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Fuente: Wikimedia commons

Cuentos Jasidicos

Cuentos Gentileza de Tora Mitzion, Uruguay, Kehot Argentina y Keren Kaiemet Leisrael

        
 
 
 
 
 
 
El bebe que no avergonzó a sus padres
El bebe que no avergonzó a sus padres
Gentileza de Tora Mitzion, Montevideo, UruguayEl Rabi de Komarna escribió acerca de sí mismo: “Luego de siete meses de encontrarme en el vientre materno pensé para mí: ¿qué hago aquí sentado sin hacer nada?; yo ya estoy sano y puedo salir”. Por consiguiente, decidí hacerlo.
Mi madre era hija de un simple sastre judío y, ¿con quién se casa la hija de un sastre? Pues, con otro sastre. Empero mi madre, que tenía una gran alma, le dijo a mi abuelo el sastre: es más cómodo para mí no casarme – tal como lo expresa la Gmará, “Es más cómodo para el hombre que no hubiera sido creado”- , antes que casarme con cualquiera. Yo deseo contraer matrimonio con un individuo reconocido y respetado e inmerso en el estudio de la Torá”. Esto causó risa en mi abuelo: ¿quién se casaría con la hija de un sastre?. “No tienes dinero, no tienes nada”, me dijo. Pero mi madre, muy segura de lo que quería, dijo: “yo no me caso”.
“Mientras tanto -continúa el Rabi de Komarna- mi madre tenía ya veinte años de edad. Y para la época, una muchacha de veinte años era como, para nuestra época, una anciana de ochenta y cinco; inclusive mi abuela se casó a los quince. Una muchacha de veinte años debía estar casada.
En cuanto a mi papá, él se casó y tuvo dos hijos, pero lamentablemente su esposa murió. Cierta vez vino a dar una clase al pueblo en el que vivía mi madre. Mi padre dictó su shiur en Shabat y obviamente llegaron muchísimos judíos a escucharlo, entre los cuales estaba mi madre. Luego de la comida del Shabat, ella le dijo a mi abuelo: “Hazme un favor, yo sé que el Rav es viudo y que tiene dos niños que necesitan de una madre. Por favor, dile que yo estoy dispuesta a casarme con él”. A lo que mi abuelo le contestó: “¡¿Acaso enloqueciste?!, ¿piensas que a uno de los más grandes alumnos del “Visionario de Lublin no le queda otra cosa que casarse con la hija de un sastre?”. Pero mi madre acotó: “Nunca te pedí nada. Es la primera vez que en la vida que lo hago. ¡Hazme el favor!”. Entonces mi abuelo entró a visitar a mi padre, el Rabi Alexander de Komarna, y casi sin fuerzas de pronunciar las palabras le dijo: “En realidad no sé cómo decírselo estimado Rav. Estoy seguro que le causará gracia, pero debo hacerlo. Yo tengo una hija, que ya tiene veinte años de edad, la cual sólo quiere casarse con una personalidad respetable y estudiosa, con un justo, y más específicamente, ella desea contraer matrimonio con usted”. A lo que mi padre -el Rabi de Komarna- respondió: “yo no vine hasta aquí para impartir mi shiur, vine por su hija, vi que era una pareja apropiada para mí y me casaré con ella”.
Ahora el Rabi de Komarna vuelve al relato: “Transcurridos siete meses de embarazo quise salir. Mi mamá llamó a mi padre y le dijo: Hazme un favor. Ve a la Sinagoga y recita los Salmos. Mi padre llegó a la Sinagoga y dijo: “Señores, bendito sea D-s, mi señora está por dar a luz”. A lo que ciertas personas murmuraron: “Qué tonto. Piensa que el niño es de él”, y todos comenzaron a reír. Mi padre retornó de la sinagoga muy avergonzado y no le quiso comentar a mi madre acerca del desagradable episodio. Pero cuando mi mamá vio que mi padre había vuelto y no se había acercado a ella lo comprendió todo.
“En ese mismo instante”, continúa el Rav de Komarna, saqué mi cabecita a la luz del mundo. Mi madre puso su mano sobre mi cabeza y dijo: ‘querido hijo te pido que no me avergüences’. De pronto entré nuevamente. ¿Para qué quería salir al mundo? Porque quería probar el cumplimiento de las mitzvot, pero ahora me podía quedar dos meses adentro y cumplir con el precepto de respetar a los padres por dos meses enteros, en todo momento. No saben con qué alegría volví a entrar al vientre materno. Luego, transcurridos los dos meses salí nuevamente al mundo, ¡mazal tov!
La campaña de tsedaká
La campaña de tsedaká
por Rabí Zevulún WeisbergerLa campaña de tsedaká (“caridad”) pronto va a empezar. ¿Qué clase pensas que va a ganar el concurso por juntar la mayor suma de dinero?- preguntó Janá Rabinowitz, alumna del último año de la secundaria en Bet Iaakob mientras entraba a la escuela.-El año pasado ganamos, aunque las otras clases tuvieran más alumnas. Esperemos que podamos hacerlo otra vez -dijo Jaia.Al entrar en la escuela, no pudieron evitar ver los pósters que anunciaban el comienzo del concurso de tsedaká 5754. El dinero se dividiría entre varias causas dignas. A la clase ganadora se le obsequiaría una fiesta y recibiría un reconocimiento especial en la asamblea escolar.En clase, Rabí Grinbaum, el profesor, dijo:-Chicas, estamos por dar comienzo a nuestro especial concurso anual de tsedaká. ¿Alguien conoce alguna historia insólita sobre tsedaká que quiera contarle a la clase?Ribká Moscowitz, una niña que siempre rebosaba de entusiasmo, levantó la mano.-Hace poco oí una hermosa historia -exclamó.-Adelante, Ribká -dijo Rabí Grinbaum.Ribká contó la historia.Esto sucedió en Europa hace unos cien años, en una pequeña ciudad de Galicia. Había un rebe jasídico que siempre daba la bienvenida a todos, pero se lo notaba especialmente cálido con Berel, el sastre. Berel era un judío muy sencillo, que pasaba casi todo el tiempo trabajando en su oficio. No era un Talmid jajam (estudioso de la Torá) sin embargo, siempre que llegaba a la sinagoga el rebe lo recibía con una gran sonrisa y un cordial; ¡Shalom Alejem!Los ojos del rebe brillaban con una calidez especial cuando veía a Berel. Los jasidim (seguidores del rebe) no se podían explicar este sentimiento especial del rebe. ¡Se sorprendían muchísimo sin embargo, cuando alguien le pedía una bendición al rebe y éste le sugería que fuera a lo de Berel, el sastre, a pedirle una bendición!Un día, los jasidim tuvieron suficiente valor para preguntarle al rebe. Esto es lo que dijo el rebe:-Un día, un padre vino a verme llorando porque el compromiso de su hija estaba a punto de romperse puesto que el hombre no tenía dinero para cumplir las promesas hechas a la familia del novio. No podía dirigirme a las personas que generalmente me ayudan porque justo había terminado de recaudar dinero para otras causas. Estaba a punto de abandonar todo cuando pensé en Berel. No es un hombre rico pero tiene un buen corazón y me ha ayudado con frecuencia.Cuando le hablé, me contestó: -Rebe, todo lo que tengo es el dinero que estuve ahorrando para el casamiento de mi propia hija. Me llevó algunos años juntar este dinero, pero si lo necesita para salvar un casamiento, se lo daré. En cuanto a mi hija, HaShem ayudará.Fue a otra habitación y volvió con un monedero. En realidad, estaba sonriendo cuando me lo dio, como si no se sintiera mal en absoluto. Dudé, sin saber si era correcto aceptar semejante sacrificio. Pero cuando recordé al padre desesperado y las lágrimas en sus ojos, decidí aceptar el dinero de Berel.-Berel -le dije -que HaShem haga llover bendiciones sobre tí. Que tu parnasá (sustento) sea abundante para que siempre puedas ayudar a los demás y tengas suficiente para tu familia.Berel sonrió como si acabara de ganar la lotería. Ahora entienden. Un hombre que se puede sacrificar así por otra persona tiene un mérito especial en el cielo.Rabí Grinbaum dijo:-Realmente es una historia especial. Gracias por contarla. Es una excelente manera de comenzar nuestra campaña.-¡Oh! La historia no terminó -agregó Ribká.Seis meses más tarde, la tía mayor de Berel falleció y le dejó una gran herencia. La hija de Berel pronto se comprometió y Berel ya no tuvo que preocuparse por ganarse el sustento.-HaShem siempre recompensa a los que se sacrifican para ayudar a los demás -comentó Rabí Grinbaum. Pero niñas, quiero que sepan que uno no debe dar más de la quinta parte de lo que posee para tsedaká. Berel fue obviamente una persona excepcional con mucha fe en que HaShem lo cuidaría. Todos estamos obligados a ayudar pero no a dar todo lo que tenemos.-Una cosa más, chicas. Sé que van a empezar la campaña esta noche pidiendo a sus padres que contribuyan. Eso está bien. Pero recuerden dos cosas. Primero: sus padres tienen muchas obligaciones financieras y hay recesión así que muchos padres no podrán dar todo lo que quisieran. Segundo: lo importante de la campaña es que nosotros demos de nuestros propios ahorros y que vayamos a recaudar de otras personas. Así que recuerden, sus padres están sólo para alentarlas.Todas las niñas se conmovieron con la historia de Ribká y se sintieron alentadas por Rabí Grinbaum para participar en el concurso de tsedaká. Janá se sintió muy inspirada y decidió juntar dinero para la campaña. No tenía ahorros propios así que le pidió ayuda a su papá. ¡Qué grande fue su desilución cuando le dijo que no!Le explicó:-Tenés que darte cuenta, Jany, de que apenas tenemos suficiente para nuestras propias necesidades. Primero, tenemos que cuidarnos nosotros. Los tiempos son duros y no puedo darme el lujo de ayudarte.Se sorprendió con su respuesta.-Pero papi -dijo-, nosotros podemos arreglarnos. Baruj HaShem tenemos comida, casa y ropa. Hay tantos que ni siquiera tienen eso. ¡Necesitan nuestra ayuda!-Bueno Jany, como dije, cuando las cosas mejoren y gane más, tendremos algún dinero extra para el concurso de tsedaká, hasta entonces no podemos dar nada.Jany estaba deprimida. Era verdad que su familia estaba lejos de ser rica, pero muchas familias tenían aún menos. ¿Cómo podía convencer a su papá de participar, aunque sea un poco? Quizás debería contarle la historia de Berel. Pero no, hasta podría decir: “la caridad empieza por casa”.Al día siguiente, como siempre, el señor Rabinowitz el padre de Jany fue a su trabajo en la fábrica. “No es un muy buen trabajo, pero al menos paga las cuentas”, pensó.Al llegar vio a los hombres reunidos en grupos y con los rostros serios.-¿Te enteraste de las malas noticias, Rabinowitz? -preguntó David Landsberg-. Oí que la compañía va a despedir a cinco de nosotros por la recesión. ¡Vaya uno a saber quién de nosotros va a recibir el sobre!El señor Rabinowitz se puso pálido cuando de repente tomó conciencia de que su trabajo estaba en juego. “Si soy uno de los cinco ¿cómo mantendré a mi familia?” pensó preocupado.El capataz entró a la habitación.-Señores, como ya saben tengo que darles un doloroso anuncio. Las ganancias de la compañía han caído considerablemente debido a la escasez de pedidos. Nadie tiene la culpa. Es por la recesión. Me han ordenado despedir al menos a cinco trabajadores para reducir gastos y recuperar dinero. Lo lamento más todavía porque todos son mis amigos.Luego el capataz entregó sobres a cinco empleados. Estos contenían el anuncio y un cheque con el sueldo de una semana. El señor Rabinowitz se puso pálido cuando le entregaron un sobre con las malas noticias.-Pero mi familia mi familia -balbuceó en tono suplicante. Le cayeron lágrimas por las mejillas.El capataz se mostró compasivo, pero no podía hacer nada. Morris Schwartz, un compañero de trabajo del señor Rabinowitz, fue testigo de la desgarradora escena. Lo habían despedido aún estado en la compañía durante muchos años. Puso su brazo sobre el hombro del señor Rabinowitz:-No te preocupes, Jaim -dijo-. Estaba pensando en retirarme pronto y además soy soltero, sin familia que mantener. Voy a ofrecerme para retirarme antes y así salvar tu empleo.El señor Rabinowitz quedó perplejo. Pensó: “¿Es verdad? ¿Este hombre está dispuesto a dejar su trabajo por mí?”El señor Schwartz se dirigió a la oficina y pidió retirarse antes para salvar el puesto del señor Rabinowitz. El capataz quedó sorprendido e impresionado.-Muy poca gente ofrecería sacrificar tanto por otro. Si está convencido, estoy dispuesto a hacer el cambio. No hay nada malo con el señor Rabinowitz como trabajador, simplemente tenía que despedir a cinco.Cuando Janá llegó a la escuela al día siguiente, sus compañeras ya estaban trayendo sus contribuciones para el concurso de tsedaká.-Es un buen comienzo -anunció Rabí Grinbaum- pero necesitaremos mucho más. Acabamos de recibir una llamada de Ierushaláim. El padre de diez niños falleció de repente y su viuda necesita desesperadamente dinero para mantener a su familia. Tenemos que ayudar a esta pobre familia. Así que niñas, necesitamos que cada una de ustedes, sin excepción, colabore y participe.Janá se puso colorada al escuchar las palabras. Hasta ahora no tenía nada para dar. Imagínense la vergüenza si tuviera que decirle a su maestro que su papá no iba a contribuir porque “la caridad empieza por casa”.Mientras volvía a su casa, muchos pensamientos surgieron en su mente. Estaba equivocada en contar sólo con la donación de su papá. Después de todo, Rabí Grinbaum dijo que los padres estaban sólo para alentarlas. Conseguiría un empleo de niñera después de la escuela para ganar dinero para el concurso de tsedaká y le pediría a sus familiares y a los comerciantes del barrio que la ayudaran

Cuando llegó a su casa, su padre ya había vuelto. Estaba contándole a la familia sobre el despido, como ya había perdido su trabajo y había sido salvado sólo por la bondad de Morris Schwartz.

-Imagínense -dijo-, renució a su trabajo para que yo consevara el mío, semejante sacrificio, no sé cómo podré pagarle alguna vez.

Janá enseguida pensó en Berel, el sastre.

El señor Rabinowitz miró a su hija Janá y le dijo:

-Jany, hoy aprendí una lección. Es verdad que la caridad comienza por casa pero no termina allí. Así que, Jany, ahora me doy cuenta más que nunca que también tenemos que pensar en los demás. Voy a contribuir con un diez por ciento de mi ganancia para tu concurso de tsedaká.

El conde y el vendedor de alfombras

El Conde y El Vendedor De Alfombras

Hace muchos años en una gran ciudad vivía un judío religioso muy rico, comerciante de alfombras.

Un Shabat a la noche estaba con su familia, en la comida sabática. De repente golpearon a la puerta y entró un mensajero del conde.

-Perdonadme la interrupción-dijo el mensajero-. Me ha enviado el conde pues hoy a la noche tiene una gran fiesta en el palacio y quiere obsequiar a sus invitado con alfombras. He venido para que usted se las envíe enseguida.

-Lo siento mucho, pero no podré complacer el pedido del conde. Para nosotros, los judíos, hoy es el santo Shabat y tendrá que esperar hasta mañana a la noche.

-¿Que clase de respuesta es esta?, dijo el mensajero riendo, ¿Cómo va a esperar el conde hasta mañana si es hoy cuando las necesita?

-Pues yo no puedo dárselas hoy, ya que en Shabat esta prohibido negociar, dijo el comerciante. Que el conde me perdone. El mensajero se fue, pero regreso a poco tiempo con una carta de su amo.

“Necesito sin falta las alfombras -escribía el conde- te pagare el doble o el triple de su valor, pues no puedo conseguirlas en ningún lado. Pero, si no me las das te arrepentirás, piensa bien lo que haces. No te conviene perder un cliente como yo.”
El judío leyó la carta y respondió al mensajero.
-Dile al conde que hay Alguien Superior a el y al que debo obedecer. No quiero perder un cliente tan bueno, pero no puedo hacer otra cosa.
Al finalizar el sábado el comerciante recibió una notificación para que se presentara en el palacio del conde.
Su familia estaba asustada y rogó para que no le pasara nada.
El hombre con valentía, se encamino hacia el palacio.
Ante su gran sorpresa, el conde salió a recibirlo y lo saludo amablemente.
-Perdonadme -le dijo el conde-, por haberte molestado. Tengo un amigo, continuo el conde, que me dijo que el no tenia confianza en los judíos, que ellos solo buscan el dinero y por el dinero eran capaces de vender su fe. Decidí entonces probarte y has pasado muy bien la prueba.
Pude demostrarle a mi amigo lo equivocado que estaba, te agradezco mucho.
Así el conde y el judío siguieron siendo muy buenos amigos.

El secreto de la familia Rotshchild

El Secreto de una Familia
 La Familia Rothschild

¿Quién no ha escuchado hablar alguna vez de la ilustre familia Rothschild, célebre tanto por su inmensa fortuna como por sus buenas obras?

Su fundador fue Meyer-Anschel Rothschild, nacido en Frankfurt, hace más de doscientos años, pertenecía a una familia que se distinguía por su religiosidad. Su padre, Moisés Rothschild, que falleció un año después del Bar Mitzvá de Meyer-Anschel, quería que su hijo fuese Rabino. En lugar de ello, fue uno de los banqueros más famosos del mundo, lo que no le impidió seguir cumpliendo la Torá en la forma más estricta. ¿Cómo es que este joven huérfano, nacido en el ghetto de Frankfurt, reunió una fortuna tan extraordinaria? He aquí la historia, en la que fue protagonista principal Moisés Rothschild.

En la pequeña ciudad deGalitzia llamada Tchorkow, la comunidad judía eligió un día, como máximodirigente espiritual, a un rabino conocido a la vez por su gran piedad y por su vasta erudición. Su nombre era Tzvi Hurwitz, pero cariñosamente lo llamaban Rab Herschele Tchorkower.

Considerado por todos como un Tzadik, numerosos habitantes venían a pedirle un consejo o una bendición.
Estaba siempre dispuesto a ayudar al prójimo y especialmente a las viudas y necesitados, para los cuales realizaba colectas especiales. Como inspiraba una confianza total, todo aquél que deseaba efectuar una donación, no encontraba nada mejor que hacerla por medio del santo Rabino.

Es comprensible que una persona con tantas responsabilidades, necesitase un ayudante, este cargo lo tenía el joven Moisés Rothschild. El sueldo no era particularmente elevado, pero Moisés era feliz por poder estar cerca del Tzadik. Desempeñó sus tareas con gran entusiasmo y en poco tiempo ganó la confianza de todos y fue considerado como un miembro de la familia.

Pero llegó el tiempo en que Moisés deseó fundar su propio hogar. Se casó con una joven judía de Sniatyn y se estableció allí donde su suegro, y lo ayudó a instalar un pequeño negocio.

Un tiempo después, el día antes de Pésaj (Pascua hebrea), durante Bedikat Jametz (búsqueda de productos prohibidos en Pésaj), Rab Herchele
Tchorkow descubrió que le habían robado una bolsa con quinientas golden (moneda del lugar), del cajón de su escritorio.
La suma era considerable y cons-tituía el ahorro de personas no pudientes que, con gran esfuerzo habían logrado reunir algún dinero y se lo habían confiado al Rabino.

¿Qué podía hacer? La suma era demasiado grande para reembolsarla, pero su pena era aún mayor al pensar que alguien de su propia casa pudo realizar una acción tan reprensible. Además, había un detalle, lamentable por su presición, que lo atormentaba: sólo una persona, además de él, conocía la existencia de la bolsa en el cajón del escritorio: era Moisés Rothschild. El Rabino había depositado en él toda su confianza y no hubiera soñado siquiera una acción tan baja de su parte. De todas maneras, era necesario rendirse ante la evidencia. ¿Era posible que Moisés, ante gastos tan urgentes para formar su nuevo hogar, hubiese tomado el dinero a título de préstamo? El muchacho era honesto; seguramente devolvería el dinero lo antes posible.

Después de llegar a este razonamiento, que era el único posible, el Rabino decidió no contar nada a nadie. No había que causar daño en la colectividad, y menos aún acusar a nadie de robo. Pensaba hablar con Moisés y aclarar el asunto con él sin que nadie se enterase. Por lo tanto, al tercer día de Pésaj, alquiló un carro a caballos y fue a Sniatyn para ver a su ex-ayudante. Su partida no sorprendió a nadie en la colectividad. El Rabino acostumbraba realizar pequeños viajes. Pero quien se sorprendió fue Moisés, al verlo entrar de manera tan inesperada, en su modesto negocio.

Cuando ambos estuvieron solos, el Rabino con mucho cuidado, relató a Moisés el motivo de su visita. Le dijo cómo había descubierto la desaparición de la bolsa, asegurándole que ni paso por su mente la idea de robo.

¿Acaso Moisés, apremiado por la necesidad, había querido tomar prestado el dinero por cierto tiempo?
Ciertamente, aún con esta intención, tal gesto era contrario a las leyes; pero suele suceder que el ser humano ceda a la tentación. De todos modos, si reparaba su falta, podía estar seguro de que D’s lo perdonaría. El Rabino también estaba dispuesto a perdonarlo. Además Moisés podía contar con su entera discreción: nadie se enteraría jamás de lo sucedido. El Rabino concluyó diciendo que si esa suma le hubiese pertenecido, no habría tratado de recuperarla. Pero aquel dinero era propiedad de viudas, huérfanos y gente pobre, cuya vida misma, de él dependía.

A medida que el Rabino hablaba, Moisés empalidecía y su mirada se llenaba de inmensa tristeza. De pronto no pudo contener sus lágrimas: seguramente ya lo atormentaba el remordimiento. Al menos, el Rabino lo interpretaba así y esto acrecentó su estima por Moisés.

Este, no trató de negar nada; permaneció en silencio, sin defenderse. Instantes después abrió su caja, vaciándo su contenido; lo contó y se lo entregó al Rabino sin una palabra. Luego le pidió que esperase un momento pues iría a ver con qué completar la suma.

Pasó un rato. Cuando Moisés regresó, la misma angustia alteraba sus rasgos. Le dijo al Rabino que, a pesar de sus esfuerzos, no llegó a reunir más que la mitad de la suma. Pero si el Rabino tendría paciencia, se comprometía a completar escrupulosamente la otra mitad, con pagos sucesivos.

El Rabino se sentía feliz del cariz que tomaban los sucesos. Siempre había pensado que Moisés era un muchacho bueno y honesto. Su actitud en la presente situación, lo confirmaba.
Además ¡qué alivio saber que los pobres huérfanos y las viudas no sufrirán ningún perjuicio! Tenía la certeza que Moisés cumpliría la promesa.

En efecto, fiel a la palabra dada, sin que jamás hubiese que recordárselo, el jóven envió regularmente a Rabbí Herschele, pequeñas sumas de dinero hasta completar los quinientos golden. Este último hallaba por fin, la paz que aquel grave accidente había turbado. En su mente, ese asunto sólo quedaría en el recuerdo; y si alguna vez pensaba en ello, sería sólo para admirar la dignidad y bondad con las cuales podía actuar un simple joven como Moisés, quien con tanta abnegación había reparado una falta cometida en un mal momento.

Cierto día en que Rabbí Herschele estaba profundamente sumido en el estudio, llegó a su casa un mensajero que venía de parte del Jefe de Policía de la ciudad. Este último, disculpándose por molestar al Rabino, le informó que desea verlo por un asunto urgente y que un coche lo esperaba en la puerta para conducirlo.

El Rabino no tenía la menor idea del motivo del llamado; se encomendó a D’s, esperando que ningún peligro amenazara a la colectividad y se apresuró a acompañar al mensajero.

El jefe de policía lo recibió amistosamente y le preguntó si en el último tiempo, no le habíanrobado nada en su casa.

Rabbí Herschele le respondió que si refería a cierta suma que se la había desaparecido, en la actualidad ya la había recuperado. Ante estas palabras, el jefe de la Policía pareció muy sorprendido y le pidió que le contase lo sucedido.

-“Si Ud. me promete no emprender ninguna acción contra un inocente que, además, ya reparó su falta, le contaré todo”, respondió Rabbí Herschele.

El jefe de la policía se lo prometió. El Rabino le dio los detalles que deseaba sin omitir uno solo.

-“¡Uds. los judíos, son verdaderamente extraordinarios! ¡Jamás en mi vida oí cosa semejante!”, exclamó lleno de admiración el jefe de Policía.

Después de decir esto, abrió un cajón del escritorio, y sacando una bolsa, preguntó: “Sr. Rabino: ¿reconoce esto?”.

Esta vez el sorprendido fue Rabbí Herschele. ¡Era su bolsa, la misma que había desaparecido en víspera de Pésaj!

El jefe de Policía se alegró del efecto causado. Esperó unos instantes. Luego llamó y cuando apareció un subordinado, le dijo: “¡Tráelos!”. El policía regresó rápidamente con una mujer y un hombre con las manos esposadas.

-“¿Los conoce Ud.?”, preguntó el jefe de Policía al Rabino. -“¡No!”, respondió este último cada vez más intrigado. -“Absorbido por los libros, como Ud. está siempre, no se fijó en la cara de la doméstica que limpia su casa. Pero poco importa que la reconozca o no, pues ya confesó todo”.

Y luego de ordenar que se llevaran a la pareja, el jefe de Policía relató al Rabino su historia, la verdadera. Días antes de Pésaj, la mucama había hecho una gran limpieza en la casa y encontró la bolsa que Rabbí Herschele guardaba en el cajón de su escritorio; la escondió y luego se la llevó a su casa en las afueras, donde vivía con su marido.

Ambos decidieron enterrar el botín en el granero, para que no despertara sospechas. Pero el marido, era un ebrio consuetudinario, y no pudo resistir la tentación de sacar algo para satisfacer su pasión. Así es que tomó una moneda y se fue a la hostería. Cuando el posadero le preguntó cómo había obtenido aquella moneda de plata, le contestó que la había encontrado. Pero al día siguiente volvió con otra moneda, y lo mismo hizo al día siguiente. Entonces el posadero empezó a sospechar y advirtió a la policía.

El hombre fue detenido y negó todo; pero algunos latigazos lo hicieron confesar. La bolsa fue encontrada casi intacta, ya que no faltaban más que las tres monedas gastadas en la hostería.

-“Es suya, llévesela”, dijo el jefe de policía al Rabino. Este sonreía; su satisfacción era enorme.
Sin embargo no dejaba de estar intrigadopor la conducta de Moisés que no sólo no se había defendido al aparecer como sospechoso, sino que hasta había pagado, por un robo cometido por otro.

El Rabino se fue con el corazón desbordante de alegría y se apresuró a visitar a Moisés.

-Reb Moshé,- le dijo luego de haberlo saludado- espero que quieras perdonarme”. “¿Por qué – le preguntó con los ojos llenos de lágrimas -No me dijiste que no habías tomado el dinero?”

Su colaborador le respondió que la posible desdicha de los pobres huérfanos unida a las angustia del Rabino, lo habían conmovido profundamente. Si hubiera dicho la verdad negando ser el autor del robo, el Rabino no hubiera aceptado su ayuda pues la hubiera considerado un sacrificio demasiado grande. En efecto lo fue, pues debió empeñar todo lo que poseía para poder reunir la suma que le entregó al Rabino el primer día; además debió economizar moneda sobre moneda para formar el resto.
Pero aquel sacrificio era necesario, pues sabía que Rabbí Herschele no podría reunir aquella suma.

El Rab estrechó a Moisés en sus brazos y le dio su bendición, pidiendo a D’s que le diese una gran fortuna para que siempre pudiese ayudar a los pobres necesitados.

-“Aquí está la suma que tan generosamente pagaste de tu bolsillo. Vuelve a Frankfurt donde tendrás mejor ocasión de hacer buenos negocios y cumplir buenas acciones. Que D’s esté contigo, con tus hijos y con los hijos de tus hijos en todas las generaciones futuras”.

La bendición de Rabbí Herschele Tchorcower no fue dada en vano. Moisés Rothschild fue un gran comerciante en Frankfurt, dedicándose también a operaciones de cambio muy ventajosas. Su hijo Meyer-Anschel Rothschild tuvo aún más éxito que él. Sus cinco hijos, que se establecieron, cada uno en otra capital de Europa, ayudaron a acrecentarla.

La fortuna creada por Moisés creció y se multiplicó de generación en generación. Un nieto de Moisés, el barón Edmond de Rotschild, que encabezaba la casa Rotschild y vivía en Francia, se distinguió particularmente por su acción en favor de sus correligionarios, ayudándolos por todos los medios posibles, lo que le valió el apodo de “HaNadib HaYadú’a” (el Ilustre Benefactor).
Su vida fue larga. Murió en París (en 1934) a los noventa años de edad.

Los ciclos de la vida-pobreza y riqueza

 

Los Ciclos de la Vida

Una vez vivió un hombre rico cuya subsistencia provenía del comercio. Éste compraba mercadería en fábricas, en grandes cantidades, y luego vendía los objetos a particulares; y de eso había enriquecido. En aquellos días, se solía pagar en efectivo, y no me refiero a billetes bancarios. Por eso, cuando el hombre iba a comprar la mercadería, acostumbraba viajar con una pequeña alcancía llena de oro y plata. Cierta vez ocurrió que el comerciante, junto a su socio y un amigo, salieron a la travesía de compras y, como siempre, llevó con él su alcancía, con el oro y la plata en su interior y comenzaron el viaje. A mitad del camino, debieron atravesar un gran bosque, en el que pararon a descansar ya que era un lugar bello y tranquilo. El comerciante colocó la alcancía debajo de su cabeza y se durmió.
Transcurridas varias horas de descanso que así lo requería la agotadora y larga travesía, despertaron. El comerciante colocó nuevamente todas sus pertenencias en el carruaje y continuaron, rápidamente, su travesía. Mas, debido a su apuro, olvidaron la alcancía con el oro y la plata.

Pasadas varias semanas de viaje llegaron finalmente a destino: al lugar donde compraban los objetos para revenderlos . Cuando el comerciante se dispuso a adquirir toda la mercadería y a pagar por ella, se dio cuenta que le faltaba la alcancía. Seguro de que se la habían usurpado, le avisó con pesar a todos los vendedores, a quienes compraba la mercadería que, en esta oportunidad, ello iba a ser imposible y que cancelaba el pedido. Fue así, que viajó de regreso a su casa con las manos vacías.
Cuando llegaron al mismo lugar en el cual habían parado a la ida, decidieron hacerlo también esta vez y, para su sorpresa, vieron que la alcancía que había desaparecido estaba allí, en el mismo lugar, y que nadie la había tan siquiera tocado. Cuando el comerciante visualizó la alcancía estalló en llanto. Su socio pensó que lloraba por la alegría que le causaba haberla encontrado. Sin embargo, el vendedor se acercó a su socio y le dijo: “Escucha, yo quiero dividir a medias lo que hay aquí dentro: una mitad para ti y la otra para mí.
Y, a partir de ahora, tú y yo  iremos cada uno por su camino, de manera independiente”. Y así  lo hicieron. Dividieron entre ellos la plata y el oro, y cada uno se fue por su camino. Cada cual comenzó a ocuparse de negocios diferentes, y transcurridos unos años el comerciante se fue empobreciendo ya que sus negocios no prosperaban. Cuando lo hubo perdido todo, empezó a ir de ciudad en ciudad a buscar donaciones o ayuda.
Así, luego de mucho tiempo, llegó a una ciudad colmada de gente pobre. Uno de los ricos de esa ciudad que siempre los invitaba a comer, lo invitó también a él. Luego de brindarle una buena cena, le dio incluso una suma de dinero y lo invitó a que viniera también para Shabat. Cuando los demás pobres escucharon que el nuevo extraño había recibido más dinero que ellos, sintieron una profunda envidia y decidieron robarle su dinero.  Así fue, que en vísperas de Shabat, cuando el pobre hombre fue a la Mikve, le robaron todo su dinero y decidieron además, en esa misma ocasión, burlarse de él, robándole también sus vestimentas en el momento en el que el hombre estaba inmerso en la Mikve. Cuando salió de allí, descubrió
que su ropa no estaba. Se había quedado, definitivamente, sin nada. Gritó desesperadamente y escapó desnudo en dirección a un parque, cercano al lugar en donde él se encontraba y se sentó solo, escondiéndose entre los árboles.
Una vez que Shabat hubo comenzado, el hombre rico comenzó a preocuparse porque el pobre no llegaba. Entonces, decidió salir a buscarlo. Preguntó a varias personas y todos le respondieron que había sido visto por última vez en la Mikve. El rico envió hombres a buscarlo y en las cercanías de la Mikve, escucharon, de pronto, a alguien cantando a toda voz, y con alegría. Se dirigieron hacia el parque, y se aproximaron al lugar del cual provenía la voz.
Allí encontraron al pobre, completamente desnudo, entonando y cantando con alegría melodías y canciones de Shabat, ¡y el Lejá Dodí!.
Le proporcionaron ropa y lo llamaron para que viniera a comer a la casa del hombre adinerado. Cuando le preguntaron por qué no había venido explicó lo que le había sucedido: “Me robaron mis vestimentas, por eso no pude venir”.

Fue así que comieron y bebieron, y ulteriormente el hombre rico le preguntó: ¿en realidad no sabes quién soy?. A lo que el pobre contestó: “No. La verdad no te conozco”. Y el rico replicó: “Yo fui tu socio en tus negocios hace muchos años. Luego que nos dividimos el oro y la plata y cada uno fue por su camino, yo vine a esta ciudad y comercié aquí y prosperaron mis negocios y enriquecí en forma considerable. Y cuando te vi, después de tanto tiempo y vi cuán pobre eras, me apiadé de ti y quise darte una buena suma de dinero para que pudieras comenzar de nuevo y rehacer tu vida.
Ahora, quiero que me expliques por qué cuando encontramos la alcancía, aquella vez que la habíamos extraviado, te pusiste a llorar. Y ahora, que lo habías perdido todo te encontraron alegre, cantando.
El pobre le explicó: “En el mundo hay ciclos.
A veces se está arriba y a veces abajo. Cuando vi que era rico y se me había extraviado la alcancía, y luego la encontramos intacta con todo el oro y la plata, comprendí que había llegado a la cúspide de mi suerte, al grado más alto de mis ciclos.  De allí, lo único
que me depararía el futuro era el descenso. Por eso lloré, y ese mismo fue el motivo por el cual dividí nuestras ganancias, ya que quise evitar que tu descendieras a causa de mi destino.  Y así me convertí en un hombre pobre, y así y todo me robaron hasta mi ropa y
entonces sí me quedé sin nada.  En ese momento comprendí que había llegado al nivel más bajo y que lo único que me quedaba era comenzar a ascender nuevamente y ese fue el motivo de mi júbilo y de mis cantos y bailes.  Estas palabras agradaron/ hallaron gracia a los ojos del rico por lo que decidió dividir su fortuna con el pobre, quien nuevamente enriqueció.

Una vez vivió un hombre rico cuya subsistencia provenía del comercio. Éste compraba mercadería en fábricas, en grandes cantidades, y luego vendía los objetos a particulares; y de eso había enriquecido. En aquellos días, se solía pagar en efectivo, y no me refiero a billetes bancarios. Por eso, cuando el hombre iba a comprar la mercadería, acostumbraba viajar con una pequeña alcancía llena de oro y plata. Cierta vez ocurrió que el comerciante, junto a su socio y un amigo, salieron a la travesía de compras y, como siempre, llevó con él su alcancía, con el oro y la plata en su interior y comenzaron el viaje. A mitad del camino, debieron atravesar un gran bosque, en el que pararon a descansar ya que era un lugar bello y tranquilo. El comerciante colocó la alcancía debajo de su cabeza y se durmió.
Transcurridas varias horas de descanso que así lo requería la agotadora y larga travesía, despertaron. El comerciante colocó nuevamente todas sus pertenencias en el carruaje y continuaron, rápidamente, su travesía. Mas, debido a su apuro, olvidaron la alcancía con el oro y la plata.

Pasadas varias semanas de viaje llegaron finalmente a destino: al lugar donde compraban los objetos para revenderlos. Cuando el comerciante se dispuso a adquirir toda la mercadería y a pagar por ella, se dio cuenta que le faltaba la alcancía. Seguro de que se la habían usurpado, le avisó con pesar a todos los vendedores, a quienes compraba la mercadería que, en esta oportunidad, ello iba a ser imposible y que cancelaba el pedido. Fue así, que viajó de regreso a su casa con las manos vacías.
Cuando llegaron al mismo lugar en el cual habían parado a la ida, decidieron hacerlo también esta vez y, para su sorpresa, vieron que la alcancía que había desaparecido estaba allí, en el mismo lugar, y que nadie la había tan siquiera tocado. Cuando el comerciante visualizó la alcancía estalló en llanto. Su socio pensó que lloraba por la alegría que le causaba haberla encontrado. Sin embargo, el vendedor se acercó a su socio y le dijo: “Escucha, yo quiero dividir a medias lo que hay aquí dentro: una mitad para ti y la otra para mí.
Y, a partir de ahora, tú y yo  iremos cada uno por su camino, de manera independiente”. Y así  lo hicieron. Dividieron entre ellos la plata y el oro, y cada uno  se fue por su camino. Cada cual comenzó a ocuparse de negocios diferentes, y transcurridos unos años el comerciante se fue empobreciendo ya que sus negocios no prosperaban. Cuando lo hubo perdido todo, empezó a ir de ciudad en ciudad a buscar donaciones o ayuda.
Así, luego de mucho tiempo, llegó a una ciudad colmada de gente pobre. Uno de los ricos de esa ciudad que siempre los invitaba a comer, lo invitó también a él. Luego de brindarle una buena cena, le dio incluso una suma de dinero y lo invitó a que viniera también para Shabat. Cuando los demás pobres escucharon que el nuevo extraño había recibido más dinero que ellos, sintieron una profunda envidia y decidieron robarle su dinero.  Así fue, que en vísperas de Shabat, cuando el pobre hombre fue a la Mikve, le robaron todo su dinero y decidieron además, en esa misma ocasión, burlarse de él, robándole también sus vestimentas en el momento en el que el hombre estaba inmerso en la Mikve. Cuando salió de allí, descubrió
que su ropa no estaba. Se había quedado, definitivamente, sin nada. Gritó desesperadamente y escapó desnudo en dirección a un parque, cercano al lugar en donde él se encontraba y se sentó solo, escondiéndose entre los árboles.
Una vez que Shabat hubo comenzado, el hombre rico comenzó a preocuparse porque el pobre no llegaba. Entonces, decidió salir a buscarlo. Preguntó a varias personas y todos le respondieron que había sido visto por última vez en la Mikve. El rico envió hombres a buscarlo y en las cercanías de la Mikve, escucharon, de pronto, a alguien cantando a toda voz, y con alegría. Se dirigieron hacia el parque, y se aproximaron al lugar del cual provenía la voz.
Allí encontraron al pobre, completamente desnudo, entonando y cantando con alegría melodías y canciones de Shabat, ¡y el Lejá Dodí!.
Le proporcionaron ropa y lo llamaron para que viniera a comer a la casa del hombre adinerado. Cuando le preguntaron por qué no había venido explicó lo que le había sucedido: “Me robaron mis vestimentas, por eso no pude venir”.

Fue así que comieron y bebieron, y ulteriormente el hombre rico le preguntó: ¿en realidad no sabes quién soy?. A lo que el pobre contestó: “No. La verdad no te conozco”. Y el rico replicó: “Yo fui tu socio en tus negocios hace muchos años. Luego que nos dividimos el oro y la plata y cada uno fue por su camino, yo vine a esta ciudad y comercié aquí y prosperaron mis negocios y enriquecí en forma considerable. Y cuando te vi, después de tanto tiempo y vi cuán pobre eras, me apiadé de ti y quise darte una buena suma de dinero para que pudieras comenzar de nuevo y rehacer tu vida.
Ahora, quiero que me expliques por qué cuando encontramos la alcancía, aquella vez que la habíamos extraviado, te pusiste a llorar. Y ahora, que lo habías perdido todo te encontraron alegre, cantando.
El pobre le explicó: “En el mundo hay ciclos.
A veces se está arriba y a veces abajo. Cuando vi que era rico y se me había extraviado la alcancía, y luego la encontramos intacta con todo el oro y la plata, comprendí que había llegado a la cúspide de mi suerte, al grado más alto de mis ciclos.  De allí, lo único que me depararía el futuro era el descenso. Por eso lloré, y ese mismo fue el motivo  por el cual dividí nuestras ganancias,  ya que quise evitar que tu descendieras a causa de mi destino.  Y así me convertí en un hombre pobre, y así y todo me robaron hasta mi ropa y entonces sí me quedé sin nada.  En ese momento comprendí que había llegado al nivel más bajo y que lo único que me quedaba era comenzar a ascender nuevamente y ese fue el motivo de mi júbilo y de mis cantos y bailes.  Estas palabras agradaron/ hallaron gracia a los ojos del rico por lo que decidió dividir su fortuna con el pobre, quien nuevamente enriqueció.

El baal shem tov y los pobres

 

El Báal shem Tov y los pobres

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El Rabino Israel Báal Shem Tov vivía en una casa alquilada y ganaba el sustento con gran modestia. Solía distribuir entre los pobres y en acciones de beneficencia el dinero aportado por sus seguidores y allegados, sin conservar nada para sí.

También solía gastar su dinero en hombres pobres y deshonestos. Cierta vez fue apresada una banda de ladrones, que fueron entregados a las autoridades, sometidos a juicio y condenados a largos períodos de prisión. Sus familias se vieron sumidas en la pobreza y la indigencia, y Báal Shem Tov las ayudó en toso ese lapso. Una vez que los ladrones salieron de la cárcel, ningún judío de Medzibezh quiso darles trabajo, y cuando empezaron a mendigar de puerta en puerta nadie les permitía entrar, por miedo a que volvieran a robar. El Báal Shem Tov tomó conocimiento de esto y nuevamente trató de ayudar a las familias. Cuando sus propios familiares o discípulos manifestaron asombro ante esa actitud, les dijo:

“En momentos difíciles también yo necesito ladrones. Cuando el peso de la ley recae sobre toda la congregación por las acciones deshonestas de algunos, los acusadores triunfan y las puertas de la misericordia se cierran. A cambio de la beneficencia que hago con estas personas deshonestas, los ladrones pueden forzar los candados y abrir esas puertas de par en par ante mí”

Cierta vez entró Rabí Israel Báal Shem Tov con su único hijo, Rabí Tzví, que aún era un niño, a la casa de uno de los judíos más ricos de Medzibezh, en la que vieron vajilla de oro y plata y muebles muy refinados. El pequeño Tzví sintió envidia y al salir, su padre le dijo:

“He notado que sentías envidia en la casa de ese judío acaudalado. En la casa de tu padre tienes una vajilla muy sencilla, y nunca habías visto utensilios de oro y plata.

Créeme, hijo, que si tu padre tuviera dinero suficiente como para comprar muebles vistosos y vajilla de lujo, no lo haría, sino que lo repartiría entre los pobres, y donaría el dinero restante al fondo de beneficencia, sin conservar nada para sí”.

La vergüenza por las malas acciones

 

La vergüenza por las malas acciones 

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Cierta vez, Rabí Israel de Salant se encontraba en la feria conversando con otra persona. El rabino prolongaba el diálogo con chanzas y juegos de palabras, reía a voces y se esforzaba por entretener a su interlocutor.

La gente que pasaba y lo veía, se asombraba: ¿El Rabino Israel, absorbido por el estudio de la Torá y sumido siempre en hondas preocupaciones, pierde el tiempo en palabras vanas y chanzas fútiles? Uno de ellos le preguntó el sentido de lo que veía, y el rabino respondió:

Lo que sucede es lo siguiente. Esta persona estaba abatida por la congoja y agobiada por la melancolía. Quien logre distraerlo, le estará haciendo un gran favor.

En otra ocasión, un judío acudió a casa del Rabino Israel Salanter para consultarlo por una duda halájica. Mientras hablaban, el rabino suspiró una vez y otra. El amigo le preguntó: ¿Por qué suspiras tanto?

Rabí Israel le respondió: La manga de mi abrigo está rota y manchada, y me avergüenza que me veas así. Por analogía, me he dicho: si me avergüenza que un ser de carne y hueso vea mi ropa desgarrada y manchada, cuánto habré de avergonzarme en el mundo por venir, cuando queden al descubierto todos los jirones y manchas de mi alma, que no he podido enmendar cuando era el momento propicio.

 

 

Rabí Israel Lipkin de Salant (Rabí Israel Salanter)

Precursor del “Movimiento moralista” (falleció el 25 de Shvat de 5643 – 1883)

Los ahorros tan deseados

 

Los ahorros tan deseados

Cuento narrado por el  Rav Shlomo Carlibaj.

 

Este es un relato verídico:

Hace aproximadamente unos ciento ochenta años vivió el Rav Jaim de Tshernovitz, para quien todo era Shabat. Si se le pedía traducir la palabra “Bereshit”, él respondía: “Es Shabat”. O si se le preguntaba el significado de la palabra “creó”, él respondía: “¿Cómo vuelves a preguntarme?. Toda palabra en la Torá es Shabat”.  Y en casa de Rabi Jaim, mientras su señora encendía las velas, se había visto sobre las mismas a la Divinidad, que era como otro hombre. En otro shtetl, no muy lejos de Tshernovitz, moraba un judío llamado Jachkale David. Una vez, estuvo en Tshernovitz. La semana siguiente a esa visita, llegó a su Sinagoga el viernes por la noche, y la congregación allí presente lo reconoció, al mismo tiempo que lo desconoció.  Ese Shabat su corazón parecía estar ardiente, su rostro reflejaba júbilo interior. Esto era extraño, tratándose de judío simple, a quien le era imposible rezar sin cometer algún error.
Fue entonces que le preguntaron: ¿qué te ha sucedido?. El hombre respondió: Queridos amigos, ustedes saben que a veces un ser humano tiene lo suficiente como para no morir mas, eso resulta a la vez, insuficiente para vivir. Jachkale David era uno de esos hombres. Una vez le dijo a su señora: “si vivimos así durante toda nuestra vida, ¿qué pasará con nuestros niños?
Hagamos lo siguiente: durante el período de cinco años ahorremos cada centésimo. Casi ni comamos ni bebamos ni compremos nada. Con la ayuda de D-s ahorraremos quinientos rublos y compraremos una casa y una tienda y quizás nos
enriquezcamos”. Y así fue, cinco años de ahorro y de mucho sacrificio, hasta que los quinientos rublos estuvieron en manos de Jachkale.
Fue así que éste se dirigió a Tshernovitz para hacer un negocio cuando, de pronto, se dio cuenta que Shabat estaba casi por comenzar. ¿Dónde podría dejar el dinero?. Jachkale Jaim entró a lo de Rabi Jaim y le contó lo que le sucedía y le pidió que le guardase el dinero hasta finalizado el Shabat.  Rabi Jaim le preguntó al hombre: ¿dónde comerás en Shabat?, a lo que Jachkale le respondió que nadie lo había invitado aún.
Entonces Rabi Jaim le dijo: “Tú debes quedarte en mi casa”. Comenzaron a dialogar el uno con el otro cuando, de impoviso apareció una mujer, con su rostro bañado en lágrimas y una expresión de amargura diciendo: “Rabi, por favor, debes ayudarme; sálvame, ya no tengo más fuerzas”.

 

Y esta es su historia: al parecer, su marido (fallecido hacía un mes) era el hombre más adinerado de Tshernovitz. Sin embargo, luego de su muerte, su viuda descubrió que no era el hombre más rico de la aldea sino que, por el contrario, debía tanto dinero como aquél que posee un rico. Al finalizar Shabat su hija iba a contraer matrimonio y, para tal fin, debía pagar la suma de quinientos rublos. Si no lo hacía se descubriría que era pobre. ¡Qué ignominia!.  Y, ¿quién sabe si no le habrían de decir: si tú eres tan pobre nosotros rechazamos el shiduj”.
Y agregó: “Rabi, discúlpeme que no haya venido antes, pero no pude, me sentí sumamente avergonzada.”  Rabi Jaim le dijo: ¿qué habré de hacer yo ahora, pocos minutos antes de Shabat? ¿De dónde voy a conseguir quinientos rublos? ¡Y todavía tú necesitas el dinero apenas finalizado el Shabat ! Fue entonces que Jachkale David se puso de pie y dijo: “Rabi, hágame un favor. Entréguele a la señora mis quinientos rublos. Yo soy joven aún y puedo volver a conseguirlos. Rabi Jaim discutió con él, y durante la discusión tomó el dinero y se lo entregó a la pobre viuda, que abandonó la casa con una gran alegría.

 

Rabi Jaim bendijo a Jachkale David con las siguientes palabras: “Que seas merecedor de una riqueza como nunca se ha visto, como nunca lo has soñado. Y que vivas ciento veinte años para ver el casamiento de tus nietos, y de los nietos de éstos.
Es que no puede ser de otra manera”. Y quiero bendecirte por otro motivo: gracias a ti hay dos almas que tendrán “oneg Shabat” (el placer y el disfrute de Shabat): la señora a la cual entregaste su dinero, y también su hija; ambas que, de no ser por ti, seguramente habrían llorado durante todo el Shabat. Por eso te bendigo que tengas Oneg Shabat por el resto de tu
vida.

 

Transcurrido un mes de este hecho, Jachkale Jaim se volvió millonario. Ni él mismo supo cómo sucedió. Con su dinero construyó una Sinagoga para su Rav, Jaim de Tshernovitz, y al Beit Midrash lo denominó: “el Beit Midrash de Jachkale David”. Mas, tal como aconteció con la mayoría de Sinagogas y lugares de estudio judaicos en Europa, fueron incendiados. La descendencia de Jachkale Jaim
llegó a los Estados Unidos, luego del Holocausto, sin un centésimo. Pero, transcurrido un mes, enriquecieron. No supieron cómo, pero conocían era la bendición del Rabi. Lo primero que hicieron fue imprimir los libros de Rabi Jaim de Tshernovitz, su “Sidur de Shabat”, y en el prólogo escribieron este cuento, así como se los he narrado…

Cada uno y lo que responde

 

Cana uno y lo que le corresponde
por Rabí Zevulún Weisberger

Las palabras salían de la boca de Adina tan rápido que sus padres sonrieron y dijeron: -Despacio, Adina.
¿La señora Gruen quiere que hagas qué? La pequeña Adina Gross de doce años explicó: La señora Gruen, una profesora de piano, vivía a unas cuadras de la casa de la familia Gross en Tel Aviv. Ahora que su bebita, Tsivia, tenía unos meses, la señora Gruen había empezado a dar clases de piano por las tardes. La señora Gruen había contratado a Lea Levy para que cuidara a Tsivia y lavara los platos del almuerzo durante su ausencia. Hoy Lea estaba enferma y cuando la señora Gruen vio a Adina en el makolet (almacén) esa mañana, le pidió que fuera a cuidar a su bebita.

 

No muchos podían pagar una niñera en Tel Aviv en los años cincuenta. Había tantas cosas que una niña deseaba a los doce años y que su familia no podía darle… y este trabajo le ofrecía la posibilidad de hacer realidad algunos sueños propios.

 

-¡Fue tan divertido, Ima! -dijo Adina emocionada-, y tan fácil. Sólo una bebita para cuidar y unos cuantos platos del almuerzo para lavar. Hice todos mis deberes y me pagó ¡una lira la hora! Cuando volvió dijo que hice un buen trabajo. Le dije que podía ir todos los días si quería y estuvo de acuerdo. Le dije que primero les tenía que preguntar a ustedes pero estoy segura de que me van a dejar, ¿no? ¿Aba, Ima?, terminó esperanzada.

El señor y la señora Gross se miraron, algo estaba mal. Finalmente, el señor Gross dijo: -Adina, mamá y yo tenemos que hablarlo, pronto tendrás una respuesta.

Adina deseaba muchísimo el trabajo de niñera. Era casi demasiado bueno para ser real, ¿por qué no estarían de acuerdo sus padres? El señor Gross volvió a la habitación y se sentó al lado de su hija.

-Adina -dijo despacio.

-¿Sí, Aba? Puedo hacerlo, ¿no? -preguntó. -Adina, me temo que no. No estaría bien.

Adina no lo podía creer.

-Pero… pero ¿por qué? ¿Qué tiene de malo ser niñera para la señora Gruen?

-Pensémoslo un minuto -dijo el señor Gross-. Contame otra vez cómo conseguiste este trabajo.

Adina repitió la historia:

-La niñera de la señora Gruen, esta chica, Lea, estaba enferma y hoy no pudo ir. Entonces, la señora Gruen dijo que podía tomar el trabajo en vez de Lea. ¿Qué tiene de malo eso?

-Vos lo acabás de decir -dijo el papá de Adina-. Le sacaste el trabajo a Lea. ¿Por qué tiene que perder el trabajo, que por lo que sabemos lo necesita muchísimo, por haber estado enferma un día?

-Pero, Aba -protestó Adina- ¡la señora Gruen me dijo que podía tomarlo! Nunca voy a encontrar un trabajo como éste. ¿Y quién dice que Lea lo necesita más que yo? -agregó mientras pensaba en la nueva mochila y en otros pequeños lujos que ahora, nuevamente, estarían fuera de su alcance.

-Adínale, la señora Gruen estaba completamente satisfecha con Lea hasta que vos te cruzaste y le pediste el trabajo. Hasagat guebul, sacarle el trabajo al prójimo, es un cuestión muy seria. ¿Es eso lo que querés hacer? Y en cuanto a otro trabajo, ¿quién sabe? HaShem le da a cada uno exactamente lo que le corresponde. Si se supone que vas a tener dinero extra, lo tendrás. Si no, no. No puedo permitir que le saques el trabajo a otra persona. Pensálo -le dijo al irse de la habitación.

Adina quedó pasmada. Mordiéndose los labios y apoyando una mano contra sus mejillas repentinamente hirviendo,
murmuró:

-Enseguida vuelvo -y se fue de la casa.

El panorama cotidiano de una típica tarde tranquilizó a Adina y empezó a caminar. Enseguida llegó a su parque favorito de la calle Grusenberg. Sentada en un banco vacío, repasó mentalmente la conversación con su papá. Adina todavía no podía entender su comentario que “si es tuyo, lo tendrás. Si no, no.” ¿De verdad es así?

Adina observó a dos mujeres, parecían madre e hija, que vinieron al parque y se sentaron en un banco cerca de ella. Sacaron unos sándwiches, se lavaron en una fuente cercana y hablaron mientras comían.

“Parecen contentas”, pensó Adina, “imagino que no perdieron sus trabajos”.

Seguía oyendo las palabras de su padre una y otra vez: “HaShem le da a cada uno exactamente lo que le corresponde”. Deseaba poder creerlo.

En un momento, las mujeres se marcharon, seguían sonriendo y hablando. Estaban demasiado concentradas en la conversación para darse cuenta de que las bolsas de papel de los sándwiches se habían caído debajo del banco donde se habían sentado.

El próximo en aparecer por el parque fue un hombre que obviamente era un mendigo. Adina se sobresaltó, nunca había visto a nadie tan patéticamente pobre. Su vestimenta no era más que trapos emparchados. Los zapatos estaban rotos. Llevaba una vieja bolsa andrajosa en el hombro. Con ojos hambrientos, el hombre exploraba el parque.
Cruzaba por el pasto de un banco a otro recogiendo basura y examinándola. Volvía a tirar los papeles al piso pero cuando encontraba trozos de comida: mendrugos de pan, frutas tiradas, pedazos de galletitas, las envolvía cuidadosamente y
las ponía en la bolsa.

Adina estaba horrorizada. ¡El pobre hombre tenía que recoger basura en la calle para comer! Se lamentó de no tener nada para darle ya que había salido de su casa sin nada. Observó cuando se agachó en el banco cercano a ella, donde habían estado las mujeres. Con una sonrisa de satisfacción, miró las bolsas que habían dejado. En una encontró un sándwich, en la otra unas galletas partidas. Casi cariñosamente, envolvió su tesoro y lo puso en la vieja bolsa. Con una última y rápida mirada por el parque, el mendigo se marchó.

“Creo que no estoy tan mal”, pensó Adina, “¿cómo imaginarse tener que vivir de basura?”

De repente, para sorpresa de Adina, las dos mujeres volvieron, pero ya no sonreían. La más joven estaba pálida y casi llorando. La mayor corrió al banco donde se había sentado, se agachó y empezó a buscar entre el pasto. La joven se dirigió a Adina:

-¿Viste a alguien en ese banco recogiendo algo, mirando? -Claro, sí -contestó Adina-. Había un mendigo ahí, buscando comida. Creo que encontró algo de pan y galletas, ahí donde estaban sentadas -dijo señalando el banco-. Las puso en su bolsa. Parecía contento cuando encontró tus bolsas.

-¡Oh, no! -dijo la joven lloriqueando-. Entonces, lo debe haber encontrado. Ahora nunca lo recuperaré.

-¡Javá, Javá, lo tengo! ¡Lo encontré! Estaba justo acá, debajo de una pata del banco, en el pasto -gritó la madre.

-Baruj HaShem -susurró Java al sentarse al lado de Adina. Su madre le dio una cajita blanca que ella abrió y mostró a Adina.

-Mirá -dijo.

Adina abrió los ojos. Dentro de la caja había un hermoso reloj de oro.

– Me acabo de comprometer y mi Jatán (novio) me regaló esto -explicó Javá al cerrar la cajita.

Adina asintió y dijo: -“Mazal Tov”.

-Se lo mostré a mi mamá y vinimos al parque a almorzar -continuó la joven-. No me lo puse todavía porque primero quería que lo viera mi padre. Luego, de camino a casa, vi que no lo tenía.
¿Te imaginás el miedo que tuve cuando dijiste que un mendigo había recogido nuestras bolsas? Pero Baruj HaShem, está acá. Sin embargo, no puedo entender cómo no lo vio. Estaba justo ahí.

Javá se paró, saludó y se fue del parque con su madre sonriendo nuevamente. Adina también se paró para irse. Mientras regresaba a casa, pensó: “¡Qué historia! Un reloj de oro estaba ahí, frente a él y ni siquiera lo vio. Si hubiera encontrado ese reloj, habría tenido suficiente dinero para comprarse comida durante meses. Pero, en cambio, todo lo que encontró fue un pan viejo. Creo que realmente no se suponía que ese reloj fuera para él, por eso no lo encontró. Aba debe tener razón.
Cada uno recibe lo que es para uno, ya sea pan o relojes de oro o… trabajos de niñera” pensó, sonriendo tristemente. “Es todo tuyo, Lea.

Si necesito un trabajo, encontraré uno en alguna otra parte. ¡Si se supone que lo tengo que tener… lo tendré!”

La batalla ganada contra las mentiras

 

La Batalla Ganada contra las mentiras

“¡Deberías avergonzarte! Un niño de nueve años diciendo mentiras. Sabes que no es verdad, ¿por qué lo dices?”. Esta era una frase que Avigdor escuchaba a menudo, porque mentía con frecuencia.

Ahora bien. Avigdor no quería dañar a nadie cuando mentía. Sólo daba rienda suelta a su imaginación y antes de darse cuenta de lo que decía, le brotaba una exageración tonta o hasta una mentira, sin tener ningún motivo. Esto se había convertido en un mal hábito, que ya era parte de su personalidad, como su nariz o su boca; no puede uno desprenderse de una nariz fea si la tiene y Avigdor pensaba que no podía dejar de mentir aunque tratara, pero sus padres y sus maestros muchas veces lo retaban. “Recuerda Avigdor, que antes de hablar eres dueño de tus palabras, pero luego de haberlas dicho ellas se adueñan de ti. Así que antes de hablar, piensa”.

Cuando comenzó el nuevo período de clases en el jéder, Avigdor llegó con una sarta de cuentos y aventuras que según él, le había ocurrido durante las vacaciones de verano; pero todo el mundo sabía que eran producto de su imaginación. Era el
primer día de Elul y al comenzar el estudio, el maestro llamó la atención de los niños sobre la importancia y solemnidad de la época. Hizo notar que esos días, eran los más propicios para arrepentirse de los malos hábitos, aunque es posible hacerlo durante todo el año.

El maestro no sólo se dirigía a Avigdor, pero al igual que a los otros muchachos de la clase, Avigdor pensó que se refería a él en particular. Sabía que no tenía que ir a buscar muy lejos, ni “cavar” muy hondo para desenterrar sus malos hábitos. Estos eran más que evidentes, pero lo enfrentaban descaradamente, lo desafiaban: Sabes que soy una cosa fea, pero aquí
estoy y aquí me quedaré.
¿Qué crees que puedes hacer al respecto?

Pues bien, Avigdor decidió aceptar el desafío, no dejaría que lo tomaran por un tonto. ¡Basta! La batalla había comenzado.

“Ya se lo que haré -pensó-comenzaré anotando cada exageración o mentira que diga durante el día”.

Avigdor mantuvo su palabra. Cuidadosamente tomó nota en su pequeño diario cada vez que su hábito se apoderaba de él. Al finalizar la semana revisó el diario, pero al pasar las páginas lo invadió una sensación de desaliento que lo hizo estremecer. Casi no había pasado un día sin que dijera al menos diez mentiras, alardeara cinco veces y se burlara en tres ocasiones de los demás; aunque sin duda esas cifras representaban ya una gran mejoría, todavía eran demasiado.

“Volveré a probar -resolvió Avigdor-, mi segunda línea de defensa será un silencio absoluto, si es necesario, por lo menos durante un día. Sí, el Shabbat próximo mantendré mi boca limpia todo el día”.

Avigdor se vigiló durante todo el Shabbat. Sólo una vez se olvidó de sí mismo pero inmediatamente se corrigió: “Pero he exagerado. Perdóname”, se sonrojó.

Era la primera vez que Avigdor se sonrojaba al decir una mentira e instintivamente sintió que era un buen signo. Sin embargo se sintió muy aliviado cuando terminó Shabbat. Había sido un gran esfuerzo y ahora podía descansar. pero ni bien hubo decidido hacerlo, se encontró con una posición casi idéntica a la de antes; la semana siguiente estuvo casi tan llena de fracasos como la anterior. Pero no exactamente igual: Avigdor ponía más cuidado en lo que decía, y a menudo
se ponía colorado, cuando no podía cumplir sus buenas intenciones.

 

Una vez encontrándose con sus amiguitos vio que ellos se intercambiaban ideas sobre cuántos capítulos de Tehilim habían recitado desde que empezé el nuevo año. Avigdor dijo:¡Bah!
Esto no es nada, yo voy en la mitad del libro por segunda vez.
Los muchachos lo miraron con asombro y Avigdor se puso rojo. Se dio cuenta de no sólo estaba alardeando, sino que al mismo tiempo decía una mentira ridícula. ¡Qué rotundo fracaso!, pensó. Sin embargo no estaba listo todavía para rendirse.

Avigdor trató con ahínco de sobreponerse a su mal hábito, pero todavía no estaba seguro de sí mismo. Sabía que el “lado malo” dentro de él, le estaba tratando de hacer creer que ya había ganado la gran batalla para que disminuyera sus esfuerzos. Pues bien, esta vez estaba dispuesto a pelear hasta el fin, hasta que estuviera completamente seguro.

Por fin llegó Shabbat, Avigdor oró fervientemente, oró a D’s para que perdonara todas sus faltas, pero más que nada su mal hábito de mentir, alardear y menospreciar a sus amigos.

Rezó durante toda la mañana, hasta que su padre lo llevó a casa a comer, pues no había tomado el desayuno.

Al volver por la tarde al Bet HaKneset (sinagoga) para Minjá, Avigdor se dio cuenta que tenía ganas de orar más que nunca.

Momentos antes de ‘Arbit, la oración final del día, se anunció un pequeño receso, durante el cual la mayoría de las personas permanecieron en el Bet HaKneset. Avigdor prefirió salir para tomar un poco de aire. En el patio se encontró con un grupo de muchachos discutiendo acaloradamente, quiso evitarlo y volverse pero ellos lo notaron y le hicieron señas para que se acercara. Los encontró discutiendo sobre quién había ayunado más en el último Yom Kippur; algunos encogían sus
estómagos para dar más fuerza a sus argumentos y decir que estaban más flacos que hace un mes, antes de ayunar.

Entonces todos se dirigieron a Avigdor. ¡Ah! Antes de Yom Kippur, nos dijiste que ayunarías todo el día. ¿Lo hiciste?

Avigdor se encontró entre la espada y la pared, sintió que la batalla se libraba de él en ese instante; si decía la verdad los muchachos se iban a reír de su palabrerío, si mentía, sabía que nunca ganaría la batalla.

Vamos, Avigdor, di la verdad. Lo urgieron los muchachos. Avigdor los miró fijo y les dijo: Muchachos, ayuné todo lo que pude; después de todo tengo solamente nueve años, lamento no haber cumplido mi deseo; de cualquier modo están perdiendo el tiempo discutiendo tonterías, mejor vayámonos al Bet HaKneset, Ma’arib está por empezar.

Avigdor esperaba que los muchachos se echaran a reír, pero no lo hicieron. Escucharon en su voz un dejo de sinceridad que impresionó a sus jóvenes corazones y sin decir nada siguieron a Avigdor.

Y mientras él recitaba las Berajot finales de la Tefilá, las lágrimas se deslizaban por su pequeña cara encendida, lágrimas de gratitud a D’s por haberlo ayudado a ganar su batalla, a triunfar.

El espejo

 

El Espejo

En una pequeña ciudad vivía un hombre -Rev Abraham- muy piadoso y recto que cumplía casi con exactitud el dicho de nuestro sabios: Elu debarim sheen lahem shiur… hajnasat orjim (estas son las cosas que no tienen medida… hospitalidad).

Rev Abraham no se contaba entre los adinerados del lugar, todo lo contrario, era extremadamente pobre, pero a pesar de ello acostumbraba compartir su modesto pan y repartirlo entre los pobres, todos encontraban las puertas del Rev Abraham abiertas para satisfacer el hambre y su sed.

En cierta oportunidad llego a su casa un ilustre visitante, que era su rabino, Rav Yeshaiahu, conocido en la comarca por su sabiduría y bondad. El visitante se percato de inmediato de la gran hospitalidad de Rev Abraham quien llegaba a disminuir la alimentación de su familia para cumplir el precepto antes citado. Por este motivo no se fue de la casa hasta que no hubo bendecido a Rev Abraham para que tuviera la ayuda divina en toda empresa a la que se abocara. No pasaron muchos meses, hasta que se cumplieron las bendiciones de Rav Yeshaiahu, los negocios de Rev Abraham prosperaron increíblemente y llego a la categoría de los hombres mas ricos.

Desde ese momento no encontró Rev Abraham tiempo libre para ocuparse de los pobres de su ciudad por la forma en que lo absorbían sus negocios, y por supuesto tampoco podía ocuparse de los demás pobres provenientes de distantes lugares que venían a su casa (pues hasta ese entonces su fama de generoso había traspasado los limites de su ciudad). A pesar de esto no se puede decir que había abandonado por completo su bondadosa costumbre, ya que tenia a uno de sus sirvientes encargado de ocuparse de los pobres, y hasta de vez en cuando enviaba grandes sumas de dinero destinadas a las clases mas necesitadas, pero esto ya no era de todo corazón sino sin darle la menor importancia, hasta el punto que los pobres se apartaban de las puertas del nuevo rico. Y comentaban: “Desde el tiempo que fue bendecida con la riqueza es otra persona, antes era muy bondadoso”.

Ocurrió que cuando Rav Yeshaiahu se estaba encargando de recolectar fondos para “Pidyon Shevuyim” (rescate de cautivos), envío a una persona a solicitar su contribución a Rev Abraham, pero como estaba muy ocupado, lo atendió uno de sus sirvientes, quien no le permitió pasar a conversar con su patrón.

Al enterarse de esto , Rav Yeshaiahu se entristeció mucho y dijo: “Quizás mi bendición se transformo en maldición”. Prácticamente no se demoro ni un instante y partió hacia la casa de Rev Abraham para solucionar la situación.

Por intermedio de su Shamash, el Rav mando a avisar a Rev Abraham que deseaba verlo. Rav Yeshaiahu fue
recibido por su alumno con mucha calidez y honor. Al entrar al salón principal de la mansión con una profunda mirada advirtió la magnificencia que lo rodeaba, sin embargo al momento se entristeció mucho, pues en ocasiones anteriores al visitarlo siempre había encontrado su casa llena de necesitados y en cambio en esta oportunidad estaba totalmente vacía. De repente el Rav se encamino hacia la ventana y mirando a la calle le pregunto a su alumno quien era la persona que pasaba con su hacha. Le contesto que era leñador y que iba al bosque a trabajar. Luego el Rav hizo lo propio con otros vecinos de su alumno y este le respondía visiblemente sorprendido. Acto seguido el Rav se aparto de la ventana y camino por la habitación hasta que al final se sitúo frente a un espejo.

-Por favor, acércate, le dijo a Rev Abraham, mira por el espejo.

-A quien ves? prosiguió el Rav, a lo que su alumno le respondió: “lógicamente que a mi mismo”, muy sorprendido por preguntas tan simples.

El Rav prosiguió inquiriendo de que material estaban hechos los dos objetos a través de los cuales le había hecho observar, a lo que respondió Rav Abraham -cada vez más sorprendido y confundido- que ambos estaban hechos de vidrio. Por ultimo el Rav añadió una pregunta más: -“Pues entonces por que a través del vidrio de la ventana ves a las demás personas, en cambio por el espejo solo puedes ver tu propia imagen?” -El motivo esta claro- contesto Rev Abraham-
porque el vidrio de la ventana es transparente, sin nada entre medio, en cambio el vidrio del espejo tiene dentro una capa de plata, por eso pude ver mi propia imagen.

-Todo esto es muy lógico -dijo el Rav-, cuando el vidrio esta puro, sin plata de por medio, se puede apreciar a los demás, en cambio cuando el vidrio esta impregnado de plata, solo se puede apreciar la imagen de uno mismo.

Lagrimas afloraron en los ojos de Rev Abraham, había comprendido las palabras de su maestro, y supo que en un tiempo se asemejaba a un vidrio traslucido, a través del cual se interesaba por sus semejantes, pero ahora, en cambio, se había convertido en una persona que solo se veía a si misma.

El arrepentimiento surgió de Rev Abraham, quien decidió que desde ese momento se dedicaría personalmente al cumplimiento del precepto de Hajnasat Orjim, y se ocuparía de cada necesitado como en los primeros tiempos. Al día siguiente organizo una fiesta, invito a sus amigos y compañeros, y les contó lo que había sucedido.

Rev Abraham retiro del espejo parte de la plata que había en su interior para que quedara como recuerdo imperecedero, y a todo aquel que le preguntara por el motivo de su proceder, le contaría de que forma lo había ayudado el espejo para volver a la buena senda.

La novia del Maharal

 

La Novia del Maharal

Extraído de “EL NARRADOR”, Vol. 4

Una publicación de

Editorial Kehot Lubavitch Sudamericana 

eMail: kehot@iname.com

Hace unos 400 años vivía en Worms (Alemania) un adinerado judío de noble ascendencia llamado Shmuel ben Iaacov

HaKatzín. Tenía una hija llamada Perl (Perla), quien, en verdad, brillaba como una joya con sus hermosas cualidades y encanto judío.

Cuando Perl llegó a la edad de casarse (en aquellos días eso era entre los 13 y los 15 años), diferentes personas comenzaron a presentarse con propuestas. Una vino de una bien conocida y muy estimada familia que vivía en Posen, pero que originalmente había vivido también en Worms. Tenían un brillante hijo llamado Iehudá Leib.

A Reb Shmuel agradó lo que oyó acerca de Iehudá Leib y su padre Betzalel, así que decidió viajar a Posen para encontrarse personalmente con el joven y su familia. Una vez allí quedó muy bien impresionado por el muchacho y vio inmediatamente que se trataba de un brillante erudito de la Torá, además de sus demás cualidades personales. También lo hizo feliz ver que sus padres eran gente sumamente fina y muy admirada en la comunidad. Ambos padres se sintieron cálidamente atraídos unos a otros y gustosamente aceptaron dar lugar a la propuesta.

Reb Shmuel se comprometió a tomar a su cargo los gastos del joven para que Iehudá Leib pudiera continuar estudiando Torá durante tres años en la Ieshivá (academia talmúdica) del famoso Gaón (genio talmúdico) Rabí Shlomó Luria (conocido como “el MaHarShaL”), que por aquel entonces estaba en Brisk (Lituania).

Se decidió que cuando Iehudá Leib alcanzara la edad de 18 años, él yPerl se casarían y el padre de ella correría con los gastos de la joven pareja todo el tiempo que su yerno deseara continuar estudiando Torá.

Reb Shmuel partió hacia su casa con corazón feliz. Iehudá Leib viajó a Brisk, donde se instaló en la Ieshivá del joven Gaón
Shlomó Luria, entregándose al estudio de la Torá con gran fervor y entusiasmo.

Todo hubiera marchado bien de no ser por algo desafortunado e inesperado que sucedió para estropear la agradable situación.

La rueda de la fortuna giró, y los negocios del adinerado Reb Shmuel HaKatzín comenzaron a rodar cuesta abajo. En muy poco tiempo, el pudiente Reb Shmuel lo perdió todo y se convirtió en un hombre muy pobre. Su casa fue “limpiada” de todo lo que pudiera tener algún valor, a fin de pagar las deudas. Solo una única preciosa perla quedó en sus manos, y esta era su amada, bella y joven hija, Perl.

Cuando la fecha para la boda comenzó a acercarse, y la situación económica de Reb Shmuel no había mejorado, este envió
una carta a Iehudá Leib y, con corazón muy triste, le informó que, dado que su situación económica había cambiado      dramáticamente y no podría cumplir su promesa de mantenerlo, ?l -Iehudá Leib- quedaba libre de su compromiso de casarse con Perl, y podía buscar esposa en cualquier otra parte. A esta carta agregó una nota pidiendo perdón y disculpa (mejilá) de parte de Perl, de manera que también ella estuviera libre de toda obligación respecto de su compromiso.

Las inesperadas y tristes noticias, que cayeron como un rayo, trastornaron al joven Iehudá Leib terriblemente. Este escribió inmediatamente una carta llena de palabras de aliento y consuelo a Reb Shmuel HaKatzín, insistiendo en que no debía sentirse desanimado ni perder las esperanzas. También escribió que el Omnipotente podía mejorar su difícil situación en un abrir y cerrar de ojos. De todos modos, él, Iehudá Leib, no tenía reclamos sobre él o sobre su hija. Si resultara en beneficio de Perl quedar libre de su compromiso con él, ella podía buscar a otro para casarse. “En cuanto a mí”, escribió Iehudá Leib, “sigo firme en mi confianza en el Omnipotente y espero Su ayuda”.

Iehudá Leib continuó estudiando todavía más intensamente que antes. A medida de que fue pasando el tiempo y el joven y brillante erudito seguía soltero, los casamenteros comenzaron a acercarse a él para hacerle propuestas matrimoniales. Pero a todos respondió de igual manera: “Ahora solo me preocupa continuar estudiando Torá y no estoy preparado para considerar una pareja”.

En efecto, dedicó realmente todo su tiempo y energías al estudio de la Torá. Todos sus amigos se casaron uno tras otro y dejaron la Ieshivá. Llegaron nuevos estudiantes, y Iehudá Leib seguía todavía con sus estudios, repasando todo el Talmud varias veces.
“Leib, el Solterón”, como lo llamó la gente, era alabado por todos los que lo conocían por su lucidez como erudito y su serena modestia. Pero no podr?an comprender por qué había quedado soltero tanto tiempo.

2.

La carta de Iehudá Leib afectó a Reb Shmuel muy hondamente. Le ayudó a hacer las paces con el hecho de que había perdido su riqueza. “Di-s dio y Di-s quita?”, y Di-s podía devolverle su riqueza perdida. Pero no podía consolarse ante el hecho de haber perdido la posibilidad de lograr un yerno tan maravilloso. ¿Qué será ahora de su preciosa Perl?

Perl había leído la carta de Iehudá Leib y se conmovió hasta las lágrimas, pero no se sintió desalentada. Al igual que Iehudá Leib, también ella confiaba en que el Omnipotente les ayudaría. Pero no tenía tiempo para lágrimas. Ahora era la única de la familia que podía hacer algo para mantener a sus padres y a s? misma.

Además de todas sus finas cualidades, también era una excelente panadera. Cuando su hogar solía estar abierto a los numerosos invitados que lo visitaban, todos admiraban las tartas, galletas, y jalot que horneaba. De modo que ahora aplicó sus talentos en la práctica. Abrió una pequeña panadería, algo que jamás imaginó que se vería obligada a hacer, y agradeció a Di-s el poder hacer algo para ganar dinero y no tener que pedir ayuda a otra gente.

Sus amigos y vecinos acudían a su almacén y estaban más que contentos de poder comprar todas las delicias que ella

horneaba.

Perl tuvo éxito, pero no lo suficiente como para hacerla rica o para ahorrar el dinero necesario para una dote. A pesar de esto, un número bastante importante de casamenteros se le aproximó con propuestas matrimoniales de finas familias, pero Perl los rechazó a todos. En su interior sentía que su anterior jatán (novio) era el destinado a ser la pareja de su vida. Y, al igual que él, depositó su confianza en el Omnipotente y esperó Su ayuda.

Así pasaron diez años. Por esa época había mucha inquietud en el país. Los integrantes de la nobleza alemana peleaban entre sí, los católicos peleaban contra los protestantes, y los campesinos sublevados contra los amos que los habían esclavizado.

La ciudad de Worms estaba en medio de toda la tormenta. La plaza del mercado y las calles estaban llenas de soldados que habían llegado de diferentes lugares, infantería y caballería de todo tipo.

Y entonces sucedió? que, por la calle donde Perl tenía su panadería, pasó un regimiento de caballería, y un joven funcionario se detuvo cerca de la panadería, donde, sobre una mesa, se exponían los diversos artículos que ella preparaba.

El apetitoso aroma de las frescas jalot cosquilleaba en sus narices. El jinete sacó? su espada, la clavó en una fresca jalá y, saltando sobre su caballo, se alejó a todo galope. “¡Hey! ¡No has pagado!”, gritó Perl. “¡Eso no es bonito de parte de un funcionario!”

El funcionario detuvo su caballo, se volvió? hacia Perl y se encogió? de hombros mostrando sus manos vacías, dando a entender que no tenía dinero.

Entonces bajó de su caballo, se dirigió hacia Perl, y le dijo:

¡Mil perdones! Lo siento, no tengo dinero pero no pude resistirme a tomar una fresca y tentadora hogaza. ¡No he comido nada tan fresco en tres días! Mira, toma esto en vez del dinero”, y entonces extrajo una vieja bolsa que arrojó hacia ella, de pie a la entrada de su panadería.

Perl se fue adentro, comenzó? a desplegar la pesada bolsa, pensando: “¿De qué me puede servir esta vieja y andrajosa bolsa?”

Pero cuando la dio vuelta, monedas de oro comenzaron a rodar hacia afuera con un tintineante sonido.

¡Perl estaba aturdida y casi se desmayó de asombro! Una vez recuperada un poco decidió cerrar la panadería más temprano que de costumbre e ir a su casa. Contó a su padre lo que había sucedido y este dijo:

“Llevemos la bolsa y esperemos tres días, en caso de que el jinete regrese por ella. Entonces, naturalmente, se la devolveremos. Sin embargo, si no regresa, sabremos que el Omnipotente nos ha enviado Su salvación desde el Cielo”.

Cuando pasaron los tres días y el jinete no volvi?, Reb Shmuel ben Iaacov HaKatz?n escribi? una carta a Iehud? Leib, informándole que el Omnipotente milagrosamente les había dado la oportunidad de cumplir todo lo que le había prometido en el acuerdo de compromiso y que, si lo deseaba, ?l y Perl ahora podían casarse.

Cuán grande fue la alegría de los novios y sus padres cuando la boda tuvo lugar. Toda la comunidad de Worms se les unió en la gran celebración. Y desde el Cielo, también, resonó un cordial Mazal Tov, con los mejores deseos para la feliz pareja.

La fama de Rabí Iehudá Leib se extendió a lo lejos, llegando a su cumbre cuando se convirtió en el Superior Rabino de Praga, y su nombre, como “el MaHaRaL” de Praga, llegó a ser uno de los más famosos entre los extraordinarios líderes judíos de todos los tiempos.

Nunca es demasiado tarde, sobre el Jafetz Jaim

 

Nunca es Demasiado Tarde

Una vez, cuando el Jafetz Jaim (Rabi Israel Meir Hacohen, 1839 – 1933) estaba en la ciudad de Viena, una persona distinguida llego hasta la casa en donde el se estaba hospedando para hacerle una pregunta importante. En ese momento el Jafetz Jaim estaba en medio de su comida, y el dueño de la casa decidió invitar al visitante a comer con ellos, y le aseguro que al finalizar la comida, el le podría hacer su pregunta al Jafetz Jaim.

Mientras tanto, el Jafetz Jaim estaba recitando el Salmo 23, como solía hacer cuando comía. Cuando termino de decir el ultimo versículo: “Pero la bondad y la benevolencia me perseguirán todos los días de mi vida, y yo me sentare en la casa de D’os por largos días”, el Jafetz Jaim se dirigió al invitado, a quien el no conocía, y le pregunto: “No es asombroso que el Rey

David diga: ‘Pero la bondad y la benevolencia me perseguirán.’?, pues comúnmente asesinos y ladrones son los que persiguen a la persona, pero cuando es que la bondad y la benevolencia la persiguen?

“Nosotros podemos aprender de esto” – continuo el Jafetz Jaim – “que a la persona que esta ocupada haciendo actos de bondad y caridad, puede parecerle que la bondad y la benevolencia realmente lo están persiguiendo, puesto que para dedicarse a esas obras de bien el debe invertir dinero o debe sacarle tiempo a su trabajo, y su ietzer hara (impulso del mal) intenta convencerlo de que deje de hacer buenas acciones”.

“Qué es lo que la persona debe hacer entonces?” – volvió a preguntar el Jafetz Jaim, a lo que respondió: “El Rey David le dice al hombre que en ese caso el le debe rezar a D’os para que la bondad y la benevolencia continúen persiguiéndolo el resto de su vida, para que de esa forma el pueda continuar haciendo actos de bondad y caridad. El debe saber que si el hace eso, entonces D’os le permitirá concretar aquello que es prometido al final del versículo: ‘.y yo me sentare en la casa de D’os por largos días'”.

Cuando el invitado escucho sus palabras, se levanto para retirarse, agradeciendo a su anfitrión y lo saludo. El anfitrión se quedo muy asombrado, y le pregunto al invitado por que es que decidió irse antes de hacerle su pregunta al Jafetz Jaim. El invitado le explico:

“El Jafetz Jaim me ha respondido sin que yo le preguntara nada. Hace algunos años, yo estableció un guemaj (centro de benevolencia) en mi ciudad, y en esta ultima época mi mujer se ha estado quejando de que la benevolencia que yo hago con los demás me esta causando perdidas en mis negocios, y que además me saca mucho de mi tiempo. Ella quiere que yo le pase el guemaj a otra persona, pero yo no quiero hacer eso, y es por eso que decidimos preguntarle al Jafetz Jaim que hacer al respecto.

Pero ahora el Jafetz Jaim ha contestado a mi pregunta, diciendo que incluso si la persona ya ha hecho actos de bondad y caridad en el pasado, esto no es una excusa para dejar de hacerlos, y se debe continuar con ellos.
Y es por eso que ahora yo quiero regresar rápido a mi casa para contarle esto a mi mujer”.

¿Qué dices de tu mismo?

 Y tú que dices de ti mismo

El día en el que el Rabino Menájem Méndel de Vitebsk fuera designado rabino de los jasidim de Minsk, se ubicó en el podio y leyó ante la congregación la carta de nombramiento, plena de elogios y alabanzas, que le habían enviado los dirigentes de la comunidad.

 El sabio dijo: “¡Feliz de mí!
Dentro de ciento veinte años, cuando llegue el momento de abandonar este mundo, me presentaré ante el tribunal celestial con esta carta de nombramiento y demostraré que soy estudioso y justo, modesto y piadoso. Si hicieren falta testigos, podré mencionar a los dirigentes de la comunidad que firman esta carta.

Pero qué habré de hacer si me preguntaren: ¿Y tú, Méndel? ¿Qué dices tú de ti mismo? Allí se me acabarán todos
los argumentos”.


El Rabino Menájem Méndel de Vitebsk, fundador del ishuv hebreo jasídico en la Tierra de Israel, falleció el 2 de Iar de 5548 (1788)

 

La bendición al rico avaro

 

Rabí Baruj de Mezivoz,

fallecido el 18 de Kislev de 5571 – 1810.

Editado por División de Enlace KKL




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email:

kesher@kkl.org.il

 *
Teléfono: 972-2-6583354 * Fax: 972-2-6583493

 

Rabí Baruj, nieto de Rabí Israel Baal Shem Tov (fundador del jasidismo), no ocultó sus críticas a los presuntuosos, o que eran considerados por otros mayores y mejores.  Solía decir :

El jasid verdadero no debe contentarse con pretender serlo ante D’s, estudiar y rezar y cuidar en todo su relación con el Todopoderoso, sino prestar atención también a los detalles y preceptos existentes entre los seres humanos.

 

El rabino en Israel – acostumbraba decir Rabí Baruj – no puede conformarse con el trato de preguntas acerca de lo prohibido y lo permitido, sino que debe mediar y traer paz entre los hombres, rescatar al oprimido de su opresor, y advertir vehementemente  de engaños en el comercio y en negociaciones.

Una vez vino a él un judío adinerado, que era conocido como avaro y tacaño. El tal pudiente no se permitía ningún lujo y vivía una vida miserable.

Rabí Baruj le habló con reprobación: un hombre como tú, que D’s bendijo con riqueza, debe mantenerse generosamente,
cada día tu mesa estará cubierta de carnes y pescados y manjares exquisitos, y también vino del mejor para beber durante la comida.

 

Después que despidió al rico-avaro, uno de los alumnos de Rabí Baruj le preguntó : Díganos, maestro, para qué echar
sermones a este tacaño, acaso le tiene lástima que no come ni bebe ?

 

Mi compasión no es para él – respondió el sonriente Rabí Baruj – sino para los pobres que se allegan a su casa.  Si él comerá la carne y el pescado y beberá el vino, y se complacerá, sabrá entonces darle a los pobres por lo menos el pan duro.  Ahora, cuando él mismo se contenta con pan y sal y sardinas, qué pueden estos pobres desgraciados esperar de él…

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