Tovim Hashnaim
Sobre la pareja, el matrimonio y el Shalom Bait en el Judaismo
Por el Rab Daniel Oppenheimer
Sin embargo, con solo tomarnos unos pocos minutos para observar la vida de las personas que nos rodean, nos percataremos muy pronto de que la noción que cada persona posee de estas locuciones, puede diferir sorprendentemente.Este libro se basa en una premisa vital e imperiosa: el mundo en el que vivimos es una Creación de D”s. Puesto que D”s creó Su mundo con Su infinita Sabiduría y ama a Sus criaturas, no habría de engendrar seres humanos que forzosamente deben unirse para fundar sus propios hogares, sin proveerle del conocimiento necesario para poder realizar tan trascendente misión exitosamente y sin sufrimiento.
Aun más: esta instrucción no podría estar ausente de la Torá, que es la Enseñanza Mayúscula de D”s al ser humano, en particular al pueblo judío que es quien la aceptó.Si en otras épocas, y hoy también, asistimos al deterioro del vínculo matrimonial y los lazos familiares, no debemos atribuir esta decadencia sino al alejamiento espiritual de las Fuentes provistas por D”s, lo que redunda en la imposibilidad de mantener la más elemental de las estructuras sociales. No podemos negar que, tristemente, aun familias que en otros órdenes de la vida observan las leyes de la Torá, se encuentran desarmadas cuando de la armonía en su relación conyugal se trata.
Debemos adjudicar este debilitamiento generalizado a la asimilación de nuestro pueblo al entorno social en el que vivimos, que ha descuidado la valoración de su hogar, en medio de una marea de hedonismo, materialismo, “confort”, competencia e individualismo desenfrenados.Son muchas las parejas jóvenes que ni siquiera han tenido un modelo de padres y de hogar para copiar en la morada que están edificando, pues nacieron en familias que adjudican más importancia al “qué dirán”, a la vida social del “country”, muchos que prefieren una vida “en pareja” sin compromiso, o una vida en la que los hijos no son más que el producto del instinto humano de procrear y cuya “educación” no es otra que una tarea “para que se sepan defender en la vida”, que se delega en instituciones y docentes que no poseen ni practican valores más altos que los propios padres.
Son también muchos los que – afortunadamente – buscan en su juventud códigos de vida sólidos y que luchan en contra de la corriente para convertir su vida en más comprometida, encontrando estos valores en la propia Torá, que había estado quedando progresivamente olvidada por padres, abuelos y bisabuelos.
Aun a ellos, cuando han comenzado a alejarse de la vida anterior y se convierten en observantes de las Mitzvot, les cuesta tomar distancia de ideas y conceptos que están muy arraigados en nuestra psiquis, tales como el enamoramiento previo – “indispensable” – para formar una pareja.
El “príncipe azul” que aparentemente solo debía existir en las novelas, no deja de esperar en la puerta de las muchachas, más allá de haber sufrido una metamorfosis y que hoy tenga la apariencia de un joven musculoso tatuado, o – por lo contrario y del otro lado del espectro – de un muchacho estudioso alumno de una Ieshivá.
Asimismo, el concepto de la “mujer” – a ojos del hombre – “cotizada” casi únicamente por su aspecto corporal estereotipado por reglas que determinan hasta el más pequeño detalle en la figura externa que debe ostentar, quita de la valoración real de persona que debe ser la que establece la talla auténtica del ser humano.
Esto nos obliga a ser contundentes y claros respecto a la única posición sincera, franca y natural, que es la que enseña la Torá (que a su vez es el legado del Todopoderoso – Creador del hombre y de la mujer) a nuestro pueblo y que nos permite reconocer a cada creado en su dimensión Di-vina, revalorizándola tal como HaShem lo creó y tomando así distancia del desacierto vulgar y usual, especialmente en un mundo mediático que desnaturalizó a la mujer (con exhibicionismo) desmereciendo sus más sublimes atributos naturales.
En este marco es importante destacar que uno de esos atributos más salientes de la Torá es la exigencia de comportarse con Tzniut – mesura externa e interna- alejarnos de la vida artificial, y viviendo con la combinación de atributos naturales que D”s nos concedió recorriendo la vida con moderación, equilibrio y armonía.
Por último, la propia estructura de “matrimonio” y su significado, están desdibujados en nuestro entorno.
En la mente de muchos, el matrimonio implica (aproximadamente) que hay dos personas que se quieren y que se juraron el amor eterno. Por lo tanto, y dado que vivirán juntos (esperemos) el resto de sus vidas, deberán tolerarse estoicamente los deseos (también los caprichos y parientes) mutuos, a fin de hacer posible la vida de uno y del otro. Claro que esto implica la fidelidad en el sentido de no engañar a la pareja con otro/a. Viniendo de una vida en la que no existían barreras significativas que separen entre lo permitido y prohibido, esto requiere un esfuerzo mártir (en medio de un mundo que no deja de seguir su ritmo provocativo e insinuante hacia el pecado).
¡Qué lejos está este panorama de lo que entendemos por matrimonio según la Torá!
El matrimonio judío se conforma por dos personas que tienen objetivos comunes, que fueron educados a fin de ser modestos y flexibles en su carácter, para acomodar las necesidades del otro, que intentan sincronizar todos sus pensamientos y amalgamar sus voluntades en aras de crear un espacio fuerte en el que sigan creciendo espiritualmente, se respeten las necesidades mutuas y la armonía permita la calidez necesaria para la crianza de la próxima generación.
Los conceptos errados no son sencillos de erradicar, salvo que concientemente se haga un intento por tomar distancia de todo aquello que ofrece nuestra sociedad a nivel de propuestas de facilismo, incontinencia y divertimento.
Este texto intentará apoyar a todos los madrijim y madrijot (docentes y mentores) abnegados que guían a los postulantes a casamiento en su gesta por fundar hogares puros de estas creencias nocivas y facilitar su tarea en pos de santidad y pureza.
No olvidemos: … La fuerza de la continuidad del pueblo judío radica en que existen hogares firmemente establecidos en los cuales se vive la práctica judía en toda su magnitud y la preparación para el futuro hogar es un elemento crítico e ineludible en el futuro inmediato y mediato de nuestra nación.
A fin de matizar lo que hemos expuesto, habremos de narrar, en este sitio, algunas historias que demuestren la importancia que tiene este asunto para quienes tienen sus prioridades bien asentadas:
Rav Zelig Braverman era uno de aquellos personajes extraordinarios de Ierushalaim cuyo interés estaba centrado totalmente en el estudio de la Torá. Todas sus energías y todo su tiempo dedicaba exclusivamente a profundizar en las deliciosas aguas de la Torá. Aun el día que se casó su hijo, se retiró antes de que terminara la fiesta, y mientras los demás seguían festejando, él ya había vuelto con sus libros. No había encanto alguno que lo pudiera distraer de su Hatmadá (diligencia en el estudio). Nuca, salvo…
Otro aplicado estudioso del Bet Midrash, comentó con él que la esposa estaba en desagrado por su falta de presencia y ayuda en el hogar que jamás terminaba de estar limpio, pues – según ella – se requería su ayuda en casa.
Rav Zelig le consultó acerca de los horarios domésticos de su familia, y cuándo su esposa salía para hacer las compras al mercado.
Día tras día, Rav Zelig iba a la casa de su compañero a limpiar y ordenar la cocina, mientras la esposa de este salía de su casa. Ella, finalmente, estaba feliz pues entendía que era su marido quien estaba tomando parte en las tareas domésticas en su ausencia.
Esto sucedió durante dos años hasta que Rav Zelig se enfermó y no pudo seguir aquel ritmo…
(“Not just stories” Rav Avraham Twerski)
R. Israel Meir (el “Jafetz Jaim”) observaba cada paso que hacía su maestro – el santo Rav Nojumke Kaplan (de Horodne). En cierta oportunidad, siendo la noche de Janucá y el Jafetz Jaim aún joven, observó que su querido maestro esperaba mucho tiempo para encender las velas festivas. Ya era tarde, y su maestro seguía la rutina diaria sin dar señal alguna que estaría por llevar a cabo la sagrada Mitzvá, ni mencionaba absolutamente nada al respecto.
Muy avanzada la noche, hubo un golpe en la puerta. El Jafetz Jaim corrió a abrir, y entró la esposa de Rav Nojumke. De inmediato, el maestro se dispuso a decir las plegarias preliminares para comenzar el ritual del precepto de las luminarias.
Una vez que las velas estuvieron encendidas, el alumno se acercó y cuestionó acerca del porqué de la demora.
Rav Nojumke pacientemente explicó que la Guemará aclara que en caso que una persona tuviera recursos para adquirir solamente una de dos cosas: velas para el precepto de Janucá, o velas para Shabat, las velas de Shabat tenían prioridad sobre las otras.
¿Por qué?
Porque las velas de Shabat – aparte de ser una Mitzvá – agregan al Shalom Bait (armonía conyugal) del hogar.
-“Si mi esposa hubiera llegado y encontrado que ya había encendido las velas, sin duda se hubiera sentido muy apenada y molesta porque no tuve la cortesía de esperarla. ¡¿Puedes imaginarte que si precisamente el Talmud eligió el ejemplo de las velas de Janucá para hacernos ver la importancia del Shalom Bait – yo hubiese permitido que fueran causa de tensión en mi hogar, quedando aún tiempo para poder observar la Mitzvá más tarde?!”.
Ningún indicio de queja por la tardanza de su esposa, pues no sería Shalom Bait…
(“Around the Maggid’s table” – Rav Paysach Krohn – Artscroll/Mesorah)
Un tercer episodio:
Rav Baruj Ber Leibovitz sz”l, el afamado Rosh Ieshivá de Kamenitz, viajó hasta los EEUU junto a su yerno Rav Reuven Grozovski sz”l antes de la II guerra mundial a fin de reunir fondos para el mantenimiento de la Ieshivá. En Baltimore se hospedó en la casa de quien otrora había sido su alumno en Slabodka, Reb Koppel Wolpert. Reb Koppel estaba feliz de poder alojar a estas eminencias en su residencia.
Los recibió en su casa, y cuando ingresaron en el comedor de la casa, la Sra. Wolpert acababa de encender la radio para escuchar un programa. Reb Koppel entró con los Rabanim y apagó la radio para poder oír mejor lo que sus maestros decían…
Sin embargo, al volverse hacia ellos vio que Rav Baruj Ber había salido de la habitación con su yerno. Reb Koppel los siguió, pero se percató que Rav Baruj Ber estaba encrespado: “¡Koppel! – ¡¿Qué ha sido de ti?!”.
El joven alumno no podía entender qué es lo que su maestro había visto en su casa que tanto lo encolerizaba. Al preguntar qué había pasado, solo percibió que con cada palabra se enojaba más: “¡Koppel! – ¿así te enseñamos en Slabodka?!”.
Reb Koppel trataba de disculparse de lo que fuera que estaba molestando a su maestro, pero sin éxito. Ya en el balcón de la casa, Rav Baruj Ber le anunció: “¡Koppel! – ¡no podemos permanecer en tu casa!”.
¡¿Qué había sucedido?!
Finalmente Rav Baruj Ber explicó: “¡Koppel! – ¡¿Cómo podías hacer eso delante de nosotros?! – ¿Cómo pudiste apagar la radio que tu esposa acababa de encender? ¿no te das cuenta que la hiciste pasar vergüenza? ¡ahora ella se sentirá humillada cada vez que nos vea…! – ¡¿cómo podría yo permanecer acá si mi presencia la haría sentir incómoda?!”
Reb Koppel estaba anonadado. “A menos que vayas de inmediato y te disculpes, Rav Reuven y yo nos deberemos marchar inmediatamente…”
El alumno hizo como le fue prescrito – y los Rabanim permanecieron en su hogar aquella tarde…
(“Around the Maggid’s table” – Rav Paysach Krohn – Artscroll/Mesorah)
Este libro posee varios ejes, que están todos relacionados con
• el modo correcto de indagar acerca de determinado/a candidato/a es la persona adecuada para entablar conversaciones que lleven a un vínculo matrimonial
• la conducta que se debe tener durante y en los momentos de esta relación incipiente
• los pasos que conducen al establecimiento firme de un hogar y el sostenimiento duradero y armónico de aquel hogar
Muchos de los conceptos interconectados con la convivencia pacífica y constructiva entre los seres humanos, ya los hemos expuesto en el libro “Banim Atem”.
Los vínculos entre padres e hijos, ya fueron tratados en “Veshinantam levaneja”.
Este texto no tiene como objeto repetir, ni tomar un curso diferente a los anteriores, sino que viene a encarar la vida conyugal específicamente, completando de este modo aquello que ya hemos presentado anteriormente. Efectivamente, tratándose de un libro de convivencia, tiene rasgos en común con los anteriores.
Difícilmente se pueda hablar de un hogar en el que la educación de los hijos sea brillante, sin que reine en ese hogar la paz conyugal. (Aunque, afortunadamente en algunos casos, sí es posible que los hijos encuentren modelos positivos afuera del hogar).
También sería poco creíble que existieran adultos generosos y comprensivos, si han tenido una adolescencia indiferente, narcisista y escéptica.
Nuestra sociedad sufre gravemente de una crisis de amor, que se presenta por una expansión de los sentimientos egoístas e indiferentes, inherentes a su enunciado como “sociedad de consumo”. Si a esto le sumamos la competencia que se vive en todos los ámbitos de nuestra existencia, la preparación hacia una vida de armonía se torna aun más conflictiva.
La competencia – por naturaleza – implica que se esté comparando todo, a todos y en todo momento. El hecho de sentirse que uno está continuamente “a prueba” a ojos de su cónyuge, no simplifica la existencia estable de las parejas.
Si cada individuo sufre por la presión que se siente en el mundo del comercio y laboral durante su actividad lucrativa del día, el llegar a casa y continuar aquel análisis y tensión no ayudan. Pequeñeces se tornan en trascendentes, se magnifican las insignificancias y los motivos de las rencillas se vuelven poco importantes frente a la pelea real que es el ego de cada contendiente – en este caso los propios cónyuges.
El Rab Avraham Pam sz”l relató que en sus primeros años de docencia sucedió un episodio en el que un alumno le recriminó a él de “odiarlo”. El Rab Pam se extrañó por esta aseveración que venía del joven, pues nada había sucedido que justificara tal acusación en su contra.
Cuestionado, el alumno respondió que él percibía esto, puesto que – a su entender – su maestro demostraba preferencia por otros alumnos.
¿Por qué creía eso? – ¡Pues a ellos les daba más oportunidades de responder cuando levantaban la mano…!
Quien conoció a Rab Pam, sin duda se habrá percatado de su extrema sensibilidad por cada persona y su modelo de mesura en el trato individual de cada alumno. Si él recordó este incidente durante tantos años como motor de su actuar, es porque ese sentimiento está muy difundido en la gente.
Y no es algo nuevo.
Iacov ya estaba casado con Leá (quien fue entregada como esposa mediante un engaño), cuando luego también tomó a Rajel. El pasaje de la Torá nos dice que “amó también a Rajel aun más que a Leá” (Bereshit 29:30). O sea: amó a ambas, pero más a Rajel. ¿Cómo se ve esta situación desde la perspectiva de Leá?
Leá fue la primera en tener hijos.
Los nombres que les dio (a los primeros) reflejan los sentimientos de Leá en aquella situación:
Reuvén: “D”s vio mi opresión, pues ahora mi marido me amará” (29:32)
Shimón: “D”s escuchó que soy odiada, y me dio también a este” (29:33)
Levi: “Ahora me acompañará mi marido” (29:34).
El mensaje es claro: Iacov amaba a Leá, pero ella se sentía “odiada”, por percibir que era menos querida que Rajel.
Y cómo no: insoslayable en un texto de estas características está el triste malentendido de la naturaleza humana, por el que (algunos dicen): “si efectivamente fuéramos uno para el otro – o – si realmente nos amáramos, todo debería andar bien, y no tendríamos discusiones”.
El casamiento es un hecho legal desde el momento que los novios cumplen con el rigor de la Jupá, pero el matrimonio recién se construye con el tiempo: mediante las conductas y acciones diarias que generan el ambiente del hogar.
Y la cuestión que determinará que un matrimonio – y una familia – funcione, dependerá casi exclusivamente de cuánto esfuerzo, humildad y perseverancia están dispuestos a invertir dichos cónyuges.
Los juegos corrientes de “deshojar margaritas” y poner a prueba al cónyuge son muy comunes, pero desgastan y cansan a los protagonistas y se constituyen en caldo de cultivo para la desconfianza, las malas interpretaciones y – como consecuencia – las discusiones.
Zalman y Rivka Rothberg estaban casados hacía más de 15 años. Tenían ocho hijos y Rivka esperaba el noveno. Si bien se llevaban bien, había un punto que exacerbaba su relación.
Zalman era una persona muy ordenada y meticulosa, mientras que Rivka era más bien lo opuesto. Cuando Zalman se quejaba del desorden, Rivka simplemente lo desestimaba diciendo su frase favorita: “¡Ze lo Jashuv!” (no es importante). Esta actitud relajaba muchas situaciones, pero no dejaba de irritar a su marido.
Un jueves de verano, cuando Rivka y los hijos estaban vacacionando en los Bungalows en los Catskills, se comunicó con Zalman para que le trajera una nueva chequera ya que la anterior se le había acabado. El viernes, ella lo volvió a llamar para recordarle el tema de la chequera.
De inmediato colocó una chequera en una bolsa anaranjada que llevaría para su familia, y se la entregó apenas llegó al Bungalow.
En Shabat a la mañana observó que Rivka había dejado colgada la bolsa con la chequera tal como él la había traído de la cuna del bebé, un sitio que no correspondía, sin siquiera molestarse en guardarla.
No comentó nada, pues no quería arruinar el ambiente de Shabat y seguramente ella respondería “¡Ze lo Jashuv!”…
Al día siguiente volvió a la ciudad y retornó el viernes siguiente. La bolsa estaba colgada aún en el mismo sitio donde la había dejado, sin siquiera haber utilizado la chequera. “Evidentemente no sería una emergencia – ¡¿por qué habría insistido ella en que trajera la chequera con tanta prisa?!
No dijo nada, pero estaba enojado. Volvió a la ciudad, pero dos días más tarde, un vecino del Bungalow llamó de emergencia avisando que Rivka había sido llevada al hospital con urgencia, pues tenía una complicación con su embarazo, y los mejores médicos la estaban atendiendo.
Viajó rápidamente a los Catskills, pero llegó tarde: Rivka había fallecido en el parto.
Zalman estaba destruido.
Los amigos que se habían convocado en el hospital lo acompañaron luego al Bungalow. Cuando ingresó, lo primero que vio fue la bolsa anaranjada. Con lágrimas cayendo en sus mejillas, retiró la chequera y la colocó en su bolsillo. Aquella noche escribió el primer cheque – a la Jevrá Kadisha para cubrir los gastos del funeral…
Después de la Shivá, Zalman tomó la bolsa anaranjada y la colgó en su ropero. Afuera de la bolsa, escribió una nota con tres palabras: “¡Ze lo Jashuv!”…
Allí la dejó durante varios meses.
Cada vez que la miraba recordaba sus palabras: ¿acaso no tendría razón? ¿acaso esas trivialidades no eran insignificantes? ¿había valido la pena discutir sobre aquellas nimiedades?
Este libro no está destinado a “otros”, sino a Ud., quien ahora lo tiene en sus manos.
Hace muchos años, una señora se comunicó conmigo y me lloró acerca del abuso al que estaba expuesta por su marido.
Cuando le pregunté si quería que yo hable con él, de inmediato se negó: “si se entera que yo hablé con Ud. se pondrá más violento aun”.
-“¿Pues cómo le puedo ayudar? ¿Quizás sirva que cuando lo vea en la sinagoga mencione el tema en mis discursos?”
Pareció ser ésta la única vía de ayuda posible.
Así hice. Cada vez que veía a este hombre en la sinagoga, hilaba la prédica para incluir palabras sobre la importancia del la paz matrimonial y del respeto por la esposa. Aun si yo notaba al marido entrar en la mitad de una alocución, desviaba – de algún modo – mis palabras para encarar este tema tan candente.
Transcurrieron aproximadamente dos meses. La señora volvió a llamar. Esperanzado pensé que la situación había mejorado, pero estaba equivocado…
Los llantos eran similares a los anteriores.
-“Mire, señora, hice lo que pude – hablé de la cuestión cada vez que lo vi…”
Ella ya lo sabía. Estaba bien enterada: “Él me lo dijo: ‘deben haber muchas personas con problemas de Shalom Bait en la comunidad…, el rabino siempre está hablando de ese asunto’”.
Más allá de lo tragicómica que pareciera ser esta anécdota, en realidad refleja un tristísimo escenario. En círculos en los que la conservación del matrimonio es a lo máximo un principio deseado, pero no perentorio – la circunstancia más común en nuestra sociedad – cuando el clima de la casa se torna hostil o violento, basta con separarse, denunciar al cónyuge como culpable de la rotura – y convertirse en un número más de la creciente estadística de familias desintegradas.
No así en un hogar que desea ser “religioso” (las comillas subrayan el hecho de que la violencia no puede ser cualidad de una persona cumplidora de la Torá…), en cuyo caso el matrimonio se puede convertir en un martirio de “cadena perpetua”.
Habiendo recibido la madre una educación que priorizó su rol femenino, doméstico y educativo, por sobre todas las cosas, su sentimiento de malogro en esta materia significa su quebranto como mujer judía.
Muchas veces la vergüenza de creer haber fracasado en el matrimonio, el temor a quedar sola, la aprensión de ser mal vista por sus propios padres, hermanos y entorno familiar quienes en aquel momento crítico optan por tomar distancia de la persona a la que atribuyen está trayendo infamia sobre todos ellos (en lugar de brindar contención), el miedo al “qué dirán” generalizado de la gente, la ansiedad por que una separación del matrimonio se convierta en un pasivo para los hijos que deberán sufrir el desmembramiento de su hogar y la supuesta – o real – dificultad adicional de armar sus propios hogares con jóvenes de “buenas familias” por el estigma que llevan puesto, se traduce en un llanto secreto que solamente D”s oye.
En esta alternativa solamente la comunidad y sus referentes educativos y morales pueden (y deberían) intervenir. Más allá del manto de protección obligatoria de la intimidad de la familia, son necesarios los maestros y maestras en quien se pueda confiar para encontrar aquel amparo y los profesionales de la salud mental que entiendan en esta materia, para que nuestra fuerza y nuestro crédito no se nos vuelvan en contra.
Concluiremos esta introducción con una historia que ilustrará el valor de la pareja y del hogar.
Rav Arie Levin sz”l, iba apurado a una cita cuando se encontró con Reb Eliahu Moldaver, un conocido suyo de muchos años. Reb Eliahu había perdido a su esposa pocas semanas antes y estaba desconsolado.
Cuando se percató del dolor intenso de esta persona, de inmediato comenzó a hablarle con calidez a fin de levantarle el ánimo. Los minutos pasaban y Rav Arie entendió que no podía alargar la conversación mucho tiempo, por los otros compromisos que lo esperaban. Pensó rápidamente, y decidió parar un taxi que los llevara hacia el domicilio de Reb Eliahu.
Apenas subieron, el taximetrero preguntó a los pasajeros: ¿hacia adónde van?
Rav Arie miró a Reb Eliahu repitiendo la pregunta: “¿Dónde es su casa?”
Reb Eliahu lo miró sin responder.
Rav Arie repitió la pregunta una segunda vez, sin éxito.
Rav Arie insistió: “¿Dónde vive Ud?”.
“¿Dónde vivo?… ¡Mire! – desde que falleció mi esposa, muchas cosas cambiaron, y en particular y lo más significativo es que no hay un espacio que se llame mi casa o mi hogar – pues ya no tengo hogar. Si Ud. me pregunta: ‘¿Dónde vivo?’…, pues sí, tengo un lugar para vivir, pero no lo puedo denominar ‘mi casa’….
Rav Arie con su corazón siempre sensible a las necesidades de la gente, comprendió de inmediato que estas palabras expresaban un dolor agudo. Durante el corto viaje hasta el domicilio de Reb Eliahu, siguió diciendo palabras de simpatía solidarizándose con él, y al descender del taxi pactó reunirse con él una vez por semana para conversar.
El semblante de Reb Eliahu se iluminó por unos instantes ante esta sugerencia, pero en el fondo Rav Arie y él sabían que nada iba a restituir su hogar perdido.
(“One shining moment” de R.Yechiel Spero Artscroll/Mesorah)
Tovim HaShnaim
Hemos elegido el nombre “Tovim haShnaim” para este libro, basándonos en el pasaje de Kohelet (Eclesiastés 4:9) que comienza con estas palabras al hablar sobre la fuerza que representa la unión entre dos personas. Si bien el Talmud aplica esta virtud a diferentes aspectos de la vida, Rash”í lo menciona específicamente al matrimonio.
La traducción literal de las palabras al español sería: Buenos son los dos, más que el uno. Los artículos que se anteponen a las cifras en esta frase nos pueden dejar el siguiente mensaje, que sin duda se aplicará en muchas instancias del mundo moderno que está siendo afectado por una propagación triste de hostilidad doméstica, aun tratándose de gente que en otras áreas de la vida la clasificaríamos como buena, agradable, honesta, responsable y atenta – cada uno de ellos en forma individual.
Lo que estas dos buenas personas – sepan vivir en conjunto y ser el uno que D”s determinó al comienzo de la Creación del mundo.
Esperemos que este libro se convierta en un aporte a la paz conyugal, imprescindible para la continuidad moral de la humanidad y el florecimiento espiritual de nuestro pueblo.
Hemos incluido en esta obra un texto escrito por mi padre sz”l, el Rav Iosef haCohen Oppenheimer, acerca del control de la natalidad. El momento (los años 60) cuando él lo escribió (editado por primera vez en el libro “Orientaciones” publicado en honor sus primeros 25 años de ejercicio en el Rabinato de Ajdut Israel), fue cuando la naturaleza individualista moderna del mundo occidental era aún incipiente.
La búsqueda del confort y la disminución de responsabilidad – con su potencial destructivo – que avizoraba en aquel momento solamente aquel que observaba el mundo con una visión fundamentada en la Torá, puede apreciarse hoy en su dimensión de la sombría eventualidad ya realizada.
Por haberse agotado esa edición ya hace mucho tiempo, entendí oportuno presentarla nuevamente en este libro, que trata precisamente las cuestiones relacionadas a los vínculos familiares.
A la Lic. Shlomit Cucuff, quien ha ordenado el texto preparándolo para su edición, dándole el mismo perfil que los textos anteriores.
Asimismo, a nuestro Moré Moshé Sribman, quien – incansablemente – ha revisado, comentado y corregido todos los textos que componen este libro.
A Ariel Glanspigiel quien desinteresadamente hizo posible que nuestra Comunidad pueda materializar los libros que hemos impreso y quien siempre puso su entusiasmo para que se realicen todas las ideas de la Comunidad.
A Daniel Chaskielberg, que nuevamente ha sumado su talento para imbuirle su simpatía a este texto mediante las imágenes con las que lo ha ilustrado.
A mi apreciado amigo de muchos años Jaime Katz, quien me apoyó en la edición de este texto, del mismo modo en que lo hizo para proyectos anteriores, le deseo de todo corazón: “imalé haShem kol mish’alot libjá le’tová”.
Esta 2ª edición fue hecha posible gracias a la generosidad de Federico y Jesica Levi con motivo de su enlace. Como comunidad, estamos muy orgullosos de ellos, der su progreso y de su integridad. De todo corazón, les deseamos que la familia que están creando, crezca con las aspiraciones y anhelos que ellos ansían.
A mi padre y a mi madre sz”l, y mis suegros Avraham y Jaia Sara Luwish – ad meia ve’esrim – quienes fueron el modelo más próximo creación y cimentación de hogares judíos como HaShem los quiere.
A todos ellos: un gran Ishar Koiaj y que HaShem les haga cumplir sus deseos y aspiraciones.
Por último, a mi esposa Esther – pues juntos hemos intentado poner en práctica el mandato de HaShem de crear nuestro hogar.
Entre los males que aquejan la relación de los seres humanos en general, y carcomen la vida matrimonial en particular, están la falta de asesoramiento adecuado, la creencia de que “se sabe todo” y que por el hecho de estar enamorados, ya se tiene asegurada la felicidad eterna; la superficialidad en los vínculos, la noción de que la vida debe ser divertida, excitante y con intriga.
También lo son el fenómeno de la idealización desmesurada y las expectativas surrealistas que ya no admiten la más pequeña molestia y que conducen a la inevitable frustración, la fisura generalizada en las normas de civilidad, la irritación provocada por falta de confort, el peso de la presión económica, la interferencia familiar y el concepto endeble de que “el tiempo” resolverá los problemas, cuando sabemos que en la realidad, jamás nada se arregla por sí solo.En el hablar común de la gente, se rotula la cuestión de la que estamos hablando como “Shalom Bait” – (traducido como “paz, o armonía familiar”). En cierta oportunidad, al conversar con un rabino muy entendido en el tema, me comentó escuetamente: “¿Shalom Bait…? – ¡si ni siquiera tienen idea de lo que es un Bait…!”En efecto, probablemente es ese uno de los problemas más acuciantes: la falta de conocimiento de lo que es un hogar.
Si bien para alguna gente referirse al Shalom Bait se reduce a las pulseadas, desencantos y roces entre marido y esposa, y en algunos casos hasta a violencia física, amenazas, acosos múltiples, infidelidad, etc., estas manifestaciones representan las situaciones extremas y más graves de la falta de Shalom Bait.
Sin embargo, en su definición real, debemos entender el Shalom Bait como la tarea indispensable de construcción ordenada, mutua y amalgamada de una estructura íntima y espiritual de los contrayentes, que permita elevar el nivel de ambos para cumplir con sus roles de marido y esposa entre ellos, y de padre y madre hacia sus hijos, y como pareja hacia terceros.El profeta Hoshea (2:21, 22), nos habla del “matrimonio” entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel: “y te desposé para la eternidad, y te desposé con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia, y te desposé con confianza, y te uniste a D”s”.
Nuestra costumbre es recitar este pasaje cuando enrollamos con tres vueltas la correa de los Tefilín en forma de anillos alrededor de nuestro dedo mayor. Ese modo de colocar el Tefilín sobre el dedo se asemeja a la formación de anillos – lo que coincide con los versículos que estamos citando.Si bien estos pasajes se remiten a la “boda” entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel, no deja de ser un ejemplo de lo que debe ser una unión, en la que ambos lados se enlazan para la infinitud a fin de cumplir con los objetivos espirituales que se proponen, que es lo que sucedió entre D”s y el pueblo de Israel.
Si tomamos estos versículos como modelo, podemos intuir que hay un orden según el cual se edifica un hogar. Hay un antes y un después. Los padres preparan a los jóvenes tratando de ser sus modelos mediante su propia conducta, hasta que los creen aptos para fundar su nuevo hogar con la persona adecuada.
De ahí en más, la unión se va consolidando a partir del momento del matrimonio.
Bajo la Jupá, el novio desposa a la novia “para la eternidad”, o sea, que hay un compromiso entre ellos para edificar en conjunto un hogar. El compromiso está dado a través de la palabra.
El valor del ser humano y su semejanza al Todopoderoso, surge mediante la posibilidad de expresarse con la palabra. Sin convenio de responsabilidad recíproca, no existen los cimientos de una construcción.
Una vez que está dada la palabra de obligación mutua, comienzan a regir las conductas vitales que hacen a la convivencia: “con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia”. El trayecto es largo.
Al salir de la Jupá, recién comienza la tarea de vivir con los atributos y las cualidades humanas que unen a la pareja. Si esto sucede, entonces con el tiempo, llegará la confianza correspondiente al tercer anillo. Es menester señalar respecto a este versículo, que las condiciones que permiten cimentar el hogar, son las virtudes más excelsas y elevadas a las que debe aspirar toda persona. De la experiencia de vida, sabemos que la confianza es tan difícil de lograr – y tan fácil de perder…
La familiaridad que lleva a la intimidad (el ser realmente unidos) requiere mucho esfuerzo. Cuando utilizamos la palabra “esfuerzo”, no queremos dar la idea de martirio.
Por lo contrario: D”s nos dio los medios por los cuales podemos dar y recibir compañerismo, solidaridad y sentimientos de apoyo y sostén mutuos en las situaciones que se cruzan en la vida de cada uno. Cada incidente y circunstancia de la vida, puede permitir que la pareja se afiance más y más.
Óptimo sería que se conviertan en una suerte de acróbatas que tienen la certeza de que pueden depender y contar uno con el otro para complementar sus tareas, y cuando toda su existencia se torna dependiente uno del otro. Cuando con la mera mirada ya entienden lo que piensa el otro, y aun sin mirarse forman una armonía y afinidad indivisible, están aproximándose a esa unión ideal.
Del mismo modo en que D”s y el Pueblo de Israel (nuestros abuelos) firmaron un pacto en cuyo mérito atravesamos ya más de tres milenios, en los que D”s nos mantuvo milagrosamente, y en los que muchos de nuestros antecesores innumerables veces ofrendaron sus vidas para sostener el apego y la creencia en Él, el matrimonio entre dos seres humanos debe analogar aquella misma unión.
Creo que ningún compromiso o pacto que celebramos los seres humanos desde el momento en que nuestros antepasados juraron y dijeron “Naasé veNishmá” frente al Monte Sinaí, abarca a la persona de manera tan cabal e íntegra en sus acciones y sentimientos como lo son las palabras que expresa el novio a la novia bajo la Jupá.
En el primer capítulo de Pirké Avot (Mishná 4 y 5), los Sabios Iosé ben Ioezer y Iosé ben Iojanán mencionan ciertos criterios básicos para cualquier hogar. Esas pautas tienen que ver con las obligaciones espirituales de estudio (“Que sea tu casa un centro de encuentro de los Sabios…”), y los deberes sociales (“Que sea tu casa muy abierta, y que sean los menesterosos parte de tu morada…”).
Reconocer los deberes que incumben a cada contrayente en su rol, es el comienzo del Shalom Bait. Es la edificación del Bait mismo. Sin duda, si están preparados con una educación apropiada, entonces en ese hogar reinará el Shalom que se manifiesta con la Presencia de D”s.
Doy por sentado que a algunas personas que lean este apartado, les parecerá que lo que vertí en estas líneas es un tanto obvio. No obstante, lo obvio debe cada tanto ser releído y recordado. Quizás, sea precisamente el hecho de creer que todo en la vida es elemental e indiscutible, lo que nos haga olvidar el cuidado de lo más preciado y valioso que hemos de construir y que por ese motivo lo obvio deje de serlo.
LOS TRAPECISTAS
En el apartado anterior emergió el tema de la confianza entre los contrayentes. En éste, trataremos de ampliar este punto.
Ante todo, es preciso entender que la confianza es algo intangible que se logra únicamente a través del tiempo y con conductas constantes, transparentes, sensatas y reflexivas. En la medida que se va conociendo a la gente, esta podrá recibir un mayor o menor grado de confianza, dependiendo en gran medida de experiencias de vida anteriores que hemos atravesado, las cuales nos tornan más crédulos o más escépticos.
Recordemos que marido y esposa – al margen de ser individuos distintos, no provienen de un mismo hogar (aun los hermanos dentro del mismo hogar y con los mismo padres, nos distinguimos por temperamentos e inclinaciones diferentes, por compañeros no en común, etc.), lo cual provoca que los códigos con los que se manejan habitualmente sean desiguales. Lo que para uno es “normal”, informal e insignificante, para el otro es grave, serio y vital. Esto muchas veces no se reconoce como tal hasta muchos años después de estar casados, porque en los tiempos iniciales de conocimiento mutuo por alguna razón no fue considerado trascendente.
Compartamos algunas sugerencias relacionadas con la cotidianeidad. Previamente, advirtamos que aun con nuestra mejor voluntad de corregir conductas, debemos dar tiempo a las personas con quienes convivimos, a que se adecuen a la nueva modalidad (mejorada). En caso que nuestra actitud hasta el presente hubiera sido sinuosa y serpenteada, les costará acomodarse. Si prevalecemos, D”s mediante, veremos frutos positivos.
• Asumamos la responsabilidad de expresar nuestras necesidades con claridad. Mientras alguien sospecha que no puede decir las cosas – quizás por temor a ser rechazado o por vergüenza, esto impide que confíe, y por ende – recela de la otra persona. Al confiar – por otro lado – se asienta más la relación.
• Tomemos conciencia de brindar siempre bienestar al cónyuge (de manera placentera). Es difícil desconfiar de quien se esfuerza (genuinamente) en hacernos sentir bien.
Recomendación: mantener la proporción de 5 a 1, o sea, no decir algo crítico o negativo hasta tanto no haber dicho algo positivo y afectuoso previamente en muchas oportunidades.
• Cumplamos con los compromisos que asumimos, siendo claros en lo que decimos para evitar malos entendidos. Cuidemos no crear situaciones indefinidas.
• No dejemos asuntos personales sin resolver. Esto implica que se debe desarrollar técnicas de comunicación fluidas y habilidad en resolver problemas. Cuando las situaciones quedan irresueltas, crece el resentimiento, y éste provoca la pérdida de confianza.
• Limitemos el contacto con otras personas del género opuesto, sabiendo medir los sentimientos del otro (que suelen ser dispares dada la distinta procedencia de los cónyuges)
• Aprendamos a “pelear”. Si bien hay quien pueda pensar que discutir debe automáticamente referirse a agresión, esto es errado y surge de la creencia de que no hay manera de disentir con altura, sin anularse mutuamente y con el afecto intacto. El silencio no implica mar sereno. Es más, el silencio puede y suele ser el preludio de una explosión. (o puede tratarse de un sometimiento de por vida de un cónyuge al otro). Ninguna de estas opciones es sana.
Si el modo de discutir es exagerado, entonces se destruye la confianza. Por lo contrario, una buena discrepancia, permite conocer la postura del otro para poder construir juntos y unidos.
Acordemos:
Se debe esclarecer y circunscribir el tema que estemos discutiendo. No traigamos a la mesa historias viejas que quedaron sin resolver. El debate del momento no es una venia para recordar desechos antiguos.
Evitemos decir “sí”, cuando creemos que la respuesta es “no”. Si bien se puede llegar a creer que al “aceptar” lo que quiere el otro expresado de palabra (pero no en el corazón), se evita una pelea, en realidad se está “aparentando” – y permitiendo que crezca el resentimiento, profundizando en realidad el descrédito y el desamor.
No nombremos a los parientes del otro a fin de apoyar nuestra postura o acometer contra la del otro. Los allegados familiares de cada uno son – o deben ser – el sostén emocional de cada persona, y comentarios respecto a un integrante de su familia suele tener consecuencias más graves de lo que muchos imaginan. No olvidemos la importancia de mantener en privado los temas matrimoniales.
Pactemos desde un principio algún método de interrumpir la discusión si suponemos que se nos va a ir de las manos. Esto no debe ser una postergación indefinida de asuntos importantes que se debe tratar. Hay temas que no se pueden eludir, y su negación solo provoca incomodidad – falta de confianza – en la persona con quien se debe construir la familia.
Cuidémonos de no comenzar una rencilla de noche cuando estamos cansados y no tenemos control total de nuestras emociones. Cuando sea necesario, elijamos expresiones en las que hablamos más de “yo”, que de “vos” – las cuales habitualmente poseen un sesgo de descalificación – aunque pudiera ser solamente en la percepción.
Muchas de las controversias se pueden evitar si tenemos precaución en nuestras expresiones. Más allá de la palabra o el gesto – la susceptibilidad que se hiere puede cobrar vida propia y apartar a distancias abismales e innecesarias a quienes deben fiarse plenamente uno del otro.
Tratemos de ser como los trapecistas. Todo lo que hace cada uno, depende de lo que haga el otro. Hace falta una coordinación plena y exacta de sus acciones. Para llegar a esta coherencia, se requiere mucho ejercicio – y confianza mutua.
Por el Rabino Dr. Jerry Lob (Al finalizar el capítulo agrego algunos ítems propios) Recordaré que yo soy tu marido y que te amo. Seré amable contigo.
Te apreciaré más y lo expresaré con más frecuencia. Seré modelo de aprecio hacia ti para que nuestros niños lo vean.
No te humillaré de forma alguna, ni rechazaré a las personas que te son valoradas.
Recordaré que mientras tú eres quien enciende las velas de Shabat, aquel símbolo maravilloso de Shalom Bait – armonía en el hogar – nuestra concordia no es exclusivamente responsabilidad tuya. Es nuestra responsabilidad compartida; de hecho, debo ser yo quién prepara las velas para que tú las enciendas.
Recordaré que tú no eres “uno de los muchachos,” y que debo hablar y actuar de un modo diferente contigo.
Me disculparé con más frecuencia, aun cuando la herida no fue conciente. Sé que dado que las personas somos distintas, será imposible no lesionarte a veces. Asumiré la responsabilidad, de decir, “discúlpame,” y no te acusaré de ser demasiado sensible.
Enfocaré más a menudo tus perfiles positivos e intentaré no ser quisquilloso. Yo tengo mis propias debilidades. Me concentraré en contemplar tus fortalezas, y no compararte con alguna imagen interna de lo que creo que debieras ser. He de valorar más de todo lo que eres, y recordaré que tú, y todo lo que eres, constituye el regalo que D”s envió, justo para mí.
No intentaré controlarte o imponerme. Recordaré en todo momento que tú eres adulta, y yo no seré paternalista. Tú no eres mi hija.
No te diré lo que son tus sentimientos; ellos te pertenecen a ti. Te confiaré mis sentimientos. Me permitiré a veces ser emotivo, aun cuando esto es difícil.
Volveré a poner el “hav” [brindar] dentro de la Ahavá [el amor] y recordaré las palabras bonitas de Rav Eliahu Dessler: el secreto para un matrimonio feliz radica en que cada uno de nosotros enfoque el “brindar”. Cuanto más damos, tanto más crecerá nuestro amor.
No desestimaré el valor de tus pequeños gestos, tu sonrisa especial, tu nota, alguna pequeña atención, tu palabra amorosa.
Rezaré por la salud y armonía de nuestro matrimonio, pidiéndole a D”s la sabiduría para ayudarnos a crecer.
Te trataré con respeto en todo momento. Mis acciones, el tono de voz, los gestos faciales y palabras, reflejarán en todo momento este solemne compromiso.
Intentaré no intimidarte gritando, golpeando con mis pies, bloqueando tu salida, violando tu espacio o rompiendo objetos. Controlaré mi enojo y lo expresaré de una manera no-amenazante y no-destructiva. Si esto resulta ser demasiado difícil, buscaré ayuda externa.
Intentaré no ser tan rígido, ni tan serio, sino un poco más suave.
Haré de nuestro matrimonio, la prioridad. Encontraré todos los días algún tiempo para permanecer contigo solo, aunque fuera tan solo por unos momentos. Haré esfuerzos para salir contigo, cuando fuera posible, en varias oportunidades al mes. Sé que todas las relaciones humanas necesitan diálogo y tiempo juntos. Sé que cuanto más fuerte el matrimonio, tanto más estable la familia. Porque mientras los niños pueden actuar sin premeditación, ellos lo ven todo, saben todo, y cuanto más íntimos seamos nosotros, tanto más felices y más afianzados serán ellos. Recordaré que mis esfuerzos son una inversión para la eternidad, y una fuente de alegría para la Shejiná [la Presencia Di-vina], el tercer miembro en la tríada de nuestro Mishkán [el Tabernáculo].
Te tomaré en serio. Tus opiniones, tus sentimientos y tus decisiones serán tratadas todas con importancia. Yo no he de burlarme de ti. Y cuando discrepo contigo, lo haré claramente y con certeza, y en un modo que no comprometa tu dignidad. Tu dignidad es sagrada.
Recordaré la fragilidad del alma humana y el poder de las palabras – las que pueden confortar, y apoyar, y fortalecer, y construir, palabras que pueden traer proximidad y belleza. Y palabras que son como los cuchillos, palabras que cortan, y dañan, y destruyen.
No usaré el silencio como arma.
Recordaré que no necesito ganar cada discusión. ¿Será tan importante ganar como para que yo ignore tu dolor? Buscaré activamente una tendencia componedora.
Sonreiré más y me reiré más contigo. Aun cuando esté cansado, muy cansado, y agobiado y presionado por el trabajo, procuraré reírme contigo. Y yo sé que esto también será valioso y útil para mí. Recordaré la sonrisa especial de mi padre para con mi madre.
Te animaré y te apoyaré cuando me necesites, y te daré el espacio que tú pides.
Intentaré pedir lo que necesito de ti, y no presumiré que tú adivines mi mente. Espero lo mismo de ti.
Lidiaré solo lo justo. No lo haré como si fuera un tema personal. Y tendré presente siempre que no debo herirte aun cuando tú me hayas herido. No hay ninguna justificación para la dureza. Punto. Intentaré mantener la calma, contaré hasta diez, y a veces dejaré el cuarto para encontrar esa calma dentro de mí, e intentaré recordar, aun en esta circunstancia de enfado, todo lo que tú significas para mí. ¿Acaso quiero arriesgar lo que hemos construido?
Te diré cuando tú me hayas herido. No lo enterraré, pretendiendo estar de acuerdo, incluso con el fin del Shalom Bait, porque sé que se fermentará y surgirá de otras maneras. Asiré valentía en mis manos y hablaré contigo. No contraatacaré ni agravaré nuestra herida. Quizás diré “ay,” y pediré una disculpa.
Intentaré estar en casa durante “los momentos agitados,” la tarea de los niños, la hora de acostarse, etc., y seré, en general, de más ayuda para ti. Organizaré mi trabajo e incluso mi horario de estudio con esta perspectiva en mente.
Seré accesible con tus amistades. Entiendo que es importante para ti tener vínculos fuera de nuestro círculo familiar.
Haré lo mío para traer más Kedushá [santidad] a nuestro hogar, para convertirlo en un espacio de respeto, amor, alegría y santidad.Quizás podamos sugerir algunas aspiraciones adicionales: Sonreír y brindar alegría.
Preguntar cómo se siente.
Desear que le vaya bien en lo que haga.
Agradecer por cualquier gesto positivo.
Felicitar por cómo salió la comida o lo que preparó.
Reconocer lo que se vistió y decirle que luce hermosa.
Llamar durante el día para indagar sobre su estado.
Acompañar en sus estados de ánimo, sean cuales fueren.
Preocuparse por su felicidad, sinceramente.
Fijarse si le falta algo material que puede proveerle.
Durante muchos años la sociedad consideró el rol de las mujeres como secundario respecto al de los hombres. Este enfoque se transformó (en ciertos aspectos) en la sociedad moderna, la cual brindó a la mujer los derechos cívicos como los goza el hombre y legisló a favor de la no discriminación en materia laboral.Es interesante observar, que cuando la gente hace una comparación y equipara una idea con otra para valorizarla, toma aquella de la que no tendría duda, o sea que “realmente” vale (a ojos del oyente), para utilizarla como calificativo de aquello que está intentando justificar.
En tal caso, cada vez que se utiliza al hombre como modelo o medida para elevar el status de la mujer, en realidad se la desprecia, pues se está dando a entender que el valor intrínseco de la mujer no yace en su condición natural de mujer, sino en su posibilidad “de ser más, como el hombre”.En todo caso, lo que la sociedad y sus leyes no pudieron – ni podrán – hacer, es modificar la naturaleza de hombres y mujeres.
Esta naturaleza es una creación Di-vina, diseñada para permitir que cada uno cumpla su función (obviamente también Di-vino) adecuadamente. En ese sentido, D”s no creó al hombre o a la mujer superiores o secundarios, anexos o supletorios, uno del otro.
El pasaje de la Torá bien lo deja en claro: “D”s los creó varón y mujer y determinó sus nombres “Adam” en el día de su creación” (Bereshit 5:2). Ambos – hombre y mujer – llevan la denominación aristocrática “Adam”, relacionada con “Domé” – semejante (a D”s), que es la condición mencionada en el pasaje anterior (Bereshit 5:1 – Rav Sh.R. Hirsch sz”l).
Al margen que lo seres humanos no elegimos si queremos nacer varón o mujer, ninguno de ambos podría considerarse más elevado que el otro en su sentido espiritual. Sería un tanto infantil atribuirle a D”s “preferencia” por el hombre o la mujer.
Un mundo creado por el Ser Justo y Omni-potente solo puede ser equitativo e imparcial. No hay espacios injustos en él en su estado primario, salvo lo que posteriormente hagan los seres humanos con su libre albedrío.
La situación moderna en la que se “necesita subsanar” (artificialmente) igualando el nivel de la mujer con el del hombre en el salario y en sus “derechos”, quizás señale claramente los defectos antaños del mundo gentil, pero, aun así, esa misma sociedad, por varios motivos, tampoco posee los elementos para corregir la relación entre uno y otro.
¿Cuáles son esos motivos?
Nada puede transformarse en lo que no es, aun si se le otorga derechos civiles y pago equivalente. El simple hecho es que las mujeres fueron diseñadas con condiciones especiales para ser mujeres y los hombres – hombres. Todo lo que se proponga que difiera de este principio, va a “desnaturalizar la naturaleza” valga la expresión.
Tanto en la relación matrimonial, como en los roles de padres: paternos y maternos, es necesario que no se intente borrar las propiedades y rasgos de cada uno.
A cada uno se le asignó las particularidades características de varón y mujer en forma totalmente diferenciadas – físicas, psíquicas, emocionales y sentimentales, que necesitan para complementarse y poder formar un matrimonio, y son aquellas mismas condiciones ineludibles para ser papá y mamá. La mujer fue dotada por D”s con los elementos irreemplazables que hacen a la creación de un hogar.
Piense por un momento en los habituales (e inmaduros) chistes sobre las actitudes femeninas – que hacen los hombres, o viceversa, y se percatará de que son precisamente las fortalezas que D”s adjudicó a hombres y mujeres para que se complementen entre sí, las que son vistas como debilidades cuando se las mal interpreta al no comprender que esos atributos están allí – porque debe ser así.
Y claro que esta “necesidad” de equiparación (en lo legal o laboral) no se aplica en nuestro pueblo, en tanto se ha mantenido cerca de la Torá, la que jamás dejó de respetar a cada ser humano – hombre o mujer – dentro de su rol Di-vino.
Considerando, pues, que el hogar es una pieza crítica e irreemplazable en la construcción y sostenimiento de nuestra nación, el rol de esposa y mamá que tiene mayor tablado puertas adentro, sin duda que es tan imperioso a nivel espiritual para aquella subsistencia – como el propio hogar.
Sin embargo, en una sociedad en la que las cosas valen solamente si están exhibidas y expuestas a ojos de todos, el hogar y las tareas domésticas que se desarrollan en él suelen ser menospreciadas como simples e insignificantes.
Claro que es difícil considerarse importante al realizar una tarea que solo se sabe valiosa en el fuero íntimo, cuando uno fue criado dentro de un entorno en el que solamente valen las cosas que reciben un gran aplauso, felicitación y aliciente del público.
¿Es bueno que la mujer sea dócil, dulce y sumisa? ¿O es una señal de que “no existe”, “está subordinada”, “se resigna”, “no tiene voluntad propia”?
Si la esposa trata de cumplir con la voluntad de su marido: ¿esto significa que ella se está “anulando”?
Si dedica la mayor parte de su tiempo a sus hijos: ¿se convierte en la mucama de la casa?
Quizás en la mente de mucha gente esto sea así. Cuando la madurez tarda en llegar y los adultos se mantienen en una adolescencia permanente, actúan de un modo en el que sienten que solamente son “alguien” si presentan oposición y disconformidad. Posiblemente, también, si se utilizan los elementos que están de moda en la actualidad, parecería ser que ser “ama de casa” fuera una simple tarea odiosa, oprimida, servil y sin significado.
Lo que sigue no es una negación a las virtudes de las mujeres que ejercen alguna profesión afuera de la casa. Aun menos debemos restar trascendencia a las muchas tareas comunitarias que realizan mujeres, con gran empeño y dedicación. Y obviamente, el reconocimiento a aquellas que también incluyen en su agenda horas de estudio para conocer mejor sus obligaciones como mujeres, esposas y madres judías, y acompañar a sus pequeños en sus estudios.
Intentaremos, pues, compartir un breve repaso del valor que atribuye la Torá a las mujeres que vivieron en el exilio de Egipto y gracias a las cuales, nuestros antepasados sobrevivieron aquella difícil época (Talmud, Sotá 11:).
De acuerdo a las citas del Talmud, la vida en Egipto presentaba un cuadro muy triste y melancólico. El objetivo de Faraón era provocar con la labor forzada, que los hebreos se desmoronaran anímicamente. Las mujeres hebreas, en cambio, hicieron lo suyo para salvar a sus maridos de la humillación y de la depresión espiritual.
No por nada nos dice allí el Talmud que “por el mérito de las mujeres valerosas de aquella generación, salieron los israelitas de Egipto”.
Nuevamente, es el Talmud quien afirma (respecto al marido) que la mujer es “quien ilumina sus ojos y lo afianza sobre sus pies” (Ievamot 63.).
Claro está: quien asume el rol de sostener las situaciones difíciles, no es mucama, ni anulada, ni subordinada. Por el contrario, supone un sostén y se convierte en el eje de la familia, aun cuando desafortunadamente, en muchos casos su tarea quede sin aplaudir.
Tanto si llega el reconocimiento que se le debe en la familia, como si queda sin demostrarse, los judíos sabemos que – a diferencia del entorno – lo que vale es lo que se realizó, aun escaseando las loas y los elogios.
La familia necesita a las esposas y mamás presentes en sus hogares – aun más que en profesiones o en roles comunitarios.
Nadie las sustituye. Su ánimo crea el ambiente en el hogar. Cada palabra que emiten en el seno de la privacidad con sus seres queridos, el tono en que se dice y el momento que se elige para expresar determinada idea, se convierten en los ladrillos que edifican sus familias.
Pocas mujeres saben cuánto dolor sienten sus maridos cuando ellas insinúan su fastidio y desagrado por algo.
Tampoco son muchas las que toman conciencia de cuánto vulnerables son sus maridos y cuánto necesitan ellos de afecto, de sus elogios y demostraciones de satisfacción. Frecuentemente tampoco sienten la importancia que para sus esposos tiene la opinión que ellas emiten de lo que ellos hacen y aprecio por sus esfuerzos.
Al mismo tiempo, pocas esposas entienden que la contención que pueden brindar sus maridos no está a la par del apoyo que reciben de sus amigas – que básicamente poseen los mismos rasgos emocionales que ellas. Muchas de las frustraciones que sufren las mujeres, se deben a un pobre conocimiento – y aceptación – de la naturaleza de los hombres.
Quizás un texto breve para tomar en cuenta. Será muy útil para las mujeres virtuosas de la actualidad, que deseen ser dignas descendientes de sus abuelas en Egipto, en su gesta por la perpetuación de la familia judía:
No me aprovecharé por el hecho de verte en casa, para pedirte de inmediato que hagas todo lo que necesito.
Sabré respetar tus silencios, dejando de lado mi curiosidad por saberlo todo (“¿por qué no me cuenta lo que le está pasando?” “¿no tengo derecho a saber?”).
No pediré las cosas de manera que te hagan sentir como si jamás cumplieras con tus obligaciones, ni exageraré en las afirmaciones que hago – tanto en palabra como en tono de voz.
Apreciaré tu ayuda en las tareas domésticas, aun cuando yo pensaba que había que hacerlas de modo distinto, o cuando intentas ayudar y por algún motivo no lo puedes hacer.
Intentaré encontrar el momento adecuado para decirte lo que me preocupa y de un tema por vez.
Intentaré que mis comentarios positivos superen ampliamente los negativos.
No atribuiré mis frustraciones a tu persona.
Demostraré que estoy orgullosa de ti, y que eres único para mí.
Te trataré como a un rey, y no como a un sirviente, enfocando siempre tus cualidades positivas.
Valoraré mi rol hogareño y doméstico sin presentarme como mártir, ni compararlo o despreciarlo frente a tu tarea fuera del hogar.
Apreciaré las cosas que haces por la familia, sin buscar el detalle que quedó sin cumplir.
Reconoceré el esfuerzo y la lucha que significa traer el pan a casa y saber que necesitas tu descanso cuando llegas al fin de la jornada.
Notaré el “medio vaso lleno”, en lugar de mirar el “medio vaso vacío”.
No compararé el trabajo que tú haces o tu sueldo, con lo que hacen o ganan los demás.
No mediré tu amor hacia mí, por si cumples con todos los gustos de lo que te pido.
Sabré comprender que no siempre todo se puede.
Anticiparé tu llegada y dejaré el teléfono apenas ingresas a casa.
Te recibiré con complacencia cuando regresas a casa, y seré demostrativa en mi afecto.
Apreciaré tu cariño más que toda atención que pueda recibir de terceros.
Escucharé lo que me dices, sin determinar de antemano que ya sé lo que dirás.
No interpretaré en tus palabras lo que no me has dicho, ni intencionado decir.
Pediré perdón cuando me equivoco sin insistir en que tú también yerras.
Cuidaré tu imagen en público y no trataré asuntos privados delante de otras personas.
No permitiré que las consideraciones de parientes interfieran en nuestra relación.
No me sentiré anulada por intentar complacer tus necesidades, ni por atender los menesteres del hogar.
Sabré asumir mis obligaciones para consolidar nuestro matrimonio.
Al igual que el texto anterior, “No me olvido nunca”, este escrito no está destinado a poner a prueba al cónyuge, sino para incrementar y consolidar nuestros vínculos conyugales y nuestros hogares.
La Torá es muy rica en todos los aspectos concernientes al matrimonio y a la fidelidad.
Antes de incursar en el tema de lo que llegó a denominarse en nuestra sociedad como “vida en pareja”, y que pasó a ser “lo más normal”, quiero aclarar que al escribir estas líneas, lo hago con total respeto por todos, y que no está en mi deseo herir los sentimientos de absolutamente nadie.
Entiendo también, que a muchos lectores les pueda parecer que lo que sigue “pertenezca al pasado”, se considere “arcaico” o “primitivo”, y que quizás les moleste, porque lo observan como si estuviera interfiriendo “en asuntos privados”.
No puedo evitar que esta cuestión lleve a que alguna persona se sienta “tocada”, pero, por otro lado, callar – en ciertos casos, incluido este – equivale a convertirse en cómplice por omisión, y confundir.En un artículo publicado en una revista de amplia circulación, se tratan distintas opiniones acerca del concubinato, o las llamadas “uniones de hecho”. En aquella gacetilla se cita primero a un arzobispo, quien emite la opinión clara de la iglesia, que no aprueba tales vínculos.
Luego, pasa a contar lo que dice una persona, que declara en nombre del judaísmo, diciendo que no es “tan duro” al respecto: “La tradición hebrea establece pautas generales y no posiciones oficiales; habrá rabinos que se opondrán y otros, como yo, que aceptamos la idea de la vida en pareja sin casamiento previo. Hay muchas parejas en mi comunidad, especialmente jóvenes universitarios, que antes de casarse quieren conocer el encanto y las dificultades de la cruda convivencia cotidiana, y lejos de ser un pecado creo que es una decisión muy saludable y adulta. Cada año oficio unas 50 bodas, y ahora no existe pareja que no conviva 2 o 3 años antes de casarse”. (sic)Si estas palabras no fueran editadas en un periódico notorio de Buenos Aires, posiblemente no sería menester dedicarle este espacio, pues quien realmente está interesado en averiguar qué es lo que el judaísmo enseña respecto a cualquier tema, sabrá a qué autoridad consultar.Sin embargo, cuando se publican afirmaciones totalmente inciertas y tramposas, es importante alertar al público para que no se deje llevar por opiniones equivocadas.
Más así, cuando el periódico en cuestión califica a esta opinión como la de un “rabino”, y éste dice hablar en nombre del judaísmo, expresando aseveraciones totalmente opuestas a la Torá, es nuestra obligación salir a su cruce y advertir al público para que no se deje engañar.A tal fin, debemos analizar parte por parte lo que publica el periódico de boca de aquel entrevistado:
En primer lugar, establece que la ley judía no es “tan dura”. Al respecto, es importante que aclaremos que las leyes de la Torá no son duras ni blandas. Nosotros aceptamos las leyes provenientes de D”s, sabiendo que – habiéndonos creado Él Mismo, todos los preceptos que Él determina, son perfectamente compatibles con nuestra naturaleza.
El artículo luego afirma que: “La tradición hebrea establece pautas generales y no posiciones oficiales…”
No sé a qué “tradición hebrea” se refiere. Posiblemente posea un código de leyes que yo desconozca. Los judíos nos guiamos en materia legal por la normativa del Shulján Aruj. Éste, muy claramente afirma (citando al Talmud) en el tomo “Even haEzer” Cap. 22, inciso 2, que está prohibido estar a solas (aun) con una mujer soltera. (Esto se refiere a una situación de estar a solas, incluso si no hubiera el más mínimo contacto físico entre el varón y la mujer).
Las palabras no dejan lugar a dudas acerca de la ley, y, por lo tanto, no es como relativiza el autor que “habrá rabinos que se opondrán y otros, como yo, que aceptamos la idea de la vida en pareja sin casamiento previo”. Esta es la estrategia frecuentada por algunos referentes en nuestra comunidad, de presentar las cosas como que son carentes de definición, a fin de darse una legitimidad que no les corresponde a partir de que todo es “impreciso” y cuestión de opinión personal.
Sigue diciendo: “Hay muchas parejas en mi comunidad, especialmente jóvenes universitarios, que antes de casarse quieren conocer el encanto y las dificultades de la cruda convivencia cotidiana, y lejos de ser un pecado creo que es una decisión muy saludable y adulta”.
Personalmente, desconozco el éxito o fracaso de las parejas de su comunidad, pero sí puedo juzgar por lo que está sucediendo en nuestra sociedad, que tomó esta clase de experiencia como norma consuetudinaria, no ha mejorado, sino – muy por el contrario – se ha estropeado infelizmente la salud del “matrimonio” moderno.
No quiero atribuir este mal generalizado únicamente a la convivencia en pareja prematrimonial, pues la misma constituye tan solo uno de los tantos trastornos de la actualidad.
Si bien la Torá no me necesita de abogado, debo aclarar que la vida en pareja sin un compromiso matrimonial no permite “conocer el encanto y las dificultades de la cruda convivencia cotidiana”. Toda relación más o menos transitoria, en la cual los protagonistas no tienen obligaciones fijas que deben cumplir de manera imperativa e incondicional, aun bajo circunstancias cambiantes, y aun si exigieran total altruismo por parte de cada uno de ellos – no se denomina amor.
Si cada uno de los integrantes se puede “bajar del barco” cuando el mar está muy picado, este vínculo no es más que una simple suma del sentimiento de egoísmo instintivo de dos personas que casualmente coinciden. Hace falta, nada más, que este sentimiento o encanto se desvanezca, para que la relación se termine.
Los rabinos de las sinagogas, habitualmente ofrecen cursos para ambos novios que se acercan para contraer matrimonio en sus comunidades. Estos cursos están combinados por las leyes rituales que deben saber los novios y que se aplican en su mayoría después de haber contraído enlace, y – no menos importante – por una serie de conversaciones tendientes a concientizar sobre la importancia de la buena convivencia y el modo en que se la obtiene.
Es verdad que todas las charlas a esta altura son más teóricas que prácticas, dado que se habla de situaciones de vida que aún no se presentaron. No obstante, permiten ver su vida futura con más realismo y cordura del que se prestaron hasta el momento.
Lo ideal – obviamente – es que aun después de casados, mantengan el vínculo de confianza con el rabino o con la persona que los asesoró anteriormente, para evacuar las dudas que se puedan ir presentando. Si bien toda esta preparación no garantiza la paz absoluta en el futuro, es un buen primer paso en el sentido correcto. No debemos escatimar esfuerzos en tratar de evitar la progresiva ruptura de hogares, que representa uno de los mayores peligros para nuestra nación.
Si, como lamentablemente ocurre con frecuencia, el ejercicio de “probar vivir en pareja” se repite, la consecuencia es que con cada nueva relación la confianza en que ese noviazgo pueda plasmarse en un matrimonio estable y definitivo para toda la vida, disminuye. La razón para este fenómeno radica en que los seres humanos – comúnmente – no queremos exponernos a sufrir. Por lo tanto, si las convivencias íntimas anteriores terminaron en el dolor y duelo por una separación, uno ya no vuelve a comprometer sus sentimientos y exponerse a una nueva aflicción.
Ud. puede preguntarse, pues, ¿dónde se debe aprender a “conocer el encanto y las dificultades de la cruda convivencia cotidiana”?
La respuesta es que debiera instruirse mucho antes, en la casa de cada uno de los contrayentes en el respectivo hogar de su niñez. Es responsabilidad de los padres educar a sus hijos para vivir cotidianamente con sus hermanos, a compartir el tiempo y la atención de los padres y el espacio disponible en cada una de las dependencias del hogar, el uso del teléfono, los baños, etc.
La comunidad, por otra parte, permite y motiva al individuo a desarrollar gestos de generosidad hacia terceros y esto redunda en transformarlo en una persona más abierta a compartir y convivir, que es uno de los factores decisivos en la futura pareja.
Con esto no querremos minimizar la dificultad de la enseñanza en este sentido. Un mundo exitista, materialista, consumista y egoísta como el actual, no favorece esta educación, y quien insiste en este tan preciado ideal, deberá ser consciente de que rema en contra de la corriente.
Por último, se menciona en la misma cita, que “cada año oficio unas 50 bodas, y ahora no existe pareja que no conviva 2 o 3 años antes de decidir casarse”.
Bueno. No sé si estas palabras están presentadas a título de justificación. Es decir, que la teoría de que como “ya que todos lo hacen”, se debe legalizar. Nuestra verdadera tradición judía, nos enseña que la Torá no se eligió por apoyo público, sino por la aceptación total y categórica de las leyes de D”s. Aun si todos los judíos desobedeciéramos alguna ley – D”s libre – esta Ley jamás cambiaría.
La Torá nos cuenta que desde un comienzo D”s creó la pareja de Adam y Javá con capacidad plena de amarse genuinamente. En la generación de Lemej, descendiente de Caín, este verdadero amor, se desvaneció. Tomó a dos mujeres para que una se dedicara a tener hijos, criarlos y al servicio doméstico, y la otra para satisfacer los deseos pasionales del marido (Rash”í). Esto fue el preludio del diluvio. Cuando las actitudes no se corrigen, solo tienden a desmejorar: “Y tomaron mujeres de todo lo que elegían”: “Aun una mujer casada, (luego se juntaban) aun (con) un varón, y (luego) aun (con) un animal…” (Rash”í)
Para que no quede lugar a interpretaciones incorrectas, vuelvo a lo que es la sabiduría milenaria: La mayor declaración de amor posible, es bajo la Jupá: “He aquí eres consagrada para mí, mediante este anillo, tal como es la ley de Moshé e Israel…”
No es fácil encarar públicamente lo que pasamos a barajar, para quienes vivimos y fuimos criados en un mundo en donde la Torá – tal como la transmitieron nuestros padres y abuelos – es la única opción válida y auténtica de vida, y en donde ciertos aspectos nocivos de lo que para la sociedad es cuestión cotidiana, son meramente situaciones teóricas, hipotéticas y ajenas a nuestra realidad.Una y otra vez se escuchan debates en foros legislativos acerca del “derecho” que tienen las personas que deciden formar parejas con otras del mismo sexo.
En muchos sitios del mundo se escucha de luchas en defensa de la igualdad de la que deben ser beneficiarios quienes siguen ese estilo de vida – y estas manifestaciones se amparan en una prensa que tilda de discriminatorio cualquier acto o declaración que cuestione la opción de cada individuo de tener su vida privada como desee, en este y en otros asuntos.
En el vacío moral que caracteriza a los medios y en la anarquía ética que ellos proponen e imponen en la gente, la mera vacilación de algunos – respaldada por convicciones de decencia – ante tales flagelos, se expone de inmediato rotulándosele como intolerante, fanática y retrógrada.Si, a pesar de todo encaré esta tarea, ello se debe a la múltiple mala “información” (y por ende: malformación) a la que está expuesta el público, y que amerita una correcta elucidación.
¿Es la homosexualidad una “opción de forma de vida”, o es – quizás – un trastorno psicológico?
¿Qué papel debemos tomar en la formación de los jóvenes al respecto – dentro de un ambiente tan abiertamente permisivo que respiran, y en su actitud frente a personas que viven manifiestamente esta clase de vida?
¿Debemos – y en caso afirmativo, cómo podemos – asistir a personas que desean retornar a vivir una vida como la Torá manda?La Torá es extremadamente cuidadosa en cada letra que la compone y al tratar ciertos asuntos, utiliza eufemismos que nos enseñan a cuidar el modo de hablar respecto a aquellos ítems.
Aun cuando el Talmud es muy franco y natural al hablar en detalle sobre cualquier ley de la Torá – aun si eso involucra ser minucioso en ciertos puntos sensibles de la vida humana y en particular en lo que hace a la reproducción humana y a los órganos involucrados – esto no obsta al recato con el que se tratan estos temas.
En la mente limpia y transparente a la que deben aspirar quienes estudian la Torá – como recurso para verdaderamente entender la Voluntad de D”s, todos los comentarios y acotaciones burlonas y bromistas de las imaginaciones impúdicas e inmundas no tienen lugar alguno. Por lo tanto no tienen de qué enrojecerse al hablar explícitamente de estos temas.
Los Sabios se expresan de modo muy contundente en contra de quien se ríe, bromea o ironiza en temas íntimos de hombres y mujeres: “todos saben por qué la novia entra a la Jupá (para fundar un hogar junto a su marido, por lo tanto…), todo aquel que se expresa vulgarmente (Nivul Pé) respecto a estos temas, pierde los logros espirituales arduamente obtenidos y acrecentados en muchos años de esfuerzo moral” (Shabat 33.).
En frases escalofriantes, aquella misma cita del Talmud hace saber los atroces castigos de los que somos objeto los judíos por participar de esta terrible falta, y esto no se reduce a una intervención activa en los chistes, sino que abarca a “aquellos que escuchan y callan”… (esto incluye la insinuación o sugestión de ideas no muy infrecuente, mediante artificios verbales que se creen graciosos).
Las ciudad de Sdom (Sodoma) y las que estaban a su alrededor, como así también la generación que sufrió el diluvio, fueron todas pecadoras en varios órdenes – entre los cuales se encontraba la sodomía (que es el que le da el nombre a estas aberraciones).
Volviendo a nuestro tema:
No poseemos estadísticas de cuánta gente cayó en este flagelo en el pasado, ni nos cambiaría mucho saberlo (aunque en ciertos medios se suele inflar el número exponencialmente para dar la impresión que la homosexualidad fuera corriente y difundida, a fin de darle legitimidad a la conducta).
Las estadísticas – más allá de sus cifras y porcentajes – no justifican ni permiten acciones desatinadas, aun si pueden mover a los legisladores de un país a “legislar” leyes corruptas.
Es más: aun si todos los seres humanos nos pusiéramos de acuerdo en que algún acto sea aceptable – o no lo sea, si la Torá determinó que algo es Ley, esto jamás se modificará. Claramente esto es uno de los axiomas sobre los cuales se sustenta el judaísmo: La ley de la Torá es perfecta, por ser obra de D”s Mismo y por estar creada “a medida” para la necesidad moral del ser humano.
La Torá es muy clara respecto a la vida íntima que debe llevar cada persona.
Al margen de cómo debe concebirse el vínculo matrimonial, la formalidad y la seriedad que requiere el establecimiento de una pareja para casarse (lo cual excluye rotundamente la “vida en pareja” espontánea y sin casamiento), la Torá asienta la nómina de “Araiot” – mujeres con quienes contraer matrimonio es una imposibilidad. En el contexto de las Araiot, la Torá menciona que no existe relación de pareja posible entre dos hombres (Vaikrá 18:22, y nuevamente en Vaikrá 20:13).
Pues entonces – no “todo vale”. No existe legítimamente tal “preferencia sexual”.
Sin embargo, la forma de vida del hombre moderno, permitió expandir esta conducta a la vez que la avaló como “opción válida”. Es muy posible que una persona creyente y practicante se cruce con gente que ha caído en esta inclinación.
¿Qué se hace en tal circunstancia?
Más allá de los mitos o realidades relacionados a probables enfermedades que resultan de una vida promiscua (que suele acompañar esta aberración), entendamos en primer lugar que debemos situar mentalmente en términos de personas que pecan por ignorancia.
Casi seguro, el individuo involucrado no ha recibido – como tantos más – una educación moral acorde a la Torá.
Por lo tanto, si bien obviamente no avalamos su conducta, sentimos profunda pena por él, por haber sido arrastrado desde pequeño en un camino contrario a la ley. Esto sería similar a quien por desconocimiento viola el Shabat, miente o roba.
Sin embargo, hay particularidades adicionales a considerar – que seguramente tampoco son exclusiva responsabilidad del individuo en cuestión – y que hace a que ciertas personas tengan mayor tendencia a caer en esta infracción.
Como veremos más adelante, los expertos en la materia relacionan conductas anómalas como esta, al trato que ha recibido la persona en su niñez (lo cual, sin embargo, no lo exime de esforzarse por superar su debilidad).
¿Pues entonces? ¿es posible ayudar?
La respuesta es afirmativa. En la práctica, debemos intentar asistir a las personas que sufren de obstáculos éticos, al igual que tratamos de ayudar a personas con dificultades materiales.
En una muy breve, pero tanto más lúcida carta, el Rav Shmuel Kamenetzky shlit”a se refiere a esta cuestión.
“Estimada Sra:
Me duele enormemente verme en la necesidad de escribir sobre este tema, que desafortunadamente desorienta a mucha gente.
Todo aquello que la Torá prohíbe, el ser humano tiene la posibilidad de controlar.
En muchas ocasiones es necesaria asistencia profesional suplementaria – tal como psicólogos, psiquiatras y autoridades rabínicas para manejar estas distorsiones.
Decir que la constitución genética de la persona le impide dominar estas torceduras, es decididamente errado.
Estoy informado que existe la organización “Jonah”, que asiste a nuestros hijos e hijas, hermanos y hermanas orientándolos hacia el lugar adecuado para recibir ayuda.
Si puedo serle útil, por favor llámeme.”
Firma
En otras palabras: el individuo debe realizar el máximo esfuerzo por sobreponerse a este mal, aun si hubiese una inclinación “natural” en ese sentido – y los terceros debemos ayudar.
Entendamos que esta lucha interna no es fácil.
Quienes se hallan en esta clase de vida, habitualmente ya han sufrido un “lavado de cerebro”, que pasa principalmente por la racionalización necesaria para justificar algo que no es natural (D”s ha inspirado en los hombres y mujeres una atracción mutua para formar matrimonios que den lugar a la creación de nuevas generaciones de hijos): “no en vano la creó, para habitarla la formó” (Ieshaiahu 45:18).
Al igual que en otras acciones erradas, recién una vez que el individuo haya aceptado que existe una salida a su condición y que con voluntad puede superar esa creencia de la que se ha vuelto preso, puede iniciar su proceso de Teshuvá para “volver a casa” – y a su naturaleza real.
En el sitio de www.jonahweb.org se narran numerosas historias personales, que revelan cómo muchas personas han podido superar sus tendencias anteriores para poder volver a una vida como la Torá quiere para nosotros.
De todos modos, y quizás para esclarecernos respecto a cómo hábitos de vida errados, pueden llevar a dificultar la vida de los hijos, es menester tomar en cuenta qué factores generan esta triste y destructiva patología en los hombres. Incluimos aquí algunos fragmentos de la historia personal de un tal “David” (quien afortunadamente pudo prevalecer sobre su tendencia, y hoy lleva adelante un hogar establecido acorde a la naturaleza con que D”s creó el mundo).
“Crecí en lo que los psicólogos llaman una ‘familia triádica’ – muy frecuente en hombres que necesitan luchar con su homosexualidad: un padre distante y humillante, una madre asfixiante – y en el medio un niño que carece de un modelo que lo conduzca hacia la hombría. Un niño, para quien la hombría se ha tornado en algo peligroso, amenazante y lejano. Un niño que crece creyéndose diferente a los demás niños y hombres, y, sin embargo desea conectarse con ellos y con su propia masculinidad…
“…yo había crecido con una sensación distorsionada de mi mismo, como si fuera menos que hombre”.
“… en las experiencias vividas finalmente me sentí querido y aceptado por los hombres, si bien estos vínculos constituían solamente un sustituto transitorio a una auto-imagen varonil honesta…
“… se siente maravilloso al pasar de creerse inferior a hombre, para sentir que uno es algo totalmente distinto…
Historias de personas como David, que se sintieron descontentos en su atracción hacia los de su propio género, no creyeron que sus sentimientos fuesen innatos y tuvieron la osadía de intentar ser las personas que D”s pretende que sean.
Es triste que incluso entre los “líderes religiosos” de quienes se auto-denominan representantes de ciertas así llamadas “corrientes” del judaísmo, se avale indirectamente la práctica de la “preferencia íntima”, aun cuando la Torá lo prohíba explícitamente (por no haber estudiado ni lo más elemental, o – peor – por a sabiendas incitar a transgredir). Quizás esto sea el resultado de alguna presión social, pues evidentemente “queda mal” contrariar lo que la sociedad “progresista” cree… (dejando, pues, de ser guías, para convertirse en guiados).
La Torá nos transmite lo que es la Voluntad de D”s, y el modo en el que Él determinó que debamos vivir los seres humanos – pues Él fue Quien nos creó.
“Propuestas” de vida habrá siempre. Incluso, para algunos será más difícil obedecer cierto precepto que para otros.
La Torá, sin embargo y como ya lo expresamos, no mutará por lo que prefieran las personas. Y quienes se mantengas junto a la Ley, contarán con la Asistencia de Quien nos dio la vida y sus desafíos: “Quien busca la Pureza, es asistido por el Cielo” (Iomá 38:).
1º acto
“Pascal está inaguantable, me hace la vida imposible…” – decía Gabina con cara de evidente aflicción, mientras bebía café en compañía de sus amigas.
“¿Y qué quieres que te cuente de Paulo, que se la pasa peleando con Farnacio, y entre los dos nos vuelven locos las 24 horas del día?” – interrumpe Faustina.
Macarena no quería “ser menos” en este repertorio de confesiones y martirios de sus compañeras: “¿Y Uds. creen que con Sileno es más fácil? ¡Se nos hace “cuesta arriba” con sus permanentes fastidios, rabietas y berrinches…! Así, y todo, nos ‘la bancamos piolas’.”2º acto
Gabina a la maestra: “No sé cómo puede Ud. acusar a Pascal, si Ud. apenas lo conoce…. Mi hijo no me miente.”
Faustina: “A mi hijo lo agreden los compañeros, él tiene que defenderse”.
Macarena a la suegra: “…porque cuando Sileno vuelve de visitarla a Ud., siempre está fastidioso…”.¿Contradicción? ¿paradoja? ¿absurdo?
Muy posible, pero tratándose de parientes, y con el prejuicio de que los padres se sientan personalmente “tocados” por todo lo que se diga acerca de sus hijos (¿acaso no se está evaluando su idoneidad como papás?) es posible – y hasta muy común – esta distorsión. “Entre amigas”, en una conversación informal, nos vestimos con el manto sagrado de ser víctimas (¡de nuestros hijos!), y ante la autoridad agresora de la docente, cumplimos el rol – no menos venerable y, a su vez, mal empleado – de guardián de esos mismos hijos.Si queremos, se podrá encuadrar estas dicotomías en la generalidad de cuando se actúa según los dictámenes del intelecto – o solamente acorde a la espontaneidad de los sentimientos. O – si deseamos – depende si educamos por la Mitzvá de educar o por el instinto de auto-preservación que se extiende sobre nuestros hijos.Pero: los años pasan y las cosas quedan. Lo que no se resolvió en la niñez, se debe luego cargar en la vida de adulto.
(Antes de seguir adelante, debemos aclarar que estas conversaciones y comentarios “entre amigas” están prohibidos por Halajá. La Torá no autoriza hablar sobre sus hijos a terceros, y rigen las mismas leyes de Lashón haRá como si se tratara de cualquier otra persona. Las siguientes revelaciones simuladas – pero muy comunes – también están prohibidas por la misma ley).
“¡No puedo creer lo infeliz que se tornó la vida de Gilberto! Era un muchacho feliz, no le faltaba nada – y desde que se juntó con Belinda, su vida se convirtió en un infierno” – dice Brigitte (la mamá).
“Mi Claudina, era una muchacha emprendedora y seguía una carrera maravillosa, y desde que se casó con Pedro, se la ve apocada, abatida, cansada… Para mi, tiene que ver con el carácter intolerante de él que la denigra y lastima.”
¿Serán los mismos niños que ayer “les dieron trabajo” a sus padres causando todas esas quejas – quienes luego son las “víctimas” de sus cónyuges?
¿Es coherente pensar que todas esas actitudes que percibimos como irascibles cuando los niños son aún niños, sean aquellas que luego tornarán difíciles la relación con sus esposos/as?
Ciertamente, aquellos pequeños que hoy viven bajo la tutela de papá y mamá, continuarán la conducta que adquirieron y sedimentaron desde que son infantes, a su futuro matrimonio.
También es verdad que se espera que al crecer se refine su modo de actuar y que maduren de esos arrebatos que tenían cuando eran chiquillos. Ya no se tirarán al suelo cuando quieren que les den las golosinas que se les niega, ni tampoco arrojarán al piso la comida que no quieren comer. Asimismo, no correrán distraídos a la calle en medio de los vehículos que marchan a gran velocidad, ni escribirán en las paredes.
Pero: más allá de educar a los hijos a fin de que tengan una carrera que les permita sostenerse y alimentarse adecuadamente cuando sean adultos: ¿los formamos también para ser buenos maridos y esposas, papás y mamás?
Estos hijos que “hacen la vida imposible”, “inaguantables”, “nos vuelven locos”, tienen una dependencia legal, sentimental y económica con sus progenitores. Por lo tanto, no se divorciarán (por ahora) de ellos, ni de sus hermanos (con quienes se pelean). Sin embargo, cualquier padre sensible y racional, quisiera que el día en que su hijo/a contraiga enlace, sea con la persona adecuada para él/ella y que pueda llevar una vida feliz.
Por lo tanto, la cuestión obvia sería: ¿qué se debe o puede hacer ahora – cuando aún son pequeños – para que cuando llegue el momento, no solo tengan una buena carrera y sepan elegir a la persona correcta, sino que puedan crear un hogar de armonía?
Shaul y Milka estaban sentados en la oficina del Rav Shimshon que los iba a casar. Habían fijado la fecha de su boda para dentro de cinco meses. “¿Cuándo sería el momento adecuado para tomar clases de preparación para el casamiento?” – era su pregunta.
Rav Shimshon los miró y respondió ponderadamente: “Si no han comenzado ya, pues estamos corriendo contra el reloj…”.
Los novios se miraron.
Estaban seguros que estaban siendo más que cautos tomándose estos meses de anticipación para acomodarse con tiempo a sus necesidades de aprendizaje previo a la boda. Sus rostros manifestaban ansiedad ante la inesperada respuesta del Rav.
Pero éste rápidamente los tranquilizó: “Conozco a las familias en las que Uds. han crecido, y estoy seguro que vuestros padres han comenzado la tarea de formarlos para el matrimonio apenas nacieron. Lo que puede faltar es el estudio para tomar estos elementos que ya han aprendido en sus hogares y aplicarlo a la vida conyugal, aparte de las leyes relevantes en las que deben instruirse”.
Tal como Rav Shimshon explicó a los novios, la educación para la vida matrimonial se aborda cuando los niños nacen. En las palabras de Rav Sh.R. Hirsch sz”l, “educar a un hijo es formar a un futuro padre”.
Por supuesto, gran parte de los principios que enumeremos no son solamente específicos para el matrimonio. Y, tal como con el resto de las enseñanzas que los progenitores transmiten a los hijos, lo que más influye es el ejemplo de los propios padres. Los sermones no tienen el mismo efecto, y de ser contrarios a lo que presencian los niños, hasta pueden ser perjudiciales.
Comenzando por las cualidades humanas, la modestia y la sencillez son las que encabezan la lista, pues hacen posible una convivencia tranquila con otros – especialmente en un mundo tan competitivo como el actual.
La tolerancia, la aceptación y el respeto hacia los que se ven distintos a uno, el aprecio a los que están en otro nivel espiritual y material, permiten la frecuentemente delicada aclimatación a las familias de los cónyuges – y también evita muchas de las polémicas y resentimientos paredes adentro.
Obviamente, también el respeto sano hacia los propios progenitores, facilitan el apego de los cónyuges a sus papás, sin que esto se convierta en motivo de celos dentro de la pareja.
La solidaridad con el semejante, la generosidad, el corazón abierto (en palabra y en lo material) hacia terceros, y la austeridad en la satisfacción de las necesidades materiales propias (también el cuidado de los recursos), evitan muchas de las rencillas habituales en una sociedad que pone tanta importancia en los aspectos económicos cotidianos.
La serenidad mental, el saber canalizar las frustraciones y la moderación en momentos de crisis, el trato amable con los congéneres, la valoración del esfuerzo y la gratitud que otros intentan brindar, aun cuando no place o no se ve reflejado el logro y los resultados esperados – se constituyen en el principal antídoto, para el stress que exacerba el estado de humor negativo en momentos difíciles – ni qué hablar de la alegría de vivir, la satisfacción al cumplir los preceptos y el deleite por la felicidad ajena.
La honestidad, la responsabilidad, saber mantener la palabra empeñada, el ejercicio de confiar equilibradamente en la gente que nos rodea y un orden de prioridades claro y coherente en las opiniones, permiten proyectar una estabilidad y una confianza imprescindibles en la vida en sociedad.
La Torá nos enseña que el patriarca Ia’acov llegó a Jarán por indicación de su padre para tomar a una prima como esposa (Bereshit 28:2). Después de estar en la casa de su tío durante un mes (trabajando gratuitamente), éste le preguntó cuál sería su remuneración. A esta pregunta, Ia’acov respondió que trabajaría siete años para poder casarse con Rajel, la hija menor.
El tío Laván consintió de inmediato ante tan magnánima propuesta y Ia’acov comenzó su tarea. A pesar de ser muchos años y amar a Rajel, el extenso lapso transcurrió como si se tratara (textualmente) de “pocos días” (Bereshit 29:20).
Una vez concluido el período pactado, Ia’acov reclamó que se le diera su ansiada esposa de inmediato (Bereshit 29:21).
Este relato es difícil de entender.
Rash”í, que cita las fuentes talmúdicas, explica que Ia’acov tenía 63 años al abandonar la casa paterna – una edad más que madura para contraer enlace. Aun así, se demoró 14 años adicionales estudiando en la Ieshivá de (su antepasado) Ever, y recién entonces fue a la casa del tío. A esa altura, es nuevamente él quien propone siete años de trabajo.
¿Por qué la dilación adicional?
Y – si amaba a Rajel, tal como reza el testimonio de la Torá (Bereshit 29:18) – ¿cómo es que “esos años se le pasaron como pocos días”? ¿no debía suceder justamente lo opuesto?
Por último: si él mismo provocó la postergación de su matrimonio – ¿por qué al acabar la etapa de trabajo estuvo repentinamente tan apurado en casarse (a tal punto que exige por su esposa de manera “desvergonzada”? ¿temía que “no se le pague”? ¿de pronto estuvo “tan enamorado” que no puede esperar un día más?
Rav Aharón Kotler sz”l echa luz a esta situación: la tamaña responsabilidad que incumbía a Ia’acov en construir el futuro pueblo de Israel criando a doce justos e íntegros hijos, futuros padres de sendas tribus, no era cosa sencilla. Sus descendientes deberían tener la fortaleza interna para aceptar incondicionalmente la Torá y para sobrellevar exilios penosos y crueles.
Su preparación personal – más allá de la insuperable formación que ya había recibido de sus excelsos padres – requería una profunda y minuciosa dedicación.
Aun después de haberse consagrado al estudio junto a Ever, Ia’acov sabía que todavía le faltaba auto-perfeccionamiento. Entendía que solo podría brindar a sus hijos aquellos valores espirituales y morales que habría previamente adquirido para sí mismo (somos nosotros quienes arrogantemente nos sentimos más que aptos para todo, sin necesidad de estudio e ilustración…).
Es por eso que ofreció aquellos siete años suplementarios. Mientras estaba llevando a cabo los preparativos necesarios, compenetrado en su misión espiritual que incluía el estudio y el destierro (cuidado del ganado de Laván), “el tiempo volaba”.
Una vez que lo suyo ya estaba hecho, no había motivo para demorar ni un instante más: “Dame a mi esposa” – dijo a Laván. Comenzaba entonces su próxima misión: poner en práctica los años de instrucción.
Una persona decidió construir una casa nueva. A diferencia de lo que harían otros, no contrató a un arquitecto que le hiciera la obra, sino que él mismo se asesoró y llevó a cabo todo el trabajo personalmente, hasta el más pequeño detalle. Todos los días, al salir del trabajo, cargaba su camioneta con materiales y se dirigía a la construcción y trabajaba así hasta que oscurecía. La obra le demoró siete años, y entonces se pudo mudar a su nuevo domicilio.
¿Mucho tiempo?
No para él. Mientras estaba dedicado y comprendiendo la necesidad de cada paso que realizaba, al trabajo no lo veía como tedioso.
Sí: Efectivamente es tarea de los padres preparar a sus hijos en el máximo de áreas de la vida, y no menos trascendente es hacerlo en temas de convivencia. Es menester conocer objetivamente a los hijos.
No es saludable quedarse con la imagen de los hijos ideales que uno creería que debían haber sido, no defender lo que no está bien, no afligirse por la inversión de esfuerzos y atención que los hijos provocan, sino intentar entenderlos, acompañarlos, asesorarlos y apoyarlos para que lleguen a esta meta.
“Shetizkú leGadló laTorá velaJupá uleMaasim Tovim” – felicitaban y deseaban los participados a los padres del recién nacido, después del Brit Milá. Otros – en español – congratulaban: “Que lo vean novio”.
¿Novio? ¿no falta mucho para eso? ¡pero si el Mohel recién se acaba de ir!
Efectivamente, pareciera faltar mucho tiempo aún. Pero no tanto tiempo. La duración que hay entre el nacimiento y la emancipación de los hijos para armar su propio hogar, es exactamente el que determinó el Todopoderoso para que dediquemos a su formación en aras del hogar propio.
Ni un día de menos – y ni un día de más…
¡No sé si este es el momento más adecuado para recibir y leer cartas!
Estoy seguro de que están muy ocupados con tantas obligaciones que hay antes de casarse.
Modista, tocado, pelucas, maquillaje, fotógrafo, video, el disc jockey, la música, elección de la sinagoga, del salón, imprenta de las participaciones, hacer llegar la participación a cada uno personalmente, confirmación de los asistentes, el civil, los trámites previos, elección de testigos, “lista de casamiento”, menú del casamiento, flores, souvenirs, rabinato, las clases de novios y novias, despedidas, té de lluvia, animación, fotos viejas para el video de la fiesta, recepción de los huéspedes del exterior, viajes, etc.
Y sí: ¿adónde vamos a vivir?
La elección del barrio y la comunidad en donde vivir, el departamento, los arreglos, los muebles, casherizar la cocina, etc.Las decisiones no se pueden tomar solas. Opinan – (¿hasta donde se les permite?) – los dos novios, los cuatro padres y todo aquel que (convocado, o no) aconseje (esperemos) con buena voluntad e intención… (y está seguro que debe intervenir y ser escuchado).
Y claro: esto no quita a que Uds. sigan con las obligaciones “comunes” como el resto de los mortales, tales como asistir puntualmente al trabajo, estudios, etc.¡Y bueno!, cada uno quiere que su evento sea “perfecto”, o sea: que al día siguiente y para el resto de la historia, quede en el recuerdo de los participantes y quien se acerque pueda comentar “tu fiesta estuvo realmente espectacular…”.Mi temor es que en todos estos preparativos nos olvidemos de ocuparnos de un punto.
La esencia de contraer enlace y formar una familia, y, por ende, el orden de las prioridades de los elementos que conducen a concretar aquella aspiración.Analicemos pues, el primer casamiento de la historia: les participamos la boda de Adam y Javá.
“Cierto” – dirá Ud. – “aun si se casaron – ¡¿de qué fiesta estamos hablando si no tenían a quién invitar?! – ¿Quién dijo – acaso – que tuvieron una fiesta?”
El Midrash (Rabá 18:2) señala que los primeros seres humanos tuvieron los preparativos para su boda.
Claro que serían un poco distintos a los nuestros…
¿Quién se encargó de todo?
El Único que estaba, además, presente: D”s mismo.
Pero… ¿D”s tiene –acaso – una “Agencia integral de organización de bodas maravillosas y banquetes” – para que “todo sea perfecto, y los imprevistos o una mala organización no estropeen tus sueños e ilusiones” – pues “tu vida merece todas las atenciones para que sea sencillamente perfecto para tí y tus invitados”?
Pues, supongo que todo esto no es parte de un casamiento de acuerdo a Su Voluntad…
“‘Y la trajo (D”s a Javá) a Adam’ (Bereshit 2:22). Dice Rav Jama bar Janiná: ‘¡¿Quizás, acaso, la trajo de un escondite de detrás de un árbol?!’ – (obviamente no) sino, la engalanó con 24 atavíos distintos antes de traérsela” – para volverla más apreciada por él.
Los adornos y las alhajas que D”s obsequió a Javá no estaban compradas en una joyería de París, ni eran siquiera “de marca”.
En todo caso, las joyas que tornaron valorada y amada a Javá fueron los atributos femeninos que solamente una persona perfectamente sabia como Adam podría interpretar y calificar en su total dimensión, pues entendía cómo lo complementaban a la perfección en sus características espirituales y morales.
Es decir: D”s se preocupó para que Javá sea estimada y querida por su marido.
El Talmud (Brajot 61.) sigue ilustrando sobre esto y dice que D”s fue el “Shushvinin” (gestor y acompañante) de los “novios”, y que de aquí se desprende “que una persona no sienta que está por debajo de su honor y dignidad ocuparse de novios de menor jerarquía que la propia” (del mismo modo en que D”s Se “ocupó” de atender a Adam y a Javá).
Una cosa está más que clara:
El casamiento y la fiesta son para los novios.
El objetivo principal es cortejar a los flamantes cónyuges, para que se aprecien mutuamente y estén preparados para el enorme desafío que asumen al erigir un hogar. Esto significa que el enfoque y la atención están en el apoyo a los valores puntualmente espirituales de los contrayentes.
No es una “velada inolvidable” para los invitados. El hecho de que los padres estén cubriendo los gastos monetarios de la boda, no significa que puedan entorpecer el comienzo de una vida armoniosa para sus hijos. Las prioridades deben estar bien establecidas y fijadas.
Entendamos que es preferible una pequeña y simple fiesta en armonía, paz, alegría sana y concordia entre las partes, que una serie de negociaciones y pulseadas entre familiares por el acatamiento de los antojos y caprichos intrascendentes de alguno de ellos.
Pero la influencia del entorno se hace sentir muy frecuentemente y de la peor manera. Más allá de lo que los novios aspiran para su vida, incursionan en las discusiones preliminares las presiones familiares y cuestiones inconsecuentes de “status” (“cómo va a quedar ante la gente si haces eso”, “qué van a decir mis amigos”).
Cuántas veces, cuando escucho la banalidad de las controversias que hacen hincapié en cuestiones triviales, con los protagonistas hablando de ellas como si fueran significativas, pienso para mis adentros: ¿No se darán cuenta cuánto tienen para agradecer por el hecho de poder llevar un hijo a la Jupá – que de repente tienen que concentrarse en estas nimiedades?
¿Tienen conciencia de cuántos factores podían no haberse dado tal como fueron? ¿No están satisfechos con el hecho de que su hijo/a haya encontrado a la persona adecuada para realizarse en la vida?
Mis padres se casaron en 1944 en Suiza, siendo ambos refugiados de guerra.
Mi padre trabajaba en un “Campo de trabajo” (forzado) de los suizos, establecido especialmente para judíos que se hallaban en el país en aquellas condiciones. Sus padres estaban en la entonces Palestina.
La comida del país estaba racionada (se necesitaban estampillas – vales – para adquirir alimentos).
La “boda” se realizó en el comedor de unos amigos.
La única foto del magno evento se la sacaron en la casa de un fotógrafo.
Luego, fueron a vivir en una habitación de un altillo con lo mínimo.
Allí nacieron mis dos hermanos mayores. Con el tiempo fue aumentando la familia y criaron y educaron a sus seis hijos con los principios que a ellos los caracterizaron.
Ud. tal vez opine que bajo las circunstancias que reinaban en aquel momento era lo único posible.
Es correcto.
No obstante, lo que quiero marcar con este relato tan personal es que hay cuestiones imprescindibles e inviolables que no están en absoluto relacionadas con todo el “show” que se trata de crear insistentemente. Son las que asientan las normas esenciales de la vida.
¿Qué cambia – acaso – en el camino de nuestra existencia si una boda se lleva a cabo un domingo (correcto), u otro día de la semana (¡D”s libre! – “queda re-mal”…)?
¿Alguna familia está mejor establecida porque la boda de los padres gozaron de una fiesta de 6 horas, en lugar de 3 horas?
¡¿Qué tiene que ver el menú del banquete con la felicidad, la consolidación de la pareja, y la fraternidad futura en el nuevo hogar?!
Quizás se pueda sugerir a todos los que opinan, que hagan su lista sencilla y honesta de cuáles son las prioridades de vida y qué componentes hacen a la paz en el hogar…
No olvidemos: D”s priorizó por sobre todo, que Javá sea amada y respetada por Adam al reconocer sus cualidades inherentes. El vestido de la novia no está diseñado para que se aprecie sus particularidades corporales.
También la vestimenta femenina que la gente cree “apropiada” para ir a una fiesta suele ser repulsiva y no suma a la virtud del evento, ni aporta paz o equilibrio a quienes las visten, ni a su vida conyugal. (¿Vamos a un casamiento para alegrar a los novios – o para “mostrarnos”?)
No debemos dejar de mencionar que la expresión bajo la que se conoce la boda en hebreo, es Kidushín. Y este término proviene de la palabra Kedushá, que significa santidad.
La vida puede y debe ser santa. La promiscuidad, la mezcolanza y el libertinaje son las antípodas de un casamiento judío.
Esto excluye claramente las “despedidas de solteros” (y todas las imitaciones “obligatorias” que se inventa para “religiosos”). La mera noción de lo que se celebra en estos jolgorios es exactamente opuesto a lo que se debe estar festejando en la constitución de un hogar judío.
Asimismo: un “carnaval carioca” no tiene lugar en una boda judía. Es una frívola simulación de lo que hacen otros, que para darle un “toque judío”, se lo acompaña con música foránea pero con palabras hebreas.
En las bendiciones que se recitan bajo la Jupá, rogamos al Todopoderoso que “alegre a los integrantes queridos (de esta nueva pareja), tal como lo hizo a Sus creados (Adam y Javá) en el Jardín del Edén” (donde les deleitó con los frutos de los árboles más exquisitos).
O sea: entendemos y pedimos que D”s desee compartir la boda de cada lozano marido y esposa, brindándoles todo lo mejor – al igual que a la primera pareja.
La Torá enseña que cuando la pareja contrae enlace, “se les perdonan todos sus pecados” (Bereshit 36:3, Rash”í)
¿Por qué ha de ser así?
Rav Jaim Shmuelevitz sz”l atribuía esta concesión Di-vina a la ciclópea responsabilidad que asumen los esposos.
Comienzan su nueva trayectoria en conjunto, sin tener pasivos espirituales en su legajo.
¡¿Quién, acaso, quisiera manchar tan diáfana situación con tintes ordinarios y licenciosos?!
Estoy más que seguro que los padres aman a sus hijos.
¿Por qué debemos presenciar situaciones incómodas como las que hemos descripto?:
Por la triste realidad asimilada en la que existimos.
Pocos padres toman conciencia de que los sinsabores que se crean a partir de controversias entre las familias de los novios – previas al casamiento – pueden convertirse en una deuda que luego deben levantar los novios (que – supuestamente – son aquellos para quienes se está haciendo el esfuerzo).
En este sentido, es imprescindible saber distinguir entre lo que realmente beneficia a la pareja, y lo que son ambiciones personales o familiares de poca o nula ventaja para el futuro hogar.
No está siempre en manos de los maestros y rabinos la posibilidad de intervenir, pues las presiones y tensiones creadas por terceros lo hacen dificultoso. Sin embargo, aun si les toca asistir y participar en estas situaciones, esto no responde como consentimiento de lo que sucede, sino que es un apoyo a quienes luchan para mejorar su vida espiritual (y que pueden estar limitados por factores ajenos a su voluntad).
Solo nos resta rezar por el fortalecimiento espiritual de nuestro pueblo y por cada pareja y familia en particular.
Me contestó que al terminar la escuela secundaria, quería cursar una carrera, encontrar trabajo, luego de lo cual buscaría una pareja con “la cual se sintiera cómoda” y con quien podría llegar a casarse.
Cuando le pregunté por qué se casaría, pensó y contestó: “porque todos lo hacen”.Bueno, ¡no diría que me sorprendí!
Son muchas las personas que no se cuestionan acerca de por qué se casan.
Saben efectivamente que se aman y que quieren formar una familia, pero no se preguntan por qué es necesario formalizar el vínculo entre ellos mediante una alianza (una Jupá).
Es más, son a su vez muchos los que no ven necesidad alguna en establecer legalmente una pareja fija, siendo que la sociedad y la legalidad nacional aceptan hoy a los que viven juntos como un hecho natural moralmente aceptable.No obstante, volviendo a lo que decíamos antes, si una persona no tiene en claro porqué se debe casar desde un principio, pues tampoco tendrá impedimento en disolver el matrimonio que la unió a otra persona sin una razón importante, porque en este caso también podrá afirmar que “todos lo hacen”, y al afirmarlo, no estaría tan lejos de la realidad (en los países “civilizados”).Al mismo tiempo, la elección de la pareja no parece tener criterios claros.
En la mayoría de los casos, la gente se casa “porque se ama” creyendo (o declarando) que ese amor los mantendrá unidos por el resto de sus vidas, cuando en realidad no necesitan mirar muy lejos para ver que ese argumento no se sostiene en casi ninguna pareja.
Si desean ser aun más sinceros, verán que muchos de quienes dijeron amarse profundamente en algún momento de su vida, terminan odiándose con aquella misma pasión que se reserva únicamente para ex-esposos y se cometen mutuamente más daño que sus peores enemigos.
Dado que las cosas son así, y más allá del hecho que la Torá (Dvarim 24:1) permita el divorcio en ciertas circunstancias en las cuales no queda otro recurso, sería importante tomar conciencia de qué es lo que significa el matrimonio y, porqué la Torá insiste tanto al respecto.
Parshat Jaié Sará trata los temas del fallecimiento de Sará, la matriarca, de la búsqueda de una esposa adecuada para su hijo Itzjak y del posterior enlace entre Itzjak con Rivká. (Bereshit Cap. 23, 24)
A muchos nos puede parecer extraño que Itzjak no pudiera buscar novia por su propia cuenta.
Los Sabios (MIdrash Bereshit Rabá 64:3) nos explican que Itzjak no debía abandonar la tierra de Israel por ciertas razones espirituales, mientras que, por otro lado, las mujeres locales, que habitaban en Cna’an (el nombre previo de Israel) no eran aptas para Itzjak.
Siendo esta la situación, Avraham encargó a su sirviente pidiéndole que vaya a Aram a buscar una muchacha que tuviera las características adecuadas.
Pero… ¿cuáles características?
El sirviente viajó hasta Aram.
Cuando llegó definió su estrategia de la siguiente manera: después de dirigirse al aljibe de la ciudad, le pediría a una doncella que le sirva agua. Si ésta respondiera que le serviría no solamente a él, sino incluso a los diez camellos que lo acompañaban (y los camellos toman mucho agua cuando tienen sed), entonces sabría que aquella era la muchacha adecuada.
¿Cómo sabía el sirviente que, por el hecho de servir agua, se trataba de “la prometida” de Itzjak?
Muchos Sabios coinciden en entender aquí que el sirviente de Avraham buscó una muchacha que tuviera las cualidades de generosidad y abnegación que caracterizaban a la casa de Avraham. Todos los otros rasgos, aparecen y desaparecen con el tiempo. La generosidad es una cualidad rara de encontrar y, aun más, difícil de incorporar cuando no se aprendió y se adiestró desde la niñez.
Cuando uno sigue la lectura de la Parshá, se encuentra con que “Itzjak trajo a Rivká a la tienda de Sará su madre, se casó con ella y la amó…”. (Bereshit 24:67)
Así que lo de Itzjak y Rivká no fue “amor a primera vista” ni “estar enamorado” como lo entendemos hoy. No obstante, “y la amó” (es decir, que, a medida que estuvo casado con Rivká, la fue queriendo cada vez más).
¿Qué diferencia existe entre “estar enamorado” y “amar” a otra persona?
Estar enamorado, es una pasión que domina los sentimientos de la persona.
D”s puso en nosotros la atracción física natural entre los hombres y las mujeres así como lo hizo con el resto del mundo animal.
Esa pasión o infatuación es pasajera en todos los casos y no sostiene a la pareja a través del tiempo y de las dificultades.
“Amar” – por otro lado – es el sentimiento altruista generado por el intelecto y el deseo de hacer el bien, que lleva a la acción de entrega desinteresada.
Amar no es algo natural, sino que requiere una fuerza de voluntad para privilegiar los intereses del otro antes que los propios. Este amor genuino une a las personas y, aun más, al matrimonio.
Bajo la Jupá, los novios se comprometen a brindarse mutuamente en toda circunstancia imprevisible hasta el momento. En la medida que ambos cónyuges repiten su preocupación por el bienestar del otro miles de veces a través de la vida se van uniendo cada vez más.
Para aquellos que se aman auténticamente los problemas económicos – como así también todas las circunstancias de adversidad – presentan nuevas oportunidades para hacer uno el bien por el otro y apoyarse mutuamente.
El repetido argumento que “las parejas se separan por problemas económicos” es una falacia de una sociedad que mide todo con el ojo del egoísmo que la caracteriza en este “postmodernismo” occidental.
Gran parte de la dificultad en mantener unido el matrimonio radica, entonces, en que crecemos creyendo que la vida “normal” debiera ser siempre placentera sin interrupciones en el goce perfecto, ni momentos ingratos.
No estamos aprendiendo a vivir con frustraciones y fracasos.
A nuestros ojos, la culpa de todo lo que no nos agrada la tienen siempre los demás, porque nosotros somos perfectos.
La publicidad omnipresente de bienes que son inalcanzables para nuestro presupuesto y para nuestro corazón insaciable, alimentan continuamente nuestra insatisfacción en el ámbito material.
Con esta mentalidad hedonista, es muy difícil que dos personas se sostengan, aun cuando fuesen fieles observantes de otros aspectos de la Torá, más aun, si no lo son. Podemos entender, entonces, qué significa que el amor entre Itzjak y Rivká fue aumentando a lo largo de sus vidas. Encontrar una persona con ideales afines a los que profesa uno mismo, con una escala de valores análoga, con proyectos de vida correspondientes, etc. no es fácil.
Sin embargo, aun encontrando la otra “media naranja”, por más compatibles que fuesen espiritualmente, requerirán una dosis continua de esfuerzo para mantenerse unidos.
No obstante y volviendo a lo anterior, nos queda la pregunta del porqué de la formalidad y obligación de fidelidad del casamiento.
Parte de la respuesta está en que cuando D”s creó al ser humano (a diferencia del resto del reino animal, del cual creó a priori muchos machos y hembras) dice el versículo que creó un “ser” inicial que luego dividió en dos, para que, en adelante, se volviera a unir (cuando una pareja contrae enlace) y “vehaiú le’basar ejad” (Bereshit 2:24), se convirtiera en una carne.
Esto no se refiere a la unión física de los géneros para procrear, que no difiere de los animales.
Respecto a los seres humanos, D”s los creó de “una pieza” para que mantuvieran una relación de mutua comprensión en la medida que se casaran y crecieran juntos.
La necesidad de casarse es, no solo para la crianza de los niños quienes necesitan de la presencia y del cuidado de ambos padres para crecer mentalmente sanos (en el caso del judaísmo, es aun más importante, dado que nuestra conexión con Sinaí corre por vía de nuestros padres que nos la transmitieron), sino, incluso, para el propio desarrollo moral íntegro de cada hombre y mujer, que no se llaman “tov” (completos) hasta el momento de contraer matrimonio.
No es de sorprenderse entonces, que de este mismo versículo se aprendiera en el Talmud Bavlí, (Sanhedrín 57) acerca de la prohibición universal del incesto, adulterio, homosexualidad y cualquier otra aberración sexual. La particularidad en la manera de cómo fueron creados los seres humanos habla de su misión espiritual ineludible que pasa por el matrimonio.
Habiendo enunciado todo esto, nos queda la preocupación de transmitir a nuestros hijos los recursos para que el día de mañana puedan establecer hogares con armonía. Depende mucho de nuestro estilo de vida, el conseguir que nuestros hijos puedan permanecer exentos de las influencias individualistas en boga, y seguir la tradición de construir un “Bait ne’eman be’Israel”.
En el caso de nuestro patriarca Avraham, pudo expresar tras el fallecimiento de su esposa Sará, que habían sido “kulam shavim letová” (todos parejos para bien – Bereshit 23:1 Rash”í). A pesar de todos los momentos difíciles (las mudanzas de un país al otro, el hambre, la guerra, Sará fue estéril y también raptada dos veces, los problemas con la sierva, los vecinos de Sdom y Lot, etc.), Sará mantuvo su tranquilidad. A su vez, cuando Itzjak encontró esta misma virtud en Rivká, “quedó consolado tras la muerte de su madre”. Si lo logramos emular, entonces alcanzaremos el verdadero Najat (satisfacción) al que debiera aspirar todo padre judío.
El Pirke Avot denomina este “amor”, que no es más que una pasión física y egoísta, “un amor que depende de un objeto” es decir: un amor interesado, y dictamina que éste “termina auto-anulándose” (5:19).El mensaje debería ser claro. No todo el que abraza, realmente ama.
No obstante, los seres humanos somos expertos en pregonar teorías sabias sin que por eso realmente vivamos de acuerdo a lo que decimos. “Haz lo que yo digo, y no lo que hago…”.Entienda Sr. lector, que lo que sigue, entonces, está dedicado a cualquiera de nosotros, porque todos podemos caer en el auto-engaño.
Por un lado, todos hemos sido creados con el instinto de reproducirnos, todos sentimos esa necesidad interna de completarnos mediante la unión estable con una persona del sexo opuesto, con quien conformamos nuestra pareja y todos nos sentimos más seguros a partir de la tranquilidad con la que nos alberga la proximidad de las personas que nos quieren.
En fin, somos humanos.
Al mismo tiempo, sin embargo, es evidente que a pesar de que todo debería ir bien, casi siempre todo va “no tan bien” como se había esperado.
La pregunta obvia es: “¿por qué?”
Y, si bien sería imposible responder en forma general a todos los tropiezos que les suceden a las personas, ya que excede lo que se puede volcar en un libro, podemos, de todos modos, compartir alguna idea de la Torá.
No olvidemos que somos humanos, falibles, y que, aun así, se espera de nosotros que nos convirtamos, mediante las leyes de la Torá, en “un reino de sacerdotes y nación sagrada” (Shmot 19:6). Aquel que no reconoce que es humano, o que no tiene aspiraciones a trascender sus instintos humanos y elevarse, no necesita leer este artículo.
Al analizar lo que se nos relata en el libro de Bereshit (39:7 – Parshat Vaieshev), nos sorprenderá qué es lo que sucedió con la esposa de Potifar, quien trató de seducir a su sirviente Iosef.
Madame Potifar estaba convencida de ser la destinada a casarse con Iosef. Lo vio en sus cálculos “cabalísticos”. (No sería la última en pensar erróneamente que el horóscopo y los pre-sentimientos superan a la ley).
Iosef se negó a aceptar sus propuestas.
El Midrash cuenta que Madame Potifar no escatimó esfuerzos en provocar a Iosef para llamar su atención. Se cambiaba de atuendo continuamente, pero Iosef sistemáticamente se negaba siquiera a dirigirle la mirada. Madame Potifar no iba a aceptar la derrota con tanta facilidad, y no lo dejó en paz ni de día ni de noche.
Los Sabios (Midrash, Bereshit Rabá, 88:1) hablan de ella con calificativos terribles, en lo que hace a su perversidad. Esto es así, no solo porque era casada y prohibida por la ley universal a Iosef, sino por el modo de intentar seducirlo para que se le una.
Y, si bien la analogía no es completa, pues en la mayoría de las parejas de nuestro ambiente no llega a la corrupción del adulterio, lo que sí abunda es la búsqueda de la pareja precisamente por medio de seducción en lugar de la formación de un matrimonio racional. Y la sugestión, como la mentira, “tiene patas cortas”.
Como ya lo estuvimos viendo, el matrimonio es, en el judaísmo, uno de los hitos más importantes de la vida. Sin embargo, dado que vivimos en una sociedad secular, hemos de ella asimilado la manera de cómo se debe resolver el tema de encontrar la persona ideal para que la unión sea la indicada y duradera, como para que cumpla su cometido.
Para la mayoría de la gente, el hecho “que le caiga bien” es suficiente razón para tratar de atrapar “la presa” de la manera que fuese posible.
Sin haber analizado a fondo si ambos tienen las cualidades como para complementarse recíprocamente en la vida en el ámbito espiritual, comienza ya “el juego” para “enganchar” al otro.
En ese juego entra la seducción. La idea es cautivar la mirada y los sentimientos del otro para atraerlo/a, crear una buena impresión de sí mismo/a, y esperar que al enamorarse todo siga su curso como en las novelas.
Sin embargo, la realidad demuestra que cuando funciona aquel inmenso poder de atracción física, asignándosele atributos que no le corresponde, actúa como un hechizo que no permite ver las deficiencias que puede tener la relación entre esas dos personas.
Uno, o ambos, suele estar totalmente ciego o encandilado por su deseo de estar cerca del otro. No pueden ver hacia atrás o hacia adelante, ni escuchar a las personas cercanas en quienes confiaría habitualmente.
No por nada, la Torá (Vaikrá 18:19) prohibió el contacto físico entre los novios hasta el momento de sus bodas.
No por nada, la Torá insiste tanto en el recato en todo lo que hace a la vestimenta.
No por nada, los rabinos de todas las comunidades ortodoxas exigen que las “peulot” (actividades recreativas) de los jóvenes sean separadas para varones y niñas.
La idea (en parte) es no perder la cabeza en el transcurso del conocimiento mutuo y del noviazgo.
Quizás incluso darse cuenta qué es lo que realmente le gusta de la otra persona (y qué es lo que debería gustarle al otro en uno). El objetivo es pensar y no hipnotizar (ni dejarse hipnotizar por otro).
¿Qué es el enamoramiento de una pareja?
Es la situación en la cual se suman el deseo de ambos de estar cerca uno del otro cumpliendo con las apetencias o conveniencias propias de cada uno de ellos.
¿Cuánto dura el enamoramiento?
Hasta que a uno de los dos se le vaya el deseo de estar con el otro (y el que quedó como “descartable”, también se vaya por su lado “para salvar su cara”).
Lo que estamos sugiriendo – ¿suena un poco agresivo? ¿o poco romántico?
Es posible.
Pero: ¡abra sus ojos! – no hace falta ir muy lejos.
Los amores que matan, muy posiblemente nunca fueron verdaderos amores.
Quiero agregar algunos elementos más que son propios de una vida que se guía por las leyes de la Torá.
El Shiduj (la presentación de un posible candidato “con fines serios” – ¿o qué otros fines hay?).
A muchos que no están acostumbrados a esto, les parecerá algo raro, porque “se pierde” la intriga de deshojar margaritas en el juego de ver si el otro/a lo/a ama, o no.
En los ambientes que se rigen por la Torá, sin embargo, se estila que una persona que conoce bien a un muchacho y a una chica, sugiera que ambos se encuentren en forma discreta para conversar.
¿Conversar de qué?
Y bien, de las cosas importantes que realmente cuentan en la vida: los objetivos, las actitudes, la forma de pensar, etc.
En ese diálogo se encuentra uno, no sólo con la otra persona con quien conversa, sino que se debe ser sincero consigo mismo.
Obviamente, al mismo tiempo, uno se da cuenta si la otra persona “le cae bien”, o no, pero ese punto no se convierte en el factor único que defina el matrimonio.
El Talmud nos enseña: “No se debe contraer matrimonio… hasta haber conocido a la mujer (por temor a que “no se gusten” y vaya todo mal), mientras que el versículo dice: ‘y amarás a tu prójimo’…” (Kidushín 41.)
Evidentemente, este párrafo nos puede llegar a parecer un poco gracioso hoy en día, pues pensamos que las parejas ya se conocen demasiado.
Sin embargo, si miramos las cosas un poco más de cerca, veremos que es muy habitual que la pareja se case y no se haya planteado ciertas preguntas ineludibles.
P.ej.: ¿Qué es lo que los atrae uno a otro?
¿Cuáles de las siguientes características pueden ser aplicadas para definirse a si mismo y cuáles a la persona a quien uno cree amar? (Inteligente, talentoso, profundo, minucioso, mesurado, despierto, alegre, divertido y con relación a terceros: sensible, emotivo, colaborador, desinteresado)
¿Son constantes en esta forma de ser? ¿Las consideran cualidades valiosas y dignas?
¿Quieren permanecer cada uno como son en este momento (esto nunca ocurre) o esperan cambiar y crecer? ¿Para qué?
¿Tienen conciencia que con el paso que están por tomar deben asumir una responsabilidad para toda la vida?
¿Cómo fueron sus vínculos con la gente hasta este momento decisivo?
¿Pudieron mantener lazos afectivos firmes, estables y duraderos con quienes estaban a su lado?
¿Fueron esas relaciones entre dos semejantes parejos o fue una dependencia afectiva o económica?
¿Supieron disentir con altura y sin anularse uno al otro?
¿Existe un proyecto en común que los enlace con solidez para toda la vida?
¿Se pusieron de acuerdo en los puntos específicos de los elementos que les son importantes en la vida? ¿Cuáles son?
¿Tienen ideales?
¿Son ideales que llevaron a la práctica en el pasado o son simplemente “lindas ideas” (abstractas)?
¿Quiénes son sus modelos de vida?
¿Qué aspecto les agrada o los cautiva en esas personas a quienes consideran sus modelos?
¿Son modelos lógicos y alcanzables?
¿Tienen la desenvoltura y el discernimiento necesarios para evitar que se repita la dificultad matrimonial generalizada de la sociedad, dentro de sus propias vidas?
Y si se encontraran con obstáculos… ¿sabrían con quién consultar para que su problema no empeore hasta el punto de no poderse solucionar?
La lista de inquietudes no termina aquí. Sólo mencionamos algunas de las más trascendentes.
Es verdad también que nadie – absolutamente nadie – sabe al momento de contraer matrimonio, cuáles serán las dificultades con las cuales se encontrará en el futuro.
Y, obviamente, los contrayentes cambiarán a través del tiempo su modalidad, su temperamento, sus ideas (¡D”s quiera – que para mejor!).
El Talmud – siempre basándose en este mismo pasaje que exige amar al prójimo – nos advierte en contra de ciertas conductas indiscretas en la vida íntima que pueden causar desagrado y resentimiento entre los esposos (Nidá 17.).
Sin desmerecer la importancia que tiene el hecho que los eventuales novios se sientan también satisfechos por la apariencia física, en demasiados casos, la preocupación desproporcionada por la apariencia exterior (con relación a los demás aspectos de ningún modo de menor importancia y trascendencia) provoca que jóvenes que debieran estar formando su familia sigan dilatando la decisión de formalizar un noviazgo y un feliz matrimonio.
En muchos otros casos, dejan cegados y seducidos a los protagonistas con supuestos “novios” y “novias” que no son, en absoluto, las personas adecuadas con quienes construir un hogar con contenido.
Sumado al hecho que la Torá prohíbe todo contacto físico antes del matrimonio entre varones y mujeres, aun si se consideran novios, la aproximación corporal entre dos personas confunde su panorama y les impide conocer los aspectos espirituales y morales para poder luego valorar a la persona con quien desean casarse.
Aun cuando los jóvenes de ciertos círculos se cuidan en esta cuestión, hay otro aspecto que a menudo se desatiende: suele suceder que se presenta a dos potenciales interesados del modo más “casher”, pero la novedad se convierte en noticia antes que ambos tuvieran la certeza que desean concretar una pareja definitiva o dieran su expreso consentimiento al respecto.
Son las situaciones del “ni” que se presentan por indiscreción de terceros o por descuido consiente de los afectados.
Dado que el “ni” de uno y el “ni” del otro no necesariamente tienen la misma definición o seriedad, cuando uno de los dos, por razones que pueden o no ser válidas, decide interrumpir el idilio, abandona a la persona que a primera vista pretendía amar, con un dolor y humillación que habitualmente tiene vergüenza de exteriorizar (expuesto al “qué dirán” de la gente: “¿Quién dejó?” “¿Por qué se dejaron?”).
Este sufrimiento se podría evitar fácilmente si la gente tuviera la responsabilidad de mantener sus vínculos, que aún son informales, en la discreción que les atañe. Esto permitirá, a su vez, tomar esta decisión, seguramente la más trascendental de la vida, sin presiones sociales adicionales que no aportan nada y solamente desorientan y dañan.
Un tema, sin embargo, es insoslayable: si no fueron educados desde temprano a brindarse por los demás, en lugar de buscar persistentemente la propia conveniencia en toda coyuntura, pues entonces les será muy dura la convivencia con cualquier persona sea quien fuere.
Los novios que se casan de acuerdo a la Torá, gozan aparte de otro elemento, no sólo en la formalidad sino también en el contenido: un curso que reciben en forma directa y personal por parte de un madrij/á (guía).
Entre otras cosas, los novios toman conciencia que el amor no resolverá “como por milagro” las diferencias que – sin lugar a dudas – surgirán a lo largo del matrimonio.
La convivencia no es fácil.
Menos aun, cuando se trata de un compromiso por toda la vida.
Acerca de la tarea de crear el mundo, dice el versículo que “Olam Jesed Ibané” (Tehilim 89:3 – un mundo de bondad se construirá).
La bondad recíproca es el cemento que hace perdurar el amor en el mundo de la pareja.
El tema que acabamos de tratar es uno de los más complicados y ásperos de transmitir, pero no permiten aplazo o demoras en su enseñanza.
La sociedad que nos rodea, no enaltece estos valores y, quienes los defendemos, estamos solos al momento de difundirlos. Sin embargo, el estado penoso de la institución familiar nos debe empujar a hacer llegar esta inquietud a nuestros hijos y al medio en el cual nos encontramos.
LA CASA ESTÁ EN ORDEN
Si tenemos en claro que precisamente esta institución está atravesando una terrible crisis, es importante, pues, que le dediquemos unas líneas a partir de lo que narra la Torá en su fundamento.
Advertiremos que a medida que D”s fue sumando los distintos elementos, en la culminación de cada etapa, D”s declaró que lo creado era “Tov”. “Tov” se utiliza como “bien” en los boletines de hebreo, lo cual se entiende que cumple básicamente con lo mínimo esperado – pero podría ser mejor: p.ej. muy bien, o excelente… Sin embargo, si aquel de quien estamos hablando es D”s, Cuya obra es perfecta, entonces Su “Bien” significa: exacto o justo – pues no hay lugar para mejor.
Volviendo al texto de la Torá, D”s declaró a todo Tov. Es decir, que todo estaba diseñado de manera que reunía todas las condiciones y tendría la durabilidad para funcionar y cumplir con su objetivo para siempre.
Después de crear todo y brindarle perpetuación con la palabra Tov, D”s determinó que uno de los creados era “Lo Tov” (Bereshit 2:18 – “no bien”), es decir que no cumplía del modo en que estaba con su propósito. Era el ser humano. ¿Cómo era aquel “hombre”?
Antes de que el ser humano tenga las características con las que lo conocemos actualmente, era un ser que poseía todos los factores que hoy en día llamaríamos masculinos y femeninos, en un solo ser. Hasta podría reproducirse solo, porque era “hermafrodita”.Imaginemos por un momento esta situación: el hogar dirigido por un ser íntegro que decide todo solo. No necesita casarse ni formar matrimonio, no tiene problemas conyugales, no puede ser infiel, ni cela de nadie. Sale a trabajar, cocina, habla por teléfono, ordena la casa, se ocupa de la educación de los hijos, cambia los pañales, etc. – todo solo… y sin discusiones. No hay suegros ni suegras… Sus descendientes son como “él”, y repiten la misma característica.
Pensemos. ¿No sería ideal? ¡¿no se acabaron los problemas, o al menos muchos de ellos?! ¿No sería un mundo más tranquilo y feliz? Pero no. D”s decidió que era “Lo Tov” y que así la cosa no andaba. Los dividió en hombre y mujer. Un hombre y una mujer que tienen actitudes radicalmente distintas en muchos aspectos. Se distinguen en lo emocional, lo físico, psicológico y sentimental, y – por sobre todo – les cuesta la convivencia estable y tranquila. ¿Por qué?
Una pregunta más: Ya que D”s es omnisciente y sabía claramente que Su creación inicial no cumplía con las condiciones que Él quería, ¿por qué no los hizo en su forma y propiedad actual desde el primer momento? ¿Qué sentido tenía crear algo que sabía que debería modificar después?
La respuesta es que D”s bien lo sabía, pero quería enseñarnos algo a nosotros: los seres humanos. Aquello que hubiésemos creído o ilusionado como “ideal” o “perfecto”, no es ni tan ideal ni tan perfecto.
Quizás resolvería ciertos conflictos, pero no cumpliría con su propósito. Dado que el ser humano fue creado a imagen de D”s, debía emplear su máximo potencial en la forma de brindarse totalmente a otro ser distinto a él (o ella) mismo/a mediante un compromiso para toda la vida, y bajo circunstancias que nadie puede prever al momento de contraer enlace. Nadie conoce el futuro, y nadie sabe bajo la Jupá, cómo será su futuro económico, de salud física y mental, de intromisión familiar, de tranquilidad emocional, etc.
El versículo en Tehilim (Salmos 89:3) reza que “(…D”s determinó que…) un mundo eterno de bondad será edificado…” En otras palabras: el propósito de la creación es que el ser humano sume todos sus esfuerzos y energías en pos de la edificación del mundo mediante actos de benevolencia. Las personas participamos de la edificación del mundo. Mediante nuestras acciones somos protagonistas del rumbo que D”s destinó para Su creación.No existe un escenario más apto para el desarrollo y la realización de toda la amplia capacidad del potencial humano que el marco del matrimonio. El hecho que en tantos sentidos, la peculiaridad del hombre se oponga al de la mujer, hace que se requiera una mayor inversión y dedicación de amor para el crecimiento y profundización del vínculo. Solo entonces, el ser humano es “Tov”.Desde ya, que esta visión de la relación hombre-mujer difiere radicalmente de la que nos presenta nuestra sociedad. Si el motivo de los distintos rasgos de ambos reside en la tarea moral que debe desarrollar, y que esta debe ser absolutamente altruista, entonces poco tiene que ver con la actitud hedonista con la que se vende la imagen humana en casi todos los medios. No es difícil entender el porqué del deterioro de la institución matrimonial con el consecuente dolor de quienes en algún momento crearon en su ilusión fantasías quiméricas de un idilio eterno.
Sin embargo, la Torá nos cuenta que nuestra triste situación no es original.
A pocos años de la creación, se relata que un hombre descendiente de Caín, hijo de Adam, contrajo matrimonio con dos mujeres.
Dado que en su comienzo la Torá (Bereshit 2:24) recomendó una sola esposa, como dice “y se apegará a su esposa y serán una carne” (está claramente escrito en singular), la “novedad” de la bigamia requiere una explicación. Rash”í nos presenta la aclaración de la situación. Los motivos de Lemej (Bereshit 4:19 – y quienes lo imitaron de allí en más), no eran para nada santos. No es que quería más descendientes ni que su exceso de generosidad lo instaba a brindarse a más de una mujer. Lemej quería lo que imaginaba “lo mejor de dos mundos”: una mujer para procrear (y tener una “familia decente”), y la otra para pasear y “divertirse” (los hoteles de categoría no aceptan niños ni mascotas…) y pasarla bien.
Este fue el primer gran desvío de lo que hablamos anteriormente referente al modo de la creación del ser humano. Los años corrían y la brecha entre lo que debía ser y la realidad se fue ahondando. La Torá nos dice que tomaban “mujeres de todo lo que elegían” (Bereshit 6:2): ya no importaba, ni se diferenciaba entre mujer soltera o casada (“es un mero documento”…), ni si la “pareja” era hombre (con otro hombre) o mujer, y más tarde si era ser humano – o animal. A esta altura, su conducta ya fue irreversible: aun con todas las advertencias, hicieron caso omiso a las palabras de Noaj y el diluvio destruyó todo.
Más allá de lo terrible del sufrimiento de la epidemia de matrimonios destruidos, o en vías de rotura, desgaste y quebranto, está la decadencia moral de la sociedad que la vive, pues desde Bereshit vemos claramente cómo D”s ideó el matrimonio como medio perfecto e ideal para el crecimiento del ser humano.
A raíz de este aprendizaje, debemos entender el “Shalom Bait” como la tarea indispensable de construcción ordenada, mutua y amalgamada de una estructura íntima y espiritual de los contrayentes, que permita elevar el nivel de ambos para cumplir con sus roles de marido y esposa entre ellos mismos, y de padre y madre hacia sus hijos, y como pareja hacia terceros.
El profeta Hoshea (2:21, 22), nos habla del “matrimonio” entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel: “y te desposé para la eternidad, y te desposé con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia, y te desposé con confianza, y te uniste a D”s”.
Nuestra costumbre es recitar este pasaje cuando enrollamos con tres vueltas la correa de los Tefilín en forma de anillos alrededor de nuestro dedo mayor. Ese modo de colocar el Tefilín sobre el dedo se asemeja a la formación de anillos – lo que coincide con los versículos que estamos citando.
Si bien estos pasajes se remiten a la boda entre el Todopoderoso y el pueblo de Israel, no deja de ser un ejemplo de lo que debe ser una unión, en la que ambos lados se unen para la infinitud a fin de cumplir con los objetivos espirituales que se proponen, que es lo que sucedió entre D”s y el pueblo de Israel.
Si tomamos estos versículos como modelo, podemos intuir que hay un orden por el que se edifica un hogar. Hay un antes y un después. Los padres preparan a los jóvenes tratando de ser sus modelos para ellos mediante su propia conducta, hasta que los creen aptos para erigir su propio hogar con la persona adecuada.
De ahí en más, la unión se va consolidando a partir del momento del matrimonio. Bajo la Jupá, el novio desposa a la novia “para la eternidad”, o sea, que hay un compromiso entre ellos para edificar en conjunto este hogar. El compromiso está dado a través de la palabra. El valor del ser humano y su semejanza al Todopoderoso, surge mediante la posibilidad de expresarse con la palabra. Sin convenio de responsabilidad recíproca, no existen los cimientos de una construcción.
Una vez que está dada la palabra de obligación mutua, comienzan a regir las conductas vitales que hacen a la convivencia: “con rectitud, con justicia, con piedad y con misericordia”.
El trayecto es largo.
Al salir de la Jupá, recién comienza la tarea de vivir con los atributos y las cualidades humanas que unen a la pareja.
Si esto sucede, entonces con el tiempo, llegará la confianza correspondiente al tercer anillo.
Es menester señalar en este versículo, que las condiciones que permiten cimentar el hogar, son las virtudes más excelsas y elevadas a las que debe aspirar toda persona.
De la experiencia de vida, sabemos que la confianza es tan difícil de lograr – y tan fácil de perder…
La familiaridad que lleva a la intimidad (el ser realmente unidos) requiere mucho esfuerzo. Cuando utilizamos la palabra “esfuerzo”, no queremos dar la idea de martirio.
Por lo contrario: D”s nos dio los medios por los cuales podemos dar y recibir compañerismo, solidaridad y sentimientos de apoyo y sostén mutuos en las situaciones que se cruzan en la vida de cada uno. Cada incidente y circunstancia de la vida, puede permitir que la pareja se afiance más y más.
Óptimamente sería que se conviertan en una suerte de acróbatas que tienen la certeza que pueden depender y contar uno con el otro para complementar sus tareas, y cuando toda su existencia se torna dependiente uno del otro. Cuando con la mera mirada ya saben entender lo que piensa el otro, y sin mirarse forman una armonía y afinidad indivisible, están aproximándose a esa unión ideal.
Del mismo modo en que D”s y el Pueblo de Israel (nuestros abuelos) firmaron un pacto por el que atravesamos ya más de tres milenios en los que D”s nos mantuvo milagrosamente, y en los que nuestros padres innumerables veces ofrendaron sus vidas para sostener el apego y la creencia en Él, el matrimonio entre dos seres humanos debe manifestar aquella misma analogía de unión. Creo que ningún compromiso o pacto que celebramos los seres humanos desde el momento en que nuestros antepasados juraron y dijeron “Naasé veNishmá” frente al Monte Sinaí, abarca a la persona de manera tan cabal e íntegra en sus acciones y sentimientos como lo son las palabras que expresa el novio a la novia bajo la Jupá.
En Pirké Avot (1:4,5), los Sabios Iosé ben Ioezer y Iosé ben Iojanán mencionan ciertos criterios básicos para cualquier hogar. Esas pautas tienen que ver con las obligaciones espirituales de estudio (“Que sea tu casa un centro de encuentro de los Sabios…”), y los deberes sociales (“Que sea tu casa muy abierta, y que sean los menesterosos parte de tu morada…”).
Reconocer los deberes que incumben a cada contrayente en su rol, es el comienzo del Shalom Bait. Es la edificación del Bait mismo. Sin duda, que si están preparados con una educación apropiada, entonces en ese hogar reinará el Shalom que se manifiesta con la Presencia de D”s.
En la visión judía de hogar, cada uno de sus componentes tiene su rol especial imprescindible, en particular la madre, quien recibió de manos de D”s la ternura que hace a un crecimiento sano de los niños. El padre, por otro lado, no debe olvidar que es un modelo, para bien o para mal, frente a sus hijos y que, a su vez, su presencia (mirando la “tele” está- sin duda – ausente) tranquila en el hogar trae seguridad a sus hijos. Ambos, no deben pasar por alto, que los niños observan minuciosamente su conducta y que las faltas de respeto (ni hablar de agresiones) entre ellos los afecta en forma negativa.
Está en nosotros, padres, que proclamamos amar a nuestros hijos, brindarles aquel hogar, reconocer los estragos de la competencia que caracteriza el mundo de alrededor, y mostrarles el ejemplo que realmente somos capaces de crear.
En lo que sigue quiero agregar algunos consejos prácticos de los conceptos que aquí tratamos: la confianza correspondiente al tercer anillo y la posibilidad que tenemos de expresarnos con la palabra.
EL TERCER ANILLOEs preciso entender que la confianza es algo intangible que se logra únicamente a través del tiempo y con conductas constantes, sensatas y reflexivas. En la medida que se va conociendo a la gente, esta podrá recibir un mayor o menor grado de confianza, dependiendo en gran medida de experiencias de vida anteriores que hemos atravesado, las cuales nos tornan más crédulos o más escépticos.
El amor y la confianza se deben nutrir continuamente. No confundamos amar con seducir.
Si se cree que el amor debe surgir de manera espontánea (obviamente porque nuestro narcisismo nos obliga a creer que le tenemos que caer bien, y que no nos puede no querer…), también se debe esperar que pueda desaparecer con la misma espontaneidad con la que llegó – sin argumento con el cual culpar al otro por no amarlo más…
Quiero compartir algunas sugerencias relacionadas con la cotidianeidad. Sin embargo, debo advertir que aun con nuestra mejor voluntad de corregir conductas, debemos dar tiempo a las personas con quienes convivimos, a que se adecuen a la nueva modalidad (mejorada). En caso que nuestra actitud hasta el presente hubiera sido sinuosa y serpenteada, les costará acomodarse. Si prevalecemos, D”s mediante veremos frutos positivos. La confianza se pierde mucho más rápido de lo que se gana.
• Asumamos la responsabilidad de expresar nuestras necesidades con claridad. Mientras la persona sospecha que no puede decir las cosas – quizás por temor a ser rechazado o por vergüenza, esto impide que uno confíe, y por ende – recela de la otra persona. Al confiar – por otro lado – se asienta más la relación.
• Tomemos conciencia de brindar siempre bienestar al cónyuge (de manera placentera). Es difícil desconfiar de quien se esfuerza (genuinamente) en hacernos sentir bien.
Recomendación: mantener la proporción de 5 a 1, o sea, no decir algo crítico o negativo hasta tanto no haber dicho algo positivo y afectuoso previamente en muchas oportunidades.
• Cumplamos con los compromisos que asumimos, siendo claros en lo que decimos para evitar malos entendidos. Cuidemos de no crear situaciones indefinidas.
• No dejemos asuntos personales sin resolver. Esto implica que se debe desarrollar técnicas de comunicación fluidas y habilidad en resolver problemas. Cuando las situaciones quedan irresueltas, crece el resentimiento, y el resentimiento provoca la pérdida de confianza.
• Limitemos el contacto con otras personas del género opuesto, sabiendo medir los sentimientos del otro (que suelen ser dispares dada la distinta procedencia de los cónyuges)
• Aprendamos a pelear. Si bien hay quien pueda pensar que discutir debe automáticamente referirse a una agresión, esto es errado y surge de la creencia de que no hay manera de disentir con altura, sin anularse mutuamente y con el afecto intacto. El silencio no implica mar sereno. Es más, el silencio puede y suele ser el preludio de una explosión. O se puede tratar de un sometimiento de por vida de un cónyuge al otro. Ninguna de estas opciones es sana.
Si el modo de discutir es exagerado, entonces se destruye la confianza. Por lo contrario, una buena discrepancia, permite conocer la postura del otro para poder construir juntos y unidos.
Acordemos:
No utilicemos epítetos y descréditos, y menos aun insultos.
Tratemos el tema que estamos discutiendo. No traigamos a la mesa historias viejas que quedaron sin resolver. El debate del momento no es una venia para recordar desechos antiguos.
No empleemos frases que contengan palabras tales como: “Vos nunca”, “siempre”, “todo”, “nada”, etc. No solo son inciertos estos dichos, sino que llevan la discusión a un plano de extremos – lejos de la cercanía y de la intimidad.
Evitemos decir “sí”, cuando creemos que la respuesta es “no”. Si bien se puede llegar a creer que al “aceptar” lo que quiere el otro expresado en palabra (pero no en el corazón), se evita una pelea, en realidad se está “aparentando” – y permitiendo que crezca el resentimiento, profundizando en realidad el descrédito y el desamor.
No nombremos a los parientes del otro a fin de apoyar nuestra postura o acometer contra la del otro. Los allegados familiares de cada uno son – o deben ser – el sostén emocional de cada persona, y comentarios respecto a un integrante de su familia suele tener consecuencias más graves de lo que muchos imaginan. No olvidemos la importancia de mantener en privado los temas matrimoniales.
Pactemos desde un principio algún método de interrumpir la discusión si sentimos que se nos va a ir de las manos. Esto no debe ser una postergación indefinida de asuntos importantes que se debe tratar. Hay temas que no se deben eludir, y su negación solo provoca incomodidad – falta de confianza – en la persona con quien se debe construir la familia.
Cuidémonos de no comenzar una rencilla de noche cuando estamos cansados y no tenemos control total de nuestras emociones. Cuando sea necesario, elijamos expresiones en las que hablamos más de “yo”, que de “vos” – las cuales habitualmente poseen un sesgo de descalificación – aunque pudiera ser solamente en la percepción. Muchas de las controversias se pueden evitar si tenemos precaución en nuestras expresiones. Más allá de la palabra o el gesto – la susceptibilidad que se hiere puede cobrar vida propia y apartar a distancias enormes e innecesarias quienes deben fiarse plenamente uno del otro.
• Tratemos de ser como los trapecistas. Todo lo que hace cada uno de ellos, depende de lo que hace el otro. Hace falta una coordinación plena y exacta de sus acciones. Para llegar a esta coherencia, se requiere mucho ejercicio – y confianza.
Uno era Pitom y el otro Ra’amsés.
Pitom y Ra’amsés no eran lugares aptos para la edificación. Pitom se llamaba así, porque la tierra se “tragaba” las construcciones que allí se erigían (Sotá 11.).
Por otro lado, el nombre Ra’amsés significa que a medida que montaban sus construcciones, éstas se iban desmoronando.Lo cual nos deriva a una pregunta obvia: ¿Qué sentido tenía para el Faraón ocupar a la gente edificando cosas que no durarían en el tiempo?
No podemos atribuir esta conducta aparentemente tonta a la falta de eficiencia en la jerarquía egipcia, pues en ese sentido los egipcios demostraron ser sumamente sabios y racionales.
Todo ello nos lleva a suponer que había otra intención oculta en la cabeza del Faraón, que estaría directamente relacionada con su objetivo de desmoralizar al pueblo de Israel para que perdieran su identificación con su raíz y su pasado común.
Si el ser humano se siente bien consigo mismo y con la actividad que desarrolla, entonces mira hacia adelante con optimismo y su mente se mantiene sana e íntegra. Puede ocurrir que tenga mucho trabajo, pero eso no lo va a desalentar.
Al contrario, el trabajo y no el ocio, dignifica al individuo.
Sin embargo, cuando la labor que hace no es para nada productiva y no se ven resultados de su esfuerzo, esto en sí, es un factor que desanima y quita todas las ganas de vivir y de ser “alguien”. La persona a quien esto le sucede se va sumiendo en una peligrosa caída de abatimiento y desesperación (Ieush) que no le permite ver más allá sino solo con pesimismo.
Los Sabios (Brajot 8.) nos advirtieron en distintas citas del Talmud, que nos cuidemos de no caer en ese tipo de desesperanza. De ahí, la importancia que se da a la Simjá (alegría) en todos los emprendimientos de la vida.
Al cansancio anímico que sentían por la humillación y la falta de efectividad de su tarea, se sumó el decreto de arrojar los niños israelitas recién nacidos al Nilo.
Se escuchaba decir a la gente: ¿para qué procrear y gestar hijos, si de todos modos, los tendrían que tirar al río? Esta sensación confirmaba el hecho de que los egipcios los dominaban totalmente, hasta en su vida íntima (Rash”i sobre Bamidbar 26:5).
Parecía ser que estaban por “tocar fondo”.
Fue en esa situación, que las mujeres hicieron lo suyo para salvar a sus maridos de desmoronarse psíquicamente.
Según algunas fuentes del Talmud Bavlí, (Sotá 11), las mujeres también tenían que cumplir tareas para los egipcios, y, acorde a la manera sádica de someter de los amos egipcios, las obligaciones de las mujeres eran tan poco adecuadas para su forma de ser femenina, como la de los hombres para la suya. Igual apoyaron a sus esposos para que no se sumieran en la depresión espiritual y el desánimo. Con intrepidez y energía, estas mujeres valerosas salían al campo donde sus maridos construían, para ofrecerles comida caliente y brindarles el ánimo suficiente para imaginar un futuro mejor.
No por nada nos dice allí el Talmud que “en mérito de las mujeres valerosas de aquella generación, salieron los israelitas de Egipto”.
Estamos acostumbrados a que la fuente de ingresos para sostener a la familia fluctúe pues eso ya es moneda corriente para quienes meditamos sobre los vaivenes de la vida. Desde que Adam fue echado del Gan Eden, sabemos que el pan se gana con incertidumbre (“beitzavón tojelena” – Bereshit 3:17), con el sudor de la frente (“beze’at apeja tojal lejem”) y que un día puede haber trabajo, y otro – no.
La cuestión pasa por la actitud que toma quien quiere ayudar a aquel que está mal. “Mal” porque no alcanza el dinero, “mal” porque no puede cumplir con las expectativas habituales de su cargo de ser padre y no llega a alimentar a su familia, “mal” porque siente la condena de la sociedad por su fracaso laboral.
No es fácil ayudar a una persona que perdió las esperanzas de todo.
Casi siempre, al que está decaído le falta la energía para emprender cosas nuevas. La reacción común frente a los consejos y las buenas intenciones de los demás, es de escepticismo y descreimiento, porque cree que no lo entienden.
Si las sugerencias vienen por parte de la propia esposa, a quien por la ley de la Torá el marido debe alimentar (Shmot 21:10), pues entonces la vergüenza que percibe es aun mayor, porque siente que se están invirtiendo los roles y que deja de ser “hombre”.
Como resultado, muchas veces, la reacción a la falta (aparente) de hombría se manifiesta en una mayor agresividad, verbal o física, para mostrar su fuerza y mantener “su cargo” en el seno familiar y social.
Es muy difícil aconsejar al otro, sin que éste se sienta como si fuese que la intención oculta es la de ocupar o avasallar puestos ajenos.
Saber escuchar al otro, puede ser útil en la auto-estima de la persona que está mal y ayuda a relajar las tensiones creadas en el ambiente laboral.
Quien relata sus pesares a la persona en quien confía, lo hace para descargarse y para sentir que no está solo.
Al prestar atención con empatía, uno no debe apresurarse en comparar la vida del otro con la propia, ofrecer soluciones instantáneas y obvias, ni aleccionar al otro sobre temas filosóficos. No hay peor sensación que la de aquel que está embotellado en un callejón sin salida.
La vida en Egipto, de acuerdo a lo que describimos por las citas del Talmud, no habrá sido muy distinta a la mala situación económica que estamos pasando hoy en día.
Quizá sea este, uno de los significados del versículo: “las sabias entre las mujeres construyen sus hogares” (Mishlé – Proverbios 14:1, según la explicación de Rash”i).
En la situación límite de la vida de aquella época tan difícil, con sus maridos abatidos sirviendo a amos tan severos y ofensivos, en una tarea degradante e interminable, las mujeres demostraron que, desde su rol de esposas bien cumplido, pudieron levantar el ánimo de sus maridos para que miren hacia adelante.
“Gracias a ellas – dicen los Sabios – salieron nuestros padres de Egipto” (Sotá 11:2).
-“Pasen tomen asiento – invitó a la pareja que vino a verlo para pedirle que los casara.
El rabino atendió su pedido con suma atención.
-“Muy bien. ¿y cómo es su nombre, señorita?”
-“‘Dreamer’ – es mi apellido. De nombre, me llamo ‘Big’” – respondió ella.
-“Gracias”- dijo el rabino – “señorita Big Dreamer,
– ¿Y usted, caballero?” – preguntó, mirando al novio.
-“Deep-in Love” – respondió él.
-“¡Qué nombres interesantes! – ¿y, para cuándo quieren casarse?; ¿ya tienen una fecha aproximada?”
-“En realidad quisiéramos casarnos lo antes posible, porque estamos profundamente enamorados” – contestó muy ansioso el joven Deep-in.
Big asentía con la cabeza.
El rabino movía la cabeza, pero siguió cuestionando: “Veo que, efectivamente, están muy enamorados; pero… ¿cuál es el apuro? ¿hace cuánto tiempo se conocen?”Esta vez respondió la muchacha Big muy inocentemente: “Nos conocemos hace casi tres años. Pero estuvimos distanciados dos o tres veces por unos meses por unas peleas, pero – ahora – ¡ya está todo bien y nos queremos casar pronto! Somos el uno para el otro.”
-“¡Ahá! Ya voy entendiendo… ¿Y qué dicen los padres?”Había tocado un tema espinoso.
-“La verdad que a mis padres no los veo demasiado, porque están separados y cada uno tiene su propia pareja. En realidad no les importa mucho a ellos lo que yo haga, porque están en la suya…” – dijo Deep-in, y siguió: “los de ella sí están juntos, pero no están muy de acuerdo en que nos casemos.”
-“¿Por qué?” – preguntó el rabino alarmado.Big salió a defender a su novio: “Ellos no lo conocen bien y dicen que es un vago porque no tiene trabajo y no gana dinero. También les molestó nuestras peleas que tuvimos y dicen que nuestras familias son muy distintas. Pero todo eso ya pasó.”
-“O.K. escucho lo que cuentan. Quiero formularles algunas preguntas: ¿Saben Uds. por qué se quieren casar?”
-“¡Cómo ‘por qué’! Cuando la gente se quiere mucho, se casa. ¡Queremos formar una familia…!”
-“Bien. Y díganme: ¿por cuánto tiempo se quieren casar?” – siguió el rabino mirándolos muy fijo.
Esto los tomó de sorpresa.
-“¿Cómo ‘por cuánto tiempo’? ¡¿Pensé que uno se casa para toda la vida?!” – se asombró Big.
Ambos siguieron las palabras del rabino mirándose de a ratos uno al otro.
-“Tienen razón – en principio. Yo también solía pensar así. Sin embargo,” – y sacó de su escritorio un recorte de un prestigioso diario – “leo aquí que más de un 50 % de matrimonios fracasan y terminan en divorcio. De la otra mitad de la población, un 30 % vive con violencia física en su hogar y casi todo el resto sufre de agresiones verbales casi semanalmente…”
El artículo seguía detallando las actitudes domésticas de los habitantes de ese estado, que a pesar de considerarse uno de los más prósperos, sostenía el mayor índice de falta de armonía familiar en toda la Unión.
-“Pero nosotros nos queremos mucho… no quiero faltarle el respeto rabino, ¡¿pero porqué creería Ud. que nosotros nos vamos a separar?! Ud. nos está tirando pálidas…”
-“¡D”s libre y guarde! Realmente les deseo la mejor ventura y de todo corazón. No obstante… todos los novios que me vienen a ver, como así también los que van a ver a los demás rabinos – y si quieren a los oficiantes de otros credos – afirman estar enamorados. Sin embargo, son aquellos mismos los que están computados en esta encuesta.
Yo veo que Uds. son una pareja inteligente – ¿por qué – seria y sinceramente – creen que Uds. serían distintos a la estadística de esta investigación?”
En la habitación reinó el silencio.
Era un mutismo molesto e incómodo para Big y Deep-in.
No habían calculado que una inocente visita al despacho del rabino despertaría las sospechas que cada uno tuvo siempre y que trataron de callar jurándose el amor uno al otro tantas veces…
Después de tres largos minutos el rabino comenzó a hablar.
¿Qué diría Ud. – Sr. lector – a esta pareja? ¿los casaría – si Ud. fuese rabino? ¿les haría realmente un favor, si los casa?; ¿habría algo con lo que pudiera ayudarles?
Asimismo: cuando asiste a una ceremonia de casamiento: ¿no se le cruza ese temor por la mente?
Finalmente: ¿hay algo que se pueda o se deba hacer al respecto?
Sin duda que es posible e imperioso ocuparse del tema. Y es de importancia vital que se sepa y se ponga en práctica. Admitamos que la fuerza de continuidad del pueblo judío radica en que existen hogares firmemente establecidos en los cuales se vive la práctica judía en toda su magnitud y que su colapso significa una retracción en el proceso natural de transmisión. Convengamos, asimismo, en que toda fragilidad que ostente el hogar traerá un gran dolor – seguramente por todo el resto de sus vidas – a los cónyuges, a sus familiares inmediatos y a sus niños.
¿Qué herramientas poseemos para ayudar?
En primer lugar, seamos concientes del hecho de que las cosas se ven distinto de afuera que de adentro. Los enamorados poco pueden creer, en lo profundo de su efusión, que su sentimiento puede llegar a agotarse con el tiempo.
Dado que es sumamente difícil confrontar los sentimientos con el intelecto, es importante no discutir ni objetar sus pasiones presentes, sino hacerles ver que estas euforias no son suficientes para – por sí solas – sostener una relación para toda la vida, que es lo que fantasean realizar.
Por esta razón, quienes estamos cerca, los queremos acompañar demostrando nuestro interés en que este vínculo se estabilice de manera permanente y saludable – si es que realmente está predestinado desde lo Di-vino. Y si no es, pues que tomen conciencia los jóvenes cautivados – preferiblemente antes que más tarde, cuando la desilusión será peor.
Los rabinos de las sinagogas, habitualmente ofrecen cursos para ambos novios que se acercan para contraer matrimonio en sus comunidades. Estos cursos están combinados por las leyes rituales que deben saber los novios y que se aplican en su mayoría después de haber contraído enlace, y – no menos importante – por una serie de conversaciones tendientes a tomar conciencia de la importancia de la buena convivencia y el modo en que se la obtiene.
Es verdad que todas las charlas a esta altura son más teóricas que prácticas, dado que se habla de situaciones de vida que aún no se presentaron. No obstante, permiten ver su vida futura con más realismo y cordura del que se prestaron hasta el momento.
Lo ideal – obviamente – es que aun después de casados, mantengan el vínculo de confianza con el rabino o con la persona que los asesoró anteriormente, para evacuar las dudas que se puedan ir presentando.
Y si bien toda esta preparación no garantiza la paz en el futuro, es un buen primer paso en el sentido correcto. No debemos escatimar esfuerzos en tratar de evitar la progresiva ruptura de hogares que representa uno de los mayores peligros para nuestra nación.
El Midrash (Rabá Vaikrá 9:9) relata que una mujer solía ir a escuchar la lección semanal del sabio Rabí Meir.
Al llegar a su hogar con cierto atraso una noche, lo encontró oscuro. Su marido no le permitió la entrada, a menos que ella escupiera a Rav Meir en la cara. Rav Meir se enteró y anunció que requería de una persona que salivara en su ojo para curarlo de una afección que se sanaba mediante esto.
Las vecinas le instaron a la pobre mujer a aprovechar la oportunidad.
Luego de que con cierta vergüenza cumplió con el deseo de Rav Meir siete veces, éste le dijo que podía volver con su marido y decirle que había cumplido su voluntad con creces.
Los alumnos se sintieron indignados que su maestro permitiera humillarse por el mero capricho ilógico de un marido.
A lo cual respondió Rav Meir: “Si D”s permitió que se borre Su sagrado Nombre (Bamidbar 5:23) a fin de restaurar la paz matrimonial entre marido y mujer,¡ con más razón que no debo interponer mi orgullo en este momento de desavenencia conyugal!”
Involucrarse en el afianzamiento de la paz conyugal, no es un tema fácil, pero es uno de los problemas más graves de nuestra época.
Personalmente, reconozco, no es un tópico del que gusto hablar en público con frecuencia, especialmente si se tratara de gente casada adulta.
La razón de ello radica en que temo que después de una charla de esta índole, la pareja vuelva a casa y comience una discusión – en el mismo momento, o varios días más tarde: “¡¿Escuchaste bien lo que dijo el rabino?!” De este modo, claramente no se logró el propósito de la charla.
Cada uno de los oyentes ha ido a escuchar aquello que (quiere creer) le da la razón en sus eternas polémicas domésticas.
Lo cual nos lleva a una evidente conclusión: las charlas sirven únicamente para personas interesadas en resolver sus problemas de manera civilizada. Para ellos, aun un pequeño recordatorio, les ayudará a conducirse en el rumbo correcto.
A aquel que no quiere escuchar, o al que sostiene que la responsabilidad de los problemas radica invariablemente en los demás, no le servirán las prédicas, ni los libros – ni siquiera este artículo. (Por lo tanto, no se la dé para que la lea pensando que eso cambiará automáticamente su actitud, pues las cosas no suceden de ese modo).
Rav Arié Levin sz”l estaba dando una charla en una sinagoga en Ierushalaim poniendo especial énfasis en la problemática de la armonía conyugal. Entre los oyentes se encontraba el Rav Isser Zalman Meltzer sz”l, autor de los afamados comentarios sobre el Ramba”m “Even haEzel”.
Después de terminar el Rav Arié su charla, se le acercó el Rav Isser Zalman y le agradeció profundamente sus palabras. Rav Arié sonrió y le señaló que sus palabras no estaban dirigidas a él.
-“No es así” – respondió Rav Isser Zalman – “Ud. no sabe el favor que me hizo en llamarme la atención respecto a mi conducta. Ud. Sabe que mi querida esposa me ayuda con mis escritos copiándolos a fin de prepararlos para su impresión. Resulta que en ciertas oportunidades yo le digo que copió mal tal vez y no lo hago con el respeto que corresponde. Sin duda, deberé corregir este aspecto…”
La gente verdaderamente grande es consciente de la factibilidad de cometer errores y no desaprovecha oportunidad para intentar corregirlos. Quienes se creen perfectos, no necesitan de charlas…
Apenas D”s delineó a Adam y a Javá las consecuencias del pecado por haber probado el fruto del árbol del que no debían comer, Adam seguramente debió haber sentido rencor hacia Javá ya que fue ella la que lo indujo a comer ese fruto y perder así el nivel espiritual del Gan Edén. Sin embargo, Adam no actuó de ese modo. “Y llamó Adam el nombre de su esposa Javá (quien da vida), pues ella sería madre de todo ser humano (lit. “viviente”). En lugar de rencor, hubo comprensión, visión de lo positivo, y una mirada en conjunto hacia adelante.
Después de años de sostener que Eisav no era un hijo digno de ser la continuación espiritual de su padre Itzjak, Rivká al fin logró señalar a Itzjak su error cuando este se disponía a bendecir definitivamente a sus hijos. Eisav decidió matar a Ia’acov su hermano como venganza por haber sido excluido de la bendición que él pretendía. Rivká se enteró y quiso proteger a Ia’acov.
No obstante, no relató a Itzjak lo que ella sabía.
En cambio, eligió decirle (lo que también era verdad), que no quería que Ia’acov se case con una mujer cna’anita. De otro modo, hubiese sido un “golpe bajo” para su marido quien recientemente se había percatado de su error anterior y, por otro lado, hubiese mostrado una actitud triunfalista por parte de Rivká.
Antes de comenzar a enumerar las causas más habituales que llevan (en su conjunto) a la falta de armonía, es importante explicar ciertos conceptos desconocidos para muchas personas que son elementales en la comprensión de la relación conyugal.
La Torá (Bereshit 2:20) describe el vínculo del hombre con el ser femenino que creó D”s para compartir el mundo de Adam, como “Ezer keNegdó”: “una colaboradora frente a él”. Por un lado, la Torá espera que los cónyuges colaboren uno con el otro, pero al mismo tiempo los llama “frente a él”, es decir que los creó distintos (en muchos sentidos: en lo físico, en lo psicológico, en lo sentimental, en lo espiritual) y exige que se complementen entre ambos.
La idea equivocada que tiene la gente es creer que por el hecho de estar enamorados, ya tienen asegurada la felicidad eterna. Totalmente erróneo. Del mismo modo, están desacertados quienes se abaten y sostienen que no está en sus manos corregir lo que está funcionando deficientemente. Es muy posible que en muchas instancias sea menester buscar (con mucha cautela y aplomo) una ayuda de terceros que, dependiendo de la situación, pueden – o no – ser profesionales en el tema. Sin embargo, nadie “de afuera” puede resolver más o distinto de lo que decidan resolver los interesados mismos.
Del mismo modo, está errada la gente que cree que “el tiempo” resolverá sus problemas (“hay que darle tiempo al tiempo”).
Efectivamente, hay temas que no se podrán tratar cuando uno (o seguramente ambos cónyuges) sienta mucho desagrado, disgusto o enemistad, en cuyo caso se deberá esperar un tiempo prudente para que se calmen y puedan hablar con coherencia.
Sin embargo, creer que las cosas se arreglan solas con el tiempo, es un error. Nada jamás se arregla por sí solo. Toda angustia deja una secuela.
Es posible que la intensidad del dolor se calme por el momento, pero queda la mella – que debe ser remediada. Y cuanto menos tiempo se deja transcurrir hasta que se aclare, tanto menos posibilidad hay que fermente y cause más problemas adicionales…
¿Es acaso, entonces, que todos estamos destinados a “tener problemas”?
Yo no los llamaría problemas, sino desafíos.
Para todo ser humano, llevar una relación de armonía con otro ser humano con quien contrae un compromiso de por vida, es un desafío enorme. Aun más complejo es cuando aquel ser humano es tan diferente a él como lo son el hombre y la mujer. Y aun más probabilidad tienen los cónyuges de que su desafío se convierta en un verdadero problema, si no se preparan previamente para asumir este reto y las coyunturas relacionadas.
¿Es todo “arreglable”?
Gran parte de los desafíos de convivencia lo son. Mucho más de lo que la gente está dispuesta a admitir.
No debemos olvidar de mencionar a esta altura, que una de las razones por la que nos cuesta tanto la convivencia, es que nuestro siglo ha modificado nuestro estilo de vida de manera fundamental.
Mientras en épocas anteriores los seres humanos estábamos mucho más expuestos a molestias y contrariedades relacionadas al trabajo físico, a las enfermedades y epidemias, hoy nuestra vida es muchos más suave, cómoda y fácil. Esto lleva a situaciones en las cuales el más mínimo desagrado o falta de confort provoca irritación.
Esta actitud generalizada, no facilita la convivencia para nadie.
Otro factor importante que se debe reconocer es que aun si dos personas que se encuentran en cierto momento de sus vidas sienten que se quieren y tienen muchas cosas valiosas y meritorias en común, eso todavía no significa que su futuro unidos será una cuestión simple: aparte de ser él varón, y ella mujer, cada cual tiene un pasado distinto, el ritmo de tomar decisiones es diferente, cada uno tiene sus propios familiares y amigos de antes y muchas cosas más que no nos parecen trascendentales en el primer momento pero que influyen sustancialmente en la vida de la persona.
Sería bueno también analizar ciertas señales y modos de vida engañosos a los que nos hemos habituado por el contexto cultural en que vivimos con la convicción que esto ayudará a la reflexión, dado que, como ya escribimos, muchos de los escollos tienen solución si está en la voluntad de los interesados encontrarla.
Uno de los desafíos estructurales más frecuentes en los medios, es la noción de darle diversión a una vida que parece ser malhumorada por la continua ansiedad (el famoso “stress”) a la que estamos acostumbrados. Todo necesita cambiar para convertirse en un artículo vendible: la moda en la indumentaria, los programas en los medios de comunicación, etc. Si algo (cualquier rutina) sigue igual por demasiado tiempo, se comienza a sentir fastidio (un “plomazo”).
Seguramente esta sensación se debe a que – en su versión positiva – todos poseemos el potencial de crecer moral y espiritualmente, lo cual sería una transformación sana y deseable.
Sin embargo, en lugar de intentar corregirnos y cambiar para mejor, esperamos que nuestro escenario se modifique alrededor nuestro para tener una vida más excitante y de mayor intriga.
Las novelas que la gente ve continuamente en los medios, dan prueba de este fenómeno.
En este ambiente, obviamente, la rutina de una relación seria y responsable se ve como “aburrida”. Falta la “acción”, el enredo y el entretenimiento de la conquista que existió en el momento en que se conocieron inicialmente los cónyuges, cuando la seducción y atracción mutua era un desafío a lograr.
En segundo lugar debemos analizar las expectativas surrealistas que se plantean en cualquier situación de vida y cómo eso afecta al matrimonio. Observemos.
El ser humano siempre ha “sufrido”.
Antiguamente este sufrimiento ha sido mucho más físico que ahora. El trabajo de las personas era sin duda mucho más manual que el de hoy. Todo había que hacer a mano.
La carencia de la cañería de agua – aun menos caliente – significaba que se debía ir hasta el pozo para extraerla y calentarla al fuego. La diferencia de los vehículos de antaño con los del presente, que hacían el traslado de las personas mucho más lento, sufrido y molesto. La ausencia del saber de muchos químicos hacía que la agricultura sea tanto menos productiva y más angustiante. La insuficiencia en los conocimientos médicos causaba enfermedades que hoy ya se desconocen y muertes que hoy se pueden evitar.
El correr de los años y el progresivo aumento de conocimiento con el cual se alivió muchos de los aspectos de la vida, provocó la sensación de que se puede acceder a una vida fácil privada de dolor.
Ya no se tolera la más pequeña molestia. “Si no ahora” – piensa más de uno – “llegará el momento en que tenga todo resuelto”. Por lo tanto, una de las peores desilusiones es cuando ese sueño jamás se cumple.
Las decepciones de las personas crecen proporcionalmente – en magnitud y en frecuencia – a las falsas esperanzas que imaginan. En el momento en que las expectativas que se puso en un matrimonio son exageradas (uno o ambos creyeron que no necesitarían esforzarse o modificar nada en su conducta para que el vínculo sea compatible), así también sufrirán los dos.
Seguidamente debemos estudiar el fenómeno de la idealización.
El enamoramiento inicial entre los contrayentes, comúnmente enceguece sus ojos respecto a las insolvencias del otro. Aun si uno “sabe” intelectualmente que estas falencias existen, se niegan emocionalmente en el caso en que ambos desean que la relación siga adelante.
No obstante, la infatuación es pasajera. En algún momento “se nota” que el cónyuge no es “perfecto”. Aceptarlo no siempre es fácil. Cuestiones que antes se dejaba pasar comienzan a ser más molestas y el nivel de tolerancia mutua cae.
Comienza a sentirse – entonces – una frustración, producto del desengaño sufrido.
Hace años, los matrimonios se “arreglaban” entre las familias. Los propios involucrados directos tenían relativamente poca injerencia en el tema.
Este sistema – propio de las épocas- podía traer sus problemas por la falta de opción propia y un sentimiento de estar obligado a un vínculo no deseado.
Ese procedimiento ya no se implementa hoy. Uno creería que la posibilidad de selección de la pareja debiera automáticamente resolver toda diferencia y ser mejor que el anterior. Pero no es así. ¿Por qué?
El desencanto por las decisiones propias no es menor al de las tomadas por otro.
Una persona con una baja auto-estima puede reprobarse a sí misma haber optado por lo que haya elegido.
En este caso, la desilusión con el otro le demuestra al individuo que uno mismo adoptó una decisión aparentemente “equivocada”, con lo cual se manifiesta un error propio, aun si la molestia proviene del otro que en este caso sería el cónyuge.
A esto le debemos sumar una falla generalizada en las normas de “Derej Eretz”.
Si bien estas palabras no tienen una traducción literal, comprenden todo aquello que se relaciona con el respeto y el correcto aprecio por el prójimo.
Pocos estarán de acuerdo en admitirlo, pero en un mundo en el cual casi todo es competencia, por lógica no hay demasiado espacio para la valoración genuina de otras personas. La vida matrimonial estable implica forzosamente que los contrayentes apliquen sus mejores cualidades de convivencia el uno para con el otro. Sin la práctica de estos atributos, el matrimonio deja de serlo en su sentido efectivo.
No debemos olvidar en este contexto, el peso de la presión económica que sufre todo hombre desde que existe la humanidad.
Cuando menciono este tema, no me refiero únicamente a la necesidad del sustento en sí, sino – asimismo – a la presión de la incertidumbre del futuro, a la depreciación en el “status” que siente la sociedad por quien no logra alimentar a su familia (o que se cree que los demás tienen por uno) y la competencia por no ser “menos” hombre que los demás,
Tampoco faltan los casos en que uno de los agravantes es la interferencia familiar de alguno o ambos lados para acrecentar la rivalidad existente.
Esto no se debe necesariamente a que los estorbos sean intencionales, ni – aun menos – porque estos familiares deseen que se destruya el vínculo entre los cónyuges.
En realidad, los propósitos pueden ser buenos: cada mamá (y cada tía) cree conocer a su hijo o hija tan bien (lo conocen “desde que es un bebé” – o creen que lo sigue siendo…), que por lo tanto opina en temas que muy posiblemente sería mejor callar – aun si asume la certeza de tener razón.
Por último, no olvidemos que nuestra sociedad es también muy superficial.
Por lo tanto la elección de la pareja – desafortunadamente – está demasiado ligada a la apariencia externa de la persona.
Si bien no planteamos que el atractivo físico – tal como D”s lo diseñó – no tenga significado, cuando una decisión de tal magnitud está centrada sobre una base tan efímera como la fascinación por lo corporal, no cabe la menor duda que estamos en un terreno muy resbaladizo.
En este sentido, colaboran ambos: aquel (o aquella) que elige por lo periférico y aquel (o aquella) que se expone y seduce por la misma vía, evitando así la discusión profunda de los proyectos que los unen por vida. Ambos se convierten de este modo en cómplices de un muy probable vínculo destinado al fracaso.
Cuando Moshé debió enviar a los espías a conocer la tierra prometida al pueblo judío, bendijo antes de su partida a su alumno Iehoshúa. ¿Por qué no bendijo a Kalev (el otro espía recto) al igual que a Iehoshúa? La respuesta es que dado que Kalev estaba casado con Miriam la profetisa, Moshé supo que él no sería confundido por las ideas de los demás espías pérfidos y no requirió una bendición especial. (Bamidbar 13:16 – Emet le’Iaacov de Rav Ia’acov Kamenetzky sz”l)
Está bastante claro en muchas de las citas de los Sabios (Psajim 49:) lo importante que es la dignidad y virtud de la persona que uno elige para convertirse en su complemento para toda la vida.
¡Cuánta sabiduría práctica, la de nuestros Sabios!
(Nota: El divorcio en si, aun cuando sea tan frecuente en nuestros tiempos, es el último recurso de una pareja que no puede acordar los términos para conducir una vida de armonía y mantener así un hogar y una familia. El Talmud expresa que hasta “el altar vierte lágrimas” por quien divorcia a la esposa de su juventud. Por lo tanto, se trata de evitar en lo posible que se llegue a tal situación. Los criterios superficiales de esta época hacen que la gente llame “amor” a simples pasiones coyunturales. Obviamente, estos amores no pueden ser duraderos, pues las pasiones en si son sentimientos egoístas que distan de ser, si no es que contradicen, al verdadero amor.
La pareja que contrae enlace de acuerdo a la ley de la Torá, (que involucra su noviazgo, manera de conocerse, etc.) tampoco está exenta de desafíos que puedan hacer peligrar su matrimonio (más aun, viviendo en la sociedad consumista que nos rodea). No obstante, mediante quienes los preparan para casarse y, si establecen un vínculo sano con un maestro que los guíe en su vida, al menos poseen un recurso importante que puede evitar en la gran mayoría de los casos que su amor termine en desastre. El hogar judío fue y no dejar de ser la preocupación principal que nos debe importar.)¡Querido Manuel!
(Podía llamarte con otro nombre, pero elegí este al azar).
Ya son tantos los años que nos conocemos y hoy debo escribirte por una razón muy importante.
No quiero entrar en tema sin previamente desear que todo esté bien contigo en todo sentido. Son muchos años desde que nos conocemos…
Si bien no seremos lo que la gente llama “íntimos amigos”, de todos modos hemos sido compañeros en la escuela por mucho tiempo, y siempre que nos encontramos, recordamos épocas pasadas.
Tú participaste de mi Bar Mitzvá y yo del tuyo.
Tú asististe a mi boda y yo a la tuya.
En todas estas ocasiones bailamos y nos alegramos uno con el otro.Siempre recuerdo tu casamiento con Luciana. Lo tengo grabado en la memoria como uno de esos hitos felices y únicos en la historia. Se los veía tan contentos, tanto a vos como también a tu novia. Todos comentaban que Uds. eran la pareja ideal, que estaban “cortados uno para el otro”.
No creo que se deba hablar de este modo, pero ambos eran “la envidia” de muchos.
Creo que no conozco a nadie, que no haya pasado por vuestra casa para recorrer vuestros álbumes de fotos y disfrutar la proyección del video de la boda. Cuando me invitaste a ver la película, sentí – al ver tu cara – que por fin presenciaba el verdadero significado del amor platónico en toda su envergadura.
Me acuerdo también de las consultas que me hiciste varios años más tarde, cuando tu hijo mayor tenía que entrar al Shule y me preguntaste por el lugar al cual mandamos los nuestros. La vida siendo tal como la es, las circunstancias se dieron para que no nos veamos tan frecuentemente como antes.No sé cuándo ocurrió ni cómo.
Debido a que quise ser respetuoso de vuestra intimidad, no insistí en mediar en vuestro creciente conflicto cuando me dijiste “que se trataba de algo pasajero” y que “se iban a arreglar solos”, porque “en el fondo nos queremos mucho”.
Evidentemente las cosas no se solucionaron y pronto nos enteramos que se había roto definitivamente la pareja.
Nos dio mucha pena y nos culpamos porque “quizás había que haber hecho algo”. Como espectadores periféricos percibimos el dolor habitual de los padres de ambos, de vuestros niños y de Uds. mismos. Entendemos que ciertas personas influyentes intentaron enmendar las cosas… infructuosamente.
En fin: cada uno hace su vida. Creímos ser considerados de la vida privada de cada uno y nuevamente no intervenimos.Es triste decirlo, pero la reiteración de cualquier flagelo tal como este, entorpece nuestra sensibilidad. La tasa de divorcio no es excepción. Esto conduce a que escuchemos cada día de casos adicionales que aumentan la estadística irreversiblemente sin siquiera pestañar.
Recordamos el pasaje de los Sabios en el Talmud que dice que “aquel que divorcia a su primer esposa, hasta el propio altar (Del Sagrado Templo) derrama lágrimas por él” (Guitín 90. y Sanhedrín 22:).
Esperamos el inevitable divorcio civil y religioso. Dentro de lo tétrico de la situación, aun estábamos “alegres” que Uds. conocen la importancia de celebrar el Guet ritual y la gravedad de dilatar su entrega, como así también la severidad de la ofensa en contra de la Torá (Vaikrá 18:20), de aquel que comienza a formar una nueva “pareja” sin llevar a cabo la ceremonia del Guet previamente. Dada la ignorancia generalizada de los preceptos más fundamentales del judaísmo, éste es uno cuyo desconocimiento ha causado más daños trascendentales e irreversibles en nuestro pueblo.
Cuánto me extrañé – entonces – y me angustié aun más cuando me enteré que estabas aplazando la entrega del Guet por ciertas diferencias económicas que tienes con Luciana.
Entiendo que cada separación acarrea muchos elementos de desilusión, sentimientos de fracaso, que se vuelcan hacia la persona a quien en algún momento más se amó. Es increíble la proximidad que tienen el aparente amor y el odio en estos casos.
No quiero entrar a juzgar quién de Uds. tiene “más razón”, pues sería un ejercicio fútil e inconducente. Suceden tantas pequeñas y grandes cosas en la privacidad de cualquier matrimonio, que evaluarlas retroactivamente suele ser de poco beneficio a esta altura.
¡Manuel!
No sé hasta cuándo especulas sostener esta situación confusa.
¡¿Piensas mantener esta pulseada hasta la eternidad?! ¿piensas que existen “ganadores y perdedores” en estas situaciones – se profundiza aun más la pérdida que todos están experimentando – incluso Uds. mismos – e incluso en el ámbito humano?
Si no fueras creyente y sensato, lo que sigue no debería interesarte; pero yo sé que aun cuando en ocasiones no manifiestas públicamente tu religiosidad, en el corazón sí tienes un sentimiento muy judío y fiel.
Estamos a pocos días de Rosh HaShaná y Iom Kipur. Todos los años se nos juzga. Aun si acumulamos un grueso prontuario en el año, D”s es condescendiente con nosotros si somos “ma’avir al haMidot”, nos sobreponemos a nuestras inclinaciones impulsivas de rencor.
¿Qué responderíamos ante D”s para explicarle esta situación? ¿Le diremos que ella “tiene la culpa de todo”? ¿explicaremos que tú eres un santo? ¿diremos que ya te olvidaste que los momentos más felices de tu vida los compartiste junto y gracias a ella?
Creo que es útil mencionar que desde el momento en que contrajeron matrimonio, vuestras vidas se han ligado una a la otra.
El modo legítimo de desvincularse es el Guet.
Sujetar y dominar la vida del otro mediante la retención del Guet es grave. Ni la vida de uno ni la del otro es eterna.
Quienes creemos en D”s, sabemos que deberemos rendir cuentas por todos nuestros actos ante el Trono Celestial. Si Luciana posee virtudes (y no me cabe duda que no te casaste y viviste durante años con una pecadora irreverente), merece rehacer su vida y si no recibe su Guet – que está en tus manos, esto no juega a tu favor…
Regreso al tema del amor al que hice referencia antes, con relación a tu boda. Quizás pueda sumar a esta altura una historia maravillosa que relata el Talmud:
“La esposa de Rav Iosi haGlilí era una mujer con quien era muy difícil convivir. Las cosas llegaron a punto tal que el matrimonio se disolvió. Ella volvió a contraer matrimonio con una persona muy carencada. Mendigando por la calle, ella evitaba la casa de su ex-marido por vergüenza a enfrentar y a recurrir a la persona a quien le había causado tantas dificultades. Su nuevo marido insistió. Rav Iosi haGlilí, al advertir su deplorable situación, los recibió bien y se ocupó de suministrarles su menesteres”.
Uno de los elementos más interesantes de esta anécdota, es que el Talmud la menciona vinculada a un versículo que vamos a leer en Iom Kipur a la mañana: “y de tu carne no te abstraerás” (Ieshaiahu 58:7). Aun después que Rabi Iosi haGlilí había divorciado a su esposa con quien la coexistencia había sido imposible, no dejó de considerarla “su carne”.
No me cabe la menor duda que nuestra visión posmoderna de lo que es el amor es muy limitada, muy posiblemente debido a la influencia de novelas que hablan de los sentimientos más egoístas de auto-satisfacción y hedonismo en términos de amor.
El Talmud lo ve distinto.
El amor, en su manifestación más pura de grandeza, se demuestra cuando una persona no guarda rencor ni toma venganza. Muy a lo inverso de lo que puede sugerir la superficialidad contemporánea, el valor, el heroísmo y la valentía (Guevurá, en hebreo), no importan por la publicidad y la cantidad de personas que se enteran de lo ocurrido, sino por el esfuerzo y la dificultad en vencer los obstáculos y ataduras internas que impiden que uno realice un acto correcto.
Quiero aclarar, asimismo, que la demora en hacer el Guet, lamentablemente trae aparejado el grave “relajo” en la prohibición de acercarse a otros hombres y mujeres – respectivamente – no menos que cuando los miembros de la pareja vivían juntos, pues por la ley judía están casados y rigen todas las cláusulas establecidas en la Ketuvá (de mantenerla y asistirla) sobre la cual juraste solemnemente en el Templo bajo la Jupá.
Si bien la falta cometida en este aspecto pertenece a quien la cometió, no está exenta de responsabilidad la persona que lo arrinconó al otro a tal situación.
Supongo que puede haber otros – posiblemente “amigos” y familiares – que te aconsejen distinto a lo que opino.
Este es un problema que vos – y solo vos – puedes resolver.
Y es una situación terriblemente desafiante a cuyo feliz término, no cualquiera puede acceder.
¡Manuel!
Te quiero mucho y confío en que con tu madurez, estarás a la altura del desafío.
Tu amigo
(Nota: este texto fue escrito – por razones de practicidad – dirigiéndose a un hombre, pero podría haberse dirigido igualmente a la situación triste de una mujer que no acepta el Guet de su marido. Responde a la presencia de casos en que maridos o esposas entorpecen la entrega del Guet a modo de coerción para lograr algún fin que creen justificado. Las leyes de la Torá fueron dadas para ser obedecidas y para vivir una vida en armonía aun en situaciones desagradables como la del divorcio de una pareja y no para ser abusadas en contra de otra persona.)
Y no es para menos: para los parientes, en particular, los días y semanas previos al casamiento suelen ser de mucha tensión hasta que al fin… llega el día. Pero aun más significativo es este día para los padres de los novios. Después de muchos años de dedicación y protección, día y noche, en aras de que sus hijos lleguen a realizarse como adultos correctamente integrados a la sociedad, por fin arriban a este hito tan trascendental que marca un antes y un después: el más importante de su vida.
Obviamente, el hecho en sí de haber encontrado la otra “media naranja” con quien concretar su propio hogar, es el mensaje más destacado del evento.
No diría que esto signifique la culminación de la formación de los hijos, pero en cierto sentido establece el momento del paso de una generación a la próxima.Sin embargo, desafortunadamente, en nuestra sociedad son cada vez más los jóvenes y no tan jóvenes que no encuentran a la persona con quien decidan que pueden formar su hogar.
Muchas veces se trata de personas que son exitosas en muchos aspectos de la vida, y seres humanos con quienes se puede mantener un vínculo de amistad afectuoso.
Sin embargo, la posibilidad de cimentar una relación con una persona a quien perciban que puedan apreciar y los complemente, los parece eludir una y otra vez…Como padres, aun si nuestros hijos fuesen aún pequeños y el momento de decidir sobre establecer un hogar fuese muy remoto, este asunto: poder elegir, saber elegir y lograr convivir, debe llamar nuestra atención, pues el momento llegará más rápido de lo que creemos.Lo que sigue, son solamente algunas de las apreciaciones de temas vinculados a Zivuguim (presentación de novios). Los elementos que faciliten o dificulten la toma de decisión de alguno u otros van a variar de comunidad en comunidad, y de familia en familia, pues son muchos los factores que inciden sobre la disposición de cada persona frente a una resolución tan crítica.
En primer lugar, es importante entender que contraer matrimonio es muy valioso para nosotros como judíos, más aun que para el resto de la humanidad, que recibió esta orden como primer mandato explícito en la Torá.
Nuestro entorno, no lo entiende así. Lo más habitual es escuchar expresiones que lo toman como algo optativo. Esto, sin lugar a dudas, influye en nosotros.
Claro que casarse, implica “dar la palabra” y “asumir un compromiso”, un desafío que jamás fue fácil para nadie, y no se convirtió en cuestión simple recién ahora.
Más aun, viendo cómo tantos hogares se desmoronan, con el consiguiente sufrimiento de los integrantes: cónyuges, niños y familia en general, aun menos tienta a cualquier persona seria y pensante, aceptar el reto de un pacto de por vida.
Esto, por lo general, lleva a una y otra postergación hacia un “mañana” indefinido, o sea, casi nadie declara que no se casará nunca, pero pospone esa decisión con una serie de argumentaciones que cree más o menos lógicas, ocupando las económicas un papel preponderante entre ellas.
Lo que muchas veces no se toma en consideración es que cuanto más grandes se vuelven los (que eran) jóvenes, tanto más estructurados sus modos de vida, y tanto más difícil se tornará la adaptación a la vida compartida totalmente con otra persona.
Se suma a este hecho que – lógicamente – cada individuo tiene expectativas previas acerca de lo que espera que sea la persona con quien construya su hogar, y al aspecto que cree debe tener.
Uno quisiera que la decisión sobre la idoneidad en la elección de la pareja fuera totalmente objetiva – pero no es así.
¿Cómo se forma el sueño de la persona “ideal” para uno?
Es difícil señalarlo con precisión.
Hay muchas imágenes que se forman en la mente del ser humano desde su niñez y que tienen que ver con las figuras que conoció y en quien confió desde que era pequeño.
Asimismo, nuestra sociedad “estandarizó” los criterios de belleza (en términos físicos de la mujer), reduciendo las normas a un punto en el que muy pocas entran dentro de los códigos banales que considera aceptables.
Nuevamente: uno puede pensar que esto no repercute en una sociedad que tiene su vista puesta en valores morales, pero la verdad es que sí afecta, y limita mentalmente las opciones para muchas personas.
Creo oportuno agregar un factor más que debemos tener en cuenta, pues se filtran dentro de nuestro idioma cotidiano conceptos ajenos a lo que debe ser nuestro modo de pensar (estoy casi seguro de que para la mayoría de los lectores esta manera de expresarse le resultará totalmente inocua).
Cuando se escucha hablar al público cómo sugieren quién podría ser un candidato apropiado para tal otro/a, suelen manifestar que “el/ella necesita una persona de tales o cuales características…”
Sin desmerecer el hecho de que los cónyuges se apoyen y se contengan mutuamente, pues cada uno tiene el deber de sostener anímicamente al otro como parte importante de su convivencia y de la unión afectiva que implica la creación conjunta de un hogar, no se debe plantear la razón de establecer un vínculo conyugal a partir de una necesidad mutua.
Todos tenemos muchas carencias. Necesitamos trabajo, un buen médico, tal vez un buen psicólogo, quizás también un buen abogado – y obviamente precisamos buena compañía, reconocimiento y contención afectiva. El cónyuge es – probablemente – la persona mejor posicionada para brindar esa contención.
Sin embargo, la elección no puede reducirse a esa “necesidades”, pues principalmente se debe juzgar la elección en términos de compatibilidad ideológica y personal para complementarse, a fin de construir juntos una familia equilibrada y feliz.
Cuando un estilo de expresión se desliza dentro de nuestro vocabulario – aun si contiene errores, al repetirse continuamente, se torna parte de nuestro modo de pensar. En la mente del ciudadano común, con el tiempo, ese concepto se vuelve aceptable y estándar en el trato diario.
Una de las características de nuestro contexto, es la creciente percepción propia auto-suficiente. El lenguaje así lo refleja. La reiteración de los términos lo afirma.
A medida que crece el individualismo en la mente humana, tanto más difícil se convierte la vida compartida de manera constante, solidaria y recíproca.
Volviendo al tema de las presentaciones de candidatos, o los que se auto-presentan: lamentablemente el desgaste de conocer a una, y otra, y otra persona más, corroe a los postulantes. Cada cita en la que se espera conocer a “la” pareja, requiere una inversión de ilusión y esperanza, que – al no concretarse – se suma a las desilusiones anteriores y provoca que la persona se sienta cada vez más defraudada con su vida.
Dado que muchas veces no se trata de un “no” rotundo, el porcentaje de duda que queda en la mente del joven, ayuda a crear un sentimiento de culpa: “¿Y si es y lo/la estoy rechazando por error?”…
Y en cada salida, se suman más sentimientos encontrados: “¿cómo estoy seguro/a de que es la persona para mi?”
Otro clásico: “Es muy buena persona y tiene muchas virtudes, pero… no siento nada. ¿Qué hago?”
Admito que al escribir estas líneas habrá gente que se sentirá dolida por la situación personal propia o de algún ser allegado al identificar su situación con algunos de los descriptos. No es la intención de este escrito. La voluntad está puesta en ayudar a todo aquel a quien le pueda ser útil compartir esta preocupación y asistir a alguien más.
¿Podemos ayudar los terceros?
Sin duda, sí.
Trataremos esto en los siguientes capítulos.
Dina y Biniamín no se conocen. Unos amigos que tienen en común – Java y Zalman, ya felizmente casados – sugirieron con buena voluntad que podían ser el uno para el otro.
Dado que cuando les mencionaron los nombres a cada uno de ellos, no les sonaban conocidos, y como además tenían cierta confianza en el buen gusto y criterio de Java y Zalman, ambos acordaron en salir. “Total – ¡qué tienes para perder…!”El sistema de Peguishá (o Shiduj, o sea la presentación de posibles candidatos a convertirse en matrimonio mediante personas que conocen a ambas partes) es el que se usa en la mayor parte del ambiente observante, y es – o debiera ser – el modo más recatado de conocer a un/a joven para constituir una pareja seria, sin herir a ninguno de los dos en caso de no realizarse el noviazgo.El método de Peguishá tiene sus amplias ventajas por sobre otras maneras de conocer, al permitirse el espacio privado para reflexionar y considerar los proyectos que conciben ambas personas para sus vidas, y estudiar la posibilidad de que coincidan en aquellos planes y se vean – cada uno al otro – como complemento mutuo para el intento de llevar a cabo esos propósitos.
El hecho de que la creencia que estas dos personas puedan constituirse en marido y esposa surja de un tercero que los conoce y que sabe cómo actúan con otras personas, está familiarizado con las familias y el pasado de ambos y los quiere de verdad buscando lo mejor para cada uno de ellos, permite una mayor objetividad en cuanto a imaginarlos como cónyuges.
Obviamente más que si la idea de noviar surgiera del simple encuentro fortuito entre los jóvenes que fácilmente pueden caer en un amor “ciego” que sucede “a primera vista”, pero que no contiene las bases que ayudan a mantener un matrimonio armónico para toda la vida.
Sin embargo, este sistema también puede fallar, al descuidar los elementos que acabamos de mencionar.
En la desesperación por ver casados a sus amigos/as, muchas veces se hacen esta clase de “arreglos” – sin el previo minucioso control de quién se está presentando, y el aval para cierta Peguishá se da a través de que “mi hermana tiene una amiga que conoce al primo de fulana – y él dijo que es muy buena chica…”
Obviamente que se trata siempre de “un buen chico”. Somos todos buenos, lo cual no quiere decir que podamos – o debamos – formar una familia y un hogar conjuntamente. Y aparte: ¿qué es un “buen chico”? ¿Acaso el criterio y la descripción que ese título conlleva no es muy dispar?
Por lo tanto, al sugerir nombres que uno apenas “conoce muy por arriba” siempre con el ánimo de ser servicial, se suele exacerbar a quienes ya están caídos y frustrados por anteriores desencantos.
De todos modos, aun en el mejor de los casos, incluso después de haber pedido referencias, “conocer a otra persona” es algo mucho más hipotético que una completa realidad, siendo tan difícil conocerse siquiera a sí mismo…
¿Cuántas veces es necesario encontrarse para saber si la persona que le presentaron es la indicada?
Para esta pregunta no hay una respuesta contundente, generalizada y válida para todos. Dado que cuando dos personas buscan crear un vínculo, ambos casi por cierto van a hacer todo lo posible para “caer bien” a ojos del/a otro/a, en el encuentro y solo darán a conocer ciertos aspectos – su mejor conducta – para impresionar a la otra persona. Esto es casi inevitable.
Sin embargo, el encuentro puede y debe servir para esclarecer los ideales, principios, prioridades de vida y proyectos.
Al hablar de estos temas que son críticos para una decisión seria, se escuchará qué se dice y cómo se dice.
Cada pareja de posibles aspirantes a novios, llega a un punto de haber coincidido los temas relevantes para una convivencia y una unión para siempre. Después, ya llega el espacio de decidir por el sí o por el no.
El resto de la información deberá obtenerse a través de terceros que podrán describir a los potenciales candidatos en otras áreas de su quehacer. En ese momento, alargar la “agonía de la indecisión” es injusto hacia uno mismo y hacia el otro.
¿Y con esto alcanza?
La verdad, no.
Olvidamos un elemento imprescindible: la Tefilá al Mezaveg Zivuguim (Aquel que forma las parejas), para que no se equivoquen en su decisión, que será la más importante de su vida.
En Bereshit (24:12) el sirviente de Avraham se dirigió a Aram Naharaim a pedido de su amo para encontrar una esposa para Itzjak. El sirviente llevó todo lo que pensaba que sería necesario para el éxito de esta compleja misión. Al llegar a la fuente de agua en Aram Naharaim, ideó un plan para determinar quién sería la joven adecuada para Itzjak. Antes de poner en práctica este intento, dirigió su palabra a D”s: “D”s de mi amo Avraham haz suceder por coincidencia frente a mi hoy, y actúa con bondad para con mi amo Avraham” (Bereshit 24:12).
(Aun la familia de Rivká, reconoció después del relato del enviado de Avraham, que la mano de D”s había asistido en realizar el encuentro “casual” del sirviente y Rivká, y expresó: “MeHaShem iatzá hadavar” (Bereshit 24:50), de lo cual deriva el Talmud que las parejas están designadas por el Todopoderoso).
Todo requiere de la Asistencia Di-vina, y en tema de Shidujim, esto es aun más evidente.
Antes de continuar, debemos aclarar que lo que la gente suele llamar “noviazgos”, y que en realidad son situaciones de “ni”, son nocivas para todas las partes. “No”, es no. “Sí”, es sí. “Ni” – es un estado indefinido que seguramente se define de modo distinto en la mente de cada uno de los pretendientes. ¿Es un “casi seguro”, o “puede llegar a ser”, o “tiene buenas perspectivas”, o “lo estoy pensando”, etc.?
¿Se puede tomar un tiempo para pensarlo?
Sí, se puede – si hay acuerdo entre ambos (de no escuchar otras propuestas durante ese período de reflexión). No es necesario apresurarse a tomar una decisión que determinará toda la vida de uno de manera presionada.
De todos modos, la decisión concreta debe ser “no”, hasta que se decida que es “sí”. Y, en ese interín, deben ambos – y sus allegados que conocen esta posible incipiente relación – mantener herméticamente silencio, a fin de reservar la posibilidad de que el vínculo no termine por establecerse.
Hemos mencionado la importancia de la Tefilá, y la de indagar previamente (solo cuestiones relevantes) sobre la persona con quien uno va a salir a fin de evitar dolor, malestar y desencanto – a ambos.
No menos importante es: saber bien qué es lo que uno mismo quiere – antes de encontrarse con la otra persona. Esto se puede hacer conversando con una persona de confianza, exponiendo los aspectos importantes de lo que se cree vital en la existencia, y las expectativas que se tiene respecto al matrimonio.
Dentro de este marco, corresponde, aunque no sea fácil hacerlo, que uno reconozca sus propios potenciales y también los flancos débiles. Pretender evaluar la idoneidad de otro/a, sin saber qué hay desde este lado, es un ejercicio errado.
Antes de cerrar este capítulo, no debemos olvidar que las intenciones en este emprendimiento deben ser imprescindiblemente las adecuadas y puras.
Es verdad que hay muchos aspectos trascendentales en la constitución de un matrimonio, pero estamos hablando de algo sagrado: Kidushín. Y si bien las intenciones no son visibles al ojo humano, son reales a mediano plazo, y son las que guiarán los pasos de las personas. Intenciones egoístas (“esta es para mi…”) terminan autodestruyendo. Es tan paradójico, que en la planificación de lo que debe ser el amor, la abnegación y la entrega a otro ser humano, se trate este tema con modos narcisistas.
Intenciones puras – por otro lado – dan lugar a acciones puras. Y si bien es fácil exponerlo en palabras, la realidad es que estos deseos sagrados y diáfanos no surgen espontáneamente, sino tras una delicada introspección a fin de llegar a ese estado.
Arroz con leche hierve rápido. La preparación para contraer matrimonio es una tarea delicada. Que siempre tengamos la Siata diShmaia para ver a todos nuestros hijos y compañeros llegar preparados a este momento.
***
Es conocida la frase que cita el Talmud (Sotá 2.), acerca del hecho que la pareja ya está “predestinada” desde antes del nacimiento: “cuarenta días antes de la gestación del bebé se anuncia. ‘la hija de fulano será para mengano’” . En la jerga judía, se conoce el concepto de la predestinada como “bashert”, un concepto que no se reduce a los matrimonios, sino que abarca la certeza que toda situación en la vida está dada por intervención Di-vina.
El Midrash (Bereshit Rabá 68:4) cuenta que una dama romana inquirió de Rabi Iosy ben Jalafta acerca de “qué hace D”s desde el momento en que ya ha terminado de crear el universo (en seis días)”. Rabí Iosy ben Jalafta respondió que D”s se dedica a coordinar las parejas para que se encuentren y puedan formar matrimonio. Esta tarea era tan “compleja” como la propia partición del Mar Rojo.
La romana se burló de tal noción y dijo que ella podía hacer exactamente lo mismo. Siendo ella dueña de muchos esclavos y esclavas, apareó a mil de ellos con mil de sus sirvientas.
Al día siguiente, aparecieron todos – hasta el último – con fracturas y heridas reclamando ser absueltos del matrimonio al que habían sido obligados.
La romana volvió con el Rav y reconoció que “no hay como vuestro D”s y la Torá es íntegramente auténtica”.
Sin embargo, aun creyendo y aceptando como ciertas las palabras de los Sabios que acabamos de citar, esta creencia pareciera no allanar el camino hacia encontrar y sentirse tranquilo con las propuestas que se le formulan.
Quizás estas historias sirvan para iluminar un terreno tan oscuro y nos permita ponderar y entender que D”s no se “olvida” de nadie, y que – más allá de la obligación de encarar seriamente el Hishtadlut (esfuerzo) por encontrar a la persona adecuada, Él vela para que cada uno “se cruce” con la persona que Él preparó para acompañarle/la en el camino de por toda la vida.
Joanne Ness, una joven Baalat Teshuvá que vivía en California, era nutricionista y escribía una columna muy popular en el periódico local.
En cierta ocasión fue invitada a participar y dictar una clase en una conferencia en Philadelphia, apenas dos días antes de Shavuot, que en el norte acaece en plena temporada del verano boreal.
Calculando que podía volver cómodamente a su hogar antes del mediodía en la víspera de la fiesta (tomando en cuenta que incluso volaría de este a oeste), aceptó la propuesta y viajó tranquila al coloquio.
Puesto que debía permanecer en el avión muchas horas, llevó consigo un libro (“De generación en generación”) que le habían recomendado de Rav Avraham Twerski, un rabino psiquiatra de Pittsburg.
Todo marchó bien, y estuvo puntual en el aeropuerto de Philadelphia para retornar a su hogar.
Sin embargo, en ese momento comenzaron las complicaciones. Su vuelo se había anulado, y cambiaron su itinerario para que viajara con otro que haría escala en Pittsburg. Según sus cálculos, no había problema pues aun así llegaría al mediodía a casa.
Salvo que… se atrasó el vuelo, y perdió la conexión para llegar a Los Ángeles.
Joanne estaba desesperada, pues no conocía a nadie en Pittsburg. ¿Qué haría? – ¿adónde pasaría la fiesta de Shavuot? – ¡¿y qué haría para conseguir comida casher?!
De pronto, miró el libro que sostenía en sus manos…
¡Pittsburg! – ¿no era allí dónde vivía el famoso Rav Twerski?
De inmediato, buscó en la guía telefónica, encontró la dirección y salió corriendo del aeropuerto a buscar un taxi.
Cuando llegó a la dirección, se encontró frente – ¡a un instituto psiquiátrico!
Impacientada, y muy agitada ingresó a la clínica y pidió hablar con el Rav Twerski de inmediato. La recepcionista, acostumbrada a toda clase de urgencias, la miró y le dijo que Rav Twerski no estaba…
“¡Pero necesito hablar con él – ya!” respondió exasperada Joanne.
“Déjeme ver si ubico al hijo” – intentó tranquilizarla la recepcionista.
Cuando tuvo en la línea al Dr. BenZion Twerski, éste pidió hablar con Joanne. Rápidamente ella le explicó su situación.
“No se preocupe – ya veré qué podemos hacer” – la serenó. Al rato, la pasó a buscar y le hallaron un hogar en donde estar para las fiestas.
La gente de la comunidad la invitó a cenar, y el 2º día de Shavuot, tuvo la oportunidad de almorzar en la casa del propio Rav Twerski.
Entre los presentes estaba Brad Perelman, un joven allegado al Rav. Brad y Joanne se conocieron y se presentaron. Seis semanas más tarde estaban comprometidos y luego contrajeron matrimonio.
Hacía ya años que Brad había sugerido al Rav Twerski que difundiera todas esas historias del rico acervo familiar que narraba en las mesas de Shabat. Luego de persistir, aquel libro (“De generación en generación”) fue publicado – y fue (gracias a) aquel tomo que Joanne había llevado en su viaje a la conferencia en Philadelphia y – de modo un tanto accidentado – que encontró a su marido…
(“Echoes of the Maggid – Rav Paysach Krohn – Artscroll/Mesorah”)
Si bien esta anécdota (real) pareciera lindar con la pura “casualidad” o “serendipia”, este no es el objeto de su narración, sino aclarar que como creyentes, es importante en todo esto invocar Su asistencia: “Echa sobre Él tu carga, y Él te sostendrá” (Tehilim – Salmos 55:23).
Y también tener en claro las prioridades, como veremos en la siguiente historia, que si bien pertenece a otra época y a otro calibre de personas, nos puede ayudar a abrir los ojos.
Jiena Miriam Feder era bibliotecaria en el pueblo de Mir, en donde había una famosa Ieshivá. Jiena vivía con su madre, pues su padre ya había fallecido cuando ella era pequeña. La muchacha ya era grandecita y aún no había encontrado su Zivug.
Aparte de ser bajita de estatura, no se contentaba con cualquier propuesta, sino que quería encontrar un muchacho que después de casarse se dedicara de lleno a estudiar Torá.
Esto ocurrió a fines del siglo XIX, y para lograr esto, se necesitaba un padre que ayude a solventar la manutención de la joven pareja, pero Jiena apenas lograba ahorrar un poco de dinero por mes…
Sus amigas de la infancia ya estaban todas ocupadas con sus bebés, mientras ella se deprimía cada vez más.
Un día decidió escribirle una carta al único que realmente podría asistirla: su Padre Todopoderoso. Después de verter en una hoja las plegarias que había recitado día tras día durante semanas, meses y años, describiendo la clase de muchacho que pretendía, dobló cuidadosamente la hoja, la colocó en un sobre que cerró y dirigió a “Aví she’ba’Shamaim” (Mi Padre en el Cielo).
Fue al parque que había en las afueras de Mir, y soltó la carta para que la llevara el viento.
Uno de los muchachos más estudiosos de la Ieshivá, Itzjak Iejiel Sonenzon (llamado así por el abuelo de Rav Moshé Feinstein sz”l), salió a caminar por aquel mismo sitio para refrescarse y reflexionar. Al advertir el sobre tirado en el suelo, lo levantó para devolverlo al dueño, pero se extrañó mucho al observar a Quien estaba dirigido.
Curiosamente abrió el sobre, y leyó – y releyó repetidamente – la carta. De sus palabras se percibía el dolor y el sentimiento genuino de quien la había escrito.
Después de este episodio y de vuelta en la Ieshivá, Itzjak Iejiel no podía concentrarse en el estudio.
Fue a conversar con el Rosh Ieshivá, Rav Baruj Kamai sz”l, y después de debatirlo decidió que consideraría casarse con la muchacha.
Averiguaron y pronto dieron con la identidad de la joven (que era seis años mayor que él). Rav Itzjak Iejiel efectivamente colmó las expectativas de Jiena y llegó a ser el Mashguiaj (líder espiritual) de la Ieshivá de Minsk en donde estudiaron muchos jóvenes que luego fueron eminentes líderes del pueblo de Israel.
(“Around the Maggid’s table – Rav Paysach Krohn – Artscroll/Mesorah”)
Eliezer (según los Sabios era el nombre del sirviente de Avraham) era plenamente conciente de lo complejo de su misión. Después de implorar al Todopoderoso – como ya señalamos, decidió cuál era la estrategia apropiada para la situación: la característica más saliente del hogar de Avraham era su constante y abnegada apertura a las necesidades de todo ser humano que requiera su asistencia.Es conocida la historia que da comienzo a Parshat Vaierá (Bereshit 18:2), en donde Avraham recibió – como era su costumbre – a tres individuos itinerantes extraños con los mayores honores. En dicho relato, cada acto de hospedaje de Avraham se adelanta con las palabras “y apuró”, “y corrió”, o sea que había un fervor en las acciones de anfitrión de Avraham en su búsqueda de complacer a los invitados (incluso absolutos desconocidos).
La esposa de Itzjak no podría carecer de estos atributos (Bereshit 24:14).
Por lo tanto, pidió a la muchacha (aun sin saber su nombre) que le diera agua para beber. Rivká no solamente respondió positivamente a su solicitud, sino que ofreció también agua para los diez camellos que traía Eliezer. El modo en que la Torá nos describe sus actos nos suena conocido: “y apuró”, “y corrió”…
A partir de la observación de ese acto, los hechos se desencadenaron precipitadamente hasta que Rivká se convirtió en la esposa de Itzjak.Las características de la casa de Avraham se convirtieron en elemento componente del pueblo de Israel. Es impensable considerar la comprensión de la historia y la esencia de nuestra nación sin tomar en cuenta el ingrediente del Jesed.
¿Por qué la Torá dedica tanto espacio a narrarnos el modo en que el sirviente de Avraham encontró a Rivká?
Para enseñarnos a saber priorizar los elementos esenciales y cardinales que forman a la persona con quien deseamos unir nuestras vidas y construir nuestro hogar.
El Rav Avraham Pam sz”l, decía que en el momento en que se sabe que el cónyuge posee buenas cualidades humanas, llevarse bien se torna mucho más fácil. Al mismo tiempo, el factor de la preeminencia del Jesed, radica en el hecho de que los hijos suelen aprender y copiar las características de los padres. Y no menos importante es la consideración de que es tanto más factible cumplir con la Mitzvá de “amar al prójimo” tratándose de una persona que posee características compasivas y sensibles, quien uno tiene a su lado.Antes de proseguir con todo lo relacionado a la elección del/a cónyuge adecuados, es menester aclarar este punto básico: Jesed y Midot – tal como lo vio Eliezer en Rivká.
Jesed es algo visible: son acciones de generosidad reales hacia personas que lo necesitan. Pero requieren de criterio y sensibilidad. Los actos de Jesed no se deben realizar para que sean vistos por terceros. La persona que es genuinamente generosa, no habla a terceros acerca de sus acciones de nobleza. Es menester que la asistencia a terceros sea un tema natural. Las cosas obvias no requieren explicación. Si la predisposición hacia la solución de las necesidades ajenas es auténtica, se debe llevar a la práctica sin hacer alarde de la acción realizada.
En relación a las Midot, esto es más complejo aun. Las Midot no están a la vista de los individuos, y hasta la misma persona puede y suele errar en reconocer sus cualidades.
Midot no son modales. Los modales son, frecuentemente, gestos externos de conducta. Los gestos existen para que los vean los demás. Asimismo, los gestos, si bien no son una virtud en sí, se emplean para demostrar un sentimiento al prójimo y sirve, en muchas ocasiones, para provocar que el otro se sienta bien. No a ellos nos referimos. Lo que la Torá espera de la persona es que realmente sea íntegra en su corazón. Eso es lo que denominamos “Midot” en el idioma hebreo. No son modales, sino el perfeccionamiento de las cualidades humanas, lo que ocurre en lo recóndito del alma, lejos de la vista de los demás “pues el hombre mira a los ojos y D”s mira el corazón”.
Volviendo a nuestro tema principal, El Rav Pam nos llama la atención sobre un punto adicional:
En Shidujim, lo que se busca es la persona apropiada.
De considerarse que cierto/a joven reúne las condiciones que se pretende, y si al salir la pareja ambos lo consideran viable (es “la horma de uno”), no se debe seguir pensando que quizás haya aun “algo mejor”.
Pensar en “algo mejor” responde a nuestra mente mercantilista de buenos comerciantes: encontrar mercadería a precio más barato. Esto no tiene relación alguna con el matrimonio. Toda persona puede ser “mejor” o “peor” en su conducta.
Todos somos mejores y peores que otros en cierto sentido (al margen que las personas no somos “algo”…).
El sirviente de Avraham vio que Rivká cumplía con los requisitos que él se había propuesto. De inmediato se inclinó y agradeció a D”s por haber logrado su objetivo (Bereshit 24:27). No buscó más “algo mejor”.
Avraham y Sará habían dedicado su vida a mostrar al mundo pagano de entonces, que existe un Creador y que a Él se debe servir. Sus seguidores fueron numerosos y Avraham era conocido como el príncipe de D”s (Bereshit 23:6).
Habiendo tantos creyentes en D”s en Cna’an entre sus discípulos y admiradores – ¿qué razón impulsó a Avraham a insistir en la elección de una muchacha de su propio terruño, un lugar al que sus enseñanzas no habían llegado?
Varios comentaristas deducen y demuestran a partir de esta situación, que la adaptación a una conducta de Midot para aquel/la que no fue educado así desde pequeño, es mucho más compleja que el ajuste a cuestiones relacionadas con la fe y la creencia. Aun si Rivká no tuviera el conocimiento filosófico de la casa de Avraham, sus Midot eran ejemplares, y justamente por eso, estaría predispuesta a adherir a las máximas de Itzjak.
Este ejemplo, sin embargo, debe tomarse “con pinzas”.
Los buenos modales, o aun los actos circunstanciales de bondad, no necesariamente reflejan por si solos la permeabilidad del individuo a adaptarse a una vida de Torá – cuando no ha sido educado en aquella senda.
A fin de poder aceptar conceptos que exijan un cambio en el estilo de vida, especialmente tratándose de un cambio que desafíe el arraigo y las costumbres que suelen ser parte integral de la personalidad de uno, se requiere modestia.
El individuo arrogante a quien se le refute su modo de vida, de inmediato se escudará detrás del manto de su altanería a fin de objetar el hecho de ser cuestionado.
El haragán, jamás querrá modificar o llevar a cabo algún cambio en su quehacer.
El materialista no estará dispuesto a restringir su apetito por lo material y el prejuicioso tratará de seguir manteniendo sus fantasías en lugar de encarar las realidades que se le presenten.
El inconstante posiblemente trate en algún momento conformar lo que sabe que debe ser su vida, pero por falta de perseverancia, abandonará el intento de seguir una línea de conducta.
Muchos Shidujim comenzaron esperanzados en que “ya va a cambiar”, “dale tiempo”, etc. pero terminaron en auto-engaño, porque estaban respaldados solamente por enamoramientos efímeros, y sin Midot, ni voluntad real para adaptarse a un cambio trascendente en la vida.
No hay Shiduj si no es con la voluntad de entrega mutua, lo cual se constituye en el mayor Jesed posible.
Cuando el Rav Isser Zalman Meltzer sz”l, una de las máximas autoridades espirituales de Israel de la pre-guerra, era joven y estudiaba aún en Volozhin, se le propuso casamiento con la hija del fallecido Reb Shraga Faivel Frank, quien había sido uno de los mayores contribuyentes a las Ieshivot de la época.
En aquellos tiempos los alumnos de la mayoría de las Ieshivot no solían dormir en dormitorios propios de la Ieshivá, sino que alquilaban habitaciones por cuenta propia o por cuenta de la Ieshivá entre los pobladores del pueblo donde estaba situada su casa de estudios.
Rav Isser Zalman contrajo tuberculosis, y la habitación en la casa del carnicero local, padre de una familia numerosa, que ponía los cueros de las vacas a secar cerca de su ventana, no favorecía su salud. Rav Isser Zalman no quería decir nada a nadie, pues sospechaba que de saber el Rosh Ieshivá las condiciones de su albergue, no permitiría a nadie utilizarlas, causándole a quien lo hospedaba una pérdida de ingresos de gran importancia.
La familia de la novia se preocupó por él y mandó los más eméritos médicos para mejorar su estado de salud. A instancias de ellos, Rav Isser Zalman fue a vivir a lo de un campesino en una alejada zona rural, pero su pronóstico no era muy alentador.
Al no se verse ningún alivio, la familia comenzó a instar a la novia a que rompa el Shiduj. El mismo Rav Isser Zalman estaba dispuesto a retirarse de la escena. Sin embargo, la novia no quería resignarse, sin tener el aval de alguna autoridad rabínica. A tal fin, viajó a Radin a tratar el tema con el santo Jafetz Jaim.
El Rav escuchó a la joven, y después de ponderarla le dijo: “En este mundo existe gente sana y gente longeva. As es ist bashert, eltert man sich mit a shvachen Man (si está predestinado, es posible llegar a anciano junto a una persona débil)”.
Armada con esta respuesta, se realizó el matrimonio.
Y así fue. Se casaron y llegaron a ancianos, siendo la Rabanit quien preparó los textos escritos por el marido para su impresión.
En cierta ocasión le consultaron a la ya anciana Rabanit Meltzer si había decidido correctamente, bajo la presión y la incertidumbre, y el pronóstico médico inseguro: “Nunca me arrepentí” – respondió.
Considerando que aun hoy, al sugerirse un Shiduj apropiado a un muchacho observante no se hará hincapié en el aspecto físico de la joven, es obviamente mucho más llamativo que a la Torá sí le interese aludir a este item.En particular interesa notar el hecho de que la Torá divide la cuenta de los años vividos por Sará en tres partes, cuando falleció, diciendo que vivió cien años y veinte años y siete años. Rash”í dice que esta segmentación de los años de Sará, es para enseñarnos que fue piadosa a los cien igual que a los veinte y bella como a los siete años.
¿A qué atractivo se refiere cuando la compara con una niña de siete años?
Rav Yissochor Frand shlit”a cita una explicación de Rav Mottel Katz sz”l, que será importante para echar luz a un tema tan delicado.
Entendamos, sin embargo, que la dificultad en captar el núcleo del tema surge por las limitaciones que tenemos los contemporáneos, fruto del condicionamiento de una cultura que fue imponiéndonos medidas corporales muy específicas para que alguien sea considerado bello, y de ese modo, restringir nuestra sensibilidad por aspectos más íntimos y reservados de hermosura.
A tal fin, comienza dándonos un ejemplo de un pasaje del Talmud (Kidushín 49:) que no está relacionado con los aspectos anatómicos humanos, pero sí con el concepto de la belleza – referente a Ierushalaim: “Diez medidas de esplendor cayeron al mundo: nueve llevó Ierushalaim y el resto se lo llevó el resto del mundo”.
¿Qué significado y qué importancia tiene el hecho que Ierushalaim fuera hermosa? ¿No estamos hablando, acaso, de una ciudad a la cual la gente va por su calidad de santa y moral? ¿Acaso los peregrinos dejarían de ir a Ierushalaim, si fuera un poco menos encantadora que otras ciudades?
La respuesta radica en el hecho de que efectivamente los seres humanos estamos influenciados por el entorno físico.
La perfección corporal, permite que la persona entre en un estado mental más receptivo a la espiritualidad (obviamente, si es que realmente vaya en búsqueda y le interese aquella espiritualidad…).
Del mismo modo, enseñan los Sabios, que hay “tres aspectos que amplían la mente del hombre: Una casa hermosa, utensilios hermosos y una esposa hermosa” (Talmud Brajot 57:) Este pasaje del Talmud, nos hace saber que cuando las condiciones de vida son agradables, y uno no está restringido por distracciones físicas, puede ser más receptivo a las cuestiones de santidad.
Cuando quien visita Ierushalaim puede divisar las encantadoras colinas y los valles y bosques que embellecen el derredor de la ciudad, su mente se despeja, dando lugar a aquella santidad que está buscando.
Volviendo a lo humano, el pasaje famoso del final de Mishlei (31:30), nos dice que: “engañosa es la gracia, y vana la hermosura, (sino que) una mujer temerosa del Creador debe ser elogiada”. ¿En qué quedamos, es importante – o no – la belleza corporal?
Para explicar este pasaje, algunos comentaristas comparan la simpatía y la belleza con el número cero. ¿Cuánto vale la cifra cero por sí misma? ¡Nada! Sin embargo, al colocarle otra cifra al comienzo, entonces los ceros que se agreguen luego, potencian aquella cifra inicial: el 1 se convierte en 10, 100,1000, o más…
Del mismo modo, el atractivo físico es el cero que solamente enaltece a la persona que ya ha trabajado sus aspectos morales de Temor al Todopoderoso. De otro modo, es solamente un cero.
Quizás podamos complementar esta explicación con otra que también he visto. La hermosura periférica de la persona no es fruto del trabajo de quien la ostenta. D”s le obsequió a cada uno su aspecto exterior, razón por la cual no tiene de qué enorgullecerse, aun más considerando que la simpatía puede utilizarse correctamente, pero también sirve como medio de engaño y encubrimiento.
Sin embargo, el trabajo interno de mejoría y crecimiento en las Midot, es mérito de uno mismo: “Todo está en Manos Di-vinas, salvo el temor por el Todopoderoso (que está en manos de cada ser humano – Brajot 33:)”.
Lo que este pasaje nos viene a enseñar es en qué aspecto poner énfasis: ¿en lo que recibimos como legado, o en lo que hemos logrado con esfuerzo?
La belleza y la hermosura en una persona según la definición de la Torá, no equivalen – sino que se contrastan – a las nociones sensuales que la gente llama atractivo, irresistible, sugestivo, provocador, de lo que sería una “ganadora” de un concurso de belleza. – en donde solamente la gracia física, y nada más que eso – son la virtud de la elegida. Ni el gimnasio, ni la peluquería son lugares para adquirir valor interno.
Es importante destacar – pues es parte de la carencia de sana cultura en nuestra generación – que existe la noción de elegir a la persona para “quedar bien ante el público” (la mayoría de la gente niega que sea así, pero lamentablemente es parte inherente de la actitud humana contemporánea).
Esto no es algo nuevo.
En la orgía que organizó Ajashverosh, rey de Persia en la historia de Esther que leemos en Purim, encontramos que “el séptimo día cuando estaba ya embriagado con el vino, dijo que llamaran a Vashtí, para mostrar a los pueblos y a los ministros su belleza, pues era hermosa” (Esther 1:11), el típico sentimiento ególatra de dominio mediante la persona que uno “posee”.
Por otro lado, cuando el rey Ajashverosh reclutó doncellas por todo su imperio, y estas se preparaban durante doce meses con toda clase de perfumes que estaba a su disposición para luego ser recibidas por el rey, quien terminó siendo reina – Esther – no pidió absolutamente nada para intentar embellecerse (Esther 2:15).
No obstante, cayó en gracia y fue elegida reina.
Este mismo hecho, la evidente intervención Di-vina (pues “caer en gracia ante la gente constituye un obsequio de D”s) a fin de que sea escogida emperatriz, fue el argumento principal de Mordejai a fin de convencerla de que era su misión arriesgarse para salvar a su pueblo de manos de Hamán (Esther 4:14).
Todo lo que acabamos de exponer aparece muy bien en los papeles, sin estar bajo la influencia real de la presencia concreta de la que hablamos. Pues al momento de poner en práctica los ideales, es casi imposible no estar influenciado por el aspecto físico de/la muchacho/a, precisamente porque es lo que primero se ve al encontrarse.
Sin embargo, una vez estando bajo el encanto y el hechizo de la seducción – no hay lógica que valga.
Y ese momento es tan difícil, a menos que la persona tenga su “cable a tierra” de personas en quien pueda confiar.
Pirkei Avot (5:19) nos advierte del riesgo de enamorarse por la belleza, así como por cualquier factor exógeno a la devoción y entrega por otra persona. Muy contundentemente, esa Mishná sentencia que todo amor que depende de agentes ajenos (sentimientos egoístas), está destinado a no sobrevivir más allá del lapso que experimente ese interés.
El ejemplo clásico, mencionado en dicha Mishná es el de Amnón, hijo del rey David quien se había enamorado de la hermosa Tamar (Shmuel II 13:1).
Amnón terminó por violarla, producto de su pasión irresistible, y “y fue mayor el odio que sintió Amnón por Tamar, que el amor que había previamente tenido por ella…” (Shmuel II 13:15).
¿Le parece conocida esta historia?
¿Vivió de cerca alguna situación en la que los “ex” se odian con una pasión que no tiene comparación en otros contextos de la vida?
¿Cómo y adónde desaparecieron el deslumbramiento y la fascinación que lo tenía ciego impidiendo ver la realidad de quien estaba adorando?
Quizás se deba a las culpas de haber “caído” en la trampa (propia) de la pasión y de no haber escuchado su propia conciencia que le advertía que “algo no cierra”, pero que uno desoyó…
Si bien en todo lo que acabamos de exponer, llamamos más la atención en la desequilibrada actitud prevaleciente hacia lo exterior y lo físico en una mujer, en relación a su valor interior como persona – por parte de los hombres y de las mismas mujeres, se debe analizar la actitud análoga exagerada respecto a la importancia que se le atribuye al poder, al dinero y a los atributos físicos del hombre en yuxtaposición a su sabiduría y corrección de Midot.
Sin duda que hay muchísimo más para reflexionar sobre este tema, y este capítulo no intenta ser más que una aproximación a la cuestión, a fin de permitirnos ponderar uno de los tropiezos más comunes de nuestros tiempos.
EL QUE CAVA UNA FOSA, CAE EN ELLA… (Kohelet 10:8)
Aun si no todos están dispuestos a reconocerlo, con cada matrimonio judío que se concreta, se está forjando el futuro del pueblo de Israel. Por este motivo, los criterios que se deben tomar al sondear las características de la persona con quien se formará el eventual hogar, deben ser acertados y la atención, prudencia y honestidad, son imprescindibles para no caer en error.
Este último punto – el del auto-engaño – es el que más se percibe como origen de las afecciones que sufren muchas parejas más adelante en su camino en común, cuando cunden el desencanto y la desilusión de los integrantes del matrimonio.
Y, si es tan evidente que tantos individuos sufren esta frustración posterior – ¿por qué las sucesivas personas que ya conocen y saben de los ejemplos – algunos tranquilos y otros tantos desventurados – vuelven a caer en aquella misma trampa?
Buena pregunta, y no tiene una única respuesta, y aun menos, una respuesta simple.
Como decíamos recién, no podemos abstraernos de una realidad fáctica: al encontrarse con cierta persona desconocida hasta aquel momento, lo primero que se advierte de esa persona es su aspecto exterior (“entra – o no – por los ojos”) – la apariencia física, la voz, sus gestos y expresiones y cómo viste.
Claro que aun si esa persona posee las más diáfanas y prístinas virtudes, será difícil apreciarlas una vez que ya nos formamos un preconcepto desventajoso sobre ella a partir de los primeros elementos (exteriores y superficiales) que hemos percatado.
Esto no sucede cuando hablamos con personas sobre quienes ya hemos creado una imagen previa por informes de los demás, por haber escuchado su enseñanza por vía auditiva, o por haber leído sus libros. En estos casos, el conocimiento de su sabiduría, de su modo de pensar y actuar, permite a uno la ecuanimidad de ver a la otra persona como un ser completo y no con una visión parcial, fragmentaria.
Pensemos por un momento en aquel/la joven que sale a la “caza” de un muchacho o una muchacha que le gusta, basándose principalmente (si no únicamente) en su aspecto físico, esperando que de alguna manera lo/a pueda “conquistar”.
Desde ya que estamos hablando de una actitud egoísta: “El” o “la” otro/a son para uno (es mío/a), términos difícilmente compatibles con el amor auténtico y abnegado (¿o solo lo admitimos así para la teoría?).
Comienza entonces el jueguito de “ganarse” a la otra persona.
Es momento de “show”.
El juego consiste en venderse bien: intentar que se vea en uno todo lo que se cree que lo haga apetecible para el otro, decir lo que al otro/a le agrade, ponerse “pilchas” al tono para la ocasión, etc.
El encuentro consiste en una gran puesta en escena – por parte de ambos.
Y dado que estamos hablando de una seducción mutua (que esquiva el pensamiento lógico, adormece la visión a futuro e hipnotiza a los protagonistas, como vimos más arriba), todo vale. Siendo así, utilizar el cuerpo propio, excitarlo, e intentar estimular correspondientemente a la otra parte termina por premiar la gran ficción y empujar a ambos adentro de su propia trampa…
“La mentira tiene patas cortas”, y al igual que todo lo que tiene un valor material (¡seres humanos considerados como una utilidad!), tiene una vida útil limitada antes que nos cansemos de “tenerlo”, y los cambiemos por un nuevo modelo…
Si bien hasta aquí hemos tratado solamente el modo promiscuo de lo que se denomina “noviazgos” en esta época, también en el sistema de Shidujim puede convertirse en un escenario preparado para la simulación.
Es difícil decir cómo uno es “natural”. Innegablemente, todos tratamos de presentarnos civilizadamente ante la sociedad y subsisten facetas ocultas en cada uno. Hasta cierto punto – y si bien no debiera ser así – la mayoría de las personas evidencian un temple distinto en diferentes situaciones de su vida.
El artificio, en todo caso, va en proporción a la amplitud de la brecha que existe entre lo que se expone y la realidad diaria que se vive.
La falta de indagación acerca de la persona con quien se pretende vivir una vida en conjunto, integrarse y construir un hogar en común, puede ser un error irrevocable.
Repetidamente se escucha el comentario de cuidarse que “el otro no se entere que se está averiguando acerca de él/ella”.
Sinceramente: ¿es preferible que la otra persona (con quien se desea compartir la vida) se entere de ciertos aspectos de la vida de uno más tarde, por vías inesperadas (y quizá malintencionadas) y se sienta defraudado y engañado?
¿No es la confianza mutua un pilar principal de la vida armoniosa en el hogar?
Desde el punto de vista de la Torá, engañar al ocultar información vital (como puede llegar a suceder en aspectos de enfermedades que pueden, o no, repetirse) puede estar prohibido por los preceptos de “lo tonú” (no embaucar – Vaikrá 25:14) y “lifnéi iver” (no colocar obstáculos frente a un ciego – Vaikrá 19:14).
Por otro lado: ¿es necesario relatar información irrelevante sobre quien nos preguntan? ¿No cabe la posibilidad de que cierta revelación haya sido insubstancial para la otra persona, hasta el momento en que se comentó y se convirtió en “tema”, precisamente por el hecho de haberse expuesto como algo digno de ser comentado?
Claro está entonces, que esto también tiene un límite: no toda “información” es significativa como para ser comentada.
Es difícil emitir un código exhaustivo acerca de qué es lo que puede ser importante para cada persona, pues hay normativas culturales que se sobreentienden dependiendo del entorno que esa persona haya vivido en el pasado.
Pero hay reglas al respecto, y ciertos aspectos negativos pasados de la vida del individuo que claramente han sido subsanados de manera definitiva, no deban ser considerados.
En muchos casos, esta clase de cuestiones deben ser presentadas y consultadas ante autoridades halájicas competentes.
El libro Jafetz Jaim que trata acerca de las leyes de la maledicencia, enseña en detalle qué es lo que debe revelar el interesado o un tercero, sea consultado, o no.
Por último: no debemos olvidar que estamos hablando de un público creyente y que si entendemos que nada sucede en la vida si no es por orden y disposición clara de D”s, entonces nada se conseguirá o debe intentarse lograr por vías que son contradictorias a Su voluntad.
Sea Su voluntad que cada uno encuentre su designado/a sin dolor, ni ansiedad innecesaria.
Conversando en la fiesta de despedida del año laboral, Jim tuvo oportunidad de preguntar a Fred a dónde iba a veranear. Sabía que Fred siempre gustaba de lo exótico y en lo personal aventuras para sus vacaciones.
Fred y Jim eran amigos desde la niñez, pues habían acudido juntos al Jewish Center del barrio y habían incluso celebrado su Bar Mitzvá el mismo día.A diferencia de Jim que tenía hábitos moderados, Fred era una persona de estilos extravagantes. Por un lado se sentía como alguien muy espiritual – si bien no practicaba los preceptos del Judaísmo – por lo tanto amaba la naturaleza, pero a la vez, esto lo llevaba a actividades riesgosas, siempre confiado en la protección providencial que hasta ahora no lo había abandonado.La respuesta lo tomó por sorpresa: “Si D”s quiere, vamos a estar acá cerca en ‘Playa Grande’…No puedo irme más lejos porque tengo que volver a la oficina muy frecuentemente. Creo que me van a ascender a un puesto más jerárquico…” – dijo tocándose la cintita roja en la muñeca para estar seguro que las cosas resulten como él quería.No queriendo ser menos “creyente” que su compañero, Jim respondió: “¡Qué bueno! Entonces – si D”s quiere – nos vemos en la playa y la pasaremos bárbaro juntos”.“Si D”s quiere”, “Si D”s permite”, “Con favor de D”s…” – expresiones tan comunes en el vocabulario de la gente que quizás se digan por creencia genuina – o quizás se utilicen como práctica automática, o solamente como resguardo y protección por algún mal de ojo, o – para que D”s esté de acuerdo con todo lo que uno proyecta.
Claro que en el uso cotidiano de estas palabras – uno puede hasta emplearlas en espera de que se cumplan – si D”s quiere – los deseos personales, aunque quizás realmente D”s no quiera ni subscriba con este proyecto en particular que uno piensa llevar adelante, pues va en contra de Su voluntad.
Parshat Vaieshev nos relata cómo Iosef llegó a Egipto y fue adquirido (como esclavo) por el ministro Potifar (Bereshit 39:1). Dada la excepcional diligencia de Iosef, llegó a convertirse – a pesar de tener el estigma repudiado por los egipcios de ser hebreo – en el capataz de todas las actividades de Potifar.
Madame Potifar había visto en sus análisis astrológicos que tendría descendientes comunes con Iosef. Siendo fiel seguidora de su cosmografía, decidió que el estrellato le correspondía a ella.
No escatimó esfuerzos en su intento de seducir a Iosef.
Diariamente iba al shopping “Alto Egipto” para agregar a su vestuario alguna vestimenta que atrajera la mirada indolente e indiferente de Iosef.
Pero no hubo caso.
Iosef no se dejó convencer, ni por los encantos ni por las amenazas de Madame Potifar. Directamente se negaba en absoluto a mirarla o siquiera conversar con ella, aun cuando aquella incluso trató de forzarlo físicamente a hacerlo.
Si bien en Egipto la seducción y la infidelidad eran “moneda corriente”, Iosef intentó infructuosamente hacerle entender que no renunciaría a los principios morales que le había inculcado su padre.
Madame Potifar no entró en razones y esperó el momento en que podría obligar a Iosef a cambiar su postura.
Shjem, el hijo de Jamor, intendente de la ciudad de Shjem, vio a Diná, la hija de Ia’acov que había salido a ver a las muchachas de la ciudad, la raptó, la violó y la mantuvo secuestrada.
Siendo que estaba “locamente enamorado” de ella, trató de insinuarle que le convenía quedarse con él (“Tu padre debió invertir mucho dinero – 100 Ksitá – para comprar una pequeña parcela. Si te casas conmigo, pues serás la dueña y ama de toda la ciudad de Shjem” – Bereshit 34:3 – Rash”í).
¿Qué comparten Madame Potifar con el joven arrogante Shjem?
El modo de intentar ganarse la complacencia de otro/a mediante la seducción.
¿Qué es la seducción?
Es el modo de cautivar a otro mediante el engaño. Abusar de la ingenuidad o de la falta de amparo de la persona que desconoce un tema, (o que sí conoce pero padece de alguna debilidad física o moral) para hacerle aceptar algo que seguramente no lo beneficiará, entrando dentro de esta penosa maña, muy usual en nuestra sociedad.
“No hay nada nuevo bajo el sol” (Kohelet 1:9) – en particular bajo el sol radiante de “Playa Grande” en la que se quieren encontrar Jim y Fred. Más que seguro – y a pesar de lo que dicen, “D”s no quiere” que estén allí.
¿Por qué pensar que D”s no quiere? ¿Será por un problema de exposición a los rayos ultravioletas que causan enfermedades a raíz de la perforación de la capa de ozono? Posiblemente también.
Pero hay algo mucho más grave: En “Playa Grande” hay hombres y mujeres que no están vestidos cubriéndose como la Torá exige.
La Torá prohíbe todo aquello que entra en el rango de “Araiot”.
Ello incluye la exposición indebida de las partes íntimas del cuerpo tanto si éstas no están tapadas del todo, semi-descubiertas, cubiertas con material traslúcido, ajustado o con algún otro medio sugerente. Obviamente esto también abarca compartir la vida de playa pública (salvo en donde hay playas separadas para hombres y mujeres como existen en Israel).
En los libros de Halajá contemporáneos, está claramente dictaminado:
(Entre otros) Rav Moshé Feinstein sz”l así lo aclara en Igrot Moshé Even Haezer Vol. 1 # 56, encuadrando esta actividad (natatorio mixto) en la prohibición de “Guilui Araiot” que es uno de los pecados por los cuales la persona debe “iehareg veal ia’avor” (preferir sacrificar su vida antes de llegar a violar la ley). Rav Ovadia Yosef shlit”a trata el mismo tema en Iejavé Da’at Vol. 5, # 63.
Sí, suena un tanto extremista, pero la playa mixta no está autorizada por la Torá.
¿Por qué?
Intentaremos aproximarnos a un tema que no es fácil para gran parte del público, pero no por eso puede ser evitado. En su esencia, todo lo que se relacione con Araiot es espinoso, y los Sabios ya han expresado oportunamente que “El corazón de las personas se inclina por robo (tomar lo que no es de uno) y las Araiot” (Jaguigá 11:)
De todos modos, más allá que el nivel en que esto afecta a cada uno individualmente sea distinto, claramente es un desafío con el que debe luchar todo ser humano.
Ante la insistencia de Madame Potifar, Iosef “se negó, y dijo a la señora de su amo: mi amo confía todo en mí, y puso todo lo que posee en mis manos. No existe nadie más importante en esta residencia que yo, y no me ha limitado nada, sino a ti, pues eres su esposa, y ¡cómo haré esta tremenda maldad, y pecaré contra D”s!” (Bereshit 39:8-9).
En primer lugar Iosef se negó. El acto estaba prohibido por D”s, aun si la sociedad egipcia en su totalidad lo admitía. A Iosef esto le bastaba para negarse.
Sin embargo, a fin de que la Madame pueda comprender la gravedad de la falta, intentó dar los motivos que a ella le puedan satisfacer. Pero, en última instancia – entrara su ama en razón, o no: “¿y pecaré contra D”s?”
Siendo que la Halajá es clara al respecto, estaría de más que agregáramos algo, pues ¿qué podemos sumar a lo que la ley ya establece?
No obstante, es útil que también nos apoyemos en el sentido común, para que en este desafío estemos mejor posicionados.
Los humanos nos hemos acostumbrado (a través de la cinematografía) a que la vida debe condimentarse con intriga.
D”s dispuso en la naturaleza del hombre y de la mujer el atractivo necesario para que se creen matrimonios, esto es – como dijimos – un medio para establecer algo superior: un hogar, un espacio de convivencia espiritual sagrado y tranquilo.
En ese esquema, las propiedades llamativas y diferenciadas de hombre y mujer fueron obsequiadas para incrementar la intimidad y atracción entre los cónyuges.
Aun cuando la tentación a malversar los elementos innatos que D”s nos dio siempre existió, y la opción al pecado siempre ha estado, la modernidad ha convertido este atractivo en un fin en si mismo, con el solo objetivo de satisfacer apetitos corporales y placer por el placer mismo.
No es secreto que la institución del matrimonio jamás ha sufrido una crisis como la que está atravesando en la actualidad.
Y si bien se debe atribuir esta triste realidad a muchos factores: la falta de educación al amor por el prójimo, la carencia de paciencia, la ínfima tolerancia al error ajeno, el impedimento a aceptar la mínima privación de confort, la ausencia total de códigos morales, la escasez de modelos creíbles y la falta de cultura hacia el compromiso, el entorpecimiento al hogar tranquilo y estable se multiplica por el exhibicionismo sin precedentes que existe hoy.
En el tablero de ajedrez, se podría llamar el “jaque mate” que termina venciendo a la cordura, la madurez y la paz.
En virtud de que en todos los ámbitos de la vida se compite – ¿por qué no también en la “conquista” del amor?
El modo actual de “atraerse” entre la gente, les permite utilizar cualquier medio que logre ese fin. Y los Sabios (Brajot 24., Kidushin 70.) lo reconocieron como tal: el lenguaje verbal, y el no verbal, los movimientos del cuerpo, el tono de voz, el modo de arreglarse el cabello, la manipulación de los sentimientos y la persuasión por lo externo.
¿Tiene dudas acerca de lo que estamos diciendo?
¿Por qué, pues, se hacen tantos chistes (casi todos) sobre temas que hacen al lazo de hombre y mujer?
¿Por qué esa risita nerviosa y automática (definido como Ruaj Shtut – espíritu de tontería –Midrash Tanjuma Nasó 5) ante ciertos comentarios vinculados al área de lo “prohibido”?
¿No hay, acaso, oculto un sentimiento de culpabilidad que se quiere eliminar, una vergüenza que se procura ocultar o reprimir?
Pero a Ud. le surgen algunas preguntas:
¿Dónde entro yo en todo esto?
¿Qué culpa tengo yo si otras personas son mal pensadas?
¿Por qué no puedo ir cómoda, si no me meto en la vida de los demás?
¿Acaso en las calles porteñas y las de cualquier ciudad occidental no se presenta la misma exhibición que en la playa?
O quizás Ud. diga: “a mí no me va a pasar nada”, “yo me conozco”, “tengo mis límites”.
Verdaderamente, no negamos el hecho de que seguramente las intenciones de muchas personas sean decentes y limpias, pero al mismo tiempo pecan de ingenuas.
Nos toca vivir en una sociedad superficial, carente de ideales y valores, y se torna difícil tomar distancia de lo que nos rodea – y los códigos no los imponemos nosotros solo con las buenas intenciones. Abundan los Shjem y las Madames Potifar, y todos los que se “tiran un lance”. Y D”s no quiere eso.
Aun si nos creemos “pasivos” en ciertos aspectos, no dejamos de ser partícipes de la sociedad – salvo que manifestemos clara oposición a lo que transcurre, aun si solo fuera con el modo de mostrarnos públicamente.
Y respecto a esa falsa tranquilidad y seguridad moral propia, defendida por el dicho que “nos conocemos, y sabemos nuestros límites”, esto es sumamente dudoso: ¿estamos tan seguros que dominamos nuestro genio?; ¿acaso no nos sucede que protagonizamos escenas de enojo de las cuales nos avergonzamos después?
O sea: sabemos que nos extralimitamos ante ciertas circunstancias.
Los Sabios dijeron que no existen garantías (“apotropus”) respecto a Araiot (Ketuvot 13:).
Y respecto a lo que se vive en las calles (en donde también se rompieron los códigos más esenciales de vestimenta).
Verdaderamente: la calle puede ser similar a los espacios de veraneo.
Pero hay una diferencia. No es lo mismo el lugar en el que uno no tiene otra opción para transitar, que el hecho de elegir por cuenta propia a dónde ir.
El que tocamos, no es un tema sencillo.
Sin embargo, entendamos que el esfuerzo vale – y mucho. Y no olvidemos el valor del hogar que queremos construir.
Los Sabios dijeron que uno de los motivos por los cuales nuestros antepasados fueron redimidos de Egipto, es que no se encontraba entre ellos siquiera uno que fuera frívolo en hechos sensuales. Ya (la matriarca) Sará y Iosef llegaron a Egipto cada uno en su momento – la capital de la corrupción moral – y pusieron límites claros en lo que a esto se refiere, dejando su ejemplo para el futuro (Midrash Rabá Shir HaShirim 4:24).
Melina estaba entusiasmada.
Había recibido – por fin – su ansiado obsequio: Una PC para tener en casa.
Ya en la escuela era la única de la división que no tenía computadora en su casa y eso la hacía sentir como si fuera “menos” que sus compañeras.
Es verdad, sabía manejarse bien con el aparato, pues había aprendido computación en clase, y cuando necesitaba cumplir con una tarea, podía ir a la casa de alguna de sus compañeras que siempre eran amables y se la dejaban utilizar.
Pero le daba vergüenza tener que pedir siempre y mencionar que ella no tenía un aparato propio. Tampoco gustaba de los locales donde podía trabajar, porque no había un buen ambiente, y porque le molestaba el humo de los que fuman.Sin embargo, había un tema más importante: sus compañeras siempre estaban en contacto entre ellas, mientras Melina se sentía excluida. También ocasionalmente hablaban – en tono un poco más bajo e intrigante- de otras personas con quienes “chateaban”, cosa que a Melina le sonaba misterioso, y por lo que le era aun más molesto al no poder participar por no poseer una “compu” en su hogar.Melina – una alumna promedio que acababa de cumplir 17 años – había vivido toda su vida en el seno de lo familiar – hermanos, tíos, abuelos, primos – y escolar: sus compañeras de la escuela. No tenía otras relaciones. Lo que el futuro le depararía era un “gran signo de pregunta”.
Puesto que era la mayor de los hermanos y primos, no tenía una idea fija de lo que debía hacer y cómo llegaría a ser adulta. La información que poseía era vaga, jamás se había atrevido a conversar ciertos temas con sus papás y tampoco ellos habían dado señal de que estuvieran interesados en abrir ese tópico.La mamá de Melina trabajaba como vendedora en un negocio de los tíos, para ayudar en la economía de la casa. Los hermanos que le seguían eran muy buenos alumnos y compinches entre sí. Georgina, la menor, absorbía casi todo el tiempo libre de la mamá, lo cual ubicaba a Melina en la penumbra, con una vida deslucida que no llamaba la atención de nadie.Para Melina, el mundo exterior estaba en el “más allá”. Su propio sueño del futuro, no era más que una construcción basada en las quimeras ilusorias de un príncipe azul – que la llevaría en su caballo blanco a un castillo, en donde vivirían y serían felices para siempre – y que había escuchado desde niña, alimentando su imaginación de “ser grande”.
La intriga por conectarse con el mundo desconocido hasta el momento, creció. Una vez “conectada” al sistema, no se hizo esperar. Feliz y confiada, aprendió a estar “on line” durante muchas horas, no solamente con las amigas, como había sido los primeros días, sino con todo aquel que respondiera a sus intentos por conectarse.
Efectivamente: no faltaban conexiones atrayentes y llamativas (¿buscando relaciones, amistad, romance o amor?)
La fascinación de Melina con su nuevo “chiche” no tenía límites. No solo había bajado su precario rendimiento en la escuela, sino que dormía cada vez menos y estaba “ida” en sus conversaciones con la familia.
Sus nuevos “amigos” le escribían casi todos los días, y ella contestaba – creyendo todo lo que le decían. A la tarde, no podía esperar volver a su casa para encender el aparato y saber si le habían dejado mensajes.
Claro que en su inocencia, sentía que había encontrado esa “categoría” y “protagonismo” en la vida que jamás había tenido.
Pasó un tiempo. A medida que crecía la familiaridad con sus compañeros del chat, así menguaba la confianza con su propia familia. Pequeñas cosas de su entorno inmediato la comenzaron a fastidiar. Ante cualquier contrariedad, iba sola a su cuarto.
Había un colega virtual, que no dejaba de escribir.
Era un tal “Mauro Levy” y su nombre le sonaba familiar de algún lugar que no recordaba. ¿Había sido en el Bet haKneset, o un compañero de Gan?
Si no lo conocía personalmente, “sabía” acerca de toda su vida, pues – a través de la compu – ya se habían confiado mutuamente todo. Melina percibía que tenían muchas cosas en común: todo lo que ella le contaba en sus notas, a él le parecía interesante. Al fin alguien que “la entendía”.
¿Y él?
Siempre le ponía mensajes agradables que a ella la hacían sentir bien – como jamás se había sentido antes.
Soñaba con él, a pesar que jamás lo había visto. Se sentía atraída a él.
Claro que en su cabecita, Mauro no podía estar sin ella: él ya se lo había confesado en sus mensajes.
Para Melina, Mauro no podía ser otra cosa que lo que ella se imaginaba – tanto en su apariencia física, como en sus virtudes de inteligente, atento y afectivo.
Y no podía ser distinto, pues si él – siempre que entraba en la computadora – le escribía, “algo” significaba; y si lo que ponía era extenso, eso le daba la certeza absoluta que ella a él le importaba, y si el que empezaba las conversaciones era siempre él, “algo” estaba expresando, y si a la hora señalada, ella no se conectaba y él mandaba un mail preguntando dónde estaba, era más que “cantado” que la quería, y que tenía un interés genuino en ella.
¿Ud. quiere saber cómo siguió la historia?
Pues, querido lector: no se lo puedo contar. Este libro no es una novela.
Muchas cosas pueden haber sucedido a Melina: desde la situación “ideal” en la que realmente se conociera con Mauro y fueran una pareja ideal – lo cual no es imposible, y puede teóricamente suceder (en un porcentaje mínimo) – hasta lo peor, que no quiero detallar en este espacio para no ser alarmista, pero que no es secreto, pues lamentablemente estas circunstancias en la mayoría de los casos desembocaron en mucho dolor y sufrimiento.
El atractivo de los chat, en muchos casos es para ponerse en contacto con gente nueva. Permite a los individuos inhibidos soltar su imaginación, fantasías e ilusión. Creer que buscarán (y encontrarán) el “amor ideal” y llenar el vacío de la soledad.
Melina no sabía exactamente qué es lo que buscaba, pero – aun si fue con auto-engaño – lo encontró. A raíz de la falta de apoyo familiar, un modelo claro y un diálogo a la altura de las circunstancias, se juntaron “el hambre con las ganas de comer”.
¡¿Cuánta gente vive con esa enorme necesidad de contención que debiera recibir de sus seres queridos y allegados, y no la encuentra pues vivimos en un mundo más empecinado en competir y exhibirse, que en una vida real, tranquila y cuidada?!
¿Cuántas “Melinas” hay que no saben y nunca se les dedicó tiempo para ir encarando su futuro acompañada por la contención de sus papás y maestras, evitando que ella deba arriesgar caer en manos de gente peligrosa a través de la pantalla de su propia casa?
Pregunta Ud. ¿Pero no conocemos, acaso, matrimonios que se han conocido por los programas cibernéticos de búsqueda de pareja?
Efectivamente, es posible que existan algunos que se conocieron por este medio, como también habrá aquellos que se conocieron “por casualidad” en vuelo en un avión, y otras situaciones inauditas, o, al menos, extrañas.
Sin embargo, esto no justifica ni minimiza los riesgos de los “encuentros” on line colmados de engaños y aventuras, y que – sin duda – no es lógico someterse, ni someter a otros a peligros de toda índole para una función (la de encontrar su “media naranja”) que se ha podido realizar durante muchos siglos de modo sano y saludable.
La idealización de lo que uno desea, es algo perfectamente humano. Cuánto más se siente defraudado con los factores de la vida real, tanto más se encandilará y enamorará con lo que crea ofrece la ilusión de lo que no se conoce – precisamente porque no se lo conoce y, por consiguiente, da lugar a fantasear todo lo que uno quiera creer acerca del otro.
En ese enamoramiento ficticio, olvidamos que somos seres polifacéticos, y que las habituales pasiones a las que estamos habituados, responden a inclinaciones por ciertas facetas parciales de la otra persona que gusta o “cayó bien”.
Del mismo modo en que la seducción inicial sucedió por ciertos aspectos subjetivos (dado que la queremos, no le podemos ver nada malo) así también los odios posteriores se producen por visiones parciales de la otra persona (cuando nos enojamos por el auto-engaño, desaparecen todas las virtudes del otro aun si sabemos que estamos mintiéndonos…).
Asimismo, la idea de “conocer” a otra gente por “chat”, cuando en realidad no se la conoce, responde al modo de vida superficial que caracteriza la época actual.
Los hogares y su intimidad, se vieron desdibujados.
Las relaciones personales, se tornaron fingidas.
Las amistades son descartables, y se vive bajo la sensación de que “todo vale”.
De este modo, los noviazgos y los amoríos se hacen y deshacen en materia de segundos, según corran los ánimos de los integrantes.
La historia de Melina nos debe hacer reflexionar. La cuestión – en los múltiples modos que se pueda presentar, es ineludible en todos los ambientes. El mundo cambió y sigue cambiando muy velozmente – tan solo con un “doble clic”…
No siempre tenemos tan claro el porqué decidimos en un sentido o en otro: ¿es porque realmente sabemos que la determinación es correcta? ¿es un sentimiento? ¿una intuición?Por lo tanto, una decisión que signará el resto de la vida de uno, ciertamente no es sencilla de tomar. Uno quisiera escuchar una voz interna clara y contundente que le diga: “¡es!”, o “¡no es!”.No se debe esperar sentirse atraído en el primer o segundo encuentro.
Normalmente, cada uno de los dos candidatos suele estar tenso durante las primeras citas ante el doble desafío y duda: ¿será para mi, o no? ¿me querrá, o no?
La tensión inherente a las Peguishot es – en parte – producto de esta incertidumbre y, consecuentemente, es difícil arriesgar, “entregarse” ante la posibilidad de ser rechazado.
Dado que las personas somos diferentes, no todos entramos en confianza con la misma facilidad. En particular, es entendible que jóvenes que fueron educados (correctamente) con un limitado roce con personas del sexo opuesto, no tengan la apertura inmediata a conversar fluidamente con chicos/as aún desconocidos/as.
El titubeo siempre está presente en las introducciones. Es sano y es normal.
Son pocos los que ya se deciden en los primeros encuentros. Nadie debe sentirse presionado a decidir de inmediato. Aun si los informes de terceros indican que la persona con quien se está encontrando es buena, uno mismo debe percibir que esto es realmente así.
No se debe formalizar una relación dando señales de intención de casarse solamente basados en que ya salieron tanto tiempo que se vuelve difícil cortar la relación, o porque no se sabe “cómo cortarla”, por “lo que van a decir los demás”, por la falta de explicaciones que uno cree que deberá dar en caso de cortar, por temor a que no le vuelvan a presentar otros muchachos/as, etc.
Si tiene serias dudas, debe consultar con gente experimentada. Esto no debe ser motivo de vergüenza.
Siempre va a ser preferible que se corte una relación sin el compromiso de casamiento de por medio. La alternativa del divorcio es mucho más traumática.
Asimismo, si se siente un rechazo real por el aspecto de la otra persona o por su personalidad, se aconseja no prolongar la relación innecesariamente causando probablemente un dolor y angustia que se podría haber evitado mucho antes.
Pero, no se debe permanecer en la indecisión “eternamente”, ni “por deporte”, por cuestiones triviales (obviamente hay que ver cuáles son realmente triviales y cuáles importantes…).
A través de los años, he visto casos en que uno de los dos candidatos dudaba y dudaba, y cuando finalmente se decidió por el sí, fue precisamente un día después que el otro/a había decidido dejar…
Si un joven duda sistemáticamente en cada propuesta, aun sabiendo que por la información recibida, se trata de gente seria y buena, quizás sea necesario consultar con un profesional. Es posible que exista un bloqueo al compromiso de matrimonio y que deba ser resuelto con terapia psicológica.
Una de las situaciones inevitables de los Shidujim, es la alternativa de que el otro/a diga “no”, justamente cuando uno sí quería que la relación prospere, ¡y mucho!
No todos están adiestrados a que les digan: “No”. Los “no”, son parte de la vida y también hay que estar preparado para superar los rechazos.
Obviamente este aspecto está relacionado con la formación que cada uno tuvo desde niño. Hay quienes jamás recibieron – ni fueron enseñados a aceptar – un “no”.
A ellos, seguramente les será más difícil sobrellevar esta situación.
Independientemente: también es importante decir y reiterar, que no es incumbencia de nadie saber “si él la dejó”, o “si ella lo dejó” – lo cual es parte de la fuente de humillación.
¡Tanto dolor se podría evitar si estuviera claramente establecido que nadie necesita saber “quién sale con quién”, hasta que el vínculo esté formalizado…!
Si no va, no va.
Para ser un Shiduj apropiado debe ser beneficioso para ambos integrantes. Una propuesta inoportuna, no le sirve a ninguno. Jamás una idea es buena para uno y mala para el otro…
El sirviente de Avraham – a quien nos hemos referido en otra oportunidad con anterioridad – al final de su disertación al presentarse pidiendo la mano de Rivká para Itzjak, terminó sus palabras: “y si no quieren, giraré hacia la derecha o hacia la izquierda” (Bereshit 24:49). O sea: si no acceden, buscaré por otros rumbos.
Claro está.
La objetividad de Eliezer no estaba teñida por intereses personales que obnubilaran su visión. El hecho de querer tanto al otro/a e insistir en que uno está seguro que es su “media naranja”, tratando de llamar y empujar el tema, es – frecuentemente – la consecuencia de un modo egoísta de amar.
Otra situación difícil se presenta cuando una persona ya salió con alguien que le vuelven a proponer.
En su momento, después de algunas salidas, decidió que no le parecía adecuada.
Pasó el tiempo – quizás meses o años, y cree que quizás debía haberlo pensado un poco más: ni él, ni ella se casaron aún. Sin embargo, no se atreve a volver sobre el tema, pues siente vergüenza por haber declinado en la oportunidad anterior, o por haberse sentido rechazado.
Para evitar llegar a esto, debemos entender que en la medida en que los criterios que se emplee al momento de optar por un “sí” o por un “no”, sean equilibrados y nobles (leShem Shamaim), podrá reconsiderar el tema más adelante, cuando los elementos que conozca y el estado de ánimo (que no siempre se domina) sean distintos.
Un Shiduj no depende solamente de buenas personas y de buenas intenciones, sino del momento adecuado.
Lo que no debe suceder, es que después de haber rechazado una propuesta y quedar solo, mientras que – por otro lado – el/la candidata mencionado ya perdió el interés, o ya contrajo matrimonio, uno se haga cargos de culpa excesiva a sí mismo por haber perdido la oportunidad y querer (mentalmente) revertir la historia: (“¿por qué dije que no?, si hubiese sabido…”).
El hecho es que considerando los elementos por los que uno tomó una decisión, aquella determinación fue correcta.
Por lo tanto, el hecho que posteriormente sepa o sienta cosas que no supo ni sintió en su momento, no debe permitir que el individuo se culpe innecesariamente por la “leche derramada” – cuando ya es tarde.
Mirel ya había aceptado tantas sugerencias y había salido con tantos muchachos, que la situación la agotaba. El papá no dejaba de escuchar propuestas para su hija, pero la suerte parecía eludirlos. Siempre había algún punto de conflicto. Si el posible candidato reunía todas las condiciones que pretendían la muchacha y su familia, por alguna extraña razón el muchacho no quería, o justo ya estaba “ocupado”.
Sin embargo, uno de los items que descalificaba a muchos de los jóvenes, era que ella estaba decidida a que no quería un marido que tuviera Peot largas detrás de la oreja.
Dado que en ciertos círculos de Ieshivot es el uso más común, este requisito presentaba un impedimento adicional a los ya existentes, y exacerbaba la situación y la tirantez interna de la familia.
“Mira, el desgaste es muy fuerte. Si tú vas a conocer al muchacho y lo crees adecuado para mi, estoy dispuesta a salir. Lo que no quiero es encontrarme con alguien solamente porque algún tercero le parece que puede ser una ‘buena idea’” – dijo muy frustrada a su padre.
“Muy bien, acepto. Haré eso” – respondió el papá.
Averiguó con terceros que conocían cierto joven y recibió muy buenos informes. Fue hasta la Ieshivá y habló con el candidato, quien le causó muy buena impresión y reunía las condiciones que su hija pretendía. Al despedirse del muchacho después de intercambiar unas palabras, miró: no tenía Peot.
Mirel y Iehoshúa salieron – y B”H y en buena hora decidieron casarse.
Pasó aproximadamente un año y medio después de su boda que Mirel y Iehoshúa pasaron Iom Tov en casa de los padres de Mirel. Fue allí cuando el papá se percató: ¡Iehoshúa tenía Peot largas detrás de la oreja! “¿Qué pasó?” – preguntó a Mirel – “¿no había sido una condición tan importante para ti…?”
Mirel echó a reír y contó a su padre la historia.
Iehoshúa había tenido Peot toda su vida. Aquel preciso día en que se encontraron, Iehoshúa había ido al peluquero quien – por error – había cortado una de las Peot. Muy mortificado se disculpó ante Iehoshúa, pero lo único que podía hacer era emparejar la situación – y cortar la otra Peá.
Ya casados, Iehoshúa preguntó a Mirel si le molestaba que se dejara crecer las Peot: “A esa altura de las circunstancias y con lo bueno que es Iehoshúa, realmente no me cambiaba lo largo de sus Peot…”.
(Dr. Meir Wikler en su libro Einei HaShem Editorial Feldheim)
Hay Quien decide desde las alturas, y ayuda a que a cada uno se le presente quien debe ser, cuando debe ser y de la manera que debe ser.
Te escribo estas líneas a raíz de la conversación que mantuvimos hace apenas unos días.
Entiendo que estás muy atareada con los preparativos para tu boda y que los días anteriores al momento en el que te comunicaste conmigo con tono de desesperación no habían sido fáciles. Se te notaba muy cansada y agotada – al margen de las dudas, titubeos y recelos que te mortificaban y te impedían descansar o siquiera respirar con tranquilidad.El motivo por el que vierto las ideas que cruzamos en aquel momento en estas líneas, es que la situación que estuviste atravesando no te ha sucedido únicamente a ti, sino que es mucho más común de lo que se cree (y que muchos están dispuestos a admitir).
Incluso agregaré algunas reflexiones que no hemos mencionado aquel día, pero que serán útiles para otras parejas que pueden estar atravesando situaciones y meditaciones similares y accedan a esta lectura.Nos referimos a los temores previos a tu casamiento – en tu caso incluso tan cerca de la fecha.La conducta de la gente en este sentido suele ser muy diversa.
Hay quienes están dispuestos a compartir sus dilemas con quien los asesore y buscan asistencia en esta materia, mientras que otros temen confesar sus dudas tratando de ser pragmáticos y concentrarse en las múltiples exigencias prenupciales, y de ese modo no permitir “carcomerse” con incertidumbres a las que de todos modos no creen que han de obtener respuesta o solución.
No diré con certeza si es preferible el abordaje o la distracción de los titubeos – uno por sobre otro. La realidad es que hay quienes pueden realizar aquel ejercicio, y también en su vida anterior han podido eludir aquellos pensamientos que podrían crear hesitaciones, siguiendo su vida como si nada ocurriese – y finalmente les fue bien… o mal – dependiendo de cómo uno lo mire (dado que la historia real es solamente una, jamás sabrán qué hubiese sucedido de otro modo…).
Otros, se detienen cada vez que sospechan que algo no está del todo bien. Analizan y tratan de estudiar todos los elementos de la realidad (y algunos imaginarios) y luego siguen adelante – o no.
También de ellos podemos decir que finalmente les fue… bien o mal – dependiendo de cómo uno lo perciba.
Analicemos cada punto.
Hay personas que dudan indefinidamente durante sus primeros encuentros con los pretendientes, hay algunos que siguen con sus dudas aún mientras ingresan a la Jupá y otros aún después de casarse y quizás mucho tiempo más. Esto no se debe a que crean que sus novios/as o cónyuges sean “mala persona”, sino por el rigor de sospechar si eligieron correctamente.
¿Por qué es complicado hablarlo?
Quizás sea – como dijimos – que no se le provea solución, o tal vez el temor a que se tomen las vacilaciones como si fuera algo personal.
Muchas veces es difícil definir qué es exactamente lo que le causa las dudas: “no sé justo qué es lo que me pasa”…
Volvamos una vez más a nuestra matriarca: Eliezer, sirviente de Avraham, había terminado de pedir la mano de Rivka. Al día siguiente el fiel sirviente quería partir rumbo a la casa de Avraham – con Rivká – para concretar el matrimonio de ella con Itzjak (Bereshit 24:54).
La madre y el hermano preferían demorar la ida de la muchacha y preguntaron su opinión a la joven Rivká, esperanzados en que ella apoyaría la idea de la dilación (al margen: Rash”í aclara en esta frase que los Sabios ordenaron no casar a una mujer, sino con su consentimiento, o sea: ¡no presionar, ni obligar!). Pero no: ella fue precisa, escueta y contundente: “¡Iré!”.
¿Por qué algunas personas “ya saben” apenas se encuentran con un potencial candidato/a que “esa” es la persona, mientras que a otros/as les cuesta decidir?
¿Es “normal” tener miedo de equivocarse?
¿Existe el 100% de certeza ante las dudas?
¿Es imprescindible que uno así lo sienta?
Y dado que nadie conoce el futuro – ¿cómo y dónde se encuentra esa seguridad?
Además: si uno efectivamente tiene esos escrúpulos – ¿implica ello que se tiene un problema de “falta de Bitajón” (confianza absoluta en la Providencia Di-vina)?
¿Es bueno consultar con muchas personas?
¿Hay que seguir “lo que el corazón le dicta a uno” – como algunos sugieren, o hay que aceptar lo que los maestros dicen, sin titubear?
¿Tiene que atribuírsele algún significado al hecho de que uno dude, o son solamente sensiblerías intrascendentes?
¿Hay que tratar de “sacarse las dudas de la cabeza” por temor a que si persisten y se crea en ellas, se puedan convertir en profecías auto-cumplidas?
¿Cómo distinguimos entre la conciencia genuina que algo no está bien y las obsesiones?
Por último: ¿hasta cuándo?
El sentimiento de alerta que percibimos en ciertos momentos de nuestra vida es un obsequio del Todopoderoso para cuidarnos y protegernos de los potenciales daños que nos pueden llegar a ocurrir.
El aviso de alarma no es malo en si. Es – simplemente – necesario, y puede ser, incluso, muy útil.
Excepto que la inquietud y la introspección no nos responden si se debe seguir o interrumpir una relación. Solamente nos llama la atención para que tomemos conciencia de cierto factor que puede llegar a ser perjudicial – y que hagamos algo al respecto.
Ese “algo”, puede ser una consulta con terceros que nos permita reconocer e identificar qué es lo que nos molesta, para después determinar si aceptamos y queremos convivir con aquel “algo”.
Claro que todos estamos condicionados por las experiencias previas de nuestras vidas. No ayudan a tranquilizarnos, las numerosas situaciones de fracaso matrimonial a las que estamos expuestos por vivir en un mundo laico, con el que todos tenemos alguna relación y conocimiento en mayor o menor grado.
A medida que pasa el tiempo, la relación se asienta más y el compromiso es mayor.
Esto en si es motivo para no dilatar la resolución del conflicto interno, si este persiste. Es por eso que con cada paso que damos – y al no haber encarado las incertidumbres – sentimos mayor temor. Esto es así en particular, cuando estamos encarando los pasos finales de una decisión que materializa nuestro sueño de constituir un hogar.
Y sí: depende a quién se consulta.
Muchas personas suelen responder a partir de sus experiencias personales y pueden llegar justamente a crear más ansiedad que la serenidad que uno está buscando en ese crucial momento. También es muy común dejarse guiar por frases simplistas cuando la ingenuidad o la credulidad no ayudan a amainar nuestros recelos y quizás nos entumecen o adormecen ante situaciones que debiéramos encarar muy despiertos y atentos.
No olvidemos que en nuestra “mini-sociedad” judía observante, el hecho de tener que salir y encontrar a la persona con quien formalizar y crear un hogar, provoca una presión y una carga de urgencia a cada joven en edad casadera, y no facilita la decisión.
Por otra parte, esto es algo bueno, pues lamentablemente nuestro entorno perdió el valor del matrimonio y del hogar (a eso se debe la masiva construcción de lofts), mientras que en nuestro ambiente casi todos los jóvenes crean su familia formal.
Aun si reconocemos la virtud de la responsabilidad que asumen nuestros novios al contraer enlace, ello no quita que es evidente la presión social a hacerlo.
Al haber compañeras y/o amigas que ya están de novias siendo muy jovencitas, tal situación en sí crea cierta imposición sobre sus colegas que ciertamente no quisieran quedar relegadas en la vida. Si los padres se tornan ansiosos por ver a sus hijos casados, en ciertos círculos esto se torna en un mandato ineludible y urgente….
Y no todos fuimos educados para vivir y desempeñarnos tranquilamente bajo una presión que no fue del todo asimilada y consentida.
Sería posible conjeturar que no estemos todavía maduros para la concreción de un matrimonio, solamente por el hecho de haber alcanzado cierta edad, aun si nos hemos desempeñado correctamente como alumnos e incluso si nos manejamos con soltura en otros desafíos de nuestra existencia.
Las imposiciones, aun cuando tácitas, crean resistencias.
Si bien muchos actos de la vida (también los buenos) los llevamos a cabo gracias a la presión del deber cumplir, en el caso de contraer matrimonio se suman a la presión, el hecho de que (la mayoría de nosotros) nos casamos por primera y – esperemos – única vez, y que sabemos que esta decisión la deberemos sostener a través de toda la vida.
Y aun si el/la joven que nos presentaron y a quien accedimos a conocer, “nos cayó bien (y nosotros a él/ella), y con quien estamos planificando casarnos, realmente sea una “muy buena persona” – no dudamos de eso, no deja de personificar la imagen en quien proyectamos nuestros recelos que jamás hemos resuelto – sea quien fuere el/la candidato/a.
Sin embargo, es posible que existan motivos reales que justifiquen las sospechas.
Aun si tuvimos los mejores informes de la persona, subsiste un margen de error que señala que no coincide la realidad que se percibe con aquello que se investigó.
Especialmente en torno a los acuerdos a los que hay que llegar para fijar la fecha de casamiento, y llevar a cabo los demás preparativos, pueden revelarse facciones de una personalidad dominante, un temperamento controlador, exigencias irrazonables, etc.
También es posible – aunque fuera poca la probabilidad – que en los tiempos que se conocieron se percibieran cambios drásticos en la orientación de los objetivos de vida, tornando incompatible la futura vida en común.
Atención: No se debe seguir una relación simplemente por temor a que se crea que no encontrará otra propuesta seria.
Dada la presión de los tiempos, o por caer enamorado/a de manera obnubilada, uno justamente puede haber omitido ver a la otra persona con objetividad.
En ese caso, es menester tener un/a madrij/a de confianza con quien consultar y evacuar aquellas dudas.
(Y, en caso de ser asesorado a efectivamente cortar una relación, después de una profunda reflexión que consideró todos sus aspectos, la decisión respecto al modo de cómo hacerlo para intentar evitar todo quebranto y lesión para el futuro, requiere otro tanto de orientación y tacto, consideración y delicadeza).
De todos modos, la “verdadera verdad” es que la mayoría de nuestros miedos jamás se materializaron…
No debemos culparnos como faltos de Bitajón cuando lo que buscamos es hacer las cosas bien. Tampoco debemos especular ni interpretar los sentimientos, atribuyéndoles un valor magnificado.
Una vez hablados los temas con una persona experimentada, el desahogo que se siente al condensar y revertir el prejuicio inusitado a su dimensión real y manejable, se retroalimenta y se siente la paz anhelada para seguir proyectando el futuro.
Esta será entonces, la isla de tranquilidad que queremos consolidar en un mundo plagado de miedos, suspicacias y rumores sensacionalistas.
Un conocido refrán así lo expresa: “No hay alegría, tal como la resolución de la vacilación” (basado en Mishlé 15:30).
Y, por si se creyera que uno es el único a quien le suceden estas cosas, es importante aclarar que todas las parejas necesitan que sus integrantes se adapten uno al otro.
El hecho que “de afuera” se vea “todo bien”, es gracias a que en nuestra sociedad se inculca a ser recatado y que si la pareja es madura, van resolviendo sus diferencias de manera adecuada, en silencio y respeto mutuo – problemas que pueden ser mayores o menores que los tuyos – estimada Tzila.
Y, ya que estás próxima a entrar a la Jupá, y pudiste hacer las paces con tus aprensiones, te deseo un sincero Mazal Tov y una vida de crecimiento y alegría conjunta.
Arroz con leche, me quiero casar…
Volvemos sobre un tema que hemos venido abordando desde distintos ángulos.Nos referimos oportunamente a lo valioso de contraer matrimonio, en particular como judíos. Hemos considerado la importancia de saber indagar previamente y dar prioridad a los elementos primordiales y cardinales que forman a la persona y sus Midot (cualidades humanas) y enumeramos ciertas preguntas críticas a formularse sobre sí mismo/a y sobre el candidato/a que se está considerando, como así también la trascendencia – o no – de la apariencia física de la otra personaHemos evaluado el sistema de Peguishá y las situaciones en las que uno se siente presionado a decidir teniendo serias dudas para llegar a concluir positivamente el tema.
Reflexionamos, asimismo, respecto al desgaste de conocer a una, y otra, y otra persona, y cómo esto corroe a los postulantes y la importancia de la Tefilá por la Asistencia Di-vina.En cierto momento, mencionamos también que – muy desafortunadamente – a veces los contrayentes terminan odiándose con aquella misma pasión con la que aparentaban amarse inicialmente.
Si bien la respuesta a la pregunta de por qué esto sucede, no sería simple ni única, es menester atender esta cuestión cuantas veces sea necesario, a fin de ayudar en un asunto que se tornó sumamente espinoso para muchas familias, y que – lamentablemente – va creciendo con el paso del tiempo.Uno de los problemas que encrespan a quienes están considerando como paso siguiente en su vida la decisión de contraer matrimonio, aun cuando ya creen haber encontrado la persona que reúne las expectativas que habían mentalizado, es el gran interrogante: aun si ahora estamos bien – ¿qué pasará después de casados?
¿Será el/la mismo/a que conocí? ¿Cambiará como persona?
El caso que se teme (o se deslizó de conversaciones con personas no muy felizmente casadas – o peor…) es que después de casados – ya “no somos los mismos de antes”:
¿Por qué se transforma?
¿En qué se varía?
Y aquello que preferimos no preguntarnos: ¿cambiamos nosotros mismos también?
Y un interrogante más:
Aquello que se modificó en el otro/a: ¿tiene alguna relación con mi actitud? ¿es algo que puedo o debo intentar evitar?
O – ¿es algo que estoy provocando en el otro?
Ciertamente es un aspecto que no se puede abordar íntegramente en pocas líneas. No obstante, vale el intento de una aproximación.
Sí – cambiamos. Evolucionamos antes y después del enlace, y durante todo el resto de nuestra vida. La mutación progresiva es la naturaleza de los seres humanos.
No permanecemos idénticos a lo que fuimos físicamente a través de los años, ni – paralelamente – quedamos iguales en nuestra manera de ser. Crecemos espiritualmente – o menguamos.
En otras palabras, la persona con quien nos casamos ya no es la misma en muchísimos aspectos, ni lo somos nosotros – lo cual no significa que no podamos – y debamos – seguir llevando adelante un matrimonio feliz.
También es verdad que la transformación que ocurre en cada cónyuge, está enlazada a la vida de la persona con quien convive y con quien construye su vida y su hogar.
Entre tantas cosas que cambian, está la realidad de sus existencias. La vida de cada uno debe ir acomodándose a la nueva situación, inédita en el pasado.
Posiblemente, estas palabras desanimen a algún joven. Pues entonces la pregunta sería: ¿es previsible? ¿se puede llegar a saber en qué dirección se modificará la persona que tengo al lado?
En parte, se puede predecir, o – al menos – conjeturar. Si el candidato ha vivido su vida hasta el momento respetando códigos morales con valor y coraje, es de suponer que mantendrá esa postura.
O sea: se sabe, pero no se sabe.
Sin embargo, somos humanos e imperfectos. Aun dentro del intento de aproximarse a la perfección, es imposible conocer el talante propio – y el de la otra persona en situaciones que aún no experimentó.
Es por eso, que la declaración del novio (a la novia) bajo la Jupá: “Harei at mekudeshet li…” (“he aquí tú estás consagrada para mi, sé mi esposa…”), se convierte en la mayor promesa que la persona realiza en su vida, pues jamás los desposados saben en qué circunstancias deberán hacer valer las palabras emitidas bajo la Jupá.
Más allá de lo oculto que está el futuro en general, desconocemos también de qué manera las coyunturas que se vivirán influirán sobre cada uno.
Por eso mismo, aparte de ser estas las palabras que fueron estipuladas por los Sabios para llevar a cabo la ceremonia de matrimonio, se constituyen en el acto de amor más valioso de nuestras vidas.
¿Amor?
Muchas charlas se dan sobre el tema del amor. Si bien es un vocablo que está presente en nuestro léxico como si fuera claro de qué estamos hablando, extrañamente, cuesta mucho llegar a dar una definición convincente.
¿Es “lo que se siente cuando se encuentra a la persona apropiada”?
Muchos asentirán esta descripción, pero reconocerán que no aporta mucho en cohesionar a la pareja a largo plazo.
¿Es “dar sin esperar recibir nada a cambio”?
Muchos se perturban ante esa definición, sintiéndola utópica e impracticable (entre otros motivos – por pertenecer a una sociedad materialista, interesada y egoísta).
De todos modos, y aun si estas palabras definieran el amor, nos faltaría entender qué motiva que se lo brindemos a una persona determinada.
Cabe señalar – y lo que sigue está basado en aquella premisa – que amar al prójimo es un deber bíblico en un célebre y muy citado pasaje (Vaikrá 19:18), y si es aplicable con las demás personas ¡cuánto más se apropia a la relación conyugal!
Digamos, entonces, que el amor es la afinidad que sentimos a raíz del aprecio profundo que profesamos por la bondad y las virtudes del otro.
D”s nos ha creado con la inclinación de vernos “buenos” (razón por la cual justificamos nuestras acciones, o intentamos rectificarlas), y del mismo modo registramos la bondad en los demás.
El amor es activo.
Es posible crearlo, a través de enfocar las virtudes de otros. Este es el punto de partida por el que se pueden unir dos personas para establecer juntos su hogar.
A partir de esta situación, y en la medida en que se van amalgamando sus vidas mediante la concreción de objetivos en común, van cubriendo el enorme trayecto que deben recorrer para llegar al amor personal y conyugal más intenso.
Obviamente, es menester saber y querer dedicarse. Conocer al cónyuge como personaje exclusivo en la vida de uno y reconocer sus menesteres físicos y emocionales.
Esto requiere preocuparse por su bienestar y su crecimiento (por el beneficio del otro – y no para que se adecue a la conveniencia de uno). También necesita la comunicación de tranquilidad en lo que hace al cumplimiento de la palabra empeñada en la Jupá al percibir las necesidades materiales y de sentimientos de la otra persona.
En la vida híper-ocupada actual que llevamos, es muy posible no tener totalmente presente los sentimientos, y se requiere por parte de ambos aquella tolerancia para que los pequeños “errores” no se interpreten como símbolo de falta de preocupación por uno – de parte del otro.
A medida que la vida de casados avanza, se conocen mejor las deficiencias que no se pueden dejar de notar en el cónyuge. Cuanto más se enfoque y se aprecie sus condiciones positivas, tanto menos irritarán aquellas con las que es más difícil coexistir.
Y si realmente se pone en práctica la capacidad de amar a la persona con quien uno se complementa, entonces se llegará a reconocer que muchas de las aparentes falencias – en realidad – solamente son desventajosas dependiendo de cómo una las describa.
Si ambos postulantes tienen claros estos elementos y los transforman en parte de su vida, aun si no han sido puestos en práctica en su total envergadura tal como sucede en la vida conyugal, podemos creer que están preparados para considerar casarse.
Una historia de real “amor”:
Muchos Tzadikim vivían en Ierushalaim a comienzos del siglo XX. Esto incluía a las personas “simples” como zapateros o sastres. Uno de ellos era Reb Ia’acov Valinsky. Al igual que sus vecinos, vivía en la total pobreza. Era común que hasta los pequeños fueran a dormir de noche, sin haber ingerido siquiera una comida sólida en el día.
Reb Ia’acov estaba débil postrado en su cama, resultado de sus años, sumado a la malnutrición debilitante.
Llamó a su esposa, quien de inmediato acudió para asistirlo: “Por favor, prepárame un plato de sopa de cereal”.
Sin saber de dónde sacaría los insumos para cocinar un cereal para su marido, pero deseosa de cumplir su pedido, salió de la casa para conseguirlos. La comida escaseaba en aquellos días, pero – ¿quién sabía? – quizás sería la última comida nutritiva que él llegaría a comer.
Fue al mercado y compró la mejor harina que podía pagar, y fue de un vecino al otro pidiendo prestado un poquito de uno y otro ingrediente, para poder cocinar el cereal.
Al fin, y por primera vez en meses, sintió el aroma de rica comida cocinándose en su cocina. Apenas estuvo terminada, acercó el plato a su marido.
Los ojos de Reb Ia’acov se iluminaron al ver el plato. Una y otra vez, agradeció profundamente a su esposa – pero sin tocar la comida.
Al fin le dijo: “Gracias por el cereal. Ahora te pido que tú lo comas”.
La esposa lo miró atónita. Reb Ia’acov respiró con dificultad y le dijo: “Sé que no voy a vivir mucho tiempo más. Y pronto no estaré aquí para exhortarte a que te cuides. Por eso, antes de irme, quería asegurarme que prepararías un plato de comida como corresponde para ti. Si te hubiera dicho que lo hagas para ti misma, sé que no lo hubieras tomado tan en serio. Ahora, que ya está – por favor- cómelo”.
Pocas horas más tarde, Reb Ia’acov Valinsky ya no estaba en este mundo. Sin embargo, la preocupación y el cuidado que demostró hasta en sus últimos momentos, siguen siendo una enseñanza eterna. (“One shining moment” de R. Yechiel Spero Artscroll/Mesorah)
UNA CARTA AL CORAZÓN
Ante todo, tus consultas no molestan.
Es más: me brindan la oportunidad de dar a conocer algunas reflexiones en público. Si vuelvo a explayarme sobre estos temas, es por lo (lamentablemente) frecuentes que se han tornado estas preguntas, y porque entiendo que es de suma importancia ocuparme de la cuestión.
No podemos eludir un asunto que corroe las propias bases de nuestro pueblo.Antes de abocarnos a lo que tú has escrito explícitamente, debo aclarar que hay ciertos sentimientos y aprensiones que se disciernen de tus palabras, a los cuales quiero dedicar los próximos renglones.Cuando un rabino – o no rabino – atiende consultas de orden conyugal, su función no es la de arbitrar el conflicto, o darle la razón a uno de los consortes (en desmedro del otro).
Por lo tanto, cuando mencionas en tus palabras una y otra vez la cuestión de “tener razón”, quiero que te quede bien en claro que no me ocupo de eso.
Si llevan a cabo una competencia entre ustedes, no inviten a terceros a participar: esto puede solo recrudecer la relación de la pareja.El otro punto que es importante aclarar en forma preliminar es que el cargo de rabino y su investidura, no deben dar la apariencia – ni menos implicar en la realidad – que desde esa posición uno favorezca la opinión de aquel que sea – o suponga ser – el más observante de las dos personas que se presentan a dirimir una situación.
Esta afirmación vale tanto para cuestiones matrimoniales, como cualquier otro tema (p.ej. comercial) que puedan oponer a dos personas.
Claramente, todo aquel que intenta adherir al cumplimiento de la Torá, se alegrará y apoyará a quien cumpla con lo que la propia Torá exige de nosotros. No obstante, esto no implica un “cheque en blanco” automático, ni justificará a esa persona en una divergencia con otra.
Al aclarar esto, quizás me sienta un poco ridículo, pues este punto no debería verse como dudoso. Sin embargo, muchas personas (entre ellas creo que tú también) dejaron entrever esta suposición.
Ahora podemos pasar al contenido mismo de tu misiva.
Hablas de la “imposibilidad de diálogo” que hay entre Uds. y que tu marido “no te escucha”.
Estas frases las he oído muchas veces, lo cual no disminuye el dolor que provoca su reiteración.
En primer lugar, entendamos que el diálogo es una instancia para salir al encuentro de la otra persona. Esto implica permitir recíprocamente el espacio para la reflexión y para poder expresarse en libertad- y respeto. Las relaciones familiares conllevan automáticamente una limitación en este aspecto. Los vínculos familiares no son libres. Hay compromisos asumidos, y hay expectativas e ilusiones previas (muchas veces excesivas e ilógicas).
Sin diálogo no hay matrimonio. Se comprará un departamento, habrán niños, podrán ir a la escuela y pasear. No faltará el pan en la mesa – pero no hay matrimonio más que en lo legal. El casamiento significa que se unen dos personas, crecen y se desarrollan en forma mancomunada y complementaria.
Idealmente, con el tiempo, las acciones de cada una de ellas toman en cuenta a la otra, que conforma su pareja, y su hogar crece en armonía. El diálogo permite que cada uno escuche los pensamientos y los sentimientos que el otro aporta.
Escuchar a otro no es tarea simple. Requiere paciencia, interés, respeto, deseo de desarrollarse, permitir la evolución del otro, modestia y flexibilidad para aunar las voluntades de ambos.
Estos elementos críticos no abundan en nuestra sociedad: en particular, la modestia y el respeto. Con lo cual, uno se encuentra más con discursos y/o monólogos de quienes pregonan sus ideas – pero que no saben escuchar a los demás.
El motivo principal de esta “falta de atención”, no es la imposibilidad mental de cada una de las partes de concentrarse en lo que dicen otros, sino un impedimento emocional originado en los sentimientos: al creer que las palabras del otro/a lo culpan, acusan, hieren, es más probable que, mientras el otro expone, uno se concentre más en qué y cómo responder, que en escuchar y aprehender lo que el otro efectivamente está diciendo.
Pero todo esto, es tan solo una parte.
El respeto – dentro de la conversación – también implica evitar expresiones como (interrumpiendo al que habla): “ya sé lo que me vas a contestar”.
Estas palabras implican que la discusión es superflua, pues ya uno sabe qué es lo que el otro dirá (sin creer que pueda haber cambiado de posición, pues lo supone tan terco que ni le atribuiría la facultad de haber repensado la situación). Si la conversación es libre, esto significa que cabe la posibilidad de cambiar de postura, que es lo que supuestamente se busca para llegar a un término aceptable por ambas partes.
En un caso típico, dos cónyuges se sientan a “dialogar” – habitualmente uno por elección y el segundo por presión.
En ese diálogo, el primero acusa, demanda, exige. El otro asume su rol defensivo (que seguramente ya esperaba cumplir y habrá repasado mentalmente muchas veces) – y que en la mayoría de los casos se expresa por la estrategia de un “buen ataque” (para desviar los misiles contrarios).
El resultado más común es que ninguno sale satisfecho ni airoso de aquel encuentro.
Otro escenario muy común es aquel en el que ambos tratan algún problema que deben resolver, pero en el que ya tienen dos posiciones muy claras tomadas de antemano. Tratan – infructuosamente – de convencer al otro de algo que este no se quiere convencer.
El primero presenta su punto de vista, y el/la otro/a expone su propia perspectiva.
Luego, el primero reafirma su enfoque que obviamente difiere del segundo, sin haber modificado un ápice su visión inicial, pero sumándole énfasis a sus palabras, o modificado ciertas palabras en su alegato. También el segundo mejora su oratoria, pero no varía la esencia de su discurso inicial.
Ambos acaban de exponer sus ideas, sin haber registrado un acercamiento al otro en la repetición de sus palabras. Esto crea en cada uno de ellos un sentimiento de frustración, pues han dicho lo que querían que el otro escuchara, sin haber percibido la mínima aceptación de la otra parte. En otras palabras, ambos se sienten ignorados, aun si los dos respondieron a lo que escucharon.
Exacerbados, se predisponen a la tercera “vuelta”. Las apuestas suben. Hay más en juego.
El tema inicial que produjo este “diálogo” ya carece de importancia.
A esta altura se pelea por el ego de cada uno.
Decir: “Si, querido/a”, después de haber insistido sobre un punto una y otra vez, no es lo mismo que si se tratara de la primera oportunidad en la que se escuchó la moción del otro (en aquel primer momento aún se habría podido apreciar como si hubiera sido un acto de generosidad y magnanimidad).
Al haber subido el tono de exigencia y haber radicalizado las posiciones, ceder ya implica una clara derrota. No hay marcha atrás.
El modo de creciente extremismo al expresarse a medida que transcurre la conversación, es una estrategia de la que no necesariamente somos conscientes al emplearla. Instintivamente creemos que si asumimos y expresamos una postura más concluyente, esto “obligará” al otro a acercar posiciones a las que sostiene uno.
El problema se agudiza cuando ambos emplean la misma estrategia…
El fracaso y desilusión que sienten cada uno en este choque con “la persona a quien aman”, se ve magnificado precisamente por suceder con “esa” persona y por lo absurdo de la situación. Cayeron ambos en la trampa del “callejón sin salida”.
Sin poder retroceder, y con el temor de que la posible escalada en el tono de voz y la mayor polarización de sus opiniones lleven a una situación peligrosa, ambos se retiran de su “ring” abatidos.
Todo esto no ocurre en un vacío, sino que se ensambla con la psiquis de dos personas que, cotidianos ciudadanos de la modernidad – suelen padecer de flaquezas y fragilidades en su auto-valoración, que sienten aun más vulnerada en este nuevo fiasco del forcejeo.
La conclusión es que “con vos no se puede hablar” – a veces en un tono apenas audible, pero no por eso con menor contenido de amargura u ofensa.
La vivencia permanece en aquellos espacios más difíciles de acceder de la mente. El tema del que se habló quedará permanentemente asociado y ligado a aquella triste experiencia que atravesaron ambos.
La próxima vez que deseen dialogar, “lo pensarán dos veces”, para evitar llegar a la triste conclusión. El tema en si, también quedará “colgado”, por “temor a herirse”. Ambos dieron un paso en sentido opuesto. No es que no se pueda resolver, pero se ha tornado un poco más complejo que antes.
Cuando el Talmud nos dice que los estudiosos son “marbim Shalom ba’olam” (aumentan paz en el mundo), es porque enseñan a hablar de manera franca, tranquila y sin presión, dejando siempre espacio para que “el otro” hable, opine libremente y sea escuchado.
Al abrir el Talmud, uno encuentra que en cada discusión se toman las dos posiciones iniciales, y se va acercándolas para llegar a entender exactamente cuál es el motivo básico en discusión, en qué se diferencian, siempre en el intento de achicar la brecha a la mínima expresión. Siempre se reformula lo que cada uno piensa, luego de haber analizado lo que se escuchó de boca de quien le discute.
Esto no anula las opiniones. Las define mejor.
La discusión, el diálogo, son positivos y fructíferos.
Dialogar es parte de un proceso educativo.
A veces también es necesario saber callar, y esperar el momento oportuno para seguir manteniendo una comunicación civilizada.
Pero, ¡el otro grita y ataca!, ¿es posible permanecer en silencio frente a esa situación? ¿No es humillante cuando todos están observando cómo alguien lo avasalla y degrada públicamente?
Sobre esta alternativa límite también expusieron su enseñanza los Sabios (Talmud Julín 89.): “El mundo se mantiene gracias a aquellos que cierran su boca en momentos de litigio”.
Asimismo, el Talmud (Shabat 88:) nos enseña que quienes “son avergonzados y no replican degradando, escuchan su ofensa y no responden, se les aplica el pasaje ‘y quienes Lo aman (son fuertes) como el sol en toda su potencia’ (Shoftim 5:31)”.
¿Qué significa saber callar?
¿Es sumar enojo, molestia, disgusto hasta alcanzar el punto en que no se tolera más y se explota?, ¿o quizás es “castigar con el silencio”?
Bajo ningún concepto.
Este no es el significado elogioso de las citas del Talmud que acabamos de transcribir, ni tampoco cumple una función constructiva, pues solamente permite que el problema se ahonde.
Independientemente de la necesidad de saber hacer caso omiso y esperar la oportunidad tranquila y apropiada para hablar en términos maduros, está en la capacidad de quienes trabajan sobre sus cualidades, llegar a saber cómo sublimar y ayudar a desvanecer aquello que realmente no es trascendente.
Otro punto importante a considerar, es que un diálogo educado también obliga a evitar las exageraciones habituales que no facilitan llegar a buen puerto, tales como:
“todos los chicos me molestan”,
“nunca tienes tiempo para mi”, “siempre voy a tener que estar esperando”,
“a nadie se le ocurriría hacer algo semejante”,
“nunca vamos a llegar puntual a ningún lugar”,
“todos mis amigos van a estar”,
“jamás puedes ayudar”,
“todo lo que hago está mal”
“¿nada te viene bien?”
(Dejo a tu criterio agregar otras tantas expresiones, tan corrientes en las discusiones domésticas y que generalmente son aun más ácidas).
Las manifestaciones tan comunes que acabamos de citar, no tendrían tanto efecto por si mismas, si no fuera porque suelen ir acompañadas por la sensación adicional causada por el dramatismo de la voz que muchos saben modular para crear el efecto deseado.
Otra actitud no tan infrecuente: desmerecer las palabras del otro coreándolas palabra por palabra, pero en tono irónico y burlón.
Esta conducta tan infantil ni siquiera debiera ser mencionada, pero tristemente no deja de utilizarse aun tratándose de personas supuestamente maduras y que sostienen aún apreciarse.
Es verdad que no somos todos iguales sentimentalmente y lo que para uno puede ser más fácil en materia del modo de expresarse, puede dificultar al otro.
Para concluir con esta cuestión tan importante en un tono más positivo, quiero manifestar que efectivamente también existe el diálogo positivo. Hay que aprender a utilizarlo y todo puede ser mejor.
Algunas reglas:
1. Elegiremos el sitio y el momento más adecuados para mantener nuestra conversación sin distracciones, molestias ni intervalos previsibles.
2. Tomaremos conciencia de que vamos a buscar un punto de equilibrio que intente satisfacer ambas posiciones.
3. Trataremos de reducir nuestra discusión al mínimo posible de temas, para centrar nuestra atención en ellos.
4. Recordaremos que no deben resultar ganadores ni perdedores en el diálogo.
5. Nos armaremos de paciencia para repetir algún punto que requiera reiterar o aclarar.
6. Evitaremos toda expresión que pueda interpretarse como ataque, exageración y silencios difíciles de interpretar.
7. No interrumpiremos al otro mientras habla.
8. Intentaremos ser lo más claros posible al expresar nuestras inquietudes y sentimiento, librando lo menos posible a la imaginación, intuición y profecía (“obligatoria”) de nuestros cónyuges.
9. Procuraremos ser concisos en nuestras frases, evitando convertirlas en sermones.
10. Cuando atendemos lo que dice el cónyuge, trataremos de concentrarnos en entender sus palabras, como así también la totalidad del mensaje, aun aquellos puntos que por alguna razón no pueda expresar explícitamente.
11. Hablaremos por turno. Cada vez que uno se manifiesta, se le dará el tiempo necesario para que el otro escuche – sin obligación de responder de inmediato.
12. Estará permitido tomarse tiempo para contestar en otro momento.
13. Si sentimos que no se resolvió el tema que tratamos en su totalidad, rescataremos aquello en lo que sí hemos avanzado y lo expresaremos verbalmente, a fin de que ambos percibamos el avance que hemos logrado y que la próxima vez que tratemos este mismo tema, partamos desde un punto más avanzado que en esta ocasión (la capitalización de los logros parciales nos permitirá confiar en que realmente podemos y sabemos cambiar opiniones).
… Pareciera fácil, pero “hay que estar en el momento”. Y para “estar en el momento” – hay que prepararse antes.
Durante muchos años, Rivká e Itzjak habían tenido opiniones encontradas acerca de cómo se debía considerar a Eisav.
Rivká, había recibido la profecía de D”s (Bereshit 25:23) por la que sabía que la continuidad del pueblo de Israel se materializaría a través de uno solo de sus dos hijos.
A esa altura, ya se sabía que Ia’acov seguía claramente los pasos del padre, mientas que Eisav había tomado esposas que se comportaban en contra del espíritu con que había sido educado (Bereshit 26:35).
Sin embargo, Itzjak – quien desconocía la profecía de Rivká – abrigaba esperanzas que el pueblo se constituiría a través de ambos hijos. Ia’acov sería quien habría de asumir el compromiso de todo lo espiritual, mientras que Eisav tendría la responsabilidad de proveer lo material.
Esta discrepancia permanecía irresuelta durante muchos años.
A raíz de la intervención de Rivká, Ia’acov recibió todas las bendiciones del padre y ahora sería el único heredero espiritual de Itzjak.
Eisav sintió un profundo resentimiento por lo sucedido y planificó asesinar a Ia’acov.
Rivká se enteró (también por Ruja haKodesh) y se lo hizo saber a Ia’acov, instándolo a escapar de la furia del hermano, yendo a la casa del tío Lavan (Bereshit 27:43) hasta que se calmara la ira del hermano.
Era el momento de convencer a Itzjak acerca de la necesidad de la partida de Ia’acov.
Sin embargo, cuando habló con su marido, no hizo mención de los siniestros planes de Eisav.
Solamente mencionó la importancia que tenía para ella que Ia’acov no contrajera enlace con una mujer local hitita (Bereshit 27:46).
¿Por qué omitió Rivká la mención de lo que Eisav tenía pensado?
De haber dicho a Itzjak que Eisav quería matar a Ia’acov, esto hubiese significado que ella había “tenido razón” en las distintas opiniones que los diferenciaba y que ahora quedaba claramente demostrado…
Rivká no quería demostrar que “tenía razón”…
Quisiera volver a explayarme en el contenido de tu carta en particular, pero no me será posible hasta la próxima hoja. No obstante te dejo este material, que es la base de todo lo que prosigue.
Te escribo estas líneas de modo abierto por distintos motivos:
En primer lugar, no quiero que cuando leas este mensaje lo tomes como una cuestión personal.
¿Por qué?
Por el simple hecho de que temo que si piensas que te lo escribo a ti personalmente, te sientas acusado/a, y ese mismo sentimiento termine por paralizar cualquier intento de corrección.No me refiero a ti solamente, sino a todo aquel a quien la lectura de estas líneas le pueda ser útil. Espero, sin embargo, que esta hoja llegue a tus manos, y la valores con la mejor voluntad.
Si quien lee este mensaje encuentra que en su vida hay puntos relevantes (comunes a muchos seres humanos), espero que pueda servirle para reflexionar.
Posiblemente, si alguno de los esposos se siente vulnerado en su vida cotidiana por parte del otro, y no pueda resolver su situación personal mediante el diálogo, al menos busque ayuda de terceros.Aun si la lectura de estas líneas no atañe a su vida personal directamente, puede servir a quien lo estudie para asistir en un tema crítico y que sea adecuado para terceros que conoce.
Sin embargo, claramente hay una consecuencia que espero que no se presente: no escribo estas líneas para que un cónyuge increpe al otro/a.¿Eres el marido o la esposa?
Para lo que prosigue, en realidad no es relevante. Podría ser uno o el otro.
Si la conjugación utiliza el modo masculino, es únicamente para facilitar la expresión.
De una cosa estoy seguro: eres una buena persona, de otro modo no me hubiese molestado en escribirte. Mis hijos jugaban frecuentemente en tu casa, y esta es una señal de que siempre confié en que el tuyo es un ambiente sano. Claro que no vivimos en tu hogar, y por lo tanto, no conocemos tus secretos. No nos interesa saberlos.
Cuando te vemos día a día, te vemos actuar, y nos sentimos cómodos con tu presencia. Las conversaciones contigo son lógicas y agradables.
Visto desde afuera, está “todo bárbaro”.
El otro día te vi de lejos junto a tu esposa. Tú, a D”s gracias, no me advertiste o no me reconociste. Me retiré – apenas pude – de la escena, porque me imaginé que te hubieses sentido avergonzado de haberme visto. La situación realmente me tomó de sorpresa y no supe ni me atreví a tomar otra actitud.
Sin entrar en detalle, cuando te vi, no eras la misma persona tranquila que siempre conocí.
Afortunadamente todo lo que sucedió era una agresión de palabras y no hubo violencia física. Espero que efectivamente nunca exista.
Sin embargo, cuando le hablabas a tu esposa, en tu rostro se notaba una dura expresión de enojo, ataque y excitación.
Tu esposa – inversamente – mostraba pavor, susto y desesperación ante tu actitud. No me puedo quitar esa imagen de mi mente.
Pensé mucho tiempo antes de escribirte, y lo hablé con mi maestro (obviamente, sin mencionar tu nombre), para asesorarme y elegir el camino más prudente.
Luego se repitió.
En otro sitio, pero con la misma escena.
Esta vez, decidí que no debía esperar.
Claramente soy consciente de que los episodios que apenas presencié por menos de un minuto, representan una pequeña fracción de vuestras vidas y sería injusto extrapolar estas situaciones al quehacer diario de ustedes, precisamente porque hay muchísimos factores que desconozco, en particular, la frecuencia, extensión e intensidad de los estruendos.
No sé qué habrá dicho o hecho tu esposa, para justificar semejante desplante. Tampoco puedo, ni debo, juzgarte, pues no sé qué otros motivos podías tener aquella ocasión para estar nervioso y cansado aquellos días desafortunados.
Ciertamente, si bien no lo debiéramos permitir, suelen mezclarse las ideas en nuestra mente.
Te invito a observar las fotos de tu boda que están expuestas en tu living. ¡Qué semblantes de alegría! ¡Qué felicidad!
¿Cómo y cuándo comenzó a “ir mal todo”?
Es una pregunta frecuente, a la que es difícil encontrar respuesta.
Las historias que narramos, comienzan en un punto que elegimos caprichosamente para nuestra conveniencia.
Sin embargo, si somos sinceros con nosotros mismos, siempre encontraremos que hubo situaciones y episodios previos que no tomamos en cuenta, para que la historia se acomode a nuestra necesidad. Aprendimos a hacer esto desde pequeños.
Es más: Muchas de nuestras actitudes reflejan y son consecuencia de circunstancias que vivimos cuando éramos niños y que consideramos obvias e inalterables, situaciones que nos formaron con cierta disposición que creemos “naturales” en nosotros.
Aun más: ciertos episodios que sucedieron antes de nuestro nacimiento y que vivieron nuestros padres, también aparentan condicionar nuestra conducta conciente o inconsciente.
Aun así, esto no nos libera ni exime de hacer el esfuerzo por un corte, de desatarnos del pasado, crecer, madurar y hacer valer el compromiso matrimonial que exige de nosotros salir al encuentro de la naturaleza de nuestros cónyuges y convivir en armonía uno con otro.
Sí, estas cuestiones nos las dijeron en las valiosísimas clases que se dan a novios y novias antes de casarse, pero justo en aquel momento, estábamos atareados con las corridas previas a la ceremonia del casamiento, escuchábamos con el oído, pero teníamos nuestra atención y corazón en otro lado.
Tantas veces esas clases son pocas y tardías. Las estructuras ya están formadas por la omisión de haber enseñado pautas, reglas y preceptos de convivencia en la niñez y la adolescencia.
Difícil es revertir estas actitudes en pocas clases prenupciales.
No se trata acá de entender cerebralmente ciertos puntos, sino de integrarlos y ponerlos en práctica en nuestro talante y trato diarios.
Hay un “período de adaptación” después de casarse. El ajuste y la conformación al porte de la persona con quien nos casamos no son pasivos. Precisamente todo lo contrario, es menester ajustarse dinámicamente a la forma de ser del otro. “De suyo” no se solucionan las cosas, y esperar del marido o esposa que haga todo el esfuerzo por acomodarse a uno, es sumamente injusto, irreal, egocéntrico, errado e… inútil.
En algún momento, habrás sentido que algo no estaba andando bien.
¿Qué suele suceder cuando quienes componen la pareja sienten que “algo no funciona”?. Allí comienza un nuevo “jueguito”.
Palabras fuertes, enojo, luego distensión, intento de “dejar atrás” lo que pasó – hasta la próxima…
Pero el disgusto y la irritación no desaparecieron.
Fueron relegados a algún espacio en el receso de nuestras mentes para que – momentáneamente – no molesten. En cada situación crítica que se repite, aun cuando pareciera haber sido “olvidada”, acumula vestigios acrecidos de resentimiento.
¿Por qué no se acude a ayuda?
¿No es evidente – acaso – que la situación empeora?
¿No está claro que esto puede terminar muy mal?
La respuesta más habitual se basa en la vergüenza y el sentimiento de culpa que acompaña a estas circunstancias (“Si fue lo suficientemente adulto para casarse, entonces también debe saber resolver las dificultades”. “¡Cómo puede enseñar a sus hijos a no pelearse, si no puede ella hacer lo mismo con su marido!”, etc.).
La idea que uno de los dos – o ambos – no son maduros (el peor de todos los insultos), trae aparejada consecuencias propias:
Lo más común es culpar al cónyuge de todos los males que están ocurriendo. Suele estar acompañado de agresión verbal, creciente desconfianza, malhumor y frialdad.
Una vez que se da comienzo a la pulseada – o sea una competencia de cuánta fuerza ejerce cada uno, se torna más difícil dar marcha atrás y demostrar (supuesta) “debilidad”, al ceder.
El otro efecto es el acostumbramiento a la situación. Cada uno termina por creer que la relación “es así”, se encierra, se sufre, se desmejora, se hace camino propio, se retroalimenta el círculo vicioso, se cree que “no tiene solución” aun si se intenta, se tiene vergüenza ante la propia familia y la sociedad, se imagina pretextos para “quedar bien parado” ante la gente.
Efectivamente: la convicción prejuiciosa o aun la mera suposición que un problema no tiene solución, coarta todo intento por resolverlo (más allá de que, efectivamente, no todo lo podamos resolver). Con el tiempo, uno se ve anquilosado en su propio “insoluble” problema.
Cuando éramos chiquilines hacíamos las travesuras habituales de los niños. Todo había que “probarlo”.
En algunos sitios de las casas había barras en algún portón. Si el espacio podía llegar a permitirlo, entonces uno trataría de hacer pasar la cabeza entre los barrotes de la reja. Pero resulta que es más fácil entrar, que salir. Una vez que la cabeza entró, ya se torna difícil extraerla.
Sin embargo, aun durante aquellos momentos angustiantes nos acordábamos de una regla ancestral: así como entró – tiene que poder salir.
Esto, y todo lo que acabamos de exponer, es común en muchos matrimonios que atraviesan momentos difíciles. Mientras se encare el problema cuando aún es incipiente, y los integrantes de la pareja no se llegaron a herir mutuamente una y otra vez, si acuden a personas con experiencia, y muestran ambos voluntad de resolver, comúnmente hay solución.
Toda vergüenza que uno pueda sentir en aquella cita es insignificante frente al dolor y turbación que siguen, por no resolverlo.
Querido:
Termino estas líneas sin conocer pormenores de tu situación particular. Mi deseo y experiencia es que la reflexión puede servir…, y mucho.
De todo corazón, te deseo todo lo mejor y muchos años de felicidad y satisfacción junto a tu esposo/a.
APRECIANDO LO BUENO
Querida…:
En la primer parte de la réplica a tu carta, denoté básicamente la necesidad de un buen diálogo.
Eso respondía a tus palabras sobre la “imposibilidad de diálogo” que hay entre Uds., y que tu marido “no te escucha”.
Déjame seguir sobre otros puntos que has expresado y en los que, afortunadamente, comentas sobre los aspectos de carácter positivo en tu marido. Aun cuando tú no lo dices con las palabras que estoy por utilizar, todas estas facetas que comienzo a subrayar surgen de la descripción que esbozas del perfil de él. (La enumeración que tomo, no es arbitraria, sino que sigue la de tus propias palabras…)
Lo primero que no se discute es que es muy trabajador, y se esmera mucho en su labor y en el estudio.
Se levanta temprano, y – como tú señalas – “trata de recuperar el déficit de conocimiento, al que no tuvo acceso cuando era niño, por el hogar en que nació”.
Es bastante evidente que holgazán – no es. Lo reconocen en su lugar de trabajo por la estabilidad de su performance, su asistencia, puntualidad y cumplimiento. Y si entendí correctamente, aquel no es un lugar de trabajo – ni religioso, ni siquiera judío.
Tú (también afortunadamente) no pones en duda su fidelidad, ni su interés que muestra por tu bienestar y el de tus hijos. Cuentas que él es (de los pocos papás) que va a la reunión de padres a la escuela, mira los cuadernos, firma los boletines. (Créame: esto no es “poca cosa”).
Te llama numerosas veces desde el trabajo. “Corre”, cuando le pides algo (temo que otras esposas se pondrán envidiosas al leer esto…).
En ese contexto, dices que siempre ha sido una persona de carácter afectivo, demuestra con sus acciones grandes y pequeñas, que mantiene buenas relaciones con todos los familiares, y que – aunque sabes que se aburre – es muy cumplidor con casi todas las obligaciones familiares (las de los parientes del lado de él, y las tuyas).
Hago hincapié en los rasgos positivos que percibes en él, por tres motivos:
En primer lugar, indica que estamos hablando de una muy buena persona.
Adicionalmente, demuestras que lo estimas y le reconoces sus virtudes, aun si disientes con él (a nuestro pesar, poca gente sabe hacer eso y cuando se ven a si mismos en “veredas opuestas”, pierden todo el aprecio que sentían por la persona a quien perciben como “adversaria”).
Esto habla muy bien de ti.
Por último, lo subrayo porque es imprescindible que mantengas esta actitud correcta y práctica en el proceso de conciliación de opiniones que deben emprender.
Volvamos:
¿Cuál es el problema, entonces?
Las eternas polémicas que no llevan a ningún puerto.
En ese contexto, cuando tú lo describes en términos tales como “terco”, “testarudo”, “empecinado” – en referencia a la postura que toma durante aquellas discusiones que tienen sobre temas en los que él mantiene convicciones religiosas estrictas – ¿no podrán verse esas mismas cualidades precisamente como virtudes?
¿Cómo – sino a través de estas condiciones – llegó a superar su condición de huérfano, empezando a trabajar cuando era adolescente y llegar a asentarse en una situación relativamente holgada con la que hoy mantiene a su familia?
¿Tú has buscado un marido que sea firme y decidido en lo que quería en la vida – o un compañero de ruta fláccido e inestable?
No tengo dudas que esta condición pujante te impresionó positivamente cuando primero se conocieron, y quizás hasta fue aquello que te atrajo para determinar que él sería la persona con quien tú querrías edificar tu hogar y un futuro en común.
Claro que en aquel momento, él no había desarrollado esa actitud que tú describes como “monocromática” respecto a la religión. (Según lo que me expones, paradójicamente tú eras “la más religiosa” de los dos en aquella instancia…).
Cuentas que en un primer momento, él no se interesaba por el estudio religioso, y que lo incentivabas y lo acompañabas, casi arrastrándolo, a los cursos.
Claro que en aquel momento, tú no esperabas que se lo tomara tan “a pecho”.
Este es el panorama.
Para encarar este rasgo, te repito lo que ya he dicho en otras ocasiones: las estatuas no se casan. El matrimonio está constituido por seres humanos, que axiomáticamente son dinámicos – mientras vivan. Las circunstancias y escenarios que atraviesan solos, y luego casados, los marcan y les permiten la oportunidad de crecer y construirse (- o lo contrario: languidecer y decaer).
Los objetivos morales básicos a proponer al encontrarse los candidatos a ser novios (y que desgraciadamente muchos se olvidan de expresar y acordar en sus encuentros), demuestran hacia dónde perfilan sus vidas. Esto es importantísimo, pues sienta las bases de cuáles serán los ideales comunes.
Sin embargo, más allá de lo que se hable y se pacte cuando intentan convenir su futuro hogar, también existe una amplia gama de secretos en cada mente – de factores que no somos necesariamente concientes, por el simple hecho de que no son – o no nos parecen ser, relevantes en determinados momentos de la vida.
Ahora bien: no quiero decir que no tengas “derecho a quejarte”. Es imprescindible que los temas se toquen con tranquilidad, y por el valor mismo de los argumentos, que – como escribí en la primera parte de esta carta – se deben esgrimir con soltura, claridad y objetividad – pero sin pulseadas.
Si tu marido posee todos esos rasgos que describes anteriormente, con gran porcentaje de probabilidades – paso a paso – llegarán a un modo conjunto de resolver las cuestiones.
Quiero pasar ahora a algunas expresiones comunes que entiendo se deben haber filtrado en tu vocabulario, y que seguramente no querrás haber utilizado, si no fuera en un lapsus de enojo:
Tú me cuentas que él “no quiere que lo cuestionen”, y que tiene sesgos de “machista”.
Creo que este punto también requiere cierto análisis. Hay muchas palabras que habitualmente la gente repite con facilidad, creyendo que respaldan con más elocuencia la posición propia. Permíteme definir según los diccionarios esta palabra, y reconocerás que no corresponde a los sentimientos que crees tener.
La idea de “machismo” responde a “actitudes discriminatorias y lesivas hacia las mujeres”, “asignar el trabajo más reconocido o menos fatigoso para los hombres”, “violencia sistemática hacia las mujeres con el fin de mantener un control emocional o jerárquico”, “subestimadas las capacidades de las mujeres alegando una mayor debilidad”.
Todo esto, entiendo, no tiene relación con vuestras discusiones, ni con la condición “muy observante” de tu marido.
Recordemos: la tendencia a ponerle rótulos a las demás personas, para identificarlos y encasillarlos mentalmente con aquellos adjetivos, es un simplismo cómodo y ligero que nos permite eludir cualquier cuestionamiento a nuestras propias actitudes. De tratarse de individuos lejanos a nosotros, esto ya es grave. De referirse a seres cercanos, es más que peligroso.
Aun más: si bien solemos acertadamente pensar en cómo alguna observación inquietará o tranquilizará a cierto individuo (a quien aludimos) el efecto mayor de aquello que se dice recae justamente sobre quien lo está declarando, pues en él se arraigan las palabras y la forma de discurrir cerebralmente.
Una segunda observación a tu mensaje: “el modo ‘tan’ estricto de su religiosidad, a mi me quita el deseo de seguir cumpliendo”.
Este argumento, también lo he escuchado reiteradamente en el pasado, y no lo acepto.
¿Por qué?
Pues – si estás realmente convencida del valor ético, sagrado y espiritual de tus propias convicciones, entonces ningún ser humano le quitará aquella persuasión. Pero, si con tanta facilidad instalamos el titubeo propio en otros, esto se deberá a que no estamos tan seguros nosotros mismos.
También ese sentimiento está poniendo sobre sus hombros lo que no corresponde – y eso te permite verlo con un prisma más negativo – lo cual obviamente no beneficia vuestro lazo.
Volviendo a lo nuestro:
Ambos deben sentarse y hablar… frente a frente.
La pregunta es – si las falencias que ves en él son realmente tan severas como las describes – considerando el contexto de una persona que sin duda cubre la gran mayoría de las expectativas que tú apreciarías y que te ha unido a él.
Si llegamos a acordar en este asunto de ver las actitudes desde otra perspectiva, separaremos, pues, la cuestión de actitud – por un lado – y los temas y cuestiones que hacen a las diferencias de opinión que Uds. tienen y sobre los que vuelven a discutir en forma periódica (precisamente lo que tú crees que yo puedo dirimir en esta hoja).
Releyendo lo que acabo de escribirte, siento que quizás tú tomes mis palabras en forma ofensiva (tal vez incluso tú podrás decir que el machista soy yo…).
Entiende claramente que ese no es mi objetivo. No persigo otro fin que no sea el propósito claro de proteger nuestros hogares frente a las costumbres, terminología, y actitudes que se han puesto de moda.
Aun si pocos estén dispuestos a reconocerlo, estas aparentemente “inocentes” expresiones, se van estableciendo en las personas, crean disposiciones que uno no deseaba tener, las contagia en el/la cónyuge.
Luego, como vimos en la carta anterior, se van repitiendo con mayor frecuencia e intensidad – y con menos amor y paciencia que los frene. ¡Entonces, cuanto antes actuemos!
Y como dijo el Sabio Hilel en Pirkei Avot (1:14): “si no ahora – ¿cuándo?”
Querida…:
Agradezco que me hayas escrito.
Lo tuyo y lo de todos los que se acercaron estos días para ayudarse en temas matrimoniales, es importante.Tomaré ciertos puntos destacables de tu carta. Evidentemente, el conflicto al que aludes gira alrededor de la cantidad de veces que Uds. pasan Shabat en casa de tus padres o de tus suegros respectivamente.
Ante todo, quiero hacerte considerar un punto valiosísimo: afortunadamente, ustedes tienen padres vivos con hogares que los pueden recibir.
Inversamente, muchos jóvenes recién casados no tienen hogares de papás a los que pueden ir, quizás porque están geográficamente lejos, o porque en aquellas casas no se respetan los preceptos. Hay otros, cuyos padres están separados, y es incómodo ir a sus residencias. O pobres de aquellos cuyos progenitores ya están en el Gan Eden.Ahora bien: Claramente es más fácil y cada uno se siente más cómodo en lo que solía ser “su” casa anterior y “su” familia. Uno no siente vergüenza en pedir las cosas y se mueve como “en su casa”.
Sin embargo, estando casados, cada uno debe intentar adaptarse a la familia del otro, a fin de permitir que él/ella tenga oportunidad de estar cerca de los suyos.Piensa por un momento, que nuestra familia donde nacimos fue por muchos años el punto de apoyo y de contención en los momentos más complejos: durante los períodos de exámenes, en nuestras enfermedades, durante los desafíos grandes y pequeños del quehacer diario.
Y si bien al contraer matrimonio se supone que los contrayentes maduraron lo suficiente como para dejar necesitar tanto de su entorno anterior como respaldo para enfrentar la vida, esto suele suceder en forma gradual – en el mejor de los casos.Todo ello implica, que así como la adaptación mutua de los recién casados es escalonada, también la separación de la cotidianeidad doméstica anterior, es paulatina.
Y en ese aspecto, tampoco somos uniformes todos los humanos. Depende de la cultura y modalidad de cada familia. (Lo puedes comprobar, pues hay niños que se adaptan al Jardín de Infantes en pocas horas, mientras que otros demoran días y semanas en poder separarse de sus mamás…).
Un punto adicional antes de pasar a otro de los párrafos que me escribiste:
Cuando tú te encontraste con quien ahora es tu marido, y cuando averiguaste sobre sus cualidades, (de las cuales tú misma escribes que son “inigualables”), aquello que escuchaste sobre él, lo sentiste como adecuado para que se convirtiera en el compañero del resto de tu vida. Si te hubiesen dicho en aquel momento, que su relación con sus padres era muy fuerte y que estaba muy ligado a ellos, esto no hubiera sido suficiente para hacerte dudar. Quizás hasta lo hubieras tomado como un punto a favor, pues demuestra que valora que los lazos familiares deben estar fuertemente arraigados.
Tú misma concedes que ambas familias no son iguales. Tú eres la mayor en el seno de la tuya, y él es el menor de padres muy mayores. En tu casa, son muchos hijos, y en la de él son pocos, y viven lejos.
También existen grandes diferencias en qué es lo que se denomina “intimidad” o “intromisión” en la vida del otro.
Hay actitudes que en ciertos círculos se consideran perfectamente aceptables y bienvenidos, y se toman como “señal de preocupación solidaria”, mientras que en otros ambientes, aquella misma acción se ve como “inadmisible, entrometida e indiscreta”.
Siendo así, las comparaciones que haces, o el sentimiento que tienes respecto a la necesidad de la ayuda de tu mamá en la cocina, o que ella te asista a ti con la tarea de tus hijos, es un tanto relativo.
Es importante que no veas este punto como algo negativo, pues los cálculos exactos de cuántas veces Uds. están en uno u otro lugar, restará de la alegría de Shabat y Iom Tov, en lugar de sumarle.
Quiero pasar ahora a los “consejos de tu amiga”.
No voy a dudar de la sinceridad de tu compañera, pero sí quiero aclarar que hay cierto lenguaje nocivo que se debe evitar.
Antes de citar los conceptos, quiero precisar que una buena amiga, puede dar apoyo, ánimo, consuelo, etc. pero no necesariamente es preciso que sea una buena consejera, aun si ella te aprecia mucho, sentimiento del que no dudo. (Suele suceder que personas con buena voluntad “aconsejan” a partir de sus propias vivencias y desengaños personales…).
La buena amistad es necesaria y sana, pero no equivale a la experiencia.
Paso a repetir sus palabras: “no te tienes que dejar pisotear por la familia de él”, “así te van a convertir en un trapo de piso” (básicamente ambas frases dicen lo mismo).
No hablamos, ni debemos hablar o pensar de ese modo.
Esta habladuría responde a un sentimiento resentido de la vida.
Nadie es “pisoteado” por otro, a menos que permita sentimentalmente que eso suceda.
Permitir o ceder ante la voluntad de un ser querido, en particular en la situación de los cónyuges, no significa “ser pisoteado”, o “ser trapo de piso”.
Si una persona se siente íntegra y segura de que lo que hace y considera correcta la forma como procede, jamás será pisoteada por otra. Es muy posible que se le presenten obstáculos y trabas en los caminos. Es probable que haya instancias en las que no pueda desarrollar sus ambiciones pues otra persona se lo impida o, simplemente, no pueda llevarlo a la práctica. Eso, sin embargo, no significa que esa otra persona lo esté humillando a uno, o que esté siquiera intentando hacerlo.
Nadie lo puede convertir a uno en un trapo de piso. Repetir esta clase de frases, solo causa que uno termine creyendo que realmente es así.
Las consecuencias que este sentimiento adverso provocan, son aun peores. Se comienza a sentir alejamiento, disgusto y repulsión, y se empieza a discutir con la suegra de detalles poco relevantes – solo “para no sentirse pisoteado”…
Aquel sentimiento, si bien como tú lo haces por ahora, no está dirigido hacia tu marido, con el tiempo y por asociación de ideas puede extenderse hacia él también.
Si él tiene un vínculo estrecho con sus padres, no se debe interpretar como que “lo controlaran”.
Simplemente, responde a un sentimiento de afecto hacia ellos. Cuanto más intentes forzar una separación de ellos, tanto más ayudarás a formar un incipiente sentimiento de dolor y disgusto en él hacia ti. Precisamente tu intento de acercarlo, se puede tornar en tu contra…
Te repito: los ajustes a la nueva familia después de casarse son lentos.
Cuanto más comprensión mutua muestren los flamantes cónyuges (y sus respectivos padres) para ayudarse recíprocamente a ambientarse de una forma más cómoda a los nuevos parientes, tanto más sana y duradera será la vida en común posterior.
Los parientes son solamente uno de los tantos rasgos desconocidos a los que se debe adaptar la nueva pareja.
Por parte de los terceros (padres y familia), se debe ayudar a no ponerlos en situación incómoda con comentarios que los hagan sentir comprometidos a algo que aún no estén dispuestos.
Y en esto no es “ahora o nunca”. Cuanto mejor se sientan los contrayentes como “locales” en su nuevo hogar, tanto mejor podrán jugar de “visitantes” en las casas de sus parientes.
¡Tolerancia y paciencia!
De todo corazón, les deseo también a Uds. todo lo mejor y muchos años de felicidad.
CUESTIONES DE DINERO
Querido…:
Espero haber entendido correctamente tu carta.
Hay partes de ella que no me corresponde responder, pues no soy entendido en temas monetarios y hay rabinos en la ciudad que podrán asesorarte en este aspecto.
Efectivamente hay normas bíblicas y rabínicas sobre cómo se debe repartir una herencia (tanto si son bienes que se adjudican en vida – como en tu caso, o después de no estar el legador en este mundo).
Mi respuesta solamente se remite al aspecto familiar y humano.
Lo que está en juego, y está trayendo roces con tu pareja, son cuestiones monetarias.
En tu caso, precisamente se trata de la herencia de los bienes de tu suegro que se están repartiendo y que tú sientes que la dividen de manera injusta, dada la mayor influencia que tienen tus cuñados en las decisiones de tu suegra.
En realidad, si bien comencé aludiendo a tu caso, mucho de lo que digamos acá puede aplicarse a otras contingencias de índole económica, tales como sociedades o empresas familiares, etc.
Claro que todo lo que sigue deberá ser tomado “con pinzas”, pues es muy difícil opinar sin percatarse de los miles de detalles que conforman una familia que jamás se conoció.
Es bastante obvio que desde tu punto de vista, la división de bienes es arbitraria, pero es muy posible que tu suegra tenga un parecer propio de las necesidades que presiente tendrán sus hijos en el futuro.
Quizás también sienta que en el pasado hayan proporcionado asistencia a sus hijos de distinta manera, y en este momento quiera equilibrar su legado para el futuro. ¡Pueden existir tantos cálculos insondables…!
Lo que expondremos seguidamente es un enfoque que no debe ser visto como poco significativo.
En la discusión que están teniendo Ustedes en este momento por la cuestión material, con vistas a un futuro distante, tienen más para perder que por ganar!
Está claro que – como dices – “las cuentas claras conservan la amistad” y que tienen “todo el derecho de defender lo suyo” (que – de paso – aún no es suyo…).
Sin embargo, si bien hasta este momento siempre se trataron con cordialidad tu esposa y sus hermanos, no olvides que las cosas “pequeñas” suelen tornarse en grandes – si se descuidan. O, mirémoslo al revés: las cosas grandes alguna vez han sido pequeñas.
Si bien, tu esposa y tú hace varios años que están casados y han formado un hermoso hogar, el lazo con sus familiares – y en particular con sus hermanos – es importante resguardar.
¿Por qué?
Por el mismo motivo que los padres deben fomentar la buena relación entre sus hijos: en el futuro, y durante el transcurso de la vida, necesitamos en muchas instancias del respaldo espiritual (y a veces incluso material) de los hermanos.
La vida tiene altibajos.
Los sentimientos de fraternidad de nuestra juventud – si se cuidan – se constituyen en uno los apoyos emocionales con los que contamos en los momentos de dificultad, que – innegablemente – todos quisiéramos que nunca sucedan, pero son parte integral de la vida. No olvides que es la familia de tu esposa, ella aprendió a convivir con sus hermanos mucho antes de conocerte y el costo de hacerla sentir separada es muy alto.
Si tu vínculo con ella es saludable en todos los demás aspectos de la convivencia, entonces su estabilidad emocional a raíz de la contención familiar juega a favor de tu relación – y no en contra.
No están compitiendo y el vínculo no está contrapuesto.
Por otro lado, el resentimiento después de una pelea y del malestar que puede crear por la sensación de perder la armonía y concordia que ha tenido tu esposa con sus hermanos hasta este momento, no es cuantificable como el dinero.
Otra reflexión:
Vivimos en una sociedad que cada vez se convence más de la valoración máxima del dinero.
Si bien la gente bromea con dichos tales como que “el dinero no compra la felicidad, sólo calma los nervios…”, etc., esa urgencia por “calmar los nervios”, la tiene muy nerviosa.
Antes de continuar, quiero compartir contigo las palabras de un Sabio, que observó la vida desde un ángulo más sano que el nuestro:
“La herencia más importante que nos dejaron nuestros padres – fue el hecho de que no había nada material para repartir – ni para pelearse, aunque sí la enseñanza de que habíamos aprendido a vivir necesitando muy poco de lo terrenal – y a trabajar honestamente para ganarnos el pan”.
¡Si tan solo todos pensáramos así!
Cuando peses en la balanza lo que quizás ganes frente a lo que posiblemente pierdas en esta discusión, no olvides varios puntos a tener en cuenta que pueden afectar tu gestión:
• Afortunadamente, de tus palabras se desprende que ganas bien hoy con tu trabajo y no necesitas más dinero con urgencia.
• Si bien no quiero minimizar el valor del ahorro y la previsión para el futuro, en la medida que se pueda (cuidando no derrochar dinero innecesariamente ahora), siempre hay que pensar cuál es el costo de su obtención. En este caso, precisamente, desconocemos el futuro.
• Aunque es muy posible que en el futuro cuando debas casar a tus hijos, necesites contar con dinero, faltan muchos años aún hasta llegar a esa feliz instancia, y mientras tanto necesitan un hogar unido y armónico más que un dinero en “caja de ahorro”.
Sin duda los padres de tu esposa dieron mucho más que un dinero como herencia. De hecho, cuando la conociste te impactó por su educación, sabiduría y modales (aparte de su belleza…). Todo eso es un capital inconmensurable que ustedes usufructúan hasta hoy – y por muchos años más.
Pasemos al próximo punto:
La “necesidad” de estos potenciales fondos. Los quieres para tus hijos, pues entiendes que es necesario legarles bienes materiales para “lanzarlos con algo en la vida”.
En este sentido, nuevamente quisiera colocar esta “necesidad” en su perspectiva adecuada.
¿Qué les legarán Uds. a vuestros hijos?
Como dijimos, nuestra sociedad ha puesto un énfasis exagerado en el valor del dinero. Lo ve como un claro “activo” ventajoso – y no como una carga. Se suele medir la eficiencia e idoneidad de las personas (“ser exitosos”), de acuerdo a su capacidad para generar fortuna. Esto hace a que la gente termine por funcionar de acuerdo a este son, y no es exactamente una postura muy judía.
Tu esposa y tú les brindan y les seguirán ofreciendo: la vida, el afecto, la contención, el ejemplo, la experiencia, la educación, los buenos modales, etc. – y también – en un lugar que recién se ubica detrás de todo lo que adelantamos – bienes materiales.
Recuerda: no es un solemne discurso teórico, debe ser desde lo profundo de tu corazón, sentido así.
La felicidad – que sin duda ustedes desean disfrutar en vuestro futuro – depende básicamente de la estructura intelectual, emocional y espiritual de cada persona. La cantidad de dinero que uno posee no tiene incidencia sobre su satisfacción y goce de la vida. Esto es fácilmente comprobable con solamente observar la sociedad que nos rodea.
Adicionalmente toma en cuenta, que si este litigio – aunque callado – entre tus parientes y tú llega a oídos de tus hijos, o si ellos se percatan que las relaciones familiares se “enfriaron” a raíz de una diferencia monetaria (y en este sentido pido que no minimices la agudeza de percepción de tus hijos), esto tenderá a provocar un detrimento educativo adicional: el tema “dinero” se convertirá en un asunto (relativamente) “importante” a sus ojos.
El dinero pasará de ser un medio de adquisición de bienes y servicios, a convertirse en algo trascendente. ¿Cuánta atención quieres que tus hijos dediquen al materialismo, más allá de lo razonablemente necesario para – como la gente suele decir -“ganarse la vida”?
No tienes la certeza de que este dinero que reclamas realmente les será útil o necesario. Por otro lado, el dolor de perderlo de algún modo (lo cual es hipotéticamente posible – ¿recuerdas el “corralito”?), es peor que no haberlo tenido nunca…
Es más: quieres suponer que tus hijos estarán preparados para administrar este dinero. ¿Cómo lo sabes?
Y aun más: la medición de aptitud y talento no se calcula como un absoluto, sino “en comparación con…”.
O sea: no creas que no estarás en la mira de lo que desembolsas a partir del momento que utilices un dinero que otros – especialmente familiares directos – juzgan que les hubiese correspondido a ellos tener.
Siempre en la vida, más de lo que cuesta perder algo – nada fácil, es aceptar que otro tenga lo “mío”.
Imagínate, por un momento, el siguiente cuadro: los familiares carecen de fondos para hacer una fiesta con la ostentación que la hacen ustedes: ¿cómo lo tomarán?
No olvides otro punto adicional: tus cuñados muy probablemente también están presionados por sus esposas (y no sé si leerán esta hoja), y ellas no tienen los mismos sentimientos fraternales que sus maridos. ¿Cuántas veces fue esta (la intromisión de parientes) el detonante para que hermanos se peleen – cuando toda la vida se habían llevado muy bien?
Realmente les deseo que sepan salir airosos de este laberinto. Es menester cuidar el tono de voz cuando se sienten a hablar, y la ansiedad al tratar este tema.
Hay mucho en juego, y es más lo que no se ve, que lo que sí se ve.
Y en este caso, es tan apropiado aplicar el pasaje que habla de la reciprocidad en los sentimientos: “kamaim hapanim lapanim, ken lev ha’adam la’adam” (“Como en el agua – (se refleja) rostro corresponde a rostro, así el corazón de un hombre a otro” – Mishléi 27:19).
En la medida que tú sientas confianza hacia los familiares de tu esposa, así se generará aquel sentimiento recíprocamente hacia ti. Por lo tanto, recuerda siempre que cuanto menos se metan terceros, mejor.
(De paso: muchas veces se escucha a la gente que comenta acerca del lamentable desmembramiento de una pareja en la que el marido no podía traer un sueldo suficiente para la manutención de la familia, opinando que “se separaron por cuestiones de dinero”.)
Esta noción, la que el dinero es un “motivo” de unión – o ruptura – como si fuera algo natural o hasta ineludible, no habla bien de nuestra sociedad actual.
Los matrimonios bien constituidos no se separan por razones monetarias.
Para aquellos que se aman auténticamente, los problemas económicos como así también todas las circunstancias de adversidad, presentan nuevas oportunidades para brindarse uno por el otro y apoyarse mutuamente.
¿Recuerdas: “contigo, pan y cebolla?”
Los hechos lo demuestran porque (más allá de la historia de cada familia cuyos abuelos fueron también pobres) existen tantas otras familias – y especialmente quienes estudian en un Kolel, que viven con lo justo, o con un poco menos que lo justo, y – sin embargo – son muy unidas. En su escasez, encuentran el apoyo mutuo en los miembros de su círculo íntimo.
Lo que falta habitualmente es el criterio de lo que verdaderamente importa, orden de prioridades, educación a amar y solidarizarse.
Asesórate con un Rav, y encuentren la solución adecuada. B”H que no les falte nada a nivel material, y menos aun en materia de armonía, concordia y paz familiar.
Querida…:
Si bien todas las cartas anteriores estaban dirigidas a los cónyuges (o sea los integrantes de la propia pareja), esta misiva – excepcionalmente – va dirigida a ti en calidad de mamá de la esposa de esta pareja.Entiendo que con este encabezamiento, algún lector aventurará que aquí nos referimos a los típicos “chistes de suegras”.
Sin embargo, y más allá de las salidas que la gente suele hacer sobre la conducta de los suegros en su relación con yernos y nueras, la verdad es que quienes en algún momento se hacen los graciosos, terminarán cumpliendo aquel mismo rol que en otro momento burlaron.La realidad es que detrás de toda “risita”, existe algún aspecto serio a estudiar.
Aquellos niños que hace mucho nacieron, los que hoy son cónyuges – y quizás ya padres de familia, en algún momento fueron pequeños, y sus padres debían criarlos, protegerlos, formarlos y educarlos.
Con el tiempo merecieron emanciparse de sus progenitores, y éstos debieron ayudarlos a ser responsables de esa nueva y azarosa libertad.
El momento de elegir pareja, formalizar la intención de constituirse en esposos y construir conjuntamente un hogar, se convierte en el “broche de oro” de una trayectoria que han recorrido conjuntamente padres e hijos.
Cuanta más confianza mutua, enseñanza y solidez han logrado transmitir los padres a sus hijos en todos esos años de crecimiento, tanto más preparados estarán estos para tomar este decisivo paso, en el que se afianza más que nunca su autonomía.Y precisamente es lo que quiero relacionar con esos sentimientos, que se expresan a través de tus palabras.
El tema que mencionas en torno a las diferencias que hay en la ayuda que tú proporcionas a la joven pareja – a comparación de tus consuegros, e inversamente, la disparidad – aparentemente injusta y no correspondida – por parte de la pareja hacia ti, podría ser uno de tantos puntos que padres de hijos ya casados pueden marcar y sentirse – o no – molestos.
Lo mismo sucede con lo que tú sientes en relación a “que brindas más horas en el cuidado de tus nietos, que eres la única que siempre está cuando llaman, y que – contrariamente – no se te reconoce ese esfuerzo, y – en tus palabras – crees que te consideran ‘el último orejón del tarro’”.Cuando hablamos de vínculos familiares, es difícil determinar que exista una única conducta “correcta” en la naturaleza e intensidad de los lazos que unen a los allegados consanguíneos, y por ende – el límite entre el “bien” y el “mal” en este entorno.
Por ejemplo:
¿Cuánta “participación” en la “familia grande” es apropiada?
¿Cuál es la “intimidad” justa, y cómo se adecua a la vida con amistades previas y parientes?
¿Dónde termina la “obligación familiar” y comienza el derecho a la privacidad?
Las estructuras familiares son muy diversas, y difícilmente se pueda mantener una regla universal que atraviese las diferentes culturas y las distintas épocas.
Históricamente muchas sociedades funcionaron en forma de clanes. Dentro de aquella “tribu” que se conformaba por abuelos, hijos y nietos, tíos y primos, la pertenencia a aquel conjunto lo definía a uno, y limitaba las conductas a los criterios aceptados con poco espacio para el disenso y para la vida independiente de cada pareja y/o familia.
Difícilmente podríamos imaginar tal vida en nuestro medio “occidental”.
¿Por qué, pues, funcionó en otras generaciones o sociedades?
La respuesta es que existieron circunstancias culturales que lo posibilitaron.
Dentro del ambiente en que sucedieron, el equilibrio permitió que las vidas individuales se desarrollaran con normalidad de aquel modo.
Sin embargo, si uno trata de comparar ciertas cuestiones que van más allá de lo moral, con generaciones o culturas foráneas y distintas, en realidad al sacar aquellas actitudes del contexto original e intentar insertarlas “tal cual” en otro entorno, está haciendo un ejercicio intelectual bizantino y absurdo.
Más allá de las condiciones del momento, hay una exigencia constante que las trasciende: en la Torá se nos enseña que D”s diseñó al hombre y a la mujer de determinada manera, y luego expresó: “por lo tanto, dejará cada hombre a su padre y a su madre, y se apegará a su esposa y serán una sola carne” (Bereshit 2:24).
Claro: es más fácil repetir estas palabras de la Torá, que ponerlas en práctica.
No estamos hablando acá de “escaparse” de su hogar (no es raro observar esto hoy en día), ni de abandonar o desatender las necesidades de los padres.
Lo que aquí se demanda es haber evolucionado lo suficiente como para emanciparse del cuidado de los papás, y estar a la altura de crear un hogar nuevo junto a la persona que se cree idónea para complementarse.
¿Cuál es nuestro rol como “terceros” (familiares, o no) en la vida de los cónyuges?
Los Sabios en varias instancias nos hicieron saber que hay una responsabilidad en las demás personas de aportar a que la esposa sea querida y admirada por su marido – y, del mismo modo, él ante ella.
Cuando los visitantes hubieron comido en la tienda de Avraham Avinu, le preguntaron dónde estaba Sará, su esposa. Esta consulta la realizaron a pesar que ellos no tenían intención de hablarle a Sará (Bereshit 18:9).
Rash”í menciona que la reflexión estaba dirigida a Avraham, a fin de “hacerla más querida a sus ojos” (puesto que Sará estaba en lo interior de la tienda – y no se mostró ante hombres extraños).
Observemos: la preocupación por el bienestar conyugal que exhibieron los visitantes a Avraham ocurrió a pesar de que a esa altura Avraham y Sará ya estaban felizmente casados varias décadas y habían juntos franqueado los más complejos desafíos…
Si, a pesar de la diáfana trayectoria que exhibieron nuestros patriarcas D”s nos hizo saber en la Torá que la contribución verbal de los visitantes es significativa, cuánto más lo debe ser en las relaciones que vivimos quienes no hemos alcanzado la estatura moral de Avraham y Sará.
La importancia que tiene la voluntad de los terceros en torno a preservar la armonía conyugal se manifiesta en un acto notorio señalado en la Torá, que forma parte de la ceremonia por la que atraviesa la mujer sospechada de adulterio (“Sotá”).
Es sabido que habitualmente cuidamos de no profanar cualquier escritura que contiene menciones de D”s.
Excepcionalmente y precisamente en este caso, parte del rito de clarificación del caso pasa por borrar en agua el pergamino que contiene la escritura de la Torá en la cual está mencionado el Nombre Di-vino (Bamidbar 5:23). D”s dice: “prefiero que se borre Mi Sagrado Nombre, con tal de preservar la integridad de un matrimonio” (Ierushalmi, Sotá 1:4).
¿Cómo se hace, pues, para ayudar?
En primer lugar, sabiendo identificar los momentos para intervenir, y las situaciones para callar.
Por lo tanto, es preciso que podamos medir el grado de urgencia que tiene nuestra intervención aun si no fuera más que verbal (y consultar con profesionales antes de abrir nuestras inquietas bocas).
Si se trata de situaciones de riesgo, de abuso, etc. debemos ser cautos, y decidir si somos justamente nosotros, las personas que debemos tomar cartas en el asunto. Quizás por el hecho de ser parientes nuestra intervención se malinterprete.
Posiblemente haya personas más idóneas que nosotros.
Recordemos: ya no son niños.
De no tratarse de cuestiones graves, entendamos que nuestros comentarios inoportunos pueden transformarse en muy destructivos, aun si nuestras intenciones son las mejores.
(Ciertas intervenciones de padres en la vida de los hijos responden a un sentimiento – a veces exagerado – de culpa por lo que no se ocuparon oportunamente, en una etapa que ya pasó).
Habitualmente, es imprescindible que lo que queramos hacer sea aceptado y deseado por la pareja misma. En la medida que nos lo soliciten y lo permitan, podremos asistirlos.
Nuevamente: no olvidemos que ya fueron lo suficiente maduros para entablar la relación matrimonial. Aun casados, los hijos tienen el deber bíblico de honrar a sus padres: los propios – y los de su cónyuge (Shulján Aruj, Ioré Deá 240:24).
Sin embargo, a esta altura de los acontecimientos ya no es nuestro deber educarles su obligación de Kibud Av vaEm hacia nosotros.
Los padres debemos aprender a soltar las manos de nuestros hijos una vez que los llevamos a la Jupá.
¿O sea que ya no nos importa de su vida?
No es así. Darles autonomía no implica menos afecto. Obviamente no dejamos de ser los papás – a pesar de que se casaron.
En este caso tú no dejas de ser la madre, y no debes dejar de ser un buen modelo para ellos, pero el momento de su educación doméstica ya pasó.
El desafío de llevar una vida en armonía entre varón y mujer de hoy en día, ya se ha convertido de por sí en un reto formidable para muchas personas. Es importante que Uds. no carguen a la joven pareja con “bultos” adicionales. Sumarles diferencias entre las familias esperando que ellos deban elegir, se constituye en una imposición innecesaria e inútil.
Tampoco olvidemos: hay mucho que no sabemos los que estamos afuera de la pareja, y aun con los mejores propósitos, e inclusive si creemos que estamos en lo cierto: esto no autoriza a actuar arbitrariamente:
Miriam, la hermana de Moshé, dedujo de un comentario que hizo su cuñada Tziporá, que Moshé y su esposa no vivían juntos. En realidad este hecho había sido una orden de D”s a Moshé.
Puesto que Miriam y Aharón también eran profetas – y no debían mantener aquel régimen, Miriam desaprobó y comentó los hechos con su hermano Aharón.
Sus buenos designios y su profundo amor y admiración por Moshé, no evitaron que Miriam fuera castigada por hablar lo que no correspondía (Bamidbar 12:10).
Volviendo a nuestro caso:
No es como tú dices “que ‘no puedo decir nada’, sino que debieras volver a formular tus palabras: “no debo decir nada”. O sea, no por imposición externa (que no te dejan opinar), sino por tu convicción por la que entiendes que cuanto menos de lo superfluo se diga en materias que dividan entre los cónyuges, mejor.
Al margen de todo lo que expusimos: los consuegros no hemos contraído matrimonio.
Aun cuando es claro que buenas relaciones entre ambos lados de la familia beneficiarán a la incipiente pareja, aquello que reciban de un lado o del otro, seguramente será bienvenido aun cuando no sea igual.
No hay necesidad de compararse, ni de llevar cálculos inconducentes. Quizás tú tengas más tiempo disponible, o más afinidad para ocuparte de bebés. Quizás tu consuegra les pueda proporcionar ayuda en otros menesteres.
Es más: la idea de “dar”, no es para “recibir” de vuelta. Lo que tú le brindas hoy en materia de tiempo y dedicación es tu Mitzvá personal y será gratificado por D”s aun más por lo abnegado del sentimiento. Si lo quieren “devolver” está en ellos demostrarlo a su manera. Y lo más importante será que lo repitan en el cuidado y esmero que ellos consagren a sus hijos.
Existen múltiples situaciones en las que (algunos) consuegros pueden sentirse en “competencia”. (Vivimos efectivamente en un mundo en el que todo es propenso a competir, como hemos dicho reiteradamente).
Hay casos en los que se sienten en desventaja porque sus hijos los visitan menos a sus casas para las fiestas, y en otros porque les conceden menos honores en ceremonias.
En otros escenarios sienten ofensa por no elegirse nombres de su familia para nombrar a sus nietos o por observar costumbres rituales distintas a las propias. (Hasta temas tales como ser la autoridad que determina a qué abuela se parece el nieto recién nacido, pueden convertirse en polémicos…).
Por supuesto, todos queremos lo mejor para nuestros hijos. Eso es lo que decimos, y lo que la lógica dicta, en particular después de haber invertido en ellos muchos años de dedicación y cariño.
Sin embargo, los sentimientos no siempre acompañan a la lógica.
Queremos que contraigan enlace y formen su propia familia.
Es difícil desprenderse – aun parcialmente – de ellos. La alegría de experimentar su realización como maridos y esposas, no deja de ensombrecerse por los sentimientos de ausencia (física en el hogar), y de la sensación de que una admiración que antes estaba encauzada a los padres, hoy se dirige a otro/a.
Es ahí cuando debemos esforzarnos por hacer valer nuestras palabras en el sentido de que “queremos lo mejor para ellos”.
Y, seguramente – y poco a poco, nos adaptaremos a la idea de que – aunque tal vez con cierta incomodidad – realmente lo que ellos quieran es lo mejor.
Me creo lo que la gente llama “un buen tipo”. Estoy siempre que me necesitan, en casa o afuera.
Sin embargo, hay situaciones que no alcanzo a dominar. Llego a casa a la noche – y me enojo por cualquier cosa que veo mal. Siento frecuentemente que ni mis hijos ni mi esposa tienen toda la culpa, pero se me junta todo en ese momento – y estallo. ¡No sé cómo impedirlo!
Aparte de eso: siempre surgen diferencias entre mi esposa y yo, y terminamos discutiendo sobre los mismos temas – y mal.
¿Cómo puede ser que me pase eso?Querido…:
En primer lugar quiero aclararte que lo que tú escribes, no es algo que solo te pasa a ti.
En español hay un refrán que dice: “mal de muchos, consuelo de tontos”.
Es interesante que en las palabras de los Sabios (ver Sefer HaJinuj 331) esta enseñanza es un tanto distinta: “Tzarat rabim, (jatzí) nejamá”. Un problema que aqueja a muchos, es (medio) consuelo.
En otras palabras, no se trata acá de tratar a la persona como tonta, por no considerar que muchos sufren un mismo mal, sino que le ayuda conocer que si a tantos les sucede el mismo inconveniente que le ocurre a uno, entonces seguramente podrá aprender de los demás un camino a resolver lo suyo en particular.Lo que describes, no es tan raro en nuestra época.
Algún tiempo antes que nazcamos, la vida de la gente era muy distinta.
Por un lado, la exigencia física de sus labores era mucho mayor, pero por otro lado, las expectativas eran más humanas y manejables.
Se sabía vivir con cansancio físico, dolor por padecimientos cuyo tratamiento se desconocía, pena por la pérdida de niños frente a enfermedades que aún no tenían cura.
Se aceptaba el frío y el calor, sin poder hacer mucho para evitarlo (especialmente el calor).Nosotros nacimos en una era de mucha presión.
De cualquier modo que analicemos la vida que llevamos la mayoría de los ciudadanos urbanos de la actualidad, la presión (también llamada “stress”) nos lleva a un ritmo de vida que exige, al mismo tiempo que no da tregua para el respiro.
El individuo se ve en situación de competencia en casi todas las áreas en las que desarrolla su quehacer, y pareciera ser que nada alcanza: ni las horas del día, ni el dinero, ni el espacio en casa.
Las situaciones desagradables que vivimos en el transcurso de cualquier día son numerosas.
Aun cuando hayamos superado cierta circunstancia en particular, ésta deja su secuela en la memoria de la persona.
Con el correr de cada día (y de la semana), se nos apilan los resabios de las situaciones difíciles que hemos vivido.
Pensémoslo por un momento: si nuestro temperamento ya fuera volátil desde un comienzo, se le suman el cansancio, el dolor de muela (aftas, cabeza, artritis o estómago), los lapsos en el día en que nos sentimos molestos por el hambre.
Luego se agregan y se potencian los problemas (de los más diversos) en el trabajo (con el jefe, los compañeros, los empleados, con los clientes y proveedores, los inspectores, los competidores, etc.), los inconvenientes del tránsito para llegar a los diferentes lugares y volver.
Dentro del hogar, tampoco faltan desafíos que “ponen de punta” nuestros nervios: los bebés que lloran, los otros niños que se pelean y quieren más atención cuando con menos tiempo se cuenta, el teléfono que no deja de sonar, la cena que no termina de cocinarse (justo en invierno hay poco gas cuando más se necesita), la ropa que no termina de secarse en los días húmedos, la empleada doméstica que faltó cuando más se contaba con ella, los exámenes y los boletines que deben ser estudiados y firmados, los vecinos que se gritan y ponen la música a cualquier hora – precisamente cuando queremos acostar a los niños y necesitamos que el ambiente esté silencioso.
Ud., querido lector, podrá sugerir aun más obstáculos diarios.
Independientemente de las obligaciones laborales y concernientes a la familia inmediata, están los compromisos comunitarios que deben ser atendidos, los problemas familiares (de la “familia grande”) que también deben ser considerados, etc.
¿Parece poco?
Seguramente habré olvidado varios puntos.
No es fácil manejarlo todo.
Estamos muy exigidos, y tenemos la permanente sensación de que aun si cumplimos con todas estas tareas (y algunas de ellas en forma simultánea), “nos quedamos cortos”.
Dado que funcionamos con la impresión de que todo nos debe “salir bien”, nos enfadamos con cada tropiezo que se nos presenta – aun si por lógica entendemos que sería imposible que todo se diera tal como queremos. De inmediato, saltan a la vista los sinsabores y se refuerzan mutuamente.
Nuestras neuronas (siempre alertas y con ganas de “ayudar”) se ocupan de combinar estos sentimientos de indisposición con otros morbos y padecimientos del pasado.
El tedio hace ver la vida como si fuera un suplicio interminable.
Cerebralmente, sabemos que nuestro día nos ha dado al menos satisfacciones – y muchas – más que disgustos. Pero nos cuesta enfocar y gozar esas dichas y gozos, y resaltan automáticamente los fracasos y desventuras. Como dijimos: “todo” tendría que “salir bien”.
En la mitología se cuenta de un personaje llamado Sísifo que fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio.
Es muy posible que uno tenga esa sensación de “no terminar jamás” con los desafíos que la vida le presenta y sentirse siempre enfrentado a situaciones que nunca terminan de resolverse por completo.
¿Así ha de parecer nuestra vida?
Después de esta descripción de la realidad de muchos individuos y familias, y entender que nuestro desafío diario no es – en absoluto – fácil, debiéramos plantear algunas soluciones.
El primer paso ya está dado desde el momento en que existe el reconocimiento de que se le debe dar un vuelco a la vida y examinar los males del ritmo alocado.
Y en buena hora: muchas de las desavenencias conyugales que llegaron a una situación de “no retorno”, se debieron a diferencias que – al analizarlas – no merecían culminar en tal desenlace.
Sin embargo, la repetición constante de situaciones de agresión dentro del hogar, logró que estas incompatibilidades relativamente pequeñas desgastaran el ánimo de los cónyuges y se conviertan en problemas aparentemente límites.
Cuando nos expresamos con enojo, esto suele inconscientemente demostrar la actitud de querer “hacer desaparecer” todo, de tratar de escaparse del sentimiento por el que injustificadamente somos “presos” de una realidad no deseada, manifestamos equivocadamente que la gente que tenemos alrededor hace las cosas a propósito para irritarnos, o que – al menos – no hace lo suficiente para impedir que esas situaciones desagradables aparezcan – y que pareciera ser que “están todos en contra mía”.
Si quieren (ambos) proponerse un programa de mejoría contra el continuo roce y desgaste originados por “pequeñeces”, creo que se debe perseverar por varias vías:
1. Plantearse prioridades. Pensar detenidamente en cuáles cosas realmente son las que valen en la vida. De acuerdo a aquel pensamiento, determinar cuánto tiempo y esfuerzo uno quiere invertir en cada aspecto de la vida que se lleva, y cuáles asuntos pueden relegarse para otro momento, o dejan de ser valiosos de verdad.
2. Ser realista consigo mismo, y separar mito de realidad. No olvidar que todo el éxito de las gestiones que nos proponemos a diario, dependen únicamente de D”s, y no del cónyuge, ni del patrón ni del cliente. También tener en cuenta, que ante D”s lo que vale es el esmero que ponemos (y que ponen los demás) para que las cosas salgan bien.
3. Tampoco desconocer que el surgimiento de las incomprensiones entre hombre y mujer (que van más allá de este hombre y esta mujer), son también producto de la yuxtaposición de la realidad que se vive con sus desafíos constantes – frente al idilio ilusionado cuando se casó (que el amor que sienten uno por el otro resolvería automáticamente todo conflicto entre ellos).
4. Recordar siempre que del mismo modo en que uno tuvo un día difícil, quien está a nuestro lado, tuvo seguramente tantos (o más) desafíos y desengaños como uno. Por lo tanto, si los demás cometen errores o no corren para satisfacer nuestros pedidos, casi seguro que no los hacen ni para enfadarnos, ni por no interesarles lo que solicitamos o necesitamos, sino porque no entienden cuánto esto nos importa.
5. Programarse ciertos horarios en los que se “actuará” de manera cordial uno con el otro (puede parecer gracioso al comienzo, pues se lo tomará como una especie de teatralización, pero demostrará con el tiempo, que tal trato es posible).
6. Programarse (antes de llegar a casa) algo gracioso o agradable para relatar en casa. Esto lo predispondrá de mejor ánimo antes de tocar la puerta y convertirá – de modo recíproco – el arribo al hogar en algo esperado y anhelado por parte de la familia. Así se comenzará un ciclo por el que la bienvenida (y esperemos los hechos subsiguientes) sea distinta.
7. Tenerse paciencia mutuamente (inclusive a los niños), sabiendo que aun después de una decisión adecuada (de bajar los decibeles) la reacción favorable y apropiada de los terceros (que no necesariamente tienen la motivación y la determinación de uno), tardará un poco en llegar.
8. Tener presente: no todo momento es el adecuado para resolver conflictos y diferencias. Felizmente, D”s nos otorgó un hermoso obsequio que se denomina sueño. Muchas veces es más que útil “parar la pelota” en donde quedó, y pedirle al otro seguir la discusión en otro momento. Podemos dormir y, una vez descansados, ver las cosas desde otro ángulo más adelante. Esto nos permite un nuevo comienzo cotidiano.
9. También es menester encontrar las circunstancias apropiadas para tratar temas delicados. Prepararnos a diario para aquellos momentos que sabemos que no son los más adecuados (todos ya conocemos la historia de nuestros hogares y los puntos más frágiles de las personas que tenemos cerca, pues lógicamente llevamos tiempo viviendo con ellos).
10. Leer las sabias palabras de la carta del Ramba”n: “acostúmbrate siempre a decir todas las palabras con serenidad, a toda persona y en todo momento, y de ese modo te salvarás del “ca’as” (ira), el cual representa una característica nefasta, que conduce a las personas a pecar… y en el momento que te libres del “ca’as”, se apoderará de tu corazón la conducta modesta, que es la conducta superior por sobre todas las buenas conductas…”
No somos Sísifo.
La idealización ilusoria de una vida serena y despreocupada (que solamente existe en la imaginación de la gente) es incorrecta a nivel ideológico.
Los Sabios nos cuentan que nuestro patriarca Ia’acov quería “sentarse” (Rash”í Bereshit 37:1). ¡Un poco de tranquilidad después de tantas peripecias, le daba derecho a sentarse…!
Había huido de su hermano Eisav, caído en manos de un tío Laván que lo engañó unas cuantas veces y hasta lo persiguió para matarlo (con toda la familia incluida).
Volvió a encontrarse con Eisav… y esta vez acompañado de un ejército.
Después había fallecido su esposa Rajel cuando estaba dando a luz.
Más tarde le raptaron y violaron a su hija Diná.
Dos de sus hijos se vengaron y mataron a los habitantes de Shjem. Ia’acov tuvo que defenderse de los pueblos que habitaban en la zona porque venían en venganza.
No cabe la menor duda: tuvo una vida muy “estresada”.
Quería tranquilidad.
Dijo D”s: “¿No les alcanza a los santos aquello (bueno) que les espera en el mundo venidero? ¿aquí también la quieren pasar tranquila?”
(En aquel momento comenzó la odisea de Iosef con los hermanos que duró veintidós años).
El judaísmo ve la vida de este mundo como el espacio de acción, para merecer el Mundo Venidero.
Afortunadamente sabemos que nuestra existencia tiene propósito y objetivo.
En algún momento, también afortunadamente, hemos tomado la decisión de casarnos y formar una familia, como así también hemos deseado tener hijos- y D”s nos concedió estas aspiraciones.
El resto depende de nosotros.
Antes de comenzar esta próxima réplica, quiero señalar que en todos los casos, si bien responden a situaciones reales, he modificado los datos personales de la gente involucrada y las circunstancias comprendidas, a fin de resguardar las identidades de las consultas (que pueden ser recientes, o de larga data).
Lamentablemente, estas variaciones dieron lugar a que estas “historias” escritas tengan un parecido con otras familias que puedo llegar a conocer, o no.
Por lo tanto, reitero que estos artículos públicos no se refieren a nadie en particular, y las coincidencias con cierto caso, son mera casualidad.Primera parte
“No sé puntualmente cuándo comenzó esta conducta y sería difícil determinarlo. Cuando nos conocimos era tan cortés y meticuloso…
“Después, cuando aparecieron los primeros signos de violencia, traté de evitar que se repitan los episodios. ¿Cómo?
“Pensé que sería suficiente con sortear las circunstancias que habían conducido a sus embestidas. Lentamente, noté que a medida que yo reconocía y recordaba los incidentes pasados y me cuidaba de no revivir los mismos sucesos, aparecían nuevos escenarios que lo enfurecían. No contaba nada a mi familia, pues sentía que jamás lo habían querido y no tendrían nada útil para aportar.“Es así que fui acomodando toda mi vida a sus deseos. Me convencí de que era eso lo que correspondía hacer. Hacía memoria de aquello que habían enseñado mis madrijot en el sentido de que una “mujer kesherá (adecuada) cumple la voluntad de su marido” (Tana d’bei Eliahu).
“Sospeché en algún momento que quizás lo que me habían enseñado no se refería al infierno que yo estaba viviendo, pero al no avizorar alguna solución al problema, me auto-persuadía que así debía de ser.
“Recién ahora me doy cuenta de que me fui anulando totalmente como persona.
“En todos estos años estuve presa de la situación. Vacilaba en mis reacciones.
“Pensaba: ‘si me callo y lo ignoro, se enoja; si le respondo en el mismo tono en que él me increpa, terminamos a los gritos; cuando está en ese humor cualquier cosa que haga o diga, le caerá mal…’.“Llegaron los embarazos.
Era momento de alegría, pues seríamos papás. A él también realmente se le notaba la satisfacción por mi estado.
Creí – nuevamente de manera desacertada – que este sería el fin de mi sufrimiento, que el ser papá lo cambiaría. “Efectivamente había lapsos – aunque muy cortos – de cierta ternura, especialmente cuando mostraba algún remordimiento por los asaltos verbales. Pero, en términos generales, el problema solo se fue acentuando más y más.“Por un tiempo creí que si él intensificaba su estudio de Torá, esto resolvería el conflicto por todo lo que yo había aprendido en los cursos de lo que se exige en término de buenas Midot, modestia, el modo de hablar, etc. – y que sus reacciones se calmarían.
“Luego de sugerir muy discretamente, me hizo caso, y fue a cursos de Torá. Evidentemente le gustaba lo que aprendía, y se esmeraba por cumplir ciertas leyes cada día mejor – pero no cambió en su violencia.
“Muchas veces se me cruzó por la mente hablar con un tercero, quizás al Rabino, un Moré o alguno de sus amigos, pero descarté llanamente esa opción, pues temí que si se enteraba que yo había conversado con alguien sobre el tema, lo tornaría aun más agresivo.
“Ahora, después de muchos años, siento que me equivoqué. Fui aceptando todo, hasta el punto que mis propios hijos ya no me acatan. Yo misma perdí respeto por mí.
“Ellos – pobres – también son objeto de humillaciones por parte de mi marido, no les perdona aun los errores más pequeños, y en esa circunstancia deben crecer. Hasta se percibe un enojo hacia mí porque no los defiendo.
“Últimamente, después de estar casada durante doce años, mi madre fue tomando nota de lo que sucedía. Nosotros no frecuentamos su casa, porque mi marido se sentía incómodo allí, y, por lo tanto, íbamos únicamente cuando era necesario. Aparte, teníamos que llevar los propios utensilios y la propia comida, porque allí no se come casher.
“Las conversaciones con mi madre, me dejaron aun más desconcertada. Si bien el hogar de mi infancia tampoco había sido un Edén, se suponía – y bien adentro sigo creyéndolo, que un hogar judío debería cumplir con todas esas hermosas pautas de conducta que me enseñaron.
“Muy rápidamente se encrespó y le brotaron los viejos prejuicios contra todo lo religioso y una ‘sociedad con Torá’. “¿Y yo? No tenía cómo responderle. Si me pregunta ahora, no sabría cómo se sale de este embrollo…”
Querida…!
Espero encontrar las palabras adecuadas para responder, pues una historia de esta naturaleza, jamás se podrá solucionar y encauzar a través de una mera carta.
Hay muchos puntos que mencionas, y cada uno de ellos amerita un amplio espacio de reflexión. Más aun, cuando los distintos factores se suman y potencian unos a otros en cadena.
Me entristece profundamente el hecho de enterarme que hijos deban crecer en semejante ambiente: con un papá a quien no puedan amar y tener de modelo, y sin una mamá a quien puedan invocar y en quien confiar y sentirse respaldados.
También me duele por ustedes. La vida que a cada uno le toca vivir es una sola, y que ella sea un suplicio, es realmente muy penoso.
Si bien según tu descripción no será fácil que esta situación se resuelva, intentaremos escribir algunos renglones esclarecedores sobre los asuntos que mencionas.
Comenzaré por la indignación de tu mamá (y la tuya propia) por el hecho de que “algo así pueda suceder en una sociedad con Torá”.
¿Qué es realmente “un hogar con Torá”?
¿Qué determina que una morada realmente merezca esa denominación? ¿es la comida casher, la Mezuzá en la puerta, o las velas de Shabat?
Claro que sí – todos estos elementos pertenecen a un hogar judío, pero son solamente un aspecto de él.
Sin embargo, las Mitzvot, y las normas de conducta que se exigen de una familia judía no se reducen al cumplimiento de pocas o muchas Mitzvot.
La Torá es “un todo”. El cumplimiento de parte de la Torá, si bien puede ser mejor que no obedecerla del todo, no refleja el ideal – ni aun menos – tendrá el efecto real deseado sobre la persona que las lleva a la práctica.
El pasaje de los Salmos (19:10) nos enseña que “las leyes de D”s son verdad, se evidencian entre ellas”.
En otras palabras: si una persona manifiesta que suscribe a la Torá, y sistemáticamente elige aquello que desea observar, mientras niega uno o muchos del resto de los preceptos, este ejercicio no representa la Voluntad de D”s, sino sus propios apetitos y arbitrios personales.
Es esto lo que expresa el pasaje que acabamos de citar: la verdad, y la integridad perfecta de la Torá, se advierte a través del cumplimiento acabado de sus leyes, y no a través de una observancia selectiva y caprichosa.
Quienquiera que haya estudiado la Torá, sabe claramente que condena la agresión y todo lo que se le asemeje (Shmot 2:13). Quien así la ejerce, está en clara contravención a las leyes de la Torá, más allá que intente observar los otros preceptos minuciosamente.
Antes de seguir es menester que quede claro: el modo que nos pide la Torá que llevemos adelante nuestra vida es en armonía y cordialidad: “Sus caminos son caminos de suavidad, y todos Sus senderos de paz” (Mishlé 3:17).
Rav Jaim Vital, alumno del ARI z”l (citado en el libro “Aleinu leshabeaj”) escribió:
“Las Midot de la persona se juzgan únicamente según su conducta con su esposa. Si una persona realizó muchos actos de Jesed (bondad) – entregando Tzedaká, visitando a los enfermos, consolando deudos, alegrando novios – entonces estará anticipando una gran recompensa Di-vina por estos actos.
“Sin embargo, debe tener en claro, que se investigará en el Tribunal Celestial cómo ha sido su conducta con la esposa. Si siempre procedió con Jesed hacia ella, ciertamente podrá esperar una gran gratificación. Sin embargo, si – por lo contrario – irritaba o era indolente para con ella, manifestando arrebatos en su casa, evadiendo solidarizarse con su carga – será esta conducta la que determine su sentencia, y todo aquel Jesed que había efectuado con terceros será desestimado”.
El creyente en D”s claramente entiende que la Torá, diseñada por D”s Misericordioso para el bienestar perfecto de la persona, no podría sino contener todas las instrucciones para llevar a cabo una vida feliz e íntegra. Y, en efecto, quienes cumplen la Torá de manera cabal, viven sus vidas en aquella armonía.
Quizás preguntarás: pero – ¿acaso existe alguien perfecto? ¿No cometen errores aun aquellos que observan la Torá?
Efectivamente nadie puede afirmar que su vida religiosa sea perfecta y jamás esté trasgrediendo preceptos de la Torá.
Sin embargo, en el momento en que una persona intenta hacer las cosas bien, y reconoce y se siente mal por sus trasgresiones, procurando resolver y corregir sus errores, esta actitud lo ayudará a que se cumplan los objetivos a los que las Mitzvot lo educan.
Y, claramente, cuando una persona actúa viciado de violencia, jamás se podrá atribuir esto a la Torá.
En todo caso, sucede lo inverso en una de las opciones posibles, como pasamos a explicar:
En ciertos casos, a pesar de la Torá que determinada persona aparenta querer adquirir, no logra quitarse los vestigios de violencia que alberga en su inconsciente y a veces incluso en su conducta desde antes.
También es factible que – aun al haber comenzado a conectarse con la Torá, no ha abandonado su apego a las costumbres del entorno.
Tampoco faltan aquellos que observan las leyes de manera mecánica e irreflexiva, cuidando únicamente la forma del precepto, pero no el contenido y sentido por el que fue dado. La consecuencia de esta actitud, es que aquello que el precepto debiera producir y generar en la persona, no se plasma en la práctica.
Por otro lado, existen individuos que tienen una patología de observancia selectiva y parcial, lo cual les permite (erradamente) adherir a ciertos preceptos, mientras que violan aquellos que no pueden dominar, o como muchas veces argumentan – “no los convencen”.
Por último, también existen personajes que aparentan exteriormente ser personas que “tienen Torá”, salvo que simplemente ostentan la observancia de ciertos preceptos para encubrir sus propios aspectos de conducta negativa.
Entiendo que toda esta clase de filosofía no resuelve tu problema, pero quería aclarar este punto antes de abordar el tema mismo, para disipar los malos entendidos, y para explicar porqué afortunadamente en hogares en los que la Torá se observa “como debe ser” y “D”s manda”, la violencia tan común en nuestra sociedad, está ausente.
Dejaremos el análisis de los abusos domésticos para la segunda parte
Segunda parte
Querida…!
El tema de violencia familiar es una cuestión que lamentablemente se ha tornado en un mal creciente y causa de la grave declinación de los hogares.
Es triste y las consecuencias son severas e impredecibles.
Uno de los aspectos más sombríos, es que en muchos casos hay motivos externos evitables, incrementados por la falta de educación desde niños y otros factores que hubiesen podido haberse aclarado y allanado – habiéndose podido evitar que esto sucediera.
Aun así, la expansión del problema no quita al dolor que provoca en cada caso en particular.
Si bien te estoy respondiendo a ti como mujer, y si bien la violencia física se atribuye mayoritariamente a los hombres, esto no obsta a que las mujeres puedan o suelan manifestar su propio modo de exceso, y en ciertas oportunidades – es triste decirlo – con mayor morbosidad aun que los varones.
En todo caso, es menester insistir en que esta conducta no se justifica bajo ningún concepto y que debe ser censurada e impugnada de llano – antes de entrar a analizar los motivos que la provocan (que habrán de ser examinados posteriormente).
El Ramba”m (Hiljot Ishut cap. 15) expone la obligación del hombre de tratar a su esposa con suavidad. A partir del incumplimiento de esta norma, quien despliega el poder y sojuzga al otro, está en infracción.
La Torá es muy contundente en referencia al castigo por la opresión de las viudas (Shmot 22:22). En este caso, las “viudas” tienen un marido… pero están espiritualmente desamparadas.
La sumisión aceptada del consorte so pretexto de “mantener la armonía del hogar”, no es más que una falacia – y no es el genuino Shalom Bait que anhelamos.
Cuando escribes que aun y precisamente durante los embarazos se precipitó aun más la situación de abuso, esto responde a tendencias muy comunes en esta clase de personalidades: cuanto más la mujer (en este caso) esté sujetada a su hogar, menos aprensión tendrá el marido a que ella se pueda deshacer de él, y – como consecuencia – mayor la impunidad con la que siente que puede actuar.
¿Ilógico? No en los procesos mentales de esa figura.
El sometimiento a su poder (al igual que todo lo material) al tú complacerle sus apetitos que no corresponden, solo genera aun más afán de poder, permitiendo así una nueva “vuelta de tuerca” en un espiral interminable – en estas condiciones.
Asimismo, tu temor – manifiesto o tácito – solo sirve para retroalimentar su actitud.
Este abuso doméstico tiene muchas maneras de manifestarse – al margen de que diferentes personas sean más o menos susceptibles de sentirse víctimas de situaciones improcedentes (intentaremos tratar este punto en la tercera parte).
El común denominador de todos los que se abusan de la fragilidad del más débil (en términos físicos, monetarios o sentimentales), es la ostentación de poder y el sometimiento del otro a obedecer ciegamente y cumplir con la voluntad de uno.
Las relaciones de dependencia de los seres humanos son numerosas. Si bien existe una dependencia natural de hijos para con sus padres al ser pequeños, el objetivo educativo de cada padre sería criar hijos que se puedan valer por su propia cuenta reconociendo, valorando y aprovechando de cuanto recurso D”s dotó a cada uno.
En un matrimonio equilibrado, las tareas y responsabilidades son repartidas, complementándose entre ambos, y las determinaciones del rumbo a seguir son igualmente compartidas, teniendo ambos “voz y voto”.
El compromiso ejemplar de la “Ishá Kesheirá” (mujer virtuosa) a la que haces referencia en términos de seguir las metas de su marido, es una elección libre y pensada por parte de la esposa, quien reconoce, admira y acompaña el valor espiritual de los objetivos que su marido se propone alcanzar.
Este apoyo en absoluto significa una sumisión humillante.
No así sería el caso cuando uno de ellos utiliza artilugios de los más diversos, para imponer caprichos unilaterales.
Cuando menciono que las actitudes de abuso son variadas, me refiero a quienes lo hacen verbalmente utilizando un tono de voz amenazante, o con palabras despectivas empleando apodos degradantes, desmereciendo todo esfuerzo o logro que el otro obtiene o quienes desestiman a los parientes y amistades del otro/a en términos vergonzosos.
En casos de abuso emocional pueden recordar momentos desagradables y fracasos de su pasado que ya han sido superados, limitaciones psicológicas, etc.
En un caso clásico, uno de ellos intentará aprovechar y utilizar el mayor vínculo afectivo de los hijos para exigir y forzar su deseo sobre el otro.
No falta (no en tu caso) quien habla en términos “nosotros” (cónyuge más los hijos) frente a “él” o “ella”, en un intento de marginación y vacío intrafamiliar.
O puede tratarse de imposición monetaria, siendo uno de los cónyuges quien consigue el sustento en la familia, imponiendo sus antojos sobre el otro que depende de él.
Puesto que habitualmente las manifestaciones de rudeza e intimidación se presentan discriminadamente en ciertas situaciones aisladas – y no en otras, ante el público no se demuestra esta faceta de su personalidad que solamente exhibe en ciertos ámbitos.
Por tradición del hogar en el que nació, por herencia cultural, por “cortar por lo más delgado”, por creer que los habitantes de su hogar son “su propiedad”, por suponer (quizás aun subconscientemente) que no va a perder su familia – haga lo que haga, el individuo racionaliza su conducta contradictoria.
Muchas veces cuesta creer que personas que se presentan ante la sociedad como cultas, civilizadas, honorables, afectuosas, se manifiestan ellas mismas como ogros en sus casas.
Y, como en tu caso, en muchas ocasiones se da una “complicidad” no deseada por parte de la víctima que no sabe (¡de dónde lo sabría!) cómo reaccionar.
Es una situación de rehén, sin tener con quién compartir – viéndose obligada a sonreír al público y repetir “alegremente” las palabras: “Baruj HaShem” cuando se le pregunta: “¿cómo estás?”.
¿Cómo se van acostumbrando mentalmente los afectados?
Puede ser que sin querer los seres humanos colaboramos en situaciones improcedentes convenciéndonos erróneamente de distintas presunciones o utopías:
En este caso, es posible que el cónyuge siente ser responsable y culpable del modo de actuar del otro.
Se puede persuadir que “lo va a poder cambiar con el tiempo”.
Posiblemente tenga miedo de quedar solo/a, no ser creído (como en tu caso) o mal parado/a ante la sociedad (por incriminar, por no saber solucionar sus intimidades a solas, por “abandonar” al otro, etc.).
Sucede también que esté creyendo que está “cumpliendo un precepto” (p. ej. confundir el término de “Ishá Kesherá”) al callarse y aceptar la humillación.
Uno de los instrumentos más comunes es creer que lo debe hacer por “los hijos” (queriendo entender que los niños se criarán mejor en un hogar malogrado – que en hogares separados).
Y – como en tantos casos de la vida – la persona suspira resignada, murmura algo conformista (p.ej: mejor malo y conocido que bueno por conocer, etc.) – y no hace nada al respecto.
Digo todo esto – no con ánimo de destruir el esfuerzo genuino de quienes intentan traer paz, armonía y comprensión a sus hogares mediante la atención y el respeto mutuos aprendiendo a ceder y construir en conjunto, sino por aquellos en los que esto no sucederá, y que – por el contrario – afecta a la salud psíquica de sus integrantes, pues no aprendieron a convivir en cordialidad como la Torá lo indica.
No podemos obviar una realidad: es muy difícil (no imposible) corregir ciertas actitudes arraigadas desde pequeño, siendo ya adulto, y aun más, viviendo dentro de una relación que ya se vio afectada por su presencia perjudicial, por sus consecuencias, por el círculo vicioso que provoca entre agresiones y arrepentimiento, entre ataques y contraofensivas.
Pero se puede reeducar, si hay conciencia del mal que se está provocando, voluntad de admitir el error, solidaridad por parte de ambos en el sentido de intentar comenzar de nuevo con códigos sanos, determinación y constancia en mantenerse firme en lo que se está corrigiendo, en muchos casos con la asistencia de profesionales experimentados que asesoren, guíen y acompañen el proceso.
La “Teshuvá” en estos casos no se remite a lo que escribes son “remordimientos” a continuación de los asaltos. Tristemente, estos actos son parte de la maniobra del abusador de mantener a la víctima esperanzada por momentos de que “no está todo tan mal”, o, como dijimos antes: “lo va a poder cambiar con el tiempo”.
La Teshuvá correcta, en cambio, requiere de un esfuerzo real y auténtico.
Lo de los niños, que hemos mencionado, no es “poca cosa”. Ahora uno ya está remando a mitad del río, y es menester asesorarse acerca de qué es mejor.
El hecho de haber tenido la fortaleza de haber escrito, fue tu primer paso.
Tu firmeza y claridad no implicarán, de aplicarse, desprecio por él.
Si no hay en ti un espíritu revanchista, lo estás haciendo por tu bien, por el bien de tus hijos – y por el bien espiritual de él también (cuesta “tener lástima de una persona adulta agresora, pero la verdad es que también está preso/a de su formación – o falta de ella).
Te deseo que puedan recomponer vuestro hogar.
Si bien este tema no es el más agradable para tratar, lo hice en forma pública.
Aun si (espero) las personas a quienes les sirva de modo directo sean pocas, estas pocas familias no debieran sufrir. Y la difusión que tiene un libro abierto a la sociedad, permite a estos individuos, aun si pocos en cantidad, encontrar una salida a su (única) vida, y evitar sufrimiento para ellos, y para las familias de sus hijos que presencian y participan involuntariamente de estas experiencias lamentables.
Y como hicimos notar en la primer parte de esta carta: vivimos en un entorno desfavorable y hostil a las enseñanzas de la Torá, que orienta a vivir en avenencia y tranquilidad. Desafortunadamente, no somos impermeables a las influencias. Si se infiltraron en algunas familias, es responsabilidad de todos ayudar a erradicarlas.
Tercera parte
La primera y segunda parte de este capítulo trataron el penoso tema del abuso en el hogar respondiendo a una situación familiar particular.
Sin embargo, quedaron varias reflexiones “en el tintero” que no correspondía mencionar en aquella carta – por no encuadrarse puntualmente en lo que hablábamos.
Lo que sigue no es – D”s libre – una apología del abuso, sino el intento por identificar los móviles, orígenes y factores que lo alimentan. El propósito de estas líneas, entonces, es evitar en lo posible el desarrollo de individuos déspotas.
Si bien cada persona se gesta con cierta predisposición genética, no “se nace abusador”, ni violento.
Cada ser humano atraviesa muchos ámbitos y circunstancias en su hogar, en la escuela, en su contexto social, y aun dentro del mismo noviazgo y matrimonio antes de ser un/a abusador/a.
Una vez identificado el problema, es cómodo conjeturar retroactivamente los muchísimos “si” de las suposiciones por las que se hubiera podido evitar tal desenlace (y que habitualmente no son más que conjeturas, pues tenemos la tendencia a presumir que podemos “mover una ficha” en el tablero dejando todas las demás en sus lugares anteriores sin tocar).
Nunca se sabrá si se hubiese podido evitar una u otra situación de las que ya existen, pero debemos hacer lo nuestro para precaver su repetición en el futuro.
Y no olvidemos: violencia genera más violencia – y no arregla nada. Cuanto más prudentes y previsores, tanto más estaremos preparados para registrar los síntomas e intentar frenar o – al menos – atemperar malformaciones psíquicas y morales.
En la carta anterior aclaramos que la actitud de sumisión por parte de la víctima en muchas instancias, ayudan a fomentar la conducta abusadora del explotador (esto sucede tanto en el matrimonio como en lugares de trabajo, en las aulas, con adultos y niños, y en los distintos órdenes en que los seres humanos se aprovechan gracias a un mayor poder de unos sobre otros).
El apetito irracional por el poder, lo encontramos en muchos ámbitos, y quizás lo comprobemos aun más en las esferas políticas, donde personajes que anteriormente parecían ecuánimes, cometen toda clase de abusos para perpetuarse en el poder, y – ocupando el papel que ya tienen – se molestan por la más pequeña demostración de debilidad propia frente al entorno, e insubordinación de los demás a su autoridad.
Más adelante trataremos de considerar el aspecto subjetivo que hay en todo esto.
Como indicamos anteriormente, aun si mentalmente quisiéramos separar al personaje en cuestión para analizarlo, no podemos obviar las circunstancias en las que se formó.
Nada ocurre en un vacío. Siempre están presentes e influyen los círculos en que se cría, que en última instancia agravan o aligeran las conductas.
En materia de educación (por “educación” entendemos todo aquello que se dice, o aun más – se demuestra – en las actitudes cotidianas por parte de los personajes importantes que están cerca del individuo en cuestión) es trascendental qué lugar ocupan en la vida y cómo se encaran las siguientes circunstancias.
Todas estas influirán positivamente – o al contrario, perjudicialmente – en una persona con tendencias violentas o aspiración de poder:
• Saber vivir en la adversidad: aceptar que en la vida se logra objetivos – lo cual no da derechos, y también se fracasa – lo cual no impide que se intente nuevamente.
• Sostenerse en situaciones de presión múltiple ejercitando la práctica de priorizar los desafíos de mayor importancia y valor, eligiendo retos y resultados alcanzables.
• Aprender a competir saludablemente, o sea, ver en los demás modelos de vida una inspiración para motivarse a proponerse más, pero no medirse en los éxitos y fracasos en comparación con otros, viéndose a si mismo como un ser triunfador o derrotado.
• Reconocer los esfuerzos del joven para fortalecer su auto-estima, cuya carencia es la fuente de tanto mal en las relaciones interpersonales.
• Permitir los espacios para el diálogo, o sea, estar disponible para que se pueda expresar libre y educadamente.
• Vivir una vida austera, quitando la imposición de mantener un nivel de vida similar a otros, o “indexarse” a un confort que se vuelve difícil de sostener.
• Tomar distancia de la vida virtual de las novelas y de los medios, cuyo efecto sobre los adictos a ellos crea y refuerza una sensación de miseria (a comparación de las imágenes “interesantes” y “felices” que siempre ostentan en la pantalla de la ficción).
Si se pusiera en práctica la enseñanza de cómo vivir bajo presión, en adversidad, competencia, pero con una sana auto-estima, sabiendo dialogar, sin necesidad de perseguir el confort por el confort mismo, ¡la cosa podría ser tan distinta!, pues muchos de los supuestos “motivos” que presionan al individuo, y que, consecuentemente, traslada sobre los hombros de quien está a su merced, pierden importancia.
Cuando enumeramos estos agravantes que han infectado y se han difundido en la sociedad, no es para justificar los hechos de agresión, sino para entender la dificultad en corregirlos o siquiera reconocerlos y aceptar responsabilidades.
Idealmente, la abstención de violencia es un tema que se debería haber aprendido desde la niñez pues hay situaciones que quedan grabadas desde pequeños, pero es un adiestramiento para toda la vida.
Suele ser más difícil superar la inclinación de un joven, si uno de los progenitores fue agresivo o vivió en un ambiente de abuso o explosivo.
Se nota esta tendencia cuando expresan su frustración e impotencia al perder control con facilidad en sus reacciones, al romper objetos en momentos de su furia, o al ir “directo a las manos” en situaciones límite.
Antes de proseguir, debemos hacer una aclaración: Existen naturalezas y características muy variadas en los humanos y no debemos confundir al abusador de su poder con la persona que posee condiciones naturales de liderazgo (lo cual no significa que esa persona busque dominar a los demás y en quien depende de cómo serán empleadas esas facultades).
En este contexto, sería oportuno compartir con el lector algunos de los síntomas que advierten una posible personalidad abusadora para su detección temprana en el caso de novios y recién casados. Esto no tiene como fin anular una posible pareja, sino corregir las condiciones antes que empeoren.
• trata de aislar al/la pretendiente/cónyuge de su familia, intenta obligar al otro/a vivir todos sus ratos libres exclusivamente con él/ella.
• exige saber permanentemente dónde se encuentra el otro, y se enoja cuando no está disponible de inmediato.
• abriga objetivos imposibles de los demás, es muy impaciente, y demanda las cosas imponiéndose a los gritos.
• no asume responsabilidades, y constantemente culpa al otro porque las cosas no están cuando las requiere.
• se enfurece cuando el otro no sigue su consejo, y no hay “medias tintas” cuando las cosas no se hacen exactamente como él las pidió.
• ultraja y humilla al otro, y todo lo que desaprueba se considera “tremendo”.
• manifiesta personalidades contradictorias en distintos ambientes.
• polariza su actitud exhibiendo rigor extremo en cierto momento, y ternura excedida poco después.
Hasta aquí hemos analizado el temperamento de individuos con tendencia al exceso, su (falta de) educación y sus manifestaciones. Sin embargo, debemos ver también que no todos estamos preparados para convivir con la misma dificultad, de modo que frecuentemente – hay una falta de adaptación por parte del cónyuge para habitar con ciertas personas.
Esto depende mucho del umbral de susceptibilidad de quien en este momento se siente víctima.
En otras palabras: hay quienes catalogan a otros como agresores, por el hecho de que ellos mismos jamás han aprendido a tolerar incomodidades.
Esto hace que dependa mucho de la percepción de quien haga el relato del problema, por lo que ciertas respuestas no dejan de ser subjetivas por el individuo que tenemos en frente.
Contrariamente, hay personas cuyo temperamento es flexible, ecuánime y no se molestan por pequeñeces inconsecuentes.
Estas personas (muy posiblemente) no se sentirán atemorizadas por el temperamento violento del otro, y por más que convivan con un individuo típicamente de cualidades abusivas, no se sentirán avasalladas en sus derechos, por no percibirse apocados ni sometidos.
¡Bienaventurados! Esto también es parte de la educación que recibieron.
Los argentinos – en general – somos propensos a sentirnos víctimas (del “proceso militar”, del “corralito”, de la corrupción, de la inseguridad, del atentado a la AMIA; del poder de los superpoderes, de los piqueteros, etc. – para enumerar solo algunos de los motivos del permanente sentimiento de ser mártires).
Hay una sensación en la sociedad, que el hecho de haber sido víctima, da derechos.
Quizás esto sea fruto de una ilusión sub-conscientemente que alguna compensación reparadora llegará de una utópica fuente.
Como consecuencia de esto, mucha gente (y ciertas organizaciones) tiene la tendencia de mantener abiertas las heridas – sin advertir que se lesionan más a sí mismos por esta actitud que lo que pueden llegar a ganar a partir de ella.
Esta sensibilidad que no cicatriza genera gente resentida, que – a su vez – se cree con derecho de herir a quien se encuentre en su camino – culpable, o no, ad infinitum, en una clara proyección de lo que les sucede internamente.
No faltan aquellos que ultrajan al otro y lo acusan de provocar “lo peor” en ellos…
Puesto que no es simple distinguir entre una situación y otra, la intervención objetiva de profesionales debiera ayudar a esclarecer las situaciones. Existen escenarios en los que no hay otra salida que la separación definitiva.
Y no debemos dejar de invocar a Quien nos creó con semblantes y caracteres tan diferentes, para que nos asista en crear y mantener nuestros hogares con paz y cordialidad.
Este no es nuestro primer contacto, y me duele por ti, por tu marido y por tus hijos, que la situación se haya deteriorado a tal punto que creas que no hay posibilidad de retorno. No voy a insistir nuevamente sobre este tema, sino compartir contigo y con los lectores algunos puntos que esclarezcan tu realidad actual y permitan una reflexión para todos.
Mi objetivo – aun si pareciera quijotesco – es intentar unir fuerzas para frenar en lo posible la ola de malestar y desencanto matrimonial que aqueja a nuestra sociedad.Como siempre, no culpo a nadie, y trato de no censurar ni recriminar – solamente aprovechar estos tristes y lamentables escenarios para evitar deterioros innecesarios, como así también que en otros hogares se llegue al mismo “unhappy end”.Quizás fui ingenuo cuando nos entrevistábamos y pensé que lo de Uds. tendría más fácil arreglo. Sospecho que en su momento no supusiste que vuestro tema tomaría el cariz que finalmente obtuvo. Ni aun ahora – en la efervescencia del fastidio – sabes realmente la envergadura que esto está por tomar en el futuro, ni la implicancia de la soledad que hay después del divorcio.
Claramente se nos perdieron oportunidades en las que creo que se podría haber evitado llegar hasta el punto en que ni siquiera quieres sentarte a la mesa con él cara a cara para decidir cómo separarse del modo que menos los hiera a ti y a vuestros niños. Más aun, me sacude la idea que remites todas las decisiones personales respecto al futuro a “tu abogado”.
Entiendo tu sensibilidad y tu desilusión. Sin embargo, me duele – del mismo modo que sucedió antes – que tu decepción con la vida y con tu marido cause que te termines vulnerando aun más a ti y al resto de la familia.
Desencanto es una cosa. Resentimiento, odio y agravio – otra. No hay obligación de caer del primer estado al segundo.
¿Por qué insistí tanto en su momento – y lo sigo haciendo ahora – en que vayan a ver a un profesional?Los profesionales – y realmente conozco a muchos terapeutas muy buenos – te pueden ayudar a separar la realidad de la fantasía.
La ira distorsiona la verdad.
A partir de la amargura, la disposición hacia todo se ve entintada y estropeada.
Todo lo que haga el “rival” se interpretará con doble sentido, sus deslices se juzgarán en forma magnificada, y esto se corresponderá con crecido vigor por el lado de uno.
Sin embargo, al mirar las mismas situaciones bajo otra (quizás la correcta) luz, todo puede cambiar – si hay voluntad.
Los expertos pueden socorrer a sus pacientes en cuanto les permitan volver a creer y confiar en el otro, y en una tarea compartida, crear las circunstancias para evitar reincidir en los mismos errores.
Asimismo, parte del éxito de cualquier gestión de mejora corresponde a reedificar a la pareja permitiendo a cada uno reconocer sus fortalezas y debilidades.
Puesto que en el enamoramiento inicial, cada uno se convenció de que su “objeto de amor” era perfecto/a, y carecía de defecto significativo alguno (y uno mismo trató de presentarse tal como creía que el otro querría verlo/a), las flaquezas y fragilidades de cada uno de los cónyuges quedaron encubiertas y pueden haber permanecido encubiertas durante años.
Luego, al advertir esas debilidades, se toman como una falta de voluntad, más que una limitación difícil de superar – lo cual hubiese permitido un juicio más favorable y benigno hacia el/la esposo/a.
Esto fue en su momento.
Si hoy ya es tarde a causa de las heridas que se infirieron mutuamente, no destruyamos lo que queda. No hay motivo de hacerlo, pues no necesariamente somos esclavos de nuestras acciones anteriores.
Y no olvides: el resentimiento consume más a la persona que resiente, que al individuo objeto del odio.
Me vuelven a la memoria las señales subliminales que transmitías en nuestras conversaciones previas. Siempre estaba presente el mensaje del posible divorcio.
Creo que esto también amerita unos instantes de atenta y sincera reflexión:
La Torá enseña que el divorcio es posible (Dvarim 24:1).
Existen circunstancias que lo vuelven inevitable.
Sin embargo, nuestro entorno – para el que siempre se prioriza el confort personal – lo tornó en una opción relativamente sencilla y cómoda, y esto influye en la merma de voluntad y determinación en el intento por salvar el matrimonio aun si esto requiera un gran esfuerzo (por parte de ambos, obviamente). El contexto social innegablemente contagia – aun en los mejores ambientes.
No exigimos constituirnos en una sociedad de mártires y faquires. Esto contradice las enseñanzas de la Torá (Dvarim 28:47, Tehilim 100:2), que nos provee los medios para convertir nuestra vida en una experiencia feliz.
El Talmud, no obstante, es claro al respecto: “Todo el que divorcia a su primer esposa, aun el Mizbeaj (altar) vierte lágrimas por él” (Guittin 90:).
Pensemos un momento: ¿cuánto se induce al articular e insistir en la opción de divorcio en tono de amenaza, en que esto termine por convertirse en realidad?
E inversamente: ¿en qué momento la pareja deja de ser una “pareja”?
O sea: ¿en qué momento “no hay vuelta hacia atrás”?
(Primera aclaración: bajo “pareja” no hablamos acá de lo que la gente llama “estar en pareja”, lo cual es más un simple ejercicio aceptado de promiscuidad sin el compromiso de un matrimonio.
Segunda apostilla: el Guet es la única ceremonia que termina dando por separados a los cónyuges, y es imprescindible en el momento que se decide que un matrimonio será disuelto. La Torá determina taxativamente que no se puede tener contacto alguno con las personas del sexo opuesto aun con el objetivo de rehacer su vida para después del Guet – Vaikrá 18:20).
Volviendo a nuestro análisis: como dijimos en otra oportunidad, existen personas legalmente casadas, que jamás se unieron mentalmente.
Efectivamente: es factible que dos personas contraigan enlace oficialmente, y es posible que hasta convivan físicamente bajo el mismo techo, y que – a pesar de eso – jamás se hayan constituido en un hogar, pues – más allá del contacto corporal y los hijos que nacieron de dicha pareja – jamás consolidaron una fusión espiritual verdadera. Uno de ellos, o ambos siguió disociado de su nueva realidad, y siguió viviendo su vida anterior de soltero.
Entendamos: constituir una “pareja” es más que solamente haber estado bajo una Jupá, adquirido una casa, vivido juntos, haber tenido hijos, haber ido de vacaciones y haberla “pasado bien” durante un lapso relevante.
Y, consecuentemente, si una persona no tuvo en claro por qué se debe casar desde un principio, pues luego tampoco tendrá impedimento lógico alguno en disolver el matrimonio que la unió a la otra persona solamente en forma superficial.
Del mismo modo en que no se establece la pareja con tanta facilidad, desarticularla – si es que existió – tampoco es tan simple y requiere la colaboración de ambos.
Por lo tanto: si aún no están seguros de que se van a divorciar, no hablen ni amenacen con hacerlo, pues esto puede convertirse en una profecía auto-cumplida.
Vuelvo a los mensajes “entre líneas” de las conversaciones previas. Siempre estuvo presente en tu discurso que el obstáculo al divorcio era tu preocupación por “lo que diría la gente”.
Quiero comentar al respecto que antes de haber determinado qué sucederá con el matrimonio, es totalmente irrelevante el “qué dirán” que habrá después.
Aun menos se pueden hacer cálculos acerca de cómo sacar mejor tajada a partir de la separación.
Esta típica “viveza criolla” por la que uno quiere “ganar” de todas las situaciones que se atraviesan, son las que más me hacen dudar si acá alguna vez hubo realmente un matrimonio a nivel espiritual.
Todo esto nos lleva a uno de los puntos más álgidos de esta cuestión: el resentimiento inicial los llevó a la hostilidad, y después este antagonismo llevó a la guerra abierta. Y de ahora en más, todo ya se convirtió en lícito – y aceptado, aun cuando hiera innecesariamente a la persona que habíamos amado, o que creíamos haber amado.
Tomemos unos minutos para profundizar este nuevo aspecto.
Los abogados son seres humanos que precisan sustento y por lo tanto necesitan de una profesión.
En caso de un litigio entre dos partes, su tarea es defender los intereses de su cliente – posiblemente a cualquier costa. En este caso, pierde relevancia lo que hubieran dictado en un principio los sentimientos de quienes hasta hace un tiempo se habían amado.
Los abogados no son “componedores de matrimonios”. Esto no pertenece a su área profesional.
Al “defenderte” a vos frente a tu “casi ex”, no puede sino ayudar a separarlos aun más (hay honrosas excepciones que procuran una “última oportunidad de pensarlo”).
Quiérase o no, a partir del momento en que el abogado le dice a una de las partes: “Cualquier cosa que él/ella diga, solo contéstale que se dirija a tu abogado”, cambia totalmente el lenguaje entre la “casi ex” pareja.
A esta altura un tercero (el letrado) “tomó las riendas” de la vida de uno.
Él – experto en leyes – pasó a determinar lo mejor para la vida de uno…
Y así, se pierde todo vestigio de confianza (la poca que había quedado y muy diluida) que ahora se deposita con mucha convicción – a menudo ciega – en el letrado, y todo esto como producto de la frustración y disgusto que sienten los protagonistas.
El “profesionalismo” del defensor, priva emocionalmente al cliente la amargura de pelearse con su “casi ex”, lo cual es muy doloroso, precisamente por el valor de lo que está en juego.
Es este el comienzo del final – con un dejo adicional de aflicción, por un sentimiento de culpa de poder haber evitado llegar a esto, por sentirse rechazado por el otro/a, por sentir que se precipita hacia un vacío, por temor a lo desconocido, porque se siente que estas decisiones no tienen “marcha atrás”, por pelearse con una persona a quien se cree haber amado y por la desilusión de haber confiado erradamente y luego sentirse defraudado.
En una fábula infantil, dos pequeños ratones se peleaban por un trozo de queso. Fueron a zanjar su querella ante un ratón grande, quien determinó que dividiría el queso por la mitad.
Al partirlo, uno de los dos pedazos resultó más grande que el segundo, razón por la que el viejo ratón cortó y comió una fracción del más grande. Ahora, resultó que el otro trozo era más grande, y el avezado ratón volvió a comer esta vez un pedacito del otro. Esta operación la repitió una y otra vez, frente a los pequeños ratones – hasta que lo había consumido todo.
Creo que este cuento habla por si mismo.
El Midrash Rabá (Bereshit 17:3) cuenta que Rabi Iosy haGlilí estaba casado con su sobrina, la cual se conducía con un trato muy irrespetuoso hacia él – aun delante de sus alumnos.
Sus discípulos se sentían muy molestos, y proveyeron el dinero necesario para que su maestro pueda divorciar a su esposa y abonarle la Ketuvá.
Él así lo hizo, y cada uno de ellos volvió a rehacer su vida. La muchacha se casó luego con el cuidador de la ciudad. Después de un tiempo, este segundo marido encegueció. Por falta de ingresos, necesitaban ir a mendigar por las casas del pueblo. Dado que él no podía movilizarse solo, su esposa lo conducía por las calles. Una vez, cuando se acercaban a la casa de su ex-marido (Rabí Iosy haGlilí) ella – por vergüenza – trató de conducirlo en otra dirección.
Él se percató e insistió en seguir el camino que venían y solicitar ayuda al Rav, quien era famoso por su generosidad. Ella no tuvo otra opción, sino reconocer que este había sido su esposo anterior. Como única respuesta, su marido comenzó a golpearle. Los gritos de ella, atrajeron a una multitud y llamaron la atención del Rav.
Cuando este se enteró de la situación que padecían, les proveyó un techo y los sustentó por el resto de sus vidas (tal como ordena el pasaje: “de tu carne no te desentiendas” – Ieshaiahu 58:7).
Con esto quiero concluir este capítulo.
Es difícil amar en momentos de contrariedad. Pocos, muy pocos han aprendido a hacerlo. Lo más espontáneo que encontramos en la conducta de la sociedad es la falta de compromiso, responsabilidad y voluntad de contemporizar. A falta de solidaridad, el deseo de venganza está muy a mano – aun con la persona a quien se dice haber amado.
El pasaje con el que el Midrash termina la anécdota de Rabi Iosy haGlilí es muy significativo en este contexto.
Esta mujer ya no era su esposa, pero – aun dentro de su pasado disoluto, había sido “su carne”, y por lo tanto la trató con extremo altruismo.
¿Podemos concluir que “amar” es la asignatura más compleja de aprender y enseñar?
En cierto aspecto y cada vez en mayor escala, se ha deteriorado la autoridad moral de padres en sus hogares.
Veamos por qué.Si antes los hombres iban a la guerra, y los niños debían crecer sin aquellos papás que jamás volvieron, al menos tenían el orgullo de saber que sus padres murieron defendiéndolos a ellos y a la patria.Hoy, cuando los hijos presencian agresiones entre los papás y sienten su lealtad con cada uno de ellos obstruida por la presencia y la obligación hacia el otro, cuando los niños se convierten en el fiel de la balanza – o peor: rehenes de las contiendas de adultos, entonces sabemos que, aun viviendo “en época de paz” estos aspectos de nuestra sociedad, no gozan de dicha paz – están muy mal.Nos duele por lo que ya pasa, y nos asusta el rumbo de la humanidad de nuestros días. Nos sacude la mera idea de que en el futuro – cuando ellos sean los adultos – nuestros niños deban crecer en un mundo en el que las circunstancias sean éticamente aun inferiores a las actuales.
Se nos cruzan por la mente preguntas obvias: ¿lo podemos evitar?
¿Qué y cómo debemos proceder para que ellos no se infecten ni corrompan por la mediocridad que destruye tantísimos hogares?
Antes de dedicar tantos capítulos a este tema, temía encararlo en público, pues sentía que tradicionalmente no se hablaba en nuestras comunidades de esto de manera tan abierta.
Creía que – quizás – publicar las situaciones domésticas deterioradas era indiscreto, por difundir coyunturas que atraviesan las personas en su intimidad manifiestamente al público.
Sin embargo, al percibir que la amargura de las personas era tan fuerte, y suponiendo que muchos de los problemas se podían haber evitado si se los hubiera encarado con anterioridad, entendí que no se debe ocultar información (que debiera ser obvia) de la gente y alertar a todos para que encuentren las soluciones que están disponibles, y evitar así los crecientes deterioros.
Además: las circunstancias lamentablemente se volverían públicas, tarde o temprano – con o sin su publicación escrita.
El origen de todas las consultas de los últimos capítulos siempre fue real y proveniente de casos de diferentes comunidades de esta Capital y del exterior. En todos los casos modifiqué los detalles de las consultas para evitar identificar a los protagonistas reales.
Quiero señalar que a pesar que las problemáticas planteadas en los diferentes casos, parecieran no estar vinculadas entre sí, en realidad todo se interrelaciona.
En cada circunstancia, se dan muchos de los puntos señalados en las demás circunstancias, pues así es nuestra vida: un gran enredo de muchos factores y consecuencias difícilmente distinguibles uno del otro, pues todo se procesa en la misma mente, y sólo en forma liviana.
En este apartado, intentaré retomar algunos aspectos que hemos tocado muy superficialmente hasta ahora, y señalar otras ideas adicionales.
Todo esto con ánimo de preparar un futuro en el que estemos más preparados para evitar la controversia conyugal, y dándonos a los papás una guía para educar a nuestros hijos con miras a realizarse en su propio matrimonio.
Un elemento que modificó nuestro modo de vernos como hombres y mujeres, fue el intento prevaleciente de “igualación” entre los géneros (hemos tratado esto en “Promesas de una esposa”).
Tanto en la vestimenta, como así también en los estilos de corte de cabello, en los cargos que ocupan, etc., se disfraza a uno como si fuera el otro, desnaturalizando las particularidades que D”s les suministró.
En la expectativa que genera la actitud de uno o de otro, es común encontrarse con un rol masculino y femenino tergiversados y desfigurados.
Precisamente la similitud con la que trata la modernidad a los miembros de ambos géneros, es uno de los factores que provoca que esa hipotética “igualdad” muestre con aun más relieve las diferencias naturales entre hombres y mujeres. Creer que el otro es alguien que efectivamente no es, se convierte en una de las fuentes de exasperación en la pareja.
Cuando un cónyuge espera que – ante ciertas situaciones – automáticamente el otro/a reaccionará de cierto modo, por el mero hecho que se cree que uno mismo hubiera actuado de esa manera, es negar la naturaleza disímil del hombre y la mujer.
En muchos textos científicos se analiza el funcionamiento absolutamente diferente de los cerebros masculino y femenino.
Varias veces nos encontramos con personas que – por desconocimiento – reclaman por la diferencia despectiva (¡la discriminación…!) que supuestamente hay en la Ley de la Torá entre hombre y mujer.
Es verdad: la Ley de la Torá distingue entre las obligaciones de cada uno, pues D”s creó a cada cual con las necesidades y energías que Él determinó.
No sabemos por qué el Todopoderoso creó a cada género con la característica que lo creó.
No nos incumbe saberlo.
Sin embargo, algo está claro: Él no favoreció a ciertas criaturas por sobre los otras – que Él mismo creó. No existe, ni cabe en la mente, tal segregación peyorativa.
Solamente hay deberes que competen a cada uno, de acuerdo a su función espiritual, y los atributos para poder cumplir dichas funciones.
Las mezclas promiscuas y ordinarias entre hombres y mujeres – contrario a la Halajá – sumado a los modos de pensar, provocan que la gente no sepa respetar el sexo opuesto por desechar las diferencias innatas y concretas.
La deformación del pensamiento contemporáneo que rotula y exhibe a la mujer como “objeto de deseo” (con la aquiescencia explícita o virtual de los miembros de ambos sexos) tanto en las publicidades como en las carteleras de películas, etc., une todas sus expresiones sumando estorbos en el aprecio humano y consecuente normal funcionamiento de una pareja.
Al margen del desconocimiento práctico de las cualidades intrínsecas de hombre y mujer, tampoco se acepta las debilidades de los hombres de hoy, ni las fragilidades de las mujeres.
Somos – más o menos – egoístas y/o ególatras, nos auto-convencemos que “todo hay que poderlo” (porque debemos ser eficientes), y se quiere suponer que la persona con quien uno se casó no puede ser menos que perfecto/a.
¿Acaso – en términos matrimoniales, al igual que todo otros contexto de la vida – no “nos merecemos” lo mejor?
¿Acaso no tratamos de cambiar de modelo de auto cuando ya no es “el mejor” – y no está a la altura de lo que “nos corresponde”?
Y si el “gatillo fácil” lo empleamos en el canje de auto… ¿por qué no en los seres humanos que “usamos”?
Una de las alteraciones más difundidas en nuestra sociedad es la escasez de auto-estima en los individuos.
Esto es a la vez resultado y origen de la aumentada competencia en todos los ámbitos que podemos llegar a imaginar: en cada escenario, nos vemos y nos establecemos a través de la comparación con los demás.
Una vez que esta tesitura se instala en el ser humano (y suele suceder desde la más tierna infancia), cuesta mucho desprenderse de ella para valerse y apreciarse por su propio esfuerzo, aun si uno deseara hacerlo.
Como consecuencia, es tan común que en las discusiones normales que tendrían seres humanos – y esto incluye a las parejas – haya tanto hincapié en “tener razón”.
O sea: en lugar que los diálogos sean objetivos – para encontrar los puntos de acuerdo y fijar estrategias comunes de acción – el énfasis está puesto en superar al cónyuge contrincante ejerciendo el poder de imponer su propia voluntad (o capricho) por sobre el del otro.
En el momento en que D”s creó al ser humano, instaló en él la facultad y capacidad de expresarse verbalmente. Esta cualidad es la que lo califica como “ser viviente” (Bereshit 2:7 en el Targum).
El “valor de la palabra” no está únicamente en la articulación de dicciones, sino más que todo en el modo de utilizar esos términos enlazando mensajes, en el tono de voz, y aun más por la virtud del hombre de respaldar su palabra con el compromiso que la ha de hacer valer.
El matrimonio se basa en la responsabilidad.
Si en el resto de su desempeño la vida que se lleva, la palabra que emite no está preservada por la obligación de cumplirla bajo cualquier circunstancia, el individuo no cuenta con uno de los elementos esenciales para contraer matrimonio.
No sorprende que cada vez más los jóvenes huyen a la instancia del enlace formal del matrimonio. Es claro que al carecer de una educación dirigida a la responsabilidad y al deber moral, el muchacho/a eluda el compromiso de casarse.
Y… Ud. ya lo habrá adivinado: el amor requiere palabra.
Si se supone que la vida conyugal puede sostenerse mediante una conducta fláccida que se mueve como sombra de los altibajos sentimentales de cada uno de los integrantes, esto no permitirá mucha estabilidad.
Sí: el amor requiere palabra y firmeza.
Estas, a su vez, permiten que se instale la confianza entre los esposos en la medida que se va profundizando y asentando día tras día, mediante acciones que así lo demuestran.
En tanto la trayectoria de su convivencia va sumando unidad, podemos decir que hay amor, pareja, construcción, futuro y estabilidad.
Somos pocos los que hemos tenido aquel modelo de estabilidad (más objetivos y prioridades claros de vida) en nuestros hogares cuando fuimos niños.
No cabe la menor duda de que una parte importantísima en la educación depende de cuánto se sublima y se refina (sin maquillaje teatral) la imagen de los papás que los hijos advierten.
No cabe duda que como papás estaríamos más que aprensivos, si supiéramos que nuestros hijos están rodeados de compañeros con un nivel notorio de agresividad en la escuela o en el club…
Pues entonces: ¿Si ese entorno negativo no está conformado por terceros – sino por nosotros mismos?
¿A quién conocen – e imitan – los hijos en sus primeros años de vida – sino a sus padres?
Estos puntos que hemos señalado constituyen, entonces, el grueso de la educación que debemos impartir a los hijos para ayudarles a realizarse como buenos esposos.
Permitámonos alguna reflexión adicional respecto a las mencionadas desavenencias conyugales.
A poco tiempo de conocerse, y cada vez más – a medida que conviven – cada cónyuge aprende a reconocer las “sensiblerías” del otro – qué cosas quiere – y cuáles aborrece.
En una pareja respetuosa, los dos tratan de evitar lo que saben que podría molestar al otro. En cambio, en una “pareja” de peleadores, ambos reincidirán en poner “el dedo en la llaga”.
Cuanto más conoce cada uno acerca del sentimiento e importancia que le da su cónyuge a cierto área de la vida, tanto más evitará lastimarlo en ese punto en pos de la paz – o contrariamente – confrontará justo en ese mismo tema para afirmar su mando.
En la vida corrientemente, las personas hacen más hincapié en diferenciarse uno del otro a través de las (relativamente pocas) disidencias, en lugar de identificarse por las coincidencias con el prójimo que (en comparación) sí son mayoría.
Mucho cuidado con esta actitud – de un lado y del otro que ya se tornó espontánea.
Los sentimientos religiosos, especialmente para aquel que no tuvo el privilegio de heredarlos de sus padres de modo natural, sino que los procuró por propia cuenta mediante el esfuerzo, son pasiones muy fuertes.
Cuando uno de los dos en la pareja quiere tocar un punto débil en el otro, si este último tiene inclinación observante, se sabrá que insistiendo allí, es en donde más lo sentirá sensible (y así agredirlo).
No se debe herir en general al otro, y aun menos con algo que toca tan de cerca su alma y su creencia, ni tampoco se debe actuar de manera que se exponga y tiente al otro a agraviarlo en ese sentido.
Nuestro judaísmo y su observancia, más allá de la disparidad con la cual cada uno pueda cumplirla, no es materia de disputa en una pareja creyente que desea que haya continuidad en sus hijos. Exponer ante los pequeños una desvalorización de la práctica religiosa de papá o mamá, arriesga a que en última instancia termine por descartar lo caro de uno y de otro. ¡“A río revuelto – ganancia de pescadores…”!
Un último punto:
Queremos y luchamos por hogares sanos y equilibrados.
Sin embargo, por distintos motivos, hay personas que no están preparadas para casarse – por lo menos en el estado psíquico en el que se encuentran en cierto momento de su vida.
Insistir en proponerles matrimonio, o acceder a su pedido de apoyo en ese sentido, es muy riesgoso.
No aventuremos a que “ya se va a enderezar cuando se case”, o “ya va a aterrizar”.
La institución del matrimonio no es un hospital.
Muchas situaciones confunden.
A las inconsistencias a nivel psíquico, se suman las incoherencias a nivel moral. Entre ambas debilidades, crean un espacio en el que difícil es distinguir las posibilidades reales de un candidato a matrimonio.
Ante conductas dudosas se plantea uno: ¿Será que no puede? ¿o no quiere?…
Debido a la desesperación por casarse de algunos/as jóvenes, se proponen pretendientes que no reúnen las condiciones adecuadas para estar a la altura del compromiso.
No se averigua aquello que por ley y civilidad se debería – antes de sugerir nombres.
Luego, si la vida matrimonial termina en un quiebre, aparece la pregunta dolorosa: ¿por qué nadie dijo nada…?
Somos conscientes de los embates que ocasiona la asimilación. También estamos alertas a los peligros causados por el antisemitismo.
La fragilidad de los matrimonios, es un peligro no menor a los anteriores. Seamos, pues, cuidadosos también en ello.
EPÍLOGO
Acabamos de atravesar y estudiar distintos segmentos de un aspecto esencial de nuestra vida.
Hemos considerado las cuestiones que hacen a la educación de los hijos para ser futuros padres, para poder elegir a la persona indicada con quien realizarse como matrimonio, y como eludir los distintos escollos que pueden presentarse en este desafío.
Una vez escuché al Rav Ezriel Tauber shlit”a decir que los cónyuges son dos diamantes.
¿En qué sentido? – dirá Ud.
Los diamantes – siendo una sustancia muy dura – para pulirse, requieren de otro diamante – tan duro como él – que ayude en la tarea.
De este modo, ambas piedras van tomando aquellas particularidades brillantes tan característica que los tornan valiosas.
También los cónyuges crecen “puliéndose” uno al otro. Al entrar en el pacto conyugal, cada uno aún posee asperezas que deberá limar.
La Torá nos dio todos los elementos para poder hacerlo, y – en su mayoría – pertenecen a las leyes de convivencia, o sea, los conocidos preceptos de “Ben Adam laJaveró”.
Esto explica las palabras de los Sabios en referencia a las palabras de D”s cuando creó a Javá (la primer mujer): “Haré para él, un Ezer K’negdó (asistente enfrentado)” (Bereshit 2:18).
La aparente contradicción de estas dos palabras: “asistente” y “enfrentado” (¿asiste ayudando, o se enfrenta tropezando?), es resuelta por los Sabios (Ievamot 63.) del siguiente modo: “si se merece – ella lo asistirá, y si no merece – estará enfrentada”.
En otras palabras, depende – también en gran medida – de la actitud del contrayente si encuentra concordia o antagonismo en su cónyuge.
Si su enfoque frente a la vida es tolerante y generoso, y también tiene el deseo y la voluntad de crecer, los interrogantes de su esposa, le permitirán cumplir con esa aspiración (se “pulirá” junto a ella). El K’negdó (oposición) de ella será su complemento (Ezer) y lo asistirá.
Si, en cambio, su visión es intransigente y egoísta, y tampoco tiene el anhelo espiritual (pues se siente perfecto) de superarse espiritualmente, quien lo hubiese asistido en su ascenso para estar más “limado” se torna en adversaria.
La triste evolución de la sociedad, ha acentuado la realidad de la segunda opción transformando la vida familiar de muchos hogares en un infierno.
Sin embargo, entendemos claramente desde las palabras de los Sabios, que mucho depende de la actitud de cada uno de los novios, y luego cónyuges.
Reb Najum Cohen de Ierushalaim, citaba uno de los enfoques de su maestro el Rav Elya Roth respecto al tema de los Shudujim.
“Cada vez que se proponía un Shiduj para alguno de nuestros hijos y la familia del candidato en cuestión expresaba su falta de interés de concretar la propuesta, me sentía muy alegre y manifestaba una oración especial a D”s.
“Solía decir: ‘Gracias, D”s por protegernos tal como siempre lo haces. Tú sabes que – por algún motivo – este Shiduj no es apropiado para nosotros, y que no es sabio seguirlo, ni insistir. No solamente nos has protegido para que no tropecemos en una situación desacertada. También lo has hecho suceder del otro lado (que objetó la propuesta).
¡De este modo nadie puede tener resentimiento en contra de nosotros! Tu bondad no tiene límites’”.
D”s nos quiere a cada uno y jamás hubiera omitido hacer conocer los lineamientos para poder cumplir con cada una de las tareas que debemos desarrollar como seres humanos para evitar que esta se vuelva una carga o un sufrimiento.
Hemos tratado de delinear los pasos que conducen a una familia, más allá de las circunstancias particulares de cada hogar.
Evidentemente, hay mucho más para debatir, y estos temas son interminables.
Nos resta rezar al Todopoderoso para que nos ilumine en cada paso de nuestra vida y así poder llevar a cabo nuestros deberes acorde a Su Voluntad, en la acción, en el modo de realizarla y en la pureza de nuestras intenciones.