se alimentan de cegueras, desconfianzas y parcialidades. Tal como un castillo de naipes, se suman muchas construcciones hipotéticas de lo que se supone que el otro cree de uno, etc. Es más: una vez que cierto concepto se arraiga en la imaginación la persona, es difícil modificarlo, aun cuando pasó el tiempo, y la sensación original ya pasó (Saba de Kelm). Volvamos con Iosef. ¿Cómo llegarían a restablecerse la fraternidad entre hermanos luego de tanta discordia y amargura? El artífice de esta reconciliación completa fue el propio Iosef. A él le tocó la dura tarea de recomponer la confianza mutua y recuperar la armonía entre hermanos. A fin de alcanzar este objetivo, había que eliminar todos los prejuicios que pudieran teñir su futura relación. Iosef precisaba quitar de su mente el concepto de que sus hermanos eran tan crueles, que estaban dispuestos a vender a un hermano si creyeran que la situación lo ameritaba. Recién cuando pudieron ofrecer quedarse junto a Biniamín (“somos todos esclavos, tanto quien tiene la copa, como el resto de nosotros” – Bereshit 44:17), después de que este último había sido acusado – injustamente – de robar la copa del Virrey, aun permitiéndosele a ellos volver a casa con la comida que sus familias necesitaban desesperadamente, desapareció de su mente el estigma que ellos eran crueles, y se demostró que su arrepentimiento era total. Por otro lado, Iosef necesitaba modificar el concepto que ellos tenían de él. Mientras ellos pensaran que Iosef podría utilizar el poder para dominarlos – si lo tuviera – tal como habían sospechado cuando este era joven (razón por la que lo vendieron en primer lugar), se mantendría el recelo inicial. Pero cuando Iosef les demostró que tenía en sus manos el poder total de hacer lo que quisiera, y que, sin embargo, no tenía el más mínimo deseo ni intención de dañarlos, pues realmente los amaba como hermanos, quedaría definitivamente resuelto el conflicto. (adaptado del comentario de R.Sh.R. Hirsch sz”l)
La dificultad en recomponer
LA DIFICULTAD EN RECOMPONER Es tan fácil caer en el prejuicio, y es tan sencillo quebrar la confianza, y es – por otro lado – tan complicado remediar los males y resolver disputas – especialmente los conflictos familiares, que por eso, esta historia, en la que Iosef tuvo que dejar sus sentimientos de amor de lado (recordemos que Iosef estuvo solo en Egipto tantos años sin ver sus rostros familiares…), nos da una lección de vida: cuidar y alimentar los vínculos con nuestros seres queridos. Y si surge algún malestar, resolverlo cuanto antes. Lo que sigue, se puede aplicar tanto en desavenencias matrimoniales, discordancias entre socios, conflictos entre vecinos, querellas entre miembros de una comunidad, etc. ¿Cuáles son los impedimentos más comunes que estorban a que se lleve a cabo el apaciguamiento de ánimos entre los antagonistas?, ¿cuáles son los factores que empantanan el escenario, evitando que se llegue a buen puerto? Por un lado, están los elementos internos. Muchas personas que han atravesado por estas situaciones sienten en algún punto, que han exagerado en sus actitudes y palabras. Sospechan, pues, que al armonizar con la otra parte, demuestran que se pone en evidencia que todo lo que han dicho y hecho, no era tal como lo estaban definiendo (si el adversario realmente era un ogro tal como se lo dibujaba… ¡cómo ahora uno volvería a convivir con él…!). El hecho de que la gente piense que debe estar dando explicaciones al mundo, frena la buena voluntad de los adversarios de hacer las paces. Asimismo, internamente, el litigante puede haber repetido tantas veces los errores, las falencias y desatinos de la persona con quien está contendiendo, que termina por convencerse que realmente no hay nada bueno que se pueda rescatar en aquella persona (curiosamente, de tratarse de una pareja, es muy posible que anteriormente haya estado “locamente” enamorado de ella, sin poderle distinguir en absoluto errores, falencias o desatinos…). Puesto que desde un principio, el enojo de la persona pasa por sentirse desilusionado con su contrincante – y por ende consigo mismo por haber confiado en esa persona – se flagela a sí mismo por la amistad y familiaridad que cedió, y se echa al otro extremo – no permitiendo que las desavenencias se corrijan. Al margen de lo que expusimos, también existen muchas patologías no resueltas en individuos de nuestra sociedad, que exacerban las situaciones de por sí desdichadas de muchas personas. Lamentablemente no faltan aquellos que jamás olvidan viejas discordias, y no pasarán por alto que un antiguo rival tenga una nueva situación reñida con otra persona, para avivar el fuego de la nueva discordia, alentando al adversario de su adversario (“el enemigo de tu enemigo, es tu amigo”). A estos se les suman otros necios, que festejan toda querella, para tener tema de conversación en sus horas de ocio, un método siempre útil para evitar la introspección en los errores de uno… Estas actitudes están claramente sancionadas y condenadas por los Sabios, y constituyen una de las piezas que más entorpecen la reconciliación de las partes. Rav Jaim Shmuelevitz sz”l solía relatar un episodio que él vivió en medio de la guerra de los Seis Días. Ieshivat Mir estaba situada en Ierushalaim a pocos metros de la frontera con los jordanos. Los alumnos de la Ieshivá, como así también muchos vecinos, buscaron cobijarse de las bombas que la Legión Árabe disparaba desde Ierushalaim Oriental en el comedor de la Ieshivá, que estaba situado prácticamente bajo tierra en una especie de sótano. El constante bombardeo sacudía el edificio, mientras el grupo humano aglomerado en su interior recitaba fervientemente Tehilim, temiendo que en cualquier momento la construcción se desplomaría sobre ellos (hasta hoy se pueden divisar en las paredes de la Ieshivá los impactos que los cañones árabes dejaron en ella). No lejos de Rav Jaim, estaba angustiada una vecina que tenía varios niños a cargo, y que había sido abandonada por su marido sin haberle entregado el Guet (acta de divorcio) correspondiente. La vida de esta mujer consistía en un constante suplicio. Ya habían pasado varios años sin que su marido tuviera aunque fuese la mínima compasión de liberarla de su atadura de ser Aguná (sin el Guet, una mujer casada no puede volver a contraer enlace). En medio del estruendo de las bombas y de los gritos de congoja y terror de las personas que clamaban su angustia, se escuchó la voz de esta pobre mujer que repetía (en referencia al penoso estado en que la habían abandonado) una y otra vez: “¡Ich binn Ihm moichel!” (= ¡le perdono!). Afortunada y Providencialmente, sobrevivieron al cañoneo, y Rav Jaim no dejaba de atribuir su salvación a las palabras de esta mujer, que perdonaba el tormento al que estaba condenada de por vida. SE DERRUMBA EL CASTILLO DE NAIPES Llegó el momento crítico: Iosef dio una orden insólita: se debían retirar todos sus asistentes y soldados – de inmediato. ¡No debía quedar ni uno! Obedientemente, todos acataron. Iosef quedó entonces, solo frente a sus hermanos. Iosef, entonces, se echó a llorar y dijo simplemente: “¡Yo soy Iosef! – ¿está, acaso, mi padre aún en vida?” Los hermanos quedaron desconcertados y sobrecogidos ante esta revelación. Efectivamente, era el propio Iosef, quien hablaba perfectamente el Lashón haKodesh (hebreo), y estaba circuncidado al igual que ellos – no cabía la menor duda. “¡Pobres de nosotros el día del juicio, pobres de nosotros el día de la amonestación! Si Iosef, el menor (salvo Biniamín) de los hermanos reveló estas escuetas palabras, y ellos no pudieron responder… ¡¿qué sucederá el día en que el Todopoderoso repruebe a cada uno de nosotros según la propia conducta?!” – dice el Midrash (Bereshit Rabá 93:10). Toda la enorme edificación mental de lo que había estado sucediendo desde su juventud, cayó frente a sus ojos. Todo se veía ahora desde otro ángulo. Iosef, entonces, no quería destruirlos, ni expulsarlos. Los sueños de Iosef, de los que habían sospechado eran tan solo una fabulación delirante, efectivamente habían sido proféticos… ESPERANZA HACIA EL FUTURO Oportunamente Iosef logró unir a la familia, tanto los hijos de sus hermanos (que eran “inmigrantes”, como los suyos propios (que habían nacido en el palacio egipcio), fueron esclavizados y oprimidos por los egipcios. En una sola generación ya se había fusionado totalmente el pueblo. No se notaron diferencias entre los primos, y la integración fue perfecta. Aun cuando diecisiete años más tarde, con la muerte de Ia’acov, los hermanos volvieron a recelar por una eventual venganza de Iosef, éste los volvió a sosegar y amparar generosamente hasta su muerte. Sin embargo, pasaron muchos años, y una nueva disputa separó la nación. Con la muerte del rey Shlomó, Ierovam ben Nevat se sublevó contra el hijo de Shlomó, Rejavam. La secesión se tornó cada vez más profunda y los dos reinos llegaron a guerrear entre sí. Finalmente, el reino del norte, constituido por diez tribus fue exiliado por los asirios perdiéndose de vista de la historia (solo algunos miembros de las 10 tribus se integraron al reino de Iehudá). Todo el pueblo judío espera el momento de la Gran Reconciliación: entre nosotros y el Todopoderoso – y aun entre nosotros, uno con otro. Llegará el día en que aquella separación se vuelva a ensamblar con una “costura invisible”, al igual que la de Iosef y sus hermanos. Así vaticina el profeta (Iejezkel 37:16), después de la famosa profecía de los esqueletos que vuelven a tomar vida, y a quien D”s mandó tomar dos tablas de madera que representaban a Iehudá (el reino del sur) y a Efraim (el reino del norte), y acercarlas para que vuelvan a formar una sola madera. Todo judío observante debe anhelar la pronta redención y la nueva unificación de nuestro pueblo. Entendamos, que si así aspiramos, el primer paso es resolver los conflictos internos más inmediatos. Y si nosotros abrimos aquel ojo de la aguja aproximándonos mutuamente y dejando de lado viejas “broncas”, mereceremos también que se cumplan las augurios de la Gran Reconciliación.
Dios detesta la promiscuidad
D”S DETESTA LA PROMISCUIDAD Estas palabras no son propiamente mías, sino que las dijo un adivinador de los pueblos gentiles, hace mucho tiempo, refiriéndose al “D”s de los judíos”, y dando a entender cuál era el flanco débil por el cual se puede vencer a estos. El rey Balak había contratado al profeta gentil Bil’am para maldecir al pueblo de Israel que se hallaba en sus inmediaciones. Éste, muy ávido por complacer el pedido, lo intentó infructuosamente desde diferentes puntos en la montaña desde donde tenía distintos ángulos de óptica sobre el pueblo. Sin embargo, en cada oportunidad resultó opuesto a lo que pretendía, y Bil’am se vio Di-vinamente forzado a bendecir. Ante sus sucesivos fracasos, porque no había logrado quebrar la unión que hay entre D”s e Israel, y frustrado por no poder materializar su pérfido propósito, Bil´am optó por aconsejar a los moabitas respecto a la estrategia para poder derrotar al pueblo de Israel: “El D”s de estos detesta la promiscuidad…” (Midrash Tanjuma, Balak 18). El plan consistía en ataviar atractivamente a las jóvenes moabitas, para que los hebreos caigan atraídos por su “encanto”. De ese modo, al pecar, los israelitas serían castigados por D”s por las trasgresiones sensuales y por la idolatría a la que serían conducidos consecuentemente. Ese plan, efectivamente, “resultó”. El pueblo de Israel pecó y fue castigado con una epidemia que se llevó 24.000 víctimas… Nosotros, al ser versados en ciertos aspectos de la Torá, podríamos creer que cómodamente sabemos más de judaísmo que los gentiles. Quizás en muchos puntos y en distintas áreas, esa sea la verdad. Sin embargo, en este aspecto puntual, Bil’am conocía más de judaísmo de lo que “saben” muchos judíos contemporáneos, y logró de este modo provocar la peor calamidad – a nivel de pérdidas humanas – que sufrieron nuestros abuelos durante los convulsionados cuarenta años que duró la travesía del desierto hasta entrar en la Tierra Prometida. Durante casi dos milenios en los que estuvimos viviendo inmersos en sociedades diferentes a la nuestra, los judíos hemos logrado – en la mayoría de los casos – mantener un margen moral significativo, que nos distanciaba culturalmente de los demás, permitiendo conservar nuestros principios éticos tal como lo marca la Torá. Este aislamiento estaba, a su vez, alimentado por la hostilidad que nos tenían las naciones bajo cuyos regímenes habitábamos. Físicamente, incluso, los impenetrables muros de los guettos medievales y modernos, ratificaban y consolidaban aun más esa segregación que, sin embargo, nos benefició espiritualmente. Pero, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, esos muros que rodeaban los guettos, cayeron, y nos dejaron expuestos a todas las influencias negativas sobre el pudor que sosteníamos y que caracterizó históricamente. Desde entonces y hasta ahora, los judíos en muchos ambientes se han ido mimetizando con la sociedad circundante, “comprando” mucho de lo que se ofrece bajo el engaño de que: todo lo que se presenta, es apto para ser consumido indiscriminadamente. De ese modo, paulatinamente los males que caracterizan a muchos ambientes contiguos, entre ellos la creciente disolución de los vínculos conyugales y el gradual desmembramiento del núcleo familiar, se han enseñoreado también sobre nuestra nación. Las estadísticas no dejan lugar a dudas: males que anteriormente eran excepcionales en familias observantes, dejaron de constituir una rareza, y nos aquejan cada día más. Aun así, son muchos los que hacen caso omiso a esta realidad, y siguen considerando que cuestiones que son leyes expresas en el Shulján Aruj, puedan ser tomadas como meras expresiones optativas de “Midat Jasidut” (extrema piedad). Vemos con sumo pesar la proliferación de modelos y publicaciones que conducen al libertinaje, y entendemos que ha sido el factor más dañino en la destrucción de la vida doméstica y la base moral de toda la sociedad. El judaísmo claramente prohíbe la promiscuidad y el erotismo en todas sus expresiones. En el lugar de trabajo Uno de los puntos de contacto en los que se encuentra el judío común con el mundo exterior al judaísmo, es su sitio de trabajo. Salvo raras excepciones, la mayoría de las personas observantes deben emigrar diariamente de su entorno familiar y comunitario, para participar del mundo laboral, profesional o comercial, en los que no se mantienen los mismos códigos morales con los que vive en su ámbito hogareño, que intenta mantener sublime y virtuoso. Más allá de todas las leyes relacionadas con la ética comercial y laboral, en las que ciertamente se debe ser muy cuidadoso y también tener en cuenta no provocar un Jilul haShem, las leyes de la Torá se aplican asimismo en numerosos aspectos adicionales vinculados a la forma de interactuar con los compañeros de trabajo, con quienes se tiene contacto continuo (y también con los jefes). Salvo que una persona sea conciente y tome desde un principio la determinación de no involucrarse ni inmiscuirse en el ambiente que lo rodea, remitiéndose y limitándose a tratar solamente las cuestiones pertinentes a la tarea propia, será difícil no contagiarse del entorno, en cuanto al modo y el idioma de hablar, el nivel de chistes que se cuentan, las intimidades que se revelan, y el genio con el que se encara la vida en general. Cuando mencionamos la cuestión del idioma, nos referimos específicamente al modo ordinario y despectivo generalizado con el que se manifiesta gran parte del público, y aun en los medios masivos, sin vergüenza ni tapujos (expresiones idénticas o aun más vergonzosas que aquellas por las que hubiésemos sido sancionados, si las proferíamos en la escuela…). Y el modo de expresarse verbalmente, habitualmente manifiesta el nivel moral en el que se encuentra o aspira a estar la persona, y – a su vez – lo va condicionando hacia el futuro. Y si bien uno no puede evitar las cortesías y civismos elementales para con sus compañeros – y debe genuinamente preocuparse por su bienestar cuando la situación lo requiere – no es fácil cuidarse de no traspasar la delgada línea que separa lo amable y educado que no se debe dejar de ser, con el involucramiento social excesivo en el que se compromete el nivel ético propio. Entre hombres y mujeres En particular, es menester prestar atención a la forma de dirigirse hacia personas del sexo opuesto, para que no se generen situaciones en las que se produzca una confianza o una excesiva “amistad” que permita – quizás involuntariamente – generar un vínculo no permitido por la Torá. La superficialidad de los vínculos actuales responde a la carencia generalizada de amor y compromiso auténtico. ¿Y el origen de esa situación? Veamos pues, cuanto mayor el egoísmo en el individuo, tanto menor su capacidad de amar, y cuanto menos amada y valorizada se sienten las personas, tanto más buscarán y se aferrarán – vanamente – a muestras de aparente interés y atención, aunque interiormente sepan que no se trata más que de una galantería superficial, que nada tiene que ver con el cariño legítimo y duradero. Hablamos entonces de simples placebos, imitaciones baratas del amor real, flirteos inconducentes respecto a la aspiración por la construcción propia de la persona y de una familia, y de personas que se dopan y se vuelven adictas a esta sensación falsa y pasajera de reconocimiento de terceros, al carecer de una auto-valoración que le permita realizarse y desarrollarse trascendentalmente, con proyectos sanos y constructivos. El auto-engaño al considerar el encanto pasajero como si se tratara de un placer imperecedero aun después de tantas decepciones – resultado de picardías anteriores, y la falta de sensatez que se debería tener – al entender que la falta de compromiso de uno para con la persona que se tiene delante es recíproca, provocan que pasen los días y el declive se profundice. Temblamos más por el “qué dirán” del medio del que nos asimos, que por la voz interna (la consciencia, o Ietzer haTov) que cuestiona la legitimidad de nuestros actos. Y en esa lucha, nos disfrazamos con los hábitos y las costumbres de quienes nos rodean (“¡total, es más fácil!”). Y – cómo no: si la diferencia conspicua de nuestro proceder respecto al del entorno pudiera provocar una broma o una burla, olvidamos que ese sarcasmo está diseñado a fin de responder más al peso de la conciencia interna de quien la expresa – pues no logra vivir en paz sabiendo que está en falta – que a quien mantiene sus principios morales sin comprometerlos (p.ej. alguien se burla de una joven recién casada porque ahora se cubre el cabello o viste con más recato). Pues en el fondo, más allá de sátiras e ironías exteriorizadas, aun quien se burla de otros que mantienen sus códigos íntegros para auto-justificarse, tiene un profundo respeto (a quien actúa como corresponde) que no se anima a manifestar. Pero sí, más allá de todo esto, como judíos aspiramos a caer en gracia ante el entorno. Después de siglos de haber sido discriminados y marginados por la sociedad gentil, pretendemos y muchas veces ansiamos ser incluidos en el marco más amplio, aun a sabiendas que eso no nos beneficiará espiritualmente. E incluso así, en esta sociedad, la fama y la popularidad se cotizan, y con cada guiño y mímica – por frívolos que fuesen – nos sentimos más aceptados. No es fácil vivir ocho o nueve horas, de lunes a viernes en un empleo y sentir todo e tiempo, que uno desencaja. Kreivá “Kreivá” es el término con el que la Torá describe y prohíbe la creación de vínculos con personas con quienes la relación está vedada por ser “Ervá” (relación prohibida) por la proximidad de parentesco, por tratarse de una mujer casada con otro hombre, o por estar la propia mujer Nidá. En otras palabras, prácticamente casi todas las personas del sexo opuesto. Esto claramente limita lo que se permite en términos de “amistad” entre hombres y mujeres, salvo aquellos que la Torá autoriza. “Kreivá” engloba toda acción que lleva a un acercamiento afectuoso y tierno con las personas mencionadas a las que se refiere la Torá. En la práctica, esto incluye besar y abrazar a estas personas (Shulján Aruj, Even haEzer 21), y abarca cualquier otro acercamiento físico que provoca placer sensual (a cualquiera de los dos, incluso involuntariamente). No se debe observar (fijar la atención, o mirarla para gozar de verla) a una mujer aun si no es en persona sino en una imagen (Sh.A. Oraj Jaim 307:16), ni en la vestimenta que viste, ni escuchar cuando canta. No se debe sentir el perfume de una Ervá (Aruj haShulján Even haEzer 21:23, Mishná Brurá 217:17), tanto de ella, como de su vestimenta. Asimismo, están prohibidos los bailes mixtos – entre hombres y mujeres (Sh.A. Even haEzer 157:1, Jaié Adam 25:13, Mishná Brurá 217:17) – como así también que mujeres bailen en presencia de hombres (ver Talmud Sanhedrín 75., Bavá Batra 57:). Del mismo modo, está prohibido ir a playas o piletas mixtas. Un hombre no debe sugestionarse en ideas que lo lleven a pensamientos inmorales, jugar, hacer chistes o bromear con las personas catalogadas como Ervá (Sucá 51:). Las leyes de Ijud (estar a solas en sitios en los que no serán vistos por terceros) están ampliamente explicadas en “Leyes de Ijud” (publicado por Editorial Ajdut Israel). Aun un marido y su esposa – en los momentos en que su contacto físico está permitido – no deben exponer manifestaciones corporales de afecto en público, para no generar pensamientos errados en quienes los pueden llegar a ver (Sh.A. Even haEzer 21:5). Todo esto nos resulta sumamente extraño, pues muchos no estamos acostumbrados a tal rigor. Sin embargo, y aunque así fuere, todas nuestras conductas judías – con fundamento en la Torá – que ya tenemos asumidas, nos hubiesen sido extrañas si no fuese que afortunadamente nos las han enseñado y las hemos asumido con el tiempo. Todos vivimos con algún punto de observancia al que llamamos “normal”, pues hemos encontrado un ambiente propicio con el cual compartir ese modo de vida y en el que no nos sentimos “raros”. Pero aquello a lo que no estamos acostumbrados ni acompañados por el microentorno – nos cuesta un tanto más. Y si bien cuando comenzamos a exponer estos temas, lo tratamos en relación a un ambiente laico y éticamente desfavorable, obviamente se debe entender estas normas como vigentes – no menos – en marcos netamente judíos y observantes. Un mundo que cambia continuamente Un punto adicional a lo que expresamos hasta aquí: no creamos ni por un momento, que el mundo exterior permanece estático respecto a sus principios: ¡cuántas situaciones que previamente se condenaban sin titubear, paulatinamente fueron siendo aceptadas y legitimizadas por el público en general! No hay que ir muy lejos, pues muchos avisos callejeros con publicidad comercial, están diseñados para que estimulen al público espoleando los instintos carnales de las personas. Muchos nombres de productos y películas están directamente esbozados con títulos que validen trasgresiones, pues eso es lo que más llama a las personas a probar y comprar cualquier producto. ¿Quiere Ud. hacer una proyección hacia el futuro? ¿Quiere imaginar el mundo en el que sus hijos deberán educar a quienes serán sus nietos?… No somos profetas, ni quisiéramos que lo que exponemos llegue a ser real, pero reconozcamos que si en las últimas décadas se fue permitiendo progresivamente más y más… ¿qué nos haría pensar, acaso, que esta tendencia se revierta, o aunque al menos sea, se detenga? ¿Quiénes, acaso – y por qué – lo harían? ¿de quién esperamos que tenga la voluntad moral y la fuerza política de exponerse y luchar por una conducta ética (y que lo voten)? Pero: ¿cómo era antes?; ¿no fue siempre así? El ser humano desde siempre contó con un Ietzer haRá y estuvo tentado por sus inclinaciones hacia lo prohibido, pero vivía en sociedades en las que se reprobaba aquello que estaba mal, aun cuando pocos – o muchos – sucumbieran ante sus impulsos. Esta realidad, en la actualidad, dejó de ser así, pues los principios morales se juzgan como cuestiones privadas de uno, que jamás se deben “imponer” al resto de la sociedad. Apocalípticos no, pero realistas, sí. Si callamos, otorgamos y nos tornamos cómplices silenciosos de un mundo con su moral en decadencia. Ahora bien, si Ud. coincide con lo que exponemos, ¿no es evidente que debemos educar y dotar a nuestros hijos de serenidad y paz interior para que tengan el músculo espiritual desenvuelto y puedan mantenerse indemnes ante los ataques a su moralidad? ¿Pero, acaso, es posible impedir esos avances agresivos con una actitud firme? El intendente de Nueva York, Rudy Giuliani, al asumir su cargo, se enfrentaba con una altísima tasa de criminalidad en la ciudad que parecía imposible de reducir. Sin embargo, se hizo famoso por su programa “tolerancia cero”, mediante el cual transformó a la “gran manzana” en un sitio sustancialmente más seguro. En realidad, no logró anular totalmente el delito, pero la postura de no aceptación del flagelo, logró mejorar el escenario. Aun si no se logran los resultados ideales, hay que luchar por las convicciones en las que realmente se cree. Para esto no se requieren sermones (nuestros hijos difícilmente los escucharán). Solamente viviendo con un comportamiento tranquilo y seguro que no manifieste interés alguno por las actitudes populares y perversas que llenan el aire – simplemente porque no merecen nuestra atención o curiosidad – mientras que sí se palpa el esmero por las cosas que valen en la vida, uno se convierte en modelo de conducta para los hijos, pues mediante esa pasividad inapetente, se demuestra tácitamente el orden de prioridades y el valor – o falta de mérito – de cada cosa. Incluso dentro del Bet haMikdash, donde se supone que los judíos se estarían conduciendo con los pensamientos más sublimes, los Sabios se vieron en la necesidad de realizar un “Tikún Gadol” (gran reparación), al preparar un espacio especial para las damas en la fiesta de “Simjat Bet haShoevá” de Sucot (Sucá 5:2), y no se llegue a situaciones de libertinaje e inmoralidad. ¿Qué nos queda a nosotros? En resumen: no dejemos ni renunciemos a nuestra dignidad, tanto en los lugares de trabajo, como en el sitio que elegimos para pasear o vacacionar, en el modo de vestirnos, y en las fiestas que organizamos. Seamos conscientes que nos están mirando – ni más ni menos que… – nuestros hijos! Ellos ven si somos capaces de decir: “No” a ciertas costumbres vulgares y populares porque no responden a nuestros principios, y ese modelo les será útil cuando lo deban repetir en un mundo aun más desafiante y agresivo que al nuestro de hoy. No fue fácil escribir este texto, porque uno mismo debe lidiar con este reto día a día, ganando y perdiendo batallas. Aun así, no estamos exentos del deber de mostrar el norte a quienes quizás ni saben que ese norte existe.
El cuidado de la palabra
III) El cuidado de la palabra EL UTENSILIO PRECIOSO EL PRECIO DE LA PALABRA Sr. Amando Pérez Abellán, dueño de la cadena de distribución de productos importados “Only The Best” había comenzado con un pequeño capital buscando los nichos de comercio que ofrecían buenas oportunidades en el mercado español. Así fue dedicándose cada vez más a las tiendas que vendían alimentos exóticos con buen precio. Su negocio crecía, pero los gastos eran también altos, en particular, las comunicaciones con los proveedores que residían en sitios muy distanciados – aunque en nuestro planeta. Puesto que no podía viajar a conocer para sus abastecedores, y las comunicaciones por vía electrónica eran un tanto tibias y espaciadas, Amando buscaba reiteradamente un medio de comunicación económico, que le permita hablar a diario con quienes debían elaborar sus productos y tramitar los documentos que él necesitaba. Fue entonces que encontró una empresa “Shmatephone” que ofrecía lo que él buscaba. “…Ud. elije sus destinos favoritos en todos los continentes”. Llamadas gratuitas sin límite. Cinco destinos GRATUITOS, y GRANDES DESCUENTOS para otros diez países que Ud. designa”. Justo lo que estaba esperando Amando. Abajo del anuncio había una larga nómina de países que estaban incluidos en el plan. Si bien conocía bastante del mundo, habían nombres de países que ni él había sentido nombrar. Ansiosamente estudió la lista, y rápidamente ubicó los nombres de los que para él eran importantes: Kazakhstan (con capital Astana), Madagascar (él solía hablar con frecuencia a Antananarivo), Namibia (tenía agentes en Windhoek), y lo que más le interesaba: Guinea, pues quería estar en contacto fluido con sus representantes en Bissau, para que le consigan las nueces de cajú que representaban un volumen importante en sus ventas, y también con Guayana, pues sus delegados de Cayenne le enviaban información constante del precio fluctuante de los camarones (no casher)… Muy contento con el hallazgo, llenó los formularios de solicitud, retiró su aparato de teléfono ultra-moderno, sintió un gran alivio por la fluidez que tendría el negocio a partir de aquel momento, sin la pesada carga de cuentas onerosas. Los días que siguieron trabajó más horas que nunca antes, hablando horas sin fin con sus agentes aprovechando el nuevo sistema, y sintiéndose afortunado por lo fácil, veloz, y barato – no: ¡gratis! – que todo resultaba. Así transcurrió un mes y diez días – cuando le llegó la primera factura telefónica de Shmatephone. Esperando encontrarse con una cuenta de U$S 45, casi se desmayó cuando el importe ascendía a U$S 4.575,26. “Debe haber un error. Llamaré y lo solucionaré de inmediato” – estableció con la determinación que lo caracterizaba. Llamó al servicio al consumidor e hizo saber su queja e indignación: “Solamente hablé con los países que yo escogí” – sentenció Amando. “¡Perdóneme, señor!, pero aquí tengo 160 horas de llamadas a Cayenne y otras 94 horas a Bissau…” – respondió la operaria. “¡Pues yo llené en mi formulario Guayana y Guinea!” – retrucó furioso Amando. “Lo lamento, Sr. Pérez Abellán” – si bien no se percibía mucho un tono de voz de lamento – “los países incluidos son Guyanna con capital en Georgetown y la República de Guinea, con capital en Conakry. Ud. habló con la Guayana francesa, y con Guinea Bissau… que no figuran entre los destinos que nosotros ofrecemos…”. ¿Hablar gratis? No existe. El último siglo y medio ha visto un cambio como jamás antes, en lo relacionado a nuestra posibilidad práctica de comunicarnos. Desde que Alexander Graham Bell inventó el teléfono en 1876, junto con Elisha Gray, los cambios y los sistemas han ido mejorando sustancialmente. Comenzando con la técnica más antigua en la que los usuarios debían comunicarse con la operadora para establecer cada comunicación, pasando por el discado (cuando los teléfonos tenían un disco con números que había que girar uno por uno, por el artefacto digital, el dispositivo inalámbrico y las llamadas directas al exterior del país (sin la espera de horas a ser atendido por una operadora…). Luego apareció el celular – grande como un ladrillo – que los orgullosos usuarios ostentaban en las esquinas a pesar del peso que significaba cargarlos por la calle. Estos fueron reduciendo su tamaño progresivamente hasta caber dentro del bolsillo, tener capacidad de memoria para llamar sin necesitar, oprimir cada cifra nuevamente (“redial”), venir diseñado en llamativos colores, estar acompañado por entretenidos juegos electrónicos, permitir llamadas en espera, cámaras fotográficas y filmadoras, etc. Luego se ofreció la modalidad de pertenecer a una flota (que fue cobrando fuerza y convirtiéndose en la armada naval), y ¡todos felices! Caminando por las calles o viajando en transporte público, los peatones y pasajeros hablan… y hablan… y hablan (o mandan “mensajitos”). “Si es gratis – ¡cómo lo vas a desaprovechar!” – pensarán. Pero se olvidan de un punto importante: hablar jamás fue – o será – gratis. Precisamente el teléfono, uno de los elementos inventados que más nos facilita nuestra existencia, se está convirtiendo – paso a paso – en una adicción y una pesadilla. Si bien lo que sigue no será fácil de digerir, es menester que dediquemos un espacio de reflexión a este aspecto de nuestra vida, que se ha modificado y transformado en un escenario tan alarmante, que requerirá un esfuerzo especial y mancomunado para revertirlo – si es que logremos hacerlo – o al menos, a nivel personal y familiar, tomar cierta distancia de y control sobre él. Y, puesto que precisamente el hablar con la gente es algo que jamás se hace solo (quienes hablan solos no necesitan teléfono), y muy posiblemente no tengamos la colaboración de otros para ser cuidadosos en la elección de léxico y temario, nos sea aun más difícil implementar cualquier toma de consciencia de modo unilateral por temor a ser considerados irrespetuosos, o “anti-sociales”. Comencemos por ser sinceros nosotros mismos: el valor de la palabra se cotiza más cuanto más cuidadosos somos en su uso. “Hay oro y abundancia de perlas, pero los labios de sabiduría (Kli Iakar) constituyen el utensilio más precioso” (Mishlei 20:15). La capacidad del habla está continuamente a nuestra disposición, pues es la facultad más imprescindible de todas las que contamos, para cumplir nuestra misión terrenal, en particular en lo que hace a su faz espiritual. Esto no se reduce a situaciones en las que hay quien escucha lo que exponemos, sino – más extendidamente – porque a través de la palabra, expresamos y clarificamos nuestras ideas con mayor precisión. Quien haya participado de una clase de Talmud, habrá advertido que los Sabios nos transmitieron sus enseñanzas con esmerado cuidado en cada palabra que emitieron, a tal punto, que se llegan a deducir muchas leyes por el modo de expresarse que eligieron en cada una de sus manifestaciones. Es así que lo manifiesta Mishlei (15:2): “La lengua de los Sabios optimiza el conocimiento, mientras que de la boca de los necios fluye la insensatez”. Cuanto más habla la gente (en particular cuando lo hace apresurada, ligera y superficialmente) más difícil se torna tomar precaución en lo que se dice. Por otro lado, mantener silencio y saber escuchar, son realmente considerados una maestría – pues redunda en un mayor cuidado en lo que luego se expresa. “Donde hay muchas palabras, no dejará de surgir la ofensa, y quien guarda sus labios, se reconoce sensible (Mishlei 10:19). “Quien responde antes de haber escuchado [o sea, no deja terminar a quien le habla], provoca, en si mismo, delirio y vergüenza” (Mishlei 18:13). La pregunta evidente, entonces es: ¡¿cómo hemos llegado – en tan poco tiempo – a tal abuso de la facultad de hablar?! Si bien no se debe responsabilizar a terceros, los medios masivos de comunicación han adquirido una credibilidad que no les corresponde – (y cedida equivocadamente por los adictos oyentes/lectores). Debo aclarar que cuando nos referimos con crítica acerca de los medios, no estamos tratando de alguna especie de asaltantes del espacio que nos atacaron a los pobres terrestres indefensos. Por el contrario, los medios son parte de la sociedad, porque la sociedad así los eligió, los sigue apoyando, los ayudó a crecer cada día más, y se ha tornado apegada y devota a todo lo que representan. Cada oyente sostiene la emisora y los programas que opta escuchar y favorecer por sobre los demás. En breve, los medios potencian las debilidades y mediocridades propias de la sociedad en la que funcionan. Y parte del trabajo – y lucro – de los medios, es crear “noticias” – aun cuando los temas que presentan no serían de valor real para los oyentes o lectores. Una “noticia”, para que cumpla su función en el programa, debe llamar la atención. El aliado natural de un noticiero es la curiosidad humana (que le ha sido dotada a la humanidad con propósitos positivos, tal como los inventos útiles, que han permitido avanzar a la civilización). La curiosidad, a su vez, se nutre por la práctica – cada vez más universal – de “medirse” (evaluar los logros y fracasos propios) a través de la vida de los demás. Precisamente porque los medios han logrado que el público considere “importante” estar al tanto de tanta información que en realidad le es totalmente superflua e improductiva (exceptuando, obviamente, el pronóstico y el estado del tránsito en la ciudad…), y puesto que deben competir con sus rivales para ganar publicidad en sus propios medios, el escrúpulo por lo que es digno de transmitir, fue desapareciendo. Los locutores son expertos en modular su voz para jerarquizar su habladuría constante de lo que llaman noticia, y se jactan de ser los primeros en saber cierto chiste o enredo antes que otros. A eso se le llama una “primicia” o un “anticipo”. Además, y dado que muchas de estas “informaciones” no pueden ser corroboradas, se habla frecuentemente de “fuentes allegadas”, de “vecinos que no se quisieron identificar”, de “sospechas”, y se comenta que “se está investigando”, más otros modos de crear presunciones, fijando cada vez más en la mente y actitud de los usuarios, la modalidad de juzgar sin pruebas, creer culpable sin poder demostrarlo con certeza, elegir ver lo malo en la persona en lugar de lo bueno, etc. Y esto – sin duda – se vuelca luego a la forma de conducirse en la vida en general. Es imposible estar pendiente de los medios y seguirlos regularmente, sin contagiarse de la actitud que acabamos de describir. El oyente pierde rápidamente todo recato o miramiento que le permita distinguir entre lo auténtico y refinado – y lo tosco y vulgar. Cuando los medios invitan a los oyentes a participar y opinar, se suma otra conducta cada vez más divulgada en la sociedad. Lo mismo sucede en las encuestas callejeras y electrónicas en las que individuos “votan” sobre cierto tema. Los que llaman para “opinar”, suelen no tener conocimiento de la causa en la que juzgan o califican. Suelen repetir alguna frase o slogan que han escuchado “por ahí”, o directamente emiten su sentencia a partir de sentimientos de resentimiento que poseen a raíz de algún episodio por el que han pasado ellos o sus allegados. La tendencia a generalizar en cualquier tema es muy común. El hecho que muchas personas aparentan ser “expertos” en todos los temas de la vida, ya no asombran a nadie…, y que las palabras de una víctima, emitidas en el momento de dolor, sean consideradas valiosas como para que todos las escuchen y formen sus “opiniones” es algo sumamente peligroso… pero nada raro. “Quien cuida su boca y su lengua, protege su alma de sufrimientos” (Mishlei 21:23). A fin del siglo XIX, Rav Israel Meir Kogan, escribió su compendio “Jafetz Jaim”, que trata todas las leyes relacionadas con el hablar correcto: la difamación, la maledicencia y el chisme. La Torá ordena que la persona afectada por manchas en su cuerpo, resultado de conductas cicateras, deba vivir a solas, lejos de las áreas civilizadas. El Talmud entiende esto como un castigo (Arajin 16:): “él distanció al hombre de su esposa, o a un individuo y su prójimo; por lo tanto deberá permanecer recluido”. Cuando la persona aquejada debía apartarse del conjunto de la sociedad para ir a vivir como ermitaño en soledad, ese sería el ámbito ideal para que reflexione acerca del daño que se provoca al pensar y al hablar mal del prójimo (Ramba”m, Mishné Torá, Hil. Tum’at Tzara’at 16:10). Sería también un momento de meditación acerca de todo lo bueno y positivo que caracteriza a los demás – la ausencia permite reconocer las virtudes ajenas, precisamente porque están lejos de uno. Cuando uno estudia las leyes que el Jafetz Jaim recopiló, no deja de percatarse que están escritas para una sociedad que toma conciencia de lo que significa abrir la boca para hablar. Nuestro “problema” ya no es solamente si hablamos – y cuánto – Lashón haRá, sino si siquiera tenemos noción del valor de una facultad Di-vina que poseemos. Si comenzamos por esta reflexión, quizás logremos aproximarnos a ser los humanos que D”s estableció en su Creación al brindarnos este “precioso utensilio”, y, esperemos, que cuando llegue nuestra “cuenta telefónica” no nos presente sorpresas desagradables. EL VALOR DE LA PALABRA Si bien existe la disposición en muchos círculos de presumir que la Torá consiste en una nómina de leyes rituales, pocos saben que realmente la Torá es muy minuciosa en su atención por la conducta humana en todo lo vinculado al trato con las personas. Estas leyes se extienden mucho más allá de lo que el ojo del hombre puede percibir. ¿En qué radica la distinción? La diferencia entre lo que los humanos podemos legislar y lo que D”s dictamina, reside en que los seres humanos podemos únicamente ver acciones y escuchar palabras, pero jamás sabemos con certeza lo que otro piensa. Por lo tanto, nuestro juicio y evaluación de los sucesos se reduce a lo que está a la vista. Sin embargo, la realidad es que nuestros actos reflejan ideas. Esas ideas las puede llegar a conocer solamente el autor del acto. Frente a los demás se puede engatusar, fingir o mentir. ¿Quién puede demostrar acabadamente las intenciones del otro? Pensemos por un momento: si hasta somos hábiles en engañarnos a nosotros mismos, ¿no seremos capaces – acaso – de engañar a los demás? Solamente D”s puede evaluar y justipreciar nuestros propósitos. La diferencia entre la limitación en la calificación humana y la Di-vina, queda evidente en las palabras de D”s al profeta Shmuel (cuando este quería ungir a Eliav, el hermano mayor de David, creyéndolo el indicado e idóneo para asumir la monarquía de Israel). D”s, Quien sabía que Eliav no era la persona ideal para el cargo, por conocer los motivos internos de sus actitudes, le dijo a Shmuel, que él no podía percibir lo mismo que distingue “pues el hombre observa a los ojos y D”s mira el corazón…” En la Torá aprendemos – entre tantas leyes de convivencia y aprecio por la condición humana de las personas – que se debe amar al prójimo, que se debe buscar un pretexto para justificar y no sospechar de una persona recta aun viéndolo en situación dudosa y varias leyes más que hacen al pensamiento que sólo D”s conoce a fondo (Esta idea se ampliará en el capítulo siguiente). Asimismo, nos ilustramos acerca de las leyes pertinentes a la prohibición de calumniar, a no relatar cuestiones negativas sobre otros – aun si fueran reales sin lugar a duda, y ni siquiera comentar temas privados que el otro desearía que quedaran en la intimidad. En resumen: La obligación de amar al prójimo se despliega en la acción, en la palabra y en el pensamiento. Solemos pensar que la prohibición de la maledicencia se debe a que ocurre a espaldas del otro, lo cual tiene cierta lógica (para alguna gente), ya que demuestra un viso de cobardía. Sin embargo, podríamos preguntarnos: ¿qué pasa si digo lo que pienso delante del otro – “se lo digo en la cara” y no “a espaldas”? Posiblemente, muchos opinarían que en ese caso la falta no es tan grave. Al contrario, hasta puede parecer meritorio que uno no se “achique” y que diga las cosas de frente… No es tan así, nos enseña la Parshá Behar (Vaikrá 25:14,17). Allí nos enseña, entre otras cosas, las leyes de Onaá (herida / engaño) dos veces. ¿A qué se debe la reiteración de la misma prohibición? Dicen los Sabios, que una mención es para enseñarnos acerca de la prohibición del engaño con relación a bienes materiales (Ona’at Mamón) y la otra se refiere a daños morales causados por el modo de expresarse hacia el prójimo (Ona’at Devarim). Los Sabios ya nos señalaron que la segunda infracción es peor que la primera, pues si respecto a los bienes materiales es difícil la reposición, al hablar de lesiones y golpes espirituales y anímicos – es casi imposible restituir lo que se destruyó. Heridas verbales Las heridas que se cometen con la boca son más difíciles de detectar. Pues sólo el propio protagonista que dice algo, sabe cuál es la verdadera intención de lo que está diciendo. Él sabe si lo dijo con doble sentido, si dolerá a la persona que lo escucha y si lo que está diciendo tiene un significado subjetivo que le molesta a aquel individuo… Los Sabios nos dan varios ejemplos sobre esta norma: 1. Una de ellas consiste en recordarle el pasado, a una persona que afortunadamente superó ciertas conductas incorrectas (“vos no te hagás el santo porque sabés muy bien – que antes – vos mismo…”). Si bien, uno no debe olvidar sus debilidades anteriores, para poder terminar de corregirlas totalmente y para evitar volver a caer en las mismas, esto no autoriza en absoluto a que otros se lo recuerden o endilguen. 2. Asimismo, se incurre en esta profunda infracción (aun si se lo dijera a los propios hijos y alumnos), al atribuirle los trastornos, las desgracias, las penas y los padecimientos ajenos, los males que le están sucediendo a otro – enfermedad, problemas económicos – al castigo Di-vino (p.ej. al decirle: “si te está pasando todo, por algo será…”, o “es todo tu culpa”, o “te lo merecés”). 3. Dentro de la categoría de “heridas verbales” está incluido el expresar las cosas gritando, amedrentando a otra persona, diciendo sus palabras de modo irónico, mordaz y sarcástico, aun si se utilizara un vocabulario elegante, refinado y distinguido. 4. Insultar, crear sobrenombres y apelativos peyorativos nuevos y utilizar los que ya existen inventados por otros, también entran en esta perversa categoría. (Dentro de esta categoría, es preciso señalar que si al individuo le agrada el nombre, tal como se llama a los niños con diminutivos de cariño, esto estaría permitido). 5. En reuniones sociales, es rutinario que la gente haga “chistes” a costa de sus compañeros que creen que son inofensivos. Aquel, que fue el objeto del chiste deberá “aguantársela”, o sea poner buena cara y participar del evento sin poder replicar, pues “queda feo” que uno se tome a mal que le hagan una broma. Esto no significa que haya quedado mellado su ánimo… 6. El dolor gratuito se logra también con frases como: “podías haberlo conseguido mucho más barato en tal y tal lugar” – dichas precisamente a quien se alegra por haber conseguido una “ganga” y ya no la puede devolver o canjear (de modo que queda con el sabor amargo de haber pagado un sobreprecio innecesario)… Cuando hablamos de las heridas verbales, nos referimos aun si no hubiese público presente, es decir que el intercambio verbal sucedió en privado. Si – por otro lado – las palabras hirientes se dijeran en público esto sumaría la gravedad de lo que significa hacer pasar a otro vergüenza en público (Vaikrá 19:17). Dijimos anteriormente, que los Sabios infieren que las mellas orales son más severas que su equivalente monetaria. En la realidad de la vida, todos reaccionamos con alarma ante la creciente ola de violencia física, pero poco nos horrorizamos ante la progresiva rudeza verbal, a pesar que las secuelas de esta patología son más difíciles de medir y curar. Muchas personas pueden sufrir por años, o quizás toda la vida, a raíz de comentarios desagradables e injuriosos que se les hizo mucho tiempo antes. Y quién sabe, cuánto “rebote” nuestro comentario puede tener en terceros, es decir en aquellos que sufren las consecuencias de la ira que produjo una frase equivocada en alguna persona, y que por no poder reaccionar en cierto medio, expresó su furia en otro espacio… Parshat Behar nos habla de otro acto grave: el de tratar al esclavo con rigor y crueldad (“Lo tirdenu befarej” – Vaikrá 25:43). Dado que ya conocemos este término, pues es la manera en la que los egipcios procedieron con nuestros antepasados, imaginamos que esta ley advierte al judío a no maltratar y golpear o torturar al sirviente. Nuevamente estamos errados. La Torá no solo nos señala esto que es obvio, sino que incluye bajo “rigor” cualquier trato que implique por consecuencia, el carácter de subordinación que tiene el esclavo frente a su amo. Dado que los seres humanos fuimos creados a imagen de D”s, somos soberanos por naturaleza. El hecho de que en cierta coyuntura un ser humano deba “servir”, o sea, prestar servicios a otro, no quita ni disminuye en absoluto esta libertad legítima y natural. Cualquier implicancia al contrario, en el sentido de un trato feudal que lo hace ver como inferior y sometido, se califica bajo la prohibición de “rigor”. Rash”í, menciona en nombre del Midrash, que no se debe requerir del esclavo que “le caliente un vaso” (hacerle un té) cuando no lo piensa beber. El hecho de realizar tareas inútiles, humilla a la persona que las cumple. Lo mismo sucede cuando el amo le ordena al esclavo a “cavar (la tierra) hasta que regrese”. Nuevamente, en estas palabras se pone de manifiesto que el tiempo (la vida actual) del esclavo es pertenencia del patrón. Más que la necesidad de cavar un pozo de ciertas dimensiones, o trabajar durante cierta cantidad de tiempo, lo cual le daría una dimensión de utilidad a la tarea que se está realizando, la disposición de llevar a cabo un trabajo por tiempo indeterminado (el esclavo no sabe cuándo volverá su amo, si dentro de veinte minutos o dentro de cinco horas), esta manera de expresarse por parte del amo señala más su aire de superioridad por sobre su empleado que el provecho real de su actividad. Es triste que en muchos hogares, se olviden de instruir a los hijos en el marco de dirigirse al personal doméstico con respeto. Es muy posible que a la empleada no le importe cómo la saluden o cómo le pidan las cosas. Es muy factible incluso, que en el medio de donde ella proviene no se cumplan ni siquiera someramente las mínimas reglas de respeto individual y no esté acostumbrada a un trato cordial. Esto no resta en lo más mínimo la importancia del trato amable. No se trata de que esté en juego el hecho que la empleada se vaya a trabajar a otro lugar. Al contrario. Quienes se beneficiarán de por vida son los propios niños, pues adquirirán una conducta que para siempre les hará sentir el aprecio por toda persona – como la Torá lo exige – sin importar su status social. UNA BUENA CALIFICACIÓN EN “LENGUA” Si, sí. Cada mes o cada bimestre, los niños traen su boletín de calificaciones que los papás debemos firmar. Según las notas, este puede ser un momento traumático, o feliz. En los distintos casilleros, los maestros han llenado por período la evaluación del rendimiento de sus alumnos, en base a sus conocimientos y su aplicación a cada asignatura. Nuestros ojos efectúan el recorrido por el cartón que tenemos en mano, tratando de comparar las notas del presente tramo con las de los tramos anteriores, para determinar si nuestros hijos están superando lo que ya han alcanzado en el pasado, o – D”s no quiera – estén estancados o, peor, retrocediendo en sus estudios. En realidad, es hasta ese punto que la mayoría de los papás se llegan a interesar. O sea: si “en general” está mejor – o “no mejor”. Obviamente, sería difícil retener en la memoria las numerosas calificaciones puntuales de cada materia… Bien: allí estamos mirando el boletín y vemos que hay una materia llamada “lengua”, y en la que – no nos es grato admitir – nuestro hijo tuvo una nota muy baja. Tratamos de entender cuál es el motivo. Indagamos: ¿qué compone la nota de “lengua”? Pues – así nos informan – saber redactar, poder expresarse verbalmente con corrección, comprender los textos que lee, la ortografía, etc. Nos detenemos para reflexionar acerca de la importancia de esta materia: ¿es necesaria para la vida?; ¿un buen rendimiento lo convertirá en mejor profesional?; ¿existe alguna correspondencia entre el éxito comercial y el lenguaje que emplea quien ejerce esa actividad? Luego de un rápido relevamiento de personas que conocemos y con quienes nos hemos encontrado en el pasado, llegamos a la conclusión que no estamos tan seguros que tal correlación exista. “Pues entonces” – pensamos – “¿por qué insistir tanto en esta asignatura?” En ese momento, suena el celular y nos hace recordar que debemos salir a una reunión. Aprovechamos el viaje para dejar a los niños en casa de los primos. Pocos minutos más tarde estamos en la calle saliendo de la cochera, y nos esperan unos “bramidos” de una muy fea discusión entre un vecino – ex-director de una escuela pública y ahora empleado jerárquico en el Ministerio de Educación – que lo conocemos de vista, y otro – un extraño que nunca antes vi. No quiero involucrarme, motivo por el cual trato de mirar hacia otro lado, y espero no ser visto por estos dos contrincantes que – aparentemente – habrán tenido algún problema “grave” con sus automóviles – quizás alguno rozó al otro requiriendo una visita a “chapa y pintura”, y que están justamente en medio de una agria discusión. Los epítetos con los que se dirigen uno al otro son escalofriantes. Esto no se debe a que nunca lo haya escuchado en el pasado pues ya “tengo calle”, pero, a comparación de la vulgaridad habitual, pertenecen a un escalafón que aun la sociedad mediocre contemporánea considera – por ahora – como subido de tono. Y si bien trato de escaparme lo más pronto posible, mis hijos… ¡qué curiosos!, miran precisamente hacia donde no quisiera que miren, y escuchan justamente lo que yo no quisiera que oigan. “¡Qué paradoja!” – pienso en ese momento, recordando el boletín de mi hijo que acababa de firmar – “que este vecino tan mal hablado trabaje en una dependencia estatal en la que se fijan las pautas educativas que terminen calificando a mis hijos en su lenguaje…”. ¿Tendrán los mismos criterios que nosotros, los padres, respecto a cómo se debe hablar? Una pregunta frecuente Una de las preguntas no poco corrientes que recibo en relación a la educación de los niños, es: qué hacer cuando un niño de repente emite una de esas famosas “malas palabras” que ha escuchado “por allí” – “casi seguramente en la escuela”. Antes de encarar el tema, debo adelantar que esas preguntas – como tantas otras – son difíciles de responder sin conocer de cerca las reacciones de los progenitores a otras actitudes desatinadas de los niños o de terceros en general. ¿Qué replicarían, por ejemplo, si el niño habla mal de un compañero o de la maestra? ¿O cómo reaccionarían si juega con los juguetes del hermano sin pedirle permiso? Intentaremos volver sobre este punto más tarde, luego de ampliar un poco sobre el significado de las “malas palabras”. Puesto que nacimos y vivimos en un Galut (exilio) que si bien no suele manifestarse hostil (en este país) en cuanto a nuestra presencia como ciudadanos con los mismos derechos cívicos, y no interfiere en el cumplimiento de las normas religiosas, sí – en cambio – se contrapone (y a veces muy antagónicamente) a todo aquello que sostenemos moral y ético… En cada sociedad, el vocabulario del idioma que se emplea, es la consecuencia de la manera de pensar de aquella cultura. Más allá que cierta palabra esté aceptada según los criterios de la Real Academia Española, el hecho que la gente la utilice demuestra los sentimientos de dicha población. Si notamos, pues, que la sociedad se expresa espontáneamente con palabras hirientes y ofensivas, esto puede ser sintomático de varios indicios. En primer lugar se percibe que no hay respeto alguno por el ser humano que uno tiene ante sí, lo cual no augura nada bueno, pues al carecer de este valor fundamental, la sociedad se arrima cada día más a la anarquía. Cuando el insulto va dirigido a un adversario, esto demuestra que no se acepta que haya espacio para pensar distinto a uno, y esto, a su vez, manifiesta un poco más la soberbia y arrogancia de quien habla. Quien tiene alguna actividad cercana a alumnos de los colegios públicos, habrá percibido que en estos sitios todos los alumnos se llaman mutuamente con el mismo “nombre” en el que solamente se modifica la última letra para aclarar si se trata de varón o de mujer. Si se detiene por unos segundos a escuchar no solamente las palabras, sino la carga emocional con las que se emite, percibirá que el contexto vehemente e insensible con el que se dicen anula y desautoriza a la persona a quien se tiene delante. Esto no es un invento de los adolescentes, sino el modo de oponerse y rebatir, que aprendieron de los adultos (no necesariamente de sus padres, pero muy posiblemente también de ellos…). ¿Pero por qué es tan común que la gente utilice un vocabulario vulgar y despectivo? Las “malas palabras”, habitualmente se utilizan en nuestro entorno cuando las personas no saben cómo contener su enojo frente a situaciones que no pueden controlar, y – ante esa impotencia – quieren hacer desaparecer mágicamente al antagonista (trátese de una persona, o no). No cabe duda que vivimos en una sociedad que por muchas razones vive la mayoría de sus días frustrada, engañada y decepcionada por las causas que ella misma ha creado. Entre las más evidentes, están la expectativa de sentir placer ilimitado a partir de lo material, cosa que, por lógica, jamás sucederá. La sensación de tener que lograr todo lo que uno se propone, crea correspondientemente tantos desengaños como ilusiones desmedidas uno ha imaginado desde un comienzo. Las presentaciones en “tapa de revista” de aquellos que – supuestamente – poseen más que uno, enfatiza aun más el nivel de fracaso del que hablamos, y cuando – día a día – se escuchan historias de impunidad ante la ley, arbitrariedad en la justicia, irresponsabilidad en la tarea pública y excesos de aquellos que ostentan el poder, el ciudadano promedio, que cree que se merece aquel mismo confort y la misma fortuna que exhiben aquellos que imagina más exitosos que él, se siente aun más derrotado, impotente y desafortunado. Seguramente, el “hombre promedio” jamás ha escuchado una clase de Musar (ética e introspección) típica, como se las imparte en las Ieshivot, y por lo tanto carece totalmente de elementos con los que pueda hacer frente a estas sensaciones de decaimiento anímico y agotamiento emocional. Es más: ni siquiera sabe que existe un mundo distinto, pues sentirse dichoso solamente con lo propio, cayó en desuso en este mundo, por cierto hambriento por lo que conoce y carece, y por lo que aún desconoce pero cree que le traerá felicidad el día de mañana, por novedoso. Y estos sentimientos son contagiosos: entre los seres humanos que conviven en la misma cultura, se transmiten estas impresiones de pesadumbre, amargura y tristeza, convirtiendo este modo de expresión en la única alternativa generalizada de manifestarse. Ante estas circunstancias que no sabe manejar, se desespera cada vez más, y al no saber contener el “ca’as” (sentimiento de ira, indignación, y exasperación), pierde la poca cordura con la que trata de presentarse como persona civilizada ante la sociedad. Independiente, pero sin duda también sintomático de una sociedad que vive bajo la influencia de la falta de contención y dirección en lo moral, y que ha estado viviendo bajo un régimen “religioso” que celebra el celibato y declara pecaminoso todo contacto entre hombres y mujeres, no nos debe asombrar el hecho de que casi todas las “malas palabras” se relacionen de algún modo con los órganos genitales, con las relaciones prohibidas, etc. Los Sabios definen estas expresiones con el término de “Nivul Pé”, que significa desprecio de la boca (cinismo, mordacidad y sarcasmo). En la Torá (Bamidbar 30:3) encontramos en relación a la obligación de cumplir con las promesas que uno expresó, que “no debe profanar su palabra” (dejando de cumplir su voto). Esto nos transmite claramente el concepto de que nuestra palabra es “santa”, o, al menos, debería serlo. Y en caso que por la boca se emitan palabras que no estarán a la altura de lo que se espera de nosotros, ello equivale, precisamente, a una “profanación” de la palabra. Esta idea, sin duda, se aplica también – y con más rigor – al cuidado de un lenguaje transparente. Uno “es” lo que habla Cuando – como con los personajes del comienzo de estas líneas – uno observa situaciones en las que una persona insulta a otra, al principio percibe como si fuera ultrajado el honor de la persona contra quién se pronunció el agravio. Sin embargo, si se detiene a meditar por unos segundos, se percatará que en realidad mucho más se mancilló el honor de la propia persona que emitió la ofensa, pues – si supiéramos escuchar – veríamos que uno habla mucho más de si mismo que acerca de los demás. Esto es muy importante tener en cuenta cuando uno cree que lo están afrentando. Si bien este pensamiento no significa que se justifique a quien provoca, sí permite ver más allá de lo que se escucha: esa persona que grita, en realidad debe tener tantas cuestiones irresueltas en su vida, que lamentablemente no está capacitado o no fue enseñado a sostener, que no sabe cómo escapar de ellas sino a través de humillarse con este modo de expresión… Un alumno estaba presente en un Bet Din (Tribunal Rabínico) compuesto por personalidades excelsas y entradas en edad mundialmente reconocidas como autoridades en materia de arbitraje, según la normativa del Shulján Aruj. Delante de ellos estaban los dos contendientes que habían presentado sus alegatos, esperando ganar el juicio (en el que había mucho dinero en juego). Cuando finalmente los rabinos emitieron su fallo, aquel que no salió beneficiado comenzó a proferir una larga serie de improperios en contra los rabinos que acababan de pronunciar el dictamen, amenazándolos de palabra. Este alumno quedó anonadado al escuchar semejante falta de respeto y esperó ver la reacción de los rabinos. Sin embargo, permanecieron callados esperando que este personaje – ciertamente alterado por haber perdido el juicio – terminara de gritar, y luego, tranquilamente, continuaron con su tarea. La reacción de los papás Volviendo a los queridos papás que horrorizados escuchan las palabras que sus hijos acaban de incorporar a su conocimiento del idioma “de la calle”… Lo habitual, si es que ellos no utilizan también ese lenguaje, es que respondan de inmediato con tono de indignación: “¡¿dónde escuchaste eso?!”, “¡¿de quién aprendiste a hablar de esa manera?!”, o “¡¿acaso en esta casa hablamos así?!” o “¡te vamos a poner pimienta en la boca!”. Quizás el miedo de los papás sea que este chico diga estas “palabrotas” en público y eso dé la sensación que en su casa se expresan con esos términos. Y, obviamente, el papá no querrá que el niño se acostumbre a repetir estas palabras convirtiéndolas en parte de su repertorio. ¿Pues, entonces, cómo sí reaccionar? Pensemos, en primer lugar, que al emitir el niño lo que dice, está esperando alguna reacción por parte de las personas a quienes se está dirigiendo. Por lo tanto, cuanto más se pueda dejar entrever por la reacción tranquila y firme de que uno no se alterará por esta “mala palabra”, tanto más se pondrá “paños fríos” a la situación y queden en el olvido – sin que se repita. Si los papás, pues, pueden responder en voz quieta, segura y seria – pero no visiblemente enojada – que “nosotros no hablamos de esa manera”, esto será la mejor manera de enviar un mensaje claro que efectivamente “nosotros no hablamos de esa manera”, y que no nos interesa tratar con él en eso términos. Es muy probable que el niño trate de repetir la misma palabra a los pocos segundos. Esta vez ya ni es necesario girar la cabeza y reaccionar, pues él ya sabe que está en infracción. Si, aun así, el papá quiere, puede reiterar con la misma compostura anterior la misma frase que ya le ha dicho. Sumar enojo a esta actitud no sumará sino que quitará el efecto que se busca. Un punto adicional: Casi seguramente, el niño no sabe qué significan esas palabras que acaba de decir (y que tanto nos enojan), y solamente está repitiendo aquello que escuchó “por allí”, habiendo visto que la gente la usa para demostrar que está enojada. Y ahora repite esa conducta negativa que ha “aprendido”, del mismo modo en que aprendió todo su “idioma bueno”: escuchando y repitiendo hasta hacerse entender. Sin embargo, no olvidemos: callando al niño que dijo palabrotas aún no hemos resuelto la raíz de lo que provocó que las diga… O sea: ahora habrá que “hacer los deberes” y trabajar internamente para cuidar de no dar un mal ejemplo y así evitar las probabilidades de que el niño repita este lenguaje. ¿Y cómo lo evitamos? Tal como dijimos antes, las “malas palabras” solamente llenan el espacio por el que la persona inmadura trata de proscribir a quien tiene frente suyo. Por lo tanto, debemos volver a estudiar nuestra conducta como padres y maestros de cómo reaccionamos ante el antagonismo, la frustración y la adversidad. Pensemos: 1. Cómo exteriorizamos nosotros nuestras desilusiones; 2. Cuáles son las situaciones que nos frustran (qué valor real y permanencia tienen); 3. Con qué asiduidad nos frustramos; E inversamente (pues las reacciones positivas y negativas se complementan): 4. Cómo expresamos nuestra alegría y satisfacción; 5. Qué situaciones provocan que sintamos ese placer y júbilo. En la medida en que nuestras expresiones verbales, gestuales y faciales, sean pensadas y mesuradas, y también expresadas en las ocasiones que realmente lo ameritan, haremos un gran avance en aras de convertirnos en buen modelo a ser emulado. Asimismo, avanzaremos en la dirección correcta en la medida en que nos cuidemos de hablar en forma ordinaria, aun si evitamos las palabras que “oficialmente” se catalogan como groseras. Recordemos que los niños leen los gestos más de lo que miran el diccionario para saber si determinada expresión se halla – o no – allí. Del mismo modo, debemos evitar la frecuencia con la que empleamos expresiones que denotan exageración y generalizaciones – aun si se trata de objetos inertes – que en realidad constituyen el paso previo al insulto. P.ej. “este dormitorio parece un establo”; “no comas como un chancho”; “el trabajo del pintor fue un desastre”; “el olor en ese lugar es apestante”; “es un haragán, no mueve un dedo”, etc. Un maestro caminaba con sus alumnos y pasaron junto al cadáver de un perro muerto. Algunos de ellos comentaron que se sentía un olor nauseabundo, a lo que el maestro respondió: “pero los dientes son blancos” (Jovot haLevavot Shaar haKniá 6). D”s, al ordenar a Noaj que reúna los animales que se salvarían junto a él en el arca, distinguió entre los animales puros (especies permitidas luego para los judíos) de los que debía llevar también para ofrendas, y los que “no son puros” (especies prohibidas), de los que solo llevaría un macho y una hembra (Bereshit 7:8). La expresión más extendida “que no son puros” que reemplaza la palabra “impuros”, justamente nos enseña a evitar toda manifestación innecesaria de aspectos negativos. El lenguaje correcto Los Sabios se expresan de modo muy contundente en contra de quien se ríe, bromea o ironiza sobre temas íntimos de hombres y mujeres. Todo aquel que se expresa vulgarmente respecto a temas íntimos, pierde sus logros espirituales aún arduamente obtenidos (Shabat 33.). Muchas personas no pueden evitar escuchar expresiones indecentes que pronuncian casi ininterrumpidamente sus compañeros de trabajo o de aula. Si pudieran, deberían alejarse de tal compañía negativa, pero puesto que no pueden abandonar su trabajo, al menos deben mentalizarse la idea de que esa forma de conversación les es ajena y repulsiva. “Quien busca la Pureza, es asistido por el Cielo” (Iomá 38:). Que seamos nosotros contados entre quienes aprueban esta difícil asignatura en el “Boletín Celestial”.
Adulación
ADULACIÓN Está absolutamente prohibido adular. El Talmud nos enseña que el lisonjero es uno de los cuatro tipos de persona que son rechazados ante la Presencia Di-vina. Si bien, como veremos, esto se refiere a una persona que apoya directa – o indirectamente – a los malvados y a sus conductas, se incluye en este término también a quien finge dar honor y distinción a una persona que no se lo merece, esperando lograr algún beneficio de aquel, congraciarse o reverenciar a otro superficialmente, cuando uno interiormente lo detesta. La adulación es considerada como una falla moral muy grave, en los libros de ética judía (Musar) clásicos. Si bien este concepto es muy amplio, Rabeinu Ioná de Gerona (Shaarei Tshuvá 3:187-199), describe distintas categorías dentro de esta trasgresión. 1. El peor de los aduladores es aquel que abiertamente le expresa al pecador, que ha procedido correctamente. Esta actitud no solamente elude la obligación de advertir al trasgresor para que corrija lo que ha hecho, y – de hecho – lo alienta a no subsanar aquello que ha infringido, sino que suma la trasgresión bíblica de “no colocar obstáculos frente al ciego” (el trasgresor en este caso se denomina “ciego”, pues no quiere ver lo malo en lo que ha hecho), y provoca que se profundice el “Jilul haShem” (blasfemia al Sagrado Nombre de D”s), al “legalizar” el pecado cometido por el otro; 2. Le sigue aquel que le da honor a un malhechor, tanto en su presencia como estando aquel ausente (aun si se motivara en otras acciones buenas que hubiera realizado); 3. También está incluido aquel que le brinda estima a solas (pues crea en él la sensación de que su conducta está aprobada); 4. Está incluido aun aquel que se asocia al perverso, aun si se tratara de un pacto para realizar Mitzvot juntos; 5. También está prohibido atribuir públicamente confianza en esa persona. Lo mismo sucede si por motivos económicos o de presión política se designa a un individuo a un cargo rabínico para el que no está capacitado; 6. Se titula adulador también, a aquella persona que tiene influencia sobre el infractor, por la que se supone que podría intervenir para que abandone su camino errado, y se abstiene de ejercerla; 7. Aun si no hay certeza que la otra persona atendería las palabras de amonestación, está prohibido permanecer callado (mientras no se intuya que las rechazaría de plano); 8. Al participar de una situación grupal en la que se está hablando Lashón haRá o se están burlando de terceros, es imperioso alertar a los presentes acerca del mal que están haciendo, o retirarse de inmediato, pues su silencio será interpretado como una aprobación de lo que está sucediendo; 9. También se considera roncero a aquel que da honores al pecador, aun si no fuera por logros auténticos, sino solamente una “deferencia” evidentemente simulada y originada en el temor que se le tiene a aquel pecador. No se debe honrar ni siquiera a personas correctas, si esto es atribuyéndoles cualidades que no poseen. Esto se considera adulación, salvo que se consiga un propósito valioso al hacerlo. Al mismo tiempo, es menester que se dé a entender que adular no es sinónimo de honrar. Dar honor verdadero a una persona, significa que se le reconoce y se aprecian sus virtudes. Cuando se bendice en presencia de cierta persona que es un Sabio de la Torá, un gran científico o un emperador (cuando los había), esto no es para que la persona a quien se hace alusión escuche que se está bendiciendo por él, sino que está dirigido al Todopoderoso, reconociendo que las condiciones de esta persona especial se deben a que fueron legadas por D”s, Quien es el Único “Rey del Honor”, por conferir de Su honor a los seres humanos. Ud. se preguntará: ¿por qué hoy en día es tan común la adulación? “¿O no es realmente tan común?” Habitualmente es mucho más frecuente de lo que creemos y suele estar alimentada desde varias fuentes. El origen sicológico más común, es la sensación de mucha gente, carente de confianza absoluta en D”s, en el sentido de que (aparentemente) es más exitoso aquel que no cumple con sus obligaciones que aquel que sí responde a ellas. Efectivamente, esta no es una cuestión nueva, pues ya encontramos que esta pregunta (retórica) fue planteada a los profetas en la época en la que el Bet haMikdash fue destruido. Naturalmente, este pensamiento, aunque fuese errado, afirma la inclinación desacertada de congraciarse con quienes desobedecen la ley o la ética. Sin embargo, esta disposición no es un fenómeno oculto que se apodera de pocos individuos, sino que es la tendencia generalizada, propulsada por los medios publicitarios que prefieren utilizar nombres de producto, imágenes y lemas que revelen señales de rebeldía, sumisión a las estímulos, insatisfacción Evidentemente vende más un anuncio o una propaganda que contenga mensajes vinculados a la trasgresión (y si está de algún modo solapado en las palabras o la imagen, se torna aun más atractivo, pues involucra la mente del oyente o del que lo ve al participarlo en el hilo de pensamiento que conduce mentalmente a la idea de la infracción), que un mensaje “insulso” o “ingenuo” que no contenga esta clase de mensajes. Con la profusa difusión que estos medios poseen y la frecuencia que ellos se muestran en la vía pública y/o en la repetición constante e insistente, lograron instalarse y convertirse en una forma aceptada y “legalizada” de vivir. En otras palabras: es más interesante identificarse con el vicio, que luchar y solidarizarse o asemejarse al bien. ¿Hay, acaso, mayor adulación al mal que ésta? Y claro: la adulación siempre hace sentir al pecador (real o en potencia) más cómodo con su acción o pensamiento y justificar de ese modo su propia conducta, pues al observar al infractor con una mirada anuente, defiende su propio accionar (también incorrecto).
Sensibilidad a lo espiritual
SENSIBILIDAD A LO ESPIRITUAL En Parshat Mishpatim (Shmot 21:2) la Torá contempla las leyes relacionadas con la marca que se le efectúa al esclavo hebreo que desea quedar, voluntariamente, más allá de los seis años obligatorios con cuyo trabajo paga el robo que había cometido y por cuya razón se convirtió en esclavo en primer lugar. Rash”í explica que la razón de esta marca radica en que “El oído que escuchó ante el Monte Sinaí: “No robarás” y violó este precepto, debe ser perforado”. El libro Sfat Emet formula una pregunta: ¿No son, acaso, las manos las que cometieron el crimen? ¿Por qué se castiga, pues, a la oreja? Responde a esta pregunta el Sfat Emet: Si el oído hubiese sido receptivo al mandamiento Di-vino, las manos no hubiesen robado. El hecho que el oído esté expuesto a tantos sonidos perjudiciales lo vuelve insensible a la palabra Di-vina y lo convierte en objeto de este “llamado de atención”. El rey David comenzó su libro de los Salmos con las palabras: “Afortunado aquel que no se encaminó por la senda de los malvados, ni estuvo parado en el sendero de los pecadores ni sentado en compañía de quienes se burlan”. Pocos son los que toman conciencia de los peligros creados por la sordera espiritual (que existe al igual que la sordera física) originadas por escuchar calumnias, burlas, expresiones indecentes, etc. Particular importancia tiene este aspecto en una sociedad que se jacta de la “libertad de expresión” sin tomar los recaudos necesarios contra los efectos nocivos creados por la decadencia de una prensa mediocre. Pensar que se puede ser inmune y escuchar o ver todo sin que esto afecte nuestro ser es el primer gran error. Las transformaciones pueden no percibirse en lo inmediato; es más, pueden demorar años o generaciones. Sin embargo, cuando huimos al deber del estudio y del rezo diario, etc. mucho de esto radica en nuestra dificultad de escuchar ciertos sonidos sutiles que ya no podemos registrar por una sordera espiritual incipiente. Si nos protegemos de los rayos dañinos del sol con cremas y lentes especiales… ¿no deberíamos protegernos de estos daños corrosivos por excelencia? ¿Se escucha lo que digo? (Adaptado del “Living each day” del Rabino Abraham J. Twersky M.D.) CUANDO HABLAMOS POR DEMÁS Cuando año tras año, después de la fiesta de Simjat Torá nos volvemos a embarcar en la lectura del primer libro de la Torá: el libro de Bereshit (Génesis). El interrogante que vuelve a la mente una y otra vez es: ¿Por qué leemos todas estas historias que datan de hace tanto tiempo? ¿Es quizás porque nuestros antepasados, los patriarcas Avraham, Itzjak y Ia’acov estaban sometidos a las leyes de la Torá? No. Si ellos las cumplieron, sólo fue porque las pudieron deducir con su propio intelecto y no porque estuvieran obligados a cumplirlas como nosotros. ¿Será porque queremos conocer nuestros orígenes? Es posible que nos interese enterarnos de dónde provenimos. Sin embargo, muchas de las anécdotas y episodios que se relatan en el libro de Bereshit serían innecesarias de narrar mientras que otras son muy difíciles de interpretar. Hay diferentes explicaciones acerca de la necesidad de contar con toda la información que hallamos en este extenso y detallado libro de Bereshit. Las diferentes opiniones no son mutuamente excluyentes. Sin embargo, una de las más probables tiene que ver con la conducta humana de nuestros ancestros. Es verdad que ellos no estuvieron comprometidos a observar la Torá, pero, no obstante, indagaron acerca del sentido de la vida y se rigieron por normas de civilidad que son el fundamento sobre el cual se sostiene la Torá, que fue entregada a sus descendientes posteriormente. Esto es lo que denominamos en hebreo derej eretz, que si bien no tiene una traducción acabada en otros idiomas, se acerca al concepto de integridad humana y a las obligaciones sociales, como ser el anhelo del bien común, que debe sentir cualquier persona por el solo hecho de habitar la tierra y convivir con otros. El Talmud trae muchas citas de Sabios en las cuales nos enseñan temas de derej eretz que se extraen de la propia Torá así como también muchos otros que, aun si no se nos hubiera entregado la Torá, las deberíamos haber aprendido solos por la atención de lo que sucede en la naturaleza. En este sentido, podemos aproximarnos al libro de Bereshit para ilustrarnos mediante el estudio de la conducta de los patriarcas en las difíciles situaciones que vivieron y formarnos, de este modo, en el trato diario de nuestras vidas. La Mishná en Pirkéi Avot (3:21) nos dice que el cumplimiento de la Torá y la observancia del derej eretz son mutuamente dependientes. Uno no se sostiene sin el otro. En Iom Kipur se deben confesar una larga lista de errores. Un fragmento substancial de los pecados y actitudes que allí se mencionan tiene que ver con el uso de la palabra. ¿Por qué? Seguramente, porque la palabra puede dañar más que cualquier otra manera de manifestarse del ser humano. Hasta suele ser más violenta que la agresión física y más letal que los misiles armados. Si así lo consideraron los Sabios antes de la explosión de los medios de comunicación, cuánto peor se vuelven cuando las restricciones de movilidad y de proximidad entre las personas desaparecieron mediante el uso del teléfono y los demás medios. El hecho que casi nadie le dé importancia al tema, no quita nuestra obligación de reconocer el poder destructivo del habla. Tal como en todos los demás recursos que D”s nos dio, cuanto más indispensable es un elemento para construir la vida, tanto más la posibilidad de perjudicar con el mal uso del mismo. Esa es la razón por la cual encontraremos tantas instancias en Bereshit que nos recuerden la importancia del buen hablar. En primer lugar nos referimos a la trascendencia de aludir a las personas o a las cosas con aprecio. Esto lo encontramos en la lectura de Noaj, cuando D”s le indicó que llevara siete animales machos y hembras de las especies puras (permitidas más tarde para el consumo en la Torá) y un par de las especies que no son puras (“asher einena tehorá” – Bereshit 7:8). Los que tenemos cierto conocimiento en el estudio de la Torá, sabemos que la Torá elige invariablemente la manera más escueta de expresarse. Letras que parecen ser superfluas, siempre tienen alguna razón de estar para transmitirnos alguna enseñanza. ¿Por qué no dice la Torá “impura” directamente, en lugar de “las especies que no son puras”? La respuesta es que nos quiere adiestrar a referirnos a las cosas, en lo posible, con estima y con honra. Este mismo argumento lo encontramos nuevamente en la historia del sirviente de Avraham, que viaja hasta Aram Naharaim a pedido de Avraham, en busca de una esposa digna para Itzjak. Después de relatarnos todo lo que aconteció cuando Avraham le hizo jurar que cumpliría todas las condiciones que le impuso y la manera providencial en el encuentro con Rivká frente a la fuente de agua, la Torá nos cuenta que el sirviente entró a la casa y expuso con todos los detalles cómo se habían dado los acontecimientos. A tal fin, la Torá emplea otros 20 versículos repitiendo toda la historia que ya conocemos. Nuevamente la pregunta: ¿Por qué? La respuesta: “es (más) hermosa la plática de los esclavos de nuestros patriarcas, que la enseñanza de sus hijos (las Mitzvot)”, pues muchas Mitzvot se aprenden de letras adicionales o de palabras comparadas, mientras que la narración de la búsqueda de Rivká ocupa un párrafo entero (Bereshit Rabá 60:8). El cuidado que tenían nuestros ancestros se le fijó hasta a sus sirvientes, quienes, a su vez, extremaron los resguardos al abrir la boca para decir las palabras objetivas, justas y necesarias. Las hijas de Lot, sobrino de Avraham, tuvieron hijos gestados por su propio padre. El Talmud no las condena por el acto de incesto, dado que creían sinceramente que eran las únicas sobrevivientes, al igual que en la época del diluvio, cuando sólo quedó viva la familia de Noaj. Sin embargo, sí tiene consecuencias el nombre que les pusieron a sus respectivos hijos. La mayor nombró a su hijo “Mo’av” (de mi padre) demostrando una falta de respeto hacia él (por el acto del pecado de su preñez). Por esta falta de consideración, el trato que reciben sus descendientes fue más severo que el del pueblo de Amón, hijo de la hermana menor, pues D”s no deja de retribuir el pago aun hasta de la manera digna de expresarse (Horiot 10:). En las escasas oportunidades en las que nuestros patriarcas se refirieron de una manera inferior a lo que D”s esperó de ellos, la respuesta no se hizo esperar. Sará se sentía herida por el modo irrespetuoso en que su sirvienta, a quien ella había dado como esposa a Avraham, reaccionó ante su pronto embarazo. Sará encaró a Avraham y le dijo: “…que juzgue D”s entre yo y tú”. ¿Qué nos dicen los Sabios? “Todo aquel que invoca la Justicia Di-vina en contra otro, es juzgado primero”. Consecuencia: Sará falleció mucho antes que Avraham. (Talmud Babá Kamá 93a) Rajel, esposa de Ia’acov, fue estéril durante muchos años mientras Leá ya había gestado cuatro hijos. En su dolor le reclamó a Ia’acov, que quería ser mamá. Ia’acov entonces respondió: “¿acaso estoy en lugar de D”s, que te impidió tener hijos?” ¿Cómo reacciona el Talmud? “¿Así se responde a la gente angustiada? ¡Por tu vida, que tus hijos se pararán ante el hijo de ella!” (Bereshit Rabá 71:7) Años más tarde, Ia’acov estuvo parado ante el Faraón. Al verlo tan anciano, éste le preguntó sobre su edad. Ia’acov respondió y explicó que sus días habían sido “pocos y malos”. Uno no deja de coincidir con Ia’acov al evaluar las peripecias de su vida. Había vivido como fugitivo al escaparse de su hermano Eisav y su tío Laván quienes quisieron eliminarlo. Se sumaron los desengaños que sufrió en Aram Naharaim y el rapto y la violación de su hija Diná. Luego, tuvo que soportar la muerte prematura de Rajel y la desaparición de Iosef. Más tarde, el hambre en Kna’an y los problemas que surgieron en Egipto, con Shimón quedándose como rehén y la ansiedad por la exigencia del virrey de Egipto de ver a Biniamín. Fácil no fue su vida. Eso está claro. Sin embargo, el Midrash (en Da’at Zekenim al final de Va’igash) es más demandante: “Yo te salvé de Eisav y de Laván, y te devolví a Diná…, ¿y tú te quejas diciendo que tu vida fue mala?” La vida de Ia’acov se acortó acorde a la cantidad de palabras que hubo en la conversación con el Faraón. Hemos mencionado tan sólo algunos de los múltiples ejemplos que surgen del libro de Bereshit (también los hay en el resto del TaNa”J). Todas estas fuentes coinciden en enseñarnos lo fundamental que es cuidar la manera de manifestarnos con las palabras. Debemos tomar una precaución singular, en particular cuando nos quejamos, como en el caso de Ia’acov ante el Faraón, cuando juzgamos, como en el caso de Sará y cuando mostramos insensibilidad, como en el caso de Ia’acov frente a Rajel. Como ya mencionamos tantas veces: hablamos mucho y deficientemente. Bien haríamos, si nos detenemos ya para reflexionar acerca del valor de cada palabra que emite nuestra boca.
Sumando o restando lo que hablamos
¿SUMANDO o RESTANDO? En muchas cuestiones de la vida resulta difícil encontrar el punto de equilibrio. Los humanos tenemos hoy la tendencia a “volantear”. En cierto momento sentimos que algo escasea y requiere sumar, para luego considerar que algo sobra y que necesita ser disminuido. ¿Será esta ambivalencia el resultado de estar permanentemente descontentos de quiénes somos o de qué poseemos?; ¿o es una falta de decisión, un desconocimiento certero del objetivo que queremos alcanzar?; ¿o quizás miramos demasiado lo que hacen los demás, y eso no nos deja tranquilos con nuestro propio “status quo”? Creo que el espacio en el que esta disfunción se manifiesta con mayor claridad, es en la función del hablar: exageramos en el habla, y hablamos con un tono y con expresiones ampulosas. Nuestro acceso a la amplia aparatología – en todas sus dimensiones y formatos, y los precios relativamente módicos por usarlos – condujeron a una situación inédita: jamás el ser humano habló tanto. Al solo dar unos pasos por la calle o al viajar en el transporte público, uno se percatará de cuántas personas están comunicándose casi incesantemente mediante sus celulares. Muchas de estas conversan temas (que debieran pertenecer a su intimidad) públicamente sin que – aparentemente – sientan un mínimo de pudor que la gente a su alrededor escuche estas cuestiones privadas que no les atañe. Puesto que el habla es el medio principal que D”s nos asignó para comunicarnos entre los seres humanos, y dado que es muy común que en la sociedad copiemos instintivamente aquello que nos rodea, debemos – si queremos ser dignos portadores de este maravilloso don Di-vino de intercambio entre humanos – reflexionar acerca de esta propensión, y desarrollar un espíritu crítico respecto a las formas cotidianas de expresarse, e intentar de ese modo estar más cerca del uso adecuado de la palabra. El idioma es un reflejo de la sociedad Ponderemos, por un instante, sobre el habla de la gente: los idiomas (salvo el de la Torá, que es Di-vino) son convencionales, y expresan la predisposición de cada sociedad – antigua y/o moderna. Siendo así, en cada estrato de la sociedad encontraremos que la gente habla de cierto modo, según sus convicciones, sentimientos, aspiraciones, cualidades humanas, deseo de impactar o llamar la atención ante quienes lo rodean, cultura y costumbre. Si una sociedad es soberbia, entonces abundarán en su dialecto cotidiano términos y gestos que demostrarán abierta o solapadamente la arrogancia de quien es el locutor. Si esa colectividad es moralmente decadente, aumentarán en su medio las gesticulaciones y frases que den cuenta de su bajeza espiritual. Y en un grupo de personas que gusta fingir y aparentar, no faltarán modismos verbales de encubrimiento y simulación. La lista sería interminable, pero basta con estos ejemplos para notar cómo las dicciones y los ademanes que las acompañan, muestran lo bajo o elevado de una comunidad. Analicemos, entonces, qué sucede en nuestra sociedad (más allá de que no faltan las expresiones que acabamos de enumerar), cuando transitamos por una vida precipitada en la que aparentemente creemos que todos los “problemas” con los que nos enfrentamos, deben tener una solución inmediata y en la que existe poco espacio y casi nula paciencia para el error ajeno. Asimismo, si esta sociedad está limitada en su visión, circunscribiendo la definición del éxito, a ciertos modelos estereotipados de fama y poder circunstancial que cuentan con la suficiente publicidad, profundizará su pobreza de condescendencia con quien no alcanza sus expectativas, “favoreciendo” a esa persona o entidad con epítetos que hagan saber su supuesta ineptitud. Y si el medio que estamos describiendo no reconoce matices de las situaciones que vive, entonces se expresará crecientemente con palabras y tonos de voz que den a entender su intranquilidad y nerviosismo. El idioma de las exageraciones Es así, que nos encontramos inmersos ahora en una turbulencia inédita: la de las expresiones de entusiasmo fugaces y extremas, que son reemplazadas muy rápidamente por enconos instantáneos, vidas de personas que zigzaguean entre los polos de grandes frenesíes y súbitas caídas y derrumbes de ánimo. Obviamente, no todos sufrimos de estos extremos continuamente. Hay quienes son más proclives a estos arrebatos, y otros más moderados, pero son muy pocas las personas que se mantienen la mayoría o todo el tiempo, cerca de un término tranquilo y sosegado de expresión. Agudice su audición: ¿escucha Ud. a personas que dicen que alguna situación es “de terror”, “terrible”, “insufrible”, “tremenda”, “fatal”, etc.? ¿Y cómo es el tono de voz de las personas que así se expresan? ¿Se trata de jóvenes idealistas e inexpertos que aún no conocen que en este mundo se convive con distintas gamas de colores, o hablamos de adultos que no han madurado? Las escaladas subidas de tono de voz en las discusiones entre padres e hijos, entre maridos y esposas y demás familiares, entre socios en empresas, entre vecinos y conocidos, se vuelven cada vez más frecuentes. Esta situación se exacerba aun más porque la gente está más preocupada por ventilar su frustración ante la adversidad, que en pensar cómo repercutirán las palabras de uno a oídos – y en el corazón – del interlocutor. En medio de los bramidos, cada uno solamente se escucha a sí mismo… Si el que está del otro lado posee un carácter un tanto débil y no está emocionalmente preparado para absorber pacíficamente los exabruptos de quien lo increpa (como sucede en la mayoría de los casos), lo más probable es que intente “defenderse con la misma moneda” con que se le está abordando, o alguna alternativa similar que permita cuidar su “orgullo” que ha sido ofendido y ultrajado. El resultado no es difícil de imaginar: ambas personas terminan creyéndose atacadas injustamente, y el cuadro que acabamos de describir suma una herida más a las tantas que ya han sufrido cada uno. Sin embargo, el idioma (y las palabras hirientes dentro del habla) tiene sus consecuencias: con el tiempo, el uso periódico y frecuente de los insultos se convierte en “moneda corriente”, y precisamente esa cotidianeidad lleva a que deje de interpretarse con la gravedad que se le solía considerar por la gente. Quienes quieren hacer entonces una demostración de fuerza verbal que realmente ofenda al adversario, deben inventar y generar un nuevo medio de abuso más contundente que cumpla con ese lamentable objetivo. Solo usando la máxima expresión de rencor, permitirá que su enojo interno se apacigüe (si bien debemos tener en claro que todo atropello verbal termina realimentándose y la sensación de calma que produce no tranquiliza a la persona internamente, más de lo que sacia la sed un vaso de agua salada…). No solo eso, sino que en la medida en que el argumento se torne más contundente, arrinconando al opositor a una posición de absurdo, comúnmente al exagerar la responsabilidad relativa del individuo, más se inclinará hacia el extremo opuesto – o, de tratarse de un vínculo corriente familiar o laboral – más se someterá y anulará, convirtiendo esa relación en un lazo enfermizo y/o destructivo. El abuso verbal es manipulador y controlador. Alguien puede hacer comentarios despectivos en una forma tal vez sumamente sincera o interesada. Pero el objetivo es dominar y manejar. De ese modo se logra la obediencia y sometimiento del otro. Cuando esta actitud se repite y se utiliza por ambas partes en cada altercado, la convivencia se convierte en una gran pulseada, en la que no solamente se dirimen espacios de poder, sino que también está en juego el sentimiento de hacer el bien por el bien mismo, pues se entra en una batalla de descalificaciones. Si, en cambio, desde un comienzo la persona hubiera tomado en cuenta que no necesariamente más fuerza e impulso indefectiblemente dan mayor resultado, y que si se hubiera expresado en un tono y palabras con más con medida y cautela, más conciliador y elástico, seguramente hubiese conseguido mucho más de lo que logró (y aun si el interlocutor no accedería en el momento, posiblemente quedaría reflexionando acerca de lo que se le dijo, en lugar de sentirse ofendido por lo que se le atacó), y no estarían ambos padeciendo con amargura en este momento, con la obvia dificultad de volverse a encontrar para reanudar el diálogo (pues ambos se sienten lastimados …). Los canales de comunicación hubiesen permanecido abiertos, y quizás de a poco se llegaría a una solución aceptable y conveniente para los dos. Pero no: queremos todo y ya, y terminamos en nada y quedamos así por mucho tiempo. Nos asemejamos cada vez más a los aparatos que sostenemos en nuestras manos (teléfonos celulares, etc.) reaccionando irreflexivamente a los estímulos externos, y pretendemos asimismo con “justificada exigencia” que quienes nos rodean respondan al instante y se amolden a nuestros deseos maquinalmente. Recordemos: si insistimos en demostrar que tenemos 100% de razón – sin espacio a considerar los motivos mitigantes de una situación – aun si estos fuesen un tanto débiles, enseñaremos que también el joven insista en siempre solo aceptar 100% de razón (la propia, claro …). Y – no menos importante. Cuando se torna evidente que se equivocó, dejemos de lado las frases triunfalistas, humillantes y destructivas: “¡yo te dije!”, “¡viste!”, “¡conseguiste lo que querías!”, “¡al fin de diste cuenta!”, etc. Una de las tareas más complejas que deben desarrollar los papás y los maestros, es censurar a sus alumnos cuando no se conducen como se espera de ellos. Tanto en esta situación como en cualquier otra en la que la Torá nos ordena reprender a otra persona (Vaikrá 19:17), los Sabios nos enseñan que (aunque nos resultara incómodo hacerlo – Arajin 16:) debemos insistir en la rectificación y enmienda de lo que entendemos incorrecto (“aun cien veces” – Bavá Metziá 31.). El Saba de Kelm explicaba que esto no significa que la persona que desea corregir la conducta errada, vaya y repita su crítica múltiples veces; sino que esté dispuesto a aceptar las pequeñas porciones de rectificación que va haciendo aquel a quien se trata de corregir – aun si esto requiriera cien “pequeños pasos para alcanzar la modificación íntegra de lo que debe ser encaminado. Pero – como dijimos – nos cuesta frenar y acompañar a la otra persona a su ritmo: todo y ya, sea cual fuese el precio. Los Sabios nos enseñan (Pirkei Avot 5:9) que hay siete manifestaciones mediante las cuales se diferencia el necio del sabio: 1. no habla delante de aquel cuya sabiduría y experiencia superan la propia ; 2. no interrumpe las palabras de su compañero; 3. no se apresura a contestar; 4. pregunta sobre el tema que se habla y responde como es debido; 5. habla primero de lo que es primero, y al final, de lo que es último ; 6. de lo que no aprendió dice: “no lo he aprendido”; y 7. reconoce la verdad (incluso cuando la tiene el otro). Tenemos tanto para aprender, y podríamos avanzar en ello si nos diéramos el tiempo necesario para hacerlo. Nuestros vínculos serían tanto más agradables y tranquilos y gozaríamos de una mucha mejor calidad de vida… El miramiento que debemos tener respecto a las manifestaciones que son emitidas por nuestra boca nos atañe a todos. Los Sabios nos enseñaron: (Pirkei Avot 1:11) “Avtalión dijo: ‘¡Sabios! cuidad vuestras palabras, pues podéis ser sancionados con el destierro y seáis exilados a un lugar de aguas malas, y los discípulos que andan tras vosotros las ‘beban y mueran’ (el desvío moral provocado por palabras ambiguas o imprecisas de los Sabios que pueden ser mal interpretadas, causando que los alumnos equivocadamente terminen exiliados a sitios (“de aguas malas”) que preferiblemente hubiera sido mejor no conozcan) con lo que el Nombre Celestial sería profanado’”. Quizás sea este el momento para detenernos y darle un nuevo curso a nuestra vida. Pensemos antes de hablar, midamos nuestras palabras, no reaccionemos instintivamente, elijamos el tono de voz que corresponde, no olvidemos a quien tenemos delante de nosotros, reflexionemos acerca de las consecuencias, recordemos los actos fallidos del pasado, intentemos una nueva vía, y roguemos a D”s que nos permita elevarnos con un idioma más puro.
Las palabras no se las lleva el viento
LAS PALABRAS NO SE LAS LLEVA EL VIENTO “¡No sabés que bueno que está este libro acerca de Lashón Hará!” – comentaba Marina a Estela. “¿De veras? Respondió – ¡Qué bueno, se lo voy a recomendar a Paula, a Anastasia y a Raquel que les va a venir muy bien leerlo!”. “Recuerda aquello que sentenció D”s sobre Miriam en el camino de vuestra salida de Egipto” (Devarim 24:9) Estas nociones son para gente que pretende ser honesta, recta, moral y ética (valga la redundancia). Pocos son los que pueden afirmar que pertenecen a este grupo selecto, a pesar de que en principio todos adherimos a la idea de que quisiéramos vivir en un mundo en el que reine la decencia y la honra y todas las virtudes que acabamos de enumerar. Realmente no es fácil ser una persona auténticamente moral. Más aun, en nuestra sociedad, tan acostumbrada a ser guiada por los medios sensacionalistas, en los cuales – en contra de lo que dictamina la Torá (y también la ley oficial de muchos países) una persona es inocente hasta ser demostrada su culpabilidad, en el periodismo común y vulgar, se insinúa la infracción del sujeto en cuestión como si fuera ya una realidad cuando puede ser una mera sospecha. Y, como sabemos por experiencia propia, una vez que nos entregamos a pensar en forma negativa sobre una persona, difícilmente se revierta nuestro parecer personal acerca de la víctima, aun sabiendo que el juicio anterior respondía a una mera especulación. De ese modo, es cada vez más difícil mantener una postura objetiva y prudente en el sentir acerca del accionar del prójimo. La calumnia y la maledicencia en realidad están condenadas en todos los sistemas éticos que conocemos, pero nuestra Torá pone especial énfasis en lo grave del acto y en lo peligroso de las posibles consecuencias. A tal fin, un rabino conocido como el Jafetz Jaim, que se hizo famoso por su libro, se dedicó a recopilar las leyes que hacen al sano hablar. Las leyes de lo que no se debe decir por pertenecer a la intimidad del semejante (Rejilut), por habladuría de sus aspectos negativos (Lashón Hará) y por difamación (Motzí Shem Rá) son cuantiosas y sumamente complejas para quien quiere obedecerlas como corresponde. Sin un estudio minucioso acerca del tema, es imposible dejar de trasgredirlas a diario. Ud. preguntará: “¿por qué?”. La realidad humana es que imperiosamente vivimos en una sociedad que nos contiene y, de ese modo, interactuamos con personas que son de nuestro agrado, y otras que no lo son, con amigos, adversarios y competidores. En este escenario es imposible no hablar. Las circunstancias de la vida son numerosas y emitimos nuestra opinión, a veces para nosotros mismos y, en otras oportunidades, en voz alta. Todo esto, sin mencionar cuando maliciosamente, o con el justificativo de que nos han agredido, difundimos una información mordaz sobre otro ser humano. Las situaciones son muchas, como ya dijimos. En particular es así, dado que el mismo versículo de la Torá que prohíbe el chisme, obliga al judío a velar por el bienestar del prójimo ante cualquier menoscabo o pérdida que le pudiera ocurrir. Esto lo puede colocar en una situación de difícil determinación. ¿Qué haría Ud., por ejemplo, si un conocido suyo compró un auto usado y Ud. considera que lo abonó por un valor mayor al precio real? ¿…y si aún no lo adquirió? ¿Si está por asociarse con una persona que hasta el momento no fue exitosa en sus emprendimientos comerciales? ¿…o si Ud. escuchó rumores de terceros (que no debiera haberle prestado atención desde un principio, pero ahora “lo sabe”) acerca de su honra? ¿…y si el individuo con quien esa persona se está por asociar lo estafó a Ud. (y Ud. aún no lo ha perdonado)? ¿Y si la persona a quien Ud. quiere socorrer del probable perjuicio piensa que lo que Ud. le relata no justifica un corte con el individuo comprometido, hasta qué punto debe insistir para protegerlo? En otro orden de cosas: ¿Qué hacer cuando un conocido suyo está considerando contraer matrimonio con alguien que es físicamente frágil, padeció o está sobrellevando cierta enfermedad o tiene parientes que sufren de alguna dolencia que puede llegar a ser crónica? ¿…y si no se tratara de una carencia de idoneidad del candidato/a mismo, sino de alguna condición de los padres? La lista de coyunturas posibles es muy amplia. Ud. puede creer que posee la facultad para resolver todas las circunstancias con su sentido común. Sin embargo, si no se interiorizó con las leyes del Jafetz Jaim, lo más probable es que se equivoque. En la ley judía se toman en cuenta la intención de quien relata, las opciones de resguardar a la hipotética víctima del supuesto daño sin la necesidad de relatar la información peyorativa, la objetividad del relato, la probabilidad que la afirmación realmente sea de utilidad y la posibilidad de que la revelación cause más daño que lo que está intentando auxiliar. Asimismo, en la ley judía, la infracción no se limita a quien expone la información, sino que incluye aun a quien la escucha y la acepta como verdad. Hablar no cuesta. Aún no se ha implementado el peaje en la boca. Dado que es gratis, la mayoría de los seres humanos no controlan lo que sale de ella. Los judíos tenemos leyes rigurosas acerca de lo que debe entrar en nuestra boca. Lo que emite la misma boca, no es menos severo. Y es precisamente por el hecho que la boca permite al ser humano acercarse a D”s (mediante las plegarias y el estudio de la Torá) y unir a los seres humanos (a través de la calidez de la palabra), que ese mismo potencial se puede llegar a emplear en forma tan perjudicial. Es interesante precisar que la ley de Lashón Hará incluye situaciones en las cuales el maestro invita o exhorta a sus alumnos a delatar a compañeros que tuvieron alguna conducta no apropiada. (Esto está legislado en Igrota Moshé, Ioré Deá II, Cap. 103, como una situación perversa). A su vez, los docentes no deben relatar entre ellos situaciones de aula lesivas con los nombres de los alumnos involucrados, ni los padres deben relatar historias personales de sus hijos. En Parshat Behaalotjá (Bamidbar 12:1) aprendemos acerca del incidente que ocurrió cuando Miriam, hermana de Moshé conversó con su otro hermano Aharón, referente a que Moshé vivía apartado de su esposa Tziporá para estar permanentemente dispuesto a escuchar la palabra de D”s. Siendo ellos mismos profetas, Aharón y Miriam, y al no haber recibido una orden de tal índole por parte de D”s, Miriam quería corregir lo que entendía que era injusto hacia Tziporá. D”s no aprobó su actitud y Miriam sufrió de Tzara’at (una “lepra” ritual), durante siete días. (Miriam no sabía que, dado el calibre superior de la profecía de Moshé frente a los demás profetas, su situación era distinta por orden Di-vina). Si uno considera que Miriam tuvo motivos fundados, que era la hermana mayor de Moshé y que en su niñez lo había protegido durante el decreto infanticida del Faraón, seguramente ella podía sentirse con pleno derecho a opinar acerca de la manera de conducirse de Moshé. Lo que la Torá nos enseña en esta historia, es que todos los pretextos y descargos que imaginamos, en el momento de la verdad son tan sólo eso: excusas infructuosas. Nuestra plegaria diaria de la Amidá termina con el pedido de “paz”, sin el cual todo lo que acabamos de solicitar sería inútil. La paz, la armonía y la tranquilidad son verdaderamente un obsequio Di-vino. Mas no debemos, ni sería honesto por parte nuestra, invocar a D”s en este aspecto, si no estamos dispuestos a colaborar con nuestro aporte para que esa paz se materialice. Un buen comienzo en este orden sería respetar unos minutos prefijados todos los días en los cuales dominemos nuestra lengua y traeremos algo de paz al mundo. ¿Necesita pretextos ilegítimos para chusmear? Aquí le vamos a dar algunos. Recuerde únicamente que son simples pretextos como dijimos. Nada más. Para que la vez que viene que se le ocurran, se acuerde… “Es verdad” “En realidad lo que dije sobre él no es realmente MALO” “Yo también estuve metido en la cosa” “Todos lo saben” “Hasta se lo diría en la cara” “Lo dije en broma” “Igual nunca se va a enterar” “No me hubiese molestado si lo hubiesen dicho de mí” “No le va a molestar, porque somos amigos” (Extraído de “Guard your tongue”) Aparte de esto, cuántos son los que se escudan cuando relatan temas personales acerca de sus hijos. Seguramente, si hubiese sido otro el que hubiera dicho algo menos que perfecto sobre mi hijo, no habría justificación aceptable por el resto de sus días. Pero… “Es MI hijo…” (¿Somos realmente dueños de nuestros hijos?) ¡Recordemos! Somos amos de nuestro silencio y esclavos de nuestra palabra
Te lo juro, sobre nuestras promesas
“TE LO JURO” “¿Estás seguro que tenés ganas de venir a pasear?” – pregunta Jaim. “¡Te juro que sí!” – responde Rafael con seguridad, tratando de dejar tranquilo a su interlocutor quien lo cree titubeante. ¿Escuchó Ud. alguna vez esta clase de conversación? ¿O este estilo de expresarse? Bien, es muy común que la gente se manifieste así. Dada la creciente pérdida de credibilidad que creemos tener a ojos de los demás, pensamos que es conveniente reforzar nuestras declaraciones con el apoyo del “te lo juro” o de algún sinónimo. Esto no es nuevo ni privativo de nuestro idioma o de nuestra cultura. (En el idioma hebreo cotidiano se suele escuchar con frecuencia los términos “bejaiai” o “bejaieja”, que equivalen a decir “te lo juro por mi vida o – por las dudas que no lo cumpla…- por tu vida”). En el Talmud se debate ampliamente acerca del valor legal de las declaraciones que son obviamente exageradas o que surgen en momentos de apuro. La fuente de todo este tema está en Parshat Matot (Bamidbar 30:3), en la cual se habla de la prohibición de “profanar” las palabras que salen de nuestra boca por el incumplimiento de nuestras promesas. La Torá nos enseña que nadie, por más sabio y santo que fuere, puede anular por si mismo lo que ha dicho, sino que depende de un tribunal experto, que es aquel que tiene la autoridad, luego de un minucioso análisis de las circunstancias bajo las cuales se había realizado el voto en primer término, más las razones por las cuales el declarante desea cancelar lo que ha pronunciado, para decidir si dicho voto puede ser anulado. Si bien la Torá es muy breve al ocuparse de este tema, hay varios tratados completos en el Talmud que polemizan acerca de los detalles de esta ley que se denomina “Hatarat Nedarim”, y que la gente asocia habitualmente con uno de los preparativos para Rosh HaShaná. El propio Kol Nidré está relacionado con la revocación de los juramentos asumidos durante el año en curso, si bien los Sabios ya nos hacen saber claramente que, tanto Hatarat Nedarim como el Kol Nidré, tienen ciertas limitaciones por las cuales una persona no debe basarse en ellos para descalificar sus compromisos sin previa consulta rabínica. El hecho que la Torá defina el no cumplimiento de las obligaciones contraídas por medio de un voto, como una “profanación” de manera análoga a la violación de la palabra Di-vina es en sí, digno de destacar. Pues, si bien los seres humanos no somos quienes definimos qué conducta es buena para nosotros y cuál no, D”s nos confió un fuero propio, en el cual estamos obligados a obedecer lo que hemos decretado mediante nuestra palabra. Al mismo tiempo, y en las fuentes recién mencionadas (Nedarim 22.), los Sabios nos hacen saber que quien asume un voto, es considerado como si hubiese construido un altar (en la época y en el lugar en donde está prohibido hacerlo), y quien lo mantiene en pie, es como si trajera sacrificios sobre él, lo que torna peor su actitud (pues, si bien piensa que está obrando con santidad por prohibirse cosas permitidas, en realidad está actuando como si las leyes de D”s no fuesen lo suficientemente adecuadas – Ra”n). El Talmud aclara, a su vez, que cuando hablamos de promesas, no es necesario haber utilizado esta expresión (“promesa” o “juramento”), sino que nos basamos en la manera habitual de expresarse de la gente, para requerir que, en caso que fuese posible, la declaración deba ser anulada. (Ver el Shulján Aruj, Ioré Deá 206:5 y 237:4, con los comentaristas). No sólo eso, sino que existen instancias en las cuales por el mero hecho de haber seguido un Minhag Tov (cierta costumbre apropiada, pero no obligatoria por ley), no se puede abandonarla, sin previamente haberla abolido frente a un Tribunal competente. (Ver Shulján Aruj, ibid 214:1) Antes de seguir con el tema de las promesas, nos debiera alarmar el hecho mismo que el valor de la palabra fluctúe de modo tal que en nuestros tiempos “se cotice en baja”, posiblemente porque hablamos tanto que no se distinga el mérito de la palabra. Dicha sea la verdad, por más que la persona agregue las palabras “te lo juro”, esto no le suma valor real a la declaración de una persona a quien creemos poco creíble. Y, si realmente es verosímil, pues entonces no requiere este sostén artificial. Antes de pasar de tema quiero dejar en manos de cada lector la auto-evaluación de la exactitud de las cosas que va asegurando en el día. Asimismo, debemos dedicar unas líneas a la prohibición de jurar en vano, que también consta en la Torá, y que, tristemente, es ampliamente ignorada aun en círculos observantes. Esta prohibición en si, se divide entre lo que es “shvuat shav” (un juramento innecesario, por el cual la persona jura ratificando lo que es evidente, lo imposible de llevar a cabo, lo que no depende de uno mismo para que se cumpla, lo que contradice una realidad incambiable), y “shvuat sheker” (una declaración no-veraz de lo que uno u otros hicieron o dejaron de hacer). (Ver Shulján Aruj, ibid 236) El Jafetz Jaim era muy meticuloso en controlar los libros que vendía para corroborar que no tuvieran hojas en blanco o mal impresas. Por lo tanto, revisaba cada volumen que saliera a la venta. Cuando una vez le pidió a su hija Feigue Jaia (que tenía 10 años) que lo ayudara a revisar unos libros del Mishná Brurá, ella justo quería salir a jugar con las amigas. Antes de salir, le dijo al papá que cuando volviera controlaría “10 juegos de libros”. Cuando regresó a casa, la niña encontró preparados los 10 juegos de Mishná Brurá (60 libros en total). Cuando le preguntó al padre, este le respondió que era la cantidad a la cual se había comprometido. “A Mensch darf wissen az a Wort is a Wort” (la persona debe tener en claro, que la palabra es palabra). Al leer la Meguilá de Eijá en Tish’á beAv encontramos que en varios capítulos los versículos comienzan sucesivamente según el orden de las letras del abecedario hebreo, salvo una excepción. La letra Pé está antes que la Ayin. Los Sabios nos transmitieron que los judíos de le época de la destrucción del templo pusieron su boca (= Pé) antes que sus ojos (=Ayin), es decir, que no calcularon el daño que causaban con sus palabras indebidas. Y ahora nos queda por formular la pregunta: ¿existe alguna situación en la cual sí son positivas las promesas? La respuesta es un rotundo: “sí”, si bien no deja de constituir una poderosa medicina que puede curar a quien realmente está preparado para administrarla correctamente, pero que, a su vez, tiene contraindicaciones para quien no está lo suficientemente aprestado para emplearla (a quien se refiere la comparación anterior de los Sabios con aquel que “construye el altar…”). ¿Para qué sirven, entonces, las promesas? El R. Iojanán David Salomon shlit”a lo explica en su libro “BeAyin Iehudit”. Todas las personas tenemos momentos de debilidad espiritual. Es por eso que no actuamos en toda coyuntura a la altura que suponemos debiera caracterizarnos. Esto es más evidente que nunca para aquel que hace un análisis objetivo de su propia conducta cuando se acerca Iom Kipur. En aquel momento de reflexión, uno querría mantener esa objetividad e integridad durante el resto del año para no volver a errar, si bien sabe que es muy difícil sostener ese nivel. Lo mismo acontece con cualquier otra circunstancia análoga que ocurriera a una persona en el momento en que se le muestra con evidencia el resultado nefasto de una actitud viciosa. ¿Cómo hacer para conservar aquel grado de claridad de visión? A tal fin, la Torá le dio a la gente la posibilidad de poder limitar la propia libertad de actuación con el objetivo de circunscribir su acción en el sentido correcto sin caer nuevamente en la tentación. La promesa que asume en tal situación no necesita ser eterna. Puede ser provisoria para canalizar su conducta restringiendo las facultades en forma voluntaria, para luego reanudar su vida de manera habitual. Sin embargo, para que la promesa tenga el efecto deseado, debe existir una premisa ineludible. La persona debe respetarse a si mismo, y por ende a su palabra. De otro modo, su voto no le ayudará en absoluto. La libertad es una de las cesiones Di-vinas de mayor alcance. Mediante ella, los judíos fuimos capaces de elegir el someternos a las leyes de la Torá. Por la misma vara, tenemos la oportunidad de exigirnos más, no por creernos superiores a la Sabiduría de D”s, sino – por el contrario – para obedecerla mejor. De todos modos, nuevamente vemos cómo el atributo del habla nos puede elevar. Sepamos cuidarlo.
Justicia y responsabilidad
Justicia y responsabilidad CUANDO SE VÉ TODO NEGRO “No aguanto más”. “Estoy podrido”. ¿Cuántas veces dijo – o escuchó – Ud. estas palabras (expresadas obviamente con un dejo de desesperación, con un tono de voz que denota el estado de cansancio y exasperación mediante signos de exclamación invisibles, pero claramente audibles)? Y si la otra persona no habló exactamente en estos términos – ¿es posible que Ud. haya notado ese gesto facial en el rostro de otra persona? ¿Cuándo fue la última vez que Ud. sintió personalmente esta sensación – aunque no haya proferido esta expresión u otra similar?, ¿hace apenas cinco minutos…? No cabe la menor duda que esta forma de pronunciarse es una de las más frecuentes en la sociedad contemporánea. Impaciencia, ansiedad, angustia, nerviosismo y malestar general están a la orden del día, mientras la sociedad no sabe cómo vivir con estos síntomas. Algunos agreden a terceros que se les cruzan en su camino, otros toman calmantes, otros se enferman, algunos tratan de escapar de su realidad (si bien habitualmente no llegan muy lejos, y muy pronto la realidad los alcanza y deben volver a su escenario anterior – guste, o no). “Escapar” a las circunstancias de uno, puede hacerse por distintos medios: algunos se toman vacaciones, otros descargan la tensión comiendo con exceso. Hay personas que escapan hacia la vida virtual del cine o hablando de lo que les pasa a otros, hay quienes buscan distracción en el juego, y otros se precipitan a instancias aun peores. Y no podemos negar, que lamentablemente muchas de las enfermedades mentales modernas se originan o se agravan por el hecho de que las personas no saben o no pueden convivir con su entorno. Todos tienen un denominador común: la disconformidad e intolerancia con su ambiente y el escapismo compulsivo. Si se tratara de casos aislados, no sería tan necesario dedicar una nota a este tema. Lamentablemente no estamos hablando de una situación esporádica, y a medida que avanzan los días, las personas se sienten cada vez más abrumadas por su contexto, a raíz de las obligaciones y presiones varias que recaen sobre cada una de ellas. Y – por si esto fuese poco – en lugar de que las personas encontraran refugio en el apoyo fraternal de sus allegados y pares, contrariamente – los problemas de los individuos se suelen potenciar. En lugar de transmitirse tranquilidad solidaria, se “dan manija” uno al otro, y crece el malestar, sintiéndose cada vez mayor frustración con la vida, y una sensación de hallarse en un laberinto sin salida. Y mientras las personas giran dentro de esta maraña de dificultades aparentemente imposibles de ordenar, el estado de ánimo negativo ocasionado por una situación adversa lleva al individuo a verlo “todo mal”. La confusión suscitada por su ánimo íntegramente crítico, no permite que disfrute o siquiera vea los múltiples aspectos alegres y lozanos de la familia y de su entorno. Es tan así, que es muy común escuchar que padres agreden a sus hijos (despreciándolos, desestimándolos, etc.) al retornar a casa luego de una jornada laboral o comercial frustrante. Tampoco es extraño escuchar a mamás que vierten en la escuela de sus hijos la frustración que sienten por no poder encauzarlos adecuadamente dentro de su hogar. La falta de preparación de muchos adultos en el manejo de las emociones, lleva frecuentemente a los protagonistas a destruir las facetas positivas de su vida. Lo que sigue, no es producto de un estudio profesional de psicología, ni tampoco está extraído de un “manual de auto-ayuda”. Sin desmerecer la utilidad complementaria de estos textos, nosotros – como judíos – debemos encarar y buscar las enseñanzas que la Torá nos brinda. Esto se refiere tanto en relación a comprender qué aspectos de nuestra vida cotidiana nos perjudican, y cómo la Torá enseña a vivir la vida para que ésta sea sana y ordenada. Solamente espero, al escribir estas líneas, que se tome este escrito en el espíritu constructivo con el que se transmite, y no provoque que la gente se auto-maltrate aun más por sentir que “lo está haciendo todo mal”… Entendamos, pues, que gran parte de lo que somos, incluidos los aspectos negativos de nuestro proceder habitual, se lo debemos a la sociedad en la que nos criamos y en la que seguimos – aun hoy, siendo adultos – creciendo y desarrollándonos. Esto vale tanto para personas que nacieron en un contexto secular, como, lamentablemente no menos, en un ambiente observante de las normas de la religión (que no son ajenos a estas manifestaciones). Sin duda, D”s no nos quiere ver sufrir, y menos aun, sentirnos desahuciados: ¿dónde, entonces, debemos intentar buscar respuestas? CONTENIDO El primer aspecto que debemos analizar, es el contenido espiritual de nuestra vida cotidiana. ¿Cuánto tiempo real (en horarios) ocupa ese contenido, y qué importancia ejerce sobre el resto de las actividades que se realiza? No existe un vacío más profundo que la ausencia de objetivos espirituales. Nada material jamás llena el alma del judío. Al final de una jornada ociosa, uno se siente mal, inútil y superfluo. Inversamente, al concluir un espacio constructivo, uno siente plenitud y realización. Aun si estuviese físicamente cansado, su alma está satisfecha y rejuvenecida. Esa alegría, la Simjá – en su real dimensión y significado – abre las puertas para sentir motivación de repetir la experiencia, a mirar el mundo con otros ojos, permite ver lo bueno en las personas que lo rodean y, en general, dispone a la persona en un rumbo positivo. MOTIVACIÓN PARA LIDIAR FRENTE A LAS PRESIONES El segundo punto a analizar, es la motivación para luchar la vida. Puesto que nacimos y nos habituamos al orden exitista de la sociedad, el énfasis de la cotidianeidad está puesto en los logros – y no en el ahínco por alcanzarlos. En la mente del hombre moderno, existe la noción de que si pudiera alcanzar un status de vida en el que no requerir luchar para obtener lo que desea, esta sería la situación ideal. Sin embargo, tengamos en cuenta que la perspectiva judía es la opuesta. El pasaje nos enseña que “el hombre ha sido creado para esforzarse” (Iyov 5:7). El Talmud analiza este pasaje y lo relaciona principalmente con el estudio de la Torá. Sin embargo, una de las lecciones más importantes que se derivan, es que no solo el objetivo debe ser virtuoso, sino que los medios para alcanzarlo deben ser cuidadosamente estudiados y apreciados. El propio esfuerzo es muy valioso, y es decisivo para la construcción moral de la persona que lo pone en práctica. El esmero que muchas veces nos resulta tedioso e indeseable no es, pues, un mero “medio”, sino – también – un fin en si mismo. Si agregamos a este punto la universalmente consabida consigna que pesa sobre todos nosotros: la “eficiencia” (una presión absolutista que dictamina que todos debemos “poder lograrlo”), entonces cargamos con un lastre adicional del que no podremos liberarnos: el “juicio” social de lograrlo – o no (a comparación de otros que aparentemente son más exitosos). Esta idea no permite respirar, porque arroga al (pobre) humano lo que pertenece a D”s. En la cosmovisión de la Torá, se entiende que todo lo que sucede en este mundo, ocurre exclusivamente porque D”s lo determinó. Nadie tiene éxito. Los logros – o la ausencia de ellos – no son nuestros, como para atribuirnos o jactarnos de ellos. No olvidemos, asimismo, que – para sumar al apremio – la sociedad demanda cada vez más que las cosas se resuelvan rápido – ¡de inmediato! – cosa que habitualmente no está en nuestras manos. Y, ya que estamos analizando este punto, el hecho en sí de creerse evaluado continuamente por terceros (por falta de auto-valoración), agrega al aplastamiento que tantos sufren (los boletines escolares se han convertido en una brisa agradable – en comparación a la medición de “rating” a la que se cree expuesto crónicamente el hombre moderno…). APRENDER A APRECIAR LO BUENO Por último, al no haber aprendido a apreciar suficientemente todo lo bueno que nos sucede, estamos limitados en nuestra posibilidad de abarcar una visión global respecto a la situación que fuere. Percibir lo bueno en la vida es una obligación en el judaísmo. La Torá está colmada de ejemplos en los que se insta al judío a advertir todo lo favorable y beneficioso que rodea a la persona. Lamentablemente, las expectativas exageradas respecto a lo material, circunscriben la visión del individuo, llevándolo continuamente a enfocar lo que cree carecer, en lugar de permitirle apreciar todo lo bueno con lo que efectivamente ha sido agraciado. Si sumamos el estruendo que provoca en nuestros oídos y mentes el flujo constante de “noticias” con tinte negativo, de corrupción y desconfianza, de inmoralidad y decadencia, se torna todavía más complejo pensar en todo el bien que nos envuelve. La Torá (Bamidbar 11:1) narra una secuencia de situaciones de los judíos que atravesaban el desierto. Cada queja sucedía a la anterior. El pueblo se sentía como en duelo para consigo mismo. Si bien habían aceptado obedecer todas las Mitzvot, aun debían vivirlas con alegría y entusiasmo para poder asimilarlas todas a su forma de vida. Pero no es fácil distinguir y reconocer exactamente qué es lo que lo frustra a uno. En el descontento personal, frecuentemente se mezclan las disposiciones que se perciben: lo que uno cree que es el motivo de su queja y efectivamente puede parecer como si fuera la causa auténtica de aquel sentimiento, en realidad suele ser el pretexto que se busca, para justificar la sensación negativa… “La Voz de D”s está en la fuerza” (Tehilim 29:4). En la “fuerza” de acción y resistencia que cada uno posee, se expresa la Voz de D”s. Frecuentemente tildamos a personas temperamentales como aquellos que “tienen mucho carácter”. En realidad ese es un auto-engaño. El Talmud (Sanhedrín 101:) acota sobre el pasaje “los días del pobre son dolorosos” (Mishlei 15:15), que esto se refiere a una persona irascible, mientras que “aquel con buen corazón siempre está en fiesta”, alude a una persona apacible. Quizás debiéramos ejercitarnos a poner en práctica una forma agradable y placentera de trato con la gente, tal como Pirkei Avot (1:15, 3:12) nos exige – y no ver esta disposición como una debilidad. Es muy posible que no recibamos como retorno una reacción inmediata correspondiente a este semblante. Sin embargo, si lo sostenemos y creemos con convicción que es lo que realmente corresponde, la repercusión en los interlocutores será generalmente de reciprocidad a la que ofrecemos. NUESTROS HIJOS Debemos hacer una acotación importante respecto a nuestro tema. Los adultos tenemos la enorme responsabilidad de criar a los hijos, y estos niños nos observan. Las expresiones verbalizadas y calladas que emitimos a lo largo del día, revelan nuestro estado de ánimo y emiten una fuerte lección hacia los jóvenes. No olvidemos: como papás, representamos el sostén íntegro a ojos de nuestros hijos. Son conscientes – pues lo han comprobado desde su infancia – que dependen de nosotros. Los cuidamos y protegemos en todo momento frente a cualquier daño potencial que les pueda acaecer. Los alimentamos y los vestimos. Los abrazamos y los sostenemos. Los guiamos y los encaminamos. Figurativamente, constituimos para ellos una gran columna, fuerte e indestructible, de la que se asen en sus situaciones de miedo e inseguridad. Cada vez que observan cómo sus progenitores flaquean y no pueden ocultar su propia fragilidad – p.ej. porque manifiestan su desilusión a través de gritos por situaciones que no saben sublimar, o agresiones verbales que no pueden controlar – su propia estructura se torna tanto más débil y desorientada. No solo que no tienen de quién sujetarse y dónde ampararse, sino, al mismo tiempo, aprenden a descargar y canalizar sus fracasos con agresión o métodos de escape varios. Los daños que provocamos los papás en la psiquis de nuestros hijos – por acción o por omisión – son inmensamente más perniciosos que los perjuicios que terceros puedan hacerles o provocarles en su vida. Bajo “acción” entendemos todo acto que provee un mal ejemplo al hijo, mientras que “por omisión” remite a la negligencia de equipar a los hijos con suficiente seguridad y tranquilidad para que puedan sostenerse aun ante agravios y situaciones molestas. El “abc” de la educación de los hijos consiste en formarlos con estructuras emocionales estables para que sepan sobrellevar las dificultades ineludibles que trae consigo la vida. Niños que crecen en un ambiente de miedo e inseguridad (de los padres), agresión (manifiesta o solapada), o inestabilidad y desequilibrio en las decisiones vitales del hogar, no gozan del ámbito propicio para aprender a enfrentar las vicisitudes de la vida. Si notan un rechazo encubierto hacia su persona (no reconocido, ni advertido como tal por los propios papás) su personalidad seguramente se verá afectada a raíz de ello en el futuro. “No es infrecuente que los padres crean que, al tratarlos con rigor exagerado (por haber desatendido sus instrucciones), están educando a sus hijos, cuando en realidad ese trato se clasificaría más como una venganza (por originarse en sentimientos negativos de enojo)” (“Alei Shur” de Rav Wolbe sz”l). Esta reflexión incisiva muestra claramente cómo una de nuestras cualidades incorrectas (en este caso, la del disgusto) sabe esconderse detrás de la “respetable” responsabilidad de “educar” al hijo. No es muy distinto ver tantos casos en los que los padres (inconscientemente) utilizan esa misma actitud negativa hacia la escuela a la que envían a sus hijos. Cubriéndose con el manto de “compromiso” para con el bienestar de sus hijos a quienes se entiende que deben proteger, agravian a los docentes (cuya tarea consiste en representarlos en muchas horas y situaciones del día) y recurren a ciertas cualidades que no son las más refinadas – “borrando con el codo, lo que escriben con la mano”, o tratando de encubrir lo que creen que son sus propias insuficiencias en el plano educativo doméstico. Lamentablemente, este es un fenómeno recurrente en muchos establecimientos (de aquí, y del exterior), y – aun peor – numerosos padres emiten sus comentarios corrosivos aun frente a sus hijos. En estos casos, no solamente producen un daño en términos de merma autoridad en los maestros aludidos, sino que – y aun más – con el tiempo menoscaban su propia autoridad (al desmerecer a las personas bajo cuya tutela los papás mismos los dejan tantas horas del día). Obviamente, aconsejar a los hijos a “que se defiendan y peguen”, no los vuelve más fuertes, sino más débiles, pues quien solamente sabe enfrentar las situaciones adversas con violencia, no podrá generar una vida de amistad y estará condenado (por sus padres) a vivir el resto de su vida bajo la sombra de la rivalidad y la suspicacia… Cimentar una estructura estable, no es tarea simple. La tranquilidad es el primer requisito, pero también es menester darle a cada hijo el espacio en el que sienta un protagonismo que le traiga reconocimiento por parte de sus padres. Esto significa que si se le permite opinar y se escucha su razonamiento (en aquellos temas en los que corresponde que lo haga), aun si finalmente no resultan las cosas como el niño consideró, es muy valioso – pues se está convirtiendo en “alguien” – y aprende a emitir un razonamiento propio en el cual afirmarse, aun si su entorno no lo apoya, o incluso lo burla por sostener su opinión. Por nosotros, y por nuestros hijos, entendamos que esta manifestación contemporánea, constituye uno de los desafíos más importantes en el crecimiento espiritual, y en la educación de los niños.
Justicia, justicia perseguiras
JUSTICIA, JUSTICIA PERSEGUIRÁS… Estas palabras que estudiamos en la Torá (Devarim 16:20), se convirtieron para un segmento importante de la judería argentina en el slogan de la lucha para esclarecer los atentados que ocurrieron en su seno en los últimos años. Y no es para extrañarse, pues toda persona que ha sido lastimada, desea que el agresor sufra las consecuencias de lo que hizo. Por lo tanto, siente rencor, se venga del adversario, o, en el mejor de los casos, exige que se haga justicia. Antes de volver al tema de la justicia en sí, debo aclarar que todo asunto que se encare en forma parcial, omitiendo los factores esenciales, tiende a llegar a conclusiones equivocadas. Asimismo, el tema del reclamo de justicia ante los tribunales estatales es lógico, comprensible y apropiado. No obstante, la carga emocional que acompaña a los reclamos y que hace lo suyo para no permitir que las heridas de los familiares cicatricen, es la constante demostración de frustración que no se contiene, con el agravante adicional de excluir a D”s del medio. Al callar la existencia de la Providencia Di-vina, se atribuye toda la frustración a la maldad de aquellos que activa o pasivamente colaboran en el mal, omitiendo así la historia singular que los judíos venimos viviendo desde hace milenios y que está íntegramente relacionada con nuestro vínculo inseparable de D”s y de un destino muy particular. Sin entrar en una explicación profunda del porqué de nuestro exilio – del cual la Torá ya nos advierte con minucioso detalle – basta con señalar que este dolor también se encuadra en el marco de las numerosas persecuciones que sufrimos en nuestro destierro y por el cual no hay consuelo alguno sino aquel que recibimos directamente de D”s, Quien unió – si se pudiera así decir – Su propio destino al nuestro y “sufre” con nuestra aflicción. No obstante, volviendo al tema de la justicia, las plegarias de Rosh HaShaná, de Iom Kipur y de Selijot son ricas en menciones de la Justicia Di-vina. Si nos consideramos personas creyentes y queremos ser auténticos en lo que hace a la celebración de estas festividades, deberíamos reflexionar un poco acerca de este tema. ¿A qué se debe que la palabra “justicia” se repite en este versículo? En el rezo diario encontramos acerca de D”s, que “ama” la bondad y la justicia. ¿Qué significa amar la justicia? ¿No asociamos habitualmente el concepto de justicia más con el rigor que con el amor? ¿Es la justicia un factor deseado? La Mishná en Pirkei Avot (1:18) nombra a la justicia como uno de los tres pilares sin los cuales no se mantiene el mundo. D”s es el Único que administra la justicia perfectamente y nos encomendó a todos los seres humanos ejercerla a nivel individual y en el ámbito público. Es una de las siete Mitzvot (leyes) universales. No obstante, los Sabios nos enseñan a no invocar la Justicia Di-vina, pues quién sabe si uno mismo realmente pueda salir airoso del Juicio Di-vino. Así lo hacen saber en relación a Sará, que dijo a su marido Avraham: “que juzgue D”s entre yo y tú”, y luego falleció con muchos años de antelación a Avraham. Los Sabios comentan, asimismo, que David trajo sobre sí la prueba con Batsheva cuando pidió a D”s que lo juzgara (Tehilim Cap. 26). Más tarde, en el mismo Tehilim (Cap. 143), David pide que (en ciertas circunstancias) D”s no lo juzgue, pues: “ningún ser podrá justificarse ante tí). Por otro lado, la Torá exige que “juzguemos al prójimo con justicia”. ¿Qué significa eso? Hay muchísimas situaciones que ocurren a diario en las cuales vemos a otros que actúan de manera que nos parece adecuada, o no. Es muy posible que desaprobemos de otros más de lo que sí estemos de acuerdo con ellos. Muchas veces pensamos que, de estar nosotros en esa misma situación, hubiésemos hecho las cosas de otro modo – seguramente mejor. A nosotros – nunca nos hubiese pasado. Reconocemos los tropiezos de los demás con mucha más facilidad que los propios. Pues bien, no solo debemos ser justos con otros en la acción, sino aun en el pensamiento. En caso de verlo en actitud sospechosa, sabiendo que se trata de una persona correcta, debo encontrarle la justificación a lo que está haciendo. No es fácil. La mayoría de la gente contestaría en esta clase de situación, si se tratara de un amigo, “no quiero juzgar”, lo cual habitualmente no es verdad ni cumple con el deber de sí juzgar y encontrar un motivo válido para lo que está haciendo. La Torá nos prohibe sospechar indiscriminadamente de otros y – por el contrario – nos obliga a justificar las acciones dudosas de los demás. Dado que este ejercicio ocurre en el ámbito de la mente y no se expresa necesariamente en palabras o en acciones visibles, su práctica resulta ser algo de lo cual está enterado únicamente la persona involucrada – y D”s. Evidentemente, esta sería una de las instancias en las cuales la Torá me insta a “temer al Creador”, pues Él es el Único que conoce lo que ocurre dentro de mi pensar. Por si el tema del cual hablamos pudiera parecer remoto, advierto desde ya que se trata de situaciones que nos suceden a diario y que – a menos que hagamos un empeño especial en contrarrestar su profusión – seguirá siendo nuestra manera común y errada de actuar. Una de las razones principales que provocan esta actitud suspicaz, aparte de la dificultad “normal” de ponerse en el lugar del otro, está provocada por nuestra costumbre de escuchar de tanta corrupción en los medios de comunicación a punto tal que la doctrina que la persona es “inocente hasta que le demuestre lo contrario”, es nada más que una frase hecha, pero no una regla que ponemos en práctica en nuestra vida cotidiana. En Parshat Vaiakhel (Shmot 36:5) la Torá nos cuenta que se realizó una recaudación de fondos para construir el Mishkán. Moshé rindió cuenta a la gente por todo lo que se había donado para que pudieran saber a qué se había asignado cada uno de sus aportes. (También eran otros tiempos). Hacer esto, cumple con la norma de ser transparente con la gente además de tener la conciencia limpia para con D”s, que es lo principal. La Mishná dice que la persona encargada de entrar a retirar del fondo de las monedas de “medio shekel” que la gente aportaba para la adquisición de los Korbanot (ofrendas), vestía ropa “simple”, sin zapatos u otra vestimenta con doblez en la que podría esconder alguna moneda, no porque se sospechase de él que llegara a robar (si sospecharan de él podían buscar a otro), sino por si acaso que el día de mañana llegara a empobrecer, la gente diría que era un castigo por haber quitado del dinero del Mishkán (para sí); o, si enriqueciera, diría que la fuente de su fortuna se originaba en el dinero del Mishkán (de modo que no había forma de “zafar” del “que dirán” si su situación cambiaba), en consecuencia la persona “debe cumplir” con la gente (mostrando su transparencia), así como todo es evidente ante D”s (Mishná Shekalim 3:2). Hay quienes dicen que fueron algunas personas las que le exigieron “el rendimiento de cuentas” a Moshé. ¿Mal educados? Nunca faltan. “Decían: miren el cuello del hijo de Amram (Moshé)… y otro respondía: ¿te parece que la persona que estuvo a cargo de los dineros del Mishkán no habría de enriquecerse?…” (Shmot Rabá) No crean que era la única instancia de insolencia. Si Moshé salía temprano de su casa, el comentario era “debe tener problemas en casa y por eso se escapa”; si salía tarde, decían: “¿qué te parece que debe estar haciendo?… seguramente estará tramando una de sus buenísimas ideas (contra nosotros)”(Ialkut). Si Moshé trataba de no molestar a la gente pasando por los costados en lugar de caminar por el centro (para que no se paren en respeto a él), no faltaba quien dijera: “¿una Mitzvá fácil que tenemos (la de poder rendirle honor) también nos la quiere quitar?” Ahora, Moshé bien sabía que si siempre va a estar pendiente de lo que diga la gente, nunca habría de dedicarse a lo que realmente debía hacer… ¿Está permitido sospechar de otros? La señora Beck llegó puntualmente al consultorio para hacer las radiografías. Después de un rato, la hicieron pasar y se las hicieron. Luego se le dijo que espere afuera hasta que estuviesen listas. La radióloga la volvió a llamar porque no la habían colocado en la posición correcta y debía repetirse la toma de la placa. La Sra. Beck se puso mal: “¿porque ellos son incompetentes, yo lo tengo que hacer de vuelta?” – pensó. Ya un poco enojada, la Sra. Beck estaba preparada, cuando por error, la médica la empujó y casi la hizo caer. Nuevamente esperó afuera. Un rato más tarde, salió la técnica y le dijo que podía retirarlas dentro de unos días. “¡Pero yo siempre las llevo conmigo!”- protestó la Sra. Beck. “Lamento – pero deberá regresar” – fue la respuesta áspera. La Sra. Beck se retiró antes de decir algo de lo cual se podría arrepentir más tarde. A la semana, la Sra. Beck retiró las radiografías y las llevó al clínico que la atendía. “¡¿Será posible que en el mejor sanatorio de la ciudad con el mejor equipamiento, tomen a gente tan inexperta para trabajar?!” – exclamó frustrada… Mi tío esperaba en fila frente al mostrador de “check-in” de la empresa de aeronavegación para entregar sus bultos y su pasaje. Delante de él, había una persona que estaba demorando mucho tiempo. Mientras veía adelantar las otras filas, se volvía más impaciente. Este hombre pedía para sí cortesías especiales. El agente de viaje le había dicho que tenía dos muy buenos asientos reservados, pero no: ¡quería cuatro asientos!, para viajar cómodo y llegar descansado. El hombre insistió en que quería tener las valijas consigo en el avión para poder cambiarse durante el vuelo. Fueron condescendientes en esto también. Después el señor quería hablar con el supervisor para aclarar unos cuantos puntos más. En esto nuevamente se le dio la oportunidad y el jefe salió a tranquilizarlo en todos los aspectos problemáticos. Finalmente, el hombre se retiró satisfecho. Le tocó el turno a mi tío. Cuando pidió un asiento al lado del pasillo, le dijeron que ya no quedaban. “¡No viajo más con esta compañía!” se prometió mi tío calladamente. Contratamos a un pintor recomendado para pintar el frente de nuestra casa. Cuando llegó me impresionó como”una persona bien”, muy cuidadoso y eficiente. Dado que tenía que salir a trabajar, lo dejé para que siguiera solo. Cuando volví, ya había terminado. A primera vista, me pareció que estaba todo muy lindo, pero luego, al acercarme, vi que la puerta de entrada y las ventanas estaban llenas de manchitas de la pintura de la pared. “¡Seguramente volverá a arreglar todo esto!” – pensé, pero “por si acaso” lo llamé y le dejé un mensaje en el contestador. Al día siguiente pasó, efectivamente, y me dejó la factura en el buzón, pero las ventanas y la puerta quedaron como antes. “¡Quizás a otros clientes los pueda tratar de esta manera, pero no a mí!” – reflexioné enojada. Estas voces corresponden a personas que están irritadas. A simple vista tienen “toda la razón del mundo”. Pero… ¿será así? Hemos escuchado las historias solamente desde un ángulo. Si nos enteráramos de cómo se ven las cosas del otro lado de la moneda – todo se vería muy distinto. (Las historias aparecen en la introducción del libro “The other side of the story” de Yehudit Samet Mesorah/Artscroll. También se recomienda la lectura de “Courtrooms of the mind” de Hanoch Teller). Volviendo a lo nuestro, el Ramba”m (Hiljot Teshuvá 4:4) dice respecto a ciertos pecados entre los cuales está el de sospechar de los demás, que “la gente no suele arrepentirse de ellos pues los considera triviales y que ‘no hay nada de malo en todo esto dado que únicamente estoy conjeturando si aquella persona pecó, o no’, (lo cual vuelve más difícil el proceso de corrección de esta ofensa)”. Hay una historia narrada en el Talmud acerca de un empleado sureño que había ido a trabajar al norte y estuvo empleado durante tres años. Un día que resultó ser víspera de Iom Kipur, decidió retirarse. Pidió a su amo que le pagara lo adeudado de su prolongado servicio para poder ir a casa y alimentar a su esposa y a sus hijos. El empleador, una persona de fortuna, le respondió que no tenía dinero. A lo cual el empleado le dijo que le podía abonar con animales de sus rebaños. “No tengo” – volvió a responder el patrón. Lo mismo se repitió sucesivamente cuando le pidió que pagara con campos, frutas o – aunque fuese – con elementos de su hogar. Triste, el empleado tomó su mochila y se retiró. Al acabar Sucot, apareció el ex-patrón en su casa y trajo consigo varios burros cargados con comida y bebida para celebrar. Después de la fiesta, tomó el dinero y se lo entregó a su antiguo empleado. “¿Qué pensaste cuando te dije que no tenía dinero?” – preguntó el patrón. “Creí que había invertido todo en un buen negocio que se le presentó” – le respondió. “¿Y qué pensaste cuando te dije que no tenía animales?” – preguntó nuevamente el patrón. “Creí que los había arrendado” – fue la respuesta “¿Y qué pensaste cuando te dije que no tenía campos?” – “Creí que los había alquilado”. “¿Y qué pensaste cuando te dije que no tenía frutas?” – “Creí que no pudo quitarle los diezmos correspondientes”. “¿Y qué pensaste cuando te dije que no tenía elementos domésticos?” – “Creí que los había consagrado al Templo”. “¡Correcto!” – exclamó entusiasmado el amo – “Había consagrado al Templo mis bienes para desheredar a mi hijo Horkenos porque no quería dedicarse al estudio” (luego anuló su promesa frente a un Tribunal Rabínico) – “¡¡y del mismo modo en que tú me haz juzgado para bien, que el Todopoderoso te juzgue siempre para bien!!”. No cabe la menor duda que esta historia parece ser “de otras épocas” (la es). No obstante, el Talmud nos quiere enseñar la extensión hasta la cual debemos procurar de observar esta ley. (Dado que en este libro no puedo esclarecer toda la Halajá, sino concientizar acerca de diferentes temas de la Torá, aclaro que se deben estudiar los comentaristas que iluminan ciertas disquisiciones halájicas relacionadas con la historia recién enunciada). ¿En qué casos se aplica esta obligación? ¿Debo ser ingenuo y que “me pasen por arriba”? El libro Sha’aréi Tshuvá (de Rabenu Ioná de Gerona), el Jafetz Jaim y otros textos despejan varias de estas incógnitas. Comencemos por las fuentes: En la Torá (Vaikrá 19:15) se nos enseña: “con justicia juzgarás a tu compañero”. Este versículo se refiere a lo que acontece en los fueros judiciales, pero incluye, asimismo, lo que sucede en las “cortes mentales”. La Mishná en Pirkei Avot me enseña (1:6): “Juzga a toda la persona para mérito”. En el capítulo siguiente me dice que “no juzgues a tu compañero hasta que no estés en su misma situación (lit. lugar)”. La obligación de interpretar favorablemente situaciones confusas de los demás, se refiere a personas cuya trayectoria de integridad ya conocemos y cuya nueva acción resulta extraña respecto a su actitud previamente acreditada. En ese caso, aun si la acción que creímos haber visto fuese netamente prohibida, debemos conjeturar razones válidas que justifiquen lo sucedido. Es posible que el descargo que creemos auténtico, no responda a la realidad de lo acaecido, y que, en verdad, haya sido otra la razón de lo que ocurrió. Sin embargo, esto no modifica nuestra obligación de esforzarnos en buscar motivos que, a nuestro criterio, defiendan a la persona. Aun si hemos encontrado supuestos atenuantes que reduzcan la responsabilidad del individuo (p.ej. lo hizo sin intención, estuvo distraído), no hemos cumplido con nuestro deber mientras no lo hayamos exonerado totalmente en nuestro concepto. Existen muchas personas de las cuales sabemos que son correctas en muchos items, y son rutinariamente laxas en otros aspectos. Es en este caso, se aplica el texto de la Mishná que decía que debemos juzgar “a toda la persona”, es decir que, si bien no podemos avalar una conducta consecuentemente errada, no por eso podemos descalificar a aquella persona por completo, considerando que tiene muchos otros puntos a su favor. Por lo contrario, debemos contemplar su lado favorable y mirar a toda la persona y no detenernos a enfocar solamente su lado negativo (Sfat Emet). Si se tratara de individuos cuya conducta es inconsistente, es decir que intenta obrar correctamente, pero hay momentos en los que se tientan y pierden control de su actitud, si nos encontrásemos con esta persona conduciéndose de manera sospechosa con las mismas probabilidades de interpretarse de manera favorable, o no, nuevamente debemos darle el beneficio de la duda. ¿Y qué sucede si la situación es tal que pareciera ser que estaba “con las manos en la masa”? En ese caso, según ciertas autoridades halájicas, es preferible –aunque no es obligatorio – que nos quedemos con la duda. Otros dicen, que sería un modo de magnanimidad (Jasidut) juzgarlo benévolamente aun en este caso. En la hipótesis de tratarse de alguien desconocido o de una persona a quien no tratamos con frecuencia, no tenemos un criterio con el cual juzgar y ser justos. Nuevamente recurrimos a la Mishná anterior (“juzga a toda la persona” – aun si no la frecuentas) y lo juzgamos benévolamente – no como obligación, sino como acto de magnanimidad. El Ba’al Shem Tov interpreta las palabras de la segunda Mishná (“no juzgues a tu compañero hasta que no estés en su misma situación (lit. lugar)”), del siguiente modo: Si D”s te colocó en una situación en la que te enfrentas con una actitud dudosa de terceros que requiere tu juicio personal, es porque Tú ya haz estado colocado en este mismo escenario: de la manera en que tú juzgues a la otra persona, serán evaluados tus propios actos… ¡Cuántas veces nos sucede que nos percatamos de haber evaluado una situación erradamente! Puede tratarse de malos entendidos, de creer que se vio a una persona y en realidad era otra muy similar, de suponer que “sabíamos todo” cuando de verdad, se nos mezclaron los detalles. A veces los errores resultan en situaciones graciosas y en otras, pasamos un poco de vergüenza. ¡Cuántas veces recriminamos cosas en las cuales nosotros hemos sido transgresores en otras oportunidades! Somos todos falibles. Es cuestión de asumirlo. La Torá nos exige tomar conciencia que cada moneda tiene dos caras. Ahora bien, si es así que en la mayoría de los casos estoy prejuzgando, y en forma equivocada y negativa… ¿para qué poseo esa facultad tan “siniestra”? La respuesta es que el sentido crítico en el ser humano existe precisamente para que se juzgue a sí mismo sin transigir. Es que por naturaleza obviamos reconocer todo error en nuestra conducta y la censura se convierte en arma imprescindible en una introspección sincera. Es así que explica el Ramba”n (Najmanides) sobre el versículo con el cual comenzamos (“Justicia, justicia…”), que “si te juzgas a ti mismo – vivirás, de otro modo – D”s aplicará el juicio sobre tí”. ¿Con respecto a los demás? Dice el Majzor de estos días en la Tefilá ”Unetané Tokef” que en el Libro Di-vino se encuentra la firma de todo ser humano. A lo cual explican que ante el peso de las acusaciones en nuestra contra, todos firmamos nuestro propio veredicto: Con la misma consideración con la que juzgamos a otros, así también somos conceptuados a ojos de D”s. Seamos pues un poco más condescendientes…
Yo no fui, preocupandonos solo sobre nosotros mismos
YO NO FUI Una vez leí una caricatura en la cual un individuo se lamentaba porque se sentía solo y deploraba que en este mundo cada uno se preocupa únicamente de sí mismo. Siendo las cosas de ese modo, no le quedaba opción sino dedicarse también él solamente a sí… Nuestro mundo está lleno de “culpas”, especialmente por todo lo que le va mal a cada uno. Llámese la globalización o el riesgo país, siempre hay un agente externo que es el causante de todo lo que nos aflige. ¿Qué podemos hacer nosotros sino velar por nuestra propia suerte y seguridad? ¿Los demás? – pregunta Ud. ¡pues que se cuiden cada cual a sí mismo…! Y ahora un poco más en serio. ¿cuál es el límite de la responsabilidad de una persona por otra? Una de las tantas fuentes que hablan del tema está en Parshat Shoftim (Dvarim 21:1-9). Allí la Torá considera la situación en la que se encuentra el cadáver de alguien asesinado por un desconocido a la vera del camino – no se sabe quién fue el homicida. (Esta ley es más conocida como “eglá arufá – la ternera desnucada). Quizás nunca se lo sepa. ¿Qué se hace en esta situación? En primer lugar se entierra al difunto en el mismo lugar en que fue encontrado: “Met mitzvá koné mekomó”. Un muerto (abatido) hallado “adquiere” su lugar (Talmud Bavli, Bavá Kamá 81.). Le pertenece y nadie se lo puede quitar. Dice la Torá (explicado por la Mishná en Sotá Cap. 9) que el Sanhedrín Central de Ierushalaim debe enviar a algunos de los Jueces más veteranos y prominentes para que vayan personalmente a medir el trecho entre el lugar en el cual se encontró la víctima y la ciudad más cercana. (Se debe tomar en cuenta que los caminos y los medios de locomoción no eran lo que son en la actualidad). Aun si fuese obvio a simple vista que una de las ciudades que existen en las inmediaciones del área del homicidio es más cercana a las demás, aun así los integrantes del Sanhedrín deben personalmente tomarse el trabajo de medir hacia las distintas direcciones para establecer que cierta localidad es efectivamente la más cercana. Asimismo, deben calcular la cantidad de habitantes que reside en cada ciudad, pues de haber varias cercanas, elegirán para el protocolo que sigue la más poblada entre ellas. Sigamos leyendo: Una vez establecida la ciudad “responsable” (de ocuparse de la situación), los Ancianos de aquel poblado deben seguidamente llevar a cabo una ceremonia un poco insólita. Primero debían tomar una ternera con la cual no se había efectuado jamás una tarea y conducirla a un sitio árido cuya tierra jamás ha sido labrada. Una vez llegados a aquel lugar, había que matar la ternera y luego debían lavarse las manos en el arroyo y recitar la siguiente declaración: “Nuestras manos no han vertido esta sangre y nuestros ojos no vieron. (¡D”s!:) Perdona al pueblo de Israel… por el homicidio que acaba de ocurrir”. Ese área de tierra en que se llevó a cabo esta ceremonia quedaría destinado para la eternidad a quedar yermo y baldío. Nunca más se `podía labrarlo. Surge la pregunta: ¿a qué se debe tanto tumulto? ¿por qué molestar a los Ancianos de Ierushalaim tal vez a viajar lejos y venir hasta los confines del país para llevar a cabo la medición? Además: ¿por qué no entierran a la victima en un cementerio de la zona, en lugar de que su tumba esté allí, a la vista de todos los transeúntes, posiblemente en medio de un campo de trigo o en una huerta de tomates? ¿por qué elegían la ciudad más asentada? ¿por qué debía quedar estéril el lugar de la ceremonia para siempre? Seguramente la Torá nos quiere enseñar algo acerca del valor de la vida y la tragedia del crimen. Nosotros lamentablemente estamos tan acostumbrados a escuchar sobre tragedias y sobre homicidios que ni siquiera sentimos algo especial cuando escuchamos o leemos los medios informativos. Salvo que se trate (D”s libre) de alguien que conocemos, que sea una persona famosa que llama más la atención (por ser famosa) o que las circunstancias del crimen sean especialmente espeluznantes (gracias a la morbosidad de los medios que nos lo informan con todo el lujo de detalles), las víctimas solamente se van sumando a las anteriores para establecer las nuevas estadísticas de criminalidad e inseguridad. Las noticias de cada día cubren con un manto de olvido las noticias del día anterior. La lectura cotidiana de las páginas policiales fijan en nosotros aquella disposición de letargo, atontamiento e insensibilidad. La Torá quiere evitar esa sensación de indolencia. Si sucedió una vez, ya es demasiado. Que sirva de lección para el futuro y no vuelva a ocurrir. Que todos los vecinos y no tan vecinos se conmocionen con la presencia de las autoridades e investiduras más altas de la nación. Que el lugar de los hechos quede marcado para siempre, como así también el lugar en el cual se llevó a cabo el rito de descargo con la prohibición expresa de la Torá de que esa tierra sea sembrada. Que todos reflexionen en cada oportunidad que pasan por uno de aquellos lugares acerca de los móviles que llevan a la frialdad e indiferencia por la vida humana. Que la tierra estéril e infructuosa y la ternera que permanecieron cercenadas para siempre hagan recapacitar a cada uno acerca de la vida que quedó truncada y no será más y del potencial de espiritualidad suprimido para siempre. (Es importante agregar aquí la opinión del Ramba”m – que no quita al resto de lo que estamos estudiando – quien razona que mediante el alboroto que se crea al realizar la ceremonia a ojos de tanta gente, surgirá la información que dé con la identidad del asesino) Los Sabios del Talmud están extrañados por el texto que deben recitar los Ancianos en el rito. ¿Qué significan las palabras “nuestras manos no han vertido esta sangre”? ¿Acaso alguien sospechó de los Ancianos que ellos hubieran matado a alguien? Y el Talmud responde: No. Nadie conjeturó que los Ancianos fuesen asesinos. Las palabras de descargo que recitan y la responsabilidad a la que hacen alusión se refieren a que “no vieron a esta persona (la víctima) dejándola ir de su ciudad sin proveerle alimento y acompañarlo”. (Sobre esto dice el Mahara”l que, si bien no existe obligación de acompañar al huésped hasta su lugar de destino y es suficiente escoltarlo unos pasos, este pequeño gesto demuestra que la gente se preocupa por él, y esta preocupación hubiese sido un mérito adicional para protegerlo en el camino). Según la Torá el “no vimos” también pesa. ¿Por qué no lo viste? ¿Adónde estabas mirando en aquel momento? ¿Por qué mirabas hacia otro lado…? Hablamos entonces de una responsabilidad por la apatía, la indolencia y la pereza (adaptado en parte del libro Be’Ayin Iehudit tomo II, de R. Iojanán Salomon). Sucedió en una noche muy fría y tormentosa que el R. Ioshe Ber Soloveichik sz”l, rabino de la ciudad de Brisk, estaba viajando en un carro. Tenía que ocuparse de un tema importante que no podía demorar. Lo apremiaba el tiempo. La marcha se puso cada vez más difícil pues los caminos estaban casi intransitables. El conductor del carro recordó que próximo a donde estaban había un pequeño hospedaje perteneciente a un judío. Siguió la marcha hasta llegar allí. En medio de la oscuridad, descendió y golpeó la puerta, pero no hubo respuesta. Recién después de mucha insistencia, respondió el dueño de la pensión enojado desde la ventana de arriba: “¡¿Por qué molestan a mitad de la noche?! ¿no ven que el lugar está cerrado?” El conductor le pidió que los dejara pasar: “Por favor, déjenos entrar. ¡De otro modo, nos congelaremos!” Con muy pocas ganas, el dueño del hospedaje salió de la calidez de su habitación y los dejó ingresar. Les mostró un lugar en el cual podían pernoctar: una habitación fría al lado de los baños. A pesar de la mala atención, los huéspedes estaban contentos, pues era mejor que helarse en el carro afuera. Media hora más tarde, se escuchó una conmoción fuera de la pensión. El Rebbe (algunos dicen que se trató de R. Aharón Koidonover) y sus Jasidim estaban también varados y querían pasar la noche en el hospedaje. “¡Abran! – gritó alguien desde afuera – el Rebbe está aquí con sus alumnos”. El dueño escuchó el ruido, y se dio cuenta que un buen negocio lo esperaba. Rápidamente bajó e invitó a todos a pasar. “Pasen, hay lugar para todos. A D”s gracias que encontraron este sitio a mitad de la noche” – dijo el dueño. Hizo pasar a la veintena de personas al comedor y les sirvió, torta, té y vodka. Pocos minutos más tarde, el Rebbe debió salir para lavarse las manos. Advirtió que había dos personas acostadas en el piso. R. Ioshe Ber se cubrió el rostro con el sombrero para que no lo identificaran, pero el Rebbe se dirigió a él para ver de quién se trataba. Cuando descubrió que estaba R. Ioshe Ber, lo obligó a ir al comedor junto al conductor. “¡Miren quién está parando con nosotros en el hospedaje: R. Ioshe Ber, el Gadol haDor (eminencia de la generación)!” El Rebbe se enojó con el hospedero por dejar al rabino tirado en esas condiciones. Inmediatamente ordenó al hombre que pida perdón a R. Ioshe Ber, pero éste se negaba a disculpar: “¡Por favor, acepte mis disculpas, pues yo no sabía que Ud. es el rabino de Brisk!”. La escena se repitió una y otra vez, infructuosamente. Al final, R. Ioshe Ber asintió a explicarse. Cálidamente le dijo: “Sin duda que te perdono, y más aun, si tu vienes a Brisk, estás invitado a alojarte en mi casa. Aquí el problema es que tú me estás solicitando disculpas pues yo soy rabino. Esto que ocurrió, no debiera haber sucedido con el más simple viajero. Si tú te comprometes a nunca más tratar a una persona de este modo, pues desde ya estás perdonado”. El hospedero consintió, y el resto de la noche todos pasaron una estimulante velada. (adaptado de “Around the Maggid’s table” de R. Paysach Krohn Artscroll/Mesorah) En Parshat Mishpatim (Shmot Cap. 21, 22) leemos sobre las leyes relacionadas a la responsabilidad que nos incumbe frente a los daños ocasionados a terceros. La gama de posibilidades es enorme, sin contar todo aquello que entre bajo el rubro de “robo” o “hurto”. Considerando que vivimos en una sociedad en la que se considera “tonto” a todo aquel que paga algo de lo cual podía haber “zafado”, la perspectiva del creyente al pagar el resarcimiento por un daño no es simplemente un mal a ser evitado en lo posible, sino una manera de resolver en forma útil una responsabilidad que, de no indemnizarse, deja una mancha indeleble en la historia (el prontuario) de cada uno de nosotros. En otras palabras, el primer interesado en la devolución del daño, no es quien recibe sino quien paga el daño. ¿Dónde estamos parados nosotros…? Sin duda, nadie es perfecto y siempre queda lugar por mejorar. No estaría mal entonces hacer un listado de posibles infracciones de las cuales podemos, o no, ser responsables con el simple objetivo de tomar conciencia de nuestros deberes. Bajo “daño” se entiende, entre otras cosas: mirar (chusmear), abrir ventanas y oscurecer (mediante una construcción) la propiedad ajena. Leer cartas, escuchar conversaciones confidenciales y relatar temas íntimos de los demás (aun de nuestros “propios” hijos). Ocasionar ruidos molestos en horas cuando la gente suele descansar (hablando en voz alta en los palieres de las casas de departamento), fumar en lugares públicos y dejar las puertas abiertas en lugares ajenos que tienen aire acondicionado. Asimismo, está en clara contravención a la ley quien estaciona en “doble fila” o de alguna manera que ocasiona perjuicios a los transeúntes. La responsabilidad de un abogado, un médico o un consultor que asesoran mal a una persona como de un rabino que emite un fallo equivocado por atribuirse conocimientos que no posee ya están contemplados en el Talmud. En la vida personal, no faltan los comentarios que con muy poco esfuerzo pueden desmerecer una actividad benéfica o destruir la auto-estima de una persona. Lo último es lamentablemente tan cotidiano y perjudicial, que realmente requeriría una gestión generalizada de introspección. ¿Somos “buenas personas”? Sin duda podemos ser “mejores personas”.
La lección de los sapos y las cuasas nobles
LA LECCIÓN DE LOS SAPOS Lejos de sus familias, se encontraba un grupo de jóvenes provenientes de la tierra de Israel. Entre ellos, se encontraban Jananiá, Mishael y Azariá, tres muy apuestos y muy sabios muchachos de Israel (Daniel 1:4), a quienes el rey caldeo Nevujadnetzar había exiliado para educarlos de acuerdo a su cosmovisión, la cual, sin duda difería mucho de lo que habían aprendido en casa. Desde el primer momento, los tres habían determinado que no iban a consumir ningún alimento que estuviese prohibido por la Torá (Daniel 1:8). En aquella época aún no se publicaba el ahora famoso “HaMadrij LeCashrut”, y, por lo tanto, se les haría un tanto difícil alimentarse casher sin despertar sospechas. Gracias a la colaboración de un supervisor quien les acercó legumbres frescas diariamente, pudieron evitar transgredir las leyes de la Torá – y el enojo del rey. Pasaron unos años, y el rey Nevujadnetzar, nada perezoso ni modesto, decidió construir un monumento en honor… a si mismo. Mano de obra no le faltaba, ni tampoco presupuesto. Un monumento de estas características, no se coloca sin una adecuada inauguración con hermosos himnos, interminables discursos y mucha pompa, y… que todos los presentes le rindan homenaje agachándose. Del mismo modo en que Jananiá, Mishael y Azariá representaban a los habitantes de Israel, existían jóvenes de todos los otros países que Nevujadnetzar había conquistado. Nevujadnetzar fue uno de aquellos emperadores que dominaron todo el mundo. Corría cerca del año 3338 (aprox. -342). Los tres se encontraban ahora en un dilema. ¿Qué hacer? ¿Agacharse a la imagen? ¡Los judíos no nos agachamos ante nada ni nadie, salvo D”s! Sin embargo, esta estructura no representaba realmente un ídolo ni una deidad pagana (ver Tosafot Talmud Bavlí, Pesajim 53:, primera opinión). Su homenaje no sería una afrenta a la Torá. A su vez, podrían ausentarse disimuladamente (segunda opinión – ibid), y sin que nadie percibiera su falta entre la multitud de personas presentes (malestar en la panza, se pinchó la rueda, se cayó el sistema, etc.). Fueron en busca de asesoramiento, pero ni el profeta Iejezkel ni Daniel quisieron opinar. Otra vez: ¿Qué hacer? Jananiá, Mishael y Azariá no eludieron el desafío. Fueron, no más, a la inauguración y, cuando llegó el momento de homenajear al rey, los tres se quedaron parados en sus lugares. No hubo manera de intimidarlos, y el rey, encolerizado los mandó arrojar a las llamas. Tampoco se asustaron de eso. Pero, inesperadamente ocurrió un milagro. El fuego no los consumió. El Talmud se pregunta: ¿De dónde sacaron estos jóvenes la fuerza y la convicción para semejante acto de bravura? Y el Talmud contesta: “De los sapos (de Egipto)”. Antes de continuar, debemos ubicarnos en el tema. Después que el Faraón se negó a dejar ir a los judíos a pesar de la destrucción que acaeció a raíz que el Nilo se tornó en sangre, D”s avisó que vendría una plaga de sapos en todo Egipto: “en tu palacio, en tu dormitorio, en tu cama, en las casas de tus sirvientes, en la población, en los hornos y en los recipientes de amasado” (Shmot 7:28). El Faraón se mostró terco y no liberó al pueblo. Comenzó la plaga y los sapos invadieron Egipto. “Bueno”- pensaron los sapos (obviamente en idioma “sapezco”) – “¿adónde vamos?” Algunos optaron por la cama monárquica del Faraón. Allí estarían cómodos, se sentirían “como en su propia casa” (aparte de poder presenciar la cara del Faraón con un enojo “real”). Otros fueron a comer los restos de masa cruda en las ollas de la cocina, otros a conocer los tesoros escondidos en las pirámides y otros, buenos turistas, a sacarse fotos al lado de la Geopsis. Otros, sin embargo, fueron… al horno caliente. ¿Por qué? Bien. Si D”s dijo que los sapos entrarían al horno caliente, pues, alguno tiene que ir. ¿Por qué yo? Esa es la pregunta eterna. Todos pueden preguntarse lo mismo. En última instancia va… el que asume la responsabilidad. Alguna vez leí un escrito que decía que, ante un problema determinado del cual estaban todos (everybody) enterados, alguien (somebody) se tendría que hacer cargo. Nadie (nobody) lo hizo, a pesar que cualquiera (anybody) lo podía haber hecho… y así quedaron las cosas… Jananiá, Mishael y Azariá razonaron: “Si los sapos, quienes no tienen obligación de ceder sus vidas para santificar el nombre de D”s se arrojaron a los hornos, tanto más nosotros” (Talmud, ibid). En fin, si bien podían haber evitar su presencia, con lo cual técnicamente no hubiesen rendido homenaje a Nevujadnetzar y nadie se hubiera percatado, de todos modos, habría quedado la impresión que todos se agacharon y que nadie objetó. En realidad, se debe objetar que la conducta de los sapos quienes actúan respondiendo al instinto animal, no dependió de su voluntad, a diferencia de los seres humanos quienes tenemos opción de obedecer – o no obedecer. Sin embargo, ciertos comentaristas ven en el hecho en sí que los sapos respondieran instintivamente a la orden de D”s, la demostración que – de origen – todos estamos naturalmente inclinados a acatar a D”s. “¿Por qué justo yo?” – es la pregunta que se puede formular todo aquel que se molesta por una causa de bien, aun cuando no hay ni reconocimiento, ni honor, si paga (por lo contrario, suele suceder que uno termina recibiendo “palos” por parte de otros que no hacen o que, al menos, no saben reconocer todo el esfuerzo que uno puso en la tarea. ¿La recomendación? No deje de ocuparse de todas las causas nobles en las que Ud. sabe que puede colaborar. Nunca se arrepienta de las cosas buenas que hizo o que sigue haciendo. Aunque sea el único que lo hace. Aunque no se lo reconozca nadie (terrenal). Recuerde a Jananiá, Mishael y Azariá. Recuerde a los sapos.
No matarás
NO MATARÁS Ud., asiduo lector de periódicos, no habrá podido dejar de tomar conciencia que entre sus páginas existe un rubro que nunca falta. No me estoy refiriendo en este momento a la página de los chistes, ni al pronóstico del tiempo, ni a los avisos clasificados, ni al sector de la actividad económica. Para ciertos diarios, los hechos policiales son los más propicios para llenar sus titulares mientras que para otros, al menos, ocupan unas cuantas páginas de su interior. Sería interesante materia de estudio, saber porqué la gente no se cansa de escuchar y de leer hechos que no se diferencian mucho entre sí, salvo el nivel de crueldad por parte de los agresores, y el lugar geográfico de los hechos. Todos tienen en común la impotencia de las víctimas – menos en algunos en los cuales hacen “justicia por mano propia” (posiblemente poniendo en mayor peligro la integridad física de futuras víctimas),..y el interés morboso del lector promedio. Pero mire Ud., ¡las policiales nunca faltan! ¿Serán los delincuentes tan organizados entre sí, como para brindarle a los medios el material diario para llenar sus páginas? Y no sólo que no faltan, sino que, a su vez, provocan reacciones, tal vez justificadas por parte de la población (y, cuando no, por parte de los políticos que no desaprovechan oportunidad de “hacer leña del árbol caído”). Las reacciones más lógicas son las de temor y la de exigencia de justicia y seguridad. Cuando ocurren los hechos más aberrantes, no faltan los llamados que exigen la pena de muerte, tal como existe en otros países del “primer mundo” (es decir: los supuestamente “más adelantados” y sofisticados que nosotros) y se escuchan, por otro lado, las voces que proclaman que la pena de muerte no es compatible con una sociedad democrática (según algunos: el valor superior a todos, que permite acceder a esa paz y prosperidad tan ansiada, que todos anhelan y ninguno parece alcanzar). Uno de los eslóganes más habituales en este campo es que ningún ser humano tiene el derecho de quitarle la vida a otro ser humano. Cuando surgen estos “debates”, nos sentimos confundidos. Desde el sentimiento, compartimos la “bronca” y el deseo de venganza de muchos y quisiéramos creer que los castigos duros serán lo suficiente disuasivos para que los delincuentes y asesinos se abstengan de agredir al resto de la población tranquila, indefensa e inocente. Al mismo tiempo, vemos que “la mano dura” no sólo que no disuade, sino que es peligrosa y hasta “se contagia” hasta el punto que, a menudo, se teme a las fuerzas de seguridad tanto como a los malhechores clásicos mismos, siendo difícil distinguir entre los “buenos” y los “malos”. Y, cuando se menciona la pena de muerte, y recordamos algo de lo que estudiamos en nuestra infancia o lo que leímos en la Torá en Shabbat, con la mención de la ejecución como castigo para numerosísimos pecados de la Torá, nos preguntamos al fin de cuentas: ¿dónde estamos parados quienes sostenemos que la Torá es la única guía hacia el bien absoluto?. Quisiéramos tener una brújula para poder tomar una posición certera y señalar claramente con el dedo acusador hacia donde corresponda. Por un lado la Torá dictamina la pena de muerte en muchos casos y, por el otro, pone numerosísimas “trabas” en los procedimientos judiciales de manera que sería muy poco probable que se llegue realmente a una ejecución. Por lo pronto, tomemos en cuenta dos citas del Talmud. En Talmud Bavlí, Avodá Zará 8: se menciona que en los últimos 40 años antes de la destrucción del Bet HaMikdash, no se sentenciaron penas de muerte. ¿La razón? Dado “que eran muchos los casos, no los podían juzgar”. Es decir, que el aumento en la cantidad de acusados por penas capitales resultó en una disminución en las ejecuciones. ¿Por qué será así? Al mismo tiempo, el Talmud Bavlí, (Makot 7.), dice (como mencionamos en el apartado “Y amarás a tu prójimo”) que un tribunal que llegaba a ejecutar una vez en siete, y, según algunos, en 70 años, se consideraba un “tribunal asesino” (de “gatillo fácil”). Rabí Tarfón y Rabí Akiva agregan que, de haber integrado ellos el tribunal, no se hubiese llevado a cabo nunca una pena capital (por la manera de cuestionar a los testigos). A lo cual responde Rabán Shimón ben Gamliel, que esto quitaría el carácter disuasivo de la pena, y aumentaría el número de homicidios… Ya volveremos al tema… Las Ieshivot de Hillel y de Shamai polemizaron durante dos años y medio acerca de si era conveniente (“más cómodo”) para el ser humano el riesgo de haber sido creado. La conclusión práctica de esta polémica fue que hubiera sido más cómodo (si le preguntaran) no haber sido creado. Sin embargo, ya que existe, la persona debe ser consciente y controlar sus acciones. (Talmud Bavlí, Eruvin 13:) Esta discusión aparenta ser un tanto inconducente como lo demuestra la conclusión. Dado que no nos preguntan antes de venir a este mundo, y, una vez que llegamos, nos está prohibido quitarnos la vida (no somos los “dueños” de nuestra vida o de nuestros cuerpos, los cuales debemos cuidar), ¿de qué nos sirve discutir si era bueno venir, o no? Lo que posiblemente nos quisieron enseñar Bet Hillel y Bet Shamai, estudiando el saldo de lo que son las vidas de los seres humanos en general, la inversión en este “negocio” resulta ser muy riesgosa. Si estamos en lo correcto, el concepto que tuvieron estos Sabios del nivel de vida espiritual de los humanos, no habla muy bien de nosotros. En todo caso, las chances de triunfar en lo moral son muy escasas. Al mismo tiempo, nos están diciendo que habría muchas vidas que no “valdría la pena” vivirlas, es decir, que fueron un desperdicio, en el mejor de los casos. Triste, muy triste. Si no nos equivocamos, entonces la enseñanza de este párrafo del Talmud, responde al enigma con el cual comenzamos. Muchos pecados, de acuerdo a la Torá, son tan graves que, de cometerlos, hubiese sido conveniente no haber sido creado desde un principio. ¿Por qué hoy no debemos ejecutar a otros seres humanos? Si analizamos detenidamente las palabras de R. Tarfón y R. Akiva que mencionamos anteriormente, veremos cómo le pesó a los Sabios la decisión de llevar a cabo la ejecución de una persona. Se requiere personalidades extraordinarias para poder llevar a cabo tamaña tarea. Cualquiera que no tuviera el amor intenso que poseyeron los Tzadikim de aquellas épocas, no estaría capacitado para participar de un tribunal con tal responsabilidad. Al mismo tiempo, y sin perder de vista lo que acabamos de escribir, no debemos olvidar la responsabilidad que le cabe al resto de la sociedad en cada delito que ocurre. Si el índice de criminalidad crece, entonces algo falla en el conjunto de la sociedad. (Posiblemente esa sea la razón por la cual dejaron de aplicar sentencia en penas capitales cuando éstas se multiplicaron). Es muy fácil acusar a otros y señalar con el dedo al asesino, a sus padres, a la pobreza, a la falta de empleo, a los políticos, etc. Sin embargo, si ocurre, como ocurrió los otros días, la violación y asesinato de una niña, el resto de los ciudadanos que compartimos la vida del país, podemos preguntarnos si no somos demasiado permisivos y tolerantes en todo lo que vemos día a día en los medios, en los carteles publicitarios, de manifestaciones implícitas, y casi explícitas de sensualidad, de exhibición y de erotismo. ¿Nunca se preguntaron si no existe una relación directa entre el estímulo que estas expresiones provocan y la falta de contención y canalización de los instintos humanos para ser empleados como D”s dictó en la Torá, en la naturaleza y en las siete leyes universales? ¿Nunca se pusieron a pensar si la enorme cantidad de personas frustradas en nuestra sociedad no será el producto de una cantidad ilimitada de publicidad que muestran imágenes del goce perfecto y provocan nuevos “hambres” imposibles de satisfacer en las personas, muchas de las cuales no están preparadas para vivir frustradas o desilusionadas y, por lo tanto, intentarán llenar sus deseos a toda costa? A mí no me cabe la menor duda, que la proliferación de material violento y sensual tiene una incidencia directa sobre el aumento de criminalidad en nuestra sociedad. Mientras los ciudadanos no seamos responsables, expresando nuestra oposición clara y contundente acerca de nuestra posición respecto al tema, con el riesgo de ser acusados de retrógrados, anticuados, khumeinistas, etc., cuando escuchemos, día a día, de hechos terribles no podremos manifestar que “iadenu lo shafjú et hadam hazé ve’eineinu lo ra’ú” (nuestras manos no vertieron esta sangre y nuestros ojos no vieron – Devarim 21:7), como dicen los Ancianos de la ciudad más próxima a la víctima de un homicidio no aclarado. El análisis sobre la pena de muerte no puede separarse de un estudio global acerca de los valores “desvalorizados” en nuestro medio. Si logramos mejorar la conducta de todos los individuos que integran el conjunto, también podremos rezar con devoción y una conciencia limpia “hashiva shofteinu kevarishoná”, merecer una justicia como la que una vez fue.
El hogar y los shidujim
El hogar ARROZ CON LECHE Antes que sea tarde Pocos días después de Tishá beAv, se celebra una festividad – no tan conocida en la actualidad en algunos círculos – que se denomina “T”ú beAv”. Acerca de esta fecha dice la Mishná (Ta’anit 4:5) “no hubo días alegres para Israel como el 15 de Av… y Iom haKipurim…, las muchachas de Ierushalaim salían con vestimenta blanca prestada (para no avergonzar a quien no poseía tal atuendo)… y bailaban en los viñedos y decían: ‘Muchacho: mira lo que tú eliges, no te fijes en la belleza, sino en la familia…’”. De este modo, al mismo tiempo en que las jóvenes se prestaban sus ropas entre ellas demostrando su solidaridad mutua, también cada una ponía énfasis en los atributos que creía eran los más importantes a tomar en cuenta al buscar a la persona adecuada para construir un hogar. Este tema – el de encontrar al hombre o a la mujer que reúnan las condiciones ideales para que junto a él/ella se pueda emprender la misión conjunta más desafiante de la vida de cada uno/a – se ha transformado radicalmente en la actualidad que estamos transitando. Vivimos en una sociedad en la que los atributos físicos de la mujer quitan de su sitio trascendental cualquier otra consideración valiosa al momento de tan eminente decisión. Asimismo, y si bien en consonancia con la sociedad occidental que se orienta a no asumir responsabilidades – en particular la de no contraer matrimonio y formar un hogar – prefiriendo – hasta tanto se pueda – una vida “libre” y sin mayores obligaciones, ello lleva a que los matrimonios que sí se materializan se efectivicen a una edad cada vez mayor, en ciertos círculos sucede una situación inversa. Por la obsesión de los padres de que sus hijos se “realicen” en la vida, por costumbre familiar o comunitaria, por temor a “quedar fuera de mercado” o por consideraciones legítimas religiosas de no dilatar una Mitzvá tan importante o de vivir una vida que permita una respuesta permitida a los estímulos sensuales a los que el varón está expuesto, en estos ambientes se ejerce presión sobre cada soltero y soltera “en edad casadera” para que contraiga matrimonio lo más pronto posible. Puesto que la Torá habla de la formación de la familia en su propio comienzo, al narrar los detalles de la formación y del enlace de Adam y Javá, no se puede desestimar la evidente importancia que la propia Torá atribuye al matrimonio como hito en la vida de la persona. Sin embargo, y cada día más, nos encontramos con situaciones en las que se llevan a la Jupá a jóvenes – y no tan jóvenes – que simplemente no están aptos para casarse. En su mayoría, no nos referimos al desconocimiento de los aspectos corporales de la unión entre varón y mujer, sino que padecen de inmadurez respecto a las relaciones interpersonales que hacen peligrar la alianza desde su primer momento, y solo se mantienen juntos (no necesariamente unidos, y aun menos solidarios) por el atractivo físico natural y por la presión de sus familias y la micro-sociedad a la que pertenecen. Pero mientras esto ocurre, y sin tener las nociones más elementales ni la familiarización hacia la lealtad y devoción con el prójimo, ni tampoco la responsabilidad que debería ser parte de una vida adulta, estos jóvenes de cuerpo maduro y mentalidad adolescente o infantil, llegan a la Jupá sin estar preparados para la inmensa tarea que implica construir un hogar. A la “hora de la verdad”, los rabinos y los profesionales se encuentran ante una situación problemática “de hecho”, incluso muchas veces con niños que han traído al mundo, pero con muy pocos recursos para trabajar y con una falta de equilibrio emocional que frecuentemente se ve desmejorado por las heridas que los miembros de la pareja se ha provocado mutuamente, más el sentimiento de fracaso y la vergüenza que sienten frente a sus familiares y hacia la “famosa” sociedad. Es verdad: existen cursos que se les imparte a novios y novias que están a punto de casarse, que debieran ayudarles a estar mejor preparados para el gran reto de llevar adelante una vida cotidiana apacible y respetuosa. Sin embargo, estas clases suponen que la persona está preparada para absorberlas y ya posee una formación humana adecuada, que respiró en su hogar y ya integró a su ser. Mas no podemos esperar que estas pocas lecciones – que se imparten cuando los novios están en su momento de mayor presión (estudiando, trabajando, repartiendo tarjetas de participación, etc.) – reemplacen lo que se ha soslayado en todos los años previos. Mal que le pese a algunos “decirlo con todas las letras”, es menester hacer ver a los jóvenes que desean concretar su matrimonio que, más allá del atractivo físico natural que D”s proporcionó a los seres humanos, es necesaria una preparación que atañe principalmente a la conducta cotidiana, para que su vida sea feliz y constructiva. Los cursos que preparan a novios y novias son muy importantes, pero aun más trascendental es el seguimiento, asesoramiento y acompañamiento de los recién casados por parte de los guías y madrijot luego de contraído enlace. Lejos de constituir la consulta a un profesional un acto de falta de lealtad mutua, y así como en casi todas las áreas de la vida, cuanto más temprano se detecta un problema, más fácil será encontrarle una forma de encauzarlo apropiadamente. Pasamos, pues, a un aspecto que – asombrosamente – se esquiva en muchas oportunidades: la indagación previa acerca de la persona con quien sale el/la joven. Las averiguaciones ¿Es, acaso, importante averiguar previamente acerca de la persona con quién uno se va a encontrar, para determinar si pueden adecuadamente formar un matrimonio? Es mucho más que importante. Pensemos solamente en que se pretende vivir una vida en conjunto, integrarse y construir un hogar en común – una tarea por cierto monumental – con el riesgo que – de no congeniar en este proyecto – se puede constituir irrevocablemente en el peor error de la vida. Todos conocemos casos reales, y no es necesario ahondar. Es verdad: las búsquedas son incómodas y molestas, pero peor aun es vivir el resto de la vida con una persona con quien no se puede armonizar, y peor aun es la disolución de un matrimonio, y el sentimiento de fracaso que eso conlleva. No hay límite halájico en cuanto a la cantidad de personas a quienes se puede consultar, mientras la información obtenida sea insuficiente y se crea que es necesario completar fehacientemente la idea del perfil del candidato/a. Sin embargo, una vez que ya se está en posesión de información sólida suficiente para tomar una determinación, hay que abstenerse de seguir consultando. Es muy común que la persona que está averiguando acerca de un potencial candidato/a no quiere que se ponga en evidencia que uno está interesado en el individuo sobre quien investiga. Por lo tanto, intenta encubrir su interés tratando de sonsacar información de quienes conocen a esa persona en forma de habladuría y sin dar a conocer su objetivo (que es por cierto legítimo). Esto también sucede en caso que una persona teme que de decir el objetivo real de sus interrogaciones, se le restrinja la información buscada. Sin embargo, de tomar esta actitud, está generando situaciones de Lashón haRá, pues quien cuenta, no tendría autorización de narrar sobre aquel candidato/a en cuestión sin motivo constructivo. Asimismo, el hecho de no especificar el motivo de la consulta, puede provocar que quien está brindando la información, transmita detalles irrelevantes al propósito del requerimiento. Por lo tanto, si uno está interesado en preservar reservada la identidad de la persona a beneficio de quien está indagando, deberá decir solamente que se trata de un Shiduj (sin decir quién es el interesado) o podrá aclarar que la persona a beneficio de quien está inquiriendo, busca formar matrimonio con alguien de determinadas características (que pasa a enumerar), para que el interlocutor pueda responder si cree que el perfil de la persona por quien pregunta reúne esas condiciones. Se sobreentiende que cuando se sondea en temas tan críticos para la vida de las personas, se debe ser discreto en el modo de hacerlo, y elegir personas con buen sentido común como interlocutores. Cuándo inquirir, qué es necesario saber y qué es superfluo Se debe averiguar sobre el candidato antes de “salir” (reunir y conocerse los dos jóvenes) para saber de quién se trata (y de esa manera poder ser objetivo al respecto). Puesto que las normas de Lashón haRá son muy severas y estrictas según la ley de la Torá, es menester saber qué averiguar sobre la otra persona. Esta cuestión atañe a quien hace las pesquisas, como así también la persona a quien están indagando. Desde ya, uno debe tener la certeza que lo que comenta es auténtico, e intentar verificar lo que va a decir. Caso contrario, es preferible excusarse diciendo que no se conoce suficientemente a la persona sobre quien le están consultando. Es muy posible que a falta de referencias útiles, y quizás bajo la presión de “tener” que saber algo para contar, uno termine relatando información irrelevante. Si esto ocurriera, cabe la posibilidad de que cierta revelación sea insubstancial para la otra persona hasta el momento en que se comentó y que “ahora que se menciona” se convierta en “tema”, precisamente por el hecho de haberse expuesto como algo digno de ser comentado. Claro está entonces, que no toda “información” es significativa como para ser comentada – aun con la voluntad de ayudar. ¿Se puede ocultar información? Repetidamente se escucha el comentario de cuidarse que “el otro no se entere que se está inquiriendo acerca de él/ella”. Sinceramente: ¿es preferible que la otra persona (con quien se desea compartir la vida) se entere de ciertos aspectos de la vida de uno más tarde, por vías inesperadas (y quizá malintencionadas) y se sienta defraudado y engañado? ¿No es la confianza mutua un pilar principal de la vida armoniosa en el hogar? ¿cómo se quiere fundar un hogar con honradez y fidelidad cuando se ha velado información crítica a una de las partes? Desde el punto de vista de la Torá, engañar al ocultar información vital (como puede llegar a suceder en aspectos de enfermedades que pueden, o no repetirse) puede estar prohibido por los preceptos de “lo tonú” (no embaucar – Vaikrá 25:14) y “lifnéi iver” (no colocar obstáculos frente a un ciego – Vaikrá 19:14). Es difícil enumerar un código exhaustivo acerca de qué es lo que puede ser “importante” para cada persona, pues hay normativas culturales que se sobreentienden dependiendo del entorno que esa persona haya vivido en el pasado. Pero hay reglas al respecto, y ciertos aspectos negativos pasados de la vida del individuo que claramente han cambiado de manera definitiva, no deben ser considerados. En muchos casos, esta clase de cuestiones deben ser presentadas y consultadas ante autoridades halájicas competentes. El libro Jafetz Jaim que trata acerca de las leyes de la maledicencia, enseña en detalle qué es lo que debe revelar el interesado o un tercero, sea consultado, o no. Sin pretender que esto sea una guía halájica, se puede diferenciar entre temas que afectan directamente respecto a las capacidades reales del candidato en cuestión de establecer un hogar y educar a una familia en el camino de la Torá, y otras cuestiones tangenciales (que si bien pueden provocar resistencia en muchas personas – p.ej. información sobre la vida de parientes – y rechazarían el Shiduj de conocerlas con antelación, no significan un impedimento para llevar a cabo una vida armoniosa, y – a posteriori, al observar a la pareja constituirse en un hogar estable – ratificarían la elección). En este sentido, también es menester consultar con la Autoridad Rabínica cuándo es el momento de revelar la información problemática (en ciertas instancias, al conocerse las múltiples virtudes de la persona con que uno ya salió, estará dispuesto a ver el punto álgido que se le relata en proporción – y sin magnificar – frente a todas aquellas bondades que ya ha observado). Cuando no le consultaron Ya mencionamos que uno está obligado a transmitir y asesorar a la persona que consulta según mejor se pueda ayudar. Pero también existen situaciones en las que no se le consultó a uno, pero se entera acerca de cierta pareja que está en etapa de conocerse y de la que tiene serias dudas de si son afines y podrán concretar un hogar feliz. ¿Puede o debe esa persona inmiscuirse y proveer información que tienda a impedir que el Shiduj siga adelante? En este caso, sólo se deberá intervenir si la información que uno cree desconoce una de las partes puede provocar un daño serio a futuro. En caso que así fuera, tiene el deber de comunicar, pues la Torá nos hace responsables de “no permanecer impasibles ante la sangre del prójimo” (Vaikrá 19:16). Excluidas están las situaciones en las que cree que “no parecen compatibles”, o “él debería estar buscando algo mejor”. Y, al igual que en otros casos en los que se debe advertir al prójimo sobre un probable perjuicio, esto debe hacerse con cautela: calculando que – por otro lado – no se provoque un daño mayor al que se está tratando de evitar. Se debe comentar lo necesario sin exagerar el potencial quebranto, y aportando la información solamente a personas responsables (que la utilizarán con cuidado y sin repetir ante quienes no corresponde). Asimismo, es muy importante interpretar los códigos culturales y el modo en el que se emplean las definiciones en cada comunidad. Las mismas palabras pueden tener un significado muy distinto dependiendo en qué ambiente se usan. Existen también cuadros que atañen a la salud física, y que deben ser consultados con una Autoridad halájica antes de revelarlos. Los posibles escenarios son numerosos, e imposible de detallar en este capítulo. Y si bien debiera ser superfluo agregarlo, es fundamental que el motivo por el que uno interviene y manifiesta sus reservas acerca del Shiduj, se reduce únicamente al bienestar de la futura pareja, y jamás a algún resentimiento por situaciones que uno, o amistades de uno, sufrieron a manos de la persona sobre quien se habla. La prohibición de creer información peyorativa que le están relatando sobre una persona Aun cuando hemos insistido previamente que es imprescindible realizar las averiguaciones pertinentes sobre la persona con quien se piensa construir el futuro hogar, está prohibido aceptar como cierta la información negativa recibida, pues la prohibición de Lashón haRá no se reduce a brindar un reporte negativo (en los casos en los que la ley efectivamente lo prohíbe), sino que – independientemente – se condena la aceptación como verdad auténtica de ese informe por parte de quien la escucha (aun cuando quien lo brindó estaba obligado a decirlo). Quien lo recibe, debe, pues, tomar las precauciones necesarias para evitar los posibles daños de los que podría ser preso y víctima él mismo, en el supuesto caso que ese informe fuese efectivamente verdadero, pero no tomarlo como verdad. Incluso, en caso de haber descartado la posibilidad de que se trate de un Shiduj idóneo, debe juzgar para bien a quien creyó como candidato, y dejar de pensar en ese individuo en términos negativos. Asimismo, y es redundante decirlo, está terminantemente prohibido publicar – en caso que ya se hubiera difundido que dos personas “salieron” con intenciones de concretar, o incluso ya habían hecho público que tenían intenciones de casarse – quién decidió “cortar” el Shiduj. Simplemente se debe decir que “se decidió no seguir adelante”, o “no eran el uno para el otro”, y eludir así a los curiosos que gustan inmiscuirse en la vida ajena. La Mitzvá y responsabilidad de ayudar a formar Shidujim Después de leer todo lo que hemos expuesto, alguna persona podrá llegar a pensar que es preferible no involucrarse en sugerir posibles Shidujim: ¿por qué, acaso, inmiscuirse en un tema tan espinoso en el que es posible errar? Esta es una postura equivocada. La Mitzvá es muy importante y uno puede ser el delegado Di-vino que realizará esta noble tarea de Jesed (bondad) con dos personas y con sus familias. Ciertamente, es un tema laborioso y delicado. Sin embargo, si uno cree que tiene la personalidad adecuada para llevar a cabo esta tarea y se prepara (estudiando las Halajot pertinentes para saber qué está permitido decir y cómo se presentan las sugerencias), se convertirá en un instrumento que traerá felicidad a muchos individuos que lo necesitan, y también evitará que se materialicen otras uniones que pueden no terminar bien. El resto está en Manos del Todopoderoso. Encontrar el Zivug (cónyuge) adecuado ha sido desde siempre una cuestión complicada (Sotá 2.), pero es así como el Todopoderoso determinó que deben establecerse los hogares. Recemos, pues, que todos encuentren su “media naranja” en la manera y en el momento adecuados, sin aprensión ni malestar, sino solamente con la alegría de estar cumpliendo con Su voluntad.
Y fueron felices...
Y fueron felices… En una conversación que tuve hace un tiempo con una alumna (que ya no era tan niña), le pregunté acerca de sus planes para el futuro. Me contestó que al terminar la escuela secundaria, quería cursar una carrera, encontrar trabajo, luego de lo cual buscaría una pareja con “la cual se sintiera cómoda” y con quien podría llegar a casarse. Cuando le pregunté por qué se casaría, pensó y contestó: “porque todos lo hacen”. Bueno, ¡no diría que me sorprendí! Son muchas las personas que no se cuestionan acerca de porqué se casan. Saben efectivamente que se aman y que quieren formar una familia, pero no se preguntan por qué es necesario formalizar el vínculo entre ellos mediante una alianza (una Jupá). Es más, son a su vez muchos los que no ven necesidad alguna en establecer legalmente una pareja fija, siendo que la sociedad y la legalidad nacional aceptan hoy a los que viven juntos como un hecho natural moralmente aceptable. No obstante, volviendo a lo que decíamos antes, si una persona no tiene en claro porqué se debe casar desde un principio, pues tampoco tendrá impedimento en disolver el matrimonio que la unió a otra persona sin una razón importante, porque en este caso también podrá afirmar que “todos lo hacen”, y al afirmarlo, no estaría tan lejos de la realidad (en los países “civilizados”). Al mismo tiempo, la elección de la pareja no parece tener criterios claros. En la mayoría de los casos, la gente se casa “porque se ama” creyendo (o declarando) que ese amor los mantendrá unidos por el resto de sus vidas, cuando en realidad no necesitan mirar muy lejos para ver que ese argumento no se sostiene en casi ninguna pareja. Si desean ser aun más sinceros, verán que muchos de quienes dijeron amarse profundamente en algún momento de su vida, terminan odiándose con aquella misma pasión que se reserva únicamente para ex-esposos y se cometen mutuamente más daño que sus peores enemigos. Dado que las cosas son así, y más allá del hecho que la Torá permita el divorcio en ciertas circunstancias en las cuales no queda otro recurso, sería importante tomar conciencia de qué es lo que significa el matrimonio y, porqué la Torá insiste tanto al respecto. Parshat Jaié Sará trata los temas del fallecimiento de Sará, la matriarca, de la búsqueda de una esposa adecuada para su hijo Itzjak y del posterior enlace entre Itzjak con Rivká. (Bereshit Cap. 23, 24) A muchos nos puede parecer extraño que Itzjak no pudiera buscar novia por su propia cuenta. Los Sabios nos explican que Itzjak no debía abandonar la tierra de Israel por ciertas razones espirituales, mientras que, por otro lado, las mujeres locales, que habitaban en Kna’an (el nombre previo de Israel) no eran aptas para Itzjak. Siendo esta la situación, Avraham encargó a su sirviente pidiéndole que vaya a Aram a buscar una muchacha que tuviera las características adecuadas. Pero… ¿cuáles características? El sirviente viajó hasta Aram. Cuando llegó definió su estrategia de la siguiente manera: después de dirigirse al aljibe de la ciudad, le pediría a una doncella que le sirva agua. Si ésta respondiera que le serviría no solamente a él, sino incluso a los diez camellos que lo acompañaban (y los camellos toman mucho agua cuando tienen sed), entonces sabría que aquella era la muchacha adecuada. ¿Cómo sabía el sirviente que, por el hecho de servir agua, se trataba de “la prometida” de Itzjak? Muchos Sabios coinciden en entender aquí que el sirviente de Avraham buscó una muchacha que tuviera las cualidades de generosidad y abnegación que caracterizaban a la casa de Avraham. Todos los otros rasgos, aparecen y desaparecen con el tiempo. La generosidad es una cualidad rara de encontrar y, aun más, difícil de incorporar cuando no se aprendió y se adiestró desde la niñez. Cuando uno sigue la lectura de la Parshá, se encuentra con que “Itzjak trajo a Rivká a la tienda de Sará su madre, se casó con ella y la amó…”. ( Bereshit 24:67) Así que lo de Itzjak y Rivká no fue “amor a primera vista” ni “estar enamorado” como lo entendemos hoy. No obstante, “y la amó” (es decir, que, a medida que estuvo casado con Rivká, la fue queriendo cada vez más). ¿Qué diferencia existe entre “estar enamorado” y “amar” a otra persona? Estar enamorado, es una pasión que domina los sentimientos de la persona. D”s puso en nosotros la atracción física natural entre los hombres y las mujeres así como lo hizo con el resto del mundo animal. Esa pasión o infatuación es pasajera en todos los casos y no sostiene a la pareja a través del tiempo y de las dificultades. “Amar” es el sentimiento altruista generado por el intelecto y el deseo de hacer el bien, que lleva a la acción de entrega desinteresada. Amar no es algo natural, sino que requiere una fuerza de voluntad para privilegiar los intereses del otro antes que los propios. Este amor genuino une a las personas y, aun más, al matrimonio. Bajo la Jupá, los novios se comprometen a brindarse mutuamente en toda circunstancia imprevisible hasta el momento. En la medida que ambos cónyuges repiten su preocupación por el bienestar del otro miles de veces a través de la vida se van uniendo cada vez más. Para aquellos que se aman auténticamente los problemas económicos como así también todas las circunstancias de adversidad, presentan nuevas oportunidades para hacer uno por el otro y apoyarse mutuamente. El argumento que las parejas se separan por problemas económicos es una falacia de una sociedad que mide todo con el ojo del egoísmo que la caracteriza en este “postmodernismo” occidental. Gran parte de la dificultad en mantener unido el matrimonio radica, entonces, en que crecemos creyendo que la vida “normal” debiera ser siempre placentera sin interrupciones en el goce perfecto, ni momentos ingratos. No aprendemos a vivir con frustraciones y fracasos. La culpa de todo lo que no nos agrada la tienen siempre los demás, porque nosotros somos perfectos. La publicidad omnipresente de bienes que son inalcanzables para nuestro presupuesto y para nuestro corazón insaciable, alimentan continuamente nuestra insatisfacción en el ámbito material. Con esta mentalidad hedonista, es muy difícil que dos personas se sostengan, aun cuando fuesen fieles observantes de otros aspectos de la Torá, más aún, si no lo son. Podemos entender, entonces, qué significa que el amor entre Itzjak y Rivká fue aumentando a lo largo de sus vidas. Encontrar una persona con ideales afines a los que profesa uno mismo, con una escala de valores análoga, con proyectos de vida correspondientes, etc. no es fácil. Sin embargo, aun encontrando la otra “media naranja”, por más compatibles que fuesen espiritualmente, requerirán una dosis continua de esfuerzo para mantenerse unidos. No obstante y volviendo a lo anterior, nos queda la pregunta del por qué del casamiento. Parte de la respuesta está en que cuando D”s creó al ser humano (a diferencia del resto del reino animal, del cual creó a priori muchos machos y hembras) dice el versículo que creó un “ser” inicial que luego dividió en dos, para que, en adelante, se volviera a unir (cuando una pareja contrae enlace) y “vehaiú le’basar ejad”, se convirtiera en una carne. Esto no se refiere a la unión física de los géneros para procrear, que no difiere de los animales. Respecto a los seres humanos, D”s los creó de “una pieza” para que mantuvieran una relación de mutua comprensión en la medida que se casaran y crecieran juntos. La necesidad de casarse es, no solo para la crianza de los niños quienes necesitan de la presencia y del cuidado de ambos padres para crecer mentalmente sanos (en el caso del judaísmo, es aun más importante, dado que nuestra conexión con Sinaí corre por vía de nuestros padres que nos la transmitieron), sino, incluso, para el propio desarrollo moral íntegro de cada hombre y mujer, que no se llaman “tov” (completos) hasta el momento de contraer matrimonio. No es de sorprenderse entonces, que de este mismo versículo se aprendiera en el Talmud Bavlí, (Sanhedrín 57) acerca de la prohibición universal del incesto, adulterio, homosexualidad y cualquier otra aberración sexual. La particularidad en la manera de cómo fueron creados los seres humanos habla de su misión espiritual ineludible que pasa por el matrimonio. Habiendo enunciado todo esto, nos queda la preocupación de transmitir a nuestros hijos los recursos para que el día de mañana puedan establecer hogares con armonía. Depende mucho de nuestro estilo de vida, el conseguir que nuestros hijos puedan permanecer exentos de las influencias individualistas en boga, y seguir la tradición de construir un “Bayit ne’eman be’Israel”. En el caso de nuestro patriarca Avraham, pudo expresar tras el fallecimiento de su esposa Sará, que habían sido “kulam shavim letová” (todos parejos para bien) (Rash”í, según R. Jaim Schmuelevitz sz”l). A pesar de todos los momentos difíciles (las mudanzas de un país al otro, el hambre, la guerra, Sará fue estéril y también raptada dos veces, los problemas con la sierva, los vecinos de Sdom y Lot, etc.), Sará mantuvo su tranquilidad. A su vez, cuando Itzjak encontró esta misma virtud en Rivká, “quedó consolado tras la muerte de su madre”. Si lo logramos emular, entonces alcanzaremos el verdadero Najat (satisfacción) al que debiera aspirar todo padre judío.
Seguiran siendolo
¿… Seguirán siéndolo? En nuestra sociedad, en la que el vocablo “amor” aparece por doquier, estamos ya acostumbrados a ver que quienes se “amaron profundamente” ayer, hoy literalmente se matan uno al otro. No es cosa nueva. Para aquel que estudió el TaNa”j, la historia de Amnón, hijo del rey David y su media hermana Tamar, es más que elocuente. Después que la violó, “y la odió Amnón aun más de lo que la había amado…” (Shmuel II, 13:15). El Pirke Avot denomina este “amor”, que no es más que una pasión física y egoísta, “un amor que depende de un objeto” es decir: un amor interesado, y dictamina que éste “termina auto-anulándose” (5:19). El mensaje debería ser claro. No todo el que abraza, realmente ama. No obstante, los seres humanos somos expertos en pregonar teorías sabias sin que por eso realmente vivamos de acuerdo a lo que decimos. “Haz lo que yo digo, y no lo que hago…”. Entienda Sr. lector, que lo que sigue, entonces, está dedicado a cualquiera de nosotros, porque todos podemos caer en el auto-engaño. Por un lado, todos hemos sido creados con el instinto de reproducirnos, todos sentimos esa necesidad interna de completarnos mediante la unión estable con una persona del sexo opuesto, con quien conformamos nuestra pareja y todos nos sentimos más seguros a partir de la tranquilidad con la que nos alberga la proximidad de las personas que nos quieren. En fin, somos humanos. Al mismo tiempo, sin embargo, es evidente que a pesar de que todo debería ir bien, casi siempre todo va “no tan bien” como se había esperado. La pregunta obvia es: “¿por qué?” Y, si bien sería imposible responder en forma general a todos los tropiezos que les suceden a las personas, ya que excede lo que se puede volcar en un libro, podemos, de todos modos, compartir alguna idea de la Torá. No olvidemos que somos humanos, falibles, y que, aun así, se espera de nosotros que nos convirtamos, mediante las leyes de la Torá, en “un reino de sacerdotes y nación sagrada”. Aquel que no reconoce que es humano, o que no tiene aspiraciones a trascender sus instintos humanos y elevarse, no necesita leer este artículo. Al analizar lo que se nos relata en el libro de Bereshit (39:7 – Parshat Vaieshev) nos sorprenderá qué es lo que sucedió con la esposa de Potifar, quien trató de seducir a su sirviente Iosef. Mrs. Potifar estaba convencida de ser la destinada a casarse con Iosef. Lo vio en sus cálculos “cabalísticos”. (No sería la última en pensar erróneamente que el horóscopo y los pre-sentimientos superan a la ley). Iosef se negó a aceptar sus propuestas. El Midrash cuenta que Mrs. Potifar no escatimó esfuerzos en provocar a Iosef para llamar su atención. Se cambiaba de atuendo continuamente, pero Iosef sistemáticamente se negaba siquiera a dirigirle la mirada. Mrs. Potifar no iba a aceptar la derrota con tanta facilidad, y no lo dejó en paz ni de día ni de noche. Los Sabios hablan de ella con calificativos terribles, en lo que hace a su perversidad. Esto es así, no solo porque era casada y prohibida por la ley universal a Iosef, sino por el modo de intentar seducirlo para que se le una. Y, si bien la analogía no es completa, pues en la mayoría de las parejas de nuestro ambiente no llega a la corrupción del adulterio, lo que sí abunda es la búsqueda de la pareja precisamente por medio de seducción en lugar de la formación de un matrimonio racional. Y la sugestión, como la mentira, “tiene patas cortas”. Como ya lo estuvimos viendo, el matrimonio es, en el judaísmo, uno de los hitos más importantes de la vida. Sin embargo, dado que vivimos en una sociedad secular, hemos de ella asimilado la manera de cómo se debe resolver el tema de encontrar la persona ideal para que la unión sea la indicada y duradera, como para que cumpla su cometido. Para la mayoría de la gente, el hecho “que le caiga bien” es suficiente razón para tratar de atrapar “la presa” de la manera que fuese posible. Sin haber estudiado a fondo si ambos tienen las cualidades como para complementarse recíprocamente en la vida en el ámbito espiritual, comienza ya “el juego” para “enganchar” al otro. En ese juego entra la seducción. La idea es cautivar la mirada y los sentimientos del otro para atraerlo/a, crear una buena impresión de sí mismo/a, y esperar que al enamorarse todo siga su curso como en las novelas. Sin embargo, la realidad demuestra que cuando funciona aquel inmenso poder de atracción física, actúa como un hechizo que no permite ver las deficiencias que puede tener la relación entre esas dos personas. Uno, o ambos, suele estar totalmente ciego o encandilado por su deseo de estar cerca del otro. No pueden ver hacia atrás o hacia adelante, ni escuchar a las personas cercanas en quienes confiaría habitualmente. No por nada, la Torá prohibió el contacto físico entre los novios hasta el momento de sus bodas. No por nada, la Torá insiste tanto en el recato en todo lo que hace a la vestimenta. No por nada, los rabinos de todas las comunidades ortodoxas exigen que las “peulot” (actividades recreativas) de los jóvenes sean separadas para varones y niñas. La idea (en parte) es no perder la cabeza en el transcurso del conocimiento mutuo y del noviazgo. Quizás incluso darse cuenta qué es lo que realmente le gusta de la otra persona (y qué es lo que debería gustarle al otro en uno). El objetivo es pensar y no hipnotizar (ni dejarse hipnotizar por otro). ¿Qué es el enamoramiento de una pareja? Es la situación en la cual se suman el deseo de ambos de estar cerca uno del otro por las apetencias o conveniencias propias de cada uno de ellos. ¿Cuánto dura el enamoramiento? Hasta que a uno de los dos se le vaya el deseo de estar con el otro (y el que quedó como “descartable”, también se vaya por su lado “para salvar su cara”). ¿Suena un poco agresivo? ¿Poco romántico? Es posible. Pero abra sus ojos, no hace falta ir muy lejos. Los amores que matan, muy posiblemente nunca fueron verdaderos amores. Quiero agregar algunos elementos más que son propios de una vida que se guía por las leyes de la Torá. El Shiduj (la presentación de un posible candidato “con fines serios” – ¿o qué otros fines hay?). A muchos que no están acostumbrados a esto, les parecerá algo raro, porque evita la intriga de deshojar margaritas en el juego de ver si el otro/a lo/a ama, o no. En los ambientes que se rigen por la Torá, sin embargo, se estila que una persona que conoce bien a un muchacho y a una chica, sugiera que ambos se encuentren en forma discreta para conversar. ¿Conversar de qué? Y bien, de las cosas importantes que realmente cuentan en la vida. Los objetivos, las actitudes, la forma de pensar, etc. En ese diálogo se encuentra uno, no sólo con la otra persona con quien conversa, sino que se debe ser sincero consigo mismo. Obviamente, al mismo tiempo, uno se da cuenta si la otra persona “le cae bien”, o no, pero ese punto no se convierte en el factor único que defina el matrimonio. El Talmud nos enseña: “No se debe contraer matrimonio… hasta haber conocido a la mujer (por temor a que “no se gusten” y vaya todo mal), mientras que el versículo dice: ‘y amarás a tu prójimo’…” (Kidushín 41.) Evidentemente, este párrafo nos puede llegar a parecer un poco gracioso hoy en día, pues pensamos que las parejas ya se conocen demasiado. Sin embargo, si miramos las cosas un poco más de cerca, veremos que es muy habitual que la pareja se case y no se haya planteado ciertas preguntas ineludibles. P.ej.: ¿Qué es lo que los atrae uno a otro? ¿Cuáles de las siguientes características pueden ser aplicadas para definirse a si mismo y cuáles a la persona a quien uno cree amar? (Inteligente, talentoso, profundo, minucioso, mesurado, despierto, alegre, divertido y con relación a terceros: sensible, emotivo, colaborador, desinteresado) ¿Son constantes en esta forma de ser? ¿Las consideran cualidades valiosas y dignas? ¿Quieren permanecer cada uno como son en este momento (esto nunca ocurre) o esperan cambiar y crecer? ¿Para qué? ¿Tienen conciencia que con el paso que están por tomar deben asumir una responsabilidad para toda la vida? ¿Cómo fueron sus vínculos con la gente hasta este momento decisivo? ¿Pudieron mantener lazos afectivos firmes, estables y duraderos con quienes estaban a su lado? ¿Fueron esas relaciones entre dos semejantes parejos o fue una dependencia afectiva o económica? ¿Supieron disentir con altura y sin anularse uno al otro? ¿Existe un proyecto en común que los enlace con solidez para toda la vida? ¿Se pusieron de acuerdo en los puntos específicos de los elementos que les son importantes en la vida? ¿Cuáles son? ¿Tienen ideales? ¿Son ideales que llevaron a la práctica en el pasado o son simplemente “lindas ideas” (abstractas)? ¿Quiénes son sus modelos de vida? ¿Qué aspecto les agrada o los cautiva en esas personas a quienes consideran sus modelos? ¿Son modelos lógicos y alcanzables? ¿Tienen la desenvoltura y el discernimiento necesarios para evitar que se repita la dificultad matrimonial generalizada de la sociedad, dentro de sus propias vidas? Y si se encontraran con obstáculos… ¿sabrían con quién consultar para que su problema no empeore hasta el punto de no poderse solucionar? La lista de inquietudes no termina aquí. Sólo mencionamos algunas de las más trascendentes. Es verdad también que nadie, absolutamente nadie, sabe al momento de contraer matrimonio, cuáles serán las dificultades con las cuales se encontrará en el futuro. Y, obviamente, los contrayentes cambiarán a través del tiempo su modalidad, su temperamento, sus ideas (¡D”s quiera – que para mejor!). El Talmud, siempre basándose en este mismo versículo, nos advierte en contra de ciertas conductas indiscretas en la vida íntima que pueden causar desagrado y resentimiento entre los esposos (Nidá 17.). Sin desmerecer la importancia que tiene el hecho que los eventuales novios se sientan también satisfechos por la apariencia física, en demasiados casos, la preocupación desproporcionada por la apariencia exterior (con relación a los demás aspectos de ningún modo de menor importancia y trascendencia) provoca que jóvenes que debieran estar formando su familia sigan dilatando la decisión de formalizar un noviazgo y un feliz matrimonio. En muchos otros casos, dejan cegados y seducidos a los protagonistas con supuestos “novios” y “novias” que no son, en absoluto, las personas adecuadas con quienes construir un hogar con contenido. Sumado al hecho que la Torá prohibe todo contacto físico antes del matrimonio entre varones y mujeres, aun si se consideran novios, la aproximación corporal entre dos personas confunde su panorama y les impide conocer los aspectos espirituales y morales para poder luego valorar a la persona con quien desean casarse. Aun cuando los jóvenes de ciertos círculos se cuidan en esta cuestión, hay otro aspecto que a menudo se desatiende. Suele suceder que se presenta a dos potenciales interesados del modo más “casher”, pero la novedad se convierte en noticia antes que ambos tuvieran la certeza que desean concretar una pareja definitiva o dieran su expreso consentimiento al respecto. Son las situaciones del “ni” que se presentan por indiscreción de terceros o por descuido conciente de los afectados. Dado que el “ni” de uno y el “ni” del otro no necesariamente tienen la misma seriedad, cuando uno de los dos, por razones que pueden o no ser válidas, decide interrumpir el idilio, deja a la persona que a primera vista pretendía amar, con un dolor y humillación que habitualmente tiene vergüenza de exteriorizar (“¿Quién dejó?” “¿Por qué se dejaron?”). Este sufrimiento se podría evitar fácilmente si la gente tuviera la responsabilidad de mantener sus vínculos, que aún son informales, en la discreción que les atañe. Esto permitirá, a su vez, tomar esta decisión, seguramente la más trascendental de la vida, sin presiones sociales adicionales que no aportan nada y solamente desorientan y dañan. Un tema, sin embargo, es insoslayable: si no fueron educados desde temprano a brindarse por los demás, en lugar de buscar persistentemente la propia conveniencia en toda coyuntura, pues entonces les será muy dura la convivencia con cualquier persona sea quien fuere. Los novios que se casan de acuerdo a la Torá, gozan aparte de otro elemento, no sólo en la formalidad sino también en el contenido: un curso que reciben en forma directa y personal por parte de un madrij/á (guía). Entre otras cosas, los novios toman conciencia que el amor no resolverá como por milagro las diferencias que, sin lugar a dudas, surgirán a lo largo del matrimonio. La convivencia no es fácil. Menos aun, cuando se trata de un compromiso por toda la vida. Acerca de la tarea de crear el mundo, dice el versículo que “Olam Jesed Ibané” (un mundo de bondad se construirá). La bondad recíproca es el cemento que hace perdurar el amor en el mundo de la pareja. El tema que acabamos de tratar es uno de los más complicados y ásperos de transmitir, pero no permiten aplazo o demoras en su enseñanza. La sociedad que nos rodea, no enaltece estos valores y, quienes los defendemos, estamos solos al momento de difundirlos. Sin embargo, el estado penoso de la institución familiar nos debe empujar a hacer llegar esta inquietud a nuestros hijos y al medio en el cual nos encontramos.
Serenidad en el hogar, Shalom Bait
LA CASA ESTÁ EN ORDEN: Serenidad en el hogar ¿POR QUÉ DOS? Comenzando a estudiar la primera Parshá de la Torá nos percatamos que la Torá se dedica inmediatamente después de relatar acerca del génesis de todos los creados – a nada menos que la institución del matrimonio. (Bereshit 2:24) Si tenemos en claro que precisamente esta institución está atravesando una terrible crisis, es importante, pues, que le dediquemos unas líneas a partir de lo que narra la Torá en su fundamento. Advertiremos que a medida que D”s fue sumando los distintos elementos, en la culminación de cada etapa, D”s declaró que lo creado era “Tov”. “Tov” se utiliza como “bien” en los boletines de hebreo, lo cual se entiende que cumple básicamente con lo mínimo esperado – pero podría ser mejor: p.ej. muy bien, o excelente… Sin embargo, si aquel de quien estamos hablando es D”s, Cuya obra es perfecta, entonces Su “Bien” significa: exacto o justo – pues no hay lugar para mejor. Volviendo al texto de la Torá, D”s declaró a todo Tov. Es decir, que todo estaba diseñado de manera que reunía todas las condiciones y tendría la durabilidad para funcionar y cumplir con su objetivo para siempre. Después de crear todo y brindarle perpetuación con la palabra Tov, D”s determinó que uno de los creados era “Lo Tov” (“no bien”), es decir que no cumplía del modo en que estaba con su propósito. Era el ser humano. ¿Cómo era aquel “hombre”? Antes de que el ser humano tenga las características con las que lo conocemos actualmente, era un ser que poseía todos los factores que hoy en día llamaríamos masculinos y femeninos, en un solo ser. Hasta podría reproducirse solo, porque era “hermafrodita”. Imaginemos por un momento esta situación: el hogar dirigido por un ser íntegro que decide todo solo. No necesita casarse ni formar matrimonio, no tiene problemas conyugales, no puede ser infiel, ni cela de nadie. Sale a trabajar, cocina, habla por teléfono, ordena la casa, se ocupa de la educación de los hijos, cambia los pañales, etc. – todo solo… y sin discusiones. No hay suegros ni suegras… Sus descendientes son como “él”, y repiten la misma característica. Pensemos. ¿No sería ideal? ¡¿no se acabaron los problemas, o al menos muchos de ellos?! ¿No sería un mundo más tranquilo y feliz? Pero no. D”s decidió que era “Lo Tov” y que así la cosa no andaba. Los dividió en hombre y mujer. Un hombre y una mujer que tienen actitudes radicalmente distintas en muchos aspectos. Se distinguen en lo emocional, lo físico, psicológico y sentimental, y – por sobre todo – les cuesta la convivencia estable y tranquila. ¿Por qué? Una pregunta más: Ya que D”s es omnisciente y sabía claramente que Su creación inicial no cumplía con las condiciones que Él quería, ¿por qué no los hizo en su forma y propiedad actual desde el primer momento? ¿Qué sentido tenía crear algo que sabía que debería modificar después? La respuesta es que D”s bien lo sabía, pero quería enseñarnos algo a nosotros: los seres humanos. Aquello que hubiésemos creído o ilusionado como “ideal” o “perfecto”, no es ni tan ideal ni tan perfecto. Quizás resolvería ciertos conflictos, pero no cumpliría con su propósito. Dado que el ser humano fue creado a imagen de D”s, debía emplear su máximo potencial en la forma de brindarse totalmente a otro ser distinto a él (o ella) mismo/a mediante un compromiso para toda la vida, y bajo circunstancias que nadie puede prever al momento de contraer enlace. Nadie conoce el futuro, y nadie sabe bajo la Jupá, cómo será su futuro económico, de salud física y mental, de intromisión familiar, de tranquilidad emocional, etc. El versículo en Tehilim (Salmos 89:3) reza que “(…D”s determinó que…) un mundo eterno de bondad será edificado…” En otras palabras: el propósito de la creación es que el ser humano sume todos sus esfuerzos y energías en pos de la edificación del mundo mediante actos de benevolencia. Las personas participamos de la edificación del mundo. Mediante nuestras acciones somos protagonistas del rumbo que D”s destinó para Su creación. No existe un escenario más apto para el desarrollo y la realización de toda la amplia capacidad del potencial humano que el marco del matrimonio. El hecho que en tantos sentidos, la peculiaridad del hombre se oponga al de la mujer, hace que se requiera una mayor inversión y dedicación de amor para el crecimiento y profundización del vínculo. Solo entonces, el ser humano es “Tov”. Desde ya, que esta visión de la relación hombre-mujer difiere radicalmente de la que nos presenta nuestra sociedad. Si el motivo de los distintos rasgos de ambos reside en la tarea moral que debe desarrollar, y que esta debe ser absolutamente altruista, entonces poco tiene que ver con la actitud hedonista con la que se vende la imagen humana en casi todos los medios. No es difícil entender el porqué del deterioro de la institución matrimonial con el consecuente dolor de quienes en algún momento crearon en su ilusión fantasías quiméricas de un idilio eterno. Sin embargo, la Torá nos cuenta que nuestra triste situación no es original. A pocos años de la creación, se relata que un hombre descendiente de Caín, hijo de Adam, contrajo matrimonio con dos mujeres. Dado que en su comienzo la Torá (Bereshit 2:24) recomendó una sola esposa, como dice “y se apegará a su esposa y serán una carne” (está claramente escrito en singular), la “novedad” de la bigamia requiere una explicación. Rash”í nos presenta la aclaración de la situación. Los motivos de Lemej (Bereshit 4:19 – y quienes lo imitaron de allí en más), no eran para nada santos. No es que quería más descendientes ni que su exceso de generosidad lo instaba a brindarse a más de una mujer. Lemej quería lo que imaginaba “lo mejor de dos mundos”: una mujer para procrear (y tener una “familia decente”), y la otra para pasear y “divertirse” (los hoteles de categoría no aceptan niños ni mascotas…) y pasarla bien. Este fue el primer gran desvío de lo que hablamos anteriormente referente al modo de la creación del ser humano. Los años corrían y la brecha entre lo que debía ser y la realidad se fue ahondando. La Torá nos dice que tomaban “mujeres de todo lo que elegían” (Bereshit 6:2): ya no importaba, ni se diferenciaba entre mujer soltera o casada (“es un mero documento”…), ni si la “pareja” era hombre (con otro hombre) o mujer, y más tarde si era ser humano – o animal. A esta altura, su conducta ya fue irreversible: aun con todas las advertencias, hicieron caso omiso a las palabras de Noaj y el diluvio destruyó todo. Más allá de lo terrible del sufrimiento de la epidemia de matrimonios destruidos, o en vías de rotura, desgaste y quebranto, está la decadencia moral de la sociedad que la vive, pues desde Bereshit vemos claramente cómo D”s ideó el matrimonio como medio perfecto e ideal para el crecimiento del ser humano. A raíz de este aprendizaje, debemos entender el “Shalom Bait” como la tarea indispensable de construcción ordenada, mutua y amalgamada de una estructura íntima y espiritual de los contrayentes, que permita elevar el nivel de ambos para cumplir con sus roles de marido y esposa entre ellos mismos, y de padre y madre hacia sus hijos, y como pareja hacia terceros. El profeta Hoshea (2:21, 22), nos habla del “matrimonio” entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel: “y te desposé para la eternidad, y te desposé con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia, y te desposé con confianza, y te uniste a D”s”. Nuestra costumbre es recitar este pasaje cuando enrollamos con tres vueltas la correa de los Tefilín en forma de anillos alrededor de nuestro dedo mayor. Ese modo de colocar el Tefilín sobre el dedo se asemeja a la formación de anillos – lo que coincide con los versículos que estamos citando. Si bien estos pasajes se remiten a la boda entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel, no deja de ser un ejemplo de lo que debe ser una unión, en la que ambos lados se unen para la infinitud a fin de cumplir con los objetivos espirituales que se proponen, que es lo que sucedió entre D”s y el pueblo de Israel. Si tomamos estos versículos como modelo, podemos intuir que hay un orden por el que se edifica un hogar. Hay un antes y un después. Los padres preparan a los jóvenes tratando de ser sus modelos para ellos mediante su propia conducta, hasta que los creen aptos para erigir su propio hogar con la persona adecuada. De ahí en más, la unión se va consolidando a partir del momento del matrimonio. Bajo la Jupá, el novio desposa a la novia “para la eternidad”, o sea, que hay un compromiso entre ellos para edificar en conjunto este hogar. El compromiso está dado a través de la palabra. El valor del ser humano y su semejanza al Todopoderoso, surge mediante la posibilidad de expresarse con la palabra. Sin convenio de responsabilidad recíproca, no existen los cimientos de una construcción. Una vez que está dada la palabra de obligación mutua, comienzan a regir las conductas vitales que hacen a la convivencia: “con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia”. El trayecto es largo. Al salir de la Jupá, recién comienza la tarea de vivir con los atributos y las cualidades humanas que unen a la pareja. Si esto sucede, entonces con el tiempo, llegará la confianza correspondiente al tercer anillo. Es menester señalar en este versículo, que las condiciones que permiten cimentar el hogar, son las virtudes más excelsas y elevadas a las que debe aspirar toda persona. De la experiencia de vida, sabemos que la confianza es tan difícil de lograr – y tan fácil de perder… La familiaridad que lleva a la intimidad (el ser realmente unidos) requiere mucho esfuerzo. Cuando utilizamos la palabra “esfuerzo”, no queremos dar la idea de martirio. Por lo contrario: D”s nos dio los medios por los cuales podemos dar y recibir compañerismo, solidaridad y sentimientos de apoyo y sostén mutuos en las situaciones que se cruzan en la vida de cada uno. Cada incidente y circunstancia de la vida, puede permitir que la pareja se afiance más y más. Óptimamente sería que se conviertan en una suerte de acróbatas que tienen la certeza que pueden depender y contar uno con el otro para complementar sus tareas, y cuando toda su existencia se torna dependiente uno del otro. Cuando con la mera mirada ya saben entender lo que piensa el otro, y sin mirarse forman una armonía y afinidad indivisible, están aproximándose a esa unión ideal. Del mismo modo en que D”s y el Pueblo de Israel (nuestros abuelos) firmaron un pacto por el que atravesamos ya más de tres milenios en los que D”s nos mantuvo milagrosamente, y en los que nuestros padres innumerables veces ofrendaron sus vidas para sostener el apego y la creencia en Él, el matrimonio entre dos seres humanos debe manifestar aquella misma analogía de unión. Creo que ningún compromiso o pacto que celebramos los seres humanos desde el momento en que nuestros antepasados juraron y dijeron “Naasé veNishmá” frente al Monte Sinaí, abarca a la persona de manera tan cabal e íntegra en sus acciones y sentimientos como lo son las palabras que expresa el novio a la novia bajo la Jupá. En Pirké Avot (1:4,5), los Sabios Iosé ben Ioezer y Iosé ben Iojanán mencionan ciertos criterios básicos para cualquier hogar. Esas pautas tienen que ver con las obligaciones espirituales de estudio (“Que sea tu casa un centro de encuentro de los Sabios…”), y los deberes sociales (“Que sea tu casa muy abierta, y que sean los menesterosos parte de tu morada…”). Reconocer los deberes que incumben a cada contrayente en su rol, es el comienzo del Shalom Bait. Es la edificación del Bait mismo. Sin duda, que si están preparados con una educación apropiada, entonces en ese hogar reinará el Shalom que se manifiesta con la Presencia de D”s. En la visión judía de hogar, cada uno de sus componentes tiene su rol especial imprescindible, en particular la madre, quien recibió de manos de D”s la ternura que hace a un crecimiento sano de los niños. El padre, por otro lado, no debe olvidar que es un modelo, para bien o para mal, frente a sus hijos y que, a su vez, su presencia (mirando la “tele” está- sin duda – ausente) tranquila en el hogar trae seguridad a sus hijos. Ambos, no deben pasar por alto, que los niños observan minuciosamente su conducta y que las faltas de respeto (ni hablar de agresiones) entre ellos los afecta en forma negativa. Está en nosotros, padres, que proclamamos amar a nuestros hijos, brindarles aquel hogar, reconocer los estragos de la competencia que caracteriza el mundo de alrededor, y mostrarles el ejemplo que realmente somos capaces de crear. En lo que sigue quiero agregar algunos consejos prácticos de los conceptos que aquí tratamos: la confianza correspondiente al tercer anillo y la posibilidad que tenemos de expresarnos con la palabra.
El tercer anillo y la confianza
EL TERCER ANILLO Es preciso entender que la confianza es algo intangible que se logra únicamente a través del tiempo y con conductas constantes, sensatas y reflexivas. En la medida que se va conociendo a la gente, esta podrá recibir un mayor o menor grado de confianza, dependiendo en gran medida de experiencias de vida anteriores que hemos atravesado, las cuales nos tornan más crédulos o más escépticos. El amor y la confianza se deben nutrir continuamente. No confundamos amar con seducir. Si se cree que el amor debe surgir de manera espontánea (obviamente porque nuestro narcisismo nos obliga a creer que le tenemos que caer bien, y que no nos puede no querer…), también se debe esperar que pueda desaparecer con la misma espontaneidad con la que llegó – sin argumento con el cual culpar al otro por no amarlo más… Quiero compartir algunas sugerencias relacionadas con la cotidianeidad. Sin embargo, debo advertir que aun con nuestra mejor voluntad de corregir conductas, debemos dar tiempo a las personas con quienes convivimos, a que se adecuen a la nueva modalidad (mejorada). En caso que nuestra actitud hasta el presente hubiera sido sinuosa y serpenteada, les costará acomodarse. Si prevalecemos, D”s mediante veremos frutos positivos. La confianza se pierde mucho más rápido de lo que se gana. • Asumamos la responsabilidad de expresar nuestras necesidades con claridad. Mientras la persona sospecha que no puede decir las cosas – quizás por temor a ser rechazado o por vergüenza, esto impide que uno confíe, y por ende – recela de la otra persona. Al confiar – por otro lado – se asienta más la relación. • Tomemos conciencia de brindar siempre bienestar al cónyuge (de manera placentera). Es difícil desconfiar de quien se esfuerza (genuinamente) en hacernos sentir bien. Recomendación: mantener la proporción de 5 a 1, o sea, no decir algo crítico o negativo hasta tanto no haber dicho algo positivo y afectuoso previamente en muchas oportunidades. • Cumplamos con los compromisos que asumimos, siendo claros en lo que decimos para evitar malos entendidos. Cuidemos de no crear situaciones indefinidas. • No dejemos asuntos personales sin resolver. Esto implica que se debe desarrollar técnicas de comunicación fluidas y habilidad en resolver problemas. Cuando las situaciones quedan irresueltas, crece el resentimiento, y el resentimiento provoca la pérdida de confianza. • Limitemos el contacto con otras personas del género opuesto, sabiendo medir los sentimientos del otro (que suelen ser dispares dada la distinta procedencia de los cónyuges) • Aprendamos a pelear. Si bien hay quien pueda pensar que discutir debe automáticamente referirse a una agresión, esto es errado y surge de la creencia de que no hay manera de disentir con altura, sin anularse mutuamente y con el afecto intacto. El silencio no implica mar sereno. Es más, el silencio puede y suele ser el preludio de una explosión. O se puede tratar de un sometimiento de por vida de un cónyuge al otro. Ninguna de estas opciones es sana. Si el modo de discutir es exagerado, entonces se destruye la confianza. Por lo contrario, una buena discrepancia, permite conocer la postura del otro para poder construir juntos y unidos. Acordemos:  No utilicemos epítetos y descréditos, y menos aun insultos.  Tratemos el tema que estamos discutiendo. No traigamos a la mesa historias viejas que quedaron sin resolver. El debate del momento no es una venia para recordar desechos antiguos.  No empleemos frases que contengan palabras tales como: “Vos nunca”, “siempre”, “todo”, “nada”, etc. No solo son inciertos estos dichos, sino que llevan la discusión a un plano de extremos – lejos de la cercanía y de la intimidad.  Evitemos decir “sí”, cuando creemos que la respuesta es “no”. Si bien se puede llegar a creer que al “aceptar” lo que quiere el otro expresado en palabra (pero no en el corazón), se evita una pelea, en realidad se está “aparentando” – y permitiendo que crezca el resentimiento, profundizando en realidad el descrédito y el desamor.  No nombremos a los parientes del otro a fin de apoyar nuestra postura o acometer contra la del otro. Los allegados familiares de cada uno son – o deben ser – el sostén emocional de cada persona, y comentarios respecto a un integrante de su familia suele tener consecuencias más graves de lo que muchos imaginan. No olvidemos la importancia de mantener en privado los temas matrimoniales.  Pactemos desde un principio algún método de interrumpir la discusión si sentimos que se nos va a ir de las manos. Esto no debe ser una postergación indefinida de asuntos importantes que se debe tratar. Hay temas que no se deben eludir, y su negación solo provoca incomodidad – falta de confianza – en la persona con quien se debe construir la familia.  Cuidémonos de no comenzar una rencilla de noche cuando estamos cansados y no tenemos control total de nuestras emociones. Cuando sea necesario, elijamos expresiones en las que hablamos más de “yo”, que de “vos” – las cuales habitualmente poseen un sesgo de descalificación – aunque pudiera ser solamente en la percepción. Muchas de las controversias se pueden evitar si tenemos precaución en nuestras expresiones. Más allá de la palabra o el gesto – la susceptibilidad que se hiere puede cobrar vida propia y apartar a distancias enormes e innecesarias quienes deben fiarse plenamente uno del otro. • Tratemos de ser como los trapecistas. Todo lo que hace cada uno de ellos, depende de lo que hace el otro. Hace falta una coordinación plena y exacta de sus acciones. Para llegar a esta coherencia, se requiere mucho ejercicio – y confianza.
Diálogo de sordos en la pareja
DIÁLOGO DE SORDOS “Es que yo le hablo, pero él no me escucha” – dice ella. “Es que ella ni me deja hablar. Solamente está interesada en tener la razón” – dice él. Estoy seguro que estas frases, y otras tantas parecidas le deben ser más que conocidas. ¿Por qué es tan así? Dialogar es una de las disciplinas más complejas a las que está habilitado el ser humano – pero en la que debe invertir mucha dedicación para aprender a aprovecharla al máximo. Y es imperioso que lo haga, pues tal como lo expresaron los Sabios: “la vida y la muerte están en manos de la lengua”, o sea, que el obsequio Di-vino de poder manifestarnos verbalmente es igualmente un arma de doble filo. Una de las grandes paradojas de nuestra época es que – por un lado – se suele auto-denominar “la era de las comunicaciones” (por los adelantos que marcaron la rapidez en poder estar en contacto con personas que están incluso en el otro lado del planeta o en el espacio), y – sin embargo – las personas conviven sin poder comunicarse. La nómina de los porqués de la falta de diálogo, es larga. La realidad es que si los adultos no enseñamos a dialogar, los niños no lo van a aprender. Y, también en el matrimonio, esta limitación es una de las causas que inciden en las mayores frustraciones, y se debe ser doblemente cauto al momento de abrir la boca. ¿Por qué? Puesto que la mayoría de los vínculos comienzan con suposiciones “de máxima” (sin dejar lugar a dudas de que pueden desarrollarse menos que de modo perfecto, o que se requiera un esfuerzo de ambas partes para hacerlos funcionar), cualquier disyunción – por más pequeña que fuere – se siente como un quebranto. Asimismo – si hay malos entendidos, se suma la sensación de haberse equivocado en el elección de la pareja, o peor – haber sido engañado. Dado que hay ciertos términos que se suelen confundir, es menester aclarar: no todo “hablar” es igual a “decir”, tal como no todo “decir” equivale a estar predispuesto a “dialogar”. Tal como ya lo hicimos notar, la comunicación verbal es esencial para la convivencia armónica. Aquí trataremos de llamar la atención sobre ciertos aspectos críticos que hacen a aquel buen trato. Entendamos, sin embargo, que dado que intentaremos discutir temas técnicos, estos no podrán estar divorciados ni podrán reemplazar lo que son las Midot (cualidades humanas) que hacen a un buen vínculo. El buen diálogo solamente va a realzar y mejorar lo que ya existe. Jamás lo podrá sustituir. Por lo tanto, antes de seguir adelante con este tema, debo aclarar que tanto las sugerencias que puedan surgir de la lectura de este escrito, como cualquier otro análogo, deben ser aplicadas en el medio y momento adecuados. Es muy fácil sacar palabras o ideas del contexto. Dado que es imposible escribir los miles de detalles que existen en el historial personal de cada persona, y aun menos en la relación de cada pareja, ni tampoco se pueden describir de modo exhaustivo en papel los gestos faciales que hace la persona al decir cierta frase, ni tampoco la modulación del tono de voz en que se dicen, debemos comprender la limitación que tienen estos intentos en guiar a los esposos en pos de ponerlos en práctica. 1. En primer lugar, para sentarse a hablar es menester que el cónyuge esté prestando atención: Si es menester hablar acerca de algún tema importante, es necesario poder dedicarle toda la atención, estar con ánimo de tratar el tema y no distraerse. No hablar espontáneamente sobre temas delicados. Uno está preparado, pero el otro, no. Si el cónyuge cree que no es el momento, se le puede preguntar en qué ocasión prefiere tratar el tema. Convenir entonces un momento idóneo para los dos Si uno de ellos siente que las experiencias previas se hicieron extensas y agobiantes, y por eso el cónyuge elude sentarse a hablar, se puede estipular un tiempo limitado (que se deberá respetar) para que sea más fácil para ambos. 2. Es menester comenzar con comentarios positivos (sinceros, y no como medios de manejo). La gente estar mejor predispuesta cuando sabe que no se convierte en blanco de todos los fastidios e irritaciones del otro. También es imperioso terminar la conversación en términos amistosos y optimistas. 3. Esto significa también que en el transcurso de la conversación, no se debe pretender poner a la pareja a la defensiva (“con lo que le dije, lo/la maté”), no se le debe arrinconar dando la impresión que solo uno tiene toda la razón, ni tirar los temas acusándolo y echando en cara las situaciones. Una discusión conyugal no es un juicio en la corte (p.ej. “te estuve esperando desde las 10:41 hasta las 11:03…”). Si la conversación deriva en una discusión de los detalles, se pierde la razón principal por la que se está hablando. Anteriormente, ya mencionamos que de parte del interlocutor es totalmente distinto cuando se expresan los malestares que se pueden llegar a sentir en términos de lo que uno siente, más que en términos de lo que uno recrimina que el otro hace mal. Si el tono en que se manifiesta cierto sentimiento es el correcto, entonces la posibilidad de que el otro/la otra pueda preguntar implica que realmente entendió qué es lo que queremos de él/ella. 4. Nuestros períodos de atención suelen ser bastante cortos. Asimismo, la cantidad de problemas que podemos resolver en cierta circunstancia, son limitados. Hay que hablar de un tema, o a lo sumo dos, en una conversación. La impresión que se recibe cuando “se tiran” muchos temas a la mesa, es que “todo está mal”, lo cual paraliza cualquier intento serio de resolución (“¿para qué intentar solucionar las cosas, si igual son tantas que no se llegará jamás a remediarlas?). Las prédicas y los sermones suelen no ser muy exitosos. Es muy posible que cuando se hable de un tema que uno estuvo reprimido de tratar durante mucho tiempo (ensayando mentalmente el momento del encuentro), se intente impresionar con largas alocuciones, que se cree van a convencer al otro (que posiblemente lo/la tomen de sorpresa). Hay que hablar lo justo. Los espacios de los silencios entre frases deben ser los justos para reflexionar, y no para crear tensión, ni tampoco para castigar o hacer doler al cónyuge – cosa que está prohibida. 5. La claridad de las ideas que se presentan, es un factor crítico: muchas veces la gente siente la certeza que los demás (incluidos están los cónyuges) perciben las cosas igual que uno y ven como superfluo el hecho de explicar cosas que “todos” saben o entienden. Suele suceder que la gente mentalmente “pone a prueba” a su cónyuge (p.ej. “si realmente me quisiera, entonces…” o “él/ella debiera entender solo/a qué es lo que necesito, no hace falta que yo se lo diga”) 6. Es menester hablar por si mismo – y no por el otro (p.ej. “yo ya sé lo que me vas a contestar…”). Si el interlocutor siente que ya se habló por él/ella, va a tener que defenderse justificándose (“¿vos, acaso, no hacés lo mismo?”), o posiblemente retruque del mismo modo y la conversación terminará en una serie de “supuestos” de lo que cada uno cree del otro, en lugar de que cada uno exprese lo que realmente siente. 7. No hacer escenas artificiales. Nuestra generación consumió y absorbe – más que cualquier generación previa – horas y horas de novelas, de ficción y de melodramas falsos. Mucha gente aprendió a copiar estos actos en su vida cotidiana haciendo un teatro de su propia vida. No insinuar cosas que no son reales, pues se pueden convertir en una profecía auto-cumplida (p.ej. “si no te gusta como soy, andá al Rav o al abogado…, ¡para qué te casaste conmigo en primer lugar!”), 8. Esto implica también que no se debe exagerar. La conversación conyugal no es un comercio en donde se plantea una posición desmedida de apertura para llegar a un punto intermedio al final. El exceso en la presentación de un problema, es la mejor justificación para que el cónyuge niegue todo. Siempre es importante utilizar un tono conciliador y tratar de salir al encuentro de la posición del otro. 9. Muchos “diálogos” suelen contener elementos destructivos que terminan por lograr el efecto opuesto al realmente deseado por parte de los cónyuges. Se debe recordar que la prohibición bíblica de herir con palabras (Ona’at Devarim) no se suspende en relación a la pareja: a. Se debe evitar acotaciones sarcásticas: (p.ej.”claro, claro…”). b. No se debe elevar la voz o amedrentar. c. No se debe amenazar. d. No se debe poner intencionalmente “el dedo en la llaga” (todos saben lo que le molesta al otro) e. No se debe presionar. 10. Si hay que pedir perdón, hacerlo con altura, y no con soberbia. Pedir disculpas por un error, renueva la relación y crea confianza. Por lo tanto, si se quiere ser sincero, jamás se debe decir: “¡Perdoname, pero…!” 11. Por último: no olvidemos que se puede disentir con altura y que jamás uno solo gana en una discusión. O se benefician ambos – o ninguno. Frecuentemente se escucha hablar de violencia doméstica, haciendo alusión – generalmente – a enfrentamientos físicos. Sepamos – sin embargo – que estos choques casi siempre estuvieron precedidos por situaciones que se podían haber resuelto con un buen diálogo. ¡Qué importante cuidar lo que se dice! No olvidemos las sabias palabras de Rabi Iosi en el Talmud Bavlí, (Shabbat 118:): “Jamás dije algo de lo cual me tuve que arrepentir más tarde”. La nobleza del ser humano radica en su poder de habla. Depende de nosotros utilizarlo cuándo y cómo corresponde.
Promesas de un marido
PROMESAS DE UN MARIDO Por el Rabino Dr. Jerry Lob Recordaré que yo soy tu marido y que te amo. Seré amable contigo. Te apreciaré más y lo expresaré con más frecuencia. Seré modelo de aprecio hacia ti para que nuestros niños lo vean. No te humillaré de forma alguna, ni rechazaré a las personas que te son valoradas. Recordaré que mientras tú eres quien enciende las velas de Shabbat, aquel símbolo maravilloso de Shalom Bait – armonía en el hogar – nuestra concordia no es exclusivamente responsabilidad tuya. Es nuestra responsabilidad compartida; de hecho, debo ser yo quién prepara las velas para que tú las enciendas. Recordaré que tú no eres “uno de los muchachos,” y que debo hablar y actuar de un modo diferente contigo. Me disculparé con más frecuencia, aun cuando la herida no fue conciente. Sé que dado que las personas somos distintas, será imposible no lesionarte a veces. Asumiré la responsabilidad, de decir, “discúlpame,” y no te acusaré de ser demasiado sensible. Enfocaré más a menudo tus perfiles positivos e intentaré no ser quisquilloso. Yo tengo mis propias debilidades. Me concentraré en contemplar tus fortalezas, y no compararte con alguna imagen interna de lo que creo que debieras ser. He de valorar más de todo lo que eres, y recordaré que tú, y todo lo que eres, constituye el regalo que D”s envió, justo para mí. No intentaré controlarte o imponerte. Recordaré en todo momento que tú eres adulta, y yo no seré paternalista. Tú no eres mi hija. No te diré lo que son tus sentimientos; ellos te pertenecen a ti. Te confiaré mis sentimientos. Me permitiré a veces ser emotivo, aun cuando esto es difícil. Volveré a poner el “hav” [brindar] dentro de la Ahavá [el amor] y recordaré las palabras bonitas de Rav Eliyahu Dessler: el secreto para un matrimonio feliz radica en que cada uno de nosotros enfoque el “brindar”. Cuanto más damos, tanto más crecerá nuestro amor. No desestimaré el valor de tus pequeños gestos, tu sonrisa especial, tu nota, alguna pequeña atención, tu palabra amorosa. Rezaré por la salud y armonía de nuestro matrimonio, pidiéndole a D”s la sabiduría para ayudarnos a crecer. Te trataré con respeto en todo momento. Mis acciones, el tono de voz, los gestos faciales y palabras, reflejarán en todo momento este solemne compromiso. Intentaré no intimidarte gritando, golpeando con mis pies, bloqueando tu salida, violando tu espacio o rompiendo objetos. Controlaré mi enojo y lo expresaré de una manera no-amenazante y no-destructiva. Si esto resulta ser demasiado difícil, buscaré ayuda externa. Intentaré no ser tan rígido, ni tan serio, sino un poco más suave. Haré de nuestro matrimonio, la prioridad. Encontraré todos los días algún tiempo para permanecer contigo solo, aunque fuera tan solo por unos momentos. Haré esfuerzos para salir contigo, cuando fuera posible, en varias oportunidades al mes. Sé que todas las relaciones humanas necesitan diálogo y tiempo juntos. Sé que cuanto más fuerte el matrimonio, tanto más estable la familia. Porque mientras los niños pueden actuar sin premeditación, ellos lo ven todo, saben todo, y cuanto más íntimos seamos nosotros, tanto más felices y más afianzados serán ellos. Recordaré que mis esfuerzos son una inversión para la eternidad, y una fuente de alegría para la Shejiná [la Presencia Di-vina], el tercer miembro en la tríada de nuestro Mishkán [el Tabernáculo]. Te tomaré en serio. Tus opiniones, tus sentimientos y tus decisiones serán tratadas todas con importancia. Yo no he de burlarme de ti. Y cuando discrepo contigo, lo haré claramente y con certeza, y en un modo que no comprometa tu dignidad. Tu dignidad es sagrada. Recordaré la fragilidad del alma humana y el poder de las palabras – las que pueden confortar, y apoyar, y fortalecer, y construir, palabras que pueden traer proximidad y belleza. Y palabras que son como los cuchillos, palabras que cortan, y dañan, y destruyen. No usaré el silencio como arma. Recordaré que no necesito ganar cada discusión. ¿Será tan importante ganar como para que yo ignore tu dolor? Buscaré activamente una tendencia componedora. Sonreiré más y me reiré más contigo. Aun cuando esté cansado, muy cansado, y agobiado y presionado por el trabajo, procuraré reírme contigo. Y yo sé que esto también será valioso y útil para mí. Recordaré la sonrisa especial de mi padre para con mi madre. Te animaré y te apoyaré cuando me necesites, y te daré el espacio que tú pides. Intentaré pedir lo que necesito de ti, y no presumiré que tú adivines mi mente. Espero lo mismo de ti. Lidiaré solo lo justo. No lo haré como si fuera un tema personal. Y tendré presente siempre que no debo herirte aun cuando tú me hayas herido. No hay ninguna justificación para la dureza. Punto. Intentaré mantener la calma, contaré hasta diez, y a veces dejaré el cuarto para encontrar esa calma dentro de mí, e intentaré recordar, aun en esta circunstancia de enfado, todo lo que tú significas para mí. ¿Acaso quiero arriesgar lo que hemos construido? Te diré cuando tú me hayas herido. No lo enterraré, pretendiendo estar de acuerdo, incluso con el fin del Shalom Bait, porque sé que se fermentará y surgirá de otras maneras. Asiré valentía en mis manos y hablaré contigo. No contraatacaré ni agravaré nuestra herida. Quizás diré “ay,” y pediré una disculpa. Intentaré estar en casa durante “los momentos agitados,” la tarea de los niños, la hora de acostarse, etc., y seré, en general, de más ayuda para ti. Organizaré mi trabajo e incluso mi horario de estudio con esta perspectiva en mente. Seré accesible con tus amistades. Entiendo que es importante para ti tener vínculos fuera de nuestro círculo familiar. Haré lo mío para traer más Kedushá [santidad] a nuestro hogar, para convertirlo en un espacio de respeto, amor, alegría y santidad.
Gracias a las mujeres
GRACIAS A LAS MUJERES Si hubo una etapa en la historia que más nos marcó a los judíos para todo el futuro, entonces esa fue la época en la cual fuimos esclavizados en Egipto. Si tantas veces nos recuerda la Torá que no olvidemos nuestra pasada condición de esclavos, es para que esta marca no se borre de nuestra memoria y que, por siempre, seamos sensibles al dolor ajeno y a las injusticias que surgen a partir del adueñarse los unos de las vidas de los demás y del aprovechamiento del más débil a manos de los más poderosos (Irmiahu – Jeremías Cap. 34). Podemos observar los nombres de los lugares en los cuales los israelitas construyeron para el Faraón. Uno era Pitom y el otro Ra’amsés. Pitom y Ra’amsés no eran lugares aptos para la edificación. Pitom se llamaba así, porque la tierra se “tragaba” las construcciones que allí se erigían. Por otro lado, el nombre Ra’amsés significa que a medida que montaban sus construcciones, éstas se iban desmoronando. Lo cual nos deriva a una pregunta obvia. ¿Qué sentido tenía para el Faraón ocupar a la gente edificando cosas que no durarían en el tiempo? No podemos atribuir esta conducta aparentemente tonta a la falta de eficiencia en la jerarquía egipcia, pues en ese sentido los egipcios demostraron ser sumamente sabios y racionales. Todo ello nos lleva a suponer que había otra intención oculta en la cabeza del Faraón, que estaría directamente relacionada con su objetivo de desmoralizar al pueblo de Israel para que perdieran su identificación con su raíz y su pasado común. Si el ser humano se siente bien consigo mismo y con la actividad que desarrolla, entonces mira hacia adelante con optimismo y su mente se mantiene sana e íntegra. Puede ocurrir que tenga mucho trabajo, pero eso no lo va a desalentar. Al contrario, el trabajo y no el ocio, dignifica al individuo. Sin embargo, cuando la labor que hace no es para nada productiva y no se ven resultados de su esfuerzo, esto en sí, es un factor que desanima y quita todas las ganas de vivir y de ser “alguien”. La persona a quien esto le sucede se va sumiendo en una peligrosa caída de abatimiento y desesperación (Ieush) que no le permite ver más allá sino solo con pesimismo. Los Sabios nos advirtieron en distintas citas del Talmud, que nos cuidemos de no caer en ese tipo de desesperanza. De ahí, la importancia que se da a la Simjá (alegría) en todos los emprendimientos de la vida. Al cansancio anímico que sentían por la humillación y la falta de efectividad de su tarea, se sumó el decreto de arrojar los niños israelitas recién nacidos al Nilo. Se escuchaba decir a la gente: ¿para qué procrear y gestar hijos, si de todos modos, los tendrían que tirar al río? Esta sensación confirmaba el hecho de que los egipcios los dominaban totalmente, hasta en su vida íntima (Rash”i sobre B’midbar 26:5). Parecía ser que estaban por “tocar fondo”. Fue en esa situación, que las mujeres hicieron lo suyo para salvar a sus maridos de desmoronarse psíquicamente. Según algunas fuentes del Talmud Bavlí, (Sotá 11), las mujeres también tenían que cumplir tareas para los egipcios, y, acorde a la manera sádica de someter de los amos egipcios, las obligaciones de las mujeres eran tan poco adecuadas para su forma de ser femenina, como la de los hombres para la suya. Igual apoyaron a sus esposos para que no se sumieran en la depresión espiritual y el desánimo. Con intrepidez y energía, estas mujeres valerosas salían al campo donde sus maridos construían, para ofrecerles comida caliente y brindarles el ánimo suficiente para imaginar un futuro mejor. No por nada nos dice allí el Talmud que “en mérito de las mujeres valerosas de aquella generación, salieron los israelitas de Egipto”. Estamos acostumbrados a que la fuente de ingresos para sostener a la familia fluctúe pues eso ya es moneda corriente para quienes meditamos sobre los vaivenes de la vida. Desde que Adam fue echado del Gan Eden, sabemos que el pan se gana con incertidumbre (“beitzavón tojelena”), con el sudor de la frente (“beze’at apeja tojal lejem”) y que un día puede haber trabajo, y otro – no. La cuestión pasa por la actitud que toma quien quiere ayudar a aquel que está mal. “Mal” porque no alcanza el dinero, “mal” porque no puede cumplir con las expectativas habituales de su cargo de ser padre y no llega a alimentar a su familia, “mal” porque siente la condena de la sociedad por su fracaso laboral. No es fácil ayudar a una persona que perdió las esperanzas de todo. Casi siempre, al que está decaído le falta la energía para emprender cosas nuevas. La reacción común frente a los consejos y las buenas intenciones de los demás, es de escepticismo y descreimiento, porque cree que no lo entienden. Si las sugerencias vienen por parte de la propia esposa, a quien por la ley de la Torá el marido debe alimentar, pues entonces la vergüenza que percibe es aun mayor, porque siente que se están invirtiendo los roles y que deja de ser “hombre”. Como resultado, muchas veces, la reacción a la falta (aparente) de hombría se manifiesta en una mayor agresividad, verbal o física, para mostrar su fuerza y mantener “su cargo” en el seno familiar y social. Es muy difícil aconsejar al otro, sin que éste se sienta como si fuese que la intención oculta es la de ocupar o avasallar puestos ajenos. Saber escuchar al otro, puede ser útil en la auto-estima de la persona que está mal y ayuda a relajar las tensiones creadas en el ambiente laboral. Quien relata sus pesares a la persona en quien confía, lo hace para descargarse y para sentir que no está solo. Al prestar atención con empatía, uno no debe apresurarse en comparar la vida del otro con la propia, ofrecer soluciones instantáneas y obvias, ni aleccionar al otro sobre temas filosóficos. No hay peor sensación que la de aquel que está embotellado en un callejón sin salida. La vida en Egipto, de acuerdo a lo que describimos por las citas del Talmud, no habrá sido muy distinta a la mala situación económica que estamos pasando hoy en día. Quizá sea este, uno de los significados del versículo: “las sabias entre las mujeres construyen sus hogares” (Mishlé – Proverbios 14:1, según la explicación de Rash”i). En la situación límite de la vida de aquella época tan difícil, con sus maridos abatidos sirviendo a amos tan severos y ofensivos, en una tarea degradante e interminable, las mujeres demostraron que, desde su rol de esposas bien cumplido, pudieron levantar el ánimo de sus maridos para que miren hacia adelante. “Gracias a ellas – dicen los Sabios – salieron nuestros padres de Egipto”.
La casa está en orden
¿LA CASA ESTÁ EN ORDEN? “¡Adelante!” – dijo el rabino del pueblo de “Some place” que queda en el estado de “Have fun” del norte. “Pasen tomen asiento – invitó a la pareja que vino a verlo para pedirle que los casara. El rabino atendió su pedido con suma atención. “Muy bien. ¿y cómo es su nombre, señorita?” “‘Dreamer’ – es mi apellido. De nombre, me llamo ‘Big’” – respondió ella. “Gracias”- dijo el rabino – “señorita Big Dreamer, – ¿ y usted, caballero?” – preguntó, mirando al novio. “Deep-in Love” – respondió él. “¡Qué nombres interesantes! – ¿y, para cuándo quieren casarse? ¿ya tienen una fecha aproximada?” “En realidad quisiéramos casarnos lo antes posible, porque estamos profundamente enamorados” – contestó muy ansioso el joven Deep-in. Big asentía con la cabeza. El rabino movía la cabeza, pero siguió cuestionando: “Veo que, efectivamente, están muy enamorados; pero… ¿cuál es el apuro? ¿hace cuánto tiempo se conocen?” Esta vez respondió la muchacha Big muy inocentemente: “Nos conocemos hace casi tres años. Pero estuvimos distanciados dos o tres veces por unos meses por unas peleas, pero – ahora – ¡ya está todo bien y nos queremos casar pronto! Somos el uno para el otro.” “¡Ahá! Ya voy entendiendo… ¿Y qué dicen los padres?” Había tocado un tema espinoso. “La verdad que a mis padres no los veo demasiado, porque están separados y cada uno tiene su propia pareja. En realidad no les importa mucho a ellos lo que yo haga, porque están en la suya…” – dijo Deep-in, y siguió: “los de ella sí están juntos, pero no están muy de acuerdo en que nos casemos.” “¿Por qué?” – preguntó el rabino alarmado. Big salió a defender a su novio: “Ellos no lo conocen bien y dicen que es un vago porque no tiene trabajo y no gana dinero. También les molestó nuestras peleas que tuvimos y dicen que nuestras familias son muy distintas. Pero todo eso ya pasó.” “O.K. escucho lo que cuentan. Quiero formularles algunas preguntas: ¿Saben Uds. por qué se quieren casar?” “¡Cómo ‘por qué’! Cuando la gente se quiere mucho, se casa. ¡Queremos formar una familia…!” ”Bien. Y díganme: ¿por cuánto tiempo se quieren casar?” – siguió el rabino mirándolos muy fijo. Esto los tomó de sorpresa. “¿Cómo ‘por cuánto tiempo’? ¡¿Pensé que uno se casa para toda la vida?!” se asombró Big. Ambos siguieron las palabras del rabino mirándose de a ratos uno al otro. “Tienen razón – en principio. Yo también solía pensar así. Sin embargo,” – y sacó de su escritorio un recorte de un prestigioso diario – “ leo aquí que más de un 50 % de matrimonios fracasan y terminan en divorcio. De la otra mitad de la población, un 30 % vive con violencia física en su hogar y casi todo el resto sufre de agresiones verbales casi semanalmente…” El artículo seguía detallando las actitudes domésticas de los habitantes de ese estado, que a pesar de considerarse uno de los más prósperos, sostenía el mayor índice de falta de armonía familiar en toda la Unión. “Pero nosotros nos queremos mucho… no quiero faltarle el respeto rabino, ¡¿pero porqué creería Ud. que nosotros nos vamos a separar?! Ud. nos está tirando pálidas…” “¡D”s libre y guarde! Realmente les deseo la mejor ventura y de todo corazón. No obstante… todos los novios que me vienen a ver, como así también los que van a ver a los demás rabinos – y si quieren a los oficiantes de otros credos – afirman estar enamorados. Sin embargo, son aquellos mismos los que están computados en esta encuesta. Yo veo que Uds. son una pareja inteligente – ¿por qué – seria y sinceramente – creen que Uds. serían distintos a la estadística de esta investigación?” En la habitación reinó el silencio. Era un mutismo molesto e incómodo para Big y Deep-in. No habían calculado que una inocente visita al despacho del rabino despertaría las sospechas que cada uno tuvo siempre y que trataron de callar jurándose el amor uno al otro tantas veces… Después de tres largos minutos el rabino comenzó a hablar. ¿Qué diría Ud. Sr. Lector a esta pareja? ¿los casaría? ¿les haría un favor si los casa? ¿habría algo con lo que pudiera ayudarles? Asimismo: Si Ud. asiste a una ceremonia de casamiento: ¿no se le cruza ese temor por la mente? ¿hay algo que se pueda o se deba hacer al respecto? Sin duda que es posible e imperioso ocuparse del tema. Y es de importancia vital que se sepa y se ponga en práctica. Admitamos que la fuerza de continuidad del pueblo judío radica en que existen hogares firmemente establecidos en los cuales se vive la práctica judía en toda su magnitud y que su colapso significa una retracción en el proceso natural de transmisión. Convengamos, asimismo, en que toda fragilidad que ostente el hogar traerá un gran dolor – seguramente por todo el resto de sus vidas – a los cónyuges, a sus familiares inmediatos y a sus niños. ¿Qué herramientas poseemos para ayudar? En primer lugar, seamos concientes del hecho de que las cosas se ven distinto de afuera que de adentro. Los enamorados poco pueden creer, en lo profundo de su efusión, que su sentimiento puede llegar a agotarse con el tiempo. Dado que es sumamente difícil confrontar los sentimientos con el intelecto, es importante no discutir ni objetar sus pasiones presentes, sino hacerles ver que estas euforias no son suficientes para – por sí solas – sostener una relación para toda la vida, que es lo que fantasean realizar. Por esta razón, quienes estamos cerca, los queremos acompañar demostrando nuestro interés en que este vínculo se estabilice de manera permanente y saludable – si es que realmente está predestinado desde lo Di-vino. Y si no es, pues que tomen conciencia los jóvenes cautivados – preferiblemente antes que más tarde, cuando la desilusión será peor. Los rabinos de las sinagogas, habitualmente ofrecen cursos para ambos novios que se acercan para contraer matrimonio en sus comunidades. Estos cursos están combinados por las leyes rituales que deben saber los novios y que se aplican en su mayoría después de haber contraído enlace, y – no menos importante – por una serie de conversaciones tendientes a tomar conciencia de la importancia de la buena convivencia y el modo en que se la obtiene. Es verdad que todas las charlas a esta altura son más teóricas que prácticas, dado que se habla de situaciones de vida que aún no se presentaron. No obstante, permiten ver su vida futura con más realismo y cordura del que se prestaron hasta el momento. Lo ideal – obviamente – es que aun después de casados, mantengan el vínculo de confianza con el rabino o con la persona que los asesoró anteriormente, para evacuar las dudas que se puedan ir presentando. Si bien toda esta preparación no garantiza la paz en el futuro, es un buen primer paso en el sentido correcto. No debemos escatimar esfuerzos en tratar de evitar la progresiva ruptura de hogares que representa uno de los mayores peligros para nuestra nación. El Midrash (Rabá Vaikrá 9:9) relata que una mujer solía ir a escuchar la lección semanal del sabio Rabí Meir. Al llegar a su hogar con cierto atraso una noche, lo encontró oscuro. Su marido no le permitió la entrada, a menos que ella escupiera a R. Meir en la cara. R. Meir se enteró y anunció que requería de una persona que salivara en su ojo para curarlo de una afección que se sanaba mediante esto. Las vecinas le instaron a la pobre mujer a aprovechar la oportunidad. Luego de que con cierta vergüenza cumplió con el deseo de R. Meir siete veces, éste le dijo que podía volver con su marido y decirle que había cumplido su voluntad con creces. Los alumnos se sintieron indignados que su maestro permitiera humillarse por el mero capricho ilógico de un marido. A lo cual respondió R. Meir: “Si D”s permitió que se borre Su sagrado Nombre (Bamidbar 5:23) a fin de restaurar la paz matrimonial entre marido y mujer,¡ con más razón que no debo interponer mi orgullo en este momento de desavenencia conyugal!” Involucrarse en el afianzamiento de la paz conyugal. No es un tema fácil, pero es uno de los problemas más graves de nuestra época. Personalmente, reconozco, no es un tópico del que gusto hablar en público con frecuencia, especialmente si se tratara de gente casada adulta. La razón de ello radica en que temo que después de una charla de esta índole, la pareja vuelva a casa y comience una discusión – en el mismo momento, o varios días más tarde: “¡¿Escuchaste bien lo que dijo el rabino?!” De este modo, claramente no se logró el propósito de la charla. Cada uno de los oyentes ha ido a escuchar aquello que (quiere creer) le da la razón en sus eternas polémicas domésticas. Lo cual nos lleva a una evidente conclusión: las charlas sirven únicamente para personas interesadas en resolver sus problemas de manera civilizada. Para ellos, aun un pequeño recordatorio, les ayudará a conducirse en el rumbo correcto. A aquel que no quiere escuchar, o al que sostiene que la responsabilidad de los problemas radica invariablemente en los demás, no le servirán las prédicas, ni los libros – ni siquiera este artículo. (Por lo tanto, no se la dé para que la lea pensando que eso cambiará automáticamente su actitud, pues las cosas no suceden de ese modo). El Rav Arié Levin sz”l estaba dando una charla en una sinagoga en Ierushalaim poniendo especial énfasis en la problemática de la armonía conyugal. Entre los oyentes se encontraba el Rav Isser Zalman Meltzer sz”l, autor de los afamados comentarios sobre el Ramba”m “Even haEzel”. Después de terminar el Rav Arié su charla, se le acercó el Rav Isser Zalman y le agradeció profundamente sus palabras. R. Arié sonrió y le señaló que sus palabras no estaban dirigidas a él. “No es así” – respondió R. Isser Zalman – “Ud. No sabe el favor que me hizo en llamarme la atención respecto a mi conducta. Ud. Sabe que mi querida esposa me ayuda con mis escritos copiándolos a fin de prepararlos para su impresión. Resulta que en ciertas oportunidades yo le digo que copió mal tal vez y no lo hago con el respeto que corresponde. Sin duda, deberé corregir este aspecto…” La gente verdaderamente grande es consciente de la factibilidad de cometer errores y no desaprovecha oportunidad para intentar corregirlos. Quienes se creen perfectos, no necesitan de charlas… Apenas D”s delineó a Adam y a Javá las consecuencias del pecado por haber probado el fruto del árbol del que no debían comer, Adam seguramente debió haber sentido rencor hacia Javá ya que fue ella la que lo indujo a comer ese fruto y perder así el nivel espiritual del Gan Edén. Sin embargo, Adam no actuó de ese modo. “Y llamó Adam el nombre de su esposa Javá (quien da vida), pues ella sería madre de todo ser humano (lit. “viviente”). En lugar de rencor, hubo comprensión, visión de lo positivo, y una mirada en conjunto hacia adelante. Después de años de sostener que Eisav no era un hijo digno de ser la continuación espiritual de su padre Itzjak, Rivká al fin logró señalar a Itzjak su error cuando este se disponía a bendecir definitivamente a sus hijos. Eisav decidió matar a Ia’acov su hermano como venganza por haber sido excluido de la bendición que él pretendía. Rivká se enteró y quiso proteger a Ia’acov. No obstante, no relató a Itzjak lo que ella sabía. En cambio, eligió decirle (lo que también era verdad), que no quería que Ia’acov se case con una mujer cna’anita. De otro modo, hubiese sido un “golpe bajo” para su marido quien recientemente se había percatado de su error anterior y, por otro lado, hubiese mostrado una actitud triunfalista por parte de Rivká. Antes de comenzar a enumerar las causas más habituales que llevan (en su conjunto) a la falta de armonía, es importante explicar ciertos conceptos desconocidos para muchas personas que son elementales en la comprensión de la relación conyugal. La Torá describe el vínculo del hombre con el ser femenino que creó D”s para compartir el mundo de Adam, como “Ezer keNegdó”: “una colaboradora frente a él”. Por un lado, la Torá espera que los cónyuges colaboren uno con el otro, pero al mismo tiempo los llama “frente a él”, es decir que los creó distintos (en muchos sentidos: en lo físico, en lo psicológico, en lo sentimental, en lo espiritual) y exige que se complementen entre ambos. La idea equivocada que tiene la gente es creer que por el hecho de estar enamorados, ya tienen asegurada la felicidad eterna. Totalmente erróneo. Del mismo modo, están desacertados quienes se abaten y sostienen que no está en sus manos corregir lo que está funcionando deficientemente. Es muy posible que en muchas instancias sea menester buscar (con mucha cautela y aplomo) una ayuda de terceros que, dependiendo de la situación, pueden – o no – ser profesionales en el tema. Sin embargo, nadie “de afuera” puede resolver más o distinto de lo que decidan resolver los interesados mismos. Del mismo modo, está errada la gente que cree que “el tiempo” resolverá sus problemas (“hay que darle tiempo al tiempo”). Efectivamente, hay temas que no se podrán tratar cuando uno (o seguramente ambos cónyuges) sienta mucho desagrado, disgusto o enemistad, en cuyo caso se deberá esperar un tiempo prudente para que se calmen y puedan hablar con coherencia. Sin embargo, creer que las cosas se arreglan solas con el tiempo, es un error. Nada jamás se arregla por sí solo. Toda angustia deja una secuela. Es posible que la intensidad del dolor se calme por el momento, pero queda la mella – que debe ser remediada. Y cuanto menos tiempo se deja transcurrir hasta que se aclare, tanto menos posibilidad hay que fermente y cause más problemas adicionales… ¿Es acaso, entonces, que todos estamos destinados a “tener problemas”? Yo no los llamaría problemas, sino desafíos. Para todo ser humano, llevar una relación de armonía con otro ser humano con quien contrae un compromiso de por vida, es un desafío enorme. Aun más complejo es cuando aquel ser humano es tan diferente a él como lo son el hombre y la mujer. Y aun más probabilidad tienen los cónyuges de que su desafío se convierta en un verdadero problema, si no se preparan previamente para asumir este reto y las coyunturas relacionadas. ¿Es todo “arreglable”? Gran parte de los desafíos de convivencia lo son. Mucho más de lo que la gente está dispuesta a admitir. No debemos olvidar de mencionar a esta altura, que una de las razones por la que nos cuesta tanto la convivencia, es que nuestro siglo ha modificado nuestro estilo de vida de manera fundamental. Mientras en épocas anteriores los seres humanos estábamos mucho más expuestos a molestias y contrariedades relacionadas al trabajo físico, a las enfermedades y epidemias, hoy nuestra vida es muchos más suave, cómoda y fácil. Esto lleva a situaciones en las cuales el más mínimo desagrado o falta de confort provoca irritación. Esta actitud generalizada, no facilita la convivencia para nadie. Otro factor importante que se debe reconocer es que aun si dos personas que se encuentran en cierto momento de sus vidas sienten que se quieren y tienen muchas cosas valiosas y meritorias en común, eso todavía no significa que su futuro unidos será una cuestión simple: aparte de ser él varón, y ella mujer, cada cual tiene un pasado distinto, el ritmo de tomar decisiones es diferente, cada uno tiene sus propios familiares y amigos de antes y muchas cosas más que no nos parecen trascendentales en el primer momento pero que influyen sustancialmente en la vida de la persona. Sería bueno también analizar ciertas señales y modos de vida engañosos a los que nos hemos habituado por el contexto cultural en que vivimos con la convicción que esto ayudará a la reflexión, dado que, como ya escribimos, muchos de los escollos tienen solución si está en la voluntad de los interesados encontrarla. Uno de los desafíos estructurales más frecuentes en los medios, es la noción de darle diversión a una vida que parece ser malhumorada por la continua ansiedad (el famoso “stress”) a la que estamos acostumbrados. Todo necesita cambiar para convertirse en un artículo vendible: la moda en la indumentaria, los programas en los medios de comunicación, etc. Si algo (cualquier rutina) sigue igual por demasiado tiempo, se comienza a sentir fastidio (un “plomazo”). Seguramente esta sensación se debe a que – en su versión positiva – todos poseemos el potencial de crecer moral y espiritualmente, lo cual sería una transformación sana y deseable. Sin embargo, en lugar de intentar corregirnos y cambiar para mejor, esperamos que nuestro escenario se modifique alrededor nuestro para tener una vida más excitante y de mayor intriga. Las novelas que la gente ve continuamente en los medios, dan prueba de este fenómeno. En este ambiente, obviamente, la rutina de una relación seria y responsable se ve como “aburrida”. Falta la “acción”, el enredo y el entretenimiento de la conquista que existió en el momento en que se conocieron inicialmente los cónyuges, cuando la seducción y atracción mutua era un desafío a lograr. En segundo lugar debemos analizar las expectativas surrealistas que se plantean en cualquier situación de vida y cómo eso afecta al matrimonio. Observemos. El ser humano siempre ha “sufrido”. Antiguamente este sufrimiento ha sido mucho más físico que ahora. El trabajo de las personas era sin duda mucho más manual que el de hoy. Todo había que hacer a mano. La carencia de la cañería de agua – aun menos caliente – significaba que se debía ir hasta el pozo para extraerla y calentarla al fuego. La diferencia de los vehículos de antaño con los del presente, que hacían el traslado de las personas mucho más lento, sufrido y molesto. La ausencia del saber de muchos químicos hacía que la agricultura sea tanto menos productiva y más angustiante. La insuficiencia en los conocimientos médicos causaba enfermedades que hoy ya se desconocen y muertes que hoy se pueden evitar. El correr de los años y el progresivo aumento de conocimiento con el cual se alivió muchos de los aspectos de la vida, provocó la sensación de que se puede acceder a una vida fácil privada de dolor. Ya no se tolera la más pequeña molestia. “Si no ahora” – piensa más de uno – “llegará el momento en que tenga todo resuelto”. Por lo tanto, una de las peores desilusiones es cuando ese sueño jamás se cumple. Las decepciones de las personas crecen proporcionalmente – en magnitud y en frecuencia – a las falsas esperanzas que imaginan. En el momento en que las expectativas que se puso en un matrimonio son exageradas (uno o ambos creyeron que no necesitarían esforzarse o modificar nada en su conducta para que el vínculo sea compatible), así también sufrirán los dos. Seguidamente debemos estudiar el fenómeno de la idealización. El enamoramiento inicial entre los contrayentes, comúnmente enceguece sus ojos respecto a las insolvencias del otro. Aun si uno “sabe” intelectualmente que estas falencias existen, se niegan emocionalmente en el caso en que ambos desean que la relación siga adelante. No obstante, la infatuación es pasajera. En algún momento “se nota” que el cónyuge no es “perfecto”. Aceptarlo no siempre es fácil. Cuestiones que antes se dejaba pasar comienzan a ser más molestas y el nivel de tolerancia mutua cae. Comienza a sentirse – entonces – una frustración, producto del desengaño sufrido. Hace años, los matrimonios se “arreglaban” entre las familias. Los propios involucrados directos tenían relativamente poca ingerencia en el tema. Este sistema – propio de las épocas- podía traer sus problemas por la falta de opción propia y un sentimiento de estar obligado a un vínculo no deseado. Ese procedimiento ya no se implementa hoy. Uno creería que la posibilidad de selección de la pareja debiera automáticamente resolver toda diferencia y ser mejor que el anterior. Pero no es así. ¿Por qué? El desencanto por las decisiones propias no es menor al de las tomadas por otro. Una persona con una baja auto-estima puede reprobarse a sí misma haber optado por lo que haya elegido. En este caso, la desilusión con el otro le demuestra al individuo que uno mismo adoptó una decisión aparentemente “equivocada”, con lo cual se manifiesta un error propio, aun si la molestia proviene del otro que en este caso sería el cónyuge. A esto le debemos sumar una falla generalizada en las normas de “Derej Eretz”. Si bien estas palabras no tienen una traducción literal, comprenden todo aquello que se relaciona con el respeto y el correcto aprecio por el prójimo. Pocos estarán de acuerdo en admitirlo, pero en un mundo en el cual casi todo es competencia, por lógica no hay demasiado espacio para la valoración genuina de otras personas. La vida matrimonial estable implica forzosamente que los contrayentes apliquen sus mejores cualidades de convivencia el uno para con el otro. Sin la práctica de estos atributos, el matrimonio deja de serlo en su sentido efectivo. No debemos olvidar en este contexto, el peso de la presión económica que sufre todo hombre desde que existe la humanidad. Cuando menciono este tema, no me refiero únicamente a la necesidad del sustento en sí, sino – asimismo – a la presión de la incertidumbre del futuro, a la depreciación en el “status” que siente la sociedad por quien no logra alimentar a su familia (o que se cree que los demás tienen por uno) y la competencia por no ser “menos” hombre que los demás, Tampoco faltan los casos en que uno de los agravantes es la interferencia familiar de alguno o ambos lados para acrecentar la rivalidad existente. Esto no se debe necesariamente a que los estorbos sean intencionales, ni – aun menos – porque estos familiares deseen que se destruya el vínculo entre los cónyuges. En realidad, los propósitos pueden ser buenos: cada mamá (y cada tía) cree conocer a su hijo o hija tan bien (lo conocen “desde que es un bebé” – o creen que lo sigue siendo…), que por lo tanto opina en temas que muy posiblemente sería mejor callar – aun si asume la certeza de tener razón. Por último, no olvidemos que nuestra sociedad es también muy superficial. Por lo tanto la elección de la pareja – desafortunadamente – está demasiado ligada a la apariencia externa de la persona. Si bien no planteamos que el atractivo físico – tal como D”s lo diseñó – no tenga significado, cuando una decisión de tal magnitud está centrada sobre una base tan efímera como la fascinación por lo corporal, no cabe la menor duda que estamos en un terreno muy resbaladizo. En este sentido, colaboran ambos: aquel (o aquella) que elige por lo periférico y aquel (o aquella) que se expone y seduce por la misma vía, evitando así la discusión profunda de los proyectos que los unen por vida. Ambos se convierten de este modo en cómplices de un muy probable vínculo destinado al fracaso. Cuando Moshé debió enviar a los espías a conocer la tierra prometida al pueblo judío, bendijo antes de su partida a su alumno Iehoshúa. ¿Por qué no bendijo a Kalev (el otro espía recto) al igual que a Iehoshúa? La respuesta es que dado que Kalev estaba casado con Miriam la profetisa, Moshé supo que él no sería confundido por las ideas de los demás espías pérfidos y no requirió una bendición especial. (Bamidbar 13:16 – Emet le’Iaacov de Rav Iaacov Kamenetzky sz”l) Está bastante claro en muchas de las citas de los Sabios lo importante que es la dignidad y virtud de la persona que uno elige para convertirse en su complemento para toda la vida. ¡Cuánta sabiduría práctica, la de nuestros Sabios!
Una carta al corazón
UNA CARTA AL CORAZÓN (Nota: El divorcio en si, aun cuando sea tan frecuente en nuestros tiempos, es el último recurso de una pareja que no puede acordar los términos para conducir una vida de armonía y mantener así un hogar y una familia. El Talmud expresa que hasta “el altar vierte lágrimas” por quien divorcia a la esposa de su juventud. Por lo tanto, se trata de evitar en lo posible que se llegue a tal situación. Los criterios superficiales de esta época hacen que la gente llame “amor” a simples pasiones coyunturales. Obviamente, estos amores no pueden ser duraderos, pues las pasiones en si son sentimientos egoístas que distan de ser, si no es que contradicen, al verdadero amor. La pareja que contrae enlace de acuerdo a la ley de la Torá, (que involucra su noviazgo, manera de conocerse, etc.) tampoco está exenta de desafíos que puedan hacer peligrar su matrimonio (más aun, viviendo en la sociedad consumista que nos rodea). No obstante, mediante quienes los preparan para casarse y, si establecen un vínculo sano con un maestro que los guíe en su vida, al menos poseen un recurso importante que puede evitar en la gran mayoría de los casos que su amor termine en desastre. El hogar judío fue y no dejar de ser la preocupación principal que nos debe importar.) ¡Querido Manuel! (Podía llamarte con otro nombre, pero elegí este al azar). Ya son tantos los años que nos conocemos y hoy debo escribirte por una razón muy importante. No quiero entrar en tema sin previamente desear que todo esté bien contigo en todo sentido. Son muchos años desde que nos conocemos… Si bien no seremos lo que la gente llama “íntimos amigos”, de todos modos hemos sido compañeros en la escuela por mucho tiempo, y siempre que nos encontramos, recordamos épocas pasadas. Tú participaste de mi Bar Mitzvá y yo del tuyo. Tú asististe a mi boda y yo a la tuya. En todas estas ocasiones bailamos y nos alegramos uno con el otro. Siempre recuerdo tu casamiento con Luciana. Lo tengo grabado en la memoria como uno de esos hitos felices y únicos en la historia. Se los veía tan contentos, tanto a vos como también a tu novia. Todos comentaban que Uds. eran la pareja ideal, que estaban “cortados uno para el otro”. No creo que se deba hablar de este modo, pero ambos eran “la envidia” de muchos. Creo que no conozco a nadie, que no haya pasado por vuestra casa para recorrer vuestros álbumes de fotos y disfrutar la proyección del video de la boda. Cuando me invitaste a ver la película, sentí – al ver tu cara – que por fin presenciaba el verdadero significado del amor platónico en toda su envergadura. Me acuerdo también de las consultas que me hiciste varios años más tarde, cuando tu hijo mayor tenía que entrar al Shule y me preguntaste por el lugar al cual mandamos los nuestros. La vida siendo tal como la es, las circunstancias se dieron para que no nos veamos tan frecuentemente como antes. No sé cuándo ocurrió ni cómo. Debido a que quise ser respetuoso de vuestra intimidad, no insistí en mediar en vuestro creciente conflicto cuando me dijiste “que se trataba de algo pasajero” y que “se iban a arreglar solos”, porque “en el fondo nos queremos mucho”. Evidentemente las cosas no se solucionaron y pronto nos enteramos que se había roto definitivamente la pareja. Nos dio mucha pena y nos culpamos porque “quizás había que haber hecho algo”. Como espectadores periféricos percibimos el dolor habitual de los padres de ambos, de vuestros niños y de Uds. mismos. Entendemos que ciertas personas influyentes intentaron enmendar las cosas… infructuosamente. En fin: cada uno hace su vida. Creímos ser considerados de la vida privada de cada uno y nuevamente no intervenimos. Es triste decirlo, pero la reiteración de cualquier flagelo tal como este, entorpece nuestra sensibilidad. La tasa de divorcio no es excepción. Esto conduce a que escuchemos cada día de casos adicionales que aumentan la estadística irreversiblemente sin siquiera pestañar. Recordamos el pasaje de los Sabios en el Talmud que dice que “aquel que divorcia a su primer esposa, hasta el propio altar (Del Sagrado Templo) derrama lágrimas por él” (Guitín 90. y Sanhedrín 22:). Esperamos el inevitable divorcio civil y religioso. Dentro de lo tétrico de la situación, aun estábamos “alegres” que Uds. conocen la importancia de celebrar el Guet ritual y la gravedad de dilatar su entrega, como así también la severidad de la ofensa en contra de la Torá, de aquel que comienza a formar una nueva “pareja” sin llevar a cabo la ceremonia del Guet previamente. Dada la ignorancia generalizada de los preceptos más fundamentales del judaísmo, éste es uno cuyo desconocimiento ha causado más daños trascendentales e irreversibles en nuestro pueblo. Cuánto me extrañé – entonces – y me angustié aun más cuando me enteré que estabas aplazando la entrega del Guet por ciertas diferencias económicas que tenés con Luciana. Entiendo que cada separación acarrea muchos elementos de desilusión, sentimientos de fracaso, que se vuelcan hacia la persona a quien en algún momento más se amó. Es increíble la proximidad que tienen el aparente amor y el odio en estos casos. No quiero entrar a juzgar quién de Uds. tiene “más razón”, pues sería un ejercicio fútil e inconducente. Suceden tantas pequeñas y grandes cosas en la privacidad de cualquier matrimonio, que evaluarlas retroactivamente suele ser de poco beneficio a esta altura. ¡Manuel! No sé hasta cuándo especulas sostener esta situación confusa. ¡¿Piensas mantener esta pulseada hasta la eternidad?! ¿piensas que existen “ganadores y perdedores” en estas situaciones – se profundiza aun más la pérdida que todos están experimentando – incluso Uds. mismos – e incluso en el ámbito humano? Si no fueras creyente y sensato, lo que sigue no debería interesarte; pero yo sé que aun cuando en ocasiones no manifiestas públicamente tu religiosidad, en el corazón sí tenés un sentimiento muy judío y fiel. Estamos a pocos días de Rosh HaShaná y Iom Kipur. Todos los años se nos juzga. Aun si acumulamos un grueso prontuario en el año, D”s es condescendiente con nosotros si somos “ma’avir al haMidot”, nos sobreponemos a nuestras inclinaciones impulsivas de rencor. ¿Qué responderíamos ante D”s para explicarle esta situación? ¿que ella “tiene la culpa de todo”? ¿que sos un santo? ¿que ya te olvidaste que los momentos más felices de tu vida los compartiste junto y gracias a ella? Creo que es útil mencionar que desde el momento en que contrajeron matrimonio, vuestras vidas se han ligado una a la otra. El modo legítimo de desvincularse es el Guet. Sujetar y dominar la vida del otro mediante la retención del Guet es grave. Ni la vida de uno ni la del otro es eterna. Quienes creemos en D”s, sabemos que deberemos rendir cuentas por todos nuestros actos ante el Trono Celestial. Si Luciana posee virtudes (y no me cabe duda que no te casaste y viviste durante años con una pecadora irreverente), merece rehacer su vida y si no recibe su Guet – que está en tus manos, esto no juega a tu favor… Regreso al tema del amor al que hice referencia antes, con relación a tu boda. Quizás pueda sumar a esta altura una historia maravillosa que relata el Talmud: “La esposa de R. Iosi haGlilí era una mujer con quien era muy difícil convivir. Las cosas llegaron a punto tal que el matrimonio se disolvió. Ella volvió a contraer matrimonio con una persona muy necesitada. Mendigando por la calle, ella evitaba la casa de su ex-marido por vergüenza a enfrentar y a recurrir a la persona a quien le había causado tantas dificultades. Su nuevo marido insistió. R. Iosi haGlilí, al advertir su deplorable situación, los recibió bien y se ocupó de suministrarles su menesteres”. Uno de los elementos más interesantes de esta anécdota, es que el Talmud la menciona vinculada a un versículo que vamos a leer en Iom Kipur a la mañana: “y de tu carne no te abstraerás” (Ieshaiahu 58:7). Aun después que R. Iosi haGlilí había divorciado a su esposa con quien la coexistencia había sido imposible, no dejó de considerarla “su carne”. No me cabe la menor duda que nuestra visión posmoderna de lo que es el amor es muy limitada, muy posiblemente debido a la influencia de novelas que hablan de los sentimientos más egoístas de auto-satisfacción y hedonismo en términos de amor. El Talmud lo ve distinto. El amor, en su manifestación más pura de grandeza, se demuestra cuando una persona no guarda rencor ni toma venganza. Muy a lo inverso de lo que puede sugerir la superficialidad contemporánea, el valor, el heroísmo y la valentía (Guevurá, en hebreo), no importan por la publicidad y la cantidad de personas que se enteran de lo ocurrido, sino por el esfuerzo y la dificultad en vencer los obstáculos y ataduras internas que impiden que uno realice un acto correcto. Quiero aclarar, asimismo, que la demora en hacer el Guet, lamentablemente trae aparejado el grave “relajo” en la prohibición de acercarse a otros hombres y mujeres – respectivamente – no menos que cuando los miembros de la pareja vivían juntos, pues por la ley judía están casados y rigen todas las cláusulas establecidas en la Ketuvá (de mantenerla y asistirla) sobre la cual juraste solemnemente en el Templo bajo la Jupá. Si bien la falta cometida en este aspecto pertenece a quien la cometió, no está exenta de responsabilidad la persona que lo arrinconó al otro a tal situación. Supongo que pueden haber otros – posiblemente “amigos” y familiares, que te aconsejen distinto a lo que opino. Este es un problema que vos – y solo vos – podés resolver. Y es una situación terriblemente desafiante a cuyo feliz término, no cualquiera puede acceder. ¡Manuel! Te quiero mucho y confío en que con tu madurez, estarás a la altura del desafío. Tu amigo (Nota: este texto fue escrito – por razones de practicidad – dirigiéndose a un hombre, pero podría haberse dirigido igualmente a la situación triste de una mujer que no acepta el Guet de su marido. Responde a la presencia de casos en que maridos o esposas entorpecen la entrega del Guet a modo de coerción para lograr algún fin que creen justificado. Las leyes de la Torá fueron dadas para ser obedecidas y para vivir una vida en armonía aun en situaciones desagradables como la del divorcio de una pareja y no para ser abusadas en contra de otra persona.)
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