El Rab Mordejai Maarabi nació en Argentina y vive en Israel desde julio del 2009.…
Parashot y moadim, por el Rabino Yerahmiel Barylka
Rabino, educador, escritor y periodista. Dirige Otot, empresa de asesoría educativa y comunitaria. Fue director de escuelas en Argentina y México durante más de 30 años, así como del seminario de capacitación docente de México. Fungió en cargos directivos en el KKL en Jerusalén. Es consultado regularmente por autoridades espirituales, presidentes y dirigentes de comunidades y por directores de escuelas que buscan mejorar la calidad de sus servicios, estar al día con los adelantos del mundo judío y emprender cambios estratégicos en sus instituciones para responder con eficacia y excelencia a las necesidades de sus integrantes. Durante diez años fue corresponsal para el Medio Oriente del programa Enfoque del Núcleo Radio Mil de México y sus artículos son divulgados permanentemente por la prensa judía. Ha publicado 9 libros entre los que se destacan “Exogamia, diagnóstico y prevención” y “La plegaria judía”. Contacto: yerahmiel@gmail.com
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BERESHIT – GÉNESIS
Parashat Bereshit
Nuevamente iniciamos y descubrimos…
“Esa es la razón que el hombre fue creado en forma unipersonal para enseñarnos que quien destruye a una sola persona, la Torá lo considera como si destruyese un mundo entero. Y que aquél que salva una sola persona, la Torá lo considera salvador de todo un mundo. Y para enseñarnos la grandeza del Señor. En efecto, cuando el hombre funde muchas piezas con un sólo molde, todas se asemejan; D-os, en cambio, ha modelado al hombre a la efigie del primer hombre, empero, ninguno se parece a su prójimo”
(Sanedrín 4:5)
Rabino Yerahmiel Barylka (Israel)
Mi más cercano compañero en el uso de las piruetas literarias me comentaba que iniciar otra vuelta en la lectura y el estudio de la Torá, tiene algo de grandioso, de ‘allegro ma non tropo’.
Para él es más que claro que éste, será el último año de su ignorancia, que por fin va a comprender todo y en todos sus aspectos. Que desde ahora la Torá le va a hablar, por fin, a él, y percibir definitivamente que la Torá fue recibida para él, para que al fin la pueda leer y estudiar como si fuera la primera vez. En éste año, sabe, que se convertirá en un ben Torá y agregaba que ‘no hay mejor comienzo del año que iniciar, desde ‘El Principio’: desde Bereshit.
Quedé extasiado al recibir estas líneas que ahora comparto con ustedes. En pocos renglones, me explicó el significado de Bereshit y casi de toda la vida judía. Al grado que siento que agregar cualquier letra a las citadas podría hacer perder el gozo y la alegría que su trascripción puede provocarles. Confieso que le envidié su regocijo. Pero, manifiesto también, que me lo contagió.
Bereshit se lee después de jornadas de oración y reflexión, de alegrías y de cantos y bailes por el privilegio del goce en el estudio y no es de sorprender entonces que convoque a la nostalgia de épocas que fueron extremadamente creativas. En la añoranza propia que provoca la repetición, aparece un flash de la época en la que, con algunos de los lectores, gozamos un año completo interpretando de cien maneras, sólo el primer versículo del Libro de los Libros. Fue un buen entrenamiento para sumergirnos en el inagotable mar de la parshanut, aún a riesgo de perder perspectiva del mensaje.
También me acuerdo, las discusiones con las lererkes del kinder de Yavne, sobre la utilidad de hacer que los niños de 4 y 5 años memoricen la Creación de cada jornada, cuando el mismo Shlomó el más sabio de todos los hombres, no consiguió entender sus misterios. Supongo que los niños siguen aprendiendo esos conceptos que obligatoriamente olvidarán hasta encontrarse, ya adultos, nuevamente con la sucesión de las etapas de la Creación.
Pero Bereshit, el Libro Primero, es algo muy especial. Desarrolla a todo su largo una crónica de los conflictos entre los hermanos que fueron nuestros antepasados y que nos marcaron con su sello. Imprimieron en nosotros sus virtudes y nos dejaron el recuerdo de sus errores, todos humanos, que intentamos disimular. Al releer sus vidas, nos encontramos con tantos contrastes, que parecen pertenecernos, como si fueran parte de nuestra propia biografía. La diferencia es más en los tamaños de la experiencia que en su modo.
En el principio, después de recorrer la creación del Universo, de los cielos y la tierra, la luz y la oscuridad, el mar y la tierra seca, los frutos y los animales, leemos: “Y D-os creó al Adán a su imagen; a imagen de D-os lo creó, hombre y mujer los creó” (1:27). Ese versículo es la base del valor del ser humano, de su igualdad entre sí, de su semejanza y similitud, y de su amor. Ya nos enseñó Rabí Akiva, “querido es el hombre que fue creado a Imagen”, derivando del versículo la prohibición del derramamiento de sangre, aún antes de la entrega de la Torá. Prohibición que sería infringida muy rápidamente.
En la discusión entre Rabí Akiva y Ben Azai acerca del principio más valioso de la Torá, si el “ama a tu prójimo como a ti mismo” de Vaikrá 19:18, y “Cuando D-os creó al ser humano, lo hizo a semejanza de D-os mismo. Los creó hombre y mujer” (5:1-2), rabí Akiva considera que el amor es el máximo valor, pero Ben Azai eleva a la igualdad por encima de cualquier otro valor. El tiempo hizo que el pueblo judío adoptara ambos principios como valores superiores. De esos valores logró legislar infinidad de normas fundamentales. Si ofendes a un individuo no es a la persona a la que agravias, sino es a D-os mismo. Después de todo, los humanos no somos más ni menos que Imagen.
El “amarás a tu prójimo”, no es una expresión teórica. Es una obligación, precedida por la obligación de amarse a uno mismo. Rabí Akiva le fijó una limitación aparente (Baba Metzia 62 a), “tu vida precede a la de tu prójimo e Hilel la interpretó diciendo que “lo que odies no lo hagas a tu próximo” (Shabat 31a), porque es muy difícil aplicar positivamente una frase que parece declarativa.
El principio de la creación “a imagen” presenta diversos dilemas que, por lo menos quienes residimos en Israel, tenemos que enfrentar casi a diario. Un ejemplo de ellos, son las acciones que el ejército y las fuerzas de seguridad tienen que llevar a cabo para salvar la vida de seres humanos amenazados por la acción de grupos terroristas. En este caso, Israel debe obligatoriamente perseguir a todos los que quieren afectarle, ya que también el “otro”, el enemigo, debe actuar según las normas, que acepten que nosotros también tenemos “imagen”. Esa lucha de autodefensa debe hacerse éticamente, y sin alegría. Cuando Iehoshafat el rey de Iehudá derrotó a los amonitas y a los moabitas, leemos en II Divrei Haiamim 20: 21-22: “Al día siguiente, madrugaron y fueron al desierto de Tecoa. Mientras avanzaban, Iehoshafat se detuvo y dijo: «Habitantes de Judá y de Jerusalén, escúchenme: ¡Confíen en H’, y serán librados! ¡Confíen en sus profetas, y tendrán éxito!» Después de consultar con el pueblo, Iehoshafat designó a los que irían al frente del ejército para cantar a H’ y alabar el esplendor de su santidad con el cántico: «Den gracias a H’; su gran amor perdura para siempre.» La Torá nos desafía para encontrar un verdadero equilibrio basado en nuestros valores.
Regresemos al tema de la Creación a Imagen. De la lectura del versículo aprendemos que todos, sin excepción, fuimos creados siguiendo la Imagen. Los ricos y los necesitados, los judíos y los gentiles, los fuertes y los débiles, por lo que no debemos intentar exclusiones. Esa es la fuente de los Derechos Humanos y de las obligaciones en el judaísmo. Estamos obligados a respetar los derechos, incluso cuando se trata de actitudes de nosotros con nosotros mismos. No tenemos derecho a declinar nuestra autodeterminación, como no tenemos derecho a renunciar a nuestra vida buscando abreviarla por la razón que fuere, ni el derecho a dañar nuestro cuerpo o nuestra alma. Tampoco nosotros mismos tenemos el derecho de afectar a la Imagen que llevamos dentro como don. Quien avergüence a una persona, deshonra a la Divinidad que está en contenida en ella. Así nos dice la mishná en Sanedrín 4:5:
“Esa es la razón que el hombre fue creado en forma unipersonal para enseñarnos que quien destruye a una sola persona, la Torá lo considera como si destruyese un mundo entero. Y que aquél que salva una sola persona, la Torá lo considera salvador de todo un mundo. Y para enseñarnos la grandeza del Señor. En efecto, cuando el hombre funde muchas piezas con un sólo molde, todas se asemejan; D-os, en cambio, ha modelado al hombre a la efigie del primer hombre, empero, ninguno se parece a su prójimo”.
Misterioso pero real. Clarísimo. Sin vueltas. Tan simple y tan difícil de llevar a cabo.
El dilema presentado por Rabí Akiva, pregunta qué hacer cuando dos amigos se encuentran en el medio del desierto teniendo bebida suficiente que permitiría que uno solo de los dos pueda seguir vivo. La respuesta instintiva parecería que es mejor que los dos mueran, sin embargo el maestro nos enseña que “nuestra vida prevalece sobre la del otro”. Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano para que lo tomes en cuenta?» Pues lo hiciste poco menos que un dios, y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio”. Palabras más que claras, a las que les permito agregar, simplemente “porque lo creaste a Tu imagen”.
Shabat Shalom,
Rab. Yerahmiel Barylka
Parashat Nóaj
“Entra tú y toda tu familia en el arca, porque a ti he visto justo delante de mí en tu generación” (7:1)
¿Un “tzadik in peltz”?
Una de las preguntas más difíciles que nos presenta la Torá es la referida al Diluvio Universal y a su actor más visible, Nóaj. Si Nóaj es un justo, es una cuestión que en su momento, Rashí con proverbial maestría intentó contestar con la discusión entre Rabí Iojanán y Reish Lakish en Sanedrín, dejándonos de alguna manera, la elección en nuestras manos. Pero, aún seguimos preguntándonos si además del castigo a una generación que se había pervertido, el diluvio sirvió para que el ser humano sea mejor.
El diluvio universal fue un parteaguas en la Creación, provocando el nacimiento de una nueva, apenas bajaron las aguas. Uno de los más discutidos filósofos de las últimas décadas, Yeshayahu Leibowitz, veía que el mundo anterior al diluvio que fue creado por la Misericordia Divina, fue conducido sin seguir las reglas de la naturaleza. Según nuestra visión de normalidad todo en él era milagroso, en él no había orden definido, los cambios eran imprevisibles e ilógicos, las temperaturas pasaban de un extremo a otro sin que se sucedieran las estaciones, podía cambiar y ser destruido en cualquier instante. Pero, en el nuevo mundo nacido después del diluvio, hay normas universales que rigen la naturaleza y otras que rigen las conductas de los seres humanos, como los siete preceptos de los hijos de Nóaj decididos aún antes de la entrega de la Torá en Sinaí. El diluvio no cambió la naturaleza humana ni modificó las conductas de los seres humanos. La única diferencia es que, al establecerse la normatividad, aparece la posibilidad del castigo por el crimen cometido, lo que hace que hasta el mismo Nóaj pueda ser juzgado retroactivamente según esas pautas. Una vez que existe la norma se puede saber cuál será la consecuencia de su violación. D-os reconoce que el instinto del hombre es perverso desde su juventud, pese a lo cual promete no volver a maldecir la tierra por culpa suya, ni destruir a todos los seres vivientes, y mientras la tierra exista, habrá siembra y cosecha, frío y calor, verano e invierno, y días y noches. (Ver Bereshit 8:21-22). Si aceptáramos ese razonamiento, concluiríamos que el nuevo mundo es menos bueno que el anterior. El nuevo necesita de normas más claras, de regularidad, y ya no hay confianza en las capacidades humanas de elegir entre el bien y el mal si esos valores no son normados.
El Rabino Dr. Yechezkel Lichtenstein, nos dice que Noaj y su familia fueron los primeros habitantes del nuevo mundo, sólo que se encontraban vestidos en el momento del nacimiento del nuevo universo. Pero en las personas nada cambió. Nóaj se emborrachó, Jam fue maldecido, y el instinto de los seres humanos continúa siendo perverso desde la juventud. Pese a que el mundo ha cambiado, los seres humanos regresaron a ser lo que fueron antes. No escarmentaron con el terrible castigo. El rav de la yeshivá donde estudié, planteaba que también en otras oportunidades, D-os había reducido el “standard de excelencia” de sus criaturas, incapaces de elegir una vida más elevada. Enumeraba a las segundas tablas escritas por la mano de Moshé a diferencia de las primeras que, con el mismo texto, había escrito D-os mismo, a la discusión que los jajamim traen acerca de las críticas de Iosef a sus hermanos a quienes le exigía una conducta de mayor pureza, e incluso a la orden de regresar a la cueva que una Voz le diera a Shimón bar Iojai y a su hijo después que habían “quemado” a quienes se ocupaban de trabajos mundanos. El diluvio sólo logra corroborar que los seres humanos no pueden aceptar el nivel que se les exigía en la primera Creación.
En cuanto a Nóaj, tratado con superlativos difícilmente aplicados a ningún otro en toda la Torá, desde que escuché por primera vez el concepto de “tzadik in peltz”, -un pío envuelto en abrigo de piel- (que sólo está preocupado por calentarse a sí mismo en días de frío), no pude sino unirme a quienes interpretan muy relativamente su tzadikismo. La discusión de Sanedrín 108 a, aparece en Bereshit Raba entre rabí Iehudá y rabí Nejemiá, casi en los mismos términos: que fue tzadik, ambos coinciden, la pregunta es cuál fue el grado de su piedad. El versículo (7:1) en el que H’ le dice a Nóaj: “Entra tú y toda tu familia en el arca, porque a ti he visto justo delante de mí en tu generación”, limita de alguna manera el primero de nuestra parashá “Nóaj, hombre justo, era tamim –perfecto [¿?]- entre los hombres de su generación” (6:9).
Tamim es interpretado como humilde y paciente (Rashí), y como Tzadik en sus acciones y entero en su corazón (Ibn Ezra). Pero H’ no usa ni el término tamim y habla únicamente de la generación de Nóaj sin dar lugar a las especulaciones de otros tiempos. Rashí nuevamente magistral intenta solucionar el interrogante diciendo que “en presencia de la persona no se la elogia sino parcialmente”, por lo que no hay contradicción. También para H’, siguiendo ese criterio Nóaj es casi perfecto.
Sin embargo, regreso al modelo de tzadikismo pasivo de Noaj. Con su accionar se salvó junto a su familia, porque no era malvado. Pero, no ejerció el liderato que se podía esperar de él para salvar a los demás. En ello no puede compararse ni con Abraham ni con Moshé. El profeta Iejezkel, sigue esta línea de considerar tzadik a quien está en condiciones de salvarse de la destrucción (14 12): “Vino a mí palabra de H’, diciendo: «Hijo de hombre, cuando la tierra peque contra mí rebelándose pérfidamente, y extienda yo mi mano sobre ella, le corte el sustento de pan, envíe sobre ella hambre y extermine de ella a hombres y bestias, si estuvieran en medio de ella estos tres hombres: Noaj, Daniel y Job, solo ellos, por su justicia, librarían sus propias vidas, dice H’, el Señor”. Noj caminó con D-os, porque si no, no hubiera podido ser justo. Se hubiera caído. Necesitaba del apoyo. Y si él no podía sostenerse no tenía la fuerza para apoyar al otro. Abraham no necesitaba de ese apoyo. Caminaba solo. “Abraham tenía noventa y nueve años de edad cuando se le apareció H’ y le dijo: –Yo soy el D-os Todopoderoso. Anda delante de mí y sé perfecto” (Bereshit 17).
Nóaj se encerraba y temía mezclarse con la gente para no absorber de ellos lo negativo. Abraham salía a estar con todos sin temor alguno. Su fe era completa. Su fortaleza interior integral. De esa manera no sólo acercaba a las personas al judaísmo sino que los podía salvar de la destrucción. El conocía al otro. Se unía a él para tomar lo mejor y multiplicarlo.
Por último el midrash también compara a Nóaj con Moshé. Acerca de Nóaj sabemos que “comenzó a ser un hombre de la tierra”. Inició como justo y finalizó uniéndose a las partes más bajas de sí mismo. Moshé, fue llamado “el egipcio” en Shemot 2:19, llega a la categoría de ser “varón de H'”, en Devarim 33:1.
Las personas pueden iniciar abajo y elevarse si cumplen su misión particularmente si son líderes o maestros, y pueden iniciar alto y derrumbarse porque olvidan que uno no puede elevarse solo apartado de los demás.
Nuestra época, es en muchas actitudes prediluviana y de nuestros conductores esperamos que sepan involucrarse en el compromiso de salvar a los demás, enseñarles, unirse a ellos para lograr que mejoren y construyan una sociedad más justa y formen un pueblo que responda a los mandamientos y a los llamados de la ética y la moral.
Pero, diluvio ya no vamos a tener. D-os aceptó ya que no somos mejores que los de épocas pretéritas, ni que el diluvio nos mejorará aún más. Por eso, nuestro compromiso social debe ser aún mayor.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Parashat Lej Leja
Una de las características para llegar a Eretz Israel, es anular todos los sentimientos y deseos frente a la aspiración de H’
Rabino Yerahmiel Barylka
Al final de parashat Noaj leemos que: “Téraj salió de Ur de los caldeos rumbo a Canaán. Se fue con su hijo Avram, su nieto Lot y su nuera Saray, la esposa de Avram. Sin embargo, al llegar a la ciudad de Jarán, se quedaron a vivir en aquel lugar” (11:31). Allí, está más que claro, que Avram se dirige a Canaán llevado de la mano de su padre, y no por mandato divino, que no se dirigieron a una tierra que luego les iban a mostrar sino a un lugar muy definido. Pero, Teraj, no siguió su camino. Allí se quedó. Allí murió. No ingresó a Canaán, ni ingresó ningún miembro de su comitiva.
Es difícil aceptar que Teraj, que había sido un importante funcionario en el régimen de Nimrod, y había aceptado sus normas, se dejó llevar por su hijo rebelde y lo condujo para cumplir lo que recién aparece en el versículo siguiente, tal como lo explica Redak [1] , y parece más lógica la interpretación de Jizkuni (Rabi Jizkiahu ben Janoj) [2], que Teraj fue hacia Canaán con su familia en búsqueda de las tierras que como descendiente de Shem le correspondían, y que habían estado en manos de descendientes de Jam. Pero, que en esa caminata rumbo a la tierra no había ningún mandamiento espiritual. Pertenecía a los intereses del pasado y no del futuro. Teraj pudo haber llegado a Canaán – Israel, sin darse cuenta que estaba en Tierra Santa. También Avram hubiera podido llegar, sin saber qué superficie estaba pisando, si no hubiera oído el llamado de Lej Lejá.
Allí está toda la diferencia. Aquí está el contraste que vivimos todavía en nuestros días, entre quienes están en la tierra de Shem que les pertenece, por ser descendientes de Abraham y aquellos que están en su tierra por haber seguido el llamado de Lej Lejá, de cortar con el pasado, con creencias anteriores, con solidaridades caducas, con lazos familiares y con sus amistades, su cultura y su idioma.
El Salmista (45:10) nos deleita diciéndonos: “Escucha, hija, fíjate bien y presta atención: Olvídate de tu pueblo y de tu familia. El rey está cautivado por tu hermosura; él es tu señor: inclínate ante él”, describiendo la rebelión necesaria contra los padres y el lugar de nacimiento, para elegir seguir la senda de H’ que parece señalarnos el primer versículo de la lectura de esta semana. Sólo faltaría en él, el mandato de dirigirse a una tierra desconocida.
Cuando hay un Llamado, aparece un objetivo que va más allá de lo geográfico.
Sobre Teraj, no se hubiera podido aplicar el versículo que aparece poco más adelante: «Yo lo he elegido para que instruya a sus hijos y a su familia, a fin de que se mantengan en el camino de H’ y pongan en práctica lo que es justo y recto. Así H’ cumplirá lo que le ha prometido» (18:19), porque su viaje no tenía un mandato. No tenía nada que aleccionar a su familia más que en las artes de la subsistencia.
El llamado de Lej Lejá, resuena también para nosotros, estemos incluso residiendo en la Tierra de Israel.
Es una voz que no ha dejado de repicar en nuestros oídos y corazones desde entonces. Como que aún no hemos llegado a la heredad que no acabamos de descubrir porque todavía no se cumplió del todo el anuncio hecho a nuestro patriarca.
La diferencia parece estar marcada por lo que nos enseña el Sfat Emet [3] , citando el Midrash que también Rashí nos presenta: “¿Por qué no le reveló (H’) inmediatamente el lugar? – Para hacerlo amable a sus ojos y para poder retribuirle por cada paso, y el rav de Gur, nos da su respuesta: “Simplemente porque una de las características para llegar a Eretz Israel, es anular todos los sentimientos y deseos frente a la aspiración de H’. De allí debemos aprender el principio según el cual debemos estar preparados para oír y para aceptar lo que no podemos, que debemos mirar y escuchar lo que está por encima de nuestras percepciones”.
Si D-os le hubiera dicho a Avram, “sube a Israel”, Avram hubiera seguido siendo el mismo ser. El hijo del aristocrático Teraj preocupado por poseer más territorios, fiel a su rey y a su lugar de nacimiento, con capacidad de liderazgo que había aprendido las artes de la negociación y la guerra que luego debería usar, sólo hubiera cambiado su lugar de residencia y su espacio vital. Pero, difícilmente hubiera cambiado lo suficiente para convertirse en el Patriarca del Pueblo de Israel, para ser Abraham.
Ir a la “Tierra que te voy a mostrar”, implicaba un cambio interior muy profundo. Una verdadera transformación en la persona, en el espíritu y en la fe. Un corte. Una nueva dinámica. Implicaba una revelación y un descubrimiento. Exigía una dosis muy grande de humildad y preparación, para abrir los ojos y exigirse para descubrir esa muestra. Tener todos los sentidos puestos en saber ¿dónde estoy? ¿A quién soy fiel? ¿Cuál es mi misión? Poder cruzar el río y dejar a todos del otro lado. Ser ivrí-hebreo.
Ser ivrí, -estar del otro lado-, es ser capaz de vivir delante de todo el mundo luciendo unos valores que los demás o desprecian o ignoran o combaten.
Al llegar a Israel por el mandato divino, y no por orden del padre, Avram se comporta sin intereses. Puede pedir a D-os por los pecadores de Sdom, e intentar la paz con Avimelej el rey de los filisteos. Puede construir altares para un D-os invisible y lo que no es menos importante, poder litigar con D-os mismo, para intentar salvar las vidas de otros, que ni siquiera eran de su familia.
Avram puede ser el hombre de la fe total, por esa orden: “Como no me has dado ningún hijo, mi herencia la recibirá uno de mis criados. — ¡No! Ese hombre no ha de ser tu heredero —le contestó H’—. Tu heredero será tu propio hijo. Luego H’ lo llevó afuera y le dijo: —Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia! Avram creyó a H’, y el Señor lo reconoció a él como justo.” (15:3-6)
Cuando Avram recibió la orden Lej Lejá, pudo al fin liberarse de los dioses terrenales y poder mirar hacia las Alturas para descubrir allí, que lo que le anunciaban y que era absolutamente imposible por la lógica, sería real por la fe.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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3 Rabí Iehuda Arieh Leib Alter (1847-1905), es el segundo admur de la jasidut de Gur, que fue llamado Sfat Emet por los libros que escribió. Nació en Varsovia y quedó huérfano muy pequeño, por lo que pasó a vivir con su abuelo. Cuando le ofrecieron ser el rebe se negó y recién aceptó suceder a rav Janoj Henij Hacohen de Alexander cuando tenía sólo 23 años.
Parashat Vaierá
La atadura de Itzjak
El motivo de la akedá –la atadura o amarradura- de Itzjak es uno de los más apasionantes de las Escrituras y aparece en nuestras oraciones, en nuestra tradición, en el arte, y en nuestras fantasías y sueños.
Es considerado el máximo ejemplo de la fe. Después de todo, una anciana mujer estéril consigue al fin lograr su sueño de maternidad y el padre que ama a su hijo, al único de su vejez, debe atarlo y llevarlo a un altar, porque se lo piden su fidelidad y su amor a D-os.
Nuestros sabios, que vieron en el relato la muestra suprema de la lealtad, se permitieron preguntar y responder aquellos interrogantes que la mayoría de las personas no asienten plantear.
¿Cómo es posible que el primer monoteísta no dudara en conducir a su hijo hasta el altar y atarlo, tal como solían hacerlo los paganos de su época y aquellos que les siguieron en la mayoría de las culturas idólatras?
En las respuestas, muchos encontraron, nuevos elementos para certificar la fe absoluta de Abraham no sólo en el Creador sino en Su promesa de un futuro que surgiría de sus entrañas.
¿Cómo es posible que Abraham no percibiera lo que la Torá prescribe? Tanto en Vaikrá 18:21: “Y no des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Molej; no contamines así el nombre de tu D-os…” como en Devarim 18:9-10: “Cuando entres en la tierra que te da H’ tu D-os, no imites las costumbres abominables de esas naciones. Nadie entre los tuyos deberá sacrificar a su hijo o hija en el fuego; ni practicar adivinación, brujería o hechicería”. Es obvio que sabía que ésa no era la línea del judaísmo.
El Talmud en Taanit 4 a, intenta quitar el parecido entre la Akedá de Itzjak y los sacrificios relatados en las Escrituras cometidos por otros padres, evidentemente preocupado por el enfrentamiento entre la moral humana tal como es captada por la inteligencia y la concepción de la fe, que pueda entrar en conflicto con ella.
La guemará distingue claramente entre la predisposición de Iftaj de sacrificar a su hija, cuando salió a recibirlo después de la batalla y la del hijo del rey de Moav, con Abraham.
El rey de Moav, “al ver que perdía la batalla, se llevó consigo a setecientos guerreros con el propósito de abrirse paso hasta donde estaba el rey de Edom, pero no logró pasar. Tomó entonces a su hijo primogénito, que había de sucederlo en el trono, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla”. (Ver II Melajim 3: 27).
A Abraham, no se le ordenó degollar a su hijo sino “elevarlo allí”, y a él, le ordenaron expresamente “No pongas la mano en el niño, no le hagas nada” – ni un rasguño, ni una rasgadura. El suspenso del texto se disuelve con el final feliz. Se acabó la prueba. Empieza la vida. Recordemos que Itzjak le dijo a Abraham: “— ¡Padre! —Dime, hijo mío. —Aquí tenemos el fuego y la leña —continuo Itzjak —; pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto? —El cordero, hijo mío, lo proveerá D-os —le respondió Abraham”, (22:7), como que presintiendo lo que sucedería y proyectando su deseo.
El Rav Abraham Itzjak Kuk, de bendita memoria, expresaba que si el temor a lo celestial desplaza a la moral natural, no es puro. Pese a que, la moral humana es relativa y puede interpretarse controversialmente. Analicemos, por ejemplo, la afirmación de Reish Lakish, que “aquel que se compadece de los crueles, se vuelve desalmado con los piadosos” para percibir la relatividad de la expresión y las dificultades espirituales que podría provocar a quien intente aplicarla textualmente.
Pero, la ética, tal como es percibida por las personas, debe prevalecer frente a lo que es descubierto como temor celestial, excepto, haya, como en este caso, un mandato preciso, inequívoco, personal, y categórico. Hay que poner orden en la cabeza cuando alguien desea violar una norma alegando principios de fe, no prescritos.
Abraham tuvo que enfrentarse al dilema de cómo actuar frente a su otro hijo, Ismael, su primogénito, al que termina desheredando y expulsando, porque su conducta no condecía con los preceptos de conducta elevada que él mismo predicaba, entre ellos, el de no ser un salvaje asesino, un ” pere adam”. Y, también allí, debe recibir una instrucción precisa para actuar contra su concepción y percepción de lo correcto, después de haber aceptado la revelación de D-os.
Lo revolucionario del mensaje de nuestra parashá, es que Abraham decidido a aceptar la voz de D-os que pide el sacrificio de su hijo, tal como lo había visto en la casa de su padre, en el país de su nacimiento y formación, del que había salido en su lej lejá, tiene la grandeza de oír y aceptar la voz que le dice: ¡Alto! Quizás en ese momento haya podido comprender totalmente el mandato de abandonar lo que podría ligarle a su cultura anterior. —”Aquí estoy, —respondió. —No pongas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas ningún daño —le dijo el ángel—. Ahora sé que temes a D-os, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo” (Bereshit 22:12). Ahora está claro. La prueba fue exitosa. Abraham, entiende la contraorden, pese a que también el Midrash intenta decirnos que hizo algunos intentos de modificar la ordenanza que había recibido y para la que se había preparado. Comprende en un instante que H’ no puede exigirle ningún sacrificio humano. Que H’ no quiere la muerte de una persona, ni siquiera para darle vida a otro. Que rechaza también que un ser humano muera para salvar a la humanidad, tal como lo proclaman otros pueblos, con fe y con orgullo. No es ese nuestro pensamiento. Esa tradición nos es totalmente ajena y que bueno que sea así. Aprobar la muerte de una persona, por cualquier causa, no forma parte de nuestra cultura.
En una sociedad filicida como la que nos encontramos, es difícil aceptar, que después de la gran prueba por la que pasó Abraham exitosamente, el hombre de la fe por antonomasia, aacepta detener su mano a tiempo y ofrece gustosamente un sucedáneo.
Así nos brinda el mensaje de la Akedá, según el cual no queremos ni aceptamos la muerte y que así lo quiso expresar D-os a través del sumiso acto de la atadura de Itzjak, al que también se sometió el joven, desconociendo el principio de “a quien intenta asesinarte, levántate y mátalo”.
Para entender mejor el concepto podemos mencionar lo que dice Abraham Ibn Ezra, que de las palabras “D-os puso a prueba”, deduce que lo que H’ deseaba era sólo la prueba y no el resultado de la misma. Comprobar la reacción de Abraham pero no llevarlo a la consumación del acto.
En nuestra época, muchos oyen a los dioses que les dicen que sus hijos deben ser mártires – shahidim- en las guerras santas y padres y madres se enorgullecen cuando lo logran.
El amor de padres y madres en la cultura judía, destaca y acentúa, la continuidad a partir de la vida. D-os no quería la muerte de Itzjak, no la necesitaba, lo que quería es que nosotros como Abraham podamos escuchar la contraorden y hacerla norma.
Para que de Abraham surja “una grande y poderosa nación, y serán benditas por medio de él todas las naciones de la tierra. Porque le conocí y sé que ordenará a sus hijos y a su casa después de él, a fin de que guarden el camino H’ para hacer caridad y justicia; (Bereshit 18: 18-19), se necesitaba de vida. Esa vida que Itzjak ganó como derecho en su nacimiento.
Shabat Shalom,
Rab. Yerahmiel Barylka
Parashat Jaie Sará
La parashá de esta semana, Jaie Sara, nos trae en su contenido y también en su nombre, una serie de mujeres que ocupan un lugar trascendente del cual podemos llegar a conclusiones sumamente válidas para nuestra vida también hoy. Si bien nuestra parashá comienza con la muerte de Sara y la compra de su sepultura y por ello lleva su nombre, en su médula aparece el enlace entre Itzjak y Rivka y casi al pasar, una referencia el envejecimiento de Abraham. La vida misma en todos sus matices. El texto que habla de la muerte de Sara, se titula “la vida de Sara”, siguiendo el principio tan conocido que “los justos después de su muerte, son llamados vivientes”.
Quien deja tras de sí, una heredad tan importante como la de Sara, continúa viviendo en el tiempo, hasta nuestros días en los que hablamos de ella como si estuviera presente. Sus hijos siguen vivos y continúan su conducta, logrando que sus acciones perduren en nosotros. Por ello, la elección de la esposa de Itzjak, que debía ocupar el lugar de su madre en la tienda donde habitaba, es realizada con tanta minuciosidad y relatada con tanto detalle. No fue suficiente que Rivka no fuera hija de otras culturas y creencias contradictorias con el mensaje familiar, sino que necesitaba contar con las virtudes que permitan el encadenamiento de las generaciones. Itzjak no podía lograr la continuidad de Abraham y de Sara, sin una pareja.
“Un día, Abraham le dijo al criado más antiguo de su casa, que era quien le administraba todos sus bienes: -Pon tu mano debajo de mi muslo, y júrame por H’, el D-os del cielo y de la tierra, que no tomarás una mujer para mi hijo de esta tierra de Canaán, donde yo habito,…” (24:2-4).
Abraham conocía el nivel de la moral de sus vecinos, y no desea que su descendencia se una a ellos. En eso no transige. Interfiere en la libertad que gozaba Itzjak para formar pareja. Con ello, Abraham no juega.
“Irás a mi tierra, a mi cuna, y de allí escogerás una esposa para mi hijo Itzjak”. Punto. Abraham no interfiere en la elección de la pareja para su hijo mayor, Ishmael, que se enlaza con una mujer egipcia, tal como egipcia era su madre “habitó en el desierto de Parán y su madre lo casó con una egipcia” (21:21).
Abraham sabe qué hubiera deseado Sara y también la respeta. Itzjak se enamora de Rivka, y de los valores que trae consigo que son los de su madre. “Itzjak llevó a Rivka a la carpa de Sara, su madre, y la tomó a Rivka por esposa y la amó. E Itzjak se consoló de la muerte de su madre” (24:67).
La tienda de campaña de Sara representa según los comentaristas, no sólo el espacio físico, sino el mensaje espiritual. “Abraham (que tuvo con Ketura, seis hijos más) entregó todo lo que poseía a Itzjak. Y a los hijos de sus concubinas les hizo regalos y, los separó de su hijo Itzjak, mientras él todavía estaba con vida, enviándolos a las regiones orientales”, nos dice la Torá en el capítulo 25. Nuestro patriarca, actúa con los hijos de Ketura según el mismo modelo que había usado con el hijo de Hagar. Los separa de su casa, los aleja de Itzjak. No son como él. No deben influenciarlo. Deja a Ketura con sus hijos para que los eduque como ella siente, tal como dejó a Ishmael con Hagar. A toda vista, a los ojos de cualquier padre de nuestra época, esa actitud discriminatoria de Abraham con respecto a su descendencia subleva y provoca un sentimiento de desagrado. Incluso en el reparto de los bienes materiales que no entrega igualitariamente entre su descendencia.
No podemos disimular tampoco que el récord de continuidad ideológica de su prole tiene mucho que desear. La Torá nos dice que Abraham tuvo por lo menos ocho hijos, y sólo uno es merecedor de ser su continuación. Después de la muerte de Sara, se preocupa por la esposa de Itzjak, pero no muestra interés por las parejas de sus otros hijos. Para Itzjak envía a buscar por una mujer que sea lo más parecida a los de la madre de este hijo. Itzjak no aparece en el texto bíblico cuando su padre y su criado se preocupan por su continuidad. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía? Después de la experiencia de su atadura, no encontramos a Itzjak junto a Abraham. No se asoma en el relato de la llegada de Abraham, a Beer Sheva como había estado junto a su padre cuando se dirigían a pasar la prueba. Sus caminos se bifurcaron después de la experiencia. Los midrashim se dividen tratando de explicarnos dónde podría haber quedado. Algunos intérpretes lo dejan en el monte Moriá hasta su boda. Allí habría quedado después de la experiencia. Otros, dicen que Itzjak permaneció estudiando Torá, separado de su padre, en las yeshivot de Shem y de Ever y otros incluso, dicen que Itzjak llegó al Jardín de Edén y allí permaneció escondido.
Pero de pronto, “Itzjac había vuelto del pozo de Lajay Roí, -«Viviente-que-me-ve»-, él reside en la región del Néguev. Y salió Itzjac a deliberar (lasuaj) al campo, a la hora de la tarde” (24:62).
Itzjak regresó al lugar donde “Hagar dio a D-os, que hablaba con ella, el nombre de: «Tú eres el D-os que me ve», porque dijo: « ¿Acaso no he visto aquí al que me ve?» Por lo cual llamó al pozo: «Pozo del Viviente- que-me-ve»…” El lugar donde había nacido Ishmael, su hermano mayor. (16:13-14).
Después de su akedá, va al lugar donde estaba Hagar, ¿acaso para devolverla a Abraham?, como nos enseña Rashí citando el midrash, o ¿para unirse en el dolor y el sufrimiento de Hagar, identificándose con ella y con el de su hermano Ishmael? Lo que nuestros sabios comprendieron del término lasuaj, tan difícil de traducir, es que en ese espacio, Itzjak instituyó, la plegaria minjá, porque allí fue a elevar sus rogativas. Sintiendo lo que el salmista, con sus palabras inimitables nos dice (Tehilim 102) como modelo: “Oración de un afligido, cuando está angustiado y delante de H’ derrama su lamento. H’, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invoque”. La oración de Itzjak pasó a ser fija porque surgió de la congoja y de la zozobra, de las profundidades de su alma. En el mundo jasídico, se diría que en el campo, hasta el césped se une a la oración fortaleciéndola, y Rabí Jiiá bar Abá, aprende del versículo, que siempre debe elevarse la oración desde una casa que tenga ventanas (Brajot 31 a), para poder estar unido al medio que lo rodea, a las personas y a la naturaleza: “Los árboles de H’ están llenos de savia, los cedros del Líbano que él plantó. Allí las aves hacen sus nidos; en los cipreses tienen su hogar las cigüeñas. En las altas montañas están las cabras monteses, y en los escarpados peñascos tienen su madriguera los tejones” Para apreciar, ¡cuán numerosas son tus obras! H’, ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría!
Itzjak, se eleva aún más después de la akeidá, al unirse al dolor de Hagar, que le permite abrir su corazón en la oración, para poder desde ese momento, ver a Rivka. Desde el pozo del “Viviente que me ve”, puede ver a su pareja. “De pronto, al levantar la vista, vio que se acercaban unos camellos. También Rivka levantó la vista y, al ver a Itzjak, se bajó del camello y le preguntó al criado: – ¿Quién es ese hombre que viene por el campo a nuestro encuentro? -Es mi amo -contestó el criado. Entonces ella tomó el velo y se cubrió”. Recién entonces, pudo llevar a Rivka, tomarla por esposa, amarla, y consolarse por la muerte de su madre. Al fin, había encontrado a la sucedánea de la madre, la que educará a sus hijos, que son los de Abraham Itzjak y Iaacov, a los que nos referimos en nuestras plegarias. Sara ya no está con nosotros, pero, queda su espíritu. A partir de ella y de Rivka, continuamos nosotros, los hijos de Abraham, que no somos los únicos de él, pero, sí los únicos de Sara, que continúa viva en nosotros. La mujer. La que nos formó en sus valores. Los principios que tuvo Rivka, la esposa de Itzjak.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Parashat Toldot
y el conflicto entre hermanos
Rabino Yerahmiel Barylka
Esta parashá nos presenta un nuevo conflicto entre hermanos en la familia de nuestros patriarcas. Esta vez, preanunciado por los movimientos de los mellizos Esav y Iaacov, en la matriz materna, que se expresa posteriormente en la competencia por la primogenitura hasta su venta, y las maniobras por las bendiciones que el padre concede a sus hijos. La respuesta a la inquisitoria de la madre preocupada «Dos naciones hay en tu seno; dos pueblos se dividen desde tus entrañas. Uno será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor.» (25:23), sigue vigente aun en nuestros días y su expresión, más que simbólica, excede el marco familiar para presentarse, al igual que entre Itzjak e Ismael, en el ámbito universal.
La parashá nos trae la obra y vida de la única pareja monogámica de los patriarcas: Rivka e Itzjak. La única que no abandonó ni por un instante la Tierra de Israel, por lo que no fue a Egipto como Abraham y Iaacov, matrimonio que tuvo sólo dos hijos y una buena situación económica. “Itzjak sembró en aquella región, y ese año cosechó al ciento por uno, porque H’ lo había bendecido. Así Itzjak fue acumulando riquezas, hasta que llegó a ser muy rico” (Bereshit 26:12-13). Itzjak, Iaacov y Iosef nacen de madres que tuvieron que superar la esterilidad.
La diferencia entre esta pareja y la de Abraham y Sara ya aparece en el momento del encuentro. Abraham tomó a Sara. ¿Quién era Sara? ¿De dónde había salido? ¿Cómo se acercaron? – La Torá nada nos dice sobre ello, excepto en las genealogías. Sin embargo, nos presenta el momento del encuentro entre Rivka e Itzjak acerca del cual comentáramos la semana pasada. La Torá nos relata de qué manera, Rivka fue consultada antes de seguir al criado de Abraham a su locación. Así seguía el principio de la virilocalidad, fijar la residencia de los recién casados, en el lugar en que moraba el marido antes del matrimonio. “—Llamemos a la joven, a ver qué piensa ella —respondieron. Así que llamaron a Rivka y le preguntaron: — ¿Quieres irte con este hombre? —Sí —respondió ella. Entonces dejaron ir a su hermana Rivka y a su nodriza con el criado de Abraham y sus acompañantes. Y bendijeron a Rivka con estas palabras: «Hermana nuestra: ¡que seas madre de millares! ¡Que dominen tus descendientes las ciudades de sus enemigos!» Luego Rivka y sus criadas se prepararon, montaron en los camellos y siguieron al criado de Abraham. Así fue como él tomó a Rivka y se marchó de allí” (Bereshit 24:57-58).
Sin embargo, esa pareja casi ideal, tuvo que enfrentarse respecto a sus hijos que ya se habían enfrentado no sólo en el seno materno sino en las transacciones respecto a la primogenitura frente a la últimogenitura (el privilegio concedido al nacido en último lugar entre un grupo de hermanos)[1] pese a los caminos entreverados que recorren los hijos en búsqueda de mayores derechos antes sus padres. En esta nueva familia, el “bueno” para el padre, no lo fue para la madre, ni el “malo” de Itzjak fue otra cosa que el bueno de Rivka.
Hubiera sido lógico que Itzjak no se equivocara con respecto a su hijo. Después de todo, Iaacov “era un hombre entero, sentado en las tiendas”, alumno de Shem y Ever, los maestros de la época, y Esav era “hombre que sabe cazar, hombre del campo”. Pero, Iaacov nunca le reveló a su padre que había adquirido su primogenitura, quizás por vergüenza por el precio que pagó. Pero, Esav, siguió presumiendo de ese título. Itzjak que después de todo había gozado de su últimogenitura y elegido por Abraham su padre, no debía discriminar entre el primogénito y su segundo –pero lo hace-.
Rivka es la hija de Betuel, el arameo, palabra que en hebreo, si se le cambia el orden de las letras de aramí se convierte en ramaí, el embaucador, y nieta de Najor el hermano de Abraham que se había quedado junto a su padre y el resto de la familia aferrado a los bienes materiales, a su fe idólatra sin animarse a ingresar a Israel, pese a que le faltaban pocos pasos, y una decisión. La mujer debe luchar para poder cortar el cordón umbilical que la liga genéticamente con prototipos, que si bien forman parte de la familia patriarcal, no representan sus mejores virtudes. No en vano, el midrash la describe como una rosa entre espinas, parafraseando el Cantar de los Cantares. Ya en su primera aparición en las Escrituras se la ve, con personalidad definida y con una maravillosa predisposición para las buenas acciones, casi similares a las de su futuro suegro, la de poder recibir a los anfitriones y hacerles sentir bienvenidos y bien atendidos. Da de beber a los camellos y ofrece albergue a un desconocido. Rivka alcanza abandonar el hogar paterno a muy joven edad para poder desarrollarse en otro medio con otros valores. Su descubrimiento de las diferencias entre los dos hijos, le permite salvar la vida de Iaacov cuando logra convencer a Itzjak de enviarlo lejos del alcance de su hermano, después que hiciera todo para que Iaacov reciba las bendiciones destinadas a su hermano, que frustrado, deseaba matarlo. Actúa sin demora y sin revelar sus motivaciones a su esposo, que no puede o no quiere ver la realidad. No tiene problema de aceptar recibir el fruto del ofuscamiento de su marido contra su hijo preferido cuando le contesta antes sus protestas: “—Hijo mío, ¡que esa maldición caiga sobre mí! — le contestó su madre —” (27:12). Una vez salvada la vida de Iaacov refugiado en la casa de su familia, Rivka desaparece prácticamente de la escena bíblica, como que había cumplido con su disposición de crear continuidad en la sucesión familiar que luego se convertiría en un nuevo pueblo. Ni hay mención a su muerte, en las Escrituras, y nuevamente el midrash es quien intenta llenar el hueco, recordándonos que si bien Itzjak aún estaba en vida, era muy anciano, ciego y encerrado en el hogar, mientras Iaacov seguía en Padán Aram, para evitar que sea Esav quien la sepulte “sacaron sus restos en la noche (en secreto)- para que nadie maldiga la memoria de quien lo había amamantado”.
El punto común en la historia de la saga familiar de nuestros patriarcas pareciera estar ubicado en que el elegido para continuar la bendición de H’, en casi todos los casos, logra convertirse en ese papel después de haber pasado por infinitas pruebas, y lo logra muchas veces contra la voluntad del padre biológico[2]. Plantear el tema de esta manera y dejarlo abierto, nos permite renunciar a nuestra omnipotencia cuando pensamos que todo nos es comprensible.
Sin duda, las elecciones no tienen que ver con las convenciones humanas, sino con los méritos propios. El elegido es quien opta ser preferido por sus méritos. No es un tema familiar. David descendió de una mujer que se integró al judaísmo cuando los hombres de su propio pueblo no debían formar parte del judaísmo por mandato divino. De aquí deberíamos aprender que los caminos de H’ son totalmente indescifrables por nuestra limitada inteligencia. Por lo menos hasta que se cumpla la profecía de Ieshaiahu (11:1 in fine): “Del tronco de Ishaí brotará un retoño; un vástago nacerá de sus raíces. El espíritu de H’ reposará sobre él: espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor a H’. Él se deleitará en el temor de H’ no juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que oiga decir, sino que juzgará con justicia a los desvalidos, y dará un fallo justo en favor de los pobres de la tierra…”
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Parashat Vayetzé
–¿Soy yo acaso D-os, que te ha negado el fruto de tu vientre?” (Bereshit 30:1-2)
En los últimos años se ha puesto de moda enseñar indoctrinando y para ello, no sólo quienes lo hacen se alejan del texto sagrado sino que también ignoran, con intención o no, las investigaciones y comparaciones de los exegetas clásicos. Lo más grave es que la enseñanza mutilada, es contraria al espíritu de los jajamim z”l, que no temían a las letras de la Torá y de cada una sacaban las enseñanzas más valiosas. Es ese el espíritu que queremos, también en esta parashá, plantear aspectos muy humanos de nuestros patriarcas. Seguimos así esa vieja tradición y tenemos muy presente el versículo magistral, que nos enseña: “El ojo que se burla de su padre y menosprecia la enseñanza de la madre, que lo saquen los cuervos de la cañada y lo devoren las crías del águila” (Mishle 30:17). El desafío no es simple, pero, si deseamos honrar las enseñanzas de la madre, y dignificar las instrucciones del padre, debemos aceptarlo y ver de qué manera actos y palabras de nuestros antepasados tal como los trae la Torá nos brindan enseñanzas que perduran por los siglos.
Vaietzé -“Y salió Iaacov”. No fue. Rashí nos dice que el que se va a la golá, ‘sale’, no va. Fuera, ya no puede ver la “escalinata apoyada en la tierra, y cuyo extremo superior llegaba hasta el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles de D-os…” (Bereshit 28:12). Durante toda su estadía en la casa de Lavan H’, recién aparece nombrado al final para ordenarle regresar a la casa de sus padres. Mientras estaba en tierra ajena, aún cuando el peligro lo acosaba, debe arreglárselas solo.
Y Iaacov esa persona tan sensible y tan enamorada de Rajel, el mismo que en su encandilamiento recibe fuerzas que no contaba para mover la enorme piedra que guardaba la fuente, no siempre puede guardar todas sus virtudes y todos sus modales, fuera de su medio. Cuando tiene que apoyar y contener el dolor, reacciona con enojo. Su respuesta contradice la imagen que tenemos del patriarca. ¿Con quién estaba enojado Iaacov? – Acaso, ¿consigo mismo?, ¿con H’ cuya presencia percibía lejos? ¿con su Rajel, por la manera en que le reclamó?
También en nuestros días muchas mujeres gritan como Rajel “tráeme descendencia pues si no me siento como muerta”, pese al gigantesco adelanto en los tratamientos de fecundidad, impensable hace pocos años atrás, todavía no todos logran éxito en sus anhelos de paternidad y maternidad.
De la requisitoria de Rajel y de la respuesta de Iaacov, de este grito desesperado, de otra de nuestras figuras históricas que sufrió de esterilidad, podemos aprender magistralmente cómo manejarnos en situaciones difíciles, frente a personas que atraviesan por momentos de angustia y zozobra.
Lamentablemente, cuando la persona que está frente nuestro sufre ante escenarios que no siempre se pueden manejar, dominar o elaborar, no siempre sabemos cómo reaccionar, qué decir, qué hacer, cómo poder ser útiles, cómo sobrellevar la situación.
En nuestra parashá, nos encontramos con uno de los casos en los que una persona está desesperada y reclama de otra una ayuda que ella no puede conceder, por lo que reacciona con enojo que deja ver la frustración que siente por no poder satisfacer el pedido recibido.
Los versículos de la Torá: “Cuando Rajel se dio cuenta de que no le podía dar hijos a Iaacov, tuvo envidia de su hermana [que ya en ese entonces tenía cuatro descendientes] y le dijo a Iaacov: — ¡Dame hijos! Si no, ¡muero! Pero Iaacov se enojó muchísimo con ella y le dijo: –¿Soy yo acaso D-os, que te ha negado el fruto de tu vientre?” (30:1-2), hablan por sí solos. Rajel, no acepta esa respuesta. No la entiende. Pero, no protesta. Deseosa de lograr con su deseo le da la solución a Iaacov, la de una matriz sustituta, y le dice que tome a su criada Bilhá*.
Nuestros sabios compararon la respuesta de Iaacov a la angustia de Rajel, con la que dio Abraham a Sara, a su zozobra por la misma causa de su esterilidad. “Ya ves que H’ me ha imposibilitado de dar a luz; te ruego… y oyó (atendió) Abram el ruego de Sarai (16:2)”. Abram, deseoso de tener descendencia no menos que Sarai, no toma decisiones sin ella, y cuando ella viene a él, con el tema de la esterilidad y encara a su pareja, éste sólo reacciona escuchándola. Sin duda, esa actitud es la más recomendable. Abraham respondió como un sabio, nos dice el midrash, y Iaacov, desde sus entrañas.
La lección que nos da el Midrash, nos presenta varios principios de relaciones humanas. Las personas no pueden escuchar regaños cuando se encuentran deprimidas y angustiadas.
No se deben pronunciar admoniciones, ni llamar la atención, y reconvenir a quienes sufren. No se le ponen caras feas a una persona enojada ni se consuela a nadie cuando frente a él se encuentra el cadáver de la persona que quiere. Cuando queremos que alguien corrija su conducta, no necesitamos hacerle doler manipulándole puntos neurálgicos para tener éxito, con palabras amables, con una sonrisa y con un abrazo, se puede lograr mejor efecto.
En circunstancias aciagas del otro, hay que ser empático, asociarse al dolor, acompañarlo, dolerse juntos, estar en silencio, ofrecerse para servir. Llorar, oír la angustia, compartir la aflicción, sumarse a la agonía, ansiedad, amparar en el desamparo, sosegar en el desasosiego, descompostura, dolor.
En momentos de tribulación y zozobra se postergan las explicaciones eruditas y no se sacan conclusiones. No se disfraza la realidad ni se la disimula, por más dramática que sea. Se deja para otro momento la adulación, el halago, y la lisonja. No en el momento del gran dolor.
Pero…, todos tenemos la tendencia de actuar impulsivamente, de otra manera, de decir nuestras verdades, pese a que son duras. Y eso no ayuda a nadie. Ni a nosotros.
Entre la respuesta medida de Abraham y la impulsiva de Iaacov, el midrash prefiere la del primero.
Nuestra parashá comienza con la salida de Iaacov, y finaliza con su regreso a Israel.
La guemará en Ketuvot 100 b, nos dice: “quien habita en Eretz Israel, es como si tuviera D-os, y quien lo hace fuera, es como si careciere de El”, quizás la respuesta a la actitud de Iaacov se encuentre en este simple renglón del Talmud.
Entonces H’ le dijo a Iaacov: «Vuélvete a la tierra de tus padres, donde están tus parientes, que Yo estaré contigo» (31:3).
Allí volvió a ser el patriarca Iaacov.
Shabat shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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* Los nombres de los hijos de Bilhá nos enseñan que Rajel se consoló con ellos, y que además tenía claro que quien se los concedió no fue otro que H’, sin embargo continúa intentando ser madre. Ver el texto hebreo de 30: 6-8 “Y Rajel exclamó: «¡D-os me ha hecho justicia! ¡Escuchó mi plegaria y me ha dado un hijo!» Por eso Rajel le puso por nombre Dan. Después Bilhá, la criada de Rajel, quedó embarazada otra vez y dio a luz un segundo hijo de Iaacov. Y Rajel dijo: «He tenido una lucha muy grande con mi hermana, pero he vencido.» Por eso Rajel lo llamó Naftalí”. Rajel, entiende después lo que había entendido siempre, que la maternidad era un don divino: “Pero D-os también se acordó de Rajel; la escuchó D-os y le quitó la esterilidad. Fue así como ella quedó embarazada y dio a luz un hijo. Entonces exclamó: «D-os ha borrado mi desgracia.» Por eso lo llamó Iosef, y dijo: «Quiera el Señor darme otro hijo.» (30:22-24). Después de todo, la respuesta de Iaacov no fue alejada de la realidad. Véase que en el versículo aparece el Nombre dos veces, porque fue oída y recordada.
Parashat Vaishlaj
“Salió Dina, la hija de Lea que le había dado a luz a Jacob, a ver a las hijas del país. Y la vio Shjem hijo de Jamor, el jiveo, príncipe de aquella tierra; la tomó, yació con ella y la afligió” (Bereshit 34:1-2).
“Dijo R’ Berajiá en nombre de R’ Levi: Una persona tenía en su mano un trozo de carne, y cuando el ave de rapiña lo vio, voló hacia él y lo apresó. Así, cuando Dina hija de Lea, salió, la vio Shjem hijo de Jamor y la poseyó”. Midrash Rabá.
Lo que sucedió entre Shjem y Dina y posteriormente entre los hijos de Iaacov y ese grupo, presentan un desafío gigante a nuestros jajamim que intentan explicarnos las razones más profundas de la conducta humana y las reacciones de nuestros patriarcas. También deben enfrentarse a muchas preguntas. ¿Hay culpables? ¿La víctima tiene la culpa? ¿La educación que recibió fue equivocada? ¿Las actitudes de la madre que imita inconscientemente no eran las mejores? ¿El violador puede reparar su acción cuando, enamorado desea tomar a la víctima como esposa? ¿Después de la acción, cuál debe ser la reacción del entorno familiar? ¿A qué se debió la inacción del padre?
La Torá identifica a Dina en este contexto como hija de Lea, quien junto a Iaacov, se mantuvo en silencio después del terrible incidente por el cual había pasado la joven. Rashí, basándose en el midrash Bereshit Rabá 81, nos explica que la referencia a la madre y no al padre en el versículo, se debe porque también Lea, solía salir, tal como leímos previamente (30:16) “Cuando Iaacov volvía del campo, Lea salió a su encuentro…”
Como podemos ver, ese midrash, culpa a Lea por la salida de Dina, porque ella misma, salía…, atribuyendo a la víctima y a su madre lo que le sucedió, en lugar de hacerlo al violador.
Otros midrashim, adjudican el suceso a Iaacov, por haber escondido a su hija, cuando “aquella misma noche Iaacov se levantó, tomó a sus dos esposas, a sus dos esclavas y a sus once hijos, y cruzó el vado del río Iaboc” (32:22), para que no cayeran en manos de Esav, antes de su lucha con el ángel. Ya que el versículo habla de los 11 hijos, el midrash pregunta, ¿dónde está la hija que falta? Y contesta que “la colocó en una caja que cerró para evitar que el malvado Esav pusiera sus ojos en ella y la tome” (Bereshit Raba 76,9). ¿De qué se culpa a Iaacov? – de haber impedido que su hija se una a su propio hermano, cuando esa unión hubiera podido lograr modificar a Esav por la influencia de Dina y se hubiera producido, tal como comenzaba a ser tradición en la misma familia.
Hasta aquí la culpa es del padre o es de la madre. No es de la hija. No es de Shjem.
“Iaacov se enteró de que Shjem había violado a su hija Dina pero, como sus hijos estaban en el campo cuidando el ganado, no dijo nada hasta que ellos regresaron” (34:5). El padre que con valor había planeado hasta el último detalle su encuentro con su hermano y se había enfrentado durante largas horas luchando cuerpo a cuerpo con el ángel, de pronto queda silenciado. El midrash, nos trae la cita de Mishlé 11:12, que dice “el hombre de entendimiento se queda callado”, dándole un valor al silencio, que es el grito más fuerte y desgarrante del dolor. Iaacov no sabía aún que Shjem, “se enamoró de ella y trató de ganarse su afecto. Entonces le dijo a su padre: «Consígueme a esta muchacha para que sea mi esposa». Pero, parece que está dispuesto a aceptar a los habitantes de la tierra como parte de su familia. Pero, sus hijos, los hermanos de Dina no piensan así. “Al tercer día, cuando los varones todavía estaban muy doloridos, dos de los hijos de Iaacov, Shimón y Leví, hermanos de Dina, empuñaron cada uno su espada y fueron a la ciudad, donde los varones se encontraban desprevenidos, y los mataron a todos. También mataron a filo de espada a Jamor y a su hijo Shjem, sacaron a Dina de la casa de Shjem y se retiraron. Luego los otros hijos de Iaacov llegaron y, pasando sobre los cadáveres, saquearon la ciudad en venganza por la deshonra que había sufrido su hermana” (34:25-26).
Pero, si hay acaso, encontramos un silencio que amerita ser analizado es el de la misma Dina.
¿Qué pensaba Dina? ¿Quería o no deseaba quedarse en la casa de Shjem cuando sus hermanos la sacaron de allí? Si releyéramos el caso de Amnón y Tamar, encontraríamos allí la voz de Tamar expresando su sentir sin lugar a dudas.
En nuestra parashá, su sentimiento inexpresado da lugar a poner el acento en la relación entre la familia patriarcal, y las de los otros pueblos. El verbo utilizado repetidamente para describir la acción de Shjem es mancillar (el concepto hebreo es tumá, impureza ritual).
Es también el midrash arriba citado, que al equiparar la actitud del violador al de una ave de rapiña, deja establecido con claridad que los rapaces no van con vueltas, cuando quieren la presa la toman, se abalanzan sobre ella, no temen, y no les importa en manos de quien esté. Incluso si ponen en peligro su vida. La víctima, pues, no es la culpable. Tampoco su familia. Pese al terrible drama de Dina, la familia de Iaacov, a diferencia de la de sus padres y abuelos que tuvieron que expulsar a los hijos, permanece unida. Tendrán conflictos internos, no habrá exclusiones de parte del padre.
Después que se perdiera la oportunidad que quizás Iaacov deseaba, de integrar a toda la familia de Shjem que había pasado por parte del proceso de conversión al aceptar integrarse y pasar por la cirugía nada fácil para adultos de la circuncisión, le queda a Iaacov su propia familia. Los hijos de Iaacov, unidos en acciones innecesarias de castigo colectivo, y dos de ellos, también en el asesinato del grupo de Shjem, son reprendidos por su padre que cree en otro tipo de justicia. Ellos no habían hecho ningún intento de reparación, ni el que establece la Torá en Devarim 22: 29… “el hombre le pagará al padre de la joven cincuenta monedas de plata, y además se casará con la joven por haberla deshonrado. En toda su vida no podrá divorciarse de ella”.
Ya en su enfrentamiento con su hermano, Iaacov nos había brindado una lección que hay que prepararse para todas las eventualidades y usar todos los medios a su alcance para sobrevivir. Ya en la lucha con el ángel de la cual salió victorioso pero herido, sabía que de él se espera otra cosa. Pero, como padre, no siempre pudo lograr que sus hijos sigan su camino.
La discusión entre padre e hijos, parece formar parte del dilema de integración a otro pueblo que tiene otras normas de conducta, asimilarse y desaparecer de la historia, o separarse totalmente de esa posibilidad.
Cuando Iaacov ordena limpiar los ídolos, quizás hace referencia a aquellos que después de la acción de los hijos contra la familia de Shjem, los trajeron consigo.
-Coherencia- exigió Iaacov, si ya no nos mezclamos, (habrá pensado) tal como yo mismo luché para evitar siquiera dos tipos de valores en la familia e impedí que mi hija se quede con mi hermano, malvado a mis ojos, y ustedes siguieron ese principio y no aceptaron a la familia de Shjem pese a su circuncisión que es la muestra más valedera de la sinceridad que tenían de unirse con nosotros, quiten también los símbolos de la fe que no compartimos. La parashá debería haber terminado con estos versículos: “Entonces Iaacov dijo a su familia y a quienes lo acompañaban: «Desháganse de todos los dioses extraños que tengan con ustedes, purifíquense y cámbiense de ropa. Nos vamos a Bet El. Allí construiré un altar al D-os que me socorrió cuando estaba yo en peligro, y que me ha acompañado en mi camino.» Así que le entregaron a Iaacov todos los dioses extraños que tenían, junto con los aretes que llevaban en las orejas, y Iaacov los enterró a la sombra de la encina…” (35:2-5)
Shabat Shalom,
Rab. Yerahmiel Barylka
Parashat VAYESHEV
Las acciones de los seres humanos, se juzgan en las Alturas, no sólo por la forma en que la perciben los seres humanos, sino por sus intenciones, escondidas al ojo del observador terrenal[3].
Vayeshev comienza con Iaacov, pasa a Iosef, habla de Reubén y Iehudá, y finaliza con Potifar y el ministro de bebidas. Entre las figuras de la lectura semanal, se encuentran personalidades aparentemente menores como las de Tamar[1] y la esposa de Potifar que no aparece por su nombre en el texto, y que intenta seducir a Iosef y al fracasar hace que lo encierren para que luego se convierta en el gobernador de Egipto, trayendo a su padre y a toda su familia al primer exilio del pueblo judío. Son textos posteriores los que nos revelan que su nombre era Zalija.
Hay quienes especulan que ese incidente de Iosef es el que posibilitó el Éxodo y la recepción de la Torá porque sin él, el hijo querido de Iaacov, hubiera continuado siendo criado en la casa de Potifar y su familia no hubiera llegado a Egipto. Hay en esta interpretación, algo muy valioso, que es el mensaje que nos dice que una acción llevada a cabo en un lugar y en un momento, puede desatar una sucesión de acciones impensables en un primer momento e indescifrables para la mayoría de las personas. Claro, que los tosafistas que así lo interpretan, lo hacen muchos siglos después del suceso. Los contemporáneos no pudieron prever jamás lo que iba a suceder después. Hay en esta línea de pensamiento un mensaje para cada uno de nosotros que se apura en sacar conclusiones incluso de acciones inconclusas y derivar de ellas hipótesis y especulaciones.
Nuestros sabios juzgan con benevolencia no sólo a Tamar, a quien el mismo Iehudá da la razón, sino también a la esposa de Potifar (Ver Sotá 10 b, y Bereshit Raba 85, 2), acerca de quien afirman que había consultado a sus astrólogos que le habían revelado, que de ella (o de su hija) Iosef iba a tener descendencia. “¡Vengan y vean las obras de D-os, las cosas admirables que ha hecho por los hijos de los hombres!” (Salmos 66:5), es la invitación del salmista que sirve como introducción a esa interpretación. Nuestros sabios identificaron a Osnat hija de Poti Fera, el sacerdote de On, que según Bereshit 41:45, Iosef tomara por esposa como la hija de esa mujer (ver Ialkut Shimoni) [2].
Las acciones de los seres humanos, se juzgan en las Alturas, no sólo por la forma en que la perciben los seres humanos, sino por sus intenciones, escondidas al ojo del observador terrenal[3].
Son las mujeres de esta parashá las que toman iniciativas, no esperan que los hombres decidan por ellas, no son pasivas. Cuando su interés y por su intermedio, el interés del pueblo se haya en juicio deciden por el pueblo todo.
Sin embargo, otras fuentes nos traen una interpretación totalmente diferente de los mismos versículos, que nos llevan incluso a encontrar una figura jurídica que recién en nuestra época se ha impuesto que es la del “abuso de la autoridad” para obtener medios o acciones reprobadas. Hay por cierto, una escuela completa que intenta ver en esas mismas acciones el mal personificado[4].
En el Talmud (Sotá 32 a) la esposa de Potifar, es criticada porque confabulaba abusando de su posición de ser la cónyuge del amo de Iosef, que le confería autoridad sobre el criado, para disponer de él como mejor le placía. Uno de los midrashim nos cuenta que condujo a Iosef a pasear por el palacio, llevándolo de habitación en habitación, hasta llegar a su punto de destino y allí encontró un ídolo grabado en el cielorraso, que cubrió por respeto, antes de continuar con sus intenciones. A lo que Iosef la increpó diciendo, cubres un ídolo inerme para que no te observe tu accionar y al Santo Bendito que tiene ojos en todo lugar, ¿no temes?
Nuestros sabios comenzaron a llamar a Iosef a partir de este relato que aparece en el midrash “Iosef Hatzadik”[5], sin perjuicio que en la guemará rabí Iojanán interpreta el versículo: “Pero aconteció un día, cuando entró él en casa a hacer su oficio, que no había nadie de los de casa allí” (39:11), que también Iosef sabía de qué se trataba. Ese versículo es discutido también por Rav y Shmuel, quienes se cuestionaban si había ido a trabajar realmente o simplemente porque fue a hacer sus necesidades (en una velada alusión que sabía para qué causa estaba allí). Sin embargo, Iosef huye aunque deje en manos de la mujer sus prendas que servirán para encarcelarlo.
El relato de la Torá no lo dice expresamente, pero, es evidente que las autoridades, incluyendo a Potifar, no creyeron en la confabulación que la mujer tramó, aún usando argumentos que hacían referencia al origen y la clase social de Iosef: “–Miren, nos ha traído un hebreo para que hiciera burla de nosotros. Ha venido a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces. Al ver que yo alzaba la voz y gritaba, dejó junto a mí su ropa, y salió huyendo. Puso ella junto a sí la ropa de Iosef, hasta que llegó su señor a la casa. Entonces le repitió las mismas palabras, diciendo: –El siervo hebreo que nos trajiste, vino a mí para deshonrarme. Y cuando yo alcé mi voz y grité, él dejó su ropa junto a mí y huyó fuera. Al oír el amo de Iosef las palabras de su mujer, que decía: «Así me ha tratado tu siervo», se encendió su furor. Tomó su amo a Iosef y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey; y allí lo mantuvo” (39:14). Si Potifar hubiera creído lo que su mujer le dijo no hubiera encarcelado a Iosef sino lo hubiera mandado a ejecutar inmediatamente. Los midrashim nos relatan que distintas pruebas que intentó fabricar la mujer fueron llevadas a expertos que demostraron que eran un embuste. Pese a todo Iosef, sale de la trampa, y después de la cárcel llega a los máximos honores.
La mujer de las Escrituras, lejana estaba de ser objeto y sus acciones dejaron su impronta en nuestra historia como nación, como la dejan en nuestra historia familiar. Parece repetitivo, pero, conviene recordar que nuestros Padres y Madres fundadores, fueron seres humanos sometidos a los mismos deseos e instintos que como a nosotros mismos, nos enfrentan con pruebas que debemos pasar exitosamente, según nuestras propias capacidades. Si ellos pudieron, nosotros también somos capaces de ello.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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[1] Tamar debe enfrentarse con su suegro Iehudá, engañarlo, embarazarse de él teniendo mellizos. Uno de sus descendientes llegará a ser nada más y nada menos que David el rey de Israel, ascendente de quien esperamos el pronto nacimiento de Mesías.
[2] Jizkuni nos dice que haber tomado a la hija de Poti Fera como esposa, demuestra que no estuvo involucrado con la madre. Otros consideran que la misma familia de la mujer y Faraón necesitaban rehabilitar a Iosef después de lo que sufriera por la acción de la mujer. Para Faraón estaba claro que “el hombre inteligente y sabio”, sobre el cual “está posado el espíritu divino”, no podía haber caído en esa trampa. Es de suponer que Faraón citó a Potifar para verificar personalmente la verdad de la acusación y se convenció que no era sostenible. Por ello, Iosef no fue encarcelado sino en un instituto para detenidos políticos (39:20). La boda fue arreglada por el mismo Faraón.
[3] En varios discutidos casos, algunos de nuestros sabios son más que benévolos en sus interpretaciones, como es el caso de las hijas de Lot, en el que rabí Ieoshúa ben Korja, destaca en Nazir 23 b, que por la acción de la hija mayor, generaciones después tendríamos también como descendiente al rey David. El Santo Bendito fue quien hizo que en la cueva hubiera vino, que dieron de beber a su padre para que pierda la conciencia. Aparentemente esa indulgencia, se basa en las buenas intenciones de las mujeres que tenían según ellas entendieron una buena razón para su conducta, que era la de la salvación de la humanidad que creían podría desaparecer.
[4] Incluso nos encontramos con quienes reprueban a Iaacov por haber besado a Rajel, y a ella por haber sido besada tal como leemos: “Y sucedió que cuando Iaacov vio a Rajel, hija de Labán, hermano de su madre, y las ovejas de Labán, el hermano de su madre, se acercó Iaacov y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán, hermano de su madre. Luego Iaacov besó a Rajel, alzó la voz y lloró” (Bereshit 29:10-11). Sin embargo, hay consenso entre los intérpretes en no ver allí ningún acto reprobado.
[5] Los sabios aportan también otras explicaciones que justifican que le llamen el justo, a las que nos referiremos con la ayuda de H’ en el comentario de la semana próxima.
Parashat Miketz
Iosef y Janucá
Rabino Yerahmiel Barylka
“Iosef era el señor de la tierra, quien le vendía trigo a todo el mundo. Cuando llegaron los hermanos de Iosef, se inclinaron a él rostro en tierra. Iosef reconoció a sus hermanos en cuanto los vio; pero hizo como que no los conocía, y hablándoles ásperamente les dijo: –¿De dónde han venido? -Ellos respondieron: –De la tierra de Canaán, para comprar alimentos. Reconoció, pues, Iosef a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron.” Bereshit 42:6-8
Escribo estas líneas, de regreso en casa, en Israel, después de recorrer varios países de la Golá, y después de encender la primera vela de Janucá.
La crisis de la familia de nuestro patriarca Iaacov, nos acompaña también en esta parashá, Miketz. Es la segunda parte de la dinámica en las relaciones de los hermanos de Iosef con él. Hay hambre en su tierra por lo que Iaacov envía a sus hijos a Egipto para lograr abastecimiento. Llegan a Egipto y allí se encuentran con la sorpresa más grande: Su hermano, a quien no reconocieron, pese a ser reconocidos por él. Ahora él, es el fuerte. De pronto uno de los sueños del soñador se cumple cabalmente, sus hermanos “se inclinaron a él rostro en tierra”, pero, pese a ellos no se identifica. ¿Se sentía perplejo y confuso y por ello no reaccionó? ¿Con su sabiduría entendió que fue H’ le había brindado pasar por tantas peripecias, para poder ayudar a su familia? – pregunta Abarbanel*. ¿Hay otras posibilidades? ¿Cuáles? ¿Cuál sería la respuesta correcta?
Todos los años en el invierno boreal los relatos de la vida de Iosef y sus hermanos y los sueños de Faraón se entremezclan con las velas de Janucá. Cuando encendemos las candelas oímos los sueños de Iosef y nos detenemos ante la simpleza y la belleza de esas visiones.
El texto bíblico nos describe la apropiación de Iosef, el bello, el preferido, diciendo “porque fui robado de la tierra de los hebreos y aquí nada he hecho para que me pusieran en la cárcel” nos dice en Bereshit 40:15. Le nacen dos hijos cuyos nombres relatan la historia. “Y le nacieron a Iosef dos hijos antes de que llegaran los años de hambre, los que le dio a luz Osnat, hija de Puti Fera, sacerdote de On. Y al primogénito Iosef le puso el nombre Menashé, porque dijo: D-os me ha hecho olvidar todo mi trabajo y toda la casa de mi padre. Y al segundo le puso el nombre Efraím, porque dijo: D-os me ha hecho fecundo en la tierra de mi aflicción” (Bereshit 41:50-52).
No hay como el capítulo 88 de Tehilim, que trata el “enigma” del sufrimiento humano y que es considerado como un salmo que plantea la lamentación más lacerante, para describir lo que Iosef pudo haber sentido en su prisión. Lo que tantos otros seres humanos, alejados de sus destinos sienten, lo que perciben los perseguidos, los alejados, los sufrientes. Lo que percibieron los macabeos cuando se lanzaron a su lucha desesperante ante un enemigo mucho más fuerte. “¡Llegue mi oración a tu presencia! ¡Inclina tu oído hacia mi clamor!, porque mi alma está hastiada de males y mi vida cercana al Sheol. Soy contado entre los que descienden al sepulcro; soy como un hombre sin fuerza, abandonado entre los muertos, como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, de quienes no te acuerdas ya y que fueron arrebatados de tu mano. Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en lugares profundos. Sobre mí reposa tu ira y me sumerges en todas tus olas. Has alejado de mí a mis conocidos; me has hecho repugnante para ellos; encerrado estoy sin poder escapar. Mis ojos enfermaron a causa de mi aflicción. Te he llamado, H’, cada día; he extendido a ti mis manos. ¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será proclamada en el sepulcro tu misericordia o tu verdad en el Abadón? ¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas y tu justicia en la tierra del olvido? Mas yo a ti he clamado, H’, y de mañana mi oración se presenta delante de ti. ¿Por qué, H’, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro? Yo estoy afligido y menesteroso; desde la juventud he llevado tus terrores, he estado lleno de miedo. Sobre mí han pasado tus iras y me oprimen tus terrores. Me han rodeado como aguas continuamente; a una me han cercado. Has alejado de mí al amado y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas”.
Todas las personas pasan por los estados de dependencia hasta que adquieren su libertad. Primero dependen totalmente del Padre, y recién después y con mucho esfuerzo pueden comenzar a caminar solos. Pero, Padre responde cuando se lo busca, no siempre desea adelantarse al sufrir. De pronto el hijo debe gritar, pero, no todos los gritos se oyen. A veces forman parte de una multitud que los oculta. Otras, son sonidos no acompañados por la esencia. El grito no sólo es reacción por el dolor, puede ser por angustia. En la noche egipcia, silencio sepulcral. Como en las otras noches de los pueblos. No hay vida. Hay sueños. Pero, desde la prisión se oye el grito desgarrante. Grito de vida. Grito de valor. El miedoso no grita, dice nuestro rey David. Y Iosef se libera de la cárcel política. Allí había otros funcionarios que soñaban.
Y Iosef cambia su apariencia. La Torá recalca la nueva ropa de la misma forma como destacara la camisa a rayas. Iosef cambia sus indumentarias pero sigue siendo la misma persona. Así logra enfrentarse a la nueva cultura, tal como nosotros aprendemos en Janucá a confrontarnos con la que nos rodea y es ajena. Que nos pide ropajes que llegan a confundirnos. Iosef debe ir cambiando de sombreros y de ropajes en el proceso de la búsqueda de su identidad. Como tantos también en nuestra época, en tantos países. De la adolescencia como pastor pasa a ser tan importante. En sus funciones no sólo cambia de ropaje sino que también le dan un nombre nuevo, le entregan una mujer, y un puesto. Pero, cuando llega el momento, exclama: “Yo soy Iosef”,… sigo siendo el mismo pese a mis puestos a mis ropajes a mi mujer a mis cargos. No he cambiado. “¿Vive nuestro padre?” – pregunta, porque en él vive. Y en ese momento, ya no le interesa el poder, el lujo, ni el palacio. Sólo regresar a su D-os y a su familia, pese a que la misma tanto lo maltrató. Su vida fragmentada y rota se rearma como un rompecabezas y alcanza la perfección. No más vida doble. No más falsas identidades. Y entonces, estamos ya en Janucá con un mensaje similar.
Iosef se encarga casi personalmente de alimentar a todos pero maltrata, a los extranjeros que llegan, a los miembros de su familia. Ajenos al medio. Cercanos al virrey. Sin embargo, Iosef no solo los acusa sino que les exige a sus hermanos. Entre sus alforjas coloca la copa que le servirá para retenerlo a su lado y desprenderse de sus hermanos a los que envía a sus hogares. Y, Iosef, pese a su poder, sigue temiendo a sus hermanos. Los temores infantiles no se van tan rápido. A esos bravucones que quisieron desprenderse de él y lo lograron. Necesita estar seguro que esta vez no volverán a intentar exterminarlo. Necesitaba saber también como se comportarían con Biniamin, si contra él iban a actuar de la misma manera que ya habían practicado con él o si ya cambiaron las relaciones y las reglas del juego. Por suerte para Iosef y para nuestra historia familiar, esta vez los hermanos se unen en defensa del otro hijo de Rajel.
Iosef, el perseguido y censurado aún por su padre, llega a ocupar un cargo importantísimo y a ejercerlo muy bien. El soñador se ha convertido en un pragmático. Y allí, en la ajenidad, recupera su nombre, recobra su identidad, regresa a su familia, que es la manera de regresar a su pueblo.
Shabat Shalom y Janucá Saméaj desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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* Isaac Abarbanel que algunos nombran también como Abravanel (Lisboa, 1437 – Venecia, 1508) fue un teólogo, comentarista bíblico y empresario que estuvo al servicio de los reyes de Portugal, Castilla y Nápoles, así como de la República de Venecia. Sus antecesores pertenecían a una destacada familia de judíos de Sevilla, que emigró a Portugal tras las persecuciones de 1391 (Su abuelo, Samuel Abravanel, había sido tesorero de Enrique II y de Juan I, de Castilla). Fue tesorero del rey de Portugal, Alfonso V, pero, al relacionársele con un complot contra su sucesor, Juan II, huyó en 1483 a Castilla, donde residió primero en Plasencia, y posteriormente en Alcalá de Henares y Guadalajara. Fue agente probado, comercial y financiero, de Isabel la Católica, a la que prestó importantes sumas para financiar la guerra de Granada. Se negó a convertirse cuando el edicto de Granada dispuso la expulsión de los judíos de España, que él había intentado inútilmente evitar utilizando su influencia sobre la reina, y se instaló en el reino de Nápoles, donde estuvo al servicio del rey Ferrante y de su sucesor, Alfonso II. Cuando el reino fue invadido por Carlos VIII de Francia, Abravanel debió exiliarse a Sicilia con el rey Alfonso II. Posteriormente residió en Corfú, en la ciudad de Monopoli, en el norte de África, y por último en Venecia, donde falleció en 1508. (La biografía acerca de Abarbanel fue tomada de Wikipedia).
PARASHAT VAIGASH
El ayuno de Tevet
Invierno en Israel y en el hemisferio norte. Noches largas y frías en las que se puede estudiar un poco más. “De las largas noches de tevet, salieron muchos sabios.” Son éstos, días breves en Israel y en el Hemisferio Norte. Y enseguida comenzarán a alargarse como simbolizando que se acerca una nueva luz, la de la redención. Es un consuelo. Salimos de Janucá y ya nos encontramos envueltos en el ayuno del 10 de tevet.
Emergemos de Janucá, con el sentimiento que no hemos aprovechado la fiesta hasta el fin. Salida difícil, porque la razón del festejo, aún se encuentra en nosotros. Todavía nos hace falta. Nos enfrenta a dilemas, como si debemos iluminar únicamente nuestra casa, o si debemos sacar la luz extramuros e intentar después de reforzar nuestro particularismo para que se eleve y se convierta en parte de un mensaje universal. Después de la primera vela habíamos comenzado, un “crescendo” que se interrumpió abruptamente con la última vela. Como que necesitábamos un Janucá mucho más largo… Como que nuestros exilios y dolores, sirvieron, desde siempre para alimentar al otro con nuestra propia luz, a un precio demasiado elevado. Pero, ¿acaso se puede lograr algo sin pagar por ello?
Y en este sábado nos enfrentamos con el fiel cumplimiento de la profecía revelada a Abraham, cuando le dijeron que debía saber que sus hijos serían esclavizados. Para ello era necesario que abandonen sus casas y su tierra y se dirijan a la ajenidad. Es en Egipto, donde Iosef, asimilado al régimen que servía después de haber sido acusado y encarcelado, y haber salvado su economía, se encuentra al fin y revela su identidad a sus hermanos.
Sólo después, y con 22 años por medio se reencuentra con el padre que lo había preferido y que en su predilección por él, lo hace víctima de los celos de sus hermanos que casi le cuestan la vida.
La parashá nos trae el intento de Iosef de establecer una reforma agraria en Egipto, que quizás iría acompañada con una reforma espiritual en las relaciones entre los propios residentes que se encontraban bajo los designios de Faraón y de una burocracia sacerdotal que les impedía ser libres. Sin embargo, la reforma queda incompleta y quizás por ello, los descendientes de Iaacov quedan esclavizados. Pese al poder omnímodo de Faraón y la jerarquía de Iosef, su reforma no llega hasta el final dejando una clase de privilegiados que luego no renunciarían a sus prerrogativas: “De esta manera Iosef adquirió para Faraón todas las tierras de Egipto, porque los egipcios, obligados por el hambre, le vendieron todos sus terrenos. Fue así como todo el país llegó a ser propiedad de Faraón, y todos en Egipto quedaron reducidos a la esclavitud. Los únicos terrenos que Iosef no compró fueron los que pertenecían a los sacerdotes. Éstos no tuvieron que vender sus terrenos porque recibían una ración de alimento de parte de Faraón. Luego Iosef le informó al pueblo: -Desde ahora ustedes y sus tierras pertenecen a Faraón, porque yo los he comprado. Aquí tienen semilla. Siembren la tierra. Cuando llegue la cosecha, deberán entregarle a Faraón la quinta parte de lo cosechado. Las otras cuatro partes serán para la siembra de los campos, y para alimentarlos a ustedes, a sus hijos y a sus familiares. – ¡Usted nos ha salvado la vida, y hemos contado con su favor! – respondieron ellos-. ¡Seremos esclavos de Faraón! Iosef estableció esta ley en toda la tierra de Egipto, que hasta el día de hoy sigue vigente: la quinta parte de la cosecha le pertenece a Faraón. Sólo las tierras de los sacerdotes no llegaron a ser de Faraón” (Bereshit 47: 20-26).
Reformas a medias, inevitablemente, crean problemas. Pero, ya vimos en nuestro comentario de las semanas anteriores que sólo a través de perspectiva histórica alcanzamos a comprender el devenir de los acontecimientos y su causalidad. Nunca como en estos días del año, en los que salimos de Janucá, y nos adentramos en tevet ello es más actual, y la lectura semanal nos deja impresas pautas de interpretación que durante muchos años fueron indescifrables en su relación.
Este shabat proclamarán en los templos sefardíes solemnemente: “Hermanos de la Casa de Israel, oigan, el ayuno del décimo mes, será el día miércoles y el Santo Bendito lo convertirá en gozo y alegría, tal como está escrito: “Así ha dicho H’ de los ejércitos: El ayuno del cuarto mes, y el ayuno del quinto, y el ayuno del séptimo, y el ayuno del décimo, se tornarán a la casa de Iehudá en gozo y alegría, y en festivas solemnidades. Amad pues verdad y paz”.
La primera y traumática destrucción de Jerusalén se produjo por medio de Nabuconodosor el rey de Babilonia en el año 3338 de la Creación, a los 422 años AEC y la segunda destrucción alrededor de 200 años después que Matitiahu y sus hijos consiguieron devolver el reinado independiente a Israel. El ocho de tevet fue finalizada la traducción de la Torá al griego, versión conocida como la Biblia de los Setenta, también llamada Septuaginta, o Alejandrina, que es la principal versión en idioma griego por su antigüedad y autoridad. Su redacción se inició en el siglo III AEC (c. 250 AEC) y se concluyó a finales del siglo II AEC (c. 150 AEC), y fue considerada como una ruptura con el consenso que las Sagradas Escrituras debían quedar exclusivamente en su idioma original aún cuando durante algunos años e incluso siglos, en muchos países, el idioma sagrado no fuera dominado por el pueblo del Libro. El nueve murieron Ezra y Nehemia. El diez, Nabucodonosor comenzó la conquista de Jerusalén, sitiándola durante tres años, luego de los cuales las murallas fueron perforadas, en el mes de tamuz. “En el año noveno del reinado [de Tzidkiahu], a los diez días del mes décimo, Nabucodonosor, rey de Babilonia, marchó con todo su ejército y atacó a Jerusalén. Acampó frente a la ciudad y construyó una rampa de asalto a su alrededor. La ciudad estuvo sitiada hasta el año undécimo del reinado de Tzidkiahu. A los nueve días del mes cuarto, cuando el hambre se agravó en la ciudad, y no había más alimento para el pueblo, se abrió una brecha en el muro de la ciudad, de modo que, aunque los babilonios la tenían cercada, todo el ejército se escapó de noche por la puerta que estaba entre los dos muros, junto al jardín real. Huyeron camino a la Aravá, pero el ejército babilonio persiguió a Tzidkiahu hasta alcanzarlo en la llanura de Ierijo. Sus soldados se dispersaron, abandonándolo, y los babilonios lo capturaron. Entonces lo llevaron ante el rey de Babilonia, que estaba en Riblá. Allí Tzidkiahu recibió su sentencia. Ante sus propios ojos degollaron a sus hijos, y después le sacaron los ojos, lo ataron con cadenas de bronce y lo llevaron a Babilonia” (II Reyes 25:1-7).
En nuestra época se decidió que el ayuno del 10 de tevet sea el día del Kadish general por las víctimas del Holocausto cuya fecha de desaparición es desconocida, uniendo en la historia fragmentos del destino de nuestro pueblo.
“De las largas noches de tevet, salieron muchos sabios”, dijeron jaza”l, refiriéndose a la mayor disponibilidad de horas para abrir los textos y estudiarlos. En las noches largas del dolor, debemos aprender la periodicidad de nuestra propia historia, de nuestra vida, que aún espera la redención, en los días en los que se cumplan las profecías y los días de duelo se tornen a la casa de Iehudá en gozo y alegría, y en festivas solemnidades. Para que amemos verdad y paz.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Parashat Vaieji
Rabino Yerahmiel Barylka
Se nos está acabando el libro de Bereshit y no es fácil despedirnos de quien nos llenó de emociones todas las semanas y nos acompañó desde Simjat Torá, brindándonos la odisea de nuestros patriarcas. El Libro nos brinda enseñanzas invalorables sobre nosotros mismos ya que, lo queramos o no, somos un reflejo de nuestros padres y con sus historias nos educamos desde pequeña edad.
Nuestra parashá llama Vaieji, pese a que, (o, porque), nos habla de la muerte de Iaacov y de Iosef. Ya habíamos hablado de los justos que, aunque nos dejen, siguen considerándose como parte del mundo de los vivientes. Ello no evita el dolor que sentimos por las pérdidas irreparables, sufrimiento que crece con la desaparición de los piadosos y misericordiosos.
Durante todas estas semanas aprendimos de sus vidas. En ésta, también de sus muertes. Iaacov y Iosef saben prever y enseñar a sus descendientes. Entienden que el ser humano no es eterno y son conscientes del papel que les reservará la historia familiar, que ellos sabían desde Abraham que también sería nacional.
Por eso, Padre e hijo, ordenan que sus restos no queden enterrados en Egipto. Padre hace jurar a Iosef como leemos: “Cuando Israel estaba a punto de morir, mandó llamar a su hijo Iosef y le dijo: —Si de veras me quieres, pon tu mano debajo de mi muslo y prométeme amor y lealtad. ¡Por favor, no me entierres en Egipto!” (47:29) y Iosef indica a sus hijos bajo juramento: “Les dijo: «Sin duda D-os vendrá a ayudarlos. Cuando esto ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis huesos.» (50:25). Los últimos versículos de la última parashá nos documentan la procesión en la cual, Iosef y su familia, los siervos de Faraón y los ancianos de Egipto, acompañan a Iaacov a su sepultura en la cueva ubicada en Hevrón, en Canaán, frente a los ojos de todo el pueblo egipcio. “Entonces Iosef subió para sepultar a su padre; y subieron con él todos los siervos de Faraón, los ancianos de su casa y todos los ancianos de la tierra de Egipto, toda la casa de Iosef, sus hermanos y la casa de su padre; solamente dejaron en la tierra de Goshen a sus niños, sus ovejas y sus vacas. Subieron también con él carros y gente de a caballo, y se hizo un escuadrón muy grande. Llegaron hasta la era de Atad, al otro lado del Jordán, y lloraron e hicieron grande y muy triste lamentación. Allí Iosef hizo duelo por su padre durante siete días. Al ver los habitantes de la tierra, los cananeos, el llanto en la era de Atad, dijeron: «Llanto grande es este de los egipcios». Por eso, a aquel lugar que está al otro lado del Jordán se le llamó Abel-Mitzraim. Sus hijos, pues, hicieron con él según les había mandado, pues sus hijos lo llevaron a la tierra de Canaán y lo sepultaron en la cueva del campo de Majpela, la que había comprado Abraham de manos de Efrón, el heteo, junto con el mismo campo, para heredad de sepultura, al oriente de Mamre. Después que lo hubo sepultado, regresó Iosef a Egipto, él, sus hermanos y todos los que subieron con él a sepultar a su padre” (50:7-14).
Najmánides ya nos enseñó que “las acciones de los padres son señales para los hijos”, -lo que sucede a las raíces influye en el crecimiento de los retoños-, en las que vemos una enseñanza.
Estamos frente al inicio de un largo destierro, de una etapa de ajenidad. Un pueblo nace fuera de su lar y sus hijos descienden en todas las categorías de la impureza, al grado que, como lo señala nuestro contemporáneo, el rabino y escritor Jaim Sabato, citando a Ezequiel, que no es posible distinguir entre ellos y los locales: “En aquel día, con la mano en alto les juré que los sacaría de Egipto y los llevaría a una tierra que yo mismo había explorado. Es una tierra donde abundan la leche y la miel, ¡la más hermosa de todas! A cada uno de ellos le ordené que arrojara sus ídolos detestables, con los que estaba obsesionado, y que no se contaminara con los malolientes ídolos de Egipto; porque yo soy H’ su D-os. Sin embargo, ellos se rebelaron contra mí, y me desobedecieron. No arrojaron los ídolos con que estaban obsesionados, ni abandonaron los ídolos de Egipto. Por eso, cuando estaban en Egipto, pensé agotar mi furor y descargar mi ira sobre ellos. Pero decidí actuar en honor a mi nombre, para que no fuera profanado ante las naciones entre las cuales vivían los hijos de Israel. Porque al sacar a los israelitas de Egipto yo me di a conocer a ellos en presencia de las naciones”. (Ezequiel 20:6-9).
El profeta nos revela lo que el próximo libro Shemot, no nos dice tan despiadadamente: Que nuestros antepasados en el exilio egipcio estaban obsesionados por los ídolos detestables, eran rebeldes y desobedientes. Y que parte de las plagas se aplicaron también sobre ellos, pero que finalmente prevaleció la compasión sobre ellos y la ira por su inconducta se frenó.
Por ello, Iaacov necesita que saquen sus restos de la tierra de Egipto. Para enseñar a sus hijos que su permanencia allí es provisional. Para que también los residentes de Egipto comprendan en el dolor del duelo la unión de los hijos con el Padre, al que deberán seguir saliendo del pozo en el que estaban hundidos. No ser sepultado por esos hijos en tierra ajena, es demostrarles el desacuerdo con sus conductas. Ese también es el legado de Iosef que citamos. El sabía que: «Sin duda D-os vendrá a ayudarles”. Por eso, “cuando esto ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis huesos.» (50:24-25). Hay en este mensaje una promesa de redención, que no es nuevo, que no es producto de un descubrimiento de Iosef ni de una revelación personal, sino que se basa en la continuidad de la promesa de H’ a Abraham, Itzjak y Iaacov. Moshé el legislador, será quien transportará los restos de Iosef marcando que los Mandamientos no fueron dados en el vacío. Hay una línea de continuidad. Ese es nuestro pueblo. Por ello, Bereshit nos es tan valioso. Es nuestra Memoria. Es la memoria del pasado la que permite la redención del futuro. No hay redención fuera del pacto.
Iaacov y Iosef se proponen grabar esa historia en sus descendientes después de sus muertes, porque saben que esa será la relación que los unirá al Pacto.
Comenzamos con la orden dada a Abraham de dejar su tierra, su patria, la casa de su padre para dirigirse a una tierra que le será mostrada y nos despedimos no con el ingreso al exilio, sino en la marcha a la Tierra de Israel regresando a la tumba de los Patriarcas. Al lugar de la familia. Por ello, el exilio es provisorio, no es una condición definitiva. Hay un regreso. Si no se puede en vida, como sucedió durante tantos y tan largos períodos, que sea después de ella, como tantos pidieron imitando a Iaacov y a Iosef.
El regreso a la Tierra, unido a la memoria, es el mensaje de redención con el cual se clausura la parashá y todo Bereshit.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Shemot | Vaerá | Bo | Beshalaj |
Itró | Mishpatim | Trumá | Tetzavé |
Ki-Tisa | Vayakel | Pekudei |
SHMOT – ÉXODO
Parashat Shemot
“Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó y le puso por nombre Moshé diciendo: ” (Shemot 2:10).
Rabino Yerahmiel Barylka
Dejémonos llevar por los exegetas que, apasionados, se enfrentan para explicarnos el significado del nombre de Moshé, para poder apreciar la grandeza de nuestra parashá, que da comienzo al relato de uno de los momentos más aciagos de nuestra historia, que tiene algunos rayos de luz y muchas enseñanzas.
La parashá como todo el libro, conocido por su traducción latina como Éxodo, debería llamarse también en español “Nombres”, porque allí está su verdadera esencia.
Nos dice la Torá, en la que quizás sea la traducción más cercana al versículo: “Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó y le puso por nombre Moshé diciendo: ” (Shemot 2:10). Y, enseguida nos asalta la duda de si ¿La hija de Faraón acaso hablaba hebreo para poder ponerle ese nombre? – Rabí Abraham Ibn Ezra, obvia la dificultad diciendo que la hija de Faraón le puso el nombre egipcio “Munioz”, pero la Torá, lo cambió a Moshé siguiendo el verbo hebreo. Abarbanel, se disgusta con la interpretación trayendo ejemplos de nombres extraños que permanecieron en el texto bíblico en su lengua original, concluyendo que la Torá no traduce nombres. La hija de Faraón no hablaba hebreo, pero, ella no fue la que le dio el nombre al niño cuya vida salvara.
Quien había traído al niño era su madre, y lo lógico en la lectura del versículo, sería según él, -que ella lo llamara Moshé. Jizkuni nos trae un midrash según el cual la hija de Faraón se judaizó, y rabí Abraham Ibn Ezra nos dice también que ella, en realidad le puso ese nombre después de consultar con sus nodrizas. El Netziv**, observa que todos estos intentos de explicación giran alrededor del principio según el cual el nombre indica que el niño fue sacado de las aguas, y se pregunta, no sin razón, que si ¿acaso podemos suponer que la hija de Faraón deseaba que todos supieran el origen de ese niño?
Para él la explicación es otra y está basada en una palabra del idioma egipcio antiguo parecida a Moshé y que en realidad significa niño y no está relacionada con el concepto de que lo extrajeron del agua. Versión ésta confirmada por especialistas contemporáneos de la antigua lengua de los egipcios. No debemos ignorar que si el nombre se puso cuando Moshé creció y dejó de amamantarse, es más que probable que haya tenido otro nombre en casa de su familia. Pero, ese nombre nos es desconocido. Moshé permanece en la memoria por su salvación de las aguas, y ya no importa quien le concedió el nombre, esa será su personalidad, ese será su mojón para las acciones que emprenda. Hasta aquí una brevísima cita de algunos de los intentos de nuestros sabios de bendita memoria para descifrar el origen del nombre de Moshé nuestro maestro. Si siguiéramos trayendo otras citas y fuentes, nos encontraríamos con una búsqueda más que obsesiva.
Tal es el valor del nombre para el judaísmo. Tal es la importancia de poder determinar su significado y su símbolo.
Por lo que, avancemos un poco más en la historia personal de Moshé, el centro del segundo libro de las Enseñanzas. El niño Moshé nació en una época en la que otros niños eran asesinados para satisfacer el mandamiento faraónico, en que las madres y padres sufrían, en que el peligro de exterminio era palpable por todos, pero, él se crió en el palacio real sin que le faltara nada. Aquí yace quizás la solución al misterio de su nombre. Esa es la causa por la que debía llamarse Moshé, aún si ese nombre le fue dado por una persona egipcia. Ese es el nombre que le resonaba en sus tímpanos gritando la injusticia del sufrimiento del otro, más aún que su propia suerte. ‘Que de las aguas le habían sacado’ significaba nada más y nada menos que su vida no le pertenecería, si no era capaz de iniciar acciones derivadas de su situación. Su nombre fue la motivación que lo impelió a ver a sus hermanos en su sufrimiento, la causa por la que ya no pudo permanecer indiferente a ellos. Tiene una responsabilidad diferente. El fue salvado, él debe ser el salvador de sus hermanos. Así su nombre egipcio, se judaíza. Más que cualquier otro. Únicamente por su destino fijado en su nacimiento tan traumático. Destinado a morir, se salva. Cuando otros él tiene una vida de privilegio. Y, Moshé el sacado de las aguas, sacará de la esclavitud a su pueblo. Lo sabía cada vez que al nombrarlo, le recordaban su pasado.
Pero, hay más.
El Midrash Shemot Rabá, 1-10, toma el versículo “Contra H’ prevaricaron, porque han engendrado hijos de extraños; ahora serán consumidos en un solo mes ellos y sus heredades” de Oshea 5:7, para enseñarnos que cuando Iosef murió, los judíos incumplieron con el Pacto de la Circuncisión, diciendo, seremos como los egipcios. De allí aprendemos que recién Moshé los circuncidó a la salida de Egipto. Por ello, el Santo bendito “había convertido el aprecio que tenían los egipcios a los hijos de Israel en odio, tal como está escrito: “Después entró Israel en Egipto, Iaacov moró en la tierra de Jam. Y multiplicó su pueblo en gran manera y lo hizo más fuerte que sus enemigos, a quienes trastornó el corazón para que odiaran a su pueblo y se confabularan contra sus siervos” (Tehilim 105: 23-25).
Lo que nosotros deducimos, sin mucha dificultad, es que las relaciones entre los hijos de Israel y los locales eran correctas, mientras que aquellos, nuestros antepasados, supieron guardar las tradiciones de sus padres y su unicidad, pero, cuando intentan acercarse a los anfitriones borrando las señales del pacto de sus cuerpos, pierden el aprecio y son repudiados. Y así ha sucedido a lo largo de la historia de nuestro pueblo. Toda vez que intentamos borrar nuestros signos distintivos para congraciarnos con el otro, buscando ese camino fácil, quedamos desamparados y recibimos su repulsa y no su favor. La única respuesta posible pareciera ser la que nos trae Devarim 28:9-10: “Te establecerá H’ como pueblo santo para sí, como te juró, si guardas los mandamientos de H’ tu D-os y andas en sus caminos. Entonces verán todos los pueblos de la tierra que sobre ti es invocado el nombre de H’; y te temerán”.
La supresión de los símbolos de la identidad puede manifestarse también en otras acciones. Una de ellas, es el nombre que damos a nuestros descendientes.
En el nombre encontramos identidad. En algunos casos, la razón de la existencia. Con esos símbolos de la memoria, marcamos el futuro.
Shabat shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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* Mientras Moshé se salva de las aguas, los otros niños mueren ahogados y luego serán los egipcios quienes caigan en las profundidades…”Soplaste con tu viento, los cubrió el mar; se hundieron como plomo en las impetuosas aguas” (Shemot 15:10)
** El rabino Naftalí Tzvi Yehudá Berlín, conocido como el Netziv de Wolozin, (1817-1893), fue uno de los grandes sabios europeos del siglo XIX. Su padre fue comerciante y un sabio de la ciudad de Mir y casó a su hijo muy joven poco después de su bar mitzvá, con la hija de Rabí Itzjak el rabino de la yeshiva de Wolozin, y nieta de rabí Jaim Wolozin. Desde su boda se entregó al estudio de la Torá. Acerca de su humildad es más que ilustrativo que sus hijos, siguiendo su manera de pensar, se negaron a escribir al frente de uno de sus libros, su biografía alegando que ese era un consejo del “instinto maligno”. El Netziv fue un innovador en su forma de estudio del Talmud y de la Torá y pese a que estuvo inmerso en el estudio de su yeshivá también alcanzó a contestar preguntas prácticas de la Halajá.
La semana pasada hicimos algunos comentarios acerca del gran maestro y líder inigualable, Moshé la persona que nos va a guiar a lo largo de todo el libro Shemot –los nombres-.
En el comentario de Parashat Vaerá, vamos a preguntarnos el porqué de su elección como interlocutor de Faraón. ¿Por qué la persona “tarda en el habla y torpe de lengua”, es elegida como el vocero del pueblo judío encargado de tramitar el Éxodo de los judíos de la tierra de Egipto y de la esclavitud? ¿Por qué Moshé, que pide repetidamente pruebas que es D-os quien lo envía, temeroso que Faraón no le va a oír, y no su hermano Aarón, mayor que él por tres años, obediente, que hace con verdadera alegría todo lo que le solicitan?
D-os le pide a Moshé tres veces antes que éste acepte el encargo de ir a ver a Faraón. En cada oportunidad el mandato es levemente distinto, y en cada una Moshé discute con D-os.
En estos diálogos descubrimos nuevas facetas de la personalidad apasionante de Moshé, que en primera instancia no acepta en ninguno de estos casos el mandato divino y busca las maneras de no cumplirlo, pese a que al final termina llevándolo acabo. ¿Es ese el modelo de relación que nosotros propugnamos con H’ –el del diálogo y la recapacitación, o el ideal es en la obediencia inmediata?
La primera vez en que Moshé alega no poder cumplir con lo que D-os le pide es frente a la zarza ardiente. “Pero H’ siguió diciendo: —Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel. Me refiero al país de los cananeos, hititas, amorreos, frizeos, jiveos y iebuseos” (Shemot 3: 7-8), a lo que Moshé responde, que en realidad teme a su propio pueblo, según lo que nos dice la Torá: “Moshé volvió a preguntar: — ¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: “H’ no se te ha aparecido”? (4:1), y para no hablar con Faraón, alega otro argumento: “—Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra —objetó Moshé—. Y esto no es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo. Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar” (4:10). Moshé sabía que Faraón le iba a creer, por eso, al negarse, usa el argumento de sus dificultades en el habla. En ambos casos no se apura en obedecer.
En el siguiente encuentro: “H’ le había advertido a Moshé: «Cuando vuelvas a Egipto, no dejes de hacer ante Faraón todos los prodigios que te he dado el poder de realizar. Yo, por mi parte, endureceré su corazón para que no deje ir al pueblo. Entonces tú le dirás de mi parte a Faraón: “Israel es mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo para que me rinda culto, pero tú no has querido dejarlo ir. Por lo tanto, voy a quitarle la vida a tu primogénito.” » (4:21-23). Como que pidiéndole le informe lo que sucederá mucho tiempo después con la plaga de los primogénitos, como que eso ya estaba decidido plenamente. Pero, en ningún lado encontramos que Moshé le haya dado ese aviso a Faraón, ni que H’ le haya hablado acerca de las diez plagas, ni que esa comunicación tenga implícito o explícito el aviso que todos los primogénitos van a morir.
En el encuentro siguiente entre H’ y Moshé que tiene lugar después de la salvación de su hijo, leemos: “—Toma en cuenta —le dijo H’ a Moshé— que te pongo por D-os ante Faraón. Tu hermano Aarón será tu profeta” (7:1). ¿Qué significa que H’ pone a Moshé como dios ante Faraón?
Para intentar dar una respuesta a estos interrogantes, nos remitiremos a algunos versículos que todos conocemos muy bien, y que de alguna manera, aunque indirecta, nos llevan también al significado de su nombre, tal como lo desarrolláramos en nuestro comentario acerca de la parashá de los nombres –Shemot-.
“Ya en el camino, en una posada, H’ salió al encuentro de Moshé y quiso matarlo. Pero Tzipora, tomando un cuchillo de pedernal, le cortó el prepucio a su hijo; luego tocó los pies de Moshé con el prepucio y le dijo: «No hay duda. Tú eres para mí un esposo de sangre. Después de eso, H’ se apartó de Moshé. Pero Tzipora había llamado a Moshé «esposo de sangre» por causa de la circuncisión. H’ le dijo a Aarón: «Anda a recibir a Moshé en el desierto.» Aarón fue y se encontró con Moshé en la montaña de D-os, y lo besó” (4:24-27).
Moshé le debe la vida nuevamente a una mujer, esta vez a su esposa, la anterior a la hija de Faraón.
Y ese hombre, que fue niño criado en el palacio, tiene la sensibilidad de no poder ir a la casa de quien lo había adoptado, criado, educado y convertido en hombre, para anunciarle una desgracia. Ese respeto por la casa que lo hizo grande, le da el valor de enfrentarse incluso con D-os. Moshé quizás pensó: ‘si alguien debe ir a enfrentar a Faraón, que sea otro’. Él no podía. Si no hubiera salido a defender a sus hermanos, quizás le hubieran coronado Faraón o por lo menos su segundo. Hubiera sido el nuevo Iosef.
Quizás en ello estriba la razón de la elección. Moshé, -el sacado de las aguas-, el salvado de la muerte cuando sus hermanos eran asesinados cruelmente, debe sobreponer el deseo tan normal de gratificar a su benefactor, porque Faraón era un asesino. Muchas veces se producen identificaciones afectivas con delincuentes y asesinos que en la relación con algunos de sus cercanos son generosos y hasta simpáticos, que impiden comprender racionalmente la gravedad de sus actos.
Moshé era el más cercano al rey y era su opuesto en acciones y en sentimientos. Allí está la prueba. Por ello nadie sino él, pese a su dificultad para hablar, debía tomar ese papel que H’ le pide.
“Voy a quitarle la vida a tu primogénito”, es la frase que Moshé entiende, quizás porque su propio hijo mayor estuvo a punto de perderla y la hija de Itró, fue quien le salvó. La otra, es que H’ lo pone como D-os delante de su padre adoptivo. “No más lástima al tirano, -pudo entender Moshé- júzgalo por sus acciones como si fueras D-os”.
La relación de H’ con su pueblo es la de un verdadero padre con sus hijos. Y, Moshé, el elegido, comprende y actúa. Después de las dudas le vino la certeza. Después de la negación, la obediencia.
En ese momento, nace un libertador.
Shabat shalom, desde Sión.
‘En aquel día lo explicarás a tu hijo diciendo: “Se hace esto con motivo de lo que H’ hizo conmigo cuando me sacó de Egipto”’ Shemot 13:8
Nuestra tradición está colmada de acontecimientos históricos dramáticos, pero, según la Torá, no hay duda que el Éxodo es el acaecimiento más importante. Cuatro parashiot, Shemot, Vaerá, Bó, y Beshalaj tratan este tema y además existe un mandamiento muy peculiar “porque aprisa saliste de tierra de Egipto, para que todos los días de tu vida te acuerdes del día en que saliste de la tierra de Egipto” (Devarim 16:3). Normativamente cumplimos ese mandato todos los días con la lectura del Shemá, y además contamos con las referencias al hecho en las obligaciones de Shabat (Ver Devarim 8: 15), las tres fiestas de peregrinación (Vaikrá 23 y otros), el rescate de los primogénitos (Shemot 13:14), los tefilin (Shemot 13:16), y la lista continúa.
El relato debemos hacerlo largamente en la noche del Séder.
Paradójicamente no existe una obligación de relatar la recepción de la Torá en Sinaí, que pareciera ser uno de los dos objetivos del Éxodo, ya que el otro es el ingreso del pueblo liberado a su tierra. Tampoco existen acontecimientos que sirvan para “recordar la Entrega de la Torá”. La respuesta pareciera estar en: “Tomen un manojo de hisopo, mójenlo en la sangre que estará en una palangana, y unten el dintel y los dos postes con la sangre que estará en el recipiente. Que ninguno de ustedes salga de las puertas de su casa hasta la mañana, pues H’ pasará hiriendo a los egipcios, y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará H’ de largo por aquella puerta, y no dejará entrar al heridor exterminador en sus casas para herir. Guardarán esto por estatuto para ustedes y para sus hijos para siempre. Cuando entren en la tierra que H’ os dará, como prometió, también guardarán esta ceremonia. Y cuando les pregunten sus hijos: “¿Qué significa esta ceremonia?”, ustedes responderán: “Es la ofrenda de la Pascua de H’, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios y libró nuestras casas”». (Shemot, 12:22-27).
Pero, en estos versículos hay algo verdaderamente absurdo: ¿Acaso H’ no distingue por sí mismo cuáles son las casas en las que no debe castigar? La respuesta es más que obvia, entonces, ¿para qué toda la ceremonia? – D-os necesitaba cerciorarse si el pueblo que él deseaba sea verdaderamente libre, seguía con los temores de la esclavitud. Aquellos que expresaron, después de las primeras cuatro plagas, cuando Faraón les convocó y les pregunta qué es lo que desean, y Moshé y Aharón vuelven a expresarle que desean salir rumbo al desierto por tres días para adorar a H’ y Faraón contesta: “—Vayan y ofrezcan sacrificios a su D-os aquí en el país. —No estaría bien hacerlo así —contestó Moshé—, porque los sacrificios que ofrecemos a H’ nuestro D-os resultan ofensivos para los egipcios. Si a la vista de ellos ofrecemos sacrificios que les son ofensivos, seguramente nos apedrearán. Tenemos que hacer un viaje de tres días, hasta el desierto, para ofrecerle sacrificios a H’ nuestro Señor, pues así nos lo ha ordenado”. Así, hablaban los esclavos: Con temor. Temen ser lapidados por los dueños de casa, aún cuando estos se encuentran a la defensiva y en retirada y de esa manera les permiten seguir dominándolos. Por eso H’ pide ahora el sacrificio del cordero venerado por los egipcios. ¿Acaso también después de la Plaga Décima temerán? Quienes tenían que ver los dinteles pintados con sangre no era D-os sino los egipcios, los ex dueños de la voluntad de los hijos de Israel.
Por ello, debemos vernos en cada generación y en cada instante de nuestra vida, como si estuviéramos saliendo de Egipto, porque aún no hemos podido liberarnos de los patrones que nos sojuzgan en las naciones. Debemos recordar el Éxodo, porque sin él, no hubiéramos llegado a Sinaí. Sin él, no podríamos aceptar la Divinidad y sin él, no seríamos merecedores de estatutos y preceptos que sólo hombres libres pueden cumplir. Aún aquellos que nunca pisaron la tierra de Egipto deben expresar su recuerdo a esa acción y recordarla con los hijos, es para recordar que alguna vez nuestros padres temieron y sólo cuando se liberaron totalmente pudieron servir a D-os.
Esa es la acción que en definitiva nos convierte en un pueblo. Dado que también hoy, hay quienes temen afectar las creencias del otro, por sentirse en condiciones de inferioridad, el recuerdo a ese acto constitutivo no ha perdido actualidad.
Por último recordemos que en cuatro oportunidades aparecen las respuestas del padre a las preguntas que el hijo formulará, en Shemot 10:20, en 13:8, en 13:14, y en Devarim 6:20 (*), y ya los sabios del Midrash nos dijeron que las buenas respuestas son las que se ajustan a las capacidades de quienes formulan los interrogantes y que por lo tanto no hay una respuesta única y universal.
De allí que la Hagadá nos hable también de cuatro clases de hijos, a los cuales, se les podrá ajustar una respuesta según sus personalidades, sus capacidades, su sinceridad en la búsqueda de la respuesta.
Cuando volvemos a leer y a recordar la epopeya de la liberación, incompleta aún en nuestros tiempos, recordamos que la profecía de Irmiahu, parece cumplirse en nuestros propios días: »Por eso —afirma H’—, vienen días en que ya no se dirá: “Por la vida de H’, que hizo salir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto” sino: “Por la vida de H’, que hizo salir a los israelitas de la tierra del norte, y de todos los países adonde los había expulsado.” Yo los haré volver a su tierra, la que antes di a sus antepasados. (Irmiahu 16:14-15).
Quizás sólo dependa de de nuestra memoria y de nuestra acción.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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(*) Shemot 12:26: “Y sucederá que cuando sus hijos les pregunten: “¿Qué significa esta ceremonia para ustedes?, ustedes dirán: “Es un sacrificio de Pesaj a H’, el cual pasó de largo las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas. Y el pueblo se postró y adoró. Los hijos de Israel fueron y lo hicieron así; tal como H’ había mandado a Moshé y a Aharón, así lo hicieron”.
En 13:8, “Y lo harás saber a tu hijo en aquel día, diciendo: “Esto es con motivo de lo que H’ hizo por mí cuando salí de Egipto. Y te será como una señal en tu mano, y como un recordatorio en tu frente, para que la ley del Señor esté en tu boca; porque con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto. Guardarás, pues, esta ordenanza a su debido tiempo de año en año”.
En 13:14, “Y será que cuando tu hijo te pregunte el día de mañana, diciendo: “¿Qué es esto?, le dirás: “Con mano fuerte nos sacó H’ de Egipto, de la casa de servidumbre. “Y aconteció que cuando Faraón se obstinó en no dejarnos ir, el Señor mató a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito del hombre hasta el primogénito de los animales.”
Y en Devarim 6:20 “Cuando en el futuro tu hijo te pregunte, diciendo: “¿Qué significan los testimonios y los estatutos y los decretos que H’ nuestro D-os les ha mandado?, entonces dirás a tu hijo: “Éramos esclavos de Faraón en Egipto, y H’ nos sacó de Egipto con mano fuerte. “Además, H’ hizo grandes y temibles señales y maravillas delante de nuestros ojos contra Egipto, contra Faraón y contra toda su casa; y nos sacó de allí para traernos y darnos la tierra que El había jurado dar a nuestros padres. 24 Y H’ nos mandó que observáramos todos estos estatutos, y que temiéramos siempre al Señor nuestro D-os para nuestro bien y para preservarnos la vida, como hasta hoy. Y habrá justicia para nosotros si cuidamos de observar todos estos mandamientos delante de H’ nuestro Di-os, tal como El nos ha mandado.
“Y cuando Faraón envió al pueblo, y no los trasladó D’s por el camino de la tierra de los filisteos, porque estaba cerca, pues dijo D’s: quizás se arrepienta el pueblo al ver guerra y regrese a Egipto. … Y armados ascendieron los hijos de Israel de la tierra de Egipto. Y tomó Moshé consigo los huesos de Iosef, el cual había juramentado a los hijos de Israel diciendo: “Ciertamente les recordará D’s y harán subir mis huesos de aquí con ustedes”. Shemot 13:17-19
Los seres humanos, compartimos con los animales muchos sentimientos, entre ellos el miedo. Vivimos envueltos en temores. Algunos se deben a amenazas reales. Otros, son irracionales. Muchos de ellos se deben a factores incontrolables. Estamos rodeados de fantasmas que por más que sepamos conscientemente que sólo son espectros y sombras, no los podemos alejar. De ser un estímulo para nuestra defensa, a veces se convierten en una verdadera tortura paralizante.
Los tres versículos citados de la parashá de esta semana, nos llevan ante nuestros antepasados, que habían visto los prodigios del Éxodo, e iban armados cuando salieron de la esclavitud. Con sus armas, hubieran podido protegerse de sus enemigos. Pero, D’s entendió que debía conducirles por largas y complicadas rutas, no sea que ante la primera batalla se asusten y regresen a la esclavitud, de la cual habían salido hacía tan poco tiempo.
Llevaban sus armas, pero, se sentían desamparados e indefensos.
Eran las mismas personas, que habían visto desaparecer en las profundidades el mar al ejército más poderoso de la zona, sin que perdieran ni una persona. Que habían estado presentes durante las plagas. Todo ello no fue suficiente para brindarles confianza.
La cercanía de los dos versículos parece desear enseñarnos algo muy importante y difícil de entender. Y por si ello fuera poco, el tercero nos relata que Moshé tomó los huesos de Iosef y los llevó consigo, durante esa epopeya como si no tuviera suficiente labor frente a sí.
Esos esclavos redimidos no habían podido sacarse de encima los resabios de su estado de inferioridad. Su espíritu estaba tan bajo que ni siquiera los milagros y las maravillas de los que eran más que conscientes, podían ayudarles a superar sus suspicacias y desconfianza. Sus acorazados, sus lanzas, sus escudos, y toda la parafernalia que llevaban jamushim –armados-, no conseguían fortalecer sus corazones. Eran débiles de espíritu. D’s comprobaba de que manera quienes estuvieron tan cerca de la Revelación, no fueron capaces de entenderla, de asimilarla. Que la fe no tenía nada que ver con la comprobación de las maravillas y las señales. Esos ex esclavos no podían independizarse para presentarse libres ante Él. Pero, igualmente los amaba y los comprendía, por eso, en lugar de renegar de ellos, decidió llevarles por un largo camino para que pudieran por si mismos llegar a la certidumbre que alguien superior lucharía por ellos.
Esa generación no podía luchar porque carecía, de todo lo que el profeta Zejariá (4:6) había planteado a Zerubavel, no tenía espíritu, por eso su ejército, y su fuerza, de nada servirían.
Si quisiéramos explicar nuestros éxitos y nuestros fracasos, nuevos temores y nuestras frustraciones, encontraríamos en estos versículos una respuesta contundente. Subir armados no sirve para abandonar los temores, tener la mejor aviación del mundo no es suficiente para derrotar a quienes se esconden en escondrijos.
El dinero, esa arma de otros débiles, o el poder político, no son suficientes.
¿Qué le queda a esa generación para poder triunfar y llegar a la Tierra Prometida?
¿Qué nos queda a nosotros, que fuimos también testigos de otros milagros, en el inicio de la redención nacional que vivimos? Testigos de infinidad de sucesos que pasamos en la vida conducidos por la mano de la Providencia.
¿Qué solución podemos aspirar?
La respuesta está en el tercer versículo. En Moshé. En el líder. En el maestro. En quien ve los detalles. En el humilde.
Moshé no abandona el cadáver de Iosef. Tiene infinidad de obligaciones pero no renuncia al compromiso que el pueblo adquiriera. Iosef había anunciado que D’s aparecería y que su presencia podría ayudar. El conocía a sus hermanos.
Moshé lleva consigo el ejemplo del tzadik y con su osamenta les dice a toda su generación que pueden emprender camino, hay quien los elevará, si saben interpretar que aún después de muerto quería llegar a reposar en Israel. Moshé enseña que no se dejan cadáveres en el camino. Que se cumple con la palabra empeñada y si los restos de Iosef habían llegado hasta allí, iban a llegar al destino exigido.
Moshé recurre a ese mandato del espíritu. El sabe que la fe regresa a veces por pequeños actos.
Los huesos de Iosef son más poderosos que todos los armamentos que lleva el pueblo, tal como poéticamente dijeron nuestros sabios en Ialkut Tehilim, sobre el versículo “El mar lo vio, y huyó”, preguntando ¿qué vio el mar que lo hizo huir? – los huesos de Iosef. Las aguas tormentosas se no pueden imponerse ante el espíritu.
El temor del individuo se supera aplicando la receta del profeta Irmiahu (17:7) “¡Bendito el hombre que confía en H’, y H’ será su confianza”, cuando la persona tiene fe en D’s, fe plena, total, tendrá como premio la fuerza, la seguridad, la vida, la salud, la felicidad, la integridad que sólo H’ puede brindarle.
Shabat shalom, desde Sión.
Rab. Yerahmiel Barylka
No debemos olvidar jamás que borrar el recuerdo de Amalec nos obliga a recordarlo de continuo.
Casi en la parte final de la parashá de la semana pasada, -Beshalaj-, leímos acerca del traumático encontronazo del pueblo judío con Amalec. “Entonces vino Amalec y combatió contra Israel en Refidim. Y Moshé dijo a Iehoshúa: –Escoge algunos de nuestros hombres y sal a combatir contra Amalec. Mañana yo estaré sobre la cima de la colina con la vara de D-os en mi mano. Iehoshúa hizo como le dijo Moshé y combatió contra Amalec, mientras Moshé, Aharón y Hur subieron a la cumbre de la colina. Sucedió que cuando Moshé alzaba su mano, Israel prevalecía; pero cuando bajaba su mano, prevalecía Amalec” (Shemot 17:8-11). En esos instantes, la situación de los hijos de Israel aparentemente era buena, tanto desde el punto de vista económico como militar, antes de ser atacados por Amalec que lo hizo cuando, tal como es descrito en Devarim 25:18, “te salió al encuentro, estando tú cansado y agotado y sin temor de D-os, desbarató tu retaguardia y a todos los debilitados que iban detrás de ti”. Pero, ellos pudieron atacar únicamente después de cerciorarse cuál era la situación de los ex esclavos que pusieron a prueba a H’, diciendo: “¿Está H’ entre nosotros, o no?”
Los amalecitas no iniciaron un ataque frontal, se dirigieron a aquellos judíos cansados y agotados, incapaces de defenderse. A aquellos que dudaban de H’ tanto como de sí mismos.
Preguntaban si acaso está D-os entre ellos. Estaban abandonados, descuidados y desprotegidos, porque así se sentían.
La realidad era otra, pero no la percibían. Moshé comprende perfectamente las circunstancias y las debilidades del pueblo y convoca a Iehoshúa para planificar una respuesta correcta, aún antes que H’ ordenara la destrucción total de ese pueblo. “Escoge algunos de nuestros hombres” – elegidos por su fortaleza, por su temor al pecado, gente conocida, dicen nuestros exegetas. “Sal a combatir” a su terreno; no los esperes, toma la iniciativa.
Todo ello mientras las manos de Moshé se mantienen en alto y el pueblo eleva sus ojos, con fe, a lo Celestial. Esa era la respuesta única a la pregunta abierta de si “¿Está H’ entre nosotros, o no?”. Estaba, claro que estaba, pero, sólo para aquellos que pudieron sobreponerse al cansancio y mirar a las alturas.
En nuestra Parashá Itró, -la que quizás debió haberse llamado la Revelación de Sinaí-, hallamos el encuentro de ese sacerdote politeísta con el pueblo judío. “Y oyó Itró, sacerdote de Midián y suegro de Moshé, todas las cosas que D-os había hecho a favor de Moshé y de su pueblo Israel, y cómo H’ había sacado a Israel de Egipto”. Nuestros sabios contestan que Itró oyó el cruce del Mar Rojo y la guerra contra los Amalecitas. –Un hecho sobrenatural, y una guerra de guerrillas aparentemente ganada por la fuerza de la espada después de muchas pérdidas-. Los sucesos se produjeron muy cercanos en el tiempo y en el espacio, pero, Itró además de tratar de ver de cerca a ese pueblo capaz de orar y de empuñar las armas, de confiar en milagros y de defenderse con tácticas y estrategias, también percibió el espíritu unido en un solo corazón cuando el pueblo de Israel se predisponía a recibir los Diez Mandamientos y expresar su voluntad de someterse a la normatividad divina.
Itró los percibió distintos a todos los pueblos, después de haberse llegado a preguntar faltos de fe, si H’ se encontraba entre ellos, se habían recompuesto.
Es ese mismo Itró que luego recomendará a su yerno que seleccione “de entre todo el pueblo a hombres capaces, temerosos de D-os, hombres íntegros que aborrezcan las ganancias deshonestas”, y los ponga al frente de ellos como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez, comprendiendo mejor que nadie las características del pueblo judío.
¿Por qué traemos estos encuentros en nuestro comentario semanal? Porque la cercanía en el orden de la lectura de la Torá de la guerra de Amalec y de la aparición del suegro de Moshé, no puede ser casual. Tiene tras de sí, un mensaje fundamental. Pareciera estar destinado al pueblo judío de todas las épocas.
Si deseamos que los pueblos de las naciones nos vean como sus reflejos, provocaremos que ellos se comporten con nosotros como Amalec, aún si nos percibieran fuertes. Esperarían el momento de cansancio para abalanzarse encima de nosotros y causarnos el mayor daño. Buscarían averiguar nuestros niveles de fe y cuando nos perciban flaqueando irán por detrás a herirnos. Y en esos momentos, deberemos recurrir a todas las tácticas militares, a todos los subterfugios, pero, si no vamos a tener capacidad de mirar hacia las alturas, seremos derrotados irremediablemente.
En esas circunstancias, nos quedará únicamente la opción de luchar y separarnos. Alejarnos del peligro y si pudiéramos, destruir a quien quiere demolernos y asesinarnos.
Por ello no debemos olvidar jamás que borrar el recuerdo de Amalec nos obliga a recordarlo de continuo.
La reciprocidad o multi-reciprocidad, que es uno de los pilares fundamentales en las relaciones entre las personas y las instituciones, está evidentemente fundada en la acción que provoca reacciones diferentes según sean los estímulos y en la percepción que cada parte tiene de la otra. Esa reciprocidad en las percepciones se da entre las naciones y dentro de ellas, entre las minorías y mayorías. El largo exilio de los judíos y su dispersión entre las naciones, les provocó tratamientos distintos en el tiempo y en el espacio. Ello, nos permitimos señalar, siguiendo la lectura de estas semanas, está relacionado a esas percepciones del otro y nos muestra la línea de una tendencia. Porque, cuando analizamos al nuevo encuentro recibimos una lección distinta. Si estuviéramos unidos. Si aceptáramos la normatividad y eligiéramos el camino por nosotros mismos sin querer imitar el de otros, podríamos recibir con los brazos abiertos no sólo a la familia de Itró, sino también a sus lecciones y consejos sin que ello nos aleje de nuestra esencia y de nuestras tradiciones. Cuando estamos unidos para recibir las Tablas de la Ley, los otros vendrán en son de paz a unirse a nuestra verdad.
Como siempre y como en todo, también en esto, elegimos el camino. El propio y el del otro. Nos perciben como nos percibimos. Nos atacan en nuestra debilidad, nos respetan en nuestra fuerza. Nos obligan a encerrarnos cuando somos frágiles, nos fortalecemos y expandimos cuando somos coherentes con nuestra fe, seguros de nuestro presente, convencidos de nuestro futuro.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
“Éstas son las leyes que tú les expondrás: »Si alguien compra un esclavo hebreo, éste le servirá durante seis años, pero en el séptimo año recobrará su libertad sin pagar nada a cambio. »Si el esclavo llega soltero, soltero se irá. » Si llega casado, su esposa se irá con él. » Si el amo le da mujer al esclavo, como ella es propiedad del amo, serán también del amo los hijos o hijas que el esclavo tenga con ella. Así que el esclavo se irá solo. » Si el esclavo llega a declarar: “Yo no quiero recobrar mi libertad, pues le tengo cariño a mi amo, a mi mujer y a mis hijos”, el amo lo hará comparecer ante los jueces, luego lo llevará a una puerta, o al marco de una puerta, y allí le horadará la oreja con un punzón. Así el esclavo se quedará de por vida con su amo”. (Shemot 21:1-6)
“Y subió Moshé y Aharón, y Nadav y Avihú, y setenta de los ancianos de Israel y vieron al D-os de Israel y debajo de sus pies había como un pavimento de zafiro, semejante en pureza al mismo cielo” (Shemot 24:10)
Es evidente que tras las afirmaciones de este último versículo, hay secretos insondables. Se encuentran en él, cuestiones muy profundas. ¿Habla de los pies de H’?
¿Moshé y los ancianos vieron al D’os de Israel? ¿Acaso no habíamos estudiado en Shemot 33:20, que no es posible ver a H’ sin morir como dice: “No podrás ver mi rostro, porque ningún hombre me verá y quedará vivo”? Nadie puede ver la Revelación Divina que lo que está preparado, sólo puede llegar a Él por su fe. Shimshón Rafael Hirsh1 z”l, se preguntaba ¿quién posee la valentía para intentar dilucidar este versículo? Ibn Ezra sale al paso del problema diciendo que vieron pero en el sueño profético. Rashbam dice que vieron con sus ojos. Jizkuni, siguiendo el Midrash, dice que los ladrillos que tuvieron que confeccionar nuestros antepasados estaban manchados con la sangre de sus pies lastimados por las espinas, los abrojos, ortigas, aguijones y cardos que se encontraban en la capa de materia orgánica muerta entremezclada con tallos vivos que se acumula en la superficie del suelo y que usaban para hacer los ladrillos, incluyendo los restos de la placenta de los embriones que las madres perdían por la dureza del trabajo. Y esos restos estaban bajo los pies donde D-os se posaba, según lo que los ancianos veían en la superficie por sus ojos o sus sueños proféticos.
Unos hacen palacios en este mundo explotando sangrientamente al otro, otros necesitan elevarse para hacer palacios en el mundo venidero que pueda basarse en sus actos. El zafiro estaba allí para que H’ no “pueda” olvidarse lo que hicieron con sus hijos. La placa de zafiro, gritaba su presencia brindando su luz azul para que no haya olvido. Para la construcción del Trono de su Gloria, se usó ese material, el mismo que iba a permitir el grito de “haremos y oiremos” en la recepción de la Torá.
Todo el pueblo se desangraba unido en búsqueda de su objetivo que en Egipto se veía tan lejano. Pero, en las alturas no había olvido. Cuando Moshé, Aharón, Nadav, Avihu y los setenta sabios se acercan al Monte, ven visiones imposibles de concebir. Están envueltos en el espíritu de la profecía. ¿Era un ladrillo que hicieron los esclavos y que fuera llevado al trono? ¿El zafiro contenía la sangre derramada? – como lo expresa Ionatán ben Uziel tal como lo dijo Rashbam? Pero, a partir de la visión, Moshé se aleja y asciende sin compañía. “H’ le dijo a Moshé: «Sube a encontrarte conmigo en el monte, y quédate allí. Voy a darte las tablas con la ley y los mandamientos que he escrito para guiarlos en la vida.» Moshé subió al monte de D-os, acompañado por su asistente Iehoshúa, pero a los ancianos les dijo: «Esperen aquí hasta que volvamos. Aharón y Jur se quedarán aquí con ustedes. Si alguno tiene un problema, que acuda a ellos.» En cuanto Moshé subió, una nube cubrió el monte, y la gloria de H’ se posó sobre el Sinaí. Seis días la nube cubrió el monte. Al séptimo día, desde el interior de la nube H’ llamó a Moshé. A los ojos de los israelitas, la gloria de H’ en la cumbre del monte parecía un fuego consumidor. Moshé se internó en la nube y subió al monte, y allí permaneció cuarenta días y cuarenta noches”. (Shemot 24:12-18).
La parashá de esta semana, colmada de normas de distinto tipo, comienza con una disposición que, entre tantas, parece casi innecesaria, o por lo menos, intrascendente frente a tanto reglamento, estatuto y ordenanza. Es la del esclavo que llega a declarar que no desea recobrar su libertad, por la causa que desee, aún por el amor, a su mujer y a sus hijos nacidos en el cautiverio, el amo debe hacerle comparecer ante jueces, llevarlo a una puerta, o al marco de una puerta, y allí agujerearle la oreja con un punzón para que pueda quedar dominado, no parece fundamental. Si no quiere liberarse que se quede. No parece que nadie tiene derecho de impedírselo.
Pero…
Nuestros sabios nos dicen que esa oreja que oyó «Yo soy el Señor tu D-os. Te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo”, no tiene derecho de someterse a la esclavitud nuevamente. No puede permitir que nada ni nadie lo haga cautivo. Por eso la Torá inicia la parashá de esta semana marcando la ignominia de llevar la marca de la esclavitud en la oreja.
Pero, me parece que hay otra causa más, y es la que con cada persona que se somete voluntariamente a la esclavitud, aumenta el brillo de la sangre concentrada que se convirtió en el escalón de zafiro ubicado a los pies de la Divinidad, doliente por ese sufrimiento. Como que el sacrificio fue en vano.
La Halajá nos pauta que cuando alguien cae en el servicio divino, no necesita ser cubierto con mortajas, su alma, su sangre se reúne al banquillo de zafiro del sacrificio y de la lucha por la libertad.
Ningún ser humano con vocación de esclavo tiene allí cabida.
Tampoco los que desean ser esclavos de sí mismos. Quienes tienen alma de esclavos terminan esclavizando al otro. Por eso, la Torá nos da esta norma. Para que no olvidemos ni el sufrimiento de quienes debieron luchar en este mundo para ascender al otro ni el de quienes siguen cayendo para que quede claro a todos que «Yo soy el Señor tu D-os. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo”… Ser siervo de D-os impide ser esclavo de otro ser humano. Pese a que tomar la decisión correcta no debería ser problema para nadie, los seres humanos se equivocan, y llevan, en castigo, en forma visible o no, la marca en la oreja. También en nuestros días, tan lejanos del Sinaí, tan cercanos de la esclavitud… Pero, hay otras opciones. La de la libertad de las esclavitudes terrestres y el sometimiento a la Voluntad Celestial por amor, es una de ellas. Evidentemente es la más difícil pero, es la que debemos intentar hasta el cansancio.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Nuestra parashá, nos presenta el fin del diálogo sin intermediarios entre H’ y el pueblo de Israel, al establecer un espacio para el servicio, el mishcán. Como que nos encontramos con un retroceso en el nivel que nuestros antepasados habían alcanzado desde la revelación de Sinaí.
Por si eso fuera poco, el nuevo santuario se nos presenta descrito hasta el mínimo detalle. “Conforme a todo lo que yo te mostraré, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo harán”, nos dice el versículo (25:9). No hay lugar a la improvisación, al diseño, ni a la creatividad. Inmediatamente surge la asociación necesaria con la descripción de la Menorá: “Haz un candelabro de oro puro labrado a martillo. Su base, su tallo y sus copas, cálices y flores, formarán una sola pieza. Seis de sus brazos se abrirán a los costados, tres de un lado y tres del otro. Cada uno de los seis brazos del candelabro tendrá tres copas en forma de flor de almendro, con cálices y pétalos. El candelabro mismo tendrá cuatro copas en forma de flor de almendro, con cálices y pétalos. Cada uno de los tres pares de brazos tendrá un vaso en la parte inferior, donde se unen con el tallo del candelabro. Los cálices y los brazos deben formar una sola pieza con el candelabro, y ser de oro puro labrado a martillo”. “Hazle también sus siete lámparas, y colócalas de tal modo que alumbren hacia el frente. Sus corta pabilos y braseros deben ser de oro puro. Para hacer el candelabro y todos estos accesorios se usarán treinta y tres talentos de oro puro”. “Procura que todo esto sea una réplica exacta de lo que se te mostró en el monte. Harás además un candelero de oro puro; labrado a martillo se hará el candelero: su pie, y su caña, sus copas, sus manzanas, y sus flores, serán de lo mismo” (versículos 31-39). Como vemos todo está definido, hasta los más pequeños detalles.
Una de nuestras mayores preocupaciones espirituales individuales y colectivas, consiste en encontrar el marco para nuestro diálogo con H’ y poder determinar cuál es el espacio para nuestra autodeterminación y para la elección de nuestro lenguaje para lograr la elevación espiritual. El post moderno se pregunta: ¿D-os necesita de un espacio para ubicar su presencia? ¿No se llama M’akom para indicarnos que es omnipresente? ¿Acaso nosotros no deberíamos decidir el formato de nuestra relación con D-os? ¿No sería más atractivo para los seres humanos que cada uno haga su propio diseño?
Es el midrash Tanjumá1, quien entre los comentaristas que se dedican a darnos respuesta a estas preguntas, es uno de los más categóricos y claros. Ilustrando el versículo 25:8: “Me erigirán un santuario, y habitaré entre ustedes”, nos dice que el mandato de construir el mishcán fue dado en Iom Kipur, pese a que en el orden del Libro, recién leeremos acerca del becerro de oro más adelante. De lo que se desprende que el mishcán tiene como objetivo purificar a los hijos de Israel del pecado del becerro. –Si no hubieran pecado cuando Moshé estaba en el Sinaí, no hubiera sido necesario el mishcán-, es la conclusión inmediata.
En Iom Kipur, les perdonan la falta, en Iom Kipur, ordenan la construcción del santuario. “Que traigan oro al mishcán para que absuelva las faltas cometidas usando el oro en la fundición del becerro”, como la Torá nos relata: “Todos los hijos de Israel se quitaron los aretes de oro que llevaban puestos, y se los llevaron a Aharón, quien los recibió y los fundió; luego cinceló el oro fundido e hizo un ídolo en forma de becerro. Entonces exclamó el pueblo: «Israel, ¡aquí tienes a tu dios que te sacó de Egipto!» (32:3). Como que existe una relación entre la falla y su reparación, como nos dice el profeta Irmiahu (30:17): “Pero yo regeneraré y sanaré tus heridas…”.
Recordemos que: “Al ver el pueblo que Moshé tardaba en descender del monte, se acercaron a Aharón y le dijeron: –Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque a Moshé, ese hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido (32:1). D-os no podía tolerar esa corrupción, relatada en el versículo 4: Él los recibió de sus manos, le dio forma con un buril e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces ellos dijeron: –¡Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto!
No parece ser casual que en el desierto, los recién liberados, veneraran a un becerro tan parecido a Apis, que en la mitología egipcia es el dios solar de la fertilidad de los rebaños y posteriormente de los muertos, , que se representaba como un toro u hombre con cabeza de toro, con el disco solar, uraeus, entre sus cuernos y que se consideraba hijo de Isis, como vaca, fecundada por un rayo del Sol. No se habían liberado de la influencia cultural ni de la religión que veían tan cerca en Egipto. Su fe era sincrética, que es todo lo contrario a la fe en D-os Uno. Su caída fue tan grande que ese becerro les parecía equivalente de “los dioses” que los habían sacado de Egipto. El desvarío que tenían era tal que, “al día siguiente madrugaron, ofrecieron holocaustos y presentaron ofrendas de paz. Luego se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse” (32:6), posiblemente como parte del culto a ese ídolo. La sucesión de los versículos da a entender que el enojo divino surge después de esos banquetes. –No sólo adoraron a ídolos ajenos, sino que se relamieron en la comida-. Adorar lo ajeno y lo vacío les dio placer inconmensurable, regocijo sin fin. Esa alegría por lo indebido es no menos grave que el mismo hecho.
El culto de los egipcios es recordado por el autor del himno Maoz Tzur, que cantamos después del encendido de las velas de Janucá, que nos dice, en la magistral traducción de Yagubsky, “Ahíta esta hoy mi alma de males / De penas desfallecido esta mi vigor/ Cuando agobiado yo estuve de pesares / Bajo el mando de Apis y su vasallo/ Tu, con brazo esforzado sin par,/ Nos prestaste amparo y redención/ Arrojando a las aguerridas tropas faraónicas/ Al fondo de las aguas abismales”.
La reparación del regreso a deidades insignificantes, debía ser radical y educativa. Las tropas de Faraón fueron hundidas en el mar, pero ese hecho no fue suficiente para que la fe de los hijos de Israel sea total. Por lo tanto, había que usar un mensaje más que claro. Tal como nos dice el midrash en Bemidbar Raba, 19, 4 relatando la parábola de boca del amoraíta R’ Ibó: “cuando el hijo de la sirvienta, hizo sus necesidades en el palacio real, el soberano dijo, que se presente su madre y limpie sus excrementos, así dijo el Santo bandito, que venga la vaca (roja) para hacer perdonar el pecado del becerro” (Dando una explicación al ritual de la vaca roja [pará adumá] que bien se puede aplicar también en este caso).
El mishcán debe verse como parte de ese proceso de depuración.
Quienes se hincaron ante el becerro y paladeaban las libaciones rituales y ofrecían holocaustos presentando ofrendas, no tienen capacidad de decidir el modelo de ritual para D-os Uno. Si no reconocen con totalidad a H’, no son capaces de determinar la forma de acercarse a Él.
Ese grupo, debe aceptar que no tiene libertad para señalar el camino del diálogo. Deben depurarse y en el encuentro con la Divinidad respetar sus normas, como una forma de demostrar en definitiva que habían aprendido la lección.
El mishcán, y esa es la gran diferencia, no se hace siguiendo el capricho de quienes hicieron el becerro y se creyeron como dioses o al hacerlo consciente o inconscientemente reproducían a uno de los ídolos que debieron haber dejado atrás. Así como los estatutos, normas y edictos acerca de los que leímos en parashat Mishpatim, en cuanto a las relaciones entre las personas, son detallados, prolijos, estrictos y minuciosos, así es el santuario. Así como en el trato con el despojado y carenciado no podemos aplicar nuestras normas de justicia, porque serán acomodaticias a nuestros intereses y por lo tanto alejadas del Tzedek, así también necesitamos frente a H’, entender que no podemos hacer un dios de una sola pieza, que nos recuerde a otros, que sea sucedáneo o sustituto de la verdad, sino un tabernáculo compuesto con infinitos detalles que se desarman cada vez que el campamento va delante y se vuelven a ajustar cada vez que se detiene. Con una armonía que sólo quienes tienen fe verdadera pueden tener.
Esa es la lección singular también para el post moderno que cree que todo puede ser acomodaticio, que todo es flexible, que su voluntad es la que prima, que el límite desaparece y que todo se permite, así más no sea para ganar a adictos. Que posee todo tipo de ídolos y de dioses falsos y complacientes.
No más el oro del becerro, ni el becerro de oro, ahora llegó el tiempo del mishcán y de un modelo que viene dictado hasta el último detalle.
En el mishcán no hay más espacio para improvisaciones ni contemporizaciones. De modas pasajeras y de aplicación de nuevos sistemas espirituales que son ajenos, aunque estén de moda. No más introducción de elementos exóticos así se presenten como propios.
En épocas de becerros de oro, el único perdón, llega con el mishcán.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Parashat Tetzavé
“Moshé solía decir: Que la ley atraviese la montaña (siguiéndosela estrictamente), ya que está escrito “porque el juicio es de H’” (Devarim 1:17). Pero, Aharón amaba la paz, buscaba la paz y procuraba hacer la paz entre el hombre y su prójimo, como está escrito: “En su boca había instrucción fidedigna; en sus labios no se encontraba perversidad. En paz y rectitud caminó conmigo, y apartó del pecado a muchos” (Malaji 2:6).
Una lectura detenida de la parashá de esta semana, nos permite meditar en las relaciones que existían entre los hermanos Moshé y Aharón, y más aún en las que atañen a la autoridad política respecto a la sacerdotal.
La parashá nos consagra la división que H’ quiere que exista entre el sacerdocio y la conducción política. El cohen debe servir al pueblo pero no debe tomar decisiones por el pueblo. Debe estar en el mishcán. Debe amar la paz y acercar a las personas al cumplimiento de la Torá, en ese objetivo Aharón triunfó y nos dejó maravillosas enseñanzas.
Ni Moshé ni Aharón fueron elegidos para sus puestos en forma democrática, por lo que no le debían su trabajo a sus electores, sino únicamente al Gran Elector.
Moshé, no tiene posibilidades de ejercer el sacerdocio. No puede ser el representante de la gente frente a H’, ya que él está más allá del pueblo. Se crió en el palacio de Faraón, salió de Egipto dejando a sus hermanos allí, tomó esposa de otra cultura, y cuando asciende a las alturas espirituales está solo. Aislado. Distanciado de las personas. No las oye. No las entiende. Y, cuando tiene que actuar lo hace sin que le tiemble la mano. Sin vueltas ni rodeos. Haciendo lo posible para que “que la ley atraviese la montaña” y no se aparte de su senda. Tarea que, como hoy sabemos, no le fue tampoco fácil. Liderar a los hijos de Israel es un desafío no tan simple. Hasta el mismo Moshé sufrió en carne propia las revueltas y las resistencias de su pueblo, que siempre busca un espacio para maniobrar y acomodar las normas a sus necesidades.
Y, la parashá, nos enseña que el poder político debe ejercerse en diálogo con el Cohen, que tendrá a su cargo, el cuidado de la tradición. Moshé y Aharón dialogaban, pero, cada uno cumplía con sus funciones. Lo más probable es que en más de una ocasión no estuvieren de acuerdo, pero, las funciones estaban definidas y ello evitaba conflictos.
Vayamos pues a la parashá. En ella encontramos la detallada descripción de las ropas del cohen, entre ellas dos elementos de mucha significación. “Y harás el pectoral del juicio, obra de hábil artífice; lo harás como la obra del efod: de oro, de tela azul, púrpura y escarlata y de lino fino torcido lo harás. Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y un palmo de ancho. Y montarás en él cuatro hileras de piedras. La primera hilera será una hilera de un rubí, un topacio y una esmeralda; la segunda hilera, una turquesa, un zafiro y un diamante; la tercera hilera, un jacinto, un ágata y una amatista; y la cuarta hilera, un berilo, un ónice y un jaspe; todas estarán engastadas en filigrana de oro. Las piedras serán doce, según los nombres de los hijos de Israel, conforme a sus nombres; serán como las grabaduras de un sello, cada uno según su nombre para las doce tribus”. (Shemot 28:15-21). Y, el otro, “Harás también una lámina de oro puro, y grabarás en ella, como las grabaduras de un sello: Consagrado a H’. La fijarás en un cordón azul, y estará sobre la tiara; estará en la parte delantera de la tiara. Y estará sobre la frente de Aharón, y Aharón quitará la iniquidad de las cosas sagradas que los hijos de Israel consagren en todas sus ofrendas santas; y la lámina estará siempre sobre su frente, para que sean aceptadas delante de H’ (28:36-38).
Los dos juegos de vestimentas descritos aquí, nos dan a entender la función del cohen como representante del mensaje divino entre el pueblo y su sirviente. Su asiento será el mishcán lugar que permite el diálogo entre el pueblo y su D-os. La función del cohen será heredada de padres a hijos por todas las generaciones. A partir de ahora: “… harás que se acerque a ti, de entre los hijos de Israel, tu hermano Aharón, y con él sus hijos, para que me sirvan como sacerdotes: Aharón, con Nadav y Abiú, Eleazar e Itamar, hijos de Aharón”. (28:1).
Ello sucede a siete días de haberse erigido el mishcán… en ese momento, H’ elige entre uno de los hermanos para darle el cargo de sacerdote en detrimento del otro, o si se desea, prefiere a uno para el cargo de líder.
Recordemos que acerca de Aharón habíamos leído cuando “Moshé dijo a H’: Por favor, Señor, nunca he sido hombre elocuente, ni ayer ni en tiempos pasados, ni aun después de que has hablado a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua… Entonces se encendió la ira de H’ contra Moshé, y le dijo: ¿No está tu hermano Aharón, el levita? Yo sé que él habla bien. Y además, he aquí, él sale a recibirte; al verte, se alegrará en su corazón. Y tú le hablarás, y pondrás las palabras en su boca; y yo estaré con tu boca y con su boca y les enseñaré lo que habrán de hacer. Además, él hablará por ti al pueblo; y él te servirá como boca y tú serás para él como D-os. (4:10-16)
De la lectura de esa división de funciones queda como que Moshé sabía que había que decir pero no podía por una cuestión funcional y Aharón, que estaba en un segundo plano iba a ser únicamente el vocero. Pero, vocero del vocero. D-os no hablaría con él sino con Moshé y éste transmitiría el mensaje a su hermano. Aquí leemos que Aharón es el levita, por lo que suponemos que aún todavía Moshé era el cohen o por lo menos esa era la función que ejercía. No se puede comprender por qué razón debería destacarse en el versículo citado que Aharón era leví, ya que por ser hermano de Moshé era más que obvio.
Pero, Aharón fracasa en el primer examen que debe presentar después de su nombramiento como supremo sacerdote, porque no puede resistirse a las presiones del pueblo que necesita y exige un dios alternativo, y les concede el becerro de oro: “Cuando el pueblo vio que Moshé tardaba en bajar del monte, la gente se congregó alrededor de Aharón, y le dijeron: Levántate, haznos un dios que vaya delante de nosotros; en cuanto a este Moshé, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y Aharón les dijo: Quiten los pendientes de oro de las orejas de sus mujeres, de sus hijos y de sus hijas, y tráiganmelos. Entonces todo el pueblo se quitó los pendientes de oro que tenían en las orejas y los llevaron a Aharón. Y él los tomó de sus manos y les dio forma con buril, e hizo de ellos un becerro de fundición. Y ellos dijeron: Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto” (32:1-4). Así, con ese acto pierde la oportunidad de ser también el líder político. No tiene las cualidades para ello. Aharón debe servir al pueblo, estar junto a él, moverse dentro de él, oírlo, atenderlo, auxiliarlo, beber sus palabras, consolarlo. A veces hasta transigir para poder lograr la unión. Su identificación con la masa es tan fuerte que no tiene posibilidades de entender las consecuencias de su acción.
Han pasado los años, han pasado los siglos pero, parece que el papel que debe jugar la dirigencia judía debe seguir basándose en estas líneas aprendidas de nuestra parashá y de las siguientes. H’ desea una separación entre quienes en su momento se dedicaban a los aspectos espirituales de quienes se brindaban para dirigir los destinos políticos y económicos de su pueblo y de sus comunidades. Ambos poderes no pueden quedar en manos de las mismas personas. Entre ellas deben dialogar, pero, no pueden ni deben mezclar sus funciones. Si ni Moshé ni Aharón, pudieron ocupar ambos puestos simultáneamente, nosotros que no llegamos ni al polvo que sus zapatos dejaban, debemos dejar de lado la omnipotencia y entender que cada uno debe dedicarse a lo que sabe y no aspirar a cruzar el límite de los dos mundos.
Y si ninguno de los dos logró hacer ingresar al pueblo judío a su tierra, significa que de alguna manera H’ que los había elegido tomó la decisión de quitarles de la encomienda.
“Y H’ dijo a Moshé y a Aharón: Porque ustedes no me creyeron a fin de tratarme como santo ante los ojos de los hijos de Israel, por tanto no conducirán a esta congregación a la tierra que les he dado” (Bemidbar 20:12).
También de ello tenemos mucho que aprender todavía, como por ejemplo, que el liderato no puede ni debe ser eterno.
Shabat shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
“Eliahu dijo a todo el pueblo: “Acérquense a mí”. Y todo el pueblo se acercó a Eliahu”. (I Melajim 18:30)
“Y se paró Moshé a la puerta del campamento, y dijo: “El que esté por H’, venga a mí.” Y se juntaron a él todos los hijos de Leví”. (Shemot 32:26)
La parashá de esta semana y la haftará, que no llega a leerse hasta su fragmento más espinoso (excepto en el ritual de los yemenitas), son de las más sensibles que nos traen las Escrituras cuando, como respuesta de faltas cometidas por el pueblo, se toman medidas punitivas muy enérgicas. El pecado del becerro del oro que ya fuera tratado marginalmente en nuestros comentarios de las semanas anteriores, es descrito aquí con todas sus detalles [Ver Shemot 32: 1-4]. No hay duda que el pecado del becerro de oro cometido tan poco tiempo después del Éxodo y de la recepción de la Torá, marcó las características, tan humanas, de los siervos que no terminaban de liberarse y que no tenían capacidad de agradecer por todos los portentos y maravillas que H’ había hecho con ellos. Ni siquiera parecían ser conscientes de los mismos. La expresión “naasé venishmá” –haremos y escucharemos-, que constantemente usamos como modelo de aceptación del yugo divino, tuvo, sin embargo, un efecto de apenas 40 días. Como que la expresión no hubiera sido sincera, agrega el midrash, citando a Tehilim 78:36-37: “Pero entonces lo halagaban con la boca, y le mentían con la lengua. No fue su corazón sincero para con D-os; no fueron fieles a su pacto”. Hay exégetas que opinan que el tiempo del compromiso de naasé venishmá, fue incluso menor. Nuevamente se hace evidente que la fe y la participación en fenómenos únicos, no van necesariamente de la mano.
El castigo recibido por la falta, fue excepcional: la muerte de 3000 personas, el mismo día, a manos de sus propios hermanos que habían compartido su estadía en Egipto y no por las manos de D-os ni por la de algún enemigo. “Se paró Moshé a la puerta del campamento, y dijo: “el que esté por H’, venga a mí.” Y se juntaron a él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: “Así dice H’, D-os de Israel: ‘Póngase cada uno la espada sobre el muslo, y pasen y repasen por el campamento de puerta en puerta, y maten cada uno a su hermano y a su amigo y a su vecino.'” Los hijos de Leví hicieron conforme a la palabra de Moshé; y cayeron aquel día unos 3,000 hombres del pueblo. Entonces Moshé dijo: “Conságrense hoy a H’, pues cada uno ha estado en contra de su hijo y en contra de su hermano, para que hoy El les dé una bendición.” No hubo juicio. No hubo procedimiento alguno. Simplemente hubo una matanza de muchas personas.
Si vamos a la continuación del texto de la haftará de este Shabat, veremos que el castigo que Eliahu aplicara a los sacerdotes del Baal no es menos grave: “Entonces Eliahu les dijo: «Apresen a los profetas de Baal para que no escape ninguno». Ellos los apresaron y Eliahu los condujo al arroyo Kishón y allí los degolló. (I Melajim, 18:40).
Ambos incidentes son de alguna manera ocultados o disimulados en la enseñanza escolar de las Escrituras, quizás para dejar la imagen de ambos grandes líderes separados de los mismos.
Nuestros sabios destacaron tradicionalmente su resistencia a la violencia, aún la ejercida por los prohombres de la historia judía. Veamos, las consecuencias de estas acciones: Tanto Moshé como Eliahu debieron traspasar sus cargos a sus discípulos y no finalizaron sus misiones. El uno, entregando el poder a Iehoshua, el otro a Elisha. (Los nombres de ambos tienen el mismo significado, lo único que cambia es el prefijo que se refiere a nombres-calificativos diferentes de D-os). Moshé y Eliahu tienen semejanzas, al grado que el profeta Malaji (4:4-6) los cita en el marco de los días de la redención: »Acuérdense de la Torá de mi siervo Moshé. Recuerden los preceptos y las leyes que le di en Jorev para todo Israel. »Estoy por enviarles al profeta Eliahu antes que llegue el día de H’, día grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, y así no vendré a herir la tierra con destrucción total.» Hay en ese paralelismo algo muy fuerte. Será Eliahu el profeta de la redención final tal como Moshé lo fue el conductor de la libertad inicial del pueblo judío. En su regreso, Eliahu, no traerá nuevas enseñanzas sino que instruirá, dice el profeta, las de su maestro Moshé.
También en la descripción de la muerte de ambos encontramos similitudes. Eliahu no muere en la Tierra de Israel, sale por el Jordán, por donde sus antepasados habían ingresado en tiempo del alumno de Moshé, partiendo las aguas. Eliahu, sale de este mundo muy cerca del lugar donde lo hiciera Moshé y su cadáver tampoco es hallado. “…Y dijeron: –Aquí hay entre tus siervos cincuenta hombres fuertes. Deja que vayan y busquen a tu señor ahora; quizá lo ha levantado el espíritu de H’ y lo ha arrojado en algún monte o en algún valle. –No envíen a nadie –les dijo él… Entonces enviaron ellos a los cincuenta hombres, quienes lo buscaron durante tres días, pero no lo hallaron” (II Melajim 2:16-18).
Moshé y Eliahu, también se parecen en su intolerancia a las desviaciones del pueblo, que cae seducido, una y otra vez, por los dioses ajenos. Ambos dejan que su ira los transporte sin medir las consecuencias.
Pero…, nuestros sabios nos enseñaron que ese no es el camino que cualquiera puede tomar ni recomiendan a nadie que lo imite.
Si Pinjás, tomó la justicia en sus manos, fue en un instante excepcional que no debe ejercitarse ni extenderse. (Ver Bemidbar 25:6-51 y los comentarios del Talmud).
Tampoco podemos seguir esas enseñanzas de Moshé y de Eliahu. Tan parecidos en su grandeza, tan similares en su desaparición, al extremo que la misma parece un castigo divino por haberse excedido en sus poderes.
El pueblo de Israel, es particularmente débil. Necesita de compasión. Necesita de perdón. En Tehilim 78 (40-44) se resumen esas conductas: “¡Cuántas veces se rebelaron contra él en el desierto, y lo entristecieron en los páramos! Una y otra vez ponían a D-os a prueba; provocaban al Santo de Israel. Jamás se acordaron de su poder, de cuando los rescató”… de cuando (52-72) “A su pueblo lo guió como a un rebaño; los llevó por el desierto, como a ovejas, infundiéndoles confianza para que no temieran. Pero a sus enemigos se los tragó el mar. Trajo a su pueblo a esta su tierra santa, a estas montañas que su diestra conquistó. Al paso de los israelitas expulsó naciones, cuyas tierras dio a su pueblo en heredad; ¡así estableció en sus tiendas a las tribus de Israel! Pero ellos pusieron a prueba a D-os: se rebelaron contra el Altísimo y desobedecieron sus estatutos. Fueron desleales y traidores, como sus padres; ¡tan falsos como un arco defectuoso! Lo irritaron con sus santuarios paganos; con sus ídolos despertaron sus celos. D-os lo supo y se puso muy furioso, por lo que rechazó completamente a Israel… Escogió a su siervo David, al que sacó de los apriscos de las ovejas, y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Iaacov, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia. Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió”. Pese al enojo que tenía, H’ perdonó una y otra vez y permitió que David sea su soberano.
Eliahu subió al cielo, para regresar y liberarnos definitivamente. Vendrá llevando bajo el brazo las enseñanzas de Moshé. Y, en ese entonces, no necesitará aplicar los castigos del tiempo de Moshé ni los de su propio tiempo anterior. No por esos castigos son recordados Eliahu y Moshé, sino por su compasión, por su solidaridad con las personas, por ser los grandes liberadores. A Eliahu esperamos ansiosos todos los días para que nos vuelva a traer la Torá de Moshé.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
La construcción física y comunitaria de una sinagoga, lugar de encuentro
espiritual, donde la comunidad se reúne para estudiar, orar, gozar de la
alegría del compañero y acompañarle en su dolor, debe inspirarse en la
construcción del mishcán.
Alcanza con releer muy pocos versículos para descubrir el secreto de cómo
hacerlo correctamente. En Shemot 35:25 leemos: “Además, todas las mujeres
sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado:
azul, púrpura, carmesí o lino fino”. Como vemos es necesario contar con
sabiduría de corazón ya que sin ella no se puede llegar lejos en la vida
comunitaria. Las mujeres quienes aportaron esa sabiduría del corazón y la
capacidad de dar lo mejor de su arte ocupan lugar destacado. Otra cita la
encontramos pocos versos más adelante: “Entonces Moshé dijo a los hijos de
Israel: «Mirad, H’ ha nombrado a Bezalel hijo de Uri hijo de Jur, de la
tribu de Judá, y lo ha llenado del espíritu de Di-os, en sabiduría, en
inteligencia, en ciencia y en todo arte, para proyectar diseños, para
trabajar en oro, en plata y en bronce… Ha puesto en su corazón el don de
enseñar, tanto a él como a Aholiav hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan, y
los ha llenado de habilidades para que hagan toda obra de arte y de
invención, de bordado en azul, en púrpura, en carmesí, en lino fino y en
telar, para que hagan toda labor e inventen todo diseño.” No sólo se debe
contar con habilidades arquitectónicas, sino fundamentalmente se debe
contar con el espíritu de Di-os.
Las bases del mishcán en nuestra época se construyen con sabiduría y amor
pero fundamentalmente con verdadera y profunda devoción. Se destruyen con
rumores y patrañas, con estereotipos, obstinación, con el odio al distinto y
los reflejos del capricho de pocos que logran apartar la construcción de la
sabiduría y el amor. Los enemigos del mishcán son la suspicacia, el enojo y
el odio gratuito, la caridad que comienza y termina en quinta columna y los
llamados a la inacción para perpetuar experiencias pasadas y fallidas.
Porque son enemigos del corazón y de la devoción verdadera no a uno mismo,
sino a D-s. Cuando en un grupo humano surgen chismes, difamación, rumores,
habladurías, susurros, comienza la destrucción porque socavan el principio
bíblico y humano.
Una lectura cuidadosa de la parashá nos da la fórmula no sólo de construir
la sinagoga -llamada mikdash meat- el pequeño santuario sino también de
edificar toda una comunidad y a través de ella a reparar el mundo, con el
Tikun Olam.
Shabat Shalom
Rav Yerahmiel
Segundo artículo sobre Parashat Vayakel
“y dijeron a Moshé: “El pueblo trae más de lo que se necesita para la obra de construcción que H’ nos ha ordenado que se haga.” Entonces Moshé dio una orden, y se pasó una proclama por todo el campamento y dijo: “Ningún hombre ni mujer haga más trabajo para las contribuciones del santuario”. Así el pueblo dejó de traer más. Porque el material que tenían era abundante, y más que suficiente para hacer toda la obra. (Shemot 36:5-7)
“Y todo aquel a quien le impulsó su corazón y todo aquel a quien su espíritu le movió a la generosidad trajeron la ofrenda de H’, para la obra del tabernáculo de reunión, para todo su servicio y para las vestiduras sagradas. (35:21)
“El principio de la sabiduría es el temor de H’. Buen entendimiento tienen todos los que ponen esto por obra. Su encomio permanece para siempre” (Tehilim 111:10).
Fue la generosidad la que hice posible la construcción del mishcán y no ninguna imposición superior. Así pudo ser compensación por el error del Becerro de Oro. Y, ello no es casualidad. La relación de las personas con D-os no es mágica ni se puede conseguir por órdenes superiores. Es personal. Íntima. Por lo tanto, la construcción del santuario no puede ser llevada a cabo con los dineros obtenidos de gravámenes impuestos arbitrariamente. Sólo se puede hacer con lo que el corazón decide.
Así siguiendo este precedente, a través de las generaciones, nuestro pueblo supo asociarse generosamente y brindar lo mejor de sus bienes, para levantar otros santuarios que sirvieron para suplantar al Templo destruido, hasta la construcción del nuevo y definitivo en Jerusalén reconstruida.
En este caso, el de nuestra parashá, aprendemos que el pueblo “traía más de lo que se necesitaba”. Pero, no fue todo el pueblo, sino quien lo podía hacer desde su propia decisión y esplendidez. Tal era el espíritu. Casi todos tomaron parte de la construcción pero, entre todo el pueblo se pudo notar el empeño y la generosidad de las mujeres. La Torá lo destaca especialmente, creando celos en los hombres que siempre pensaron que tenían derechos exclusivos en el Servicio Divino. “Todas las mujeres hábiles hilaron con sus manos, y trajeron lo que habían hilado, de tela azul, púrpura, escarlata y lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las llenó de habilidad, hilaron pelo de cabra” (35:25). El texto hebreo original del versículo ha dado lugar a distintos comentarios de nuestros sabios que no desarrollaremos aquí, pero de ellos se desprende también que fueron las mujeres las que tomaron la iniciativa ofreciendo sus joyas y luego los hombres siguieron ese gesto o que los hombres llevaron las ofrendas a pedido de sus mujeres. Fue una demostración del infinito amor que tenían las mujeres por la santidad. Amor que se expresa particularmente en el versículo que nos relata que: “Hizo también la fuente de bronce con su base de bronce, de los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión” (38:8).
Esas mujeres que donaron sus espejos, eran personas, “sabias de corazón” que ya no necesitaban de la vanidad de mirarse en los espejos para arreglarse, aburridas porque no tenían actividades en las que invertir sus tiempos. Ahora, podían prescindir de ese adminículo tan valioso, porque iban al tabernáculo de reunión para orar y estudiar. Habían encontrado la razón de sus vidas. Su objetivo. Su destino trascendente. Ya no más coquetería vana, ahora, hay sentido.
Esa participación femenina con toda su capacidad y su sabiduría, formó parte de un proyecto nacional que moldeó a todo el pueblo de Israel en su ruta desde el Éxodo hasta su ingreso a la Tierra Prometida. Los principales actores del mishcán fueron los descendientes de Miriam, y no los de Aharón, que había fracasado en la empresa de liderar al pueblo durante el becerro de oro ni de Moshé que inexplicablemente quedó apartado.
Así, es el midrash quien nos trae a Hur, el abuelo de Betzalel ben Orí. Fue el hijo de Hur quien se lanzó a luchar contra los pecadores del becerro de oro. Así nos volvemos a encontrar con Miriam, la que entonaba el cántico frente al mar, la que se encontraba entremezclada con el pueblo, la que cantaba y bailaba con las mujeres, la que insinúa un nuevo modelo de liderazgo, no visto hasta esos instantes. El mismo Moshé, según el midrash Tanjumá, sólo se integra al trabajo de levantar el mishcán cuando es llamado expresamente. Hasta ese momento, como que había quedado marginado. La creación y construcción del mishcán, como habíamos visto ya en comentarios anteriores, logra la reparación de los errores del liderazgo que fallara permitiendo o quizás contribuyendo al Becerro de Oro, cuando por su medio, se canaliza el entusiasmo de la masa para un ideal correcto y positivo. Para ello fue necesario el aporte de la sabiduría de Miriam y el acompañamiento que tuvo de las mujeres. “El principio de la sabiduría es el temor de H’…, su encomio permanece para siempre” (Tehilim 111:10), parece que es el secreto.
La gran obra no fue producto de los sacerdotes ni de los políticos sino de una parte del pueblo, que es la que guarda en sí la sabiduría capaz de conducirlo sana y creativamente.
Pero, quienes contribuyeron con sus medios según la generosidad de sus corazones, también fueron quienes luego se integraron al Servicio. Fueron los elegidos. No la turba de “col haam” que se fue al culto pagano. Según Pirkei derabi Eliezer, esas mujeres se habían negado ser parte de la ola de contribuyentes al culto pagano, y por ello fueron compensadas con las normas de descanso especial de los novilunios – el rosh jódesh-, después de todo el día de la gran alegría fue el primero de nisán. Eran aquellas a las que les cantamos en la mesa del kabalat shabat que “Extienden sus manos a la rueca, y sus manos toman el huso”, sin importarles lastimarlas. Incluso las más ricas, aquellas que tienen más de un sirviente en su casa fueron personalmente a hacer el trabajo. Contribuir con el trabajo manual y personal tiene más mérito que firmar el cheque.
Quizás este acento de la parashá sobre la sabiduría y entrega de las mujeres, se proponga darnos una lección: “El principio de la sabiduría es el temor de H’”, también sirve para la construcción del mishcán que es nuestro hogar. Y, no menos importante, que debemos aprovechar su fuerza, su energía y su dedicación y permitirles tomar parte en la reconstrucción del mishcán más grande, el del templo de nuestros días para que nos conduzcan en la restauración del Gran Templo que ojalá y se produzca también frente a nuestros ojos.
Con atentos saludos de Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Con la lectura de esta semana finalizaremos nuevamente el libro Shemot, al que Ramban –Najmánides- llamó el libro de la Redención, o séfer Hagueulá. El texto continúa el Génesis y finaliza con la construcción del mishcán que atestigua la fidelidad renovada de los judíos al D-os de Israel.
El libro que había comenzado con el reino del tiempo con el establecimiento del primer mes de nuestro calendario (Shemot 12:2), finaliza con el establecimiento del reino del espacio provisional hasta la obtención del espacio definitivo en la Tierra de Israel. Todo ello en un tiempo récord.
Ya Ibn Ezra nos dice que el mishcán fue erigido el primer día del mes primero, y el Primer Templo lo fue el segundo del mes segundo, como marcando la continuidad en nuestra vida como pueblo. Como que todo lo que construimos después está basado en ese primer mishcán.
Pero, entre tantos detalles del mishcán, la primer parte de la parashá semanal se dedica a la presentación del informe especial que Moshé brindara al pueblo, acerca de los manejos del oro, la plata y el cobre que fue empleado en la construcción del mishcán. Luego nos cuenta acerca de la bendición como resultado de que “los hijos de Israel hicieron toda la obra conforme a todo lo que H’ había ordenado a Moshé. Y Moshé examinó toda la obra, y he aquí, la habían llevado a cabo; tal como H’ había ordenado, así la habían hecho. Y Moshé los bendijo” (Shemot, 39:42-43).
Hay aquí una maravillosa combinación del pueblo, con la shejiná, con la orden recibida, como que el dicho talmúdico de Brajot 45 a, que nos indica que se debe tomar en consideración lo que el pueblo acostumbra, se hubiera hecho realidad. Como en este caso, por intuición, como nos dicen los sabios, fueron intuyendo solos las medidas que debía tener ese santuario.
Pero, hay aquí otro principio deseado por el pueblo, aunque no fuera explicitado, que es el de la rendición de cuentas de parte de los dirigentes. Moshé que a su sabiduría tenía un gran conocimiento de la psicología del pueblo de Israel, intuye que debe hacer un acto fundamental y por eso, se detiene a hacer un balance más que minucioso de todo lo que hizo con el oro, la plata y de todas las donaciones que recibiera para el mishcán. Moshé enumera incluso hasta los detalles más nimios y los objetos de menor valor.
Con ello nos brinda una lección maravillosa: Todo aquel que se ocupa de la cosa pública debe rendir cuentas.
El servidor público debe tener la vocación de servir al prójimo y a la sociedad y tener las manos limpias. No deben esperar que les exijan los informes, balances y reportes. Deben brindarlos.
De pronto a Moshé las cuentas no le salen bien… Hay una diferencia de mil setecientos setenta y cinco siclos. Ingresaron pero no encuentra en qué fueron gastados. Y se encuentra muy incómodo, como si oyera el cuchicheo detrás de su espalda de la gente que podría pensar que su riqueza se debe al mal manejo de los bienes colectivos y públicos. Pero, Moshé se ilumina y recuerda que no había apuntado el gasto menor de los clavos y goznes que había sobre las columnas, y su corazón se alegra porque ahora sí su balance está equilibrado. El conductor del pueblo y de la comunidad no puede despreciar ni siquiera los pequeñísimos gastos de la caja chica. Aquellos que si se tratara de la economía del hogar no se molestaría en reparar en ellos.
Es sumamente aleccionador destacar que también Moshé puede equivocarse en las sumas y restas, pero, no puede descansar hasta averiguar dónde se equivocó. No puede permitirse despreciar ni siquiera el gasto insignificante.
La parashá nos enseña que así como el Gran Maestro actuó debemos hacerlo nosotros también y no sólo en la administración de los bienes públicos sino también en la tutela de un bien que no nos pertenece y cuya importancia no valoramos, que es nuestro propio tiempo. Quizás preparándonos para la lectura del Shemá antes de dormir, debamos actuar como Moshé y revisar que hicimos con los bienes que nos concedieron: los preceptos y las acciones y ver si no estamos cerrando el balance sin verificar las sumas y las restas. No sea que nos olvidamos de “clavos y goznes” que no valoramos lo suficiente y estamos en déficit.
Ese balance no es pasivo. Si no encontramos manera de ahorrar el gasto dispendioso del tiempo, y de aumentar considerablemente nuestros ingresos de buenas acciones, tampoco servirá el balance, aun cuando hayamos comprobado que las sumas fueron correctas.
Al otro día nos despertaremos con el corazón alegre, sabedores que vamos bien. No tendremos el temor de recibir el llamado de nuestro “banquero” que nos dice que nos van a cerrar la cuenta porque nos excedimos en el gasto y se nos acabó la cobertura del crédito que nos concedieron.
Nosotros debemos aprender de nuestros maestros.
Moshé, en esta parashá nos da una lección que si la siguiéramos nos permitiría ser más justos, más judíos y más felices.
Y su bendición, dada para quienes supieron hacer el mishcán, podría ser dirigida también a nosotros, que la necesitamos, no menos que ellos, nuestros antepasados.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Vaikrá | Tzav | Shmini | Tazria | Tazria-Metzora |
Ajarei-Mot | Kedoshim | Emor | Behar | Bejukotai |
VAIKRÁ – LEVÍTICO
“Canten, cielos, porque H’ lo ha hecho, griten de alegría, profundidades de la tierra, prorrumpan, montes, en gritos de júbilo, y el bosque, y todo árbol que en él hay, porque H’ ha redimido a Iaacov y Su gloria ha mostrado en Israel” (Ieshaiahu 44:23)
Un buen sistema educacional debería tener tres objetivos, enseñó el teólogo, militante y censor de la iglesia católica Ivan Illich, que residiera varios años en Cuernavaca, Morelos, y ellos son: proporcionar a todos aquellos que lo quieren el acceso a recursos disponibles en cualquier momento de sus vidas; dotar a todos los que quieran compartir lo que saben del poder de encontrar a quienes quieran aprender de ellos; y, finalmente, dar a todo aquel que quiera presentar al público un tema de debate la oportunidad de dar a conocer su argumento. Pero, pese a su formación religiosa dentro del catolicismo y a la influencia de su abuelo judío en su niñez, Illich, además de pertenecer al mundo moderno, no agregó lo que cualquier judío relativamente letrado sabe, que la educación debe conducir a la santidad y debe ser el medio para guardar la identidad.
El judaísmo nos enseña que no hay temas que caduquen si tuvieron trascendencia y si aspiramos a volver a tenerlos con nosotros. Así se deben seguir enseñando las ofrendas en sus detalles más nimios, las normas que no se pueden cumplir, como por ejemplo, los preceptos inherentes a la Tierra de Israel cuando se habla de judíos en los países de la dispersión y se debe continuar recordando acontecimientos sucedidos hace centenares de años, en otras civilizaciones y circunstancias.
Cuando intentamos comprender la educación en el postmodernismo, si está dirigida a postmodernos, (quienes se mantienen en otro tiempo histórico y usan otros códigos, no tienen este problema) necesitaremos de un espectro mucho más amplio que el poseído en las generaciones anteriores. El reto, en nuestros días, es impartir educación a un ente narcisista, individualista, fragmentado, sin proyecto histórico, asimilado, despolitizado, consumista, seducido por la moda y diversificado en sus gustos.
Nuestra parashá, que por caprichos del calendario, cae este año en Shabat Zajor, nos trae un ejemplo de la postura judía acerca de la educación. Cuando ya no teníamos ni siquiera el Segundo Templo, viene el midrash y nos trae la pregunta de rabí Asia: “¿Por qué debemos comenzar enseñando a los niños pequeños la Torá de los Cohanim, y no desde el Génesis? Y nos responde, que el Santo Bendito dijo, tal como las ofrendas son puras, así son los niños puros, que vengan pues, los puros y se ocupen de la pureza” (Midrash Tanjuma Parashat Tzav, 14). Y ello no sólo para paliar los dolores de la destrucción y la impotencia espiritual. Lo que se necesita para entender la Torá, nos dice el midrash, no es inteligencia, sino pureza, no es habilidad sino manos y corazones limpios de pecados.
Pero, ya antes, en nuestra propia historia, surgieron vertientes pragmáticas que querían ubicar en el centro de la enseñanza, únicamente los temas de actualidad. Así se fue postergando el estudio de aquellas halajot que no eran de aplicación inmediata. En algunas comunidades se fueron abandonando en esa época las disquisiciones que no llevaban a la aplicación inmediata de las normas. Pero, varios siglos después, en el mundo de las yeshivot, se volvió a cambiar la tendencia llegándose a consolidar la idea de que se desarrollan, en paralelo al estudio, el espíritu y la fe, y que sin ellas, tampoco el conocimiento podría mantenerse. El estudio debe completarse y complementarse. Rambam, incluyó en su magna obra Mishne Torá a todas las mitzvot. La tendencia cambió y hubo quienes dijeron que el que estudia las normas de las ofrendas es como si las ofrendara.
Cuando leemos Zajor, y nos encontramos a poquísimos días de Purim, nuestra respuesta es válida también para los postmodernos. Hay en nosotros un elemento fundamental al que no podemos renunciar que es el de la memoria. Los grandes meta-relatos que justificaban y contenían en ellos mismos un poder legitimizante, universal y necesario, ya no evidencian las acciones por un sistema mayor o por la idea de progreso. Aquí, en nuestro tiempo, surge el individuo en su grandeza, después de que fuera desplazado por la aparente nobleza de la razón del tiempo moderno.
Es el individuo el que debe asumir su responsabilidad total por el bien y por el mal.
Como en el pasado más lejano.
El relativismo postmoderno conduce directamente a poner en primer plano la ética de la acción y del discurso para justificar sus acciones en sus propios términos, y no mediante el recurso a sistemas supuestamente trascendentes.
La edad postmoderna está obsesionada por la información y la expresión. Pero la saturación de información y las mayores opciones de elección no conducen al enriquecimiento de los criterios personales de análisis y toma de decisiones ni a la formación de cultura sino más bien a la confusión y perplejidad. La escuela y la comunidad tienen ante sí el reto de desvelar este mundo de la imagen y toda la cultura que lo rodea, al tiempo que deben poner en marcha la accesibilidad y legitimación de un lenguaje e imágenes que conforman nuestro mundo material y personal con una forma particular de inteligibilidad.
El nuevo contexto social, -post-modernidad- supone un nuevo modelo de relación del individuo con su entorno y consigo mismo y las nuevas tecnologías, de modo sutil, no implican un cambio en nuestra forma de pensar, sino en que nos adaptemos a las nuevas formas de expresión y comunicación. El judaísmo, tremendamente creativo, siempre ha mirado con ardor juvenil hacia el futuro.
Purim nos admite, recordando la historia descrita en la meguilá Ester, establecer lazos de relaciones con el otro que permitan la solidaridad. Recordar lo que hicieron Amaleq y sus descendientes, nos aleja de la perplejidad.
Aquí no hay lugar para juicios individuales que busquen confundir a la víctima con el victimario y diluir las responsabilidades. Hay en nuestra parashá abiertas referencias a ofrendas de conductores que pecaron: “si el que peca es el sacerdote ungido, trayendo culpa sobre el pueblo, que entonces ofrezca a H’ un novillo sin defecto como ofrenda por el pecado, por el pecado que ha cometido” (4:3), “Y si toda la congregación de Israel hubiere errado, [el Sanedrín] y el negocio estuviere oculto á los ojos del pueblo, y hubieren hecho algo contra alguno de los mandamientos de H’ en cosas que no se han de hacer, y fueren culpables”; (4:13) “Cuando es un jefe el que peca e inadvertidamente hace cualquiera de las cosas que H’ su Dios ha mandado que no se hagan, haciéndose así culpable” (4:22) . Es nuestra parashá la que establece la responsabilidad del liderato, que es mayor que la del pueblo.
El camino de la enseñanza de nuestras fuentes y de nuestras costumbres y tradiciones, permite también en esta época, guardar las prácticas y los usos que nos dan la identidad.
Shabat Shalom, desde Sion,
Rab. Yerahmiel Barylka
Moshé dijo a Aarón: “Esto es lo que ha hablado el Eterno, diciendo: ‘Entre los allegados a mí sea yo santificado, y ante el rostro de todo el pueblo sea yo glorificado’”. Y Aarón guardó silencio. (Vaikrá 10:3)
La lectura de la Torá de esta semana en Israel (en los países de la dispersión, la recitación del Pentateuco pertenece al día agregado de Pesaj) tiene como motivo central la muerte de Nadav y Avihu los dos hijos de Aarón. El relato aparece en otros tres lugares de la Torá, dejándonos muchas preguntas que los comentaristas en todas las épocas intentaron contestar buscando la relación entre la conducta de los hermanos y su muerte, entre las causas y las consecuencias, entre el pecado y el castigo, más allá de los que se infieren del texto. Y en la medida en la que ampliaron sus especulaciones y agregaron causas posibles, dejaron el enigma sin respuesta, como por lo general sucede con quienes intentan revelar lo inexplicable de la muerte. Comprender y descifrar la muerte, se convierte en elemento secundario que deja que la crítica de los sabios enseñe a los líderes que deben dejar los modelos de conducta que por lo general les acompañan.
El midrash presenta a Nadav y Avihú como a dos jóvenes deseosos de obtener poder, seres que se dejaron arrastrar por los pensamientos de sus corazones y por su vanidad y arrogancia. Al principio de su vida pública tan destacada, se preocuparon por desafiar el liderazgo. El orgullo y el engreimiento amenazaron con tomar el lugar de la humildad y la tolerancia y el diálogo que debían tener, fue desplazado por su individualismo.
Cuando la función pública se convierte en escena de los intereses personales, el proceso de degradación es inevitable. Cuando el escenario del culto religioso es arrebatado por el sacerdote de turno y depende de su respuesta emocional, pierde su centralidad e importancia. Cuando los personajes intentan el monopolio del servicio y desplazan la participación de los feligreses pensando que nadie más que ellos son los elegidos para el cumplimiento del ritual, las consecuencias no pueden ser otras que desastrosas. Cuando quien tiene que tomar decisiones no es capaz de consultar con otros, tropezará inevitablemente en sus propios errores. Si en el calor de la mística y el fanatismo las personas olvidan sus orígenes y de quienes le enseñaron lo que saben, se autoerigen en semidioses que deben desaparecer del escenario, así sean personas que sólo buscan el bien y son personas con buenas intenciones.
Aarón guardó silencio por la conducta de los jóvenes. Se sintió quizás culpable por no haber transmitido las virtudes del guía. Se quedó sin palabras por el duelo irreparable por la pérdida terrible. Su silencio es un grito que se oye hasta nuestros días.
La lectura de nuestra semana comienza a referirse al ser humano, de la misma manera que el relato de la Creación, después de haber recorrido en la parashá anterior, las normas referidas a los animales en 47 versículos del capítulo 11 de Sheminí, recorriendo por gran parte de la escala zoológica. Así lo subraya Rashí en su comentario. El humano del final de la Creación es el último también en cuanto a las normas de la pureza ritual. “Detrás y delante me rodeaste”, leeremos en el versículo 5 del salmo que citamos a continuación, – detrás de todas las obras, delante de los castigos-, fuiste creado. Si no fuiste humano completo, dice el midrash, te recordarán que hasta el mosquito fue creado antes que tú.
Y, casi en el mismo principio, después de la fecundación y del nacimiento, nos indica que en el octavo día, se debe circuncidar la carne del prepucio del varón.
¿Qué novedad nos trae el mandamiento del brit milá de nuestra parashá, si ya D-os lo había ordenado a Abraham? Los grandes pensadores nos enseñaron que la orden a Abraham fue personal e individual, por lo que no puede obligar a todo el pueblo de Israel. La prescripción que nosotros obedecemos surge de parashat Tazria. Ya Maimónides nos enseñó en forma más que contundente que cada mitzvá aparece claramente como mandamiento. Sin esta parashá, la experiencia de Abraham no hubiera sido obligatoria para las generaciones que siguieron tras él. Así aprendemos que la vigencia de los mandamientos está condicionada a la revelación de Sinaí. Nuestras mitzvot no son producto del folklore, de la imitación de lo que hicieron o no hicieron nuestros antepasados, no son tradición, no son costumbres. Son mandamientos divinos. Tienen esa especial calidad.
Algunos de los temas que trata la parashá suelen ser omitidos por los maestros y quienes enseñan parashat hashavúa. A veces con el pretexto que coincide con muchos otros temas muy interesantes. Pero, la razón tampoco es porque los de Tazria son verdaderamente difíciles. Hay una especie de creencia generalizada todavía hoy, que hay tramas que no son elegantes, que no son convenientes para los menores. Y, en palabras del rav Mordejay Elón (1), esas actitudes provocan que los temas omitidos “sean estudiados debajo de la mesa”, como lo sabe todo adolescente, como lo comprueba muchos años después cualquier docente olvidadizo. Pero, esos temas deben ser enseñados, deben ser estudiados. No deben omitirse ni siquiera cuando se trata de alumnos jóvenes.
Después de todo, aún las mitzvot de pureza e impureza que no podemos cumplir desde la destrucción del Templo, fueron dadas a los humanos concretos, reales, biológicos, y deben ser cumplidas con el cuerpo, no siempre limpio, no siempre puro. También debemos estudiar aquellas que por el momento no pueden ser observadas, porque forman parte de una totalidad indivisible.
En estas parashiot, encontramos material suficiente para que varios tomos del Talmud se dediquen a analizarlo, ya que forman el compendio de los preceptos de la pureza que nos debe guiar en las normas del judaísmo. Ya habíamos comentado en parashat Sheminí, que nuestra santidad deriva exclusivamente de la posibilidad de refinamiento que obtengamos con la autodisciplina que nos brinda el cumplimiento de las mitzvot. Esa idea nos debe seguir guiando también en la lectura de este sábado y en la del siguiente.
Pero, para poder estudiar el cumplimiento de las mitzvot que se refieren a las funciones biológicas del cuerpo, éstas se deben estudiar frontalmente. No hay tema tratado en la Torá que no pueda ser discutido y aprendido en la mesa, en el salón de clases o en el templo.
Sólo hay que encontrar el lenguaje apropiado y la manera.
El capítulo 139 de Tehilim, cuya belleza es indescriptible, y cuya profundidad, es asequible por todos, nos da una muestra de la manera en la que se pueden tocar incluso los actos más íntimos. Es tan bello que no puedo evitar transcribirlo en su mayor parte: ”…Salmo de David. H’, Tú me has escudriñado y conocido. Tú conoces mi sentarme y mi levantarme; Desde lejos comprendes mis pensamientos. Tú escudriñas mi senda y mi descanso, y conoces bien todos mis caminos. Aun antes de que haya palabra en mi boca, Oh SEÑOR, Tú ya la sabes toda. Por detrás y por delante me has cercado, y Tu mano pusiste sobre mí. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Es muy elevado, no lo puedo alcanzar. ¿Adónde me iré de Tu Espíritu o adónde huiré de Tu presencia? Si subo a los cielos, allí estás Tú; Si en el Sheol preparo mi lecho, allí estás Tú. Si tomo las alas del alba, y si habito en lo más remoto del mar, aun allí me guiará Tu mano, Y me tomará Tu diestra. Si digo: “Ciertamente las tinieblas me envolverán, y la luz a mi alrededor será noche;” Ni aun las tinieblas son oscuras para Ti y la noche brilla como el día. Las tinieblas y la luz son iguales para Ti. Porque Tú formaste mis entrañas; Me hiciste en el seno de mi madre. Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; Maravillosas son Tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de Ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en Tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados cuando no existía ni uno solo de ellos. ¡Cuán preciosos también son para mí, oh D-os, Tus pensamientos! ¡Cuán inmensa es la suma de ellos! Si los contara, serían más que la arena; Al despertar aún estoy contigo. ¡Oh D-os, si Tú hicieras morir al impío! …. Escudríñame, oh D-os, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno”.
Y, si ya hablamos de la maravillosa creación literaria de nuestros antepasados, recordemos el relato de Masejet Nidá, 31 a y Kidushin 30 b: “Tres son los socios que tienen las personas. El padre, la madre y el Santo Bendito”. Principio que podemos comprobar casi todos los días. Y, la guemará allí nos desarrolla una serie de observaciones anatómicas del bebé que son recibidas de cada uno de los socios. Además de una verdad irrebatible, un recordatorio de nuestras limitaciones, encontramos en esa expresión una plataforma filosófica, ya que el “descubrimiento” de los sabios del Talmud es que somos producto por igual de la Madre y del Padre y no como se pensaba en las escuelas más avanzadas de aquella época. El Santo Bendito aporta, en definitiva, la vida. Él la concede y él la quita sin que los otros socios puedan protestar. Pero, aquí queda claro que los socios son madre y padre igualitariamente. Es la respuesta judía al pensamiento helénico de la época que había excluido a la mujer-madre de todo rol en la función familiar excepto el de la crianza. Es el aporte de los sabios del Talmud que aún en nuestros días sigue teniendo validez y merece ser recordado.
De nuestra parashá, en la que se analiza la relación del hombre y la mujer después de la larga lista de los animales, entendemos la diferencia. En la escala animal la reproducción es casi un fenómeno únicamente técnico, en los humanos la posibilidad de elevar la inspiración espiritual hasta la misma presencia de la Shejiná. Es lograr la santificación a través de la relación humana. En las bendiciones debajo del palio nupcial proclamamos “bendito eres H’ que santificas a tu pueblo Israel por medio de la jupá y los kidushin”. Es la única vez que proclamamos la santificación del pueblo de Israel y ello se logra a través de la mujer, que después de fecundada hará nacer a su hijo. Simplemente lo que nos dice el primer versículo de nuestra lectura.
Sobre el versículo de parashat Metzorá, (15:31), “Así ustedes mantendrán a los hijos de Israel separados de sus impurezas, para que no mueran en sus impurezas por haber contaminado Mi tabernáculo que está entre ellos.” nos dice el rav Elon, citando al Netziv (2): “se trata del mishcán que está dentro de la pareja” (y no del tabernáculo que se construyó), dentro de los espíritus de los judíos que eligieron vivir con santidad. Vigilantes pueden evitar que introduzcamos impurezas en los templos, pero, cada uno de nosotros es el responsable por convertirnos en un mishcán puro. Nuestra vida espiritual depende de la capacidad que tengamos de separar las impurezas.
En otras palabras, depende de la decisión que tomemos de vivir con pureza.
Shabat shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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1. Rabino Mordejai Elon: nació en 1959, y es el líder del movimiento espiritual y social Mibereshit, fue rosh yeshivá de Jorev y de Yeshivat Hacotel. Sus conferencias sobre parashat hashavúa fueron brindadas ante públicos numerosos y particularmente jóvenes. En la actualidad se encuentra escribiendo un comentario sobre el Pentateuco.
2. Netziv: Es el seudónimo por el que es conocido el rabino Naftali Tzvi Iehudá Berlín (1893-1817) fue el Rosh de la famosa Yeshiva de Volozin y uno de los más grandes sabios del siglo XIX.
Los ciclos de la vida
Rabino Yerahmiel Barylka
La segunda parte de parashat Shemini, se une a las dos que leemos esta semana, al presentarnos un detallado listado de acciones y productos hacia los que nos debemos relacionar si deseamos alcanzar la categoría de observantes de las mitzvot o, en otras palabras, servidores de D-os que reciben el Yugo Divino y el Yugo de los Preceptos. Esta relación deriva de aspectos del hombre como ser biológico, necesitado de proveer sus necesidades y que para ello desarrolla todas sus habilidades, deseos, y las fuerzas que posea desde la Creación. Sólo que, en el judaísmo, esa satisfacción de necesidades, reales o ficticias, suficientes o sobrantes, tienen límites, descritos casi hasta el cansancio por su meticulosidad.
Ese listado de mitzvot no es fácil de cumplir. Llega al extremo que, por ejemplo, en nuestros días, cuando muchos ya decidieron abstenerse de consumir productos expresamente prohibidos, disfrazan algunos de los permitidos con las formas, olores, sabores, y nombres de los no aptos para nuestro consumo. Creen que así cumplen la mitzvá pero, internamente desean convencerse de su trasgresión.
En parashat Tazria y en el contexto de la mitzvá de la circuncisión y también con escuetas y puntuales palabras, la Torá nos presenta la fecundidad del hombre y la mujer, los nueve meses del embarazo y el nacimiento. Tema que es fundamental en nuestra existencia como seres humanos, y en la norma, primordial para poder ser un pueblo. ‘Rabí Eliezer nos enseña: ‘Tal como la casa tiene puertas, también la mujer las tiene. Así está escrito (Job 3:10) “Pues no cerró el vientre de mi madre”, Rabí Yehoshúa dice, ‘Tal como la casa tiene llaves, también las tiene la mujer’, pues así está escrito en Bereshit 30, “Y D-os le oyó (a Rajel), y le abrió su matriz”. Dijo Rabí Akiva, ‘Así como la casa tiene pivotes, así los tiene la mujer’, ya que está escrito que cuando la esposa de Pinjás estaba próxima a dar a luz y supo que sido capturado el arca de D-os y le vinieron los dolores del parto, “se le dieron vuelta los pivotes”’ (Ver las palabras hebreas de I Samuel 4:19) (Según Midrash Rabá, Tazría, parashá 14). El midrash citado, relaciona a la mujer y a la matriz como una casa, el cálido hogar donde los seres humanos se alojan durante los meses del embarazo sin sufrir de hambre ni de sed, de frío ni de calor, acompasados por su compás, movidos por su movimiento, adormilados por su musicalidad y activos con su actividad, para salir a un mundo cruel al que seguramente no deseaban enfrentar. Mundo en el cual rige la ley de la gravedad, en el que no hay líquido amniótico, en el que cruelmente se corta el cordón umbilical. Mundo que necesita nuevamente de los cálidos brazos de la madre, que lo consolarán en su dolor, y le darán parte del calor perdido, que le alimentarán y le llevarán el susurro y el canto de cuna de su identidad. Nuevamente su hogar es la mujer, la continuidad de su cuerpo, y su alma. Pero, un buen día se cumple el “que el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser” (Bereshit 2:24) y su conducta es regida por el tiempo biológico: menstruación, ovulación, fecundación, embarazo, nacimiento. Tiempo que provoca, según nuestras normas, círculos en espiral de acercamientos y alejamientos que parecen infinitos. “Cuando una mujer conciba y dé a luz un niño, quedará impura durante siete días, como lo es en el tiempo de su menstruación. Al octavo día, el niño será circuncidado… Si da a luz una niña, la madre quedará impura durante dos semanas”… (Vaikrá 12, 2-5), nos dice la Torá y los sabios se encargaron de interpretar y de reglamentar.
Así son los ciclos de la vida.
Los mismos que permiten que la mujer viva el tiempo siguiéndolos y el hombre aprendiéndolos con el calendario que le traerá señales de las fechas con mitzvot a los que él está obligado y la mujer sólo invitada a guardar.
Ella es el hogar del judaísmo al que los hombres están invitados.
En el inicio de la parashá, casi desapercibida, aparece, como dijimos, la prescripción de llevar a cabo el brit milá. El tema del brit milá fue tratado ya en Bereshit 17: 9, pero adquiere valor normativo recién en nuestra parashá, y en un texto de tan pocas palabras.
La guemará en Nedarim 31 b, nos dice que “la mitzvá de brit milá es tan importante que si no fuera por ella, el universo no se hubiera creado” y en Ein Yaacov sobre el mismo folio leemos que la milá equivale a todas las otras mitzvot, dicho que le brinda una posición de excelencia que comparte con sólo un puñado de mitzvot más.
En el midrash Bereshit Rabá leemos una explicación a la circuncisión colectiva llevada a cabo por Yehoshúa antes de ingresar al pueblo judío a la tierra de Israel, cuando nos dice: ‘Si tus hijos cumplen con la mitzvá, ingresarán a la tierra de Israel y en caso contrario no lo harán’ (B. Rabá 46). Así lo relata Yehoshúa: “En aquel tiempo, H’ le dijo a Yehoshúa: «Prepara cuchillos de pedernal, y vuelve a practicar la circuncisión…» Realizó la ceremonia porque aquellos que estaban en edad militar después de salir de Egipto ya habían muerto en el desierto. Todos ellos habían sido circuncidados, pero no los que nacieron en el desierto mientras el pueblo peregrinaba después de salir de Egipto. En el deambular por el desierto durante cuarenta años, murieron todos los varones en edad militar. A los hijos de éstos, a quienes D-os puso en lugar de ellos, los circuncidó Yehoshúa, quitándoles de encima el oprobio de Egipto, dice el texto casi con estas palabras.
Los judíos que iban a ingresar con Yehoshúa eran adultos, y dieron su consentimiento porque sabían que si no pasaban por esa prueba no ingresarían al pacto y si no formaran parte del mismo no tendrían derecho de ingresar a Israel. En nuestros días, el consentimiento por el brit milá que un niño que ocho días no puede expresar, se obtiene retroactivamente cuando el padre, cumple con el mandamiento de quitar el prepucio a su hijo. Sólo aquellos que siguiendo ciertas modas se abstienen de hacerlo, expresan su protesta retroactiva por el brit al que los ingresaron y así salen del Pacto. Ya no ingresarán a la Tierra de Israel, ya no desean ser considerados hijos de Abraham, buscarán otras madres, otros cariños, otras protecciones.
Para ingresar al Hogar Nacional había que cortar los prepucios de quienes estaban esclavizados a los bienes materiales de Mitzraim, como para ingresar a la vida, hay que cortar el cordón umbilical del dulce hogar y arriesgarse al frío, al hambre y a la sed, para ser recibidos en las cálidas manos de la Madre, en las gigantescas manos de la Shejiná.
Los hijos del Pacto, tienen límites en sus conductas y en sus satisfactores, ese es el precio de pertenecer, pero, esa es también la ventaja que como parte del pueblo, les permitió llegar hasta el día de hoy.
Con esa conducta, garantizan también su futuro, el mismo que construirán con sus propios cuerpos, con sus propios tiempos, con su propia Ley.
Shabat Shalom, desde Sión
Rab. Yerahmiel Barylka
De manera casi desapercibida, nuestra lectura semanal, nos presenta un modelo de la interacción del pueblo de Israel con los países del mundo. Leemos esta semana el marco de nuestras relaciones con el otro, que nos hicieron pasar por situaciones tan difíciles, tan creativas, tan traumáticas, tan enriquecedoras y tan frustrantes, a lo largo de la historia.
En nuestra lectura aparece una categórica referencia a la generación del desierto, en una representación impecable y simple. Casi anecdótica. Casi profética. Aplicable obviamente sólo a esa generación, pero, con rasgos comunes a todas las vicisitudes en nuestro pueblo que en tantos tiempos, decidieron seguir siendo la Generación del Desierto. O, no tuvieron la fuerza para dejar de serlo.
Mientras nuestros antepasados que había salido de Egipto aún no llegaban a la Tierra Prometida, se encontraban ubicados entre dos culturas.
La que había dejado atrás, físicamente, y la que tendrían frente a sí, cuando les tocaría ingresar a la Tierra de Canaán con la propia. D-os nos ordena ser independientes espiritualmente de ambas, y nos resuelve el dilema entre cuál de las culturas preferir, elegir y hacer propias. Nos pide un corte radical. Nos obliga a crear una cultura alejada de los patrones de las civilizaciones conocidas. Nos invita a abandonar los modelos foráneos que tantas veces admiramos en los más profundos recovecos de nuestros corazones y que en otras, envidiamos, deseamos y codiciamos.
La Presencia Divina no puede reposar en el seno del pueblo judío, si alguien piensa que puede convivir con la cultura decadente de los otros. En los primeros versículos del capítulo 18 ya leemos: “H’ le ordenó a Moisés que les dijera a los hijos de Israel: Yo soy el Señor, su D-os. No harán como hacen en la tierra de Egipto, donde antes habitaban, ni tampoco en las de Canaán, adonde los llevo. No se conducirán según sus estatutos, sino que pondrán en práctica mis preceptos y observarán mis leyes. Yo soy el Señor su D-os. Observen mis estatutos y mis preceptos, pues todo el que los practique vivirá por ellos. Yo soy el Señor”.
Sin la Presencia Divina no serán pueblo, ni tendrán tierra donde asentarse. Para tener derecho a Ella, es menester poner en práctica otros preceptos y observar otras leyes: los de la Torá, que son muy lejanas a las de los otros pueblos, por que aquellas crean impureza espiritual que se contagia aún sin percatarse de ello.
Ser un pueblo de sacerdotes, obliga a otra conducta. Pero ese es un paso para lograr otro objetivo, ser un pueblo sagrado, que tenga merecimientos de asentarse en la tierra prometida a los patriarcas. La santidad del pueblo no puede separarse de la santidad de la Tierra. Pero, esa santidad no debe entenderse como un don, sino como una conducta. No es un regalo, es una aspiración. Kedushá es un concepto filosófico muy complejo que debe comprenderse correctamente a partir de las escrituras.
El camino es largo y complicado. No sólo hay que cortar con el pasado, sino ser cuidadosos de no aceptar las normas de moda en la zona, y que por la cercanía, pueden influenciarnos.
Un ejemplo de ello, simple, concreto, que nos dice que no es suficiente con no contagiarse, sino que debemos recorrer el camino propio aparece en las normas del jubileo, que van unidas a la manumisión de los esclavos y que son una revolución para el pensamiento de la época, tanto así que continúan teniendo vigencia en nuestros días. Así dice Vaikrá (25:11-17): “El año cincuenta será para ustedes un jubileo: ese año no sembrarán ni cosecharán lo que haya brotado por sí mismo, ni tampoco recogerán las viñas no cultivadas. Ese año es jubileo y será santo para ustedes. Comerán solamente lo que los campos produzcan por sí mismos. En el año de jubileo cada uno volverá a su heredad familiar. Si entre ustedes se realizan transacciones de compraventa, no se exploten los unos a los otros. Tú comprarás de tu prójimo a un precio proporcional al número de años que falten para el próximo jubileo, y él te venderá a un precio proporcional al número de años que queden por cosechar. Si aún faltan muchos años para el jubileo, aumentarás el precio en la misma proporción; pero si faltan pocos, rebajarás el precio proporcionalmente, porque lo que se te está vendiendo es sólo el número de cosechas. No se explotarán los unos a los otros, sino que temerán a su D-os. Yo soy el Señor su D-os.”
Ese es el espíritu de la nueva normatividad. Alejarse de las corrupciones y de las modas. De lo permitido y aún estimulado por los medios del otro, y hacer un camino nuevo con otros principios. El del Yovel, es sólo un ejemplo inspirador, pero, que grita que en la nueva tierra deberán establecerse otras solidaridades, aún al costo de perder dinero y bienes.
Se deberán marcar otro tipo de transacciones. La Tierra es de H’, y si nos la da debemos respetar Su deseo.
El fragmento de Torá de esta semana, nos pide, además, alejarnos de la búsqueda de cercanías peligrosas como las de los dos hijos de Aarón, y de las impurezas. El dramático inicio de Ajarei Mot, que leemos, y no por casualidad en Yom Kipur, anecdóticamente, nos marca un límite en nuestra relación con la divinidad, que debemos revelar más en la conducta con el prójimo que en los acercamientos desprovistos de compromiso con otras normas. Más afirmando normas éticas que buscar peligrosos acercamientos al Fuego Divino.
Para ser santos, no hace falta de actos multitudinarios ni de consagraciones espectaculares, tampoco aproximaciones indeseadas. Depende de la conducta cotidiana, silenciosa, cuidadosa.
Nuestra lectura nos hace el puente entre los efectos de las columnas de fuego y de humo, y las que tenemos en las profundidades de nuestra alma. Le habla a un pueblo suspendido en el vacío de conductas de los demás para instarlo a aferrarse a la propia.
Este es el lugar para una pequeñísima acotación: Si bien llamamos a los lugares ‘sagrados’, a los libros ‘santos’, a los objetos de culto ‘consagrados’, a algunas personas ‘venerables’, – en hebreo en todos los casos kedoshim- tenemos que tener claro que la orden de nuestra santidad, que logramos por la obediencia a la Ley de la Torá, es sólo para consagrar la santificación del Nombre del Santo Bendito en el universo.
El único sagrado es D-os. Completo. Sin falla. Sin mácula. Kedoshim tihiu debe entenderse como “ser enteros con D-os”, siguiendo las normas que rigen nuestras relaciones con el prójimo, con el extranjero, la viuda, el huérfano, el necesitado, con los cohanim, con el Servicio Divino. No es una orden de convertirnos en santones.
Es una prescripción de seguir íntegramente la cultura propia, no la de nuestros opresores, ni la de nuestros amigos que tienen otros valores. Sólo saliendo del desierto, y limpiándonos de las influencias ajenas, llegaremos a nuestro destino de ser independientes.
Tal como nos dijeron antes de Sinaí: “Si ahora ustedes Me son del todo obedientes, y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Porque toda la tierra Me pertenece, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” (Shemot 19:5-6), así Israel será el lugar del reposo de la Santidad Divina que es la única. Nunca sabremos qué es más difícil, si el alejarnos de lo ajeno o hacer propio lo nuestro. Pero, el esfuerzo vale la pena en ambas direcciones.
Shabat shalom, desde Sión
Rab. Yerahmiel Barylka
“«Habla a toda la congregación de los hijos de Israel diciendo»: Santos sean, porque santo soy yo, H’, vuestro D-os”
En nuestro comentario a Parashat Sheminí habíamos dicho que la santidad se logra renunciando al egoísmo y sometiéndose al camino ordenado como sistema para lograr la libertad interior, sin siquiera buscar su racionalidad. La santidad se encuentra en la obediencia.
El someternos a los límites, nos evita pasar por el fuego. El mandato no es inmolarse para ser santos. Es vivir plenamente dentro de la norma… aceptarla tal cual, es lo que nos refina.
El Netziv de Volozin dice que el versículo arriba citado de nuestra Parashá, es el único lugar donde aparece la orden a toda la congregación a cada uno y una de los integrantes de la comunidad. Lo que significa que no es una disposición para “el colectivo” del pueblo sino a cada uno de nosotros en forma individual. Todos tenemos que cumplir con todos los preceptos. Pero, arribaremos a la santidad cada uno según nuestras aptitudes, nuestra capacidad, nuestra concepción. Nuestras características. Nuestra formación. Nuestro medio.
Cada uno llegara hasta el máximo que pueda pero que no es igual al máximo del otro. La diferencia parece estribar en los detalles.
Leemos parashat Kedoshim apenas pasado Pesaj, pocos días después de haber leído en la Hagadá, que H’ dijo: “Y he recorrido toda la tierra de Egipto, Yo y no un ángel”, y allí el Ar”í Hakadosh, nos comenta que las impurezas que había en aquel entonces en esa tierra eran tan grandes, que hasta podían influir en los ángeles, y sólo quien es Fuego que Todo Consume, podía llegar a Egipto para cumplir la misión de castigarlos. Pero, ese tipo de santidad no es la que se exige de nosotros. Para ser kedoshim, no nos debemos apartar de las personas, ni separarnos del mundo, todo lo contrario, debemos estar profundamente involucrados con el prójimo.
Un conocido relato nos dice que en el año 1930, Israel Meir Hacohen Kagan de Radín, – el Jafetz Jaim- viajó a Vilna, que en aquel entonces, hace apenas 78 años atrás, todavía era uno de los centros del judaísmo anterior a la Shoá. Fue invitado a hablar en el templo más importante de esa ciudad lituana. En su honor fueron encendidas todas las velas y fueron adornadas las altas vigas. El Aron Hakodesh resplandecía. Una media hora antes de la programada, el templo estaba ya totalmente lleno. La gente presente percibió la luz espiritual que irradiaba el Jafetz Jaim que rondaba los 90 años de edad. Era una ocasión histórica. ¿Por qué? Porque el beit hakneset estaba exclusivamente lleno de mujeres. Esa vez eran los hombres que se amontonaban para ver al Jafetz Jaim en la calle, pero no se les permitía la entrada. El Jafetz Jaim, que había rechazado ejercer el rabinato de púlpito, y que subsistía de las ganancias de una pequeña tienda de comestibles que manejaba su esposa, llevando prolijamente la contabilidad para cerciorarse de que nadie había pagado de más, comenzó sus palabras expresando: “Kedoshim Tihyu!” ¡Ustedes deben ser santos! Sí, ustedes. No por medio de sus esposos o sus padres, no por medio de su Rav, ni siquiera a través de sus niños – ustedes mismas deben ser santas. Kedoshim Tihyu, ¡Ustedes deben ser santos como Hashem es santo!”
El Jafetz Jaim terminó su charla precisando que el acontecimiento de esa tarde era histórico, ya que era la primera vez en centenares de años, -la edad del templo- que se había habilitado exclusivamente para mujeres. En ese momento, giró a su alrededor y abrió el Arón Hakodesh. Él, que era cohen recitó la bendición sacerdotal y luego bendijo a las mujeres con bienestar, salud y Shalom.
En tiempos como los nuestros, en los que el concepto de santidad parece estar alejando de la mayoría de judíos, como que vamos delegando en otros la recepción de lo sagrado. Pensamos que la posibilidad de la kedushá está en el otro. En el erudito, en los rabinos, los rashei yeshivot, los tzadikim, los gigantes de nuestra generación. Pero… también muchos de ellos están seguros que la orden de ser kedoshim fue cumplida por última vez en la generación anterior.
¿Acaso nos preguntamos alguna vez si deseamos ser santificados? Confieso que da miedo. Admiramos a los respetables y piadosos, nos complacemos con el cuidado y respeto de las mitzvot que están a nuestro alcance, pero no creemos haber nacido para ser kedoshim en la vida cotidiana y no nos educan para ello, ni hacia esas alturas educamos al otro.
El Jafetz Jaim se dirigió a las mujeres y no hizo la apología de la kedushá, no pidió que la apoyen, ni que la respeten. Simplemente repitió las primeras palabras de la parashá, ¡Kedoshim Tihyu! Éste fue su mensaje.
¿Y qué se exige en esa Kedushá? Pareciera que esa categoría es para personas que evitan caer en los patrones del comportamiento ordinario cuando cumplen mitzvot y prestan atención en algunos detalles. Que piensan cómo vestirse, cómo y cuando hablar. Que ponen cuidado especial en ser honestos en los negocios y cuidadosos en el trato al prójimo. Como dijimos, cualidades a las que cada uno puede llegar según su capacidad. Podríamos tomar el modelo del mismo Jafetz Jaim que dedicaba mucho tiempo en aprender Torá, y que difundía su conocimiento entre el pueblo. Era activo en las causas judías, ayudaba a los necesitados, cumplía con el versículo según el cual puso el título a su primer libro (1873), que es la primera tentativa de organizar y de clarificar los leyes acerca de la maledicencia, el hablar y los chismes y las calumnias, la difamación y las insidias y a través del cual es conocido: (Tehilim 34:13-14) “¿Quién es el hombre que desea vida -Hejafetz Jaim- y quiere muchos días para ver el bien?- Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño”.
El Jafez Jaim nos dejó una herencia de 21 libros. Ellos pueden ser nuestra guía para encontrar el camino propio, incluyendo Shmirat Halashón, que acentuó la importancia de guardar la lengua de pronunciar palabras que no deben salir de nuestras bocas, y Mishná Brurá (1894-1907), su comentario de las leyes diarias, (su primera serie en el Shuljan Aruj), que se encuentra en muchos hogares judíos y se acepta universalmente para decidir las normas.
Todos podemos ser kedoshim, pero, al cumplir con las mitzvot, debemos esmerarnos en aquellas que generalmente descuidamos. Las que parecen fáciles y sobreentendidas. La mayoría de las cuales están referidas a nuestra relación con el prójimo. Parece que en definitiva son las más difíciles. A veces necesitamos de otro para que nos enseñe nuestros errores, y reaprendamos relacionarse con las personas sin dañarlas.
Esa es otra forma de santificación.
También los hombres podemos oír el mensaje del Jafetz Jaim, a partir de este fin de semana Kedoshim Tihiyu.
Shabat Shalom desde Sión,
Yerahmiel Barylka
Emor, la parashá de esta semana, contiene 63 de las 613 mitzvot de la Torá. Comienza con las reglas específicas para el sacerdocio y se ocupa de las ofrendas sagradas. Un capítulo, -el 23-, describe los días de fiesta incluyendo Shabat, el siguiente, introduce reglas referentes al Tabernáculo y cuenta una historia sobre un hombre que blasfemó, y allí aparecen nuevas normas para esos casos.
El texto es tan rico y variado que es difícil elegir un tópico para tratar. Toda elección es arbitraria. Por ello, quisiera intentar tratar un tema que hoy día tiene mucha actualidad en los países del mundo con población pobre que emigra y aquellos en los que las condiciones económicas son mejores y son los que los reciben, y que no siempre recibe la atención necesaria. Las migraciones entre países provocan discriminación, dolor e incluso muerte, cuando los más necesitados se animan a tomar barcazas inseguras y mueren en alta mar o son muertos por las guardias de las naciones que no los desean.
Comencemos recordando aquella pregunta de Midrash Tanjumá en Vaiahakel, 8: ¿”Por qué la Torá fue concedida en el desierto? –Para decirnos que tal como el desierto pertenece a todas las personas, así las palabras de la Ley son propiedad de todo aquel que desee estudiarla. Nadie puede presentarse y alegar ‘yo son un ben Torá’ (un erudito en las enseñanzas) y la Torá me fue entregada y a mis antepasados, y tú no lograrás nunca el conocimiento de la Ley porque eres extranjero y tus padres no supieron Torá, ya que también ellos eran forasteros. Por eso dice la Torá, que la Ley nos fue ordenada por Moshé, morasha kehilat Iaacov, -heredad de la congregación de Israel- para indicarnos que aquel que se acerca a la congregación (kehilá) de Iaacov, aún los extranjeros que estudian Torá, tienen el mérito del Cohen Gadol (Devarim 33). Es la continuidad del texto ”Por tanto, guardarán Mis estatutos y Mis leyes, por los cuales el hombre vivirá si los cumple. Yo soy H'” que habla del hombre en cuanto ser humano (Vaikrá 19:5). Por ello no nos debe extrañar ya que en Bemidbar 15:15-16 leamos: “En cuanto a la asamblea, un estatuto habrá para ustedes y para el extranjero que reside con ustedes, un estatuto perpetuo por sus generaciones; como ustedes son, así será el extranjero delante de H’. Una sola ley habrá, una sola ordenanza, para ustedes y para el extranjero que reside con ustedes”. ‘Habrá una misma ley para ustedes; será tanto para el extranjero [guer] como para el residente [ezraj], porque Yo soy H’ su D-os.” (Vaikrá 24:21).
En Baba Kamá, 84 a, aprendimos que la ley debe ser igual para todos. Jizkuni nos comenta acerca el versículo que “tal como debemos demandar por las ofensas sufridas por un residente, debemos hacerlo igualmente por las sufridas por el extranjero…”. Sforno, comenta “tanto para el extranjero como para el residente, porque Yo soy H’ su D-os”, nos dice que es el mismo D-os, el del guer y el del ezraj, que no reconoce el grito contra el menesteroso.
¿Quién es el guer de este versículo? – Bejayie nos explica que la palabra hebrea guer deriva de garguir, -un grano, o una baya- que se ha separado del árbol, y se usa para significar el estado de quien viene de otro país y que se ha separado de su tierra, y que ezraj es como un plantío llevado a cabo muchos años atrás. Pero, la ley debe ser igual para ambos. La aparición del Nombre en este versículo debe leerse, continúa Bejayie, que si así se comportaran, Yo seré su D-os, y si no, se apartarán de la Divinidad, porque negaron lo principal de la misma fe. El exégeta continúa reafirmando que se trata de una norma fundamental, que si no es respetada provoca jilul H’ –la profanación del Nombre- .
La Torá usa en numerosas oportunidades el vocablo guer: respecto a los judíos cuando fueron esclavos en Egipto; a los egipcios y miembros de otras minorías que eligieron unirse a los judíos durante el Éxodo; a los trabajadores que fueron aceptados como aguateros, y leñadores; a los refugiados que escaparon de la explotación política o económica en las tierras vecinas que eligieron buscar el asilo y reconstruyen sus vidas en la tierra de Israel; huéspedes y prosélitos. A menudo se refiere al guer como necesitado y empobrecido a quien hay que apoyar. La Torá no ahorra acentuar esta ordenanza y así encontramos en Devarim 10:17.19 “Porque H’ su D-os es D-os de dioses y Señor de señores. Es D-os grande, poderoso y temible, que no hace distinción de personas ni acepta soborno. Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y también ama al extranjero y le da pan y vestido. Por tanto, amarán al extranjero, porque extranjeros fueron ustedes en la tierra de Egipto”.
El pueblo que incluyó en sus plegarias el versículo de Tehilim 146:9.”H’, el que guarda a los extranjeros; al huérfano y a la viuda levanta; y el camino de los impíos trastorna”, no puede conformarse mostrando solamente compasión y amor, sino que debe proponerse proteger los intereses del guer, absteniéndose de explotar su trabajo y procurando que reciba su salario cuando corresponda. No debemos retener los salarios de un trabajador empleado pobre o indigente, de sus hermanos o de sus extranjeros que estén en su tierra dentro de las ciudades.
Recordemos Devarim 24:14-15 que no olvida al extranjero en esta disposición, “No oprimirás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus conciudadanos o uno de los extranjeros que habita en tu tierra y en tus ciudades”. “En su día le darás su jornal antes de la puesta del sol, porque es pobre y ha puesto su corazón en él; para que él no clame contra ti a H’, y llegue a ser pecado en ti”. Y pocos versículos más adelante, (17-18) nos ordena no pervertir el juicio al guer, “No pervertirás la justicia debida al extranjero ni al huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de la viuda, sino que recordarás que fuiste esclavo en Egipto y que H’ tu D-os te rescató de allí; por tanto, Yo te mando que hagas esto”.
Si no fuera suficiente también debemos garantizar al extranjero su descanso, “Seis días trabajarás, pero el séptimo día dejarás de trabajar, para que descansen tu buey y tu asno, y para que el hijo de tu sierva, así como el extranjero renueven sus fuerzas” (Shemot, 23:12).
Si necesitábamos pruebas del alcance de la Torá en los principios que guían las relaciones entre los seres humanos, pudimos comprobar en este extracto de citas, lo que se puede aprender de un versículo escondido entre temas que por lo general son considerados como más importantes. Pero, no es menester esforzarse demasiado para que nuevamente veamos hasta donde la Torá nos ordena cuidar nuestra relación con el “otro”.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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Ovadia Sforno nació alrededor del año 1475 y murió en Bolonia, Italia en 1550. Estudió Torá, matemática, filosofía y medicina. Compuso un comentario a la Torá a parte de los libros de los profetas, sobre el Cantar de los Cantares, Salmos, Job, Jonás, Jabacuc, Zejaria y Eclesiastés. Su conocimiento talmúdico era fuera de lo común al grado que varios de los rabinos más importantes, también askenazíes se dirigían a él en consultas.
“Entonces H’ habló a Moshé en el Monte Sinaí: “Habla a los hijos de Israel, y diles: ‘Cuando entren a la tierra que Yo les daré, la tierra guardará reposo para H. ‘Seis años sembrarás la tierra, seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos, pero el séptimo año la tierra tendrá completo descanso, un reposo para H’; no sembrarás tu campo ni podarás tu viña. ‘Lo que nazca espontáneamente después de tu cosecha no lo segarás, y no recogerás las uvas de los sarmientos de tu viñedo; la tierra tendrá un año de reposo” (Vaikrá 25, 1-6)
Este año es sabático y cuando leamos esta parashá, estará llegando ya a su tramo final. El tema de shmitá es ajeno a la mayoría de los judíos residentes en los países de la dispersión, pero, es sumamente importante para quienes viven en Israel. Pese a ello, tiene relación con la vida en el exilio.
Si algunos comentaristas modernos hablan del Shabat como el reino del tiempo, Éretz Israel, es el reino del espacio. Los judíos en la golá viven en el tiempo marcado por Shabat y las festividades, los ayunos y los novilunios, los de Israel pueden también vivir su judaísmo en el espacio.
Si la santidad generalmente se percibe como un valor subjetivo — la reverencia que acordamos a un momento específico, en nuestra parashá la santidad es objetiva. La tierra de Israel — es intrínsecamente sagrada, y nos obliga relacionarnos a ella como santificada. Mientras que Parashat Behar se ocupa de los mandamientos de shmitá (el año sabático) y el año del jubileo, Parashat Bejukotai [que este año se lee por separado el próximo Shabat] se ocupa de la recompensa por observar estos mandamientos. En Parashat Behar, la tierra por sí misma recibe la orden de descansar [Algunos tienen la idea que la tierra es la que debe descansar, por lo que tampoco puede ser trabajada por las personas que están exentas de cumplir con las mitzvot. (Maharshal, Jojmat Shlomo, Baba Metzia 90b; Mitzva 325 de Minjat Jinuj. Otros dicen que la obligación incumbe solamente a las personas, que no deben trabajan sus tierras, ver Shabat Haaretz, vol. 1.1].
La tierra es el objeto del mandamiento, los seres humanos son los que llevan a cabo.
Hay un nivel más alto, sin embargo, en el cual la tierra se convierte en un sujeto. Es como si la tierra fuera una cosa viva, capaz de recibir órdenes, de actuar, de obedecer preceptos o de transgredirlos, capaz de recibir a las personas por su propia voluntad y de arrojarlas de su seno. Esto encuentra la expresión en la Halajá que prohíbe vender las regiones agrícolas de Israel a los gentiles porque no tienen la obligación de pagar trumá y maaser. [Avodá Zará 21a]. Así también se expresan las Escrituras en varios lugares, en las prohibiciones contra incesto, (“Porque esta tierra se ha corrompido, por tanto, he castigado su iniquidad sobre ella, y la tierra ha vomitado a sus moradores Vaikrá 18:25), y en la severidad con la se condena el crimen. [‘Así que no contaminarán la tierra en que están; porque la sangre contamina la tierra, y no se puede hacer expiación por la tierra, por la sangre derramada en ella, excepto mediante la sangre del que la derramó. ‘Y no contaminarán la tierra en que ustedes viven, en medio de la cual Yo habito, pues Yo, H’, habito en medio de los hijos de Israel.” (Bemidbar 35:33-34)] En los últimos dos casos, la tierra como que reacciona a las violaciones severas de su santidad arrojando fuera de ella a los incumplidores.
La Torá impone el mandamiento del descanso de la tierra, pero permite que ‘Lo que nazca espontáneamente después de tu cosecha no lo segarás, y no recogerás las uvas de los sarmientos de tu viñedo; la tierra tendrá un año de reposo. ‘Y el fruto del reposo de la tierra les servirá de alimento: a ti, a tus siervos, a tus siervas, a tu jornalero y al extranjero, a los que residen contigo. ‘También a tu ganado y a los animales que están en tu tierra, todas sus cosechas les servirán de alimento. (Vaikrá 25: 5-7)
¿Cuál es la significación de este descanso? Uno no puede suponer que la tierra cese toda su actividad. En el año sabático los árboles no detienen su crecimiento, ni las flores su floración, o las malezas su crecimiento. De hecho, las Escrituras nos dicen explícitamente: ” Y el fruto del reposo de la tierra les servirá de alimento: a ti… ” (Vaikrá 25:6) ¿Si nada crece, cómo sería posible comer? Así podemos concluir que la tierra no cesa su actividad normal, sino que en el año de shmitá elimina por un año su esclavitud al trabajo que las personas le imponen. Ese es el sentido del descanso de la tierra, sentido que aparece explícitamente en los versículos siguientes: ‘Además, la tierra no se venderá en forma permanente, pues la tierra es Mía; porque ustedes son sólo extranjeros y peregrinos para conmigo. ‘Así que en toda tierra que ustedes tengan en propiedad, proveerán para que la tierra pueda ser redimida”. (Vaikrá. 25:23). Los años sabática y del jubileo tienen el mismo racional subyacente: la Tierra debe regresar a su Verdadero Dueño. [Sanedrín 39 a]
El castigo para no observar los mandamientos de shmitá consiste en pagar su deuda a la tierra. La tierra demanda a los que la han estado explotando. “Entonces la tierra gozará de sus días de reposo durante todos los días de su desolación, mientras que ustedes habiten en la tierra de sus enemigos; entonces descansará la tierra y gozará de sus días de reposo. ‘Durante todos los días de su desolación la tierra guardará el descanso que no guardó en sus días de reposo mientras habitaban en ella” Vaikrá. 26:34. Quien no reconoce por las buenas quien es el verdadero dueño, y no cumple con sus obligaciones, es desalojado, y las obligaciones se cumplen sin él, hasta que es autorizado a regresar. En Vaikrá 25:42 leímos: “Porque ellos son Mis siervos, los cuales saqué de la tierra de Egipto; no serán vendidos en venta de esclavos”, si son esclavos de D-os nadie los puede esclavizar”…, pero si se olvidan de ello, el precio puede ser muy alto. En II Divrei Haiamim 36: 19-21 leímos “Y quemaron la casa de D-os, derribaron la muralla de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos valiosos. A los que habían escapado de la espada los llevó a Babilonia; y fueron siervos de él y de sus hijos hasta el dominio del reino de Persia, para que se cumpliera la palabra de H’ por boca de Irmiahu, hasta que la tierra hubiera gozado de sus días de reposo. Todos los días de su desolación la tierra reposó hasta que se cumplieron los setenta años”. No en vano, los sabios del Talmud establecieron en Shabat 33 a que “por los pecados de shmitá – fueron exiliados”.
Dos son las causas del mandamiento: Una social, otra metafísica. El descanso de la Tierra significa la abolición de las transacciones de los frutos durante un año y con esa abolición, la de las diferencias entre quienes la trabajan y quienes usufructúan del trabajo. Es una verdadera revolución social que se completa con el Jubileo, año de la Reforma Agraria según la Torá. Shmitá posibilita la ruptura de las diferencias entre los estratos sociales. Pero el aspecto social no podría realizarse si no se reconoce previamente que hay un Dueño, Patrono y Señor. En este año, le devolvemos su pertenencia de su propiedad. Es el año del gran acto de fe. El servir a D-os no es esclavitud, es nuestro destino.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Nuestra parashá, la última del tercer libro del Pentateuco, comienza con promesas de abundancia ‘Si andan en Mis estatutos y guardan Mis mandamientos para ponerlos por obra, Yo les daré lluvias en su tiempo, de manera que la tierra dará sus productos y los árboles del campo darán su fruto. Ciertamente, su trilla les durará hasta la vendimia, y la vendimia hasta el tiempo de la siembra. Comerán, pues, su pan hasta que se sacien y habitarán seguros en su tierra. Daré también paz en la tierra, para que duerman sin que nadie los atemorice. Asimismo eliminaré las fieras dañinas de su tierra, y no pasará espada por su tierra” (Vaikrá 26:3-6). Esta idea evoca la segunda parte de la lectura del Shemá (Devarim 11: 13-15) con pequeñas diferencias.
Es inocultable que estos versículos y los siguientes, nos colocan ante dilemas por la dificultad que tenemos de comprender su profunda inteligencia y nos enfrentan con preguntas que constantemente nos formulamos cuando vemos que personas buenas sufren desgracias son despedidos de sus trabajos, no tienen medios honorables para mantenerse o sufren enfermedades terminales.
Compartimos con muchas almas buenas que están enfermas, empobrecidas, abandonadas y perdidas y tendemos a hacer cálculos morales simples y casi matemáticos, para saber quién es el justo que debe ser recompensado y quién el malvado que debe ser castigado. Esa ecuación tan simple nos hace creer dioses que entendemos todo. Más de un persona de escasa fe, suele elevar en voz alta sus quejas, llegando incluso a cuestionar lo incuestionable y preguntándose por el incumplimiento de la Palabra.
Pero nuestros sabios no eran gente simple y no se apuraban a entender las palabras sólo textualmente. Estaban enterados que en nuestro mundo el sueño de la recompensa proporcional por ser buenos o malos no es más que una visión falsa o en el mejor de los casos distorsionada. Nuestras Escrituras atestiguan que la comprensión espiritual del misterio de la justicia de H’ era más sutil y etérea que la simple ecuación de la recompensa y del castigo. Nuestros sabios demuelen la explicación del quid pro quo -la acción de sustituir algún bien con otro o un intercambio de favores-. H’ no juega con nosotros al “toma y daca” de ‘te cumplo una mitzva y Tú me quitas el sufrimiento’. Muchos de nuestros salmos expresan el dolor del bueno y piadoso y en definitiva buscan confortarlo.
Sabían, como sabemos, que la vida en este mundo no sigue reglas tan simples. Es de ingenuos leer los listados de bendiciones y de maldiciones como el que aparece en la porción de esta semana como descripción del mundo en el cual vivimos y tratar de ajustar la realidad al texto no comprendido. Mejor es verlo como una visión del mundo tal como debería ser.
Así compartiríamos la afirmación de la fe y la creencia de nuestros sabios en el momento futuro del tiempo donde H’ se manifestará en su plenitud y hasta podremos comprenderlo. Nuestros sabios entendían que la posibilidad de conocer Sus criterios de justicia podrá ser revelada únicamente en el futuro. Su mundo era, al igual que el nuestro, un lugar peligroso.
La tierra de Israel, fue y es una nación pequeña rodeada por enemigos. Su supervivencia económica dependía de las lluvias imprevisibles del invierno. La prosperidad, la salud y la longevidad eran y son para muchos sólo sueños efímeros. Pero, nunca se perdió la fe en un futuro seguro y justo.
No debemos entender las bendiciones y las maldiciones como los parámetros populares recompensa y castigo. Nuestros sabios, sabían que la vida y sus desafíos no podrían ser explicados tan simplemente. Las bendiciones y las maldiciones que leemos en la última parashá de Vaikrá, no son una descripción rígida de nuestro mundo sino la promesa cierta y segura de un futuro mejor y más justo.
Expresan en el estilo y el contexto de un código y la visión poética del Salmista que anuncia que un cierto día en el futuro toda la creación se regocijará cuando H’ decida gobernar la tierra, de manera visible para todos.
¿Quiénes son los que andan en los estatutos y guardan los mandamientos? ¿Qué es lo que hay que hacer para que las Escrituras se cumplan automáticamente?
Pocas son las personas que pueden llegar al ideal de cumplir con todas las mitzvot a partir de Vehavta, del amor, con todo su corazón, con sus almas, con sus recursos. Fue Rabí Shimón Bar Yojai quien pudo demostrar que cuando entró dentro de la cueva había llegado a un nivel espiritual tan alto, que no tuvo que preocuparse de cosas normales como la ganancia de un sustento o temer a los animales salvajes; él estaba en otro plano. Sin embargo, aprendemos de la guemará, que toda vez que grupos intentaron adoptar el acercamiento de R. Shimón fracasaron. Cada generación tiene algunos y muy contados individuos únicos que pueden tener éxito en una vida casi desprovista de las necesidades físicas. La gente normal cumple con las mitzvot regularmente, dedica la mayor parte de su tiempo a ganarse la vida, y encuentra aún algo de tiempo para el estudio de la Torá.
El Midrash Tanjuma Miketz, 6, hace referencia al texto de la bendición de gracias después de los alimentos –el bircat hamazon- que es tomado de Tehilim 37:25 “Yo fui joven, y ya soy viejo, Y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan”. Texto que cantamos alegremente [y que más de una vez siento que debo decirlo en voz muy baja, casi en un susurro, cuando frente a mí hay tanta gente necesitada y me toca compartir la mesa con ellos que sí entienden y por su comprensión esas palabras son fuentes de dolor y de vergüenza] sin precisar exactamente el significado y que pareciera una consecuencia directa de nuestra parashá, diciendo que en toda generación hay por lo menos un justo o como lo afirma rabí Tanjum citando a Rabí Aja que por lo menos hay 30, y a ellos D-os fija su sustento. Aún cuando hay hambruna y sequía, tal como sucedió a Eliahu y antes con nuestros patriarcas.
Sobre el pasuk “Yo fui joven, y ya soy viejo, Y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan” he leído “Pese a que sus hijos limosnean por pan, no he visto a ese justo, que es su padre abandonando su respeto por el Santo Bendito”, que es otra característica de la altura espiritual.
Podríamos resumir diciendo que la posibilidad de llegar a ser justo-tzadik existe en todas las generaciones pero, está reservada para muy pocos verdaderamente. Por ello, y pese a que somos rápidos para juzgar, debemos aceptar que en épocas en las que casi no hay tzadikim gmurim, tampoco hay reshaim gmurim [no hay ni justos plenos ni malvados absolutos] para que las maldiciones se cumplan sobre ellos, por lo que nuestras afirmaciones respecto al justo que le va mal y al malvado que le va bien, deben ser únicamente relativas.
Pero, no sólo no perdemos la esperanza de llegar a un tiempo ideal, sino que estamos completamente seguros que la promesa se hará realidad.
En ese entonces, cada letra de Bejukotay tendrá la aplicación textual que expresa.
Mientras tanto, recitemos fervorosamente el capítulo 96 de Tehilim: “Canten a H’ un cántico nuevo; canten a H’, habitantes de toda la tierra. Canten a H’, alaben su nombre; anuncien día tras día su victoria. Proclamen su gloria entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos. ¡Grande es H’ y digno de alabanza, más temible que todos los dioses! Todos los dioses de las naciones no son nada, pero H’ ha creado los cielos. El esplendor y la majestad son sus heraldos; hay poder y belleza en su santuario. Tributen a H’, pueblos todos, tributen a H’ la gloria y el poder. Tributen a H’ la gloria que merece su nombre; traigan sus ofrendas y entren en sus atrios. Póstrense ante H’ en la majestad de su santuario; ¡tiemble delante de él toda la tierra! Que se diga entre las naciones: « ¡H’ es rey!» Ha establecido el mundo con firmeza; jamás será removido. Él juzga a los pueblos con equidad. ¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra! ¡Brame el mar y todo lo que él contiene! ¡Canten alegres los campos y todo lo que hay en ellos! ¡Canten jubilosos todos los árboles del bosque! ¡Canten delante de H’, que ya viene! ¡Viene ya para juzgar la tierra! Y juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con fidelidad.”
Que ningún malvado en su corazón se haga ilusiones con la injusticia permanente.
Habrá justicia y alcanzaremos a verla, aunque no siempre tengamos la capacidad de comprenderla.
Jazak Jazak venitjazek.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Bamidbar | Naso | Behaalotejá | Shelaj Lejá | Kóraj |
Jukat | Balak | Pinjás | Matot | Masei |
BAMIDBAR – NUMEROS
El libro de los Censos o de los Números
El libro Bemidbar es llamado en la mishná (Iomá 7:1, Menajot 4:3), el “jumash de los Censos o de los Números”, como regularmente se le llama en las traducciones al español. Ello se debe a su principio, que presenta con mucho cuidado y orden la revista que se llevó a cabo “el primer día del segundo mes (iyar), en el segundo año del Éxodo de Egipto”, y a su final en parashat Pinjas, en el año cuarenta de la salida de los hijos de Israel de Egipto y antes de su ingreso a la Tierra Prometida.
En nuestra parashá que se continúa también en Nasó, se dedican no menos que ciento ochenta versículos para llevar a cabo esa minuciosa cuenta.
Estos censos no son los primeros que se llevaron a cabo en el desierto, ya que en Shemot (30:11-16), se describe el primero realizado para la construcción del mishcán, el tabernáculo.
Aún para aquellos comentaristas que opinan que el recuento de nuestra parashá es sólo el fin del conteo iniciado poco tiempo antes con motivo del mishcán y que por ello no hay diferencias en las cifras, no deja de sorprender la necesidad de volver a repasar una y otra vez los números en forma tal que deja a los lectores aburridos de tanto texto sin acción.
¿Para qué se les tuvo que contar y con tanto detalle tantas veces en tan poco tiempo?
¿Qué mensaje nos trae la Torá en la que no encontramos nunca un versículo sin mensaje, una letra de más o una de menos, al transmitirnos en el transcurso de las generaciones esos datos que realmente nos tienen sin cuidado?
La respuesta a este interrogante, la podremos encontrar en el nombre hebreo que hemos adoptado históricamente para este fragmento del Pentateuco: Bemidbar – En el Desierto.
La turba que abandonó Egipto y que se despertó a la libertad después de vivir esclavizada durante tantos años, salió de la normatividad de los egipcios que los sojuzgaban al caos de la libertad, en el desierto. No tenían identidad propia. La que llevaban consigo no estaba elaborada por ellos, sino era producto de la que le habían adjudicado los egipcios.
No habían asumido el destino común.
No en vano se rebelaron tantas veces con o sin motivos y estuvieron dispuestos a regresar a la esclavitud.
Además, en la historia pudimos aprender que muchas acciones libertarias finalizaron en caos y que quienes descubrían de pronto sus ventajas, asumían grandes fragmentos de las conductas contra las que se habían rebelado y las hacían propias, sin tomar distancia de sus opresores. Los recién liberados, sojuzgaban a otros, explotaban a otros, y con el pretexto de las gestas revolucionarias mataban, robaban y torturaban.
Pero, nuestros antepasados llegaron al desierto. Al lugar deshabitado. Allí estaban solos. Allí tenían que formarse.
Ya sabemos que esa generación igualmente fue perdida y que no pudo ingresar a la Tierra Prometida, quizás porque no se habían liberado de muchos de los rasgos de la esclavitud que los oprimían, pero en el desierto estaba Moshé que cumplía con las instrucciones y los mandatos de D-os.
Y en el desierto, les pusieron orden. Los limitaron y los disciplinaron. Los contaron y los ordenaron. Los dividieron por tribus y por flancos.
Una y otra vez los contaron. Con amor.
Esta parashá nos viene a decir: No miren sólo los números, observen qué es lo que hay que hacer para salir del caos.
Cuando se encuentren en el desierto, alejados de las fuentes, prepárense para la Revelación del Sinaí porque en ella encontrarán la identidad.
Nuestros padres pudieron convertirse de una turba desordenada en un pueblo, cuando se disciplinaron y se prepararon superando sus propios instintos, para llegar a los pies de Sinaí para recibir las tablas de la Ley.
No en vano, la lectura de nuestra parashá nos introduce en la fiesta de Shavuot, en la que recordamos esa Revelación, acto constituyente para que seamos un pueblo.
Nos lleva a volver a vivir esos momentos en los que dijimos que “Haremos y Estudiaremos” las normas que nos hicieron judíos.
Rab. Yerahmiel Barylka
El valor de la palabra y del documento
Rabino Yerahmiel Barylka
La parashá de esta semana que se lee cercana a Shavuot, continúa los primeros capítulos de Bemidbar que nos trajeron el orden que tuvo el pueblo de Israel en su recorrido por el desierto, dividido en tribus y estandartes, que rodean al mishcán ubicado en el centro. Es una parashá que excepto el Nombre de H’, tiene como actores a varones y a una sola mujer cuya notabilidad depende de la de su marido. La Torá interrumpe su relato iniciado en la parashá anterior, y nos presenta dos temas de índole individual y personal y que además atañen sólo a un limitado sector de la sociedad, cuando estaba tratando un tema general.
Sotá y Nazir son los temas que irrumpen de pronto y unidos. ¿Qué tienen en común? La guemará en Berajot 63, nos alcanza a contestar la razón por la cual ambas instituciones jurídicas van juntas, diciéndonos que quien vea a una mujer celada por su marido, se abstenga, al igual que el nazareno a ingerir vino. Allí también agrega que “quien retiene trumot y diezmos y no los entrega al cohen, luego deberá ir a pedirle ayuda por las desviaciones de su mujer”, como que existe una remota relación en la actitud de las personas en cuestiones que aparentemente son distantes a primera vista. Pero no nos agrega prácticamente nada más.
La respuesta a la incursión intempestiva de las dos normas en la sucesión de versículos que hablan de la marcha hacia la Tierra Prometida, es que la Torá desea enseñarnos que cuando un pueblo avanza, debe detenerse en su marcha y sus líderes deben tornar sus miradas hacia su gente. No se puede avanzar ni llevar a cabo grandes acciones históricas, si hay lesiones en la célula familiar o en la integridad de las personas. La sociedad no puede avanzar si sus líderes son indiferentes a lo que sucede a sus personas, si no conocen sus debilidades y si no hacen lo necesario para detener el mal antes que avance. Temas que aparentemente no tienen importancia como el de los maridos que sufren de baja autoestima y juzgan y condenan a su mujer sin causa, sin prueba, sin testigos, muestran un mal social. Cuando hay personas que para “elevarse” necesitan de promesas de abstenciones y de esa manera se apartan de la sociedad, los líderes deben ver qué sucede.
La parashá nos dice qué hacer en el caso de la mujer celada por su marido que cree que le fue infiel: “Entonces el cohen (sacerdote) escribirá estas maldiciones en un rollo, y las lavará en el agua de amargura. Después hará que la mujer beba el agua de amargura que trae maldición, para que el agua que trae maldición entre a ella para causar amargura” (Bemidbar 5:23-24).
¿Cuál es el valor de este rollo en el que se escriben maldiciones? Hay una frase que se suele decir – “el papel aguanta todo” – y ese enunciado sigue el espíritu de las Escrituras que no consideran lo que está escrito en los documentos como válido si no viene acompañado por formas prescritas. Ello es válido en el papel en el cual se anotan préstamos o las cuentas de las ventas. Sin la forma legal, los documentos no tienen más valor que el que cuesta el papel y la tinta usados.
Para comprender el papel desempeñado por las maldiciones escritas en el ritual de la mujer Sotá, citaremos algunos versículos que pueden ilustrarnos. La decisión de Moshé después del pecado del becerro de oro en Shemot 32:19-20: “Tan pronto como Moshé se acercó al campamento, vio el becerro y las danzas. Se encendió la ira de Moshé, arrojó las tablas de sus manos, y las hizo pedazos al pie del monte. Y tomando el becerro que habían hecho, lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los la bebieran los hijos de Israel”. Aquí vemos claramente que la bebida decidida por culpa del pecado del becerro tiene un significado simbólico análogo. En el líquido hay polvo del becerro, después de la ruptura de la piedra La fuerza de la palabra escrita en nuestras Escrituras aparece también en la Meguilá (Ester 8:8). “El decreto que se ha escrito en el nombre del rey… no puede ser revocado”. Lo que se escribió no se cambió tampoco en Persia. Y, si queremos seguir esa línea de pensamiento encontraremos que Ezra (Nehemia 8:5), también, transfirió el peso principal del servicio divino a la lectura de la Torá ante el público tal como se hace con la Meguilá en Purim. En el libro Zejariá (5:1-4) el profeta nos dice: “Alcé de nuevo mis ojos y miré un rollo que volaba. Y el ángel me dijo: “¿Qué ves?” Y respondí: “Veo un rollo que vuela; su longitud es de 20 codos y su anchura de 10 codos.” Entonces me dijo: “Esta es la maldición que sale sobre la superficie de toda la tierra. Ciertamente todo el que roba será destruido según lo escrito en un lado y todo el que jura será destruido según lo escrito en el otro lado. “La haré salir,” declara H’ de los ejércitos, “y entrará en casa del ladrón y en casa del que jura por Mi nombre en falso; y pasará la noche dentro de su casa y la consumirá junto con sus maderas y sus piedras.” Es el rollo en sí independientemente de su contenido el que se presenta como el símbolo, al grado que “la maldición sale sobre la superficie de toda la tierra”.
Los símbolos dentro o fuera de las visiones pertenecen al alma humana que tiene vestigios inculcados con el espíritu divino al que agrega la inacabable energía de la imaginación.
Sin necesidad de llevar a cabo análisis semióticos de los textos ni buscar elevarnos a las alturas del misticismo, rescatamos el gigantesco valor del pergamino, de la escritura, que es aún mayor que el texto que contiene.
El ritual de Sotá, además de su importancia simbólica, expresa el dominio de H’ que es el que permite que “la maldición salga sobre la superficie de toda la tierra”, y que pueda alcanzar también a aquellos que llevan acciones supuestamente secretas, para que sepan de la presencia de H’ en todos los espacios. Incluso los más íntimos.
Además aparte de todo, pese al dolor de la mujer acusada, la palabra y el pergamino, obran para que los celosos queden en ridículo y por el temor a ello no acusen a las mujeres por presuntos delitos que no cometieron o por aquellos que al no dejar pruebas, no pueden acusar.
También por ello, valió la pena, que la Torá interrumpa el relato de las tribus de Israel, para que vean hacia dentro de sus miembros y de sus corazones.
Shabat shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
El verdadero líder
Esta parashá, nos presenta una nueva crisis del liderazgo de Moshé, de pronto, los hijos de Israel se quejan por el alimento: “Al populacho que iba con ellos entra en apetito voraz. Y los hijos de Israel también volvieron a llorar, y dijeron: « ¡Quién nos diera carne! ¡Cómo echamos de menos el pescado que comíamos de balde en Egipto! ¡También de los pepinos y melones, y puerros, cebollas y ajos! Y ahora nuestra alma se seca; pues nada ven nuestros ojos sino este maná!» (Bemidbar 11:4-6).
No es éste el primer incidente en el que los hijos de Israel se comportan ingratamente. Recordemos lo estudiado en Shemot, capítulos 15 al 17, inmediatamente después de la travesía del mar Rojo. En Mará se quejaron de que el agua era amarga. Entonces, en términos más agresivos, protestaron contra la carencia del alimento: “Moshé les ordenó a los israelitas que partieran del Mar Rojo y se internaran en el desierto de Sur. Y los israelitas anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Llegaron a Mara, lugar que se llama así porque sus aguas son amargas, y no pudieron apagar su sed allí. Comenzaron entonces a murmurar en contra de Moshé, y preguntaban: «¿Qué vamos a beber?» Moshé clamó al H’, y él le mostró un pedazo de madera, el cual echó Moshé al agua, y al instante el agua se volvió dulce” (Shemot 15:22-24).
Más adelante, en Refidim, se quejaron de la ausencia del agua: “Y altercó el pueblo con Moshé, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moshé les dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a H’? Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? (17:2-3).
El episodio en nuestra lectura semanal – en el lugar conocido como Kivrot Hataavá – no es el primer desafío que Moshé tuvo que enfrentar sino el cuarto:
“Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al mandamiento de H’, y acamparon en Refidim; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moshé, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moshé les dijo: ¿Por qué altercan conmigo? ¿Por qué tientan a H’? Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró contra Moshé, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Entonces clamó Moshé a H’, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán” (17:1-4).
Es un extraordinario arrebato, Moshé quiere morir y ruega que ello suceda después de haber superado problemas mayores aún. Ruega morir: “Moshé escuchó que las familias del pueblo lloraban, cada una a la entrada de su tienda, con lo cual hacían que la ira de H’ se encendiera en extremo. Entonces, muy disgustado, Moshé oró a H’: —Si yo soy tu siervo, ¿por qué me perjudicas? ¿Por qué me niegas tu favor y me obligas a cargar con todo este pueblo? ¿Acaso yo lo concebí, o lo di a luz, para que me exijas que lo lleve en mi regazo, como si fuera su nodriza, y lo lleve hasta la tierra que les prometiste a sus antepasados? Todo este pueblo viene llorando a pedirme carne. ¿De dónde voy a sacarla? Yo solo no puedo con todo este pueblo. ¡Es una carga demasiado pesada para mí! Si éste es el trato que vas a darme, ¡me harás un favor si me quitas la vida! ¡Así me veré libre de mi desgracia!” (Bemidbar 11: 10-15).
H’ le responde a Moshé. Y ante su pedido la reacción divina nos resulta extraña: “—Tráeme a setenta ancianos de Israel, y asegúrate de que sean ancianos y gobernantes del pueblo. Llévalos a la Tienda de reunión, y haz que esperen allí contigo. Yo descenderé para hablar contigo, y compartiré con ellos el Espíritu que está sobre ti, para que te ayuden a llevar la carga que te significa este pueblo. Así no tendrás que llevarla tú solo. »Al pueblo sólo le dirás lo siguiente: “Santifíquense para mañana, pues van a comer carne. Ustedes lloraron ante H’, y le dijeron: ¡Quién nos diera carne! ¡En Egipto la pasábamos mejor! Pues bien, H’ les dará carne, y tendrán que comérsela. No la comerán un solo día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino todo un mes, hasta que les salga por las narices y les provoque náuseas. Y esto, por haber despreciado a H’, que está en medio de ustedes, y por haberle llorado, diciendo: ¿Por qué tuvimos que salir de Egipto?”. (Bemidbar 11:16-20).
Aparentemente, las quejas de Moshé y la respuesta divina parecen no estar conectadas. Como que fuera éste un diálogo de mudos. ¿De qué manera los ancianos podrían tratar y apaciguar la crisis interna que experimentaba Moshé? ¿Él los necesitó para ayudarle a encontrar la carne? Claramente no. ¿Él los necesitó para compartir las difíciles cargas de la dirección? La respuesta es, otra vez, no. Ya, que mucho antes en Shemot, capítulo 18, siguiendo el consejo de Itró su suegro, Moshé había creado una infraestructura de gobierno basada en la delegación seleccionando a hombres capaces, temerosos de H’, dignos de confianza, y los designó como administradores de justicia.
¿Entonces qué fenómeno mágico sucedió para convertir el carácter de Moshé después de la respuesta divina? ¿Qué había en ella que tuvo tanta influencia? Es como si un nuevo Moshé se nos presentara. Es Moshé humilde, el más humilde que existe bajo la faz de la tierra. Ha pasado su desesperación. Ya no hay más crisis. Moshé responde a las rebeliones con confianza y con ecuanimidad. El rabino Moshé Lichtenstein, observa que hay un cambio marcado del tono entre el libro Shemot y el libro Bemidbar. Las quejas no cambian, pero H’ y las respuestas de Moshé son ahora distintas.
Mucha de la segunda mitad de Shemot, el libro entero de Vaikrá y los primeros diez capítulos de Bemidbar se dedican a los detalles del santuario. La secuencia de 53 capítulos, que queda fija en el desierto en Sinaí, representa un momento meta-histórico, una ruptura en el viaje de los israelitas de lugar a lugar. El tiempo y el espacio permanecen detenidos hasta la construcción del Tabernáculo. Recién allí pueden transformarse de ser una masa indisciplinada de esclavos fugitivos en una nación con la Constitución escrita en la Torá, que se somete exclusivamente a la soberanía de H’ centrándose física y metafísicamente en el Mishcán – el santuario-, que para ellos se presenta como la muestra visible de la presencia de H’. Ahora son ‘un reino de sacerdotes y una nación santa’. (Shemot, 19:6)
Moshé se desesperó porque si la revelación en Sinaí, la experiencia de la cólera divina ante el becerro de oro y el largo trabajo de construir el Tabernáculo no los consiguieron cambiar, ¿qué podría hacerlo? La desesperación de Moshé es demasiado inteligible. Desde sus funciones, no había podido cambiar a esta gente, pero quizás H’, desde la perspectiva de la eternidad, podría ver un cierto rayo de la esperanza en el futuro. Moshé como humano, no podría. Por ello no quería vivir más. Es lo que le sucede a un líder cuando se eclipsa el sol de la esperanza sobre su gente, después de haber intentado poner lo mejor de sus energías e inspiración. Moshé y después también Eliyahu, Irmiahu y Ioná ruegan morir. Y H’, le da el regalo más grande, le dejó percibir la influencia que tenía en otros. Hasta ese momento sólo conocía quejas, los desafíos y las rebeliones de su pueblo. Y H’ le indica ver a los ancianos, gracias a los que hoy todavía se estudia su Torá. A través de ellos puede percibir al pueblo, a ese mismo pueblo, que le permitirá ser el más importante líder de toda la humanidad. Setenta ancianos habían internalizado su espíritu y habían hecho su mensaje propio. Gracias a esa no-respuesta de H’ comprendió que su vida no había sido inútil. Tenía discípulos que continuarían también su trabajo después que su vida finalice.
El rabino Lichtenstein, sugiere que la volatilidad de la gente fue perdonable en la primera etapa. Debían haber tenido fe en H’ ya que nunca se habían enfrentado al mar Rojo, o al desierto, o a las carencias de alimentos y de agua. Pero, a partir de su mayor ofensa: el becerro de oro – conduce a una larga pausa en la narrativa, desde el capítulo 25 de Shemot al capítulo 11 de Bemidbar.
Ahora, excepto en Kadesh, muchos años después, podía cambiar, ser más ecuánime, más tranquilo, más contemplativo.
Lo que le sucedió a Moshé le sucede a la condición humana. Nunca sabemos realmente cuánto hemos dado a otros – cuánto pudimos cambiar vidas sin haber obtenido reconocimiento. Moshé era humano y la gente era ingrata, rápida para criticar y quejarse. Pero eso estaba en la superficie.
Esa es la enseñanza para nosotros: Podemos dejar una herencia abundante, energía, incluso fama, pero éstas son ventajas cuestionables y a veces hacen más daño a los que dejamos detrás de nosotros, que beneficio. Pero cuando dejamos a otros nuestra influencia para el bien, y lo sabemos a tiempo, podemos juzgar a los rebeldes con mayor justicia.
Esa es la respuesta de H’ a Moshé. Respuesta que nos la da también a nosotros.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
“H’ habló a Moshé diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles que a través de sus generaciones se hagan flecos en los bordes de sus ropas y que pongan un cordón azul en cada fleco del borde. Y serán para ustedes como tsitsit, y los verán y se acordarán de todos los mandamientos de H’, a fin de ponerlos por obra, y para que no vayan en pos de sus corazones y de sus ojos, tras los cuales cometen inmoralidad. Será para que se acuerden y cumplan todos mis mandamientos, a fin de que sean santos para su D-os. Yo, H’, su D-os, que les saqué de la tierra de Egipto para ser su D-os. Yo, H’, su D-os.” (Bemidbar 15: 37-41).
Nuestra parashá finaliza con uno de los grandes mandamientos del judaísmo: el de los tsitsit, los flecos que usamos en las bordes de nuestra ropa como recordatorio perenne de nuestra identidad como judíos y nuestra obligación de guardar las instrucciones de la Torá:
Esta mitzvá es tan importante que se convirtió en el tercer párrafo del Shemá, la suprema declaración de la fe judía.
Seguiremos al rabino Dr. Nahum Rabinovitch, en sus comentarios acerca de las extrañas características del mandamiento de tsitsit.
Por un lado los sabios dijeron que tsitsit es igual a todas las mitzvot, como nos dice el versículo: “mírenlos y se acordarán de todos los mandamientos de H’. “de allí su significado fundamental. Por otra parte, el precepto no es absolutamente obligatorio. Es posible evitarlo si nunca usamos ropa de cuatro o más bordes. Maimónides nos enseña: “aunque no estamos obligados a adquirir ropas de cuatro bordes y envolvernos en ellas para cumplir el mandamiento de tsitsit, no significa que una persona piadosa se exima de esta mitzvá” (las leyes de Tsitsit, 3: 11).
El principio es importante y loable pero no es categórico. Es condicional: si tienes puesta tal ropa, debes poner franjas en ella. ¿Por qué? Parece más que obvio que debe ser obligatoria, tal como obligatoria es la mitzvá de tefilín.
La mitzvá de tsitsit, provocó otro fenómeno inusual. En el transcurso del tiempo, la “costumbre” se desarrolló para cumplir con la mitzvá de dos maneras absolutamente distintas: la primera, en la forma del talit gadol que usamos durante las plegarias diarias, la segunda usándola bajo nuestras ropas durante todo el día.
Este precepto tiene también, dos bendiciones diferentes como si se tratara de dos mandamientos diferentes. Al colocarnos el talit grande recitamos: “que nos has santificado con tus mandamientos, y nos ordenaste envolvernos con tsitsit…” cuando nos ponemos los tsitsit bajo la ropa, decimos, “que nos has santificado con tus mandamientos, y ordenado el precepto de tsitsit” ¿Por qué una misma norma tiene dos bendiciones distintas? ¿Se trata de una o de dos?
El rabino Dr. Nahum Rabinovitch dio esta respuesta: hay dos clases de ropa. Están las ropas que usamos para proyectar una imagen o que son el uniforme de nuestra función. Esas ropas pueden ser engañosas. Un rey que salga por las calles vestido como un mendigo no despertará el respeto que provoca su investidura cuando usa sus ropas ceremoniales. Un delincuente con ropajes de general logrará que los soldados le hagan la venia. Un guerrero con sus ropas, aunque sea inseguro, cobarde o esté nervioso, provoca que lo miren como autoridad, y más de uno pensará que tiene firme personalidad. Las ropas son como un disfraz, como una máscara. Ocultan a la persona porque impiden ver su espíritu. Y en más de una oportunidad, nos vestiremos acorde a las personas que queremos impresionar o a las circunstancias. En nuestro guardarropa, tendremos prendas para cada ocasión.
Pero hay un tipo de prendas que usamos cuando estamos solos, y que nos pueden pintar de cuerpo entero, como las del jardinero, el plomero, el artista en su estudio con ropaje manchado por la pintura, el escritor en su mesa de trabajo a altas horas de la noche usando apenas un pijama. Ellos no se visten para crear una impresión. Por el contrario: visten como son o según lo que hacen, no buscan parecerse a nadie más que a ellos.
Las dos clases de tsitsit representan estas diversas formas de vestido. Cuando vamos al templo a las plegarias o cuando rezamos a solas, muchas veces pensamos que nuestro corazón es indigno frente a las demandas que suponemos que H’ tiene de nosotros. Por ello, sentimos la necesidad de presentarnos envueltos en el talit, el gran símbolo del rezo. Encubrimos nuestra individualidad incluso en la forma de la bendición sobre el talit, “nos envolvemos en una ropa con tsitsit” (–nos ceñimos con ropa especial-). Es como si dijéramos a H’: ‘Puede ser que sea solamente un mendigo, pero estoy usando un traje real, el traje de los judíos que imploraron ante ti a través de los siglos, a los cuales demostraste un amor especial. El talit oculta lo que somos y representa lo que deberíamos o quisiéramos ser, porque en el rezo pedimos que nos juzguen no por lo que somos sino por lo que quisiéramos ser o por lo que deberíamos ser.
El simbolismo más profundo de la mitzvá de tsitsit, sin embargo, es que representa los mandamientos en su totalidad (‘y los verán y se acordarán de todos los mandamientos de H”) – que aceptamos sin coerción, de nuestra propia libre voluntad. Esa es la causa por la cual el precepto de tsitsit no es categórico. No tenemos, formalmente, obligación de guardarlo. La Torá no nos obliga a comprar una ropa de cuatro puntas. Pero cuando la confeccionamos o la adquirimos, elegimos libremente hacerlo así. Nos obligamos. Porqué estamos optando usar el símbolo de los tsitsit que muestra la libre aceptación de todos los deberes de la vida judía.
Éste es el aspecto más interno, más íntimo, intenso y personal de la fe. En nuestra intimidad sabemos que elegimos dedicarnos a H’ y a sus preceptos. No hay necesidad de hacer pública esta decisión. No debemos usarla como demostración externa. Nos sirve cuando estamos solos, y no necesitamos intentar impresionar a ninguna persona. No debemos usarla para mostrar lo que no somos. Éste es el desafío del uso de los tsitsit como ropa interior, debajo, y no encima de nuestra ropa.
Porque la causa es distinta, hacemos por ese precepto una bendición especial. No podemos hablar de “envolvernos en una ropa con flecos” – porque esta forma de flecos no está diseñada para la demostración exterior. No sirve para ocultarnos debajo de ella, ni es un uniforme. Sólo, nada más y nada menos, estamos expresando nuestro íntimo compromiso con la palabra de H’. Por ello decimos la bendición, “que nos ha ordenado el precepto del tsitsit”.
El tsitsit representa la naturaleza dual del judaísmo de forma llamativa. Por un lado es una manera pública y comunitaria de la vida que compartimos con otras personas en el mundo. Guardamos Shabat, celebramos los festividades, observamos los leyes dietéticas y las ordenanzas de la pureza de la familia de una manera que apenas ha cambiado en el transcurso del tiempo. Ésa es la cara pública del judaísmo – el talit que usamos.
Pero también contamos con nuestra vida interna como gente de fe. Hay cosas que podemos decir a H’ que no las podemos expresar a ningún otro. Él sabe nuestros pensamientos, nuestras esperanzas, nuestros temores, mejor que nosotros mismos. Le hablamos desde la soledad del alma, y Él escucha. Esa conversación interna – la abertura de los candados de nuestro corazón – no puede realizarse en una demostración pública. Como la ropa interior con las franjas, permanece oculta. Pero no es ningún acto menos verdadero de la espiritualidad judía. Los dos tipos de ropa con tsitsit representan las dos dimensiones de la vida de la fe – el externo y el interno, la imagen que presentamos al mundo y el perfil que mostramos solamente a H’.
Shabat shalom desde Sión
Rab. Yerahmiel Barylka
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Rabino Dr. Nahum Eliezer Rabinovich (1928- ) es una figura prominente del judaísmo contemporáneo, nacido en Montreal, Canadá que obtuvo su semijá en la yeshivá Ner Israel, y su maestría en matemáticas de la Universidad Johns Hopkins. En 1970 obtuvo su doctorado con un trabajo acerca de las estadísticas y las probabilidades en el Talmud. Después de ejercer el Rabinato en Londres, preside hoy la yeshivá Birkat Moshé en Maale Adumim, Israel.
Un modelo de riñas que nunca acaba ni aún en nuestros días
Nuestros sabios vieron en el conflicto entre Kóraj y su grupo, el modelo de aquellas riñas y querellas entre las personas y los grupos, particularmente cercanos al trabajo comunitario y nacional, que no se hacen con intenciones puras.
Esas luchas infructuosas que se pierden de la memoria histórica por ser intrascendentes. Nada sale ni saldrá de ellas en beneficio de nadie. Lo que le sucedió a Moshé, le ocurre lamentablemente, a muchos líderes y conductores que se sacrifican por el bien de la comunidad y de pronto tienen que invertir enorme energía para ocuparse en aquellos que empujados por elementos personales negativos, usan argumentos aparentemente lógicos y razonables, para destruir.
Veamos: “Y tomaron (gente) Kóraj hijo de Itzhar… con Datán y Avirán hijos de Eliav, y On hijo de Pelet, descendientes de Rubén, y se levantaron contra Moshé con doscientos cincuenta hombres de los hijos de Israel, líderes de la congregación, miembros del consejo, personas de renombre. Se reunieron para oponerse a Moshé y a Aarón, y les dijeron: –¡Basta! ya han ido ya demasiado lejos porque toda la congregación, todos ellos son santos y en medio de ellos está el Señor. ¿Por qué, pues, ustedes se encumbran sobre la congregación de D- os? … Abrió la tierra su boca y se los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Kóraj y a todos sus bienes. Bajaron vivos al sepulcro, junto con todo lo que tenían, y la tierra se cerró sobre ellos y desaparecieron de en medio de la congregación”. (Bamidbar 16:1-3, 32-33).
El conflicto es un concepto social, educativo y conductual que tiene gran impacto en la vida de las personas y de la sociedad y que exige de enorme fuerza para no verse enredado en él.
Nuestros sabios categorizaron las contiendas según sus intenciones. Si se llevan a cabo para corregir los errores o para mejorar lo mejorable, son positivas. Si son producto de celos, de la necesidad de predominar, de odios, al final se pierden en la nada. Aún cuando el razonamiento pudiera oírse racional.
La mishná Avot (5:17) nos indica tomar como ejemplo de lo bello y fructuoso a las discusiones entre Hilel y Shamay y alejarnos de aquellas luchas como las que nos relata nuestra parashá. Son un ejemplo de lo peor. En la primera, en la búsqueda de la verdad, las partes persisten y perduran. Las otras son intrascendentes. En el primer tipo, el grupo se une frente a un objetivo común, en el otro, cada uno tiene un objetivo diferente, cada uno busca su porción de honor, nos enseña rabí Meir Leibush ben Iejiel Mijl, el Malbim -.
El midrash Tanjumá nos ilustra explicándonos la cercanía de la parashá de tzitzit con el conflicto de Kóraj, diciéndonos que éste hacía preguntas capciosas que podrían parecer inteligentes, por ejemplo, acerca de si un talit que es todo de hilo cárdeno – tejelet- necesita o no que le aten los flecos de los tzitzit, mofándose de cómo sólo 4 hilos valen más que toda una tela. Según el midrash, Kóraj cuestionaba si una casa llena de libros de la Torá, necesita mezuzot que contienen sólo varios renglones del mismo texto que igualmente se encuentra allí. Podríamos encontrar algún raciocinio en esos argumentos, si hubieran sido elevados de buena fe. Pero no tiene ningún sentido buscarlos, porque a Kóraj y a sus seguidores no les importaba la respuesta, sólo la exposición de sus reflexiones que podrían haber parecido a más de un incauto como originales y sinceros. Podían aparecer sofisticaciones de personas cultas. Exposiciones de quienes están buscando la pureza de la Ley. Sin embargo, presentaban también una postura teológica completa que los llevaba a oponerse a la lógica de la Halajá. Se oponían a la legitimidad de las instituciones y a la jerarquía. Con el argumento de la santidad del talit puro y de la casa llena de libros, se olvidaron que los seres humanos, necesitamos de tzizit y de mezuzot, y que no es suficiente tener libros ni telas de pureza si no estamos en el mundo del cumplimiento de los preceptos.
Kóraj quizás tuvo razón cuando protestó por la concentración del poder en Moshé y en su hermano Aarón, cuando tenían la responsabilidad por todo el pueblo, tema que muchos jajamim esbozaron cuando debieron establecer las normas de la conducción comunitaria. Ambos eran hermanos. Tenían intereses y conflictos de intereses. Pero, es evidente que la intención de Koraj no era buscar normas más justas, ni pureza en las relaciones del poder.
Su interés estaba en otro lado. Pese a que hablaban en nombre de todos, nadie los había nombrado representantes. Se arrogaron de derechos que no tenían. Para Kóraj lo importante era exponer su presencia y no ahorró razonamientos que le den una pátina de honor.
Así sucede en todos los conflictos. Quienes los inician se creen que llevan la representatividad de todos, pero, ellos no consultan a nadie. El fondo del conflicto no está en los conflictos que dicen defender sino en sus cuestiones personales.
Por ello no debe extrañar el aparentemente desmedido y desproporcionado castigo que recibieron. Kóraj y su grupo estaba formado por personas importantes destinadas a ocupar puestos de liderato incluso en el terreno espiritual. Pero, la ambición los perdió. El castigo es ejemplar para las generaciones venideras, que no siempre parece que comprendieron el mensaje.
Hay un contraste evidente entre Aarón que buscaba hacer la paz entre las personas como tan bien lo describe Avot 1:12 buscando amenguar el fuego de los conflictos, y Kóraj que los avivaba cuando no era necesario.
Incluso Moshé supo ir a buscar a Datán y a Avirán, seguido por los ancianos de Israel después que estos le hubieran despreciado desconociendo su convocatoria y agregando quejas a las ya presentadas, tal como lo leemos en el versículo 25.
El fin de Kóraj y su grupo nos indica lo que sucede en este tipo de conflictos. Tal como leemos en el libro de los Proverbios (11:27-28) “El que con diligencia busca el bien, se procura favor, pero el que busca el mal, le vendrá. El que confía en sus riquezas, caerá, pero los justos prosperarán como la hoja verde”.
Quienes buscan conflicto queriendo destruir, terminan destruidos. El daño que causan es luego pagado por todos.
Por ello, hay que saber oponerse a quienes fomentan la discusión, el desacuerdo, los litigios que no tienen sentido, y detenerlos a tiempo. Esa oposición debe ser firme y valiente.
La opción es asimilar el camino de Aarón. En lo privado, en lo comunitario, y en lo nacional.
Shabat shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
“Bendito es el hombre que confía en H'”, y no en los hombres…
Al comentar en esta parashá el problema de la falta de agua que sufrió la generación del Desierto en su camino hacia Israel, aprovecharemos para analizar nuevamente aristas de la personalidad de Moshé el profeta, como líder. Es sabido que su personalidad es tomada como ejemplo del líder carismático, en casi todos los cursos de liderazgo. Nosotros nos oponemos a esa definición.
¿Cuál es la razón por la que el pueblo de Israel pasó por un estado colectivo de sed? Si vemos los versículos “Y llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y el pueblo se asentó en Cadesh; y allí murió Miriam, y fue allí sepultada. Y como no hubiese agua para la congregación, se juntaron contra Moshé y Aharón…”. (Bemidbar 20:1-3), allí Rashí con su característica claridad, nos enseña que durante todos los 40 años hubo agua gracias a Miriam, pero, recién con su muerte las personas tomaron conciencia de su grandeza.
Así cuando Miriam fallece, el pueblo recién toma consciencia de su grandeza. Porque les urgía recibir agua, corrieron a buscar a Moshé y a Aharón que estaban sentados shivá por su hermana. “-El Santo Bendito les dijo (a Moshé y a Aharón) que por causa de su duelo el pueblo morirá de sed, y entonces tomaron el palo y dieron de beber a toda la comunidad”-, también dice, (el midrash en otra interpretación) que la fuente que acompañaba al pueblo dejó de dar agua cuando Miriam falleció para que todos conozcan hasta donde era una mujer justa, y recién muchos se lamentaron por no haber reconocido sus méritos en vida… Moshé no entendía que hacía toda esa gente allí,… Aharón reconoció que el grupo que vino a interrumpir su shivá no venía por buenas razones, porque las autoridades no estaban acompañándoles. Moshé y Aharón huyen rumbo al Ohel Mohed, como cuando hay una revuelta y los ministros corren rumbo al palacio presidencial a buscar refugio, pero El Santo Bendito le dijo a los servidores públicos, salgan rápidamente de allí, ¿Mis hijos mueren de sed, y ustedes se quedan sentados y elaboran el duelo por una anciana?”. (Ver Ialkut Shimoni, Jukat, 763).
Como cuando una persona anónima falleció en un pueblo alejado, los habitantes se enojaron con el sastre que todos los viernes les llevaba comida y vino a todos los necesitados, pero, ese día, el del sepelio del desconocido, no alcanzó a llegar y nadie supo la causa. Los más atrevidos llegaron corriendo a la casa del costurero y le reclamaron su falta. El buen hombre les dijo ¿Acaso pensaron que de mis escasos ingresos pude haberles llevado los obsequios? – No. Había aquí una persona que ninguno de ustedes conoció, que me daba el dinero para las compras, y ahora falleció y ya no tengo manera de darles nada.
Con las muertes de Miriam y de Aharón y la elección de Eleazar hijo de Aharón como cohen gadol, Jukat marca el comienzo de un cambio generacional en la conducción del pueblo que salió de Egipto. Mientras que relata este cambio, la parashá también nos permite comprobar el grado de eficacia del liderato.
En Merivá la gente se rebela contra Moshé y Aharón porque carece de agua. En este episodio bien conocido, D-os le dice a Moshé que hable a la roca para que produzca agua, pero Moshé la golpea…”Toma la vara y reúne la congregación, tú y Aharón tu hermano, y hablen a la peña en ojos de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la roca, y darás de beber a la congregación, y a sus bestias. Entonces Moshé tomó la vara de delante de H’, como él le mandó. Y juntaron Moshé y Aharón la congregación delante de la peña, y les dijo: Oigan ahora, rebeldes: ¿les hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moshé su mano, y golpeó la peña con su vara dos veces: y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y H’ dijo a Moshé y a Aharón: Por cuanto no creyeron en mí, para santificarme en ojos de los hijos de Israel, por tanto, no introducirán a esta congregación en la tierra que les he dado. Estas son las aguas de la rencilla, por las cuales contendieron los hijos de Israel con H’, y él se santificó en ellos”. (Bemidbar 20:7-11).
Porque Moshé y Aharón “no creyeron” y por lo tanto no santificaron a D-os no conducirán a Israel a la tierra prometida.
Moshé había conducido a israelitas fuera de Egipto y a Sinaí. Él había construido una estructura del gobierno y había conducido a gente con éxito en batalla. ¿Tan grande fue su falta porque golpeó una roca? Es obvio que esa no fue la causa del castigo. Por esa acción, el pueblo no santificó a H’ y como nos dice el midrash, Moshé no estuvo en el lugar y en el momento necesarios para satisfacer las necesidades de ese pueblo. Quizás detrás de todo haya algo más.
La gente pudo haber visto a Moshé como a un D-os y cuando tenía necesidades se dirigía a él, no importándole en qué circunstancias se podría encontrar, ni siquiera respetaron su duelo. Moshé se había convertido en un líder del que su pueblo dependía. No es ese un modelo de liderazgo correcto. El pueblo necesitaba de libertad y de distancia también de él. Moshé tuvo cuarenta años para enseñar la disciplina y la responsabilidad requerida para preservar a la nación, pero hubo algo que se lo impidió, quizás en su propia personalidad. La generación no podía llegar a santificar a D-os porque estaba convencida que Moshé resolvería todo. Él y su hermano eran vistos como intermediarios de la divinidad. Como todopoderosos.
H’ no castiga a Moshé y a Aharón por la exhibición de la cólera de Moshé y de su frustración en Merivá, sino por algo más profundo, tanto así que casi no debe verse como castigo a la persona sino al modelo de liderazgo que ejerció. No es como cuando nos enseñaron esta historia en el Kinder y que repetimos muchas veces sin meditar en su profundidad. Haber golpeado a la piedra en lugar de hablarle fue una muestra que algo venía mal desde antes.
El desafío de la conducción no es sólo presentar su visión y dirigir. Debe consolidar a otros líderes, debe compartir responsabilidad, disciplina y confianza, debe dejar espacio a cada miembro de la comunidad para convertirse en un procurador de sus necesidades y un testigo valeroso e independiente de la santidad de D-os.
El futuro judío requiere la confianza del líder en la capacidad de cada judío de tomar su responsabilidad, de ejercitar su autodisciplina, y de tener el valor de discernir la santidad de H’ y de reflejarla en las acciones que la Torá trae a la vida cotidiana.
“Bendito es el hombre que confía en H'”, y no en los hombres…
Shabat shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
En nuestra época hay cada vez más personas convencidas que existen individuos con energía suficiente como para predecir acontecimientos futuros. Si ello fuera cierto, ¿tiene sentido ir en su búsqueda para encontrar alivio en los momentos difíciles que nos abruman? Y, si no pudieren ayudarnos, hay manera de desarraigar esas creencias que en un mundo súper-racional conquistan cada vez más a adeptos, incluso con altos niveles intelectuales, y a muchos de quienes declaran no creer en nada ni en nadie.
¿Esas actitudes, tienen efectos sicológicos sobre las personas? ¿Podemos luchar contra esos modelos mágicos que nos llevan a buscar saber nuestro futuro haciéndonos leer el café, tirar las cartas o leernos las manos? Si leyéramos esta parashá y acompañáramos su lectura con los comentarios del Talmud en Sanedrín, que parcialmente citamos en estos renglones, no sólo nos regodearemos con la admirable habilidad de nuestros sabios de expresar sus opiniones, insertando en ellas no pocas dosis de humor, sino que podremos aprender algunas lecciones para nuestra vida cotidiana.
Cuando leemos en esta parashá que Balak desea que los hijos de Israel sean maldecidos por un hechicero o un adivinador, pero éste se inspira no sólo para bendecir a Israel sino para retratar el destino del pueblo judío a través de metáforas poéticas, ¿qué nos desea enseñar? ¿cuál es el mensaje que nos quiere dar la Torá en esta parashá y en algunos episodios similares? ¿Por qué nuestro texto bíblico yuxtapone la sublime poesía de Bilam con el relato de la asna que habla? ¿Quién es Bilam? ¿Posiblemente el ben bli am – la persona sin pueblo y sin nación- a la que el Talmud en Sanedrín 105 a, usando las letras intenta retratar? ¿O, acaso el que agotó al pueblo? [Aquí usa la palabra ‘balá’, se tragó, como significado de Bilam]. El Talmud continúa relatándonos que según rabí Iojanán, Bilam era cojo de un pie, y tuerto,…y tenía raras costumbres que se pueden consultar en el texto talmúdico.
Si Bilam ben Beor murió junto a los midianitas enemigos del pueblo durante la conquista de Israel, tal como leemos en Iehoshúa 13:22: “Los hijos de Israel también mataron a espada, entre otros, al adivino Bilam hijo de Beor” ¿podemos pensar que era un inspirado divino?
El Rab. Shlomó Riskin nos enseña que esta parashá nos marca el contraste entre la profecía legítima de Moshé y la venal brujería que inspiró a Bilam. La Torá entiende que existen individuos que fueron dotados con energías especiales: una fuerza física óptima, una memoria fotográfica fenomenal, una visión aguda, la capacidad de concentrarse intensamente, la facilidad para comunicarse. Nuestros sabios, sin embargo, no se ponen de acuerdo si tales fenómenos reflejan hechos reales o son ilusiones simples. Cuando las Escrituras registran la tentativa del rey Shaul de descubrir su destino pidiendo que la bruja de Endor busque los consejos del profeta Shmuel que ya había muerto – y ella le proporciona el verdadero mensaje que “el Todopoderoso rasgará el reino de sus manos y lo dará a su amigo David” – los comentaristas se dividen en cuanto a si fue o no verdadera su inspiración. Saadia Gaón acepta la historia bíblica tal como reza su letra, y sin embargo, Shmuel ben Hafni Gaón insiste que la bruja de Endor engañó a rey Shaul (I Shmuel, capítulo 28 y sus comentarios).
Maimónides llama a todas las declaraciones que emanan de comunicaciones sobrenaturales – incluyendo la escritura y el uso de los amuletos místicos (kameiot) – “falsas e inútiles”, que lindan con la idolatría (Maimónides, Mishné Torá, leyes del Idolatría 1, 16); sobre esta base, Iosef Caro rechaza igualmente todos los encantamientos mágicos como “inservibles,” excepto porque tienen influencia psicológica positiva sobre los individuos que buscan señal de socorro (Shulján Aruj, Ioré Deá 179, 6). Rav Shlomó Ben Aderet (Rashbá, Responsa 548), cuando tuvo que juzgar la credibilidad de un rabino llamado Nisim que alegó haber recibido mensajes de un ángel; insistió que la comunicación divina relacionada con la profecía puede basarse solamente sobre quién es verdaderamente sabio y piadoso, fuerte y valeroso, y suficientemente rico, como para no necesitar de las contribuciones monetarias de aquellos que buscan su consejo.
La verdad es que la Torá es indudablemente clara cuando nos advierte contra los que desean buscar soluciones a través de la magia o de la brujería y nos suplica que seamos sinceros y puros en nuestro servicio del divino, tal como leemos en esta traducción libre: “Cuando entres en la tierra que H’ tu D-os te da, no aprenderás a hacer las cosas abominables de esas naciones. No sea hallado en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni hechicería, o sea agorero, o hechicero o encantador, o médium, o espiritista, ni quien consulte a los muertos. Porque cualquiera que hace estas cosas es abominable a H’; y por causa de estas abominaciones H’ tu D-os expulsará a esas naciones de delante de ti. Serás intachable delante de H’ tu D-os. Porque esas naciones que vas a desalojar escuchan a los que practican hechicería y a los adivinos, pero a ti H’ tu D-os no te lo ha permitido. Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará H’ tu D-os; a él oirán”. (Devarim 18:9-14).
Nuestros profetas no tenían como propósito principal anunciar el futuro, sino exigir un comportamiento más ético y más genuino. Si se dedicaran sólo a adivinar no serían mejores que el “burro que habla” en nuestra parashá.; un profeta de H’ debe primero ser un modelo en sus acciones y ser piadoso.
El Talmud nos dice acerca del pasuk: “Entonces H’ puso –davar- palabra (o cosa) en la boca de Bilam y le dijo: –Vuelve a donde está Balac, y háblale así… (Bamidbar 23:5) dijo rabí Eleazar, le puso un ángel (para frenarle la lengua)- dijo rabí Ionatán, un anzuelo. Dijo rabí Iojanán por las bendiciones de este malvado, se conocen sus pensamientos (ocultan las maldiciones que quería decir)… Quiso maldecir para que no tengan casas de oraciones ni de estudio y dijo: -“Que hermosas son tus tiendas, Iaacov”-… que no repose sobre ellos la presencia divina, dice -“tus moradas Israel”- (24:5)… que su reino no perdure y dice –”como arroyos están extendidas”-… que no tengan olivares ni viñedos… “-como jardines junto al río-“… que su fragancia no se expanda…. “-como áloes plantados por H´-“… que sus reyes no se encumbren… “-como cedros junto a las aguas-“, que no tengan rey hijo de rey, (que sus reinados no continúen con sus dinastías) dice “-agua correrá de sus baldes, y su simiente estará junto a muchas aguas-“… que su reino no domine otras naciones… -que su reino no sea poderoso-, “enaltecerá su rey más que Agag”, que su reino no sea engrandecido, “y su reino será exaltado”…
Dijo Rabí Aba bar Cahaná, todas las bendiciones se trasformaron nuevamente en maldiciones, – se cumplió lo que pensaba y no lo que decía… excepto lo de las casa de oración y de estudio. Dijo Rabí Abá bar Cahaná, le dijo Bilam a Balac, ‘el D-os de estos odia la lujuria y ellos tienen preferencias por el lino, ven te daré un consejo que les vendan lino’. -Instaló tiendas desde la montaña nevada hasta Bet Haieshimot (Bamidbar 33:49), y puso en ellas viejas rameras, afuera y jóvenes adentro. Cuando un israelita comía y bebía, se ponía contento y salía a pasear por la calle. La añeja le decía ¿quieres comprar ropa de lino (que usaban las personas distinguidas)?, la veterana le ofrecía por su valor real y la joven más barato, repetía dos o tres veces, luego le decía ahora eres como si fueras de la familia, siéntate y elige… Tenía a su lado botijas de vino amonita… [Aun no se había prohibido beber vino de gentiles]… ¿quieres un vaso de vino?- le decía. Excitado después de beber, decía él entrégate y ella sacaba del pecho un ídolo y contestaba adóralo, -soy judío-. (Ver: Sanhedrín 101 hasta 106).
Bendecir a alguien que sea como cedro, es desearle que el primer viento tormentoso lo arranque del suelo.
Paradójicamente Balak y los moabitas no son castigados por el pedido de “Ven ahora, te ruego, y maldíceme a este pueblo porque es demasiado poderoso para mí; quizá pueda derrotarlos y echarlos de la tierra. Porque yo sé que a quien tú bendices es bendecido, y a quien tú maldices es maldecido”.
Todos conocemos el final de esta parashá y el inicio de la otra. La bendición convertida en maldición, dicen nuestros sabios, se cumple. El inconsciente de Bilam no lo traiciona y más que una adivinación es una conclusión a partir la observación que el hechicero hace sobre el pueblo. Bilam sabe que el pueblo de Israel rechaza la prostitución, pero, aconseja estratégicamente a Balak a derrotar a los hijos de Israel a través de ese medio. El sistema es fácil. Convoca a los judíos a ti. Muéstrate ser su amigo. Ofréceles mercadería. Dales de beber vinos embriagantes y ofrécele las más bonitas y seductoras de tus mujeres.
Por esta acción H’ castiga a los midianitas. Ellos engañaron, mintieron y falsificaron.
Las hechicerías son propias de los pueblos cananeos, pero, ajenas a nosotros. A ellos –los moabitas-, no se les castiga por querer provocarnos el mal a través de la palabra. A los otros sí, por sus acciones. “Entonces habló H’ a Moshé, diciendo: Hostiguen a los midianitas y hiéranlos; pues ellos les han sido hostiles con sus engaños, con los que os engañaron en el asunto de Peor, y en el asunto de Cozbi, hija del jefe de Midián, su hermana, que fue muerta el día de la plaga por causa de Peor”. (25: 16-18).
Pero, “H’ me dijo: “No molestes a Moav, ni los provoques a la guerra” (Devarim 2:9).
Moshé fue un profeta. Bilam un malabarista de la palabra. Moshé habla los términos de H’, Bilam se vende por oro y por plata. Nosotros preferimos al profeta y denostamos a los que juegan con las adivinaciones. Seguimos eligiendo a Moshé. También ahora cuando es más fácil y menos comprometido encontrar oráculos privados.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
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Rabí Shmuel ben Jafni Gaón, nació en la segunda o tercer década del S. X y estuvo en la Yeshivá de Sura en Babilonia entre 998 y 1013, fue juez en la yeshivá de Pumbedita. Escribió alrededor de 65 estudios en hebreo, árabe y arameo. Parte de sus obras fueron descubiertas en la guenizá de El Cairo.
PINJÁS y ELIAHU
Rabino Yerahmiel Barylka
“H’ le dijo a Moshé: «Pinjás, hijo de Eleazar y hijo del sacerdote Aarón, ha hecho que mi ira se aparte de los hijos de Israel, pues ha actuado con el mismo celo que yo habría tenido por mi honor. Por eso no destruí a los hijos de Israel con el furor de mi celo. Dile, pues, a Pinjás que yo le concedo mi pacto de paz, por medio del cual él y sus descendientes gozarán de un sacerdocio eterno, ya que defendió celosamente mi honor e hizo expiación por los israelitas.» El hombre que fue atravesado junto con la madianita se llamaba Zimri hijo de Salu, y era jefe de una familia de la tribu de Shimón”. (Ver Bemidbar 25:7-15)
“Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de H’, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Eliahu? El respondió: He sentido un vivo celo por H’ D-os de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han destruido tus altares, y a tus profetas mataron a espada; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida. El le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de H’. Y he aquí H’ que pasaba, y un grande y poderoso viento rompía los montes, y quebraba las peñas delante de H’; pero H’ no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero H’ no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero H’ no estaba en el fuego. Y tras el fuego una voz apacible y delicada”. (I Melajim 19:9-12)
En una de mis recientes clases de Torá uno de los participantes relató esta historia: “Se cuenta acerca de uno de los tzadikim que cuando era joven decidió lograr resolver los problemas del mundo judío y cumplir con el concepto de Tikún Olam, siguiéndolo textualmente. Diez años después, redujo su objetivo a sólo su Polonia natal. No tardó más de diez años para llegar a la conclusión que había fracasado por lo que repararía sólo la situación espiritual de los judíos de su poblado. Y un decenio posterior, llegó a la determinación que iba a comenzar a subsanar los errores de su comunidad. Antes de morir, llamó a sus alumnos y les dijo que lamentaba haber iniciado obras gigantescas e imposibles y que casi no le quedaba tiempo para componerse a sí mismo, que ése debió haber sido desde un principio su máximo objetivo”.
Vivimos una época en la que demasiadas personas presumen de ser como Pinjás de nuestra parashá y desean resolver los problemas de todo el pueblo de Israel dedicándose sistemáticamente a destacar los errores y las fallas de los judíos con la intención, sincera en la mayoría de los casos, de componerlos.
Sus acciones a veces llegan a individuos que por su influencia revisan sus actos y mejoran su actitud hacia la vida, llegando a obtener una existencia plena de judaísmo en lugar del vacío en el que se encontraban previamente. Pero, esos pretendidos Pinjás, adulterados, no se detienen en pequeñeces y sus prédicas destruyen familias, separan hermanos, y alejan a muchos de sus comunidades, cansados de oír sus amenazas de ser quemados por las llamas que existen en sus mentes.
Regresemos por un instante a los antecedentes de Pinjás. Leví, va acompañado por su hermano Shimón, a cobrar la afrenta que había sufrido su hermana Dina y matan a toda la gente de Shjem, siendo escarmentados por Iaakov, su padre, nuestro patriarca: ” ¡Malditas sean la violencia de su enojo y la crueldad de su furor! Los dispersaré en el país de Iaakov, los desparramaré en la tierra de Israel” (Bereshit 49:7).
Iaakov no acepta esos celos fanáticos de sus hijos. No pueden continuar juntos, deben ser separados. Shimón será absorbido por la tribu de Iehudá. Los descendientes de Leví permanecerán en el servicio divino, pero separados del resto de las tribus.
En el pecado del becerro de oro, vuelve a presentarse la violencia de los hijos de Leví. Cuando Moshé convoca a quienes están con D-os para que se dirijan a él, (en Shemot 32:26), leemos “y se unieron a él todos los hijos de Leví” que ese día mataron cerca de 3.000 personas.
Y en nuestra parashá, otro descendiente de Leví, Pinjás hijo de Eleazar el cohen, mata. Y el Shulján Aruj, Oraj Jaim, 128-35, establece la halajá según la cual “Un cohen que hubiera matado a una persona, aún involuntariamente, no podrá bendecir al pueblo aunque se hubiera arrepentido”, obviamente conociendo el contenido de nuestra parashá, deseoso de darnos una lección perpetua, a partir de la norma.
Shimón defendió en Bereshit el honor de su familia, pero cuando reaparece en nuestra parashá, lo hace en un papel más que deplorable. En el tema del becerro, cuando el celo era por una causa ideológica, Shimón no figura. En Shemot 32: 27 leemos: “Entonces les dijo Moshé: «H’, D-os de Israel, ordena lo siguiente: “Cíñase cada uno la espada y recorra todo el campamento de un extremo al otro, y mate al que se le ponga enfrente, sea hermano, amigo o vecino”.
Allí, cuando se debe actuar sobreponiéndose a los intereses más cercanos de la familia, Shimón, el celoso, no está presente. Esa causa no es la suya.
En nuestra parashá de manera excepcional, Pinjás descendiente de Leví, logra con su sinceridad y con su devoción auténtica, ser reconocido y premiado, pese a que D-os no desea el crimen.
Para comprender hasta donde el caso de Pinjás es excepcional, y que D-os no se satisface con los resentidos que más de una vez confunden la causa divina con la causa personal, aún cuando tengan un pretexto real, hablaremos brevemente del profeta Elihau.
Eliahu, cuya historia tan ligada a la de Pinjás y a quien se considera ser su continuación, no logra con sus celos, el mismo reconocimiento que Pinjás. Hay en él, una de las más preciadas personalidades del pueblo judío, algo incompleto que es rechazado. D-os no desea oír sus quejas acerca del incumplimiento de las normas de los hijos de su pueblo. Mientras que Pinjás recibe las garantías que sus hijos continuarán con el servicio divino, Eliahu recibe la orden de nombrar a Elisha en su lugar. D-os deseaba contener su ira contra el pueblo de Israel, y allí Eliahu, impaciente, que debía pedir misericordia para los hijos de Abraham, de Itzjak y de Iaakov, no lo hizo.
Allí acusó. Allí fracasó en su misión. Maimónides determina los marcos de la profecía con estas palabras: “Que será enviado a alguna de las naciones del mundo, o a las personas de la ciudad, o del reino, para conducirles y para avisarles qué les sucederá o para evitar las malas acciones que estuvieran cometiendo”.
En otras palabras, la función del profeta es la de reparar las acciones incorrectas amonestándoles si fuera necesario, pero nunca acusarles ante D-os, o pedir que sean castigados. Y cuando D-os le plantea a Eliahu: “¿Qué haces aquí, Eliahu?”, y él respondió: ‘He sentido un vivo celo por H’ D-os de los ejércitos; porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han tumbado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscaron para quitarme la vida. H’ le dijo: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Jazael por rey de Aram. A Iehú hijo de Nimshi ungirás por rey sobre Israel; y a Elisha hijo de Shafat, de Abel-Mejola, ungirás para que sea profeta en tu lugar” (I Melajim 19: 9-16).
Shimón y Leví unidos frente a Shjem, no se encuentran frente al becerro de oro y se enfrentan sangrientamente en nuestra parashá. Pinjás y Eliahu unidos más que nadie en el espíritu, se separan ante D-os cuando éste último acusa a los hijos de Israel por haber abandonado el pacto. Uno es premiado con paz eterna, el otro destituido de su función.
Son como en el relato del tzadik. Pero, en este caso, Shimón se queda con lo que no pudo obtener casi al principio de su camino porque sus intenciones eran egoístas, Elihau llega casi hasta el final del proceso interior, pero falla cuando por exceso de celo, critica ante D-os a su pueblo. Sólo Pinjás sale victorioso de la difícil prueba porque logra enmendarse a sí mismo en celo por D-os, poniendo sus intereses de lado. No actúa por resentimiento por algo que le hicieron. No busca reconocimiento. Al contrario, pone en peligro su propia vida por su ideal. Y…, no nos engañemos, en nuestro tiempo, nadie puede hacerse pasar por Eliahu, hasta que llegue el verdadero, para anunciar la Redención, ni por Pinjás, que con su acción pueda salvar al pueblo aún a costa de una acción intrínsecamente reprobada. D-os quiere otra cosa de sus líderes y de sus maestros, y prefiere darles la oportunidad de enmendarse y poder perdonarles, antes que oír acusaciones contra Sus hijos o las amenazas de las maldiciones y las calamidades contra ellos.
Fue suficiente con un Pinjás, el único que aparece en nuestra parashá.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
No jugar con las palabras…
Rabino Yerahmiel Barylka
Nos acercamos al fin de las lecturas del libro Bemidbar. En parashat Matot, estudiamos un nuevo concepto, el de los votos, -nedarim-.
Los nedarim son una figura jurídica, de las varias, que se refiere a los compromisos que una persona puede asumir frente a sí mismo. “Cuando un hombre haga un voto a H’, o bajo juramento haga un compromiso, no deberá faltar a su palabra sino que cumplirá con todo lo prometido” leemos.
¿Qué hace una persona que pronuncia un voto? – Crea su propia norma. Puede prohibirse acciones, conductas y alimentos permitidos. Así como la Torá prohíbe ingerir carne de puerco o consumir conjuntamente productos lácteos y de carne, una persona puede vedarse comer frutas o beber agua. Con su palabra crea para él mismo una nueva halajá.
Los sabios del Talmud ya demostraron un sentir ambivalente a este tema. Rabí Eleazar Hakapar creía que el asceta era un pecador, pese que Rabí Eleazar lo veía un santo. Pero, la mayoría se inclinó contra los votos (Ver Taanit 11 a).
Ya el más sabio entre los hombres había enseñado en Kohelet 5:5: “Vale más no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos. No permitas que tu boca te haga pecar, ni digas luego ante el mensajero de D-os que lo hiciste sin querer. ¿Por qué ha de enojarse D-os por lo que dices, y destruir el fruto de tu trabajo? Más bien, entre tantos absurdos, pesadillas y palabrerías, muestra temor a D-os”. El Talmud Babilónico, en Nedarim 9 a, nos trae también la ambivalencia en la discusión entre rabí Meir que opina que lo mejor es no hacer votos, y rabí Iehudá que lo mejor es hacerlos y pagarlos. Pero, el Talmud de Jerusalén va más lejos y nos enseña en Nedarim capítulo 9 halajá 1: “¿Acaso no te son suficientes las prohibiciones de la Torá, que quieres sumarles otras? En Nedarim 22 a del Babilónico nos encontramos con rabí Natán quien afirma que “quien hace votos es como si construyere un altar pagano y quien los cumple es como quien allí ofrenda”.
Pareciera así que la Torá no desea nuestros votos. Además, nos enseña en Devarim 30:19 que «Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes», no podía permitir que nadie conspire contra sí mismo al grado que la elección no fuera vital. Por eso no desea los votos. Pero, sabe que hay personas débiles, y por ello nos presenta la figura de los nedarim y nos da la oportunidad de anularlos. Sin su legislación muchas personas cometerían acciones más grave en su contra y no encontrarían luego salida de ellas.
Quien empieza a limitarse el goce de lo permitido, terminará violando lo prohibido.
Aquí es el momento de volver a detenernos en algunos aspectos de la personalidad de Moshé, pero, a partir de los sucesos que se precipitan cuando nuestro líder y maestro está a punto de dejar a su pueblo. ¿Por qué aparece aquí el precepto de nedarim?
En Parshat Pinjas, nuestra lectura de la semana pasada, las hijas de Tzlofjad solicitaron a Moshé gozar de los mismos derechos hereditarios que los hijos varones. En su familia no había hijos varones y sus bienes corrían el riesgo de ser perdidos.
Moshé no conoce la halajá y se dirige a H’ para obtener su fallo.
“Majlá, Noa, Joglá, Milca y Tirtsá… eran hijas de Tzlofjad… Las cinco se acercaron a la entrada de la Tienda de Reunión, para hablar con Moshé y con Eleazar el cohen, y con los jefes de toda la comunidad. Les dijeron: «Nuestro padre murió sin dejar hijos, pero no por haber participado en la rebelión de Koraj… Murió en el desierto por su propio pecado. ¿Será borrado de su clan el nombre de nuestro padre por el solo hecho de no haber dejado hijos varones? Nosotras somos sus hijas. ¡Danos una heredad entre los parientes de nuestro padre!» Moshé le presentó el caso de ellas a H’, y H’ le respondió: «Lo que piden las hijas de Tzlofjad es algo justo, así que debes darles una propiedad entre los parientes de su padre. Traspásales a ellas la heredad de su padre. »Además, diles a los hijos de Israel: “Cuando un hombre muera sin dejar hijos, su heredad será traspasada a su hija. Si no tiene hija, sus hermanos recibirán la herencia. Si no tiene hermanos, se entregará la herencia a los hermanos de su padre. Si su padre no tiene hermanos, se entregará la herencia al pariente más cercano de su clan, para que tome posesión de ella. Éste será el procedimiento legal que seguirán los israelitas, tal como yo se lo ordené a Moshé.” » Y, enseguida H’ dice a Moshé: « —Sube al monte Abarín y contempla desde allí la tierra que les he dado a los hijos de Israel. Después de que la hayas contemplado, partirás de este mundo para reunirte con tus antepasados, como tu hermano Aharón (Ver Bamidbar 27-28).
No hay duda que Moshé había recibido un innumerable número de preguntas durante los 40 pasados años. Pero, ninguna fue registrada. ¿Acaso, es la primera vez que Moshé consulta con H’? ¿Qué tiene de particular? Si lo que se deseaba era enseñarnos esa halajá referida a los derechos de las mujeres, ¿por qué no se incluyó directamente?
Como vimos, Moshé se acercaba al final de su carrera como líder del pueblo judío y ya Iehoshúa, fue elegido para su reemplazo. La sucesión en el liderato implicaba también la búsqueda de un sistema para el desarrollo de las normas de la Halajá. “Moshé entregó la Torá a Iehoshúa”, pero no quiso que el pueblo lo vea como la única fuente del conocimiento ni lo convierta en la gran enciclopedia donde en una persona estén compiladas todas las respuestas a las preguntas del pueblo judío.
La “ignorancia” de Moshé acerca de esa norma logra que haya una mitzvá que lleva el nombre de las hijas de Tzlofjad.
En ese tiempo del fin del liderazgo de Moshé, un grupo formado por dos tribus y media, llegan a la conclusión que prefieren otra tierra que la elegida por H’ para el pueblo judío. Prefieren el otro lado de Iardén. Pero, Moshé de pronto percibe que hay un riesgo que una parte del pueblo llegue a abandonar a sus hermanos en la lucha por la conquista y en la vida posterior y en forma egoísta se preocupe únicamente por ella misma. Moshé, como buen líder percibe que esa decisión tampoco puede ser tomada en forma autoritaria y sin consenso. Los disidentes quedarían automáticamente fuera del pueblo si se les concede su pedido con esa facilidad.
Parece que en la otra punta del pueblo estaban aquellos que deseaban servir a H’ más allá de lo pedido, más que lo ordenado, al grado de parecerse a aquellos que hacen “ofrendas en altares paganos”.
Estos son los tres momentos en los que Moshé percibe que la halajá como norma superior que debe ser acatada por todos, puede salir de control. Aquí, porque unos quieren una tierra especialmente buena para ellos, un poco más lejos porque hay quienes incluso porque desean ser mejores, hacen votos que les circunscriben a nuevas normas no concedidas ni necesitadas en la filosofía judía y acullá porque hay aparentemente una laguna en la Ley que si no se responde con inspiración divina podría dar lugar a conflictos infinitos o que algunos tomen la ley en sus manos y legislen injusticias.
Llega el momento en un cambio de roles también en la legislación tal como Iehoshúa hará también en las cuestiones defensivas. Ese cambio debe ser muy claro y contundente para evitar rupturas.
Si, dice Moshé, el judaísmo normativo es dinámico, tiene espacios para la creatividad, pero no es tierra de nadie, ni es caótico ni desordenado. Nos permite encontrar un espacio propio para el Servicio Divino. Pero, ello no significa que cada uno pueda decidir su norma personal infinitamente, ni que nadie pueda decidir desintegrarse para servir sus propios intereses sectoriales o personales, o que la propiedad sea de quien la tome por la fuerza.
Moshé abandona al pueblo. Pero, deja normas de continuidad jurídica escondidas en estos relatos.
Matot nos abre a través de esta manera de ver los últimos días de Moshé, la posibilidad profunda de no jugar con la palabra y con los votos y de no acomodar las normas según nuestros antojos.
Shabat shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Con alegría sacarán agua de las fuentes de la salvación
Rabino Yerahmiel Barylka
Nuestra parashá cierra el libro de Bemidbar. Están por terminar los relatos de las atribulaciones del pueblo de Israel en el desierto. ¿Qué nos trae la lectura de esta semana? – Una línea por la senda recorrida durante cuarenta años en el yermo -. Ese largo viaje llega a su fin. El pueblo está finalizando la transición de su estado de esclavitud a su nueva condición de la libertad nacional. Ya no dependen de otra nación y tienen frente a sí su tierra propia. Pero, con ella, toman el desafío de crear una sociedad basada en la justicia y el amor al “otro”. Para precisar este cambio, la Torá nos cuenta que esa nueva sociedad será creada por aquellos que no habían pasado por la experiencia de la servidumbre. Los que salieron de Egipto, (excepto Iehoshúa y Caleb, por supuesto) dejarán sus restos en el desierto. También Aharón. Igualmente, el mismo Moshé.
¿Por qué se puntualizan todas las partes del viaje? El Rab.Mordejay Alon en una de sus clases decía: “Si la Torá hubiera sido tan meticulosa y descriptiva con la mitzvá de guardar el Shabat como lo es con las peripecias en el desierto, nuestra vida sería más cómoda”.
Nuestros sabios discutieron este tema. Rashí, dice que ello tiene el objetivo de demostrarnos que pese a que el pueblo fuera condenado a permanecer en el desierto, durante no menos que en 38 años se movieron sólo diez veces, porque el Omnipresente se compadeció de ellos. (De allí, otros comentaristas agregan que no iban huyendo de nadie, que estaban protegidos, que podían asentarse sin que los molesten). Maimónides, (Guía de Perplejos 3:50) nos señala que la enumeración sirvió para quitar, por medio del relato histórico, las dudas que podríamos albergar sobre el relato del Éxodo y el deambular por el desierto, suponiendo que el pueblo estuvo siempre cerca de lugares con fuentes naturales de agua, o que el maná siempre caía en el mismo lugar (no necesitaban moverse para alimentarse). Najmánides, después de citar a ambos, llega a la conclusión que la respuesta no nos fue revelada, y lo que la Torá desea recalcarnos es que toda la larga expedición se hizo “al pi H'” –obedeciendo la palabra divina. Sforno, nos enseña que el minucioso relato sirve para que comprendamos el mérito del pueblo que siguió a H’ a lo largo de todo el desierto, como nos dice Irmiahu 2:2: “De ti recuerdo el cariño de tu juventud, Tu amor de novia, De cuando me seguías en el desierto, por tierra no sembrada”. Sforno ve los ensayos y los atribulaciones del árido desierto como expresiones del comportamiento meritorio de parte de hijos de Israel; hace frente a las desgracias y a las adversidades y por lo tanto “los hace merecedores de ingresar a Eretz Israel.”
Sin duda que el viaje largo y el deambular sin fin sirvieron para purificar la nación de las impurezas de Egipto. Necesitaban hacer el corte. Lo hicieron.
Rabí Najman de Breslav explica, en sus palabras, la función de los viajes. Él ve una conexión entre dos versículos de contextos diferentes: “Estos son los viajes de los hijos de Israel” y “éstos son sus dioses, Israel” (que aparece en el pecado del becerro de oro). La trasgresión causó inestabilidad e imposibilitó continuar en la trayectoria recta; llegó a ser necesario vagar en el yermo para volver a la condición anterior, para reparar la conducta. “Estos son los viajes de los hijos de Israel” sirven para lograr la expiación de lo que sucedió con el versículo parecido de “éstos son sus dioses, Israel” – para la idolatría. Los viajes son los medios de sacudir de todo el pueblo el remanente de la idolatría. Rabí Najman detalla el proceso: la idolatría del becerro de oro despierta la cólera de H’ y crea inestabilidad que conduce a los sufrimientos del viaje; la clemencia de H’ se despierta posteriormente, y, alternadamente estimula una medida igual de compasión entre los hijos de Israel.
En nuestros días, utilitarios, cuando se habla de fútbol, importa el resultado, máxime quien hizo los goles. Sólo los expertos se detienen a ver la película de los largos 90 minutos del partido una y otra vez. Sólo muy pocos comentan aquellas acciones que no condujeron al área enemigo, y mucho menos comentan los errores de los jugadores. Sus nombres son olvidados al igual que sus acciones. Los directores técnicos cambian con gran velocidad y la platea siempre está insatisfecha. Pero, ese no es el camino de nuestra parashá.
Del relato de los viajes podemos aprender algo más sobre nosotros mismos y sobre la forma de cumplir los mandamientos. Como cuando exploramos con la familia algún espacio nuevo durante vacaciones particularmente hermosas. Volvemos a las zonas y a las anécdotas más pequeñas, una y otra vez. Descubrimos detalles que las personas que residen en esos lugares no ven en 40 años. No nos olvidamos del rostro del frutero que no comprendía que deseábamos comprar una fruta cuyo nombre en el idioma del lugar ignorábamos o del vehículo que tomamos por error y que nos llevó en sentido contrario al que nos habíamos propuesto.
En la halajá judía el recorrido es casi tan importante como el objetivo final. La inversión más que su fruto. El esfuerzo más que el logro. Para nosotros, la acción humana está en el centro del interés. Cada paso. Cada movimiento. Cada palabra, tienen importancia. Cada detalle. Obviamente en forma equilibrada, ya que esa manera de comportamiento no justificaría la comisión de faltas a la norma que sin embargo se hicieron con la mejor de las intenciones, aún en el caso que todos los pasos previos hubieran sido correctos pero el resultado no llegara a ser el apetecido.
Pero, hay más explicaciones. De la profecía de Ieshayahu que nos dice en 35:1 “Se alegrarán el desierto y el sequedal; se regocijará el desierto y florecerá como el azafrán. Florecerá y se regocijará: ¡gritará de alegría! Se le dará la gloria del Líbano, y el esplendor del Carmel y de Sharón. Ellos verán la gloria de H’, el esplendor de nuestro D-os”. Ese será el premio por su acción. Sale la explicación que -esos lugares geográficos que nadie sabe a ciencia cierta dónde se encuentran y qué suceso trascendente ocurrió en ellos, merecen aparecer con todas las letras en el texto bíblico, simplemente porque recibieron en su seno al pueblo judío y nada sucedió allí. No lo persiguieron ni lo hambrearon, no lo vulneraron ni lo saquearon. Lo recibieron tal como se debe recibir a cualquier ser o grupo humano-. Esta explicación parece más que extraña. Como que quien la brindó pensaba que recibir a otro pueblo sin perseguirlo es una acción extraordinaria y fuera de lo común. Lamentablemente en la historia, quien así lo planteó sabía lo que escribía. A ningún otro pensador de ninguna nación sobre la faz de la tierra se le hubiera ocurrido dar esta explicación. Nadie hace favores al otro cuando lo recibe en su seno, excepto cuando se trataba de judíos. Por ello, quizás hayamos desarrollado un ojo avizor ante las injusticias y cuando otras naciones rechazan de su seno a los inmigrantes, nos indignamos y salimos a su defensa.
Pero, aún hay más. En el futuro, los desiertos serán vergeles poblados y los poblados desiertos, como que el mundo todo dará vuelta. Dice el profeta Malaji (1:3) «Yo los he amado», dice H’. «”¿Y cómo nos has amado?”, replican ustedes.» ¿No era Esav hermano de Iaacov? Sin embargo, amé a Iaacov pero aborrecí a Esav, y convertí sus montañas en desolación y entregué su heredad a los chacales del desierto.» y dice Isaías, (41:17-’20) »Los pobres y los necesitados buscan agua, pero no la encuentran; la sed les ha resecado la lengua. Pero yo, H’, les responderé; yo, el D-os de Israel, no los abandonaré. Haré brotar ríos en las áridas cumbres, y manantiales entre los valles. Transformaré el desierto en estanques de agua, y el sequío en manantiales. Plantaré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivos; en áridas tierras plantaré cipreses, junto con pinos y abetos, para que la gente vea y sepa, y considere y entienda, que la mano de H’ ha hecho esto, que el Santo de Israel lo ha creado”. En otras palabras, depende de H’ pero depende también de nosotros. Con sus acciones pueden convertir el desierto en huerto y al vergel en desierto. Depende de cómo actúen los hombres respecto a D-os, y la naturaleza. También con nuestras acciones podemos convertir nuestro desierto privado, el de nuestro corazón, en oasis. O apagar irremediablemente su luz.
Si nos trajeron a un lugar es para cumplir con la misión de transformarlo en algo positivo. Nada hay peor que el desierto, pero, se puede con él.
Y cuando se pueda, cantaremos junto a Ieshayahu 12: 1-4 “En aquel día tú dirás: «H’, yo te alabaré aunque te hayas enojado conmigo. Tu ira se ha calmado, y me has dado consuelo. ¡D-os es mi salvación! Confiaré en él y no temeré. H’ es mi fuerza, H’ es mi canción; ¡él es mi salvación!» Con alegría sacarán ustedes agua de las fuentes de la salvación. En aquel día se dirá: «Alaben a H’, invoquen su nombre; den a conocer entre los pueblos sus obras; proclamen la grandeza de su nombre”.
Y, con ese canto, ingresarán a Israel.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Devarim | Vaetjanán | Ekev | Reé |
Shoftim | Ki-Tetzé | Ki Tavó | Nitzavim |
Vayelej | Haazinu | Vezot Habrajá |
DVARIM – DEUTERONOMIO
Eijá es una palabra muy fuerte que nos conduce a preguntarnos las razones de la destrucción.
El pueblo de Israel vive días difíciles en todo el mundo y en su propia tierra. Cuando se acerca el mes de av nos esforzarnos para sentir el duelo y para elaborarlo. Para aprender qué nos sucedió y poder superarlo. No es fácil. Como no es fácil alegrarse cuando comienza el mes de Adar, y para ello debamos esforzarnos.
La lectura de nuestra parashá que está unida siempre a la haftará que es el primer capítulo de Ieshaiahu, nos introduce al libro Eijá –de las Lamentaciones-, del 9 de av.
Los tres textos están unidos por la palabra Eijá – ¿Cómo? -. Moshé nos dice “¿-Eijá -Cómo puedo seguir ocupándome de todos los problemas, las cargas y los pleitos de ustedes?” Ieshaiahu (1:21) describe la situación del pueblo judío ciento cincuenta años antes de la destrucción con estas palabras: “¡-Eijá -Cómo se ha prostituido la ciudad fiel! Antes estaba llena de justicia. La rectitud moraba en ella, pero ahora sólo quedan asesinos.” Irmiahau ya habla en los días de la misma tragedia de la destrucción (Eijá 1:1; 2:1; 4:1).
“-Eijá – ¡Cómo se encuentra desolada la que fue ciudad populosa! ¡Tiene apariencia de viuda la que fue grande entre las naciones! ¡Hoy es esclava de las provincias la que fue gran señora entre ellas!”. “¡-Eijá -Cómo oscureció H’ en su ira a la hija de Sión! Derribó del cielo a la tierra la hermosura de Israel; no se acordó del estrado de sus pies en el día de su furor”. ¡-Eijá – Cómo se ha ennegrecido el oro! ¡Cómo ha perdido el oro puro su brillo! Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles.”
Tres profetas tienen visiones diferentes de pueblo judío en épocas diferentes y reaccionan con la pregunta ¿Eijá? – ¿Cómo es posible? Ellos ven lo que otros quieren no ver, sienten lo que otros reprimen. Se lamentan cuando los otros no perciben aún la tragedia. Gimen y lloran también por esa indiferencia. Por quienes al no apreciar la gravedad de la situación, no actúan. Las palabras de los profetas no son solamente lamentaciones ni descripciones de la realidad. Hay en ellas suficiente material para aprender y actuar. Sus amonestaciones y apercibimientos no son para castigar al pueblo sino para despertarlo. Lamentablemente no siempre lo logran, pero igualmente no renunciar al mandato recibido.
En el caso de Moshé, cuyo plañido leemos esta semana, el pueblo se encontraba aparentemente en un momento excelente. Tranquilo. Sin amenazas. Sin enemigo visible. Sin preocupaciones económicas. Sin embargo, el anciano líder se lamenta. Al grado que sus palabras firmes y concretas se interpretan por Sforno y por otros exegetas, como mucho más duras que lo que ya de por sí suenan a nuestros oídos. Moshé percibe lo que sucede con el pueblo. Hace un diagnóstico y suspira por él. Llora por su pueblo. Gime por su destino. Solloza por su propio fracaso al no haber podido educar a la generación que tuvo a su cargo. No pudo evitar que la gente se pelee, -dice Sforno-, pese a que estaban por entrar ya a la tierra de Israel. Debió nombrar un juez cada diez personas para hacer justicia en las demandas comerciales, en la manera de proveer las necesidades de las personas, en las discusiones por cualquier tema. Rashí es más agudo aún y vale la pena releerlo.
Moshé descubrió con tristeza que no hace falta que el enemigo asedie para que la situación interna sea mala. La falta de solidaridad, la envidia, la búsqueda de lo negativo, las riñas por pequeñeces, la competencia, son el ácido que consume a la sociedad. Ieshaiahu no ahorra adjetivos para describir la situación del pueblo, cuando nos dice en el fragmento arriba citado: “¿Cómo te has convertido en ramera, tú, la ciudad fiel? Llena estuvo de justicia, en ella habitó la equidad, ¡pero ahora la habitan los homicidas! Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua. Tus gobernantes son rebeldes y cómplices de ladrones. Todos aman el soborno y van tras las recompensas; no hacen justicia al huérfano ni llega a ellos la causa de la viuda. Por tanto, dice H’ el Señor de los ejércitos, el Fuerte de Israel: « ¡Basta ya! ¡Tomaré satisfacción de mis enemigos, me vengaré de mis adversarios! Volveré mi mano contra ti, limpiaré hasta con lejía tus escorias y quitaré toda tu impureza”. Aquí el profeta aporta la solución diciendo que “Haré que tus jueces sean como al principio, y tus consejeros como eran antes; entonces te llamarán “Ciudad de justicia”, “Ciudad fiel”, y por fin, “Sión será rescatada con juicio y sus arrepentidos con la justicia”. Pero, antes, en el versículo 8 ya describe la situación concreta con estas palabras: “La bella Sión ha quedado como cobertizo en un viñedo, como choza en un melonar, como ciudad sitiada”, después que Asiria limpiara la tierra de habitantes. ¿Cómo se comportaban los judíos en ese tiempo? El profeta (22:12) vuelve a describir la situación diciéndonos: “En aquel día H’, el Señor Todopoderoso, los llamó a llorar y a lamentarse, a raparse la cabeza y a hacer duelo. ¡Pero miren, hay gozo y alegría! ¡Se sacrifican vacas, se matan ovejas, se come carne y se bebe vino! « ¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!». Los que tienen, miran su presente pero no perciben el futuro. No desean luchar contra la corrupción, no quieren salir de la situación. Aprovechan los últimos momentos para llenarse de los bienes materiales.
Irmiahu, con sus profecías desafió la política de los reyes de Judea y anunció el castigo de H’ por la violencia y corrupción social, – “Hablan de paz, pero no hay paz,”- amonestó.
En el año 587 Nebujadnetzar derrotó a Israel, llevó cautivos a las personas importantes y esclavizó a miles más, mató al rey y destruyó el Templo de Ierushalaim. Y, hoy, todavía lo lloramos, como lloramos la destrucción del segundo por obra de los romanos.
Pero, hoy, también somos más conscientes de las causas de esas tragedias. En las breves palabras de Moshé en nuestra parashá está toda su esencia. La haftará en las palabras de Ieshaiahu, sólo las actualiza. La clave está en Eijá. Por ello, Irmiahu, pone en nuestras endechas la misma pregunta.
En su respuesta correcta, está la solución.
Ieshaiahu la resumió así: “Sión será rescatada con juicio y sus arrepentidos con la justicia”.
¿Nosotros ya hicimos nuestro resumen? Los próximos son días más que propicios para ello.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
La parashá de esta semana es muy rica en temas y en conceptos, que deben ser estudiados profundamente. Su coincidencia con Shabat Najamú, nos obliga a detenernos, por un instante, para encontrar consuelo en el dolor provocado por la destrucción. El sufrimiento que no hemos podido superar, pese a que Israel se encuentra en proceso acelerado de construcción y Jerusalén se encuentra en su esplendor.
Relata el Talmud en Ma[l]cot 24 b que Rabán Gamliel, Rabí Eleazar ben Azarya, Rabí Iehoshúa y Rabí Akiva subieron a Jerusalén y al llegar a Har Hatzofim, rasgaron sus ropas (en señal de duelo). Cuando alcanzaron el Monte del Templo, vieron a un zorro que salía del lugar del Kodesh Hakodashim el -Sancta Sanctórum-. Empezaron todos a gemir y Rabí Akiva reía. Le preguntaron: ¿Por qué sonríes?, y él les respondió ¿Ustedes, por qué lloran? Le contestaron: sobre este es lugar está escrito «y el extraño que se acerca debe morir» (Bamidbar 1) y ahora los zorros caminan sobre él, ¿cómo no vamos a llorar? Rabí Akiva les contestó: por eso río, como esta escrito en Ieshayahu 8 «voy a atestiguar con testigos fieles, con Uriá el cohen y con Zejaria ben Ievarjihu». ¿Por qué está Uriá junto a Zejaria? Uria vivió durante el Primer Templo y Zejaria durante el Segundo. El motivo es que están conectados por un versículo de la profecía de Zejaria y con el de la profecía de Uriá. La profecía de Uriá está escrita en Mijá 3: «Por tal razón, por su culpa, Sión será arada como un campo, Jerusalén se convertirá en una pila de escombros y el Monte del Templo será como montes cubiertos de bosque.» En Zejaria está escrito (Zejaria 8:4) «Así dijo el D-os de los Ejércitos, todavía se van a sentar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén y el hombre con su apoyo en su mano por su longevidad. Y las calles de la ciudad se llenarán de niños y niñas que jugarán en sus calles.» Hasta que no se cumplió la profecía de Uria temí que no se iba a cumplir la profecía de Zejaria, pero ahora que se cumplió la profecía de Uriá, sé que la profecía de Zejaria se cumplirá. Ellos le dijeron: “Akiva, nos consolaste”: “Akiva, nos consolaste”.
La lectura semanal comienza con una muestra del diálogo sin intermediarios entre Moshé y H’, cuando aquel implora –vaetjanan -. Para Moshé igual que para todo creyente, la plegaria es una manera de diálogo entre la persona y H’. Uno habla, el Otro escucha y responde.
Ese diálogo que, a veces se produce inconscientemente, es una plegaria. Fue llevada a cabo por el pueblo judío desde la primera destrucción y el primer exilio también en referencia al pedido, casi la exigencia del pueblo a H’, para que permita el regreso a Sión, la llegada de Mashiaj, y la reconstrucción del Templo.
La tefilá no siempre es pacífica y cordial. No siempre es rutinaria. No siempre contiene palabras que no se comprenden y que fueron escritas por otro e introducidas en el sidur –el orden de las oraciones o devocionario-, o, en el majzor –ese calendario que se transformó en libro de oraciones de las festividades con los años-.
La oración auténtica se eleva en momentos de crisis profunda, de gigantesca alegría o por medio de un esfuerzo de comprensión que uno se encuentra frente al Santo Bendito que oye y que responde.
¿Cuál es la plegaria auténtica que se hace sin esfuerzo alguno? – Cuando una madre implora en el momento en el que se sacan los sifrei torá del arca por la integridad de su hijo en el frente de guerra, o una esposa suplica por el regreso de su pareja que cayó en cautiverio y no sabe acerca de su suerte, cuando un hijo llora pidiendo por la vida y la salud de su madre desahuciada, por una madre estéril pidiendo que su matriz fructifique. En esos casos no son necesarios esfuerzos para llegar al grado de la cavaná –la intención- necesarias para que la oración se eleve. La cavaná viene sola. Silenciosamente se convierte en –hitlahavut- esa exaltación frenética a la que llegan quienes pueden abrir sus corazones para el servicio que es definido así en masejet Taanit 4.
En nuestros días, la oración privada y la que se dice en los templos, particularmente cuando la lengua del sidur no es la que se habla, ese desafío de conversión espiritual es muy difícil y las condiciones no siempre son las propicias.
La mecánica hace rutina. La rutina hace costumbre, que opaca la emoción. Sólo ver con qué facilidad las personas interrumpen frases para conversar con el vecino de asiento durante el servicio religioso en los templos o para saludar a quien ingresa al recinto, nos demuestra que la presencia divina no es percibida en su totalidad en los solemnes momentos de presentación ante H’ en medio de la comunidad. La ropa que algunos llevan no es apropiada. La hora de llegada destaca la poca trascendencia de ese acto colectivo.
Como en aquel relato jasídico que nos cuenta que el Baal Shem se quedó en la entrada del templo semi vacío y no ingresó a él. Sus jasidim esperaron que se decida y él no entraba. Nadie se animó a preguntarle el por qué de su indecisión hasta que un atrevido lo interpeló. El Baal Shem Tov le dijo que no podía ingresar porque no había espacio. Todos quedaron sorprendidos. Dentro del recinto había apenas un minián y muchas sillas vacías… El Baal Shem después de unos minutos dijo, -si-, está vacío de personas, pero, lleno de las oraciones que no ascendieron al cielo porque fueron dichas sin intención y no salen, por lo que no hay espacio aquí.
Hay que encontrar la manera para evitar que las palabras y los pensamientos en el diálogo con H’ no queden flotando, porque si ello sucede no se puede esperar ninguna respuesta.
Regresemos por un instante a nuestra parashá.
Moshé implora pero su pedido no es respondido: “Pero por causa de ustedes H’ se enojó conmigo y no me escuchó, sino que me dijo: “¡Basta ya! No me hables más de este asunto”. Es evidente que Moshé está enojado. Su ilusión mayor se ha frustrado. No ingresará a la Tierra Prometida. Apenas la podrá ver de lejos antes de su muerte. Sus restos no descansarán en lugar conocido, y fuera del territorio israelí. De alguna manera, como interpreta Rambán, – Najmánides- habla dirigiendo la culpa al pueblo no sólo por el daño que se provocó a si mismo sino también a él. Se sube a la barca en la que se encuentra el pueblo y que se hunde. En este momento, Moshé toma conciencia de su destitución como conductor del pueblo. En este pedido que hace dialogalmente con H’, recibe respuesta. Clara. Categórica. Pero, no es la esperada. H’ le contestó “¡Basta ya!”. “No” – es también una respuesta.
Vemos aquí que el hombre de fe, el justo, quien desobedeció la voz de H’ apenas algunas pocas veces, quien estaba lleno de méritos, recibe respuesta, aunque sea negativa. Pero, no pierde la fe. Las probabilidades que H’ accediera a su pedido, -lo sabía Moshé- eran casi nulas. Pero él, igualmente habla con H’ y éste le responde. Llora y clama, como cuando un niño pide que sus padres revoquen una decisión que sabe es irrevocable porque le causará daño. Pide y llora. Clama e implora. Tiene fe. Sabe que el Padre, es misericordioso y aún cuando no logra lo que pide, una y otra vez, no por ello dejará de suplicar hasta su último suspiro en este mundo.
Nosotros los seres comunes, no nos conectamos con H’ cuando nuestra “transmisión” del mensaje, no se realiza en la frecuencia en la que H’ espera de nosotros. No es sorpresa que no oigamos la respuesta. No la hay ni la puede haber porque no hay diálogo.
Algunos pocos, aquellos que trabajan su espíritu, tienen la capacidad de coordinar la intención con las palabras y elevarse apasionados y vehementes. Ellos dialogan. En algunos casos, H’ contesta positivamente. En otros, su respuesta es negativa. Por eso pedimos que oiga nuestra voz, que se compadezca de nosotros y que acepte nuestras invocaciones.
Si así actuamos vamos a poder dialogar sin intermediarios y oír la respuesta. Tanto cuando pedimos por otros, cuando lo hacemos por nosotros y nuestras familias y cuando las elevamos por todo el pueblo.
En shabat najamú, pediremos también por la pronta reconstrucción del Bet Hamikdash.
Si todos unimos los corazones y las voces, hay grandes probabilidades de verlo en nuestros propios días.
También en la plegaria encontraremos consuelo.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
“Y será que, por haber oído estos derechos, y guardado y haberlos puesto por obra, guardará contigo H’ tu D-os el pacto y la misericordia que juró a tus padres; Y te amará, y te bendecirá, y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, y tu grano, y tu mosto, y tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que El juró a tus padres que te daría” Devarim 7:12-13
La parashá de esta semana trata en sus 111 versículos, diversos temas.
Hoy recurriremos a un comentario de Ovadia Sforno, el gran exégeta bíblico que muriera hace 457 años, que al llegar a Roma estudió filosofía, matemáticas y lingüística, pese a que su profesión más importante fue la medicina. Profesión que no le alcanzó para ganar su sustento ni para pagar las deudas contraídas con su hermano Jananel que le ayudó en sus gastos, por lo que tuvo que cambiar de ciudades hasta asentarse en Bologna cerca de los Apeninos, donde al fin pudo dedicarse también al estudio y a la enseñanza de la Torá.
Fiel a su interpretación cercana al texto, nos dice que no hay en los primeros versículos de la parashá una declaratoria respecto al beneficio que nos tocaría por haber cuidado las mitzvot de H’. No hay aquí un enunciado como el de algunos padres o maestros que dicen, “si se van a portar bien, y harán lo que yo les digo, yo les daré un premio”. Los hijos de Israel, dice Sforno deben cumplir con los preceptos por el amor que sienten a D-os, sin pensar en la gratificación y recién entonces recibirán como consecuencia que H’ cumpla con ustedes, su parte del Pacto.
El Pacto será cumplido por H’ en todas las generaciones tal como lo prometiera en Bereshit 17:7: “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu simiente después de ti en sus generaciones, por alianza perpetua, para serte a ti por D-os, y a tu simiente después de ti”.
Es producto del contacto directo entre H’ y el pueblo de Israel. Contacto que es eterno, imperecedero e indestructible. Tal como aprendemos de Kohélet 3:14: “He entendido que todo lo que D-os hace, será perpetuo: sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y D-os lo hace, para que delante de Él teman los hombres”.
Hay dos posibilidades de contacto: uno – directo, el otro con intermediación. Los que están en presencia de H’, reciben el reconocimiento en el Mundo por venir y los últimos en forma inmediata. La Torá, nos dice Sforno, recuerda que H’ cuidará de la misericordia que le debe a los Patriarcas, independientemente de cumplir meticulosamente el Pacto signado por Él con el pueblo.
Hay dos maneras de cumplir con un pacto, la una es seguir los procedimientos legales, esperar hasta el último momento, iniciar juicios, discutir, lagrimear, insultar, y al final se cumple. Hay otra, que es el cumplimiento del pacto por amor. No necesita de recordatorios. Se hace con alegría. Con pasión. Cuando hay amor, nadie reclama el cumplimiento de ningún pacto. Ni hace falta. Y, si alguien se atrasa, el otro sabe que no fue por mala voluntad. Espera incluso hasta el mundo venidero.
Veamos –dice Sforno- los versículos de la parashá anterior: “Conoce, pues, que H’ tu Señor es D-os, D-os fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones” (9:7).
Como vimos más arriba Sforno al final encuentra su lugar en la ciudad de Bologna donde se asienta pero su comunidad, como tantas otras en el mundo y en la historia judía, se divide en grupos y ello le afecta personalmente provocándole un grave dolor. Pero, el sabio, médico de cuerpos, es también curador de almas y es optimista acerca del fin de los conflictos entre su propia gente.
Para poder llegar a los objetivos entiende es necesario cumplir con la Ley, con el Derecho, con las Normas.
“El rey que actúa con justicia afirma la Tierra”; cita a Mishlé 29:4, para entender sus caminos y para ilustrar los nuestros.
“Cuidarán de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que vivan, sean multiplicados y entren a poseer la tierra que H’ prometió con juramento a sus padres”, leímos en el primer versículo del octavo capítulo de Devarim, sin desesperar, con fe y con amor, ya que en su momento llegará el cumplimiento de la Promesa Divina.
En nuestros días, esta lectura simple del texto según el gran comentarista italiano, no ha perdido actualidad.
Seguimos discutiendo aquí en Israel y en cada uno de los países de la Golá, cuándo se podrá ver cumplido el compromiso divino. Exigiendo siempre a la Otra parte lo que no somos capaces de exigirnos a nosotros mismos, nunca además satisfechos por lo obtenido, y por lo general incapaces de verlo.
Es una muestra de falta de fe, sin duda, pero, peor aún, es una demostración de la falta de amor incondicional. Nos quejamos del concepto del temor reverencial, y exigimos poder servir con amor. Pero, el temor, como el dolor, esos medios defensivos tan importantes nos han abandonado, pensando que somos superhombres, y por ello fracasamos y no somos capaces de defendernos de nuestros enemigos externos ni de aquellos que nos acosan desde dentro de nosotros mismos. Pero, al amor no hemos llegado ni por lejos.
De pronto pensamos que nuestros triunfos y alcances son producto de nuestra propia capacidad sin entender que los hemos recibido como don o que nuestros fracasos son consecuencia de habernos quedado solos, abandonados de la mano de H’.
Y viene nuestra parashá y nos convoca a entender la importancia de la normatividad y de nuestras obligaciones en el pacto bilateral que firmamos, para cumplir con amor nuestras obligaciones sin esperar el premio, sabedores que el pacto es eterno.
El vehaia del shemá que nos aparece en la parashá nos obliga a elegir.
Y si eligiéramos correctamente, (Devarim 11: 22-25), -“… si guardaren cuidadosamente todos estos mandamientos que Yo les prescribo para que los cumplan, y si amaran a H’, su D-os, andando en todos sus caminos y siguiéndolo a Él, H’ también echará de su presencia a todas estas naciones, y desposeerán a naciones grandes y más poderosas que ustedes. Todo lugar que pise la planta de su pie será de ustedes… Nadie se sostendrá delante de ustedes; miedo y temor de ustedes pondrá H’, su D-os, sobre toda la tierra que pisen, como Él ha dicho”.
Esta es la bendición por el amor. Este es el refrendo y la revalidación del Pacto.
Shabat Shalom, desde Sion,
Rab. Yerahmiel Barylka
El inicio de la lectura semanal pide que se “vean” las palabras pronunciadas por el Intangible que está ubicado en otra dimensión. “Vean que estoy poniendo ante ustedes hoy bendición e invocación de mal: la bendición, a condición de que obedezcan los mandamientos del Eterno su Di-s que les estoy mandando hoy”, es una reiteración de la importancia del sonido oído en el monte Jorev, y de la voz del mandato y de la promesa. “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Di-s, el Eterno es Uno”. Ya habíamos recibido el pedido hecho a los dictadores de Sodoma y al pueblo de Gomorra hecho por el profeta Isaías: “¿De qué provecho me es la multitud de sus sacrificios? —dice Di-s —… Cesen de traer más ofrendas de grano que nada valen… sus períodos de fiesta mi alma ha odiado. Para mí han llegado a ser una carga; me he cansado de llevar[los]. Y cuando ustedes extienden las palmas de las manos, escondo de ustedes los ojos. Aunque hagan muchas oraciones, no escucho; sus mismas manos se han llenado de derramamiento de sangre. Lávense; límpiense; quiten la maldad de sus tratos de enfrente de mis ojos; cesen de hacer lo malo. Aprendan a hacer lo bueno; busquen la justicia; corrijan al opresor; dicten fallo para el huérfano de padre; defiendan la causa de la viuda.” Aquí también el profeta habla de visión, pero, la misma no contiene imágenes visuales.
Israel es el pueblo llamado a rechazar las imágenes que tantas veces ocultan a las palabras.
Jonathan Sacks el rabino jefe de Gran Bretaña, nos recuerda que Di-s no se encuentra en la luz cegadora del sol, ni en la majestuosidad de las montañas, no en el espacio infinitamente vasto del universo, con sus cientos de miles de millones de galaxias. Ni siquiera está en las letras del código genético que dan la vida. Si allí es donde se busca a Di-s, se está buscando en un lugar equivocado. Di-s se encuentra escuchando y no mirando. Vive en las palabras – las que habló a los patriarcas y matriarcas, profetas y sacerdotes, en última instancia, en las palabras de la Torá – a través de las cuales vamos a interpretar todas las palabras.
¿Por qué Di-s se revela en las palabras? Porque las palabras son lo que nos hace personas.
La personalidad está en el corazón del ser – que no es casual, accidental o periférico que seamos personas, que podamos hablar y escuchar, que nos podamos comunicar y comunicarnos con Él. Nuestra relación con Di-s es personal, por lo tanto verbal, es una cuestión de lenguaje. Di-s está más allá de nosotros, pero Di-s al relacionarse con las personas, va a la esencia de nuestra humanidad y por lo tanto se expresa en palabras.
“Cuando hayas entrado en la tierra que H’, tu D-os, te da, tomes posesión de ella, la habites y digas: “Voy a poner un rey sobre mí, como todas las naciones que están en mis alrededores”,… pondrás como rey…Pero él no deberá tener muchos caballos…Tampoco deberá tener muchas mujeres…; ni amontonará para sí demasiada plata ni oro. »Cuando se siente sobre el trono de su reino, deberá escribir esta Ley para su uso,… La tendrá consigo y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer a H’, su D-os, guardando todas las palabras de esta Ley y estos estatutos, y poniéndolos por obra. Así no se elevará su corazón sobre sus hermanos, ni se apartará de estos mandamientos a la derecha ni a la izquierda, a fin de que él y sus hijos prolonguen los días de su reino en medio de Israel” (Devarim 17:14-20).
Si bien la democracia occidental ha comenzado a regir los destinos de los pueblos hace varios siglos, aún no termina de imponerse en nuestros días y no solamente en los países con fraudes históricos o que eligen como tan cerca de casa a sus presidentes hereditarios por mayorías insólitas en referendos que les conceden casi el 100% de los votos emitidos. La prepotencia de los gobernantes que se creen con derechos sobre la ciudadanía y se sienten superiores a la ley y a los jueces en regímenes en los que las elecciones son limpias, tampoco dan motivos de aplauso.
La orden de “nombrar como rey a uno de tu mismo pueblo” que nos trae esta parashá (17:15), tiene las limitaciones escritas y las que luego se acrecentaron por nuestros sabios. Nombrar un soberano puede unirse a otros preceptos que debimos cumplir una vez que nos asentemos en la Tierra de Israel, como “dijo Rabí Iehudá: tres mandamientos les dieron a los hijos de Israel cuando entraron al país. Que nombraran un rey, que extirparan la simiente de Amaleq y que construyeran el Templo” (Sanedrín 20b).
El Séfer Hajinuj pretende explicarnos la necesidad de soberano para evitar las luchas intestinas en el pueblo de Israel que podrían acabar con el orden político y alejar la paz.
Cuando la mishná en Shabat 14:4 nos dice: “Todos los hijos de Israel descienden de reyes” nos intenta enseñar que ante la Ley de la Torá todos somos iguales, y el rey es quien tiene que vigilar el cumplimiento de la ley, que no permite que nadie se sienta desobligado por ella.
Ya en la misma época bíblica nos encontramos con violaciones a las leyes y a debates acerca de la preeminencia de la ley. Y uno de los ejemplos más destacados tiene que ver con Navot, tal como leemos en I Reyes 21, que transcribimos al fin del comentario. El abuso del poder no es aceptado por nuestras normas. Estamos hablando de una época en la que ya el reinado se había consolidado y el mismo profeta Eliahu le rinde honor, “Pero la mano de H’ estaba sobre Eliahu, que se ciñó la cintura y corrió delante de Ajab hasta llegar a Jezreel” (I Reyes 18:46).
El relato de la guemará en Sanedrín 19 a-b, nos ilustra de los límites que nuestros sabios colocaban a los poderes omnímodos de los reyes: “Dijo Rabí Iosef: …los reyes de la casa de David pueden juzgar y ser juzgados… Cierta vez un esclavo del rey Ianái (de Iehudá), dio muerte a un hombre. Dijo entonces Shimón ben Shetaj a los sabios: pongan sus ojos sobre él, y juzguémoslo. – y ellos mandaron a decirle al rey: Tu esclavo mató a un hombre. El rey lo envió para que lo juzgarán y los sabios le mandaron a decir al rey Ianái: Tienes que venir tú también, porque la Torá dice ‘y a su dueño se le hubiere notificado’, el dueño del buey corneador que mata a una persona debe presentarse y quedarse junto a su buey- Vino el rey y tomó asiento. Shimón ben Shetaj le dijo: Ponte de pie, rey Ianái y que depongan ante ti los testigos. No estás ante nosotros, sino ante aquel (H’) que con su palabra creó el mundo, como dice el escrito: Entonces los dos litigantes se presentarán (Devarim 19:17)…” Shimón ben Shetaj era el presidente del Sanedrín y cuidaba su status incluso frente al rey. Era hermano de la reina Shlomtzión la esposa del rey Ianái y ya había debido huir previamente de las persecuciones reales. Sus relaciones con su cuñado supieron de altas y de bajas, pero el sabio no renunció a sus principios y la discusión de si los jueces juzgan y son juzgados que trae la guemará citada, no agota el tema. ¿Frente al poder sin límites, es posible que la judicatura imponga la Ley?
Nosotros sabemos que los controles que se ejercen sobre el ejecutivo deben luchar contra el poder y la fuerza y en épocas de comunicación abierta contra aquellos que cuentan con los medios para difamar a sus opositores y preferir sus intereses a los del pueblo.
El mensaje de la parashá es muy simple: Nadie es superior a la Torá, ni al resto de las personas. Acaparar bienes y lujos destruye a los líderes. Las instituciones jurídicas están por encima de los reyes.
Si se aplicaran estos principios tan simples en nuestros días, los pueblos serían más felices y las naciones no deberían atravesar por la vergüenza de ver a sus líderes en la picota pública.
No puedo terminar estos comentarios sin presentar la posición de Don Itzjak Abarbanel (1437-1508), quien además de ser un exégeta bíblico de primera línea fue también filósofo y se desempeñó como ministro de economía de varios soberanos de su época entre los que se encontró también Fernando de Aragón quien expulsó a los judíos de España en 1492. Abarbanel creía que la elección del rey es una mitzvá de hacer, pero, incluida dentro de una mitzvá no obligatoria. Después de su larga experiencia política y de su permanencia en las cortes, creía que el reinado contraría la Torá y que sólo el período de los Jueces fue derivado de la Autoridad Divina. El gobierno –decía don Itzjak- es una creación del instinto maligno.
Viendo cómo se comportan los gobiernos, incluso, los democráticos de nuestra época, resulta muy atractivo solidarizarse con el pensamiento de este filósofo judío.
Shabat Shalom desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Envíe su comentario a yerahmiel@gmail.com
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1 Reyes 21
La viña de Navot
Y sucedió que después de estas cosas, Navot de Jezreel tenía una viña que estaba en Jezreel, junto al palacio de Ajab, rey de Samaria. Y Ajab habló a Navot, diciendo: Dame tu viña para que me sirva de huerta para hortaliza porque está cerca, al lado de mi casa, y yo te daré en su lugar una viña mejor; si prefieres, te daré su precio en dinero. Pero Navot le dijo a Ajab: No permita H’ que te dé la herencia de mis padres. Ajab entonces se fue a su casa disgustado y molesto a causa de la palabra que Navot de Jezreel le había dicho; pues dijo: No te daré la herencia de mis padres. Y se acostó en su cama, volvió su rostro y no comió. Pero Izebel su mujer se acercó a él, y le dijo: ¿Por qué está tu espíritu tan decaído que no comes? Entonces él le respondió: Porque le hablé a Navot de Jezreel, y le dije: “Dame tu viña por dinero; o, si prefieres, te daré una viña en su lugar.” Pero él dijo: “No te daré mi viña.” Su mujer Izebel le dijo: ¿No reinas ahora sobre Israel? Levántate, come, y alégrese tu corazón. Yo te daré la viña de Navot de Jezreel. Y ella escribió cartas en nombre de Ajab, las selló con su sello y envió las cartas a los ancianos y a los nobles que vivían en la ciudad con Navot. Y escribió en las cartas, diciendo: Proclamad ayuno y sentad a Navot a la cabeza del pueblo. Sentad a dos hombres malvados delante de él que testifiquen contra él, diciendo: “Tú has blasfemado a D-os y al rey.” Entonces sacadlo y apedreadlo para que muera. Los hombres de su ciudad, los ancianos y los nobles que vivían en su ciudad, hicieron como Izebel les había mandado, tal como estaba escrito en las cartas que ella les había enviado. Proclamaron ayuno y sentaron a Navot a la cabeza del pueblo. Entonces entraron los dos hombres malvados y se sentaron delante de él; y los dos hombres malvados testificaron contra él, es decir, contra Navot delante del pueblo, diciendo: Navot ha blasfemado a D-os y al rey. Y lo llevaron fuera de la ciudad, lo apedrearon y murió. Después enviaron un mensaje a Izebel, diciendo: Navot ha sido apedreado y ha muerto. Y cuando Izebel oyó que Navot había sido apedreado y había muerto, Izebel dijo a Ajab: Levántate, toma posesión de la viña de Navot de Jezreel, la cual él se negó a darte por dinero, porque Navot no está vivo, sino muerto. Y sucedió que cuando Ajab oyó que Navot había muerto, se levantó para descender a la viña de Navot de Jezreel, para tomar posesión de ella. Entonces vino la palabra de H’ a Eliahu tishbita, diciendo: Levántate, desciende al encuentro de Ajab, rey de Israel, que está en Samaria; he aquí, él está en la viña de Navot, adonde ha descendido a tomar posesión de ella. Le hablarás, diciendo: “Así dice H’: ‘¿Has asesinado, y además has tomado posesión de la viña?'” También le hablarás, diciendo: “Así dice H’: ‘En el lugar donde los perros lamieron la sangre de Navot, los perros lamerán tu sangre, tu misma sangre.'” Y Ajab dijo a Eliahu: ¿Me has encontrado, enemigo mío? Y él respondió: Te he encontrado, porque te has vendido para hacer el mal ante los ojos de H’. He aquí, traeré mal sobre ti, te barreré completamente y cortaré de Ajab todo varón, tanto siervo como libre en Israel; haré tu casa como la casa de Ieroboam, hijo de Nabat, y como la casa de Baasa, hijo de Ahías, por la provocación con la que me has provocado a ira y porque has hecho pecar a Israel. También de Izebel ha hablado H’, diciendo: “Los perros comerán a Izebel en la parcela de Jezreel.” Cualquiera de Ajab que muera en la ciudad, lo comerán los perros, y el que muera en el campo, lo comerán las aves del cielo. Ciertamente no hubo ninguno como Ajab que se vendiera para hacer lo malo ante los ojos de H’, porque Izebel su mujer lo había incitado. Su conducta fue muy abominable, pues fue tras los ídolos conforme a todo lo que habían hecho los amorreos, a los que H’ había echado de delante de los hijos de Israel. Y sucedió que cuando Ajab oyó estas palabras, rasgó sus vestidos, puso cilicio sobre sus carnes y ayunó, se acostó con el cilicio y andaba abatido. Entonces la palabra de H’ vino a Eliahu tishbita, diciendo: ¿Ves como Ajab se ha humillado delante de mí? Porque se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; pero en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa.
“Cuando salieres a la guerra contra tus enemigos, y H’ tu D-os los entregare en tu mano, y tomares de ellos cautivos, y vieres entre los cautivos a alguna mujer hermosa, y la codiciares, y la tomares para ti por mujer, la meterás en tu casa; y ella rapará su cabeza, y cortará sus uñas, y se quitará el vestido de su cautiverio, y se quedará en tu casa; y llorará a su padre y a su madre un mes entero; y después podrás llegarte a ella, y tú serás su marido, y ella será tu mujer. Y si no te agradare, la dejarás en libertad; no la venderás por dinero, ni la tratarás como esclava, por cuanto la humillaste” (Devarim 21:10-14)
La lectura semanal de esta semana contiene nada menos que el 12% de las 613 mitzvot de toda la Torá. Un montículo de mitzvot, enumeradas en su mayoría en forma muy breve. Ello invitó a nuestros sabios a buscar la relación que existe entre todas las mitzvot enumeradas y una de las conclusiones más evidentes, aunque no recibida unánimemente como correcta, pareciera ser que la mayoría de ellas trata acerca de preceptos referidos a las personas respecto a sus familias y sus hogares. Muchas de las normas humanitarias relacionadas con la defensa de los integrantes más débiles de la sociedad enumerados en el texto, recién recibieron sanción legislativa en las naciones en los últimos 200 años.
Los versículos citados en el prólogo de este comentario nos describen las limitaciones y restricciones en la conducta de los soldados hacia la mujer, durante la guerra, medidas que no son aplicables en su letra, en nuestros días.
No se podía tener relaciones con una mujer cautiva, sino después que ella elaborara el duelo por la pérdida de su familia –que bien pudo haber muerto en la batalla-, probablemente por la acción de quien desea tomarla como esposa. Debía esperar sin tocarla, mientras se rasuraba la cabeza, desarreglaba sus uñas afeando sus manos, para alejarla de su deseo. Todo ello para provocar que el soldado en el fragor de la batalla aparte sus ojos del deseo de la posesión de un ser humano y mantener la imagen divina. La Torá desea evitar la violación de las mujeres capturadas, conducta que continúa en nuestros días, también entre las fuerzas armadas de países civilizados, y no es menester dar ejemplos por todos conocidos.
Esa actitud de la soldadesca es descrita incluso por la profetiza Débora, mujer al fin cuando dice en Jueces 5:30 “¿No han hallado botín, y lo están repartiendo? A cada uno una doncella, o dos; las vestiduras de colores para Sísra, las vestiduras bordadas de colores; la ropa de color bordada de ambos lados, para los jefes de los que tomaron el botín”. El texto revelador, pese a su belleza y en hebreo lo es más aún, no deja de ser horripilante. No menos ilustrativa es esta cita de Tehilim 45: 10-16: “¡Oye, hija, mira e inclina tu oído! olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y deseará el rey tu hermosura. Inclínate delante de él, porque él es tu señor. Y las hijas de Tiro vendrán con presentes; implorarán tu favor los ricos del pueblo. Toda gloriosa es la hija del rey en su morada; de brocado de oro es su vestido. Con vestidos bordados será llevada al rey; vírgenes irán en pos de ella, sus compañeras serán traídas a ti. Serán traídas con alegría y gozo; entrarán en el palacio del rey. En lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la tierra.” Texto que hace referencia a monarcas justos, pero que no deja de aterrarnos por su significado, ya que a sus aposentos eran conducidas las mujeres cautivas más bellas.
El versículo “toda gloriosa es la hija del rey en su morada”, se convirtió paradójicamente en el significante más importante del recato en el pueblo de Israel, una vez que se quitara de su contexto. Frase que en nuestra época se reinterpreta para darle significado y abrirle el espacio a la mujer observante que desea descollar en su trabajo y en su aporte también fuera de su casa, buscando una combinación –posible por cierto- entre circunspección y acción social y laboral.
Regresemos nuevamente a nuestra parashá y al comentario que hiciéramos sobre los límites a los derechos de los monarcas, los gobiernos y las autoridades en la parashá Shoftim de la semana pasada. Ninguna norma del derecho internacional podría dictarse hoy día con las limitaciones que la Torá expuso en el tratamiento de mujeres cautivas, sin embargo, las mismas no pierden ni un ápice en la misericordia que nos desean enseñar, como en la necesidad de poder inculcar frenos en la conducta de quienes se sienten dueños de la vida y del destino del otro.
Cuando Marco Tulio Cicerón, el político, filósofo, escritor y orador romano, enunciaba que “durante las guerras se enmudecen las normas”, planteaba una realidad con la que la Torá no podía comulgar. Para él, la guerra era un paréntesis en la vida normativa. Para nosotros no hay excepción a la Ley, por ello, surgen las normas de la guerra.
El mismo profeta Mijá que nos dice (en 4:13) “¡Levántate y trilla, hija de Sión! Porque haré tu cuerno como de hierro, y tus uñas, de bronce: desmenuzarás a muchos pueblos y consagrarás a H’ su botín, y sus riquezas, al Señor de toda la tierra”, es el que en el principio del mismo capítulo (3), nos afirma: “Él juzgará entre muchos pueblos y corregirá a naciones poderosas y lejanas. Ellos convertirán sus espadas en azadones y sus lanzas en hoces. Ninguna nación alzará la espada contra otra nación ni se preparará más para la guerra.” Y no hay contradicción.
En las guerras que estamos obligados a emprender debemos luchar para defendernos y ganarlas, pero, durante la lucha no podemos ni debemos perder el sentido de la normatividad.
Israel aún está en guerra. Nuestros soldados deben enfrentarse cotidianamente con sus propios instintos exacerbados en la lucha, alterados por la muerte y las heridas de sus propios compañeros y de sus adversarios y por las normas de los enemigos que no respetan ley ni convención internacional, y sin embargo deben actuar según los principios judíos.
Los soldados en el frente saben lo que les sucedería si cayeran en cautiverio en manos del Hamas o del Hizballah como antes también de los egipcios, los jordanos, los sirios o el Fatah. Pueden imaginarse sin mucho esfuerzo el destino que podría tener una hija o una hermana si fueran hechas cautivas, y sin embargo deben luchar aplicando la ética de la guerra y si no lo hicieren serían castigados.
Falta aún para el cumplimiento de las profecías de Mijá, pero, no es tarde para cumplir con el espíritu de las normas de las dos últimas parashiot.
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
“Maldito el que pervierta el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda”. Y dirá todo el pueblo: “Amén”. Devarim 27:19
“El tercer año, el año del diezmo, cuando acabes de separar todo el diezmo de tus frutos, darás también al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, para que coman en tus aldeas hasta saciarse. Y dirás delante de H’, tu D-os: »”He sacado lo consagrado de mi casa, y también lo he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, conforme a todo lo que me has mandado; no he transgredido tus mandamientos ni me he olvidado de ellos”. Devarim 26:12-13
“Entonces dirás estas palabras delante de H’, tu D-os: “Aramí1 que quiso que mi padre perezca, hasta que descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres. Allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos afligieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces clamamos a H’, el D-os de nuestros padres, y H’ oyó nuestra voz y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión. H’ nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, con señales y milagros; nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel”.
Devarim 26:5-9
Si la de hoy fuera la primera lectura de nuestra vida de esta parashá y hubiéramos llegáramos a ella comprendiendo el texto pero sin haber estudiado nunca las infinitas interpretaciones de la Torá, igualmente podríamos hacer un resumen de las normas sociales con la lectura de los tres fragmentos citados. El primero se refiere a los derechos del “otro”, el segundo a nuestra casa y a nuestra familia, y el tercero a toda la nación. A partir de ellos podríamos explicar claramente las bases del pensamiento judío.
Esta parashá es una intersección entre el texto de Devarim y los capítulos que finalizarán la lectura de todo el Pentateuco. La serie de mitzvot que estuvimos estudiando a lo largo del libro se clausura con la de Bicurim y con la Confesión de los Diezmos, para dar paso al texto de despedida. Digno marco que nos recuerda nuevamente nuestras obligaciones con los más necesitados, incluso cuando ellos son “extranjeros” o ajenos.
Cuando recogemos los frutos a tiempo y los podemos llevar al Templo, debemos reconocer antes que nada la magnanimidad del Creador que bendice nuestra tierra y proclamar jubilosamente que no nos hemos olvidado del cumplimiento de los deberes con el leví, el extranjero, el huérfano y la viuda, ni hemos violado los mandamientos.
Ahora somos libres, y tenemos incluso independencia económica y en estos momentos no está demás contar con memoria histórica recordando a uno de nuestros antepasados. Sí a un miembro de nuestra propia familia que fue malvado y que intentó engañar a otro de nuestros antepasados. Ese personaje ruin, que se presenta tras declaraciones de solidaridad y amor, de buena voluntad y de buenas intenciones, que se aprovecha de nuestra ingenuidad no puede estar ausente porque nos acompaña siempre. La declaratoria nombrándolo, es para tener presente que si bien debemos seguir siendo idealistas, necesitamos estar alertas frente a quienes desean hacernos el mal. (Si aceptáramos otras lecturas del mismo versículo, podríamos afirmar que no está demás recordar el tiempo de nuestras carencias cuando contamos con abundancia, para estimularnos a ayudar a otros carenciados).
Esta parashá nos trae además el pacto según el cual once acciones diferentes provocan que sus autores sean maldecidos. Prohibiciones que por lo general se transgreden en forma privada. Ese acto solemne realizado antes del ingreso a la Tierra de Israel tiene mucha fuerza por sí mismo cuando el poder intimidatorio de la ley no es suficiente para que sea aplicada.
La enumeración de las maldiciones nos descubre así un nuevo modelo de derecho que a su vez inspira su relación con normas legisladas muchos años después, casi sin percibirlo.
Hay delitos y faltas que no se pueden comprobar o que aún no han sido legisladas y si siguiéramos el principio que todo lo que no está expresamente prohibido es lícito, permitirían, como lo hacen en la mayoría de los códigos, absolver al culpable. “Nullum crimen, nulla poena, sine lege praevia”, es una regla que para quienes hablamos español no necesita traducción y fue creada para dar seguridad a las personas y evitar se comentan contra ellas injusticias. No hay crimen ni pena sin una ley previa, establece el principio de tipicidad y de irretroactividad de las normas penales y debemos festejarlo. Pero, a veces no es suficiente. Incluso otra regla instaura, justamente que no hay pena sin condena en juicio. Pero, todos sabemos que no siempre los delitos pueden ser probados.
Entonces, viene nuestra parashá y nos trae una pena de otro tipo: la maldición, diciéndonos, que no se alegren aquellos que buscan y más de una vez consiguen esconderse en los recovecos de la ley que infringen solapadamente y que pueden seguir presentándose en sociedad como personas honorables.
Quizás nadie se haya enterado de sus faltas, pero, hay un ojo que ve, un oído que oye, y una mano que escribe todo en un registro indeleble. Y si eso no fuera suficiente, está la voz de “maldito” que la sociedad grita, condenando al supuesto inocente.
Y, la Torá nos obliga nuevamente a elegir. Y nosotros elegimos, ya tan cerca del Día del Juicio, de su propio texto:
»Si realmente escuchas a H’ tu D-os, y cumples fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno, H’ tu D-os te pondrá por encima de todas las naciones de la tierra. Si obedeces a H’ tu D-os, todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te acompañarán siempre: Bendito serás en la ciudad, y bendito en el campo. Benditos serán el fruto de tu vientre, tus cosechas, las crías de tu ganado, los terneritos de tus manadas y los corderitos de tus rebaños. Benditas serán tu canasta y tu mesa de amasar. Bendito serás en el hogar, y bendito en el camino. H’ te concederá la victoria sobre tus enemigos. Avanzarán contra ti en perfecta formación, pero huirán en desbandada. H’ bendecirá tus graneros, y todo el trabajo de tus manos. H’ tu D-os te bendecirá en la tierra que te ha dado. H’ te establecerá como su pueblo santo, conforme a su juramento, si cumples sus mandamientos y andas en sus caminos. Todas las naciones de la tierra te respetarán al reconocerte como el pueblo del Señor. H’ te concederá abundancia de bienes: multiplicará tus hijos, tu ganado y tus cosechas en la tierra que juró a tus antepasados que te daría. H’ abrirá los cielos, su generoso tesoro, para derramar a su debido tiempo la lluvia sobre la tierra, y para bendecir todo el trabajo de tus manos. Tú les prestarás a muchas naciones, pero no tomarás prestado de nadie. H’ te pondrá a la cabeza, nunca en la cola. Siempre estarás en la cima, nunca en el fondo, con tal de que prestes atención a los mandamientos de H’ tu D-os que hoy te mando, y los obedezcas con cuidado. Jamás te apartes de ninguna de las palabras que hoy te ordeno, para seguir y servir a otros dioses».
Shabat Shalom, desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
“Ustedes están hoy en presencia de H’, su D-os: los cabezas de sus tribus, sus ancianos y sus oficiales, todos los hombres de Israel; sus niños, sus mujeres y los extranjeros que habitan en medio de tu campamento, desde el que corta tu leña hasta el que saca tu agua; para entrar en el pacto de H’, tu D-os, y su juramento que H’ tu D-os, concierta hoy contigo, para confirmarte hoy como su pueblo y para que él sea tu D-os, de la manera que te ha dicho y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob”. (Devarim 29:9-11)
Nitzavim cuenta con apenas 40 versículos. No hay en su texto ni preceptos de hacer ni prohibiciones. Pero, sí palabras que dijo Moshé antes de su muerte a todo el pueblo de Israel. Esta parashá se lee antes de Rosh Hashaná y por lo general viene acompañada por Vaielej (sólo se leen separados si el primer día de Rosh Hashaná acaece en lunes o martes).
Para ello, Moshé reúne a todos los estratos del pueblo, fusionados ante D-os, sin discriminaciones de ningún tipo. Hay aquí tres generaciones, la de los ancianos remanentes aún de la salida de Egipto, la de quienes nacieron en Egipto pero que se criaron en el desierto y los más jóvenes que ingresarán a la Tierra Prometida. Incluso están los extraños que se fueron agregando al pueblo de Israel, primero en funciones de servicio hasta que se integraron totalmente a él. No fue fácil reunir a todos sin excepción, pequeños y grandes, líderes y liderados. Como no es fácil reunirlos en nuestros días. Hay aquí una acción digna de un pastor, para el cual todas las ovejas son valiosas igualmente. Ese es Moshé, el pastor, que no excluye a nadie, tal como D-os no prescinde de nadie. “Así dice H’ E’lohim: Yo mismo me encargaré de buscar y de cuidar a mi rebaño. Como un pastor que cuida de sus ovejas cuando están dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las rescataré de todos los lugares donde, en un día oscuro y de nubarrones, se hayan dispersado. Yo las sacaré de entre las naciones; las reuniré de los países, y las llevaré a su tierra. Las apacentaré en los montes de Israel, en los remansos y en todos los poblados del país. Las haré pastar en los mejores pastos, y su redil estará en los montes altos de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo y se alimentarán de los mejores pastos de los montes de Israel. Yo mismo apacentaré a mi rebaño, y lo llevaré a descansar. Lo afirma H’ E’lohim. Buscaré a las ovejas perdidas, recogeré a las extraviadas, vendaré a las que estén heridas y fortaleceré a las débiles…” (Ezequiel 34:11-16)
En los versículos citados aparece tres veces el término “haiom”, hoy, -en este mismo momento-, provocando inevitablemente que cuando leemos estas palabras nos suenen dirigidas a nosotros y no sólo a quienes estuvieron presentes en esos dramáticos momentos. “Pero no solamente con ustedes, Yo pacto este alianza y este juramento, sino también con los que no se encuentran hoy entre nosotros”, nos dice la Torá en los versículos siguientes, para que no tengamos dudas que el pacto es eterno y que se refiere también a nosotros mismos. Para saber que las generaciones de abuelos, padres e hijos que tienen, cada una, experiencias distintas que aportar, se reúnen también hoy, y que nadie tiene derecho de excluir al prójimo. ¿Fácil? –No. Al contrario, más difícil. Hoy no hay un Moshé. Tampoco todos los abuelos tienen la memoria, ni las que poseen recuerdo, necesariamente es compartido, ni los padres cuentan con la práctica de la experiencia judía. Los únicos que se parecen son los hijos, que tienen mucho por aprender, por vivir, por practicar, por descubrir. Hoy estamos más dispersos que nunca, aún en las pequeñas comunidades en las que muchos aún se encuentran y las divisiones entre nosotros son cada día mayores. Pero…, en los días de selijot nos unimos de alguna manera para recibir Rosh Hashaná.
Y, así como nosotros debemos presentar el balance de nuestros actos, así Moshé, presenta el suyo, quizás para inspirarnos. En sus palabras aparece la indicación del regreso, de la teshuvá, del retorno hasta H’.
En ese espíritu de víspera de año nuevo, esta parashá nos sigue enseñando (30:11-13): “Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos de ti. No está en el cielo, para que digas: “¿Quién subirá por nosotros al cielo, nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos?” Ni está al otro lado del mar, para que digas: “¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos?” Pues muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.” Y Najmánides -el Ramban-, nos dice, “en tu boca” –por medio de la confesión-, “en tu corazón” –a través del arrepentimiento-.
En esta parashá se presentan los dos tipos de teshuvá que podemos emprender, el retorno por temor, por prevención al castigo o después de él, y el regreso por amor.
Dijo Rabí Eliécer en Sanedrín 97 b: “Israel será redimido si se arrepiente, sin arrepentimiento no habrá redención – ¿Sin arrepentimiento no habrá redención? – Le dijo Rabí Iehoshúa- Es que el Santo, bendito sea, les pondrá un rey, que tomará disposiciones tan perversas como las de Hamán y los inducirá a arrepentirse y volver a la buena senda-. Según otra enseñanza, dijo Rabí Eliécer: Si Israel se arrepintiera, obtendrá la redención, como está escrito: “Vuelvan hijos rebeldes y sanaré sus rebeliones” (Irmiahu 3:22) – pero, también dice –le contestó Rabí Iehoshúa- : “De balde fueron vendidos, por tanto, gratuitamente serán rescatados” (Ieshaiahu 52:3). De balde fueron vendidos por la idolatría (ningún valor tienen los ídolos por los que se vendieron), por lo que sin dinero serán rescatados- sin arrepentimiento ni buenas acciones. También dice – contestó Rabí Eliécer a Rabí Iehoshúa: “Vuelvan a mí, y yo volveré a ustedes” (Malají 3:7). Y así continúa el debate entre estos dos grandes sabios hasta que Rabí Eliécer queda en silencio, como concediendo que Rabí Iehoshúa tuvo razón. Es obvio que ambos llegan a la conclusión que el retorno es imprescindible para lograr la redención, pero, discuten si la misma se logrará a través de un cambio de conducta que se vea forzado o si es menester llegar a él por el amor.
En estos días de reflexión que nos quedan antes de la presentación del balance en Rosh Hashaná, al releer la parashá, deberemos nuevamente buscar la manera de elegir, como nos lo invitan las lecturas de las últimas semanas, y ahora, sabiendo que no queda mucho tiempo para tomar la decisión correcta. Que la redención está más que nunca antes, a nuestro alcance.
De nuestra actividad y de nuestra actitud, depende que se pueda producir que: “Cuando te vuelvas a H’, tu D-os, y obedezcas a Su voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, entonces H’ hará volver a tus cautivos, tendrá misericordia de ti y volverá a recogerte de entre todos las naciones adonde te haya esparcido H’, tu D-os. Aunque te encuentres desterrado en el lugar más distante de la tierra, desde allá H’ tu Di-s te traerá de vuelta, y volverá a reunirte. Te hará volver a la tierra que perteneció a tus antepasados, y tomarás posesión de ella. Te hará feliz, y te multiplicará más que a tus antepasados” (Devarim 30:2-5).
Shabat Shalom, desde Sión, tizku leshanim rabot neimot vetovot, que sean inscritos y confirmados para un año nuevo, feliz y próspero, en el que estemos iluminados para tomar las decisiones correctas y seamos merecedores de la Redención, por amor.
Rab. Yerahmiel Barylka
“Y les ordenó Moisés: Al cabo de siete años, en el año de la remisión (descanso de la tierra), en la fiesta de los tabernáculos (Sucót), cuando todo Israel sea convocado ante el Eterno tu D-s, en el lugar que El escogerá (por santuario), leerás esta Ley ante Israel para que todos la oigan. Reunirás para ello a toda la gente: hombres, mujeres, niños y forasteros para que aprendan a temer al Eterno vuestro D-s y observen todos los preceptos de esta Ley.”
(Deuteronomio 31, 10-13)
Pregunta: ¿Por qué ordenó D-s que se lea la Torá cada siete años y en especial en la fiesta de Sucot?, ¿No se debe estudiar la Torá, base y sostén del judaísmo, de modo constante, de día como de noche?
Respuesta: Abarbanel opina que este precepto especial, de que el Rey lea frente a todos la Torá cada siete años, no exime a los particulares del estudio personal, ni de la enseñanza de Torá a los hijos. No habríamos sido sino un pueblo de bárbaros e ignorantes si sólo un día cada siete años estudiáramos las leyes y bases del comportamiento incluidas en la Torá.
La razón entonces de esta gran convocatoria para cada séptimo año, es lograr que todo el pueblo oiga, en la voz del líder mayor y, si lo hay, del rey, la lectura de la Ley, del libro máximo. Este acontecimiento, con todo lo que representa la solemnidad y el honor del dirigente máximo, deja grabada en cada uno de los asistentes una impresión imborrable; desde el más chico hasta el más grande de todos los presentes lo recordarán siempre. Es por ello que aún los niños están obligados a asistir, ya que lo importante no es tanto la comprensión de lo que se dice sino la trascendencia del evento. De llevarse a cabo con mayor frecuencia, perdería importancia y la gente no lo tomaría con tanta seriedad.
Ahora bien, ¿por qué exactamente en el año de “Shmitá”?. En este periodo la gente está más libre de obligaciones laborales, porque no se trabaja la tierra. Entonces, la alimentación está prevista ya desde el año anterior, y no hay que ocuparse de sembrar ni cosechar. Es un año además donde juega un rol especialmente importante la fe en que D-s nos proveerá de todo lo que necesitamos, y en tales circunstancias, el acto solemne viene a reforzar el trabajo de la fe.
La razón por la cual se escogió la fiesta de Sucot para este evento es, por un lado, por la época del año, ya que el clima es más templado y se hace mas fácil venir con toda la familia; y porque después de haber pasado las festividades de Rosh Hashaná y Iom Kipur la gente se ha elevado espiritualmente y se siente más cercana al Creador. Además, el estar viviendo en “chozas frágiles” (tales las “sucot”) nos hace reflexionar acerca de nuestra existencia y la estadía en este mundo; al escuchar entonces la palabra de D-s, las incertidumbres son resueltas.
“…Yo hago morir y Yo hago vivir, Yo hiero y Yo sano, y no hay quien se pueda librar de mis manos” (Devarim 32:39)
El canto de Haazinu, el tercero de la Torá (después del cántico del mar y el del pozo), sirve como testigo de los problemas en los que se encuentra el pueblo antes de su ingreso a la Tierra de Israel. El canto Haazinu que fue recitado por Moshé en primera persona, y contiene “citas” de las palabras de D-os, convocó infinitos intentos de decodificación que encontraron, cada uno a su manera, respuestas a interrogantes existenciales. La lectura de esta semana nos trae nuevamente la oportunidad de intentar vencer el desafío del hebreo poético, y penetrarlo para llegar a la esencia de cada frase y para permitir que las palabras lleguen a nuestros corazones. Lo necesitamos.
La parashá, nos presenta la orden dada a Moshé en forma activa que debe morir, en forma muy parecida a la que ya recibiera en Parashat Pinjás (Bemidbar 27:12-15), después de ver la tierra a la que no ingresará, misma que será entregada al pueblo de Israel, sin su presencia.
Haazinu se lee en shabat shubá, entre Rosh Hashaná y Iom Kipur y a veces entre ese día sagrado y Sucot y tiene una fuerza muy especial tanto por su texto, como por la fecha en la que se lee y estudia. De esa manera se inscribe a otras que fueron amarradas al calendario y no sin causalidad. Dentro de poco, con la ayuda de H’, leeremos Vezot Habrajá en Simjat Torá, y Bereshit inmediatamente después en el sábado que lleva su nombre y que es el primero después de las fiestas de Tishrei. Bemidbar se lee siempre antes de Shavuot, Devarim antes del 9 de av, y Vaetajanán enseguida después. Acerca de Nitzavim ya hablamos hace pocas semanas en víspera de Rosh Hashaná.
Así pues Haazinu puede presentarse en fechas aparentemente tan distintas por su clima espiritual. Antes de Iom Kipur mientras revisamos nuestras acciones y después, respirando aliviados, esperando el festejo de Sucot. Sin embargo ambas fechas son de elevación y su canto es muy apropiado, ya que se inscribe en las poesías y oraciones que la rodean en las plegarias, antes y después de su lectura.
Nos preparamos para Kipur llenos de temor y aprensión frente al Juicio, pero, llenos de seguridad y paz interior, como un hijo que se apoya en el pecho de su padre en momentos de temor sabiendo que allí hay justo refugio. Salimos de Kipur esperanzados de haber sido inscritos y confirmados para un año nuevo, pero, sin saber a ciencia cierta cual fue nuestro veredicto. Haazinu nos acompaña en esos sentimientos.
Haazinu tiene en su canto versículos que pueden ser percibidos por nuestro oído según nuestra propia sensibilidad y según nuestro estado de ánimo. Aparentemente son contradictorios pero hablan de una sola verdad. Cuestión de percepciones. Cuestión de sentimientos. De la capacidad de escuchar con el corazón.
Distingamos: “Entonces El dijo: “Esconderé de ellos mi rostro, veré cuál será su fin; porque son una generación perversa, hijos en los cuales no hay fidelidad. Ellos me han provocado a celo con lo que no es Dios; me han irritado con sus ídolos. Yo, pues, los provocaré a celos con los que no son un pueblo; los irritaré con una nación insensata, porque fuego se ha encendido en mi ira, que quema hasta las profundidades del Sheol, consume la tierra con su fruto, e incendia los fundamentos de los montes”. (32:22), nos conmueve hasta el alma y nos trae a la memoria la Guerra de Kipur.
Pero, la parashá nos trae otra poesía maravillosa igualmente verdadera: “Acuérdate de los días de antaño; considera los años de todas las generaciones. Pregunta a tu padre, y él te lo hará saber; a tus ancianos, y ellos te lo dirán. Cuando el Altísimo dio a las naciones su herencia, cuando separó los hijos del hombre, fijó los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Pues la porción de H’ es su pueblo; Iaacov es la parte de su heredad. Lo encontró en tierra desierta, en la horrenda soledad de un desierto; lo rodeó, cuidó de él, lo guardó como a la niña de sus ojos. Como un águila que despierta su nidada, que revolotea sobre sus polluelos, extendió sus alas y los tomó, los llevó sobre su plumaje” (Ver versículos 7 hasta 14 del mismo capítulo).
Aquí el mensaje es otro. También conocido en lo general y por más de uno en lo personal. En lo más estrictamente personal. En la experiencia propia o de algún miembro de la familia, en momentos de angustia que se convirtieron en instantes de felicidad y de seguridad.
Hay en el versículo 15 una recordación, que don Shimshon Feldman de bendita memoria, gustaba citar: “Pero engordó Ieshurún, y pataleó, (engordaste, te cubriste de grasa)…” y su mensaje sigue siendo tan actual que hasta parece que condiciona todo el texto. Uno puede “engordar” sin dar coces. Puede enriquecerse y saber de dónde llega la abundancia. Puede sentirse bien y entender el don, sin que su omnipotencia le aparte de la senda. Sin que se sienta superior.
En Sucot, en medio de la abundancia podemos saber que todo es provisorio, casi como las mismas cabañas que pocos días después se desarmarán y sus paredes y su techo irán a parar al altillo. Que aún mientras estaban instaladas eran poco seguras. Tenían más sombra que luz y sus paredes podían ser llevadas por el viento. Como la vida, furtiva como una nube pasajera, como un sueño del que se despierta y que puede ser alegre pero también pesadilla.
En Sucot, en las cabañas en nuestras residencias podemos percibir las sucot que son la residencia permanente de tantas personas y de tantas otras que ni siquiera sucot tienen para que nos motivemos a ayudarles.
El Talmud de Babilonia y el de Jerusalén coinciden en el quinto capítulo de Berajot en la interpretación de “guilu bereadá” –regocíjense tiritando-, y nos dice, en el lugar donde está el júbilo, allí estará el temblor, dándonos otra lección de cómo conducir nuestras plegarias. Quizás en este contexto podremos comprender mejor parte de la simbología del Cántico, que nos invita a resolver sus contradicciones aparentes, y encontrar significado también a las serpientes y áspides que aparecen en sus versículos, que nos dirigen a la sucá de paz.
Finalizaremos nuestro comentario con el versículo citado a su inicio: “…Yo hago morir y Yo hago vivir, Yo hiero y Yo sano, y no hay quien se pueda librar de mis manos”, acompañándolo por el bello texto de Tehilim 146:5-10, “Dichoso aquel cuya ayuda es el D-os de Iaacov, cuya esperanza está en H’ su D-os, creador del cielo y de la tierra, del mar y de todo cuanto hay en ellos, y que siempre mantiene la verdad. H’ hace justicia a los oprimidos, da de comer a los hambrientos y pone en libertad a los cautivos. H’ da vista a los ciegos, H’ sostiene a los agobiados, H’ ama a los justos. H’ protege al extranjero y sostiene al huérfano y a la viuda, pero frustra los planes de los impíos. ¡Que H’ reine para siempre! ¡Tu D-os de Sión reine por todas las generaciones!”
Todo ello recordando lo que recitamos todas las mañanas: “Mi D-os, el alma que me has dado es pura. Tú las has creado, la has modelado, me la has infundido y la vigilas en mí. Y Tú la tomarás de mí y me la devolverás en el futuro venidero”.
Con los augurios que sean inscritos y confirmados para un año de paz interior y entre las personas y las naciones, con vida y salud.
Shabat Shalom desde Sión, y gmar jatimá tová.
Rab. Yerahmiel Barylka
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MOADIM – FESTIVIDADES
El Día del Juicio y el principio de la causalidad
Reflexionando sobre el Año Nuevo
El nombre Rosh Hashaná, no figura en la Torá, tampoco Iom Hadín – el Día del Juicio. La Torá nos habla del primer día del séptimo mes, que no suena muy indicado para iniciar un año, sino más bien, para hacer los balances de la mitad del ejercicio. Sin embargo, en Babilónico, Rosh Hashaná 8ª, se determina que el versículo de Salmos 81:4 “Tocad el shofar cuando la luna está oculta, en el tiempo señalado, en el día de nuestra fiesta solemne” que se complementa con el siguiente: “Porque estatuto es de Israel, ordenanza del Señor de Jacob”, consagran al primer día del séptimo mes, como Día de Juicio, amparándose también en el versículo de Deuteronomio 11:12 “Tierra de la cual H’ tu D’s cuida: siempre están sobre ella los ojos de H’ tu D’s, desde el principio del año hasta el fin de él”. De allí que a principio de año se sabe lo que sucederá a su finalización.
Dos tragedias sucedidas a fines del mes de av, demuestran el principio de la causalidad que puede permitir prever los acontecimientos del futuro. Una, la de Bagdad, cuando más de mil personas murieron al cruzar el puente, espoleados por la amenaza terrorista y la otra la de la ciudad de Nueva Orleáns, espacio en el que en momentos de escribir estas líneas aún no se sabe la cantidad de muertos. Ambas desventuras hubieran podido ser evitadas si se hubiera visto con tiempo que las negligencias criminales se pagan en algún momento con la vida de seres inocentes. “Desde el principio del año”…, se hubiera podido actuar de otra manera y se hubiera evitado pasar por el Día del Juicio con un balance tan terrible.
El shofar, que servía en la antigüedad como instrumento militar, alertaba la cercanía del enemigo y se usaba para ordenar que las huestes avancen. El shofar sirve en nuestros días para despertarnos del letargo en el que nos encontramos sumidos por la rutina, cuando actuamos sin ver al inicio de cada acción lo que la misma puede depararnos con los años. Así, hay quienes fuman, porque las consecuencias del cigarrillo no son inmediatas. Si se produjera el enfisema o el cáncer con la primera bocanada, nadie encendería un cigarrillo. Pero, los fumadores no ven y no sienten lo que sucede al final, por más que en los envases haya una leyenda de prevención decidida por las autoridades sanitarias, que tampoco ven, que si prohibieran el tabaco, pese al inmediato dolor por dejar de recibir los fondos de los impuestos que aportan a la economía, la misma no tendría que pagar los gastos hospitalarios sinfín, del tratamiento de los enfermos.
Lo mismo sucede con las acciones de cada persona consigo misma, con su prójimo y con D’s. Aprendimos de niños que cada gestión genera una reacción, y toda conducta tiene sus resultados, aunque por lo general no somos conscientes de ellos, ni de cuando se producirán, ni acerca de los efectos que puedan tener para nuestra vida material y espiritual. Si pensáramos en el resultado ante cada acción nuestra vida sería mucho más placentera. Valga sólo como ejemplo lo que sucede cuando escribimos un e-mail hablando mal de una persona, los resultados previsibles indican que nunca sabremos quien recibirá copia ni quien oirá los epítetos no reproducibles, sin embargo no cuidamos la lengua de la maledicencia y del chisme. Ahora ya sabemos que lo que se dice aquí, se oye allí, y que todas las letras se anotan en un Libro lejano y se guardan en la Memoria.
Los ojos de H’ se posan sobre la Tierra de Israel no porque sea mejor que la de Egipto, sino porque es dependiente de la acción de sus habitantes. Debe guardarla de las torpezas y los errores. Se posa en la iniciación del año, en el principio del mes hebreo, cuando la luna está oculta, casi eclipsada antes que percibamos su luz reflejada hacia nosotros, y ve a través de nuestra oscuridad los efectos de cada acción con claridad meridiana. En esto no hay trampas. No podemos, como reza el ahora proverbio, sumergirnos en aguas puras y cristalinas llevando alimañas y roedores asidos en la mano. No sirven los baños de pureza sino son precedidos por conducta limpia.
Israel desunida es una fórmula para su sufrimiento. Insensibles al dolor ajeno, nos preparamos para que el otro sea indiferente al nuestro. Si no construimos una buena base ejemplar en la educación de nuestros hijos, los condenamos a la enajenación. Si seguimos dioses con pies de barro, se caerán sobre nosotros como el Golem arrastrándonos al fango.
Los versículos de Deuteronomio 11: 13 y siguientes nos hablan también de esa relación de causalidad: “Y será que, si obedeciereis cuidadosamente mis mandamientos que yo os prescribo hoy, amando a H’ vuestro D’s, y sirviéndolo con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma, Yo daré la lluvia de vuestra tierra en su tiempo, la temprana y la tardía; y cogerás tu grano, y tu vino, y tu aceite. Daré también hierba en tu campo para tus bestias; y comerás, y te hartarás.” Esa es la condición. Cumplir y obedecer los mandamientos. Cumplimiento que no se puede reemplazar por otras acciones, ni siquiera aquellas que parecen piadosas, tanto como que los desodorantes bucales no pueden quitar el olor del tabaco de los fumadores. No hay casualidades. Hay causalidad.
Rosh Hashaná, se acerca con el sonido del shofar para decirnos que el Día del Juicio no es solamente al inicio del séptimo mes, sino, en cada instante en que actuamos o hablamos, pero, que ese día largo de 48 horas, nos permite tratar de ver sus consecuencias y nos brinda una rara oportunidad de cambiar el rumbo para modificar los resultados. Por eso, pedimos con nuestras últimas fuerzas: Zojrenu, recuérdanos para la vida, Rey que deseas la vida, e inscríbenos en el Libro de la Vida.
Rosh Hashaná – Una fecha misteriosa
Día de Trompetas
Rabino Yerahmiel Barylka
“H’ le ordenó a Moisés que les dijera a los hijos de Israel: «El primer día del mes séptimo será para ustedes un día de reposo, una conmemoración con toques de trompeta, una fiesta solemne en honor a H’”. (Vaikrá 23:24)
“El día primero del mes séptimo celebrarás una fiesta solemne, y nadie realizará ningún tipo de trabajo. Ese día se anunciará con toque de trompetas” (Bamidbar 29:1)
Es interesante notar que los dos versículos citados que señalan la festividad del primer día del séptimo mes, le llaman exclusivamente con el nombre de Iom Teruá, el día de hacer sonar trompetas y de recuerdo de la Teruá, pero, no hacen referencia al año nuevo. No queda muy clara tampoco, la razón por la que la Torá se refiere a Iom Teruá y no, a Iom Tekiá, cuando teruá se aplica también a sonidos muy fuertes que expresan alegría de un cúmulo de personas y no necesariamente una resonancia dramática (Ver Shmuel A, 4:5, y Tehilim 66:1, particularmente este versículo en el que herihu es traducido como la orden de aclamar y no necesariamente con cuernos de carnero).
Nuestros sabios nos explicaron que los versículos citados se refieren al precepto de hacer sonar el shofar en Rosh Hashaná que acaece en día de semana y cuando cae en Shabat en el que sólo se recordará la acción pero que no se ejecutará. Sin embargo, la norma de abstenerse de tocar el shofar en Shabat es bastante posterior, ya que en la época del Beit Hamikdash, se tocaba también en Shabat.
Llama también la atención la descripción que hacen Ezra y Nejemiá del festejo del primero de tishrei que se llevó a cabo en su época, sin que se haga mención a Iom Teruá ni a Iom Zijrón Teruá, pero estableciendo la lectura pública de la Torá desde la mañana hasta el mediodía (Ver Ezra 3: 1-3 y Nejemia 8:1-12).
Los sabios del Talmud discutieron y dijo rabí Eliezer (Mishná Rosh Hashaná 10-11), el mundo fue creado en tishrei… rabí Iehoshúa afirma que fue en nisán. Tocar el shofar vendría a recordar la Creación según la opinión, por cierto no unánime, que expresara rabí Eliezer.
Si continuamos con esta línea de razonamiento, vamos a comprobar que pareciera, que aparentemente, no hay relación entre lo prescrito en la Torá con las plegarias que decimos ese día sagrado de dos jornadas fundidas en una.
El majzor, ese compendio de plegarias, nos presenta un Rosh Hashaná que es el primer día de los Diez de Expiación, tiempo de arrepentimiento, de perdón, de absolución.
Pero, esa comprensión de año nuevo, no comienza ese día sino que viene precedido con una ardua tarea de preparación de los corazones para el arrepentimiento, durante por lo menos todo el mes de elul, el sexto del calendario. En cada uno de esos días se lee dos veces por día el salmo 27, se toca shofar, y según los rituales, se dicen las selijot durante todo el mes o en la última semana del año. Así Rosh Hashaná, se convierte en parte indisoluble de Iom Kipur que se festejará diez días después.
De pronto, la remembranza de la teruá, pareciera indicarnos que algo nos debe recordar, pero la Torá, no nos dice qué, lo deja en la nebulosa. No nos recuerda lo que debemos tener presente. Nos obliga a decidirlo por nosotros mismos.
Rosh Hashaná queda envuelto en otro misterio. En la Torá no aparece la razón de la fiesta, ni por asomo, ni por insinuación. Nada.
Así pues, no nos queda más remedio que aplicar las reglas de la hermenéutica que nos brinda el Talmud, para resolver los misterios formales y descifrar los enigmas alejados de nuestra comprensión.
Por suerte, basta una investigación superficial para encontrar asociaciones y paralelos con otras oportunidades en las que se debe hacer tañer las trompetas. “H’ le dijo a Moshé: «Hazte dos trompetas de plata labrada, y úsalas para reunir al pueblo acampado y para dar la señal de ponerse en marcha”, nos dice Bemidbar 10:1-2, y allí mismo agrega: “Al primer toque de avance, se pondrán en marcha las tribus que acampan al este”, dándole la función de poner en marcha al campamento, y “Cuando celebren fiestas en fechas solemnes o en novilunios, también tocarán trompetas…”, nos agrega el mismo capítulo. Y por si fuera poco, aparecen “Cuando estén ya en su propia tierra y tengan que salir a la guerra contra el enemigo que les oprime, las trompetas darán la señal de combate. Entonces serán recordados delante de H’ y los salvará de sus enemigos”.
El pueblo judío tiene el derecho, de hacerse recordar delante del Creador para que lo salve. Más que derecho de hacerse recordar, tiene derecho de exigir ser recordado.
Ahora sí, parece que podemos intentar contestar las preguntas expresadas. Rosh Hashaná y el sonido del Shofar vienen a responder a dos necesidades que no se excluyen. La primera es poder exigir que nos salven de nuestra propia caída. De haber sido débiles y haber sucumbido a los deseos de hacer las cosas en forma incorrecta, y de habernos abstenido de hacer lo correcto, quedándonos sin fuerza para elevarnos a la desidia y a la apatía. Pero, H’ no puede hacer el trabajo sin que nosotros, en un momento de lucidez nos dirijamos hacia Él reconociendo que pese a nuestras debilidades, estamos preocupados y necesitamos ayuda para volver a ser nosotros. Nosotros en el sentido de signatarios del Pacto, plenos de nuestra identidad, que si fallamos fue por debilidad y no por desear romper nuestro compromiso.
También necesitamos de Él y de convocarlo en las guerras reales.
Quienes residimos en Israel, sabemos mejor que nadie lo que significa un estado de guerra permanente.
Después de la experiencia de la Segunda Guerra del Líbano, de no hace mucho más que un año, sabemos lo que significa la indolencia, el abandono, la distracción, el desgano, la dejadez, el confiar que todo se va a arreglar sin nuestra actuación, dejando que otros hagan el trabajo de luchar por nuestra subsistencia.
La Torá nos presenta Iom Teruá sin muchas explicaciones en el texto, para obligarnos a entender los peligros que nos rodean, que si no lo hacemos solos, tampoco entenderíamos si fueran escritos con todas las letras. El recuerdo es nuestro, pero, a partir de él, se hace del pueblo todo, de sus autoridades, y por encima de todo, después de nuestro desgarrador tañido del shofar para que se eleve hacia las alturas.
En este año, año de shmitá, sabático de deudas y de labores agrícolas, por lo menos quienes residimos en Éretz Israel, tenemos la oportunidad maravillosa de desafiarnos en nuestra fe, concretamente para esperar que en el cumplimiento de la norma que durante demasiados siglos estuvo alejada de nosotros podamos saber que la riqueza no está en nuestra sabiduría ni en las maniobras de los agentes de bolsa, sino en un acto de humilde fe.
Es la misma Torá la que abre la posibilidad exclusivamente en la mitzvá de shmitá que el pueblo ponga en duda la posibilidad de cumplir con un mandamiento, o que haga un cálculo preguntándose “¿qué comeremos en el séptimo año? La Torá es consciente que el año sabático puede poner en peligro la vida de las personas y puede provocarle hambruna, hasta el extremo de deber tranquilizarnos con “Mi bendición a ustedes en el sexto año”, obligándonos a tener fe que con ella podremos sobrevivir al año siguiente. Fe que no es condición para el cumplimiento de la abstención de trabajar la tierra.
La de shmitá es una prueba que debemos pasar para poder tocar el shofar y convocar a nuestro Socio para buscar Su protección recordándole que le seguimos siendo fieles.
Recordaremos el sonido del shofar y lo haremos sonar para tener fuerza para impedir que la indolencia, el abandono, la distracción, el desgano, la dejadez, nos impidan hacer el difícil trabajo de luchar por nuestro espíritu, por nuestra identidad, que de alguna manera muy importante significa luchar por nuestra vida.
Al hacerlo, podremos comenzar un año nuevo, que será un ciclo renovado en nuestras existencias, marcado con el reencuentro con nuestro Pacto. Convertiremos así a Iom Teruá en Rosh Hashaná, que sólo fuera prescrito intrínsecamente en la Torá para que nosotros lo descubramos y lo hagamos realidad. Sin ello, no podremos comenzar una nueva etapa, aunque brindemos por un año feliz. El arrepentimiento a tiempo, sincero y profundo nos unirá al día de Kipur y dará trascendencia a nuestra nueva vida.
Tizku leshanim rabot neimot vetovot,
Que sean inscritos en el Libro de la Vida, por Quien nos recordará para darnos vida, por el Rey que ama la vida, porque es D-os viviente.
Con atentos y afectuosos saludos desde Sión,
Rab. Yerahmiel Barylka
Rosh Hashaná es el día del Nacimiento del Universo
Rosh Hashaná
Cuando pasamos la mitad del mes menajem av, con su festejo tan destacado en el Talmud y casi olvidado hoy del décimo quinto día, y superamos lentamente el duelo por la destrucción, nuestros oídos se afilan para percibir la entonación de “por el pecado…” que diremos en el 10 de tishrei. Pero, ¿y los corazones?
Cuando nuestros sabios dicen que aquella generación que no logra participar de la reconstrucción es como aquella que motivó la catástrofe y la desgracia nacional, levantan un dedo acusador también a la nuestra. A todas nuestras incorrecciones individuales, sociales y nacionales debemos sumar esta terrible falta: la del Hogar Espiritual que no pudimos reconstruir o porque nos quedamos buscando las comodidades del extranjero o porque importamos los valores ajenos a la Tierra que elegimos como residencia siguiendo el mandato divino o aún en ella seguimos pensando galúticamente.
Llegamos al fin de año con un desgaste difícil de recomponer. No nos pudimos detener en la marcha hacia delante. Seguimos sin encontrar rumbo. Estamos agobiados por la lucha por las necesidades más básicas, por el trabajo, el alimento, las ropas, el techo, la educación y por las deudas a los bancos y a las tarjetas de crédito que nos esperan ante cualquier retraso para castigarnos y sacarnos más dinero. Desperdiciamos largas horas en conversaciones sin sentido por medio de nuestros teléfonos celulares y no menos, en navegar por la Internet saturada por correo basura, enfrascados en diálogos sin sentido y sin fin. Las voces de falsos profetas llenaron nuestros oídos, sin poder cerrarlos pese a su falsedad evidente. En este año, esos profetas, ni se molestaron en intentar hablarnos en nombre de D’os, como lo hacían en otros tiempos, pero igualmente nos incitaron a servir a sus dioses del poder y del dinero, disfrazados de espirituales. Supieron vendernos becerros falsificados que intentaban imitar otros que por lo menos eran de metales fieles. Fuimos fáciles víctimas de sus ignominias sin tener argumentos para enfrentarlos, de tan profunda que es nuestra ignorancia de lo judío y verdadero. También fuimos fáciles portavoces de los enemigos de Israel que sólo buscan su destrucción, usando argumentos sociales e igualitarios, acompañados por sus secuaces más leídos. Todo ello en nombre del liberalismo y del pensar correctamente, sin detenernos en los hechos. Carecimos de energía para oponernos a la injusticia y a la explotación del más débil, a los racistas y a los sectarios, y para disciplinarnos lo suficiente como para dejar nuestros vicios. El cansancio nos impidió gritar a los fanáticos sectarios que no tenían razón y a denunciarlos frente a todos, particularmente si poseen bienes y prestigio social. Nos enfrascamos en conflictos ajenos, y juzgamos con liviandad al otro, sin siquiera saber de qué se le acusa. Sin embargo, adulamos a débiles e inútiles, pensando que iríamos a obtener ventajas de ellos. Los miedos ínfimos se hicieron de nosotros y nos dominaron quienes supieron detectarlos en nosotros aún antes que se conviertan en aterradores. No encontramos sosiego ni refugio, aún cuando nadie nos persiguió. Olvidamos la posibilidad de gozar con los tesoros de la Creación. Pasamos del júbilo a la irritación, de la desolación a la felicidad, recorriendo preocupaciones y pesares, indecisiones y recelos. Fuimos indiferentes al sufrimiento y a la pobreza de tantos cercanos y lejanos, al desconsuelo del más débil. Vimos y oímos como personas llegadas a la vejez pierden la imagen divina, y seguimos actuando como si fuéramos inmortales, y libres de ser abatidos por enfermedades.
Parece imposible que cambiemos.
Por angustias semejantes ya pasamos el año pasado y el antepasado y nos comprometimos a cambiar pero no pudimos. Tampoco tuvimos el tiempo para pensar en las transformaciones de nuestro ser. Por un instante, pesamos que éramos nuevos y distintos pero ante la primera prueba repetimos los mismos errores. Simplemente el miedo nos lleva por caminos conocidos aunque cuando pisemos cada mosaico nos salpique el fango. Preferimos eso antes de entrar a la emoción vertiginosa de iniciar un camino nuevo que desconocemos.
Nos olvidamos de agradecer a los hombres que nos hicieron algún favor y no nos acordamos de hacerlo con quien nos da el hálito de vida, nos provee de salud y de luz, nos ilumina el camino y nos rodea de amor. Nos faltan palabras para ello. El corazón se ha secado. La inteligencia se obnubila. Somos mediocres y débiles.
Por el pecado que cometimos, y reincidimos. Por los nuevos, por los distintos. Por los conscientes cometidos con intención y felonía.
Llega elul y en sus noches, nos da la oportunidad de pensar y reflexionar en nosotros mismos cuando nos lo proponemos o cuando tomamos en nuestras manos las oraciones de selijot. Esas noches, nos invitan a dejar de mirar los defectos del otro, para circunscribirnos a las faltas propias, para encontrarlas y apuntarlas. Nos sugieren cerrar los ojos e imaginarnos lo que debe haber parecido el universo en el primer día de la creación. Prístino, fresco, incorrupto, sano y no contaminado. Tratar de suponernos qué sentía Adam apenas fue creado. Candoroso, puro e inocente. En tiempos en los que aún no había mentido, en los que aún no había aprendido a odiar. En los que amó exclusivamente a la única mujer que tenía frente a sí.
En Rosh Hashaná sentiremos el nacimiento de un mundo nuevo y podremos intentar recobrar el entusiasmo que tenemos cuando comenzamos un nuevo proyecto emocionante. En la Creación había una luz que no venía del sol. Era la de la primicia y de la creación. Esa luz está guardada para que la volvamos a descubrir y a gozar dice el Talmud. Los primeros sonidos del shofar no nos permiten que nos llamemos a engaño, y tampoco las selijot.
Pero, es en Rosh Hashaná cuando llegamos al paroxismo de la emoción. Pero, ni las oraciones ni los encuentros familiares y de amigos pueden alcanzar si no llegamos preparados para la elevación espiritual que nos permita hacer el cambio. El primer paso para volver a ser nosotros mismos. En el salmo 27 aprendimos que mi Luz viene de H’, en Rosh Hashaná y mi salvación en Iom Kipur, es el baluarte de mi vida, en Sucot. Esa luz, ori, es la que H’ ocultó esperando que la descubramos. Es una luz fresca, sin tocar, pura, y sencilla. Es la luz de Rosh Hashaná, en la que iniciamos una nueva senda, que nos da la salvación si nos arrepentimos en Iom Kipur y reestructuramos nuestras vidas. Ahora podemos mirar en el espejo del alma y preguntarnos si hay algo que quisiéramos cambiar. Si nos animamos a hacer las cosas que realmente deseamos hacer y no pudimos. Modificar actitudes pequeñas, la manera de vestir, de hablar, de comer. Las prácticas en la profesión y el negocio y el sistema de prioridades. Romper los patrones de las relaciones con la pareja, los hijos, los padres o los amigos. Quitarnos los hábitos destructivos.
¡El mundo se crea hoy! ¡Es nuevo! Es todo nuestro. Hoy podemos despegar. Escribir una nueva página en nuestra historia. “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu D’os que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”, nos dice Ieshayahu (41:10), ordenándonos esforzarnos y ser valientes, porque para empezar se necesita mucho valor. “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, y si por los ríos, no te anegarán; cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama te abrasará” continúa el profeta más adelante en el capítulo 43. Porque como decimos en Ledavid H’ Orí, el salmo 27: H’ es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? H’ es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?
¿Podremos animarnos este año a transitar lo nuevo sin temor?
Con los deseos y augurios de un año feliz en el que podamos transitar iluminados por la luz reservada desde la Creación para encontrar nuestra propia senda de renovación con alegría.
Tizku leshanim rabot, neimot vetovot,
Rab. Yerahmiel Barylka
La fiesta de las Cabañas
Sucot y sus contrastes
Rabino Yerahmiel Barylka
El contraste entre el festejo de Sucot en Israel y en los países de la Diáspora es tan grande que llega a ser inconmensurable.
Las sucot se construyen en Israel en todos los espacios y no son potestad de los judíos que se preocupan por cumplir todas las mitzvot. Un gran porcentaje de judíos que se ven a sí mismos seculares, tienen sus sucot, y muchos otros también sus cuatro especies características de la fecha. Por suerte, los precios de los arba minim son accesibles para la mayoría de la población y ello permite que prácticamente todos puedan tener los suyos.
Las sucot están en todos lados, en los jardines, en los balcones, en las azoteas, en los estacionamientos. En un mismo edificio pueden verse varias, de todos los tamaños y colores.
Sin embargo, en la diáspora, muchos que podrían construir una (hoy hay modelos plegables y económicos que ni exigen de muchos esfuerzos), no lo hacen. Algunos de ellos sienten vergüenza de tener que explicar a sus vecinos qué son esas casuchas que afean los hermosos edificios.
En la ajenidad, las sucot se postergan, los invitados no llegan, ni siquiera esos que no se ven y que se convocan desde la lectura de sus nombres del Sidur.
Sucot así pierde su fuerza, su belleza y su alegría. Se le diluye el simbolismo. Se ausenta su belleza. Y, las cuatro especies alcanzan precios inaccesibles, por cuanto muchos medran con ellos, así más no sea para sus instituciones, excluyendo a muchas personas de tenerlas.
Pero, el fenómeno no es nuevo.
Pese a que en I Melajim 1:8, encontramos una descripción de la fiesta de Sucot en la época de Shlomó cerca de la fecha de la inauguración del Primer Templo, en todas las Escrituras, sólo encontramos una imagen de la celebración, de la construcción de las sucot y de habitar en ellas, en Nejemia 8:14-18. Allí podemos leer: “«Vayan a la montaña y traigan ramas de olivo, de olivo silvestre, de mirto, de palmera y de todo árbol frondoso, para hacer sucot, conforme a lo que está escrito.» De modo que la gente fue y trajo ramas, y con ellas hizo sucot en las azoteas, en los patios, en el atrio del templo de Di-s, en la plaza de la puerta del Agua y en la plaza de la puerta de Efraín. Toda la asamblea de los que habían regresado del cautiverio hizo sucot y habitaron en ellas. Como los hijos de Israel no habían hecho esto desde los días de Iehoshúa hijo de Nun, hicieron una gran fiesta”.
El versículo “Como los hijos de Israel no habían hecho esto desde los días de Iehoshúa bin Nun, hicieron una gran fiesta” provoca que la guemará en Erjin 32b se pregunte: ¿Acaso no se levantaron sucot hasta Ezra?, interrogante que permite un amplísimo y muy interesante desarrollo exegético.
Hay quienes, como Najmánides, que suponen que Sucot realmente no se festejó porque el pueblo había bajado en su categoría espiritual y quienes, que concluyen que en la época del regreso a Sión, los festejos fueron majestuosos y populares al grado que nunca habían alcanzado. Que la lectura de la Torá fue la que motivó a los ex cautivos a traer las ramas desde las montañas y hacer con ellas sucot en las azoteas, en los patios, en el atrio, etc. El Cuzari (libro del sabio Rabi Yehuda Halevi) va más lejos aún cuando nos dice que se trata de un elogio a quienes expulsaron a las amonitas y moabitas y a sus hijos con gran dolor para obedecer la norma. Esta fiesta fue gigante porque toda Jerusalén se cubrió de sucot, y se hizo con la alegría de los preparativos compartidos por todos.
Como que no es lo mismo sacar las sucot a las calles sin vergüenza de los extraños que ponerlas en los patios interiores. La fiesta de la alegría se puede percibir únicamente si se hace pública. Casi como las velas de Janucá, fiesta en la que podemos encontrar también paralelismos con Sucot.
La Guemará (Talmud) intenta sacar el versículo del contexto y decirnos que la comparación entre las épocas del ingreso del pueblo de Israel a su Tierra y la del regreso de los Cautivos de Babilonia, viene sólo a enseñarnos la santificación de la Tierra de Israel con la restauración de los años sabáticos, los jubileos y la santificación de la tierra después de lo que sufriera con la destrucción del Templo. E inmediatamente después, nos trata de explicar que en realidad no se trata de una comparación histórica, sino de un instante espiritual y según ello debemos entender que Ezra oró por anular al instinto maligno y quitarlo del mundo, logrando que protegiera al pueblo como si fuera una sucá.
Las tres veces en las que las Escrituras, usan la fórmula “No se hizo así… desde los días de…”, son la descripción de la fiesta de Pésaj en la época de Iehoshiau (II Melajim 23), la de sucot en la época de Shlomó (I Melajim 8) y en nuestro caso en Nejemia, se refieren a una verdadera revolución espiritual llevada a cabo en esas circunstancias. En otras palabras. No son referencias históricas que describen cantidades o acciones pintorescas, sino a un instante en el que las espiritualidad, la religiosidad y la fe se destacaron por su intensidad. Hay quienes encuentran un paralelismo en la descripción del festejo de Sucot en la época de Ezra con la revelación de la Torá en el Sinaí.
Durante la celebración en la época de Ezra, se trajo la Torá y se leyó de ella, se estudió y se volvió a aplicar. Tal como no sucediera desde la época de Iehoshúa, desde los días de la Revelación.
La sucá nos permite estar bajo la sombra de la fe, dicen nuestros sabios. Algunos de ellos llegan a afirmar que es un acto contra el paganismo que demuestra la decisión de anularlo definitivamente. Ellos se remontan a la elección de Iaacov y Esav, uno de ir hacia Sucá, de estar en cabañas, el otro, a Seir, el primero a recibir la Inspiración Divina, el otro al mundo del paganismo (Bereshit 33:16-17). Iaacov estuvo en sucot verdaderas, y nosotros seguimos sus pasos.
Hacemos todo lo posible de empezar a levantar nuestras sucot pocos minutos después de proclamar que “H’ es nuestro D-os” a la finalización del servicio religioso de Neilá, de Iom Kipur, tal como lo hiciera Eliahu cuando apartó a los profetas del Baal en el monte Carmel.
Que esta fiesta de Sucot nos permita exclamar que como la presente no tuvimos ninguna hasta ahora, en la que la santidad nos rodea, nos da fuerzas para apartarnos del paganismo de nuestras acciones, y nos reúne con H’ nuestro D-os, con fe y disposición para estudiar la Torá y seguir sus mandamientos.
Jag Sameaj
Rab. Yerahmiel Barylka
El pan de la pobreza
Jag Hamatzot, la festividad de los panes ácimos
Rabino Yerahmiel Barylka
Pesaj, la fiesta de la libertad, es llamada Jag Haaviv, la conmemoración de la primavera, pero su nombre más específico es Jag Hamatzot, la festividad de los panes ácimos. Y, por ese alimento se distingue de las otras celebraciones de peregrinación y es recordado por niños y adultos. Hay quienes prefieren hacer sus propias matzot o que prefieren consumir matzot amasadas manualmente, a fin de sentir que su confección ya se contaba con la voluntad de consagrarlas al espíritu de la fiesta, y hay quienes las eligen shmurot – celosamente cuidadas desde la cosecha del trigo para evitar que pudieran fermentar. Durante el séder comemos las matzot por lo menos tres veces: al iniciar la comida después del hamotzí, cuando hacemos el corej – el emparedado de maror – las hierbas amargas, y después de la comida, con el aficomán- trozo de matzá que cierra la comida. Las matzot ocupan un lugar preponderante en el platón en el que colocamos los alimentos que representan los elementos concretos de la festividad. Son el invitado central del séder.
Dos son las razones por las que comemos matzá en Pésaj. Abraham Ibn Ezra nos dice que el pan ácimo era la comida que los egipcios servían a sus siervos para saciar su hambre con un alimento barato que les hacía sentir llenos y que incluso él, cuando estuvo prisionero en India, fue alimentado con ese tipo de pan. Por esa razón la norma de comer matzá fue dictada quince días antes del Éxodo. Ese es el pan de la pobreza. El que consumen de una u otra manera los menesterosos en todos los tiempos. La segunda razón se debe a lo que dice el versículo: “pues al ser echados de Egipto no pudieron tomar víveres ni provisiones para el camino” – habían salido con apuro y no podían esperar que el pan leude. Así nos enseña Rabán Gamliel cuando nos indica recordar la ofrenda de Pesaj, el pan ácimo y la hierba amarga, y nos explica el por qué de comer matzá: ‘porque la masa de nuestros padres no alcanzó a fermentar, como está escrito, (Ex. 12:39): “De la masa que habían sacado de Egipto cocieron tortas ácimas, porque no había fermentado todavía”.
Las dos causas son una. Están ligadas íntimamente. Representan elementos educativos e ilustran el proceso de la liberación que tan difícil resultó cuando éramos esclavos en Egipto y que resulta particularmente complicado también en nuestros días en los que los elementos de la redención están tan cercanos, casi a nuestro alcance. Comer matzot durante todas las generaciones del exilio y de la persecución entre las naciones, posibilitó consagrar la unión de los judíos con sus ancestros. Ellos recorrieron los intrincados caminos de las distintas esclavitudes hasta lograr un poco de oxígeno liberador. La matzá les llevó a recorrer la memoria de las amarguras y los resplandores efímeros de las ilusiones y las utopías libertarias. Sin la matzá, el pueblo judío no hubiera podido permanecer contando entre sus bienes más maravillosos su aspiración de redención. La matzá los acompañó en los días de racionamiento de los alimentos en los campos de exterminio y en la primera etapa de la reconstrucción del Estado de Israel, y no como parte de la fiesta sino como realidad de la vida. Sólo en los días de Pesaj el pan de pobreza se convertía en alimento festivo.
Comer matzá en Pésaj tiene un significado aún mayor. Nos da elementos de la verdadera redención. Éramos esclavos, pero el Éxodo no fue suficiente para redimirnos. No fue suficiente salir de Egipto para obtener la libertad. El apuro simboliza la posibilidad de elevarnos por encima de la esfera del tiempo y la matzá que no tiene más que los elementos esenciales del pan, pero, sin sus condimentos, no se contamina cuando el objetivo de la salida de Egipto es el veheveti, -los traeré a la tierra para servir a D’s. La matzá simboliza la libertad al no depender de que se agregue a lo más importante y que sirve para racionalizar y explicar la falta de acción para salir de los palacios enjaulados. Cuando abrimos la puerta en la noche del séder, lo debemos hacer para invitar a los necesitados a compartir la mesa y también para dejar que la espiritualidad ingrese a nuestros hogares y a nuestros corazones. La redención es un proceso complejo y que exige mucha preparación. No en vano las Escrituras, en Éxodo 6, nos traen los cuatro verbos que quizás sean cinco, por los que nos servimos las copas del séder.
La verdadera redención no permite remilgos de adornos innecesarios, ni de condimentos para mejorar el sabor de la masa inerme. Es humilde. Es precaria. Es lisa. Y allí resume toda su belleza y contenido. Pero, Pésaj, hoy, cuando tantos hermanos pasan hambre literalmente hablando, adquiere también la obligación de la solidaridad que excede las colectas para comprar matzot. También hace sentir patéticos a quienes en lugar de invitar a los necesitados a sus hogares prefieren que las instituciones de beneficencia les organicen sedarim colectivos con dinero ajeno a los que concurren los ricos para servir las mesas. “Dijo Rabí Abin, este indigente está a tu puerta, y el Santo Bendito a su derecha, como está escrito: “Porque Él se pone a la diestra del pobre para salvar su alma de sus jueces” Salmos 109:31. Si ayudaste al indigente, quien está a su derecha te da su recompensa y si (todavía) no le diste, recuerda al versículo: “¡Dichoso el que cuida del débil y del pobre! En día de desgracia H’ le libera” Id. 41:2.
Comeremos matzá en Pesaj pero evitaremos que los seres que queremos ver libres se alimenten del pan de la pobreza todo el año. Debemos pensar en quienes comen tortillas y pan seco y duro en los días del calendario. Ingeriremos matzá para aprender la vida de la humildad y el apuro que tenemos para salir de las nuevas esclavitudes y lograr la redención que es atemporal y cuya trascendencia nos permite unirnos con quienes se liberaron sólo parcialmente recorriendo para nosotros el camino que nos conduce al veheveti – Yo os introduciré en la tierra que he jurado dar a Abraham, a Isaac y a Iaacov y os la daré en herencia. Yo H’.
Pesaj casher vesameaj!
Rab. Yerahmiel Barylka
La Torá no está en los cielos
“Y dijo el Eterno a Moisés: Sube hacia Mí al monte, y estate allí y te daré las Tablas de Piedra y la Torá y los mandamientos que he escrito, para que los enseñes”.
Éxodo 24:12
La Torá, el tesoro oculto que poseía el Santo Bendito en propiedad absoluta, es entregada en la acción que recordamos en Shavuot a los hijos de Abraham, Itzjak y Iaakov. Los tres nacidos de hombres y mujeres de carne y hueso. La Torá sale a la luz y es presentada al hombre.
¿Es posible concebir que ese tesoro pueda, sin que se menoscabe en el camino, ser comprendido, aceptado, leído, interpretado, llevado y cumplido por seres humanos?
¿Su verdad puede tener la misma vigencia que la que tenía en manos del Omnipotente? ¿O, acaso hablamos de dos verdades ubicadas en círculos que no pueden encontrarse? ¿Es la Torá el instrumento de comunicación entre estas esas esferas tan disímiles? ¿Cuál es el código que se puede usar para dilucidar sus misterios? ¿Habrá que recurrir siempre a la fuente profética para continuar con su dinámica?
La fuente de la Torá es la Revelación divina, como leemos en Éxodo 20:22: “Y dijo el Eterno a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: ustedes vieron que Yo he hablado con ustedes desde los cielos”, y como leemos en Deuteronomio (4:35-36): “A ti te fue mostrado esto para que supieses que el Eterno, El es D’s, y no hay otro fuera de El. Desde los cielos te hizo oír su voz para enseñarte, y sobre la tierra te hizo ver su gran fuego, y sus palabras has oído de en medio del fuego”.
Cuando Moshé, el legislador no conocía la Halajá, la norma aplicable, podía dirigirse directamente a D’s y pedirle Su respuesta. Moshé como alumno fiel y maestro sin par, no vaciló en consultar ni cuando tuvo que resolver el problema planteado por las hijas de Tzlofjad, o cuando fue sorprendido con la conducta de los hacheros, ni cuando tuvo que traer al pueblo la posibilidad de festejar Pesaj por segunda vez. Allí residía su grandeza. No presumía saber todo. No enseñaba improvisando. Pero, después de su muerte, el contacto directo con la divinidad para la interpretación de las normas simplemente quedó segado.
A partir de ese instante, la elucidación de la regla quedó en manos de los seres humanos. Seres de carne y hueso. De pasiones. Débiles. Interesados. Que cuando deben decidir tienen antes sí la búsqueda ideal de la verdad, pero, también a sus propios intereses y sentimientos.
El Talmud en Temurá 16a nos dice en nombre de Rabí Iehuda citando a Shmuel: “Tres mil estatutos fueron olvidados durante el duelo de Moshé…” y nos relata un vívido diálogo entre los sabios que al oír el pedido de “Preguntar”, contestaban que la respuesta “No está en los cielos”.
La muerte de Moshé finalizó la intercesión entre los humanos y lo divino.
A partir de ese momento, los humanos deben enfrentarse solos y con sus limitados medios cognitivos y filosóficos a la verdad y brindarle definiciones y nuevas lecturas.
El Talmud, en Baba Metziá 59b nos trae un dramático relato cuyo actor principal es rabí Eliezer ben Horcanús, quien magistralmente respondió todas las preguntas seguro de su verdad, pero las mismas fueron rechazadas. Eliezer entonces decidió traer en su apoyo, hechos de la naturaleza que obligatoriamente debían producirse por intervención divina. Pero, igualmente su opinión fue contradicha. Incluso cuando la voz celestial que le daba la razón, fue refutada por rabí Iehoshúa quien se levantó para afirmar “no está en los cielos”, y rabí Irmiáh afirmó: “La Torá ya fue entregada en el monte Sinaí, por ello no seguimos las voces celestiales, porque está escrito en Exodo 23:2: “… hay que inclinarse ante la mayoría”.
La mayoría humana decide. Ya no más la voz celestial.
La Halajá es fijada por los humanos, en su desarrollo maravilloso de la Torá Oral con sus reglas de hermenéutica.
En el antes citado fragmento talmúdico, aparece también el profeta Eliahu quien pone en boca de D’s la confirmación de la idea cuando expresa: ‘Mi hijo me ha derrotado’. La opinión de mi hijo, humano, cuando es mayoría es la que decide y no la celestial. Ahora las decisiones están en otro terreno y al Padre no le resulta tan difícil aceptar que sus hijos lo derrotan cuando siguen las reglas fijadas por El.
Cuando comencemos los festejos de la Fiesta de las Semanas que es también el Día de la Entrega de la Torá, nos colocaremos en la posición de nuestros antepasados a los pies del Sinaí preparados para recibir el obsequio de la Ley Celestial. Allí en ese momento sabremos que Moshé también recibió la Torá Oral y la fue transfiriendo a sus alumnos por las generaciones hasta nuestros días.
Esa humanización de la Ley, no es un regalo sin compromiso. Es una obligación para todo quien desee ubicarse en el momento de la recepción.
Debe estudiar las dos.
Debe entenderlas. Ninguna tiene supremacía sobre la otra, desde el momento que ambas, ahora, están en poder de la persona que las estudia y que las cumple. A través de ellas llegaremos a la Verdad Divina, aportando la verdad humana.
Y cuando se produzca el conflicto entre quienes dicen ser portadores de la Palabra y sus únicos propietarios, recordaremos a Eliahu cuando llega y reconoce que desde la muerte de Moshé, la interpretación está en manos exclusivas de los hijos de Abraham, de Itzjak y de Iaacov, con todos sus defectos pero con toda su grandeza.
Así leemos en Deuteronomio 30:11-14: “Porque este mandamiento que te ordeno hoy no te es encubierto ni está lejos de ti; no está en los cielos para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo y nos lo traerá, y nos hará oírlo para que lo cumplamos. Ni está más allá del mar para que digas: ¿Quién pasará por nosotros al otro lado del mar y nos lo traerá, y nos hará oírlo para que lo cumplamos? Sino que la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la pongas por obra.
Jag shavuot sameaj,
Rab. Yerahmiel Barylka
Shavuot y Rut
La meguilá de Rut
“dijo Rabí Zeirá: “Esta meguilá, no contiene (normas acerca de) impurezas ni de purezas, no prohibiciones ni autorizaciones, no fue escrita sino para enseñarte cuanta es la recompensa a aquellos que ayudan al prójimo”
Midrash Rut Rabá, Parashá 2
Shavuot- Zman Matan Toratenu, que recuerda la entrega y la recepción de la Torá, es una fecha alegre y comprende en ella otras conmemoraciones no menos valederas. La Torá, es una joya que es propiedad del pueblo judío todo, ya que nunca estuvo encerrada en compartimentos estancos bajo el control de celosos sacerdotes y gobernantes. No en vano, el término hebreo por escuela, es Bet Sefer, – la casa del Libro-. Del Libro, por excelencia. El libro cuyas palabras hay que repetir a los hijos, y hablar con ellos estando en casa y andando por el camino, y al acostarnos, y al levantarnos, como nos indica el texto del Shemá.
La Torá nos fue dada como revelación. Como tal, desarrolló en el transcurso del tiempo dos concepciones complementarias. El texto y la dinámica tradición oral que no ha cesado ni siquiera en nuestros días. A través del desarrollo interpretativo, las investigaciones y las discusiones sin fin, se puede fijar el sentido de la Torá para su cimentación en un sistema normativo práctico. El pueblo del Libro, se convirtió en el pueblo de la interpretación y los comentarios. Los nuevos textos de los sabios son la creación más importante del pueblo judío a través de las generaciones. Gershom Sholem, lo expresa en esta cita no textual: “la geografía y la historia del pueblo judío están contenidos en la Torá y sus comentarios”. Cuando los niños desde los cuatro años iban a la Casa del Libro, se envolvían en sus palabras y en sus valores y los convertían en sus marcos de referencia y de pertenencia. Los setenta rostros de la Torá, que son infinitas capas interpretativas, múltiples voces en escalas distintas e infinitas, permiten que cada judío pueda tener su propia revelación personal tal como la viviera en el mismo Sinaí. En los últimos años, particularmente en Israel, se ha comenzado a desarrollar uno de los procesos más apasionantes del judaísmo contemporáneo. Experiencia que aún no ha llegado a los países de Latinoamérica en los que en otras épocas, en las que los mejores elementos de la cultura del pueblo judío adquirían rápida residencia. El ingreso masivo de la mujer judía al mundo de la Torá. Las mujeres no sólo han logrado dominar la técnica –nada fácil- del saber y pueden estudiar Guemará y sus intérpretes, y analizar la Halajá, sino que también se inscribieron en el mundo de los midrashim. Los estudian para descubrir y expresar la voz femenina oculta en los textos por años, en los que su búsqueda era llevada a cabo por hombres en forma exclusiva.
En la noche de Shavuot, se pueden encontrar en casi todas las ciudades de Israel grupos de mujeres que permanecen despiertas estudiando, y regresan de esta manera a la experiencia de la revelación. En muchos de esos encuentros, el texto es la meguilá de Rut, que se lee, en muchos ritos, durante la fiesta.
Rut, permite una lectura femenina y una lectura masculina, que no necesariamente resaltan con igual colorido, los mismos valores y estímulos en más de un fragmento. Pero, hay también en esta fecha y en esta lectura, una posibilidad de lograr un acorde musical muy bien acompasado. En otras palabras, hay posibilidades muy concretas que sin renunciar a las diferencias de género, hombres y mujeres coincidan confiriéndose el derecho de colocar los mismos acentos, cadencias y modulaciones, en las mismas frases y palabras, para llegar a unirse en sentimientos comunes.
El tema sobre el que se puede coincidir, independientemente del camino metodológico de su lectura, puede titularse tomando las palabras del profeta Oshea (10:12) ” Siembren para ustedes según la justicia, sieguen conforme a la misericordia; rompan la tierra para sembrar, porque es tiempo de buscar al Eterno, hasta que venga a enseñarles justicia”.
El texto de Rut está marcado por la bondad y por el jesed que podemos traducir como gracia, caridad, benevolencia, ayuda, dulzura, belleza de espíritu y piedad. Desde el inicio del Libro la bondad envuelve a los personajes: 1:16… “Pero Rut dijo: No insistas que te deje o que deje de seguirte; porque adonde tú vayas, iré yo, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Di-os mi Di-os. Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada. Así haga el Eterno conmigo, y aún peor, si algo, excepto la muerte, nos separa”. 2: 8… Entonces Boaz dijo a Rut: Oye, hija mía. No vayas a espigar a otro campo; tampoco pases de aquí, sino quédate con mis criadas. Fíjate en el campo donde ellas siegan y síguelas, pues he ordenado a los siervos que no te molesten. Cuando tengas sed, ve a las vasijas y bebe del agua que sacan los siervos”. 2: 14… “Y a la hora de comer Boaz le dijo: Ven acá para que comas del pan y mojes tu pedazo de pan en el vinagre. Así pues ella se sentó junto a los segadores; y él le sirvió grano tostado, y ella comió hasta saciarse y aún le sobró”. 2:17… “Y ella espigó en el campo hasta el anochecer, y desgranó lo que había espigado y fue como un efa de cebada”. “Y lo tomó y fue a la ciudad, y su suegra vio lo que había recogido. Y sacó también lo que le había sobrado después de haberse saciado y se lo dio a Noemí”. Podríamos seguir enumerando otros casos de dulzura y belleza de espíritu, que nos trae el relato. Pero, cualquier lector del libro encontrará sin ayuda alguna, esas referencias. Quizás esa bondad de sus antecesores permitieron que cuando Rut tuviera su hijo de Boaz, 4:17 “las mujeres vecinas le dieron un nombre, diciendo: Le ha nacido un hijo a Noemí. Y lo llamaron Oved. Él es el padre de Ishai, padre de David”
Shavuot es una fiesta vinculada a la agricultura, pero, lamentablemente no podemos peregrinar hasta el Templo para llevar las primicias de nuestros productos. Cuando leemos Rut, nos transportamos a los preceptos inherentes a la Tierra de Israel, particularmente los regalos a los necesitados, los permisos que la Torá concede para que puedan ir por los campos durante la siega y recoger sus alimentos. Nuestros sabios llegaron a la conclusión que la responsabilidad por el otro es un valor en sí mismo.
Así llegamos a la conocida cita de masejet Sotá 14 a: “…¿Acaso se puede ir tras la Shejiná – la presencia divina?… Se refiere ir tras las virtudes del Santo Bendito Sea, -tal como él viste a los desnudos, tal como está escrito: “El Señor Eterno hizo vestiduras de piel para Adán y su mujer, y los vistió”, así tú también viste a los desarrapados. Así como Él visita a los enfermos “Y el Eterno se le apareció a Abraham en el encinar de Mamre, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda en el calor del día.”, tú visita a los aquejados por los padecimientos. Así como Él consuela a los dolientes, “Después de la muerte de Abraham, el Eterno bendijo a su hijo Itzjac”. Así como Él sepulta a los fallecidos ” Y Él lo enterró (a Moshé) en el valle, en la tierra de Moab, frente a Bet-peor; pero nadie sabe hasta hoy el lugar de su sepultura”, ocúpate también tú para dar sepultura a los muertos”.
Shavuot debe ser festejado por todos. Rut tiene elementos maravillosos para identificarse con ellos. Por encima de nuestras preposiciones, hay algo que nos une con la fiesta, sus símbolos, su significado y sus valores: La Torá como texto para hacer el bien. Para ayudar al otro. Para intentar imitar las acciones del Eterno.
Jag shavuot saméaj.
Rab. Yerahmiel Barylka
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