Rabino, educador, escritor y periodista. Dirige Otot, empresa de asesoría educativa y comunitaria. Fue director…
Parashot y moadim, Rab Mordejai Maarabi
El Rab Mordejai Maarabi nació en Argentina y vive en Israel desde julio del 2009. Médico, con especialidad en Psiquiatría en el campo de la asistencia y prevención de las adicciones. Fundó hace 15 años en Buenos Aires la Institución “Maor, retorno a la vida”, única en su estilo para la asistencia y prevención de las fármaco-dependencias de la comunidad judía. En el mes de Marzo de 2010 se inauguró el Primer Centro de Día de Maor. Fue Rabino de la Comunidad Israelita Latina de Buenos Aires (Congregación Marroquí) por espacio de 4 años. Más tarde, ejerció el Rabinato de la Comunidad ‘Chalom’, de judíos oriundos de Rodas, Salónica y Cos. Fue Gran Rabino de la Comunidad Judía del Uruguay, por espacio de 7 años, hasta su Aliá a Israel.
Es docente especializado en Biblia, Torá Oral y Pensamiento Judío. Desde hace 15 años, posee su espacio radial, en FM JAI de la Argentina, con su Programa “Erev Shabat”, donde acerca sus reflexiones sobre la Porción Semanal de la Torá. Hoy, en Israel, dicta cursos para Adultos en el marco del Departamento de Educación No Formal de la Municipalidad de Ra’anana. Asimismo, dirige, bajo los auspicios de los ‘Ulpanéi Guir Or Etzion’ y la autorización de la Rabanut haRashit de Israel, el Ulpán de Conversiones para Hispanoparlantes en Ra’anana. El Rab Maarabi es docente del ‘Majón Mofet’, en el departamento de habla hispana.
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BERESHIT – GÉNESIS
Parashat Bereshit
El mes de Tishré está concluyendo y con él los instantes sublimes de Rosh HaShaná, Iom HaKipurím y Jag HaSucot. Veintitrés días fueron en total los pasados y no días comunes por cierto.
Hemos conjugado el sonido del Shofar junto a las voces íntimas que emergieron desde nuestro interior los primeros 10 días del mes. Luego fueron los preparativos para Sucot, donde deberíamos llevar -más allá de nuestros enseres personales- también nuestros cuerpos y almas. Todo ha sido tal como lo quisimos, aunque albergamos aún la esperanza de poder ser más, de dar mucho más, o al menos intentar hacerlo y serlo en el año que ya ha comenzado…
Los últimos días de Sucot -Sheminí Atseret y Simjat Torá (en la diáspora son dos), nos propusieron como sus nombres un tiempo de Reunión = ‘Atseret’ y otro de Alegría = ‘Simjá’; aunque, en honor a la verdad, el hecho de poder estar juntos, unidos, y re-unidos, ya es motivo de alegría verdadera. Pero…¿Con qué propósito?
Hay un centro, un núcleo, un eje sobre el cual girará todo: TORÁ… ¿Hay alguna palabra que suene tan cara al judío de todas las épocas como ésta? ¿Existe concepto similar que identifique al judío por doquier como éste?
Torá. Sustantivo y adjetivo. Toda la gramática en una sola palabra. Toda la existencia en un solo vocablo. Toda la vida reunida en torno a una expresión…
Cuando nos aproximamos hoy, a recomenzar su lectura durante el ciclo anual, también ella forma parte del mundo de la creación.
¿Cómo, se pregunta? De acuerdo a la concepción rabínica -Jaza”l- ‘el Santo Bendito El observaba Su Torá y creó el mundo este en que vivimos’.
La Torá es el mismísimo plano de la Obra de Creación, obra no comprendida hoy lamentablemente, ni por grandes ni por los pequeños, abrumados por tanta información, por tanto cientificismo superficial circulante.
“Torá, zó Orá”. La Torá es la mismísima Luz, conjugan casi rimando los sabios. El mundo de la Creación, lo primero que “vio” fue precisamente eso, la LUZ… “Y dijo D’s: ¡Sea la Luz!. Vaiehí Or”, concluye el versículo inicial.
Para el mundo de Bereshit, que estaba empezando a ser, la oscuridad – ‘Joshej’ – que se cernía sobre la faz de los abismos, dejaba su dominio a la luz, Luz Primigenia, no la luz solar -nuestra luz-. Una luz, al decir del profeta, siete veces más poderosa de la cual conocemos los humanos.
Y luego nos dirá el Bereshit, vendrá la ordenación de las AGUAS. “Empero el Espíritu de HaShem, sobrevolaba la faz de las Aguas” relata el texto. Aguas superiores conformarán la extensión de los Cielos, las aguas inferiores darán cabida a los mares y océanos -y en esa re-unión, dejarán entrever la tierra seca, el continente.
Aguas – Máim- ‘arriba’ y Aguas -Máim- ‘abajo’. “…Ve-én maim ela Torá” aseveran nuestros sabios. El agua es la Torá, ni más ni menos. ¡Tenemos un mundo lleno de Torá nos anuncian las fuentes! Y prosiguen: “…Así como las aguas descienden desde las alturas hacia la llanura, así la Torá llega a cada uno y uno (a su nivel!); así como el agua restablece al caminante, la Torá anima y restablece al hombre que transita los caminos de la vida; así como las aguas de lluvia significan la Bondad de D’s, la Torá es Jesed, senderos de bondad y gratitud; así como las aguas anidan en las profundidades de la tierra, así la Torá se encuentra en las entrañas mismas de la creación…”. Y más, mucho más.
Luego Bereshit nos hablará de los “habitantes”. Vegetación, peces, aves, animales y… Ser Humano. Así cada día y día de los Seis Días de la Obra de Creación. Todo tendrá que ver con lo primero, con El Primero, el Único, el Creador. Y con Su Palabra, creadora, revivificadora, donante de vida, de bondades y piedades…
Hoy, Shabat Bereshit, volvemos a estar junto a El después de sentir en la profundidad de nuestras vidas, el valor de estar re-unidos y de poder estar alegres, felices, exultantes por todo este tiempo vivido… Por habernos propuesto hacer de la Torá, algo cotidiano, como con cada día de la Creación. Porque Su Torá es el Proyecto del Mundo y para comprenderlo, sólo debemos abrirla, estudiarla -que es amarla-, disfrutarla -que es el honrarla-, y tratar de alcanzar a través de sus letras, versículos y parashiot, la verdadera esencia de nuestro ser:
Ser Iehudí hoy, a principios del nuevo siglo, en sociedades descreídas y pedagogías sistematizadas, ser Iehudí hoy -en esas condiciones-, es estar comprometido a lo dicho cuando D’s ofreció Su Torá al mundo, 26 generaciones después: “¡NAASÉ ve-NISHMÁ!”, ‘Haremos y Oiremos’; Ser judío hoy, a partir de hoy y de siempre, es hacer compatible nuestro pensamiento con nuestro destino, ni más ni menos…
El Judaísmo no es un Ideal o una meta deseable. ¡¡No!!. ES UNA CONDICIÓN DE LA EXISTENCIA. No es una elección, es un destino…
Ser Judío hoy es volver a tener sensibilidad, digámoslo así: “FOTO-SENSIBILIDAD” o sea, percibir algo de ESA LUZ, “ORÁ” como denominaron a la Torá;
Ser judío hoy, es volver a tener “HIDROFILIA”, o sea, afinidad por el “Agua”, si lo podemos entender…
Hoy Shabat Bereshit, nos debe abrir las puertas de un mundo, que como el de la Creación, no resistirá sin Torá… Simplemente así. Porque Torá es vida -ets jaím-, y porque nosotros estamos aquí para vivir la vida. O al menos intentarlo…
Decía el profeta Jeremías: “Im lo Berití Iomám va-laila, jukot Shamáim vaArets, lo samti”. Declaraba el profeta en Nombre del Creador que “… Si no es por Mi Pacto (la Torá) que estará por los días y por las noches, las leyes de los cielos y de la tierra no hubiera Yo establecido”.
Toda la Creación depende de la Torá. Nosotros como pueblo judío también. Sostener la Creación, es darle lugar en nuestra vida al: “…vehaguitá bo iomám va-laila”: “… La estudiarás y reflexionarás sobre ella, de día y de noche”.
“…Y fue la noche y fue la mañana, día…” nos anuncia el Bereshit.
“Sobrevivir al diluvio, y ahogarse en un vaso… ¡de vino!”
Por cierto no somos creadores de títulos originales. Pero se nos ocurre que, como parte de una humanidad integrada en los relatos bíblicos, somos forjadores de situaciones que llaman nuestra atención. Y esta, es una de ellas.
Estamos junto a NÓAJ, su esposa, sus hijos y nueras. Todo el mundo de la Creación sucumbe ante la corrupción y la violencia. Diez generaciones han transcurrido ya desde el fenomenal “¡Sea la Luz!”, tiempo prudencial, extenso y persuasivo para cambiar lo que se debe, SI SE PUEDE…
Pero parece que no. “…El impulso del pensamiento de su corazón, es únicamente negativo, todo el día” afirma con ‘dolor’ el Creador, observando al ser humano, corona de Su Obra.
Es entonces cuando emerge Noaj. Porque ‘a él, D’s lo vio como justo en su generación’ al decir del texto.
Nóaj es un hombre justo e íntegro. “Bedorotáv”= En su generación, insiste la Torá. Es diferente. Tiene principios y los trata de imponer en su medio familiar. Poco puede hacer Nóaj, por una humanidad insolente, perdida, confundida e insensible.
“…Otjá raiti tsadik”, ‘…pues a ti Te he visto como un justo’ le dice el Todopoderoso a Nóaj, seguramente porque Nóaj también ‘pudo ver algo’ : “¿Quién es el sabio ? -se preguntan los maestros de todas las épocas- : “El que ve lo que está por nacer” si lo traducimos literalmente (‘Haroé et hanolad’). No hay casualidades con el Cielo. Hay coincidencias.
El Santo Bendito El anhela las coincidencias, o sea, cuando el hombre, cuando nosotros podemos ver más allá de nuestras propias limitaciones.
Noaj puede VER en medio de una generación de ‘no videntes’, en medio de seres humanos cuya característica particular los identifica con el famoso : ‘no hay peor ciego que el que NO QUIERE VER’…
Así se prepara Nóaj para el Diluvio. Aguas que habrán de anular la vida sobre la faz de la tierra. Cuando leíamos la inauguración -en Shabat Bereshit- de la Obra de la Creación, sabíamos acerca del agua. Fue uno de los 4 elementos que sirvieron a la creación. “…Ve-Ruaj Elokim merajefet al penéi ha-MAIM”, recordemos por favor el segundo versículo de la Torá. “…Y el viento de Elokim, soplaba por sobre las AGUAS”.
Allí hubo un orden. Una secuencia. Una puesta de límites. Las AGUAS fueron ‘ubicadas’. Firmamento y Cielos, Tierra -Continente y Océanos-Mares fueron los límites.
Con el Diluvio -MABUL en hebreo-, todo volvió a ser como entonces. Como antes. Mabul es confusión. Es perder los límites. Es retornar a ‘Tohu vabohu’, a lo vacuo, lo desierto, lo inanimado y carente de orden.
Y eso fue el Mabul, “…máim al ha-arets” : aguas sobre la tierra, cuando previamente se ‘abrieron las compuertas del abismo’ y la lluvia incesante, y las crecidas, y la inundación, ahogaba poco a poco toda posibilidad de vida. Diez generaciones después la armonía era recuerdos del pasado…
¿Qué nos pasa cuando pensamos en Noaj ? ¡Único sobreviviente de toda una humanidad ! ¡Junto a él y su familia, el mundo se verá continuado ! En el mundo de la Creación todo volverá a nacer.
Menuda tarea la de Nóaj. El Arca, el darse cuenta, el reunir los animales, el ocuparse un año de todo, y el pensar en seguir viviendo. Con un mandato: ser justo como antes. Seguir abrazado a la “coincidencia” y re-crear un mundo con valores estables, trasmitirlos, perpetuarlos.
Menuda tarea la de este Nóaj al abrir las puertas del Arca y ‘pensar si salir ó no’. ¿Qué le habría de esperar allí afuera ? Temores, incertidumbres, dudas al decir de los comentaristas bíblicos liderados por Abarbanel. Es lícito tener miedo. Pero es mejor saber como enfrentar la adversidad diremos.
“…Sal del Arca, tú y tus hijos” Le ordena el Todopoderoso. Allí la respuesta a la pregunta. Nóaj no quería, o más bien, no podía salir. Y está bien. Espera a D’s. Espera de D’s. Necesita de Su Palabra. Porque es Su único aliado en un mundo donde están él y los suyos. Nadie más. Pero junto a El será más fácil.
¿Cómo sigue la historia ? ¿Sigue Nóaj junto a D’s ? ¿Espera Su Palabra y Su recomendación como antes ? ¿Cómo se sigue siendo Tsadik -justo- en medio de un mundo donde los animales son más que los seres humanos, de acuerdo a la relación numérica post-diluviana ? ¡Ah ! ¡Cuántas preguntas ! ¿Habrá respuestas ?
La Torá las ofrece. Aunque no nos gusten. O al menos, nos sorprendan. Ahí van :
“…Inició Noaj -labrador de la tierra- y planto una viña. Bebió del vino y se embriagó y se desnudó en el interior de su tienda”. (Génesis 9 :20,21).
Lo que sigue no será mejor. Hijos y nieto sumidos en las causas y consecuencias de la borrachera, de las adicciones modernas, diríamos hoy. No está mal trabajar la tierra. Para nada. Era el encuentro entre hombre y D’s. “…Para trabajarla y para preservarla” se nos había dicho en el relato del Génesis, que sería la función de Adam. ¿Qué mejor ? ¿Qué esperar como resultado ? ¿Acaso no esperamos una palabra, un agradecimiento por volver a vivir ? ¿Por poseer una tierra fértil, que vuelve a ser simiente de vida ?
No está mal plantar una Vid. Está mal, dirán algunos comentaristas, plantas SOLO VIÑAS…
La Vid, su fruto, su producto -el Vino- era entonces, en las manos de Nóaj, la esperanza, la reconciliación con el Todopoderoso después de “tantas aguas”…
Es por eso que la tradición judía antepone una Berajá, una bendición a todo cuanto emprendemos, ya sea estudio, ritual, comida o bebida. Porque el idioma de la Bendición es asumir los límites. Es comprender responsabilidades. Es saber cómo y cuánto me proyecto : en mis hijos, en mis nietos, en mi sociedad…en D’s mismo.
Noaj plantó, cosechó, bebió. Sin límites. Allí están los resultados. Bien a la vista. Su ser justo no fue más. Ahora parecería ser un hombre común. Tenía todo el peso de la historia. Pero decidió “borrarse”. Era demasiado para él. El, quien debería ser ahora “toda la generación”, se estaba ‘de-generando’. Pobre Nóaj podríamos pensar. No poder estar a la altura de los acontecimientos, podrán otros jactarse.
Sin embargo su borrachera y su desnudez lo llevaron a lo último que sabemos de él : se despidió del mundo con una maldición. Para su nieto, quien aún conocía poco de la vida. Aunque poco importa ya. Porque duele. Porque es nuestra historia, la humana, no la judía. Porque se le escapó de entre las manos la ocasión de hacer la historia y concluirla ; por haber comenzado el trayecto y por haberlo truncado. Por no permitirle al mundo, vivir de su ilusión: la Justicia.
El Midrash relata : “Cuando Nóaj se puso a plantar su viñedo, se le acercó Satán (el ángel el mal) y le pidió ser socio junto a él en el emprendimiento. Sólo que -le advirtió- sea precavido en no aprovecharse de su parte del vino (del Satán), pues de lo contrario lo dañaría”.
Luego se reproduce el siguiente diálogo : “…¿Cómo es lo que estás plantando ? preguntó Satán. -Su fruto es muy dulce, y se hace de él un rico vino, que alegra los corazones de los hombres-, respondió Nóaj. ¿Quieres que lo plantemos juntos, tu y yo ? sugirió Satán. ¡Sí ! contestó Noaj.
¿Qué hizo Satán ? Trajo una OVEJITA, la sacrificó sobre la vid ; más tarde hizo lo mismo con un LEÓN ; después lo hizo con un MONO y por último trajo a un CERDO ; sus sangres mezcló en el viñedo y se fue”.
A Noaj le fue insinuado, acotan los sabios, que: Cuando el hombre bebe UNA copa de vino, es como una ovejita -humilde, sencillo-; con DOS copas, se envalentona como un león, y entra a hablar de su poderío; a la TERCERA copa, actúa como un MONO: hace monerías, baila y juega y sucumbe ante su lengua; ya a la CUARTA copa, se emborracha y obra como en cerdo: se ensucia en el lodo y se rodea de basurales… “Y todo ello, le ocurrió a Nóaj, el justo” concluye por fin el Midrash.(Génesis Rabá, Cap.31, Tanjuma Cap. 38).
Nóaj : sobrevivió a las muchas y poderosas aguas, para ahogarse en un (o varios ?) VASO DE VINO…
“El hombre se conoce por tres aspectos:
Kisó (su bolsillo), Kosó (su copa) y Kaasó (su enojo)” (del Pirké Avot).
Parashat Lej Lejá
“Caminante, no hay caminos… : Abraham se hace al andar”
Es tiempo de partir en la historia bíblica. No es tiempo de abandonos, sino de crecimiento y de elecciones. Así se empieza a delinear nuestro perfil como nación. Así es como Abraham -por ahora sólo ABRAM- se echa a andar por caminos intransitados, desconocidos y no trazados.
“Lej Lejá” -Véte para tí- resuena una y otra vez en nuestros oídos, de nuestros hijos, de nuestros nietos. No. No es aquello de ‘la historia vuelve a repetirse’. No. ES NUESTRA PROPIA HISTORIA. La de su padre, o tal vez la de su abuelo ; tal vez lo sea la suya propia, tal vez…Miles y miles de biografías contadas que partieron de diferentes puertos o ciudades, pero recalaron aquí, allá o más allá : en las geografías del mundo todo.
“Lej Lejá” es la historia judía plegada en un pañuelo. Pues los caminos de Abraham son los nuestros, los de todas las épocas y todos los siglos. Nunca abandonando a nada ni a nadie. Sólo yendo hacia nosotros mismos. “Para tí”, al decir de lo sabios : ‘para tu bien y para tu placer…’.
Porque cumplir la Voluntad de D’s, es en sí mismo el bien y el placer. Y cuando esa Voluntad hace coincidir nuestro camino con la geografía de la amada Israel, entonces lo bueno y lo placentero se elevan a su máxima potencia.
Allí está Abraham precisamente. ‘BaCOAJ uba-FOAL’, es decir, ‘en POTENCIA (ideal) y en los HECHOS (lo real)’. Tiene 75 años a la edad de partir. Para el lector sorprendido todo un imposible. Para el hombre simple, cuya fe acompaña a su razón, que lee e intenta aprender, rescata lo que se le insinúa, no sólo lo que se le escribe en lo superficial…Los años no cuentan -parece decir el texto-, lo que cuenta es uno y sus aspiraciones.
Abram tiene mucho recorrido ya. Pero falta más aún. Conviven en él los hechos -‘FOAL’- que no son pocos. Pero no es menos su -‘COAJ’-, su potencialidad que aparece aún intacta según nuestra Torá.
¿En qué medida, este hombre, gran hombre a decir verdad, estará indicando nuestro propio deseo y sueño de ser ? ¿ Hasta qué punto
debemos reflejarnos, sin sobredimensionamientos nosotros todos, y ver cuánto en medio de nosotros
permanece aún latente, sin realizar ? ? ¿Cómo este ‘Lej Lejá’ reverbera -hace ecos- en nuestros tímpanos aturdidos por tantos llamados, convocatorias, desafíos, en fin, tantas frustraciones tal vez, que jamás llegaron a ser ‘FOAL’ , permaneciendo sólo en el deseo de ser, en el ‘COAJ’ ? ?
Ah ! ¡Cuántas preguntas me genera Abram, así de simple como su primer nombre ? ¿ Qué será de mí cuando deba llamarlo Abraham , entonces ? ?
No son los nombres los que acomplejan, son los logros y por sobre todo, el cómo se los alcanza, ¿no le parece ? ?
Abram no es ejemplar. Para nada. Es hombre y duda. Es humano y piensa. Es sensible y pregunta. Es mortal y teme. Eso me hace admirarlo más. Pues con “todo eso”, me demuestra que las distancias entre “reales e ideales” son transitables, son posibles, y me debo animar. Vale la pena intentarlo…
El Todopoderoso se lo pide. “Lej Lejá”. “…Te haré un pueblo grande, Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”, continúa nuestro relato.
Abarbanel, sabio judeo-español (¿quien cómo él supo de partidas ? ? Fue quien encabezó la fila de judíos expulsados de España ! !), explica que ‘estas promesas fueron formuladas a Abram para disipar las dudas generadas por su partida’.
El Todopoderoso, Quien conoce los pensamientos íntimos de cada ser humano -‘iodéa majashabot’- le responde aún a lo no dicho…¡Qué ideal es el mundo bíblico ! Que yo pueda hallar respuestas a preguntas nunca dichas , pero que están en mí, dentro de mí y permanecen inexpresadas ! !
Sin embargo, y como dice la Hagadá de Pésaj, existe aquel hijo que “No sabe preguntar”. ¿Qué actitud tomar frente a aquel -NO QUE NO TIENE PREGUNTAS- ¿existe algún ser humano que no las tenga ? ?, sino más bien, NO SABE HACERLAS ! ¡NO SABE PREGUNTAR ! -dice la Hagadá.
La respuesta no se debe hacer esperar : ¡AT PETAJ LO ! “Tienes la obligación -parece decir el texto- de abrirle el camino a las preguntas”.
Prestemos atención por favor. No hay que decirle la pregunta, sino enseñarle a preguntar, que no es lo mismo ! ! ¡Qué fascinante el mundo bíblico !
Y Me pregunto : ¿es Real o Ideal ? ? Esta vez decídalo Ud., querido lector.
Yo vuelvo a Abram. El Todopoderoso le abrió “la puerta”. Allí aparece Abram, hombre, en su íntegra dimensión. Y habla. Cuestiona. Pone condiciones. Sí ! ¡Como lo lee !
C-o-n-d-i-c-i-o-n-e-s.
Nuestros Sabios no se hicieron esperar. No vieron en el Patriarca un hombre interesado sólo en los Favores Divinos. Vieron en él alguien más grande. Más sublime. Más elevado. Y crean en el emocionante Midrash, un diálogo hipotético aunque muy sugestivo.
De acuerdo a ellos, Abram habló con D’s y puso una condición antes de partir : Que su esfuerzo, su derrotero, sus ideales y su lucha, SE VEAN CONTINUADOS…Abram pide a D’s Continuidad para la obra que habría de emprender. Ni más ni menos…
El Santo Bendito El le respondió : “-Me has hecho un pedido demasiado grande. Es difícil determinar lo que será la descendencia del hombre. Hay elecciones, hay libertades, hay tropiezos. La garantía está en tí Abram, pero…¿y tus hijos ? ¿Quién lo garantizará ?”.
Preguntas. ‘At petaj lo’ como vimos. Sin embargo, D’s hará una excepción con Abram. Tal vez por su pedido un tanto inusual. Tal vez, por lo atrevido. O tal vez, porque es menester para el hombre de bien -ISH HA-JESED- el ver plasmada su propia bondad en vida.
“Concédele la Bondad -Jésed- a Abraham” recitamos en nuestra plegaria diaria. Y D’s se la concedió. Porque Abraham lo pidió. Lo exigió. Lo puso como condición para conjugar lo “Real” junto con lo “Ideal”.
Porque esos son los caminos que se hacen al andar. Porque el poeta nos permitirá la digresión al decir que, el hacer los caminos, es ponerles nuestro nombre, como señal, como monumento, como compromiso de no anonimatos…
Los caminos de Abraham tienen nombre propio. Será el camino de Itsjak, más tarde el de Iaacob… y así, una interminable lista de nombres y hombres hasta llegar a su abuelo, a su padre, a Ud., a su hijo, a su nieto…Aquellos por los cuales, íntimamente estamos pidiendo NOS CONTINÚEN…
Ahora, tratemos de imaginar que pensó nuestro abuelo al partir, o tal vez nuestros propios padres. “Rabót majasahbot be-leb ish” dice el rey David en sus Tehilím. “Muchos son los pensamientos internos del ser humano”, sin embargo : “…atsát HaShem hí takúm”, empero, continúa, “sólo el consejo de D’s habrá de cumplirse”.
Y D’s, téngalo por seguro, sabe por qué…
Recuerdos del pasado : “…hablar poco y hacer mucho”
Hablamos de Abraham por cierto. Nombre y hombre que nos trae a la reflexión durante estas semanas durante la lectura y el estudio de nuestra Torá. Pero que excede los “límites” de sus propias parashiot, para involucrarse con cada uno de nosotros, los hoy presentes, los del pasado y por supuesto los del futuro.
Abraham es historia viviente, por sus hechos, por sus enseñanzas, por sus compromisos. Porque va más allá de los sucesos relatados y no relatados. Porque en cada “acción suya se inscribe una enseñanza para las generaciones”, al decir de nuestros sabios.
“Ab hamón goím” tal es el significado de su nombre. “Padre – principio, de una multitud de pueblos” la esencia constitutiva de este hombre. Así nace Abraham. Así se hace la humanidad que anida en él.
Junto a él, nos introducimos en el mundo de las mitsvot, o sea, nuestra condición primera de ser fieles a la Voz Divina, e intentar habitar este, Su mundo, preservándolo, preservándonos…
Y estos preceptos me guían hacia un encuentro con D’s, por cierto, los así llamados “Mitsvot ben Adám la Makóm”. Y es bueno que estén. Porque me permiten ConocerLo, conocer Su Voluntad, lo que Quiere de mí para con El. De otra forma, la vida para el hombre de fe sería un acertijo, y la esperanza sólo una cuestión de ficción.
Pero, “mitsvot nitenu letsaref bahen et haberiot ” nos enseñaron. Los preceptos, las normas, estas no siempre aprendidas y aprehendidas mitsvot, nos fueron dadas para con ellas “pulir a los seres humanos”, aunque también “letsaref”, quiere decir : unir, conjugar, vincular…
Y en este caso estaremos frente a aquellas que conforman el “mayor paquete accionario”(perdónenos la libertad de expresión) : “Mitsvot ben adám le-jaberó”, o sea, aquellos principios, normas, que regularán mis relaciones con el otro, mi prójimo-próximo, mi conocido o tal vez mi ‘más ilustre desconocido’…
Hoy queremos compartir esta cara de Abraham, nuestro padre. “Abraham Abinu” como lo conocemos desde siempre. Por ser el comienzo. Por tener con qué serlo : justicia, bondad, verdad.
Y por sobre todo, por saberlo imponer entre sus descendientes. Llamarlo “Abraham nuestro padre” presupone algo más que un simple vínculo biológico o genético. Mucho más. Muchísimo más…Afortunadamente para unos o lamentablemente para otros.
En la vida de Abraham está Sará, su mujer. Inútil será hablar de uno sin comprender que esta moneda -de curso corriente en la historia bíblica- tiene dos facetas. Ambos lados reflejan, al decir del Midrash una coyuntura típica : “…La moneda de Abraham Abinu posee de un lado el rostro de un anciano y una anciana, y en su reverso, el de un joven y una doncella”. Etapas, vivencias, historias, experiencias. Rostros animados por surcos inacabables, curtidos con lágrimas de tristeza y felicidad, todas las miradas, toda la sabiduría, la ingenuidad reunida, la belleza a la vista…
Allí están Abraham y Sará al comienzo de nuestra parashá cotizando en un ‘mercado de pocos valores’, su valor más preciado : el de la vida, sus rostros, sus aspectos, sus logros y sus frustraciones.
Cien años y Noventa años respectivamente no nos llevarán a pensar en límites. La cronología tiene tiempos, pero el ser humano puede dominarlo. Para eso -entre otras cosas- fue también creado. Dominar el tiempo, para compartirlo. Con el otro, junto al otro. Al decir del salmista : “…Aún en la vejez prosperarán, frondosos y lozanos habrán de permanecer”. Así la moneda de ellos. Así su vida. Así sus días, horas y enseñanzas. ¿Cuánto valdrá hoy esta moneda nos preguntamos ?
Pero vayamos a demostrarlo. Abraham y Sará reciben una visita. Para nada inesperada. Nunca las visitas son inesperadas en ese hogar. Primera Mitsvá de nuestra parashá : “HAJNASAT ORJÍM”. La Hospitalidad significa en términos judaicos que el “Oréaj” -quien está de paso-, pueda ‘sentirse como en su propia casa. Por ello se lo “ingresa”, se lo hace entrar a la casa de uno, no se lo recibe en la puerta como a los cobradores.
Parecemos ser un poco prosaicos, pero necesitamos serlo. Al menos por esta vez. Aquí la mitsvá. Y aquí también la demostración de su cabal cumplimiento.
Recordemos que en el concepto rabínico vertido en la Torá Shebeal Pé (Tradición Oral), este precepto se halla enmarcado entre “…aquellos que la persona cumple, disfrutando la vida de este mundo mientras su acción perdura por la eternidad” .
Traer invitados a nuestra mesa, compartir nuestro hogar con el transeúnte, nos hace TRASCENDER. O sea, no solo trascendemos por nuestras creencias y afirmaciones -que dicho sea de paso son esenciales- sino y por sobre todo, por aquello que hacemos…
HACER ES TRASCENDER para la Torá. Nuestra Torá.
Y los Tsadikím, “…osím arbé veomerím meat”. Quiere decir que los hombres justos se caracterizan fundamentalmente por una cosa : “HACEN MUCHO y dicen poco…”.
Remitámonos una vez más al ejemplo, en nuestra parashá. Abraham, recuperándose del Berit Milá, Pacto de la Circuncisión realizado casi a sus cien años (99 para mayor exactitud), en el tercer día, se apresta a avistar desde su tienda, si existe alguien a quien socorrer en el mediodía del desierto… Tres son los -aparentemente- hombres que circulan a esa hora cerca de su lugar.
Abraham corre presuroso a su encuentro, les ruega se acerquen a su morada, para un propósito : “…Tráigase ahora un poco de agua y lavad vuestros pies, y reclináos bajo el árbol ; y yo tomaré un trozo de pan y restauraréis vuestro corazón. Después habréis de seguir…”. Agua, sombra, pan, descanso…¿Algo mejor para el caminante en pleno desierto ?
Sin embargo el texto nos relata que : “…Se apresuró Abraham hacia la tienda -hacia Sará- y dijo : -toma pronto 3 seím (medidas) de harina de flor, amasa y haz tortas. Y hacia el ganado corrió Abraham y tomó un ternero -tierno y escogido- y se lo dio al mozo…Y tomó crema y leche, así como el ternero…y lo presentó ante ellos y él permaneció de pié, cerca de ellos, bajo el árbol…”.
De todo esto, dedujeron nuestros sabios -de bendita memoria- aquello de “…los hombres justos, hacen mucho y hablan poco”.
De las situaciones simples. De los hechos cotidianos. De mi ser con el otro, con mi igual, aunque finalmente sea un ángel de D’s, Su emisario.
Y esta moneda, tal como la anterior, no cotiza tanto en “bolsa”. Ha caído en desuso, y no es bueno para los “descendientes de Abraham” no implementarla. Porque tanto en la ancianidad como en la juventud, las puertas abiertas significan corazones latientes ; las casas que hospedan, representan santuarios en miniatura donde la Presencia de D’s tiene cabida ; porque cuando uno se dice parte de un pueblo, debe formar parte del mismo haciendo, no solo diciéndolo…
No hay festividad, no hay shabat, no hay momento para celebrar que no contenga el mandato de Hajnasat Orjím. Porque cada fiesta empieza cuando doy lugar a alguien más, diferente a mí pero idéntico a mis tradiciones como pueblo, para compartir. Com-Partir, eso es. Partir el pan, algunas veces de la “pobreza”, otras, de la riqueza, pero nunca, jamás, de la indiferencia…
Miremos a Abraham nuestro padre, y a Sará que nos dio a luz, como dice el profeta. Volvamos un poco al pasado. Tornemos un poco el presente. Inclinemos a nuestro favor el futuro como individuos y como pueblo.
Dos manos y una boca lo testimonian. Dos, es el doble de uno en la matemática más simple.
En los caminos de la Etica, significa hacer el doble de cuanto decimos. Por la justicia. Por la bondad. Y por la Paz, es decir, la Verdad…
¿Vivir para siempre o “hasta que la muerte nos separe”?
Sará -nuestra matriarca- es la primera en decir adiós. Sus días son los que concluyen al comienzo de nuestra sección semanal. Bella e ingenua, íntegra y esbelta, sin que ninguno de estos rasgos sean advertidos por la escritura, aunque deducidos por aquello de : “…100 años, y 20 años y siete años ; los años de la vida de Sará”, al decir de nuestros maestros.
“Sheker hajen vehébel haiofi” advertía siglos después el rey Salomón. ‘Falsa es la gracia, vana la belleza’ decía, cuando lo que vale realmente es : “…ishá irat HaShem, hí tithalal” : la mujer temerosa del Eterno, ella es la verdaderamente alabada.
Estamos aquí frente a una de ellas. Y frente a su pérdida física. La Torá no nos brinda motivos para su muerte. Sólo sensaciones y actuaciones.
Abraham la llora. Elabora el duelo. La endecha. Pero necesita algo más : una parcela de tierra -propia-, para darle sepultura. “…Para enterrar allí a mi muerto” dice Abraham.
“Una esposa cuando muere, muere para su marido” aseveran nuestros sabios. Abraham quiere sepultar a SU muerto…De él. Solo de él…
Los Patriarcas, aprendimos, no nos enseñan sólo a cumplir mitsvot = preceptos. Ante todo y por sobre todo, nos inculcan MIDOT, es decir, virtudes, conductas, medidas morales con las cuales dimensionar nuestras vidas, regirlas, vivirlas.
Cada parashá en la vida de ellos, es un nuevo desafío moral. Allí es la justicia la cuestionada. Más allá, serán las promesas incumplidas las traídas sobre el tapete. Aquí, es la búsqueda de un lugar, que supere la geografía de una tierra, para instalarse en la comisura espiritual de un legado que, como el del pueblo judío, ratifica siglo tras siglo, sus condiciones, sus supervivencias, sus arraigos…Sus convicciones.
Hoy nos toca aprender acerca del tiempo de partida. Un salir del mundo físico para permanecer -ligado espiritualmente-, a la vida eterna. Al “siempre”, tan conocido y familiar nuestro.
Kéber Israel, un lugar de sepultura para el iehudí, para el “ivrí” específicamente con Abraham, es la mitsvá con que se inician los
hechos. Aunque, como dijimos, es una midá. Disponer de un lugar así fue y es uno de los aspectos sobresalientes en la conservación de los afectos, los vínculos, las vidas…
Porque en la tradición de Israel, vieja y sabia tradición, la muerte no separa jamás. Por el contrario, disponer de un lugar en común, ha permitido definir la muerte, ese espacio tan temido y tan oscuro, como el “reunirse con sus padres, con sus gentes”, en la acepción bíblica. Así, la soledad no tiene cabida en esta dolorosa situación de abandono para con los vivos. Quien se va, no está solo. Se reunirá con sus gentes, sus antepasados…nos insinúan las palabras y los versículos.
Abraham debe señalar el camino. La tierra aún es promesa. La ha caminado lo suficiente, pero no le pertenece. Será en el momento de partir de Sará, cuando la necesidad espiritual del deudo, busque hallar reparo al enterrar a su ser querido.
“Mearat Ha-Majpelá”, la cueva de Majpelá comenzará a rodar en la arena de los hechos presentes y futuros, eternos diríamos, del pueblo judío. De aquí en más, habrá un lugar con un nombre y con una geografía inequívoca, que se identifique con los vínculos, los amores inclaudicables, los sueños y las batallas morales de los judíos por doquier…
Una cueva dentro de un terreno. Casi imperceptible para su dueño original, Efrón el Hitita, por la cual Abraham oblará 400 siclos de plata, constantes y sonantes…Y este era el precio por ser “conocido”, al decir de Efrón.
Nada se interpone en los designios de Abraham. Ese será el lugar. Esa será la señal de aquí en adelante. Allí estará el “pueblo”. Allí descansarán las “gentes”. En ‘Majpelá’ se habrá de iniciar la mitsvá y la midá : el precepto del entierro bajo las normas de Israel, la virtud y la medida del profundo amor -en vida y después de la misma- para con los seres amados.
En ‘Mearat haMajpelá’ cobrará valor aquello del trascender, del poseer un lugar en común como tantos se tienen en vida… En aquel lugar, se señalará -para siempre-, lo que hoy conocemos como “Keber Abot” -sepultura de los patriarcas-…
Hoy, tantos y tantos siglos después, donde los valores entran a ser cuestionados, valores económicos y espirituales, asistimos con dolor -cuando no con preocupación- a otras elecciones por parte de los familiares de quienes han partido de la vida física.
¿Qué es lo que está pasando, nos preguntamos ? ¿Habremos pasado por alto esta parte de la Torá, o acaso la hemos ignorado definitivamente ? ¿Cómo mostrarlo a Abraham en sus 137 años, bregando -cuando el amor de su vida ya no está-, por perpetuarlo aún después de la vida ? ? ¿Cómo explicarles a todos ellos, los que dan las espaldas, qué cosas figuraron entre las primeras que sus propios abuelos hicieron al arribar a estas costas, sino el tener un cementerio propio, así como el Abraham de nuestra parashá??
¿Tal vez no sepan, tal vez no quieran saber, que cuando los llevan a campos ajenos, los condenan a una soledad mayor aún que la misma muerte ? ?
Abraham prepara el camino. Con la partida de Sará, la vida cobra un nuevo sentido. Su descendencia vive. Así también ella. Nada la separa de los vivientes. Ni siquiera la dura muerte.
Nuestra parashá concluirá por fin, anunciándonos la desaparición física de Abraham. Ciento setenta y cinco años. Partió a los 75 años en busca de su destino. Vivió otros 100. Tanto como la suma de “LEJ LEJA” . Cuatro letras, cien en total en su valor numérico…
No diremos de una vida redonda. La circularidad de la vida es, en el judaísmo, el poder trascender después de ella también. Así los círculos presuponen circuitos que no tienen principio ni fin. Continuidad, prolongación, eternidad, siempre…
Abraham es llevado por Itsjak e Ishmael a la Cueva de Majpelá. Aquella parcela de tierra, primera, única, la de ayer, la de hoy, la de siempre -más allá de las disputas por su posesión entre judíos y palestinos-, que preserva la mitsvá y la midá : Cuidar la vida mientras no es dada, preservarla y perpetuarla cuando no dispongamos ya de ella…
“Reunirse junto a los padres, a los antepasados” nos alienta a pensar, a reflexionar, o intentarlo al menos, que la soledad no podrá con nosotros y nuestros días, mientras tengamos lugares en común, espacios en común, afectos en común, decisiones comunes…
Esto es “Jaié Sará” -las vidas de Sará. En plural. Tanto como las “vidas de Abraham”…Porque cuando se tiene donde ir, aún en la ausencia de vida, se vive por y para siempre. Tal como lo dijo el profeta : “…Y te desposaré por siempre”. La eternidad forma parte de la vida. Y cuando ello ocurre, aquel frío e incierto ‘…hasta que la muerte nos separe’ no tiene cabida. No al menos para quienes ostentamos orgullosos la moneda de Abraham y de Sará. “…Así como sus hijos están vivos, ellos permanecen en vida”.
Jugando al vivir. Vivir continuándonos…
Itsjak, el hijo de Abraham y Sará ocupa nuestra escena semanal. Junto a Ribká, su amada esposa, son protagonistas de una historia, cuyo hilo conductor pasa por la continuidad.
Hemshej – Continuidad- es la palabra. Preciada expresión. Totalizadora. Ejemplificadora. Tal vez, sinónimo excluyente del Ser Judío de todas las épocas, de familias y también de autobiografías.
Parece sencillo ser sujeto del continuar. Porque a-priori existe un “dador” (dadores). Y porque frente a él, está el receptor. Sin distancias, aunque con criterios diferentes. Padres e hijos, al iniciarse en el fascinante juego de la continuidad, están, armando su propio rompecabezas; un puzzle -no sé de cuántas piezas-, pero que definitivamente, habrá de dibujar infinitos rostros, queridos, amados, conocidos o no, que nos reflejen en el espejo de las generaciones.
Tarea que nos invita a unir partes, teniendo en cuenta la base, aunque sin descuidar las simetrías y los encastres…Sobre una gran mesa, como la de nuestro hogar, desparramamos todas las piezas, a lo largo de la vida toda, intentando armarlas, una a una y sentir, por fin, que la dificultad ha sido superada: los rostros que reflejan hechos; los hechos que sintetizan creencias y fe; las verdades que conforman el espectro familiar y las tradiciones están allí, intactas, mostrándonos quienes somos, cómo somos, cuánto podemos ser…
Los primeros en ser ejes del “CONTINUAR” son nuestros personajes de la semana. En lo biológico, la continuidad se llamará: Esav e Iaacob. Mellizos. Los primeros en la Biblia. Tan iguales como tan distintos. Herederos ambos del amor de sus padres. Aunque “…Itsjak amaba a Esav, pues era hombre cazador; mientras Ribká, amaba a Iaacob”, al decirnos del versículo. Unos aman y tiene motivos para ello. Otros, ni siquiera los tienen, cuando se trata de amar a un hijo, deducimos del texto. Pero que en honor a la verdad, las diferencias no las hacen las -aparentes – ‘preferencias’. Si las hay, serán a partir de la conformación espiritual del ser humano en cuestión; del desarrollo de sus condiciones morales, virtudes y cualidades. Elecciones finalmente, que recaerán en la intimidad tanto de Esav como de Iaacob, a la hora de sentirse parte de esa “CONTINUIDAD” que hablamos. Pero, a ellos nos dedicaremos en ocasión próxima, por lo complejo de la relación, y los desencuentros prolongados que ocuparán los días de éstos jóvenes.
Hoy, decíamos, queríamos extraer, las razones de vida de Itsjak, sus principios, su lucha sin igual por los derechos del hombre y por la incesante búsqueda de la Justicia Divina. No en vano, nuestra parashá comienza diciendo: “…Ele toledot Itsjak ben Abraham. Abraham holid et Itsjak….”. El buen lector, verá repeticiones. El que profundiza, sentirá que ya lo sabe. “…Estas son las descendencias de Itsjak hijo de Abraham. Abraham engendró a Itsjak”. Pero el ‘buen entendedor’, otra vez necesitará ‘pocas palabras’: he aquí la definición bíblica de la Continuidad.
No se requieren curriculums vitae ni cartas de presentación a la hora de decir “quienes somos”. Basta con un nombre más otro nombre. Y en medio de ambos, la expresión más fina, la más delicada, tal vez frágil así como eterna, así como feliz: “BEN”…HIJO…
En la Torá el ser hijo supera ampliamente lo biológico, la carga genética así como los los factores hereditarios. Todo ellos “juega” por cierto. Prueba de ello es el comentario de Rashí al versículo mencionado, cuando enseña que: “…El Todopoderoso dio la forma del rostro de Abraham a Itsjak”… Fisonómicamente eran idénticos entendemos.
Pero hay algo más…No alcanza que “en algo nos parezcamos”. No. Itsjak hereda de boca de su padre, de sus manos, de sus ojos, de su corazón, de sus pensamientos, todo, o gran parte tal vez. Así como de su mamá Sará. La pregunta es, una vez anoticiados de la muerte de Abraham y de Sará, ¿en qué aspectos se verán continuados? En lo inmediato, tuvimos respuestas. Cuando Ribká ingresó a la tienda de Sará, al casarse con Itsjak, “toda aquella vivencia -la tienda misma- retornó a su normalidad: hospitalidad, alimento, las velas encendidas de shabat a shabat…”. ¡Y vaya si eso es bueno!
Pero, ¿qué hay en Itsjak? ¿Qué progresó en él de las midót -cualidades- de su padre?
Veámoslo en el siguiente relato, de nuestro Midrash: “…En cercanías de Iom HaDín, que es le día del Juicio y de Iom haKipurím, el Todopoderoso preocupado por la conducta no correcta de los Hijos de Israel, recurre a Abraham, fundador del pueblo y le dice: ‘Tus hijos han pecado; tus hijos no son seguidores de tu monoteísmo y de tu enseñanza que enseñaste y transmitiste’. Entonces el patriarca Abraham le contesta a D’s: ‘Si no se comportan debidamente, ¡que desaparezcan!’. Lo mismo ocurrirá con Iaacob, el tercero de los patriarcas.
Entonces D’s, disconforme con la sugerencia de ambos, recurre a Itsjak. E Itsjak, ¿qué contesta? Empieza a hacer cálculos y le dice al Todopoderoso: ¡Señor del Mundo! Veamos: el ser humano alcanza a vivir 70 años en la vida. A veces, 80. Pero esos 70 años de vida, no transcurren conociendo la esencia de la misma. Por empezar, -dice Itsjak-, que esa vida, HASTA LOS PRIMEROS 20 AÑOS, no tiene que ser tomada en cuenta a efectos de reprimir la mala conducta ( notemos que el Talmud, entiende que D’s es comprensivo con los jóvenes y hasta la edad de 20 años no los hace pasible de castigo alguno). -Por lo tanto, le dice Itsjak a D’s en este diálogo hipotético, de los 70 años que vive una persona, 20 por lo menos están exentos de este juicio. Por tanto, no los podemos someter a juicio, Soberano de Universo..’.
Y continúa Itsjak: ‘ De los 50 años restantes, tendríamos que hacer otro cálculo: 25 años -que son la mitad de estos 50-, transcurren en “noche”, pues los días tienen día y noche. Veinticinco años transcurren en oscuridad, en inactividad, en inercia…(Si queremos tomarlo simbólicamente, seguramente, la mitad de la vida, si queremos tomar una fracción razonable, nos pasan e intentos de buscar el camino…). -Por lo tanto, dice Itsjak, esos 25 años NO SERÍAN PASIBLES DE PENA!
-De los 25 años restantes, prosigue Itsjak, seguramente la mitad de ellos, o menos, el hombre lo dedica su descanso, a sus quehaceres; no está pensando permanentemente en su espiritualidad…Entonces, dividamos los 25 años restantes -dice Itsjak a D’s, y ¡¡juzguemos al ser humano por no haberse comportado bien durante 12 años y medio de su vida!!”…
Hasta allí el relato. Ahora es su turno de pensar. Del reconocer. De sentirse reflejado en las fuentes. En los hombres. En sus pensamientos. En sus enfrentamientos.
Itsjak no es para nada pasivo. Sabe hablar, como su padre. Sabe enfrentar, como su padre. Sabe inquirir, como su padre. Pero por sobre todo, anida en él, una gran Bondad=JESED… Amor ilimitado e irrestricto. Como el de su padre. “Ele toledot Itsjak ben Abraham…” empezaba nuestra parashá.
Saberse continuado es saborear el gusto de la eternidad. Cuando son nuestras cualidades las que perduran. Armémos ya nuestro rompecabezas. La mesa está preparada. Juguemos al apasionante juego de la Continuidad…
“Todos los caminos conducen a…¡Casa!”
“Adám nikrá holej…”. Al ser humano se lo llama “caminante”, al decir de nuestros maestros -de bendita memoria-. Mientras vive, camina.
Su andar, a veces lento, otras veces rápido, lo acerca -o por el contrario-, lo aleja de los objetivos que se propuso. Pero nunca lo deja de definir como humano. “Al andar se hace camino” decía el poeta contemporáneo, y es cierto.
Se produce, por así decirlo, una suerte de simbiosis: ‘hombre – camino’, y a partir de ella las infinitas sendas de la vida, las cuales transitamos y desandamos, pero que en síntesis nos demuestran nuestra condición peculiar en la tierra, en el mundo creado por el Todopoderoso… “Col makóm asher tidroj kaf raglejém…” se les anunciaba a la generación de la conquista de la Tierra de Canáan: ‘Todo lugar, todo espacio que las plantas de vuestros pies hayan de pisar’, “lajém netativ”, ‘a vosotros os será concedido’, concluía la promesa.
Si para el poeta “andar es hacer caminos”, para nuestra Torá, el andar es procurarme un lugar, es hacerlo mío, es -por último-, el trazar infinitas sendas que me llevan hacia algo, una dirección, un propósito… “Caminos para…” .
Nosotros, como pueblo judío, como herederos de una tradición, sabemos de esto. Conocemos la experiencia. Arenas y polvo de la tierra fueron en su momento, lo que el duro asfalto y los fríos adoquines en otros, testigos silenciosos -y hasta impiadosos- de Caminantes SIN CAMINOS. Sin destinos… Sin motivos…
Porque -ya lo dijimos y permítanos enfatizarlo- si el ser humano es llamado “caminante”, lo es con un propósito. Con destinos claros. Con motivaciones contundentes.
Por cierto todo ello no evitará los obstáculos. Los imprevistos están a la vista. Todos los caminos, todos, presentan sus dificultades, sus tramos, sus enredos. Pero hay que transitarlos. Para superarlos. Para superarnos.
“Salió Iaacob de Beer Sheva, y se dirigió a Jarán”. Hay un hombre, hay un joven, con todos los caminos por hacer, y que -por mandato de su padre-, emprende uno de ellos.
Las geografías son bien definidas. Aquí, Beer Sheva; el corazón meridional de una tierra de promisión y ciudad de Abraham y de Itsjak, sus padres.
Allende el Jordán, Jarán, una antigua ciudad, escala de su abuelo Abraham en sus caminos hacia Canáan. Pero desconocida.
Salir de un lugar para arribar a otro. Parece todo tan común, tan normal, tan simple…Una rutina, diríamos. Como la nuestra, la de todos los días. Y todo parece preparado como para que los caminos -ya hechos-, puedan ser andados por el joven Iaacob, y así, “volverlos a hacer”, ahora, con sus propias huellas…
Sin embargo: “Vaifgá bamakom, vaiálen shám, ki bá hashemesh…” dice el versículo que continua a su partida. Si lo intentamos traducir por su sentido literal, deberemos decir que se encuentra con un lugar, donde el sol se pone, de imprevisto, y debe Iaacob dormir allí.
Los viajes largos requieren escalas, parece insinuarnos nuestra Torá. Esta escala, ofrece atractivos muy particulares: la capacidad de soñar, de entrever presente, pasado y futuro, el ser acreedor de La Palabra del D’s de sus padres, el ser merecedor de Una Promesa y de un Compromiso…
Cuando se hacen los caminos, el Todopoderoso no deja al hombre librado al azar. Lo acompaña. Le protege. Le resguarda. D’s, cuida al hombre en todo cuanto él emprenda: “…Ushmartija bejol asher telej” dice nuestra parashá. “Irse a la buena de D’s”, EN EL MEJOR Y MÁS AMPLIO SENTIDO DEL DICHO POPULAR…
“A Sus ángeles Te encomendará, para cuidarte en todos tus caminos”, canta el rey David en sus Tehilím.
Así se presenta el sueño de Iaacob. Con ángeles que suben y bajan. A lo largo de una escalera, tendida entre cielos y tierra. Escuchamos de boca del Gran Rabino -Rishón Le Tsión- Mordejai Eliahu, en su visita a Chalom el pasado lunes, que nosotros, las personas, somos mejores que los ángeles. ¿Por qué se pregunta? “…Porque por cada mitsvá -buena acción- que hacemos, logramos se forme un nuevo ángel en las alturas”.
Por lo tanto, por cada paso que habremos de dar en la vida, deberemos considerar su lado ético, su aspecto moral, se sentido de elevación.
Los primeros ángeles son los que suben por la escalera. Según nuestros sabios eran “los malajím -ángeles- de Erets Israel” que lo dejan a Iaacob. Sus mitsvot, aquellas que cumplió, observó y abrazó en la tierra de sus padres, le han posibilitado semejante acompañamiento… Al decir del Gran Rabino, estos que subían, eran multitudes… Pero los que descendían… eran pocos, muy pocos.
Concluía el Rab Mordejai Eliahu su enseñanza, diciéndonos, que esta parashá empieza con ángeles y concluye hablando de ellos. Así está escrito que cuando Iaacob regresa por fin, a la tierra de sus padres tras difíciles y angustiantes 20 años, antes de cruzar el mismo río que lo vio partir, se topó ya no con el sol en su ocaso, sino con una gran campamento de ángeles servidores del Altísimo. “…Dijo Iaacob cuando los hubo divisado: ¡Un campamento de Elokím es esto! Y llamó el nombre del lugar: Majanáim (dos campamentos)”.
El sueño se tornaba realidad. La escalera dejaba a todos los ángeles en tierra. Iaacob, el hombre, hacía su camino. El camino de sus días, de la vida, transcurría por los hechos. Actos, normas, que hacían multiplicar ya no sólo las vidas reales, sino el imaginario de la Presencia Divina: Sus malajím, Sus ángeles servidores, que corrían presurosos al encuentro de Iaacob, nuestro patriarca…
“Iaacob nikrá BAIT…” aseveran los sabios del Talmud. Iaacob es el HOGAR mismo, la casa, el espacio primero, el palacio último para la esencia constitutiva del judaísmo.
“Bet Iaacob”, la Casa de Iaacob, es mucho más que una expresión. Es el camino. Son los hechos. Es la Torá llevada a su plano de realización tangible, palpable…
Es, al lugar, donde cada shabat, invitamos -al menos por contados minutos- a los malajím, a esos seres celestiales, servidores del Altísimo, aunque creados sólo, a partir de mi buena acción, mi buen pensamiento, mi mejor actitud…
Que nuestras casas estén colmadas de estas visitas, no sólo en Shabat. Que nuestras vidas estén surcadas por caminos en nuestro andar. Que todos nuestros caminos, nos conduzcan por fin, a aquellos lugares que nos proponemos. Y con “retorno” asegurado.
Nada mejor que eso.
Los Hermanos… ¿Sean unidos?
Iaacob, después de más de 20 años en Aram Naharáim, retorna a su tierra, a su hogar, a sus afectos familiares y espirituales. Pero ya no es el mismo. Algo ha cambiado en aquel joven que emprendía un misterioso camino, sólo y desprotegido del amor de sus padres, aunque al amparo de HaKadosh Baruj Hú, quien en un hermoso sueño, le prometió que estaría con él y le haría retornar a esta, su tierra, su heredad. La tierra de sus padres y en donde habrían de crecer y de arraigarse sus hijos…
Iaacob es ahora una familia. Mujeres, niños, posesiones materiales, una gran servidumbre. Debe ahora cruzar el Jordán. Aquel río que lo vio pasar dos décadas atrás “tan sólo con su bastón”, al decir del mismo Iaacob, “ve atá haiti lishné majanot”, empero ahora me he convertido en dos campamentos. Una multitud de seres. Una multitud de promesas. Una multitud de compromisos con la vida…
Pero no todo es ideal. La realidad vuelve a escena. Los 20 años transcurridos, parecen no haber disipado la situación de su partida. Tiene miedo como antes. Teme a Esav, su hermano mellizo, con quien las relaciones fraternales no fueron tan buenas, relaciones abruptamente interrumpidas, al llevarse Iaacob la bendición de Itsjak y con ella el odio de Esav, quien promete -entonces- vengarse de su hermano.
“Vaishlaj” nos relata el retorno de Iaacob a Canaán. Pero antes de cruzar los límites geográficos, tendrá que definir los contornos espirituales de su acción. Sabe Iaacob que del otro lado está Esav. Y necesita comprobarlo. Necesita saber qué le espera en su propia tierra, más allá del abrazo, los besos y las emocionadas lágrimas de sus ancianos padres. ¿Estará Esav, se preguntará Iaacob? ¿Cómo estará? ¿Habrá crecido en estos 20 años su rencor…? Muchas preguntas y ninguna respuesta.
Por eso “Vaishlaj” que significa “ENVIO”. “Envió Iaacob mensajeros delante de él a Esav, su hermano, a la tierra de Seir, al campo de Edom”.
El mensaje a transmitir es simple: “así ha dicho tu servidor Iaacob: Con Labán he morado y tardé hasta ahora. He adquirido bueyes y asnos, ovejas, siervos y siervas y he mandado a mi señor para hallar gracia en tus ojos…”
La respuesta de Esav no se hace esperar: “Retornaron los mensajeros a Iaacob, diciendo: hemos venido a tu hermano -a Esav- y también él marcha a tu encuentro y 400 hombres con él…”
Aquí es donde arribamos -al principio mismo de nuestra parashá- al momento de mayor dramatismo que nos propone la Torá en este episodio. Y para el lector circunstancial, así como para el oyente ocasional, surgirán -seguramente- preguntas:
¿Pero, en un texto sagrado, de donde emanan leyes y principios morales, normas de conducta y veneración al Creador, qué significan estos relatos tan humanos, tan simples, que hablan de rencores, de odios entre seres humanos, y los aprestos para un encuentro -tan común y tan corriente- entre dos hermanos??
¿Cómo es posible que este texto ocupe tanto lugar en detallar los instantes previos a lo que parece una guerra más que un reencuentro?
¿Acaso de esto aprenderemos a vivir y a comportarnos en consonancia con los hechos aquí relatados??
¿Cuál es, por último, el sentido de tantos conflictos y tantas complejidades que nos provee el relato? ¿Acaso tienen ellos algún efecto positivo? ¿Valen la pena??
Y habremos de responder ante todo: Los conflictos pertenecen a la naturaleza de nuestra realidad. Es un hecho real y concreto que éste nuestro mundo, está repleto de situaciones conflictivas y complejas. Sin embargo, tal como lo afirma el Rey Shelomó: “El Todopoderoso hizo a los hombres rectos, más ellos se hicieron de muchos pensamientos y obstáculos…” (Kohelet 7:29). Es cierto aquello que en la raíz superior las cosas son rectas, empero en la realidad se revelan en forma distorsionada, conflictiva y problemática.
Hay 3 formas de responder a éstas situaciones en los seres humanos, a saber:
(A) Aquella que dice: No hay mal, todo es bueno. El mal solo es imaginario y pertenece al mundo de la mentira. Es el método del borracho “shecol haolám domé lo kemishor” (Iomá 75 a). No hay conflictos. No hay obstáculos. Todo es liso y llano.
(B) Está la que reconoce que hay problemas y conflictos en el universo, pero su reacción de sometimiento a ellos dice: ¿Qué se puede hacer? ¡Esto es así!. El ser humano es llevado por la problemática que envuelve a su vida a situaciones de impotencia, pasividad y desesperanza. Los conflictos pasan a dominarlo.
(C) La tercera y última postura es la del ENFRENTAMIENTO. Partimos de la base que hay, hubo y habrán conflictos, sin embargo nos oponemos, los enfrentamos y hasta los vencemos, superando las instancias de impotencia e inacción. Existe el mal, y lo confrontamos, y lentamente vamos liberando y enmendando a nuestra realidad de ese mal.
CON IAACOB ABINU, ARRIBAMOS A ESTA INSTANCIA EN LA VIDA DE LOS PATRIARCAS DE ISRAEL, y de los seres humanos en particular. No existe otra forma para Iaacob que enfrentarse. Dar la cara a los problemas. No salir siempre victorioso, aunque la verdadera victoria está allí, donde puedo enfrentar mis contradicciones, mis dudas…Mi esencia humana.
Por eso, cuando aparece el ser humano, el débil hombre, surgen sus dudas, sus especulaciones, su interrogante eterno acerca de aquello que hará el otro, que, aunque mi propio hermano, lo tengo bajo un signo de pregunta…
Por ello -sugieren nuestros maestros-, es que Iaacob toma medidas prácticas para su seguridad, no queriendo confiar en su bondad o corrección, según Najmánides.
Al enterarse que su hermano marcha hacia él con 400 hombres, la reacción que insinúa la Torá es por demás elocuente: “…Temió Iaacob mucho y se angustió” – “Vaikrá Iaacob meod, vietser lo” …¿Y cómo se pregunta Ud., no confiaba en D´s?
Rashí, el comentarista por excelencia del texto bíblico explica: “Temió ser muerto en una confrontación y se angustió ante la posibilidad de tener que matar en defensa propia…” ¡Vaya circunstancia, verdad!!??
Lo que Don Itsjak Abarbanel, el célebre intérprete judeo-español rubrica diciendo: “El temor de Iaacob ante Esav no deriva de la debilidad de su fe, o de la falta de confianza en su destino -en nombre de D´s-, sino que, como es, como es normal en el valiente real, al entrar en guerra, teme a la muerte y presiente el peligro, pero elige, cuando es necesario una muerte digna. Empero aquel que va a la guerra seguro de que no va a morir no es ni generoso ni valiente, ya que el no ha elegido entre la vida y la muerte. El hombre valiente se entristece ante la posibilidad de morir, pero la elige si es necesario…”
¿Cómo se prepara Iaacob para enfrentar un conflicto?
“Hejín et atsmó le DORON, liTFILA, uleMILJAMA”. El Midrash citado por Rashí, nos enseña que Iaacob se preparó en tres aspectos: OFRECE UN PRESENTE (REGALO) para aplacar a Esav, OFRECE UNA ORACIÓN A D´S, Y SE PREPARA PARA LA BATALLA…
Dorón = Saber dar, ceder, poder agraciarse.
Tefilá = No poner todo del otro lado. Saber qué puedo hacer con lo que tengo – “Doron”- pero por sobre todo saber qué puedo hacer con lo que soy!! Vaaní tefilatí. leja HaShem et ratsón. En el medio, el equilibrio justo entre aquello que me muestra como conciliador, y entre mi otra parte que me define como irreconciliable (Miljamá).
Miljamá = el último paso según el Midrash. Cuando no caben ya más posibilidades. Cuando se agotan las instancias. El hombre justo debe saber que el conflicto no resuelto se transforma en una guerra. Guerra en la cual, se podría salir victorioso pero no íntegro… Siempre se pierde algo en cada batalla.
Pero por eso mismo es valiente. Es un Guibor, de acuerdo a las fuentes de la Mishná. “¿Eizehú guibor? Ze hahofej et son-ó leohabó”. El valiente es aquel que logra transformar a su enemigo en su amigo. Y por el momento, Esav e Iaacob trocarán la guerra por la paz, y se estrecharán en un pacto. De hermandad y no de No agresión.
Después sobrevendrá la situación de Dináh. La venganza de sus hijos Shimón y Levi con los habitantes de Shejém. La guerra con los habitantes del lugar. “Partieron y hubo terror de Elokim sobre las ciudades que estaban en su derredor y no persiguieron a los hijos de Iaacob….” dice nuestra Parashá. Y así, a lo largo de toda su vida. En la vida real hay conflictos, complicaciones, problemas, tramas y traumas. No podemos ignorarlos. No nos podemos borrar. Debemos luchar contra ellos, enfrentarlos “leheabék” -levantar polvo de la contienda-, reconstruirnos de dentro de ellos. Esta es nuestra Parashá. Es otra de las tantas preguntas de la vida. La vida y sus aspectos. Y cómo enfrentarlos.
“Un sueño no interpretado, es como una carta no leída…” (del Talmud)
No. No se ha confundido. Está leyendo acerca de la Parashá semanal. Sí, sí. De nuestra Torá y de los hechos que en ella ocurren. Y del pensamiento de nuestros sabios ; sabios por experientes, por conocer la vida y sus aspectos ; las personas y sus afectos ; las cosas y su respectivo lugar…
¡Es fantástica nuestra Torá !! Lo digo y vuelve a mis oídos aquello de cada mañana : “…ashrénu ma tob jelkenu, umá naím goralenu umá iafa meod ierushtenu”… ‘¡Felices de nosotros, cuán buena es nuestra parte, cuán agradable es nuestro destino, cuán hermosa es nuestra herencia ! !’.
¿Y es tan así, Ud. -con razón- se pregunta ? Y…Lo invito a verlo. Capítulo a capítulo, renglón tras renglón, palabra por palabra…Un recorrido medular para apreciar esa savia particular que recorre cada relato bíblico, que supera la imagen empobrecida que solemos tener a veces, de lo que allí se cuenta.
Hoy los protagonistas son varios. Algunos buenos, otros muy buenos, y los habrá también regulares y decididamente malvados. Estará en el lector o en el estudioso, el poder descubrirlos, a través del estudio, de las actitudes, de las palabras dichas, de los silencios cómplices. Pero sin lugar a dudas, hay que tomar parte, integrarse, llevarlo a cuestas y sentirlo como un relato propio, de cada día, de cada vida…
“…Bejol iom ihiú be’eneja ke-jadashím” se nos sugiere. Cada día, las palabras de la Torá, deben aparecer como nuevas ante nuestros ojos. Si bien hay rutinas, si bien la “historia vuelve a repetirse”, hay algo que debe renovarse : “MIS OJOS”, es decir, mi punto de vista, como yo lo veo. “Cada generación y sus intérpretes” aseveraban nuestros maestros. Ese es el llamado de cada hora, y esta es la alternativa de nuestro estudio. Respetuoso y edificante estudio.
Son los sueños los que ocupan un plano central en nuestra porción de lectura semanal. Sueña Iosef, el hijo de Iaacob. Sueñan los servidores del Faraón, monarca egipcio. Una semana más, y será el mismísimo Faraón, quien se entregue a la actividad onírica. Y todos los sueños, al decir de los sabios del Talmud, “…contienen una sesenta ava parte de una profecía”.
No está prohibido soñar en la Biblia. Y los sueños acompañan el día del hombre y sus noches. Y “…col hajalomot holejím ajar ha-pé” ; “…todos los sueños, van en pos de la boca, es decir, de su relato” (o sea, de quien lo cuenta y cómo lo hace ; de quien lo escucha y cómo lo interpreta).
Y en medio de los sueños, afloran realidades. Unas viables, otras desgraciadas. Y el hombre, se debate entre ambas. Entre darle cabida a sus sueños o renunciar sin esperanzas más, a cada uno de ellos. Los sueños son, en cierto modo, la garantía de proseguir en la vida, o tal vez de no vivirla…
Iosef, nuestro personaje, es un joven que sueña. Es centro, como todo joven. Es diferente, como todo hijo. De nada se priva. Vive sus años como se debe, pero preserva una actitud que lo eleva por sobre el resto de sus hermanos : es “ben zekuním” de Iaacob. Quiere decir, que para algunos comentaristas, Iosef, es el hijo de la ancianidad del patriarca Iaacob. Para otros, tal denominación le cabría más a Biniamín -último hijo en nacer y hermano de Iosef-. Para ellos, tal expresión, hace alusión al GRAN PARECIDO FISONÓMICO ENTRE AMBOS, en primer lugar, y en segundo término, a “ser el hijo de la sabiduría, quien más se asemejaba al padre, en actitud y en intención”.
Iaacob lo ama profundamente. Su patrón identificatorio pasa por Iosef. Y el joven Iosef, será el encargado de servir a su padre durante la vejez, exaltando aquello que generaciones más, nos regalaría la moral de la Torá, a los pies del Sinai, con el “…Honra a tu padre y a tu madre”.
Y como su padre, Iosef sueña. No con escaleras ni ángeles. Pero sí con los límites de Cielos y Tierra. Quiere compartir sus sueños con sus hermanos. Lo necesita. Pero no siempre los hermanos -por más cerca que se encuentren- están dispuestos a escucharse…
Pareciera que es más fácil jugar al juego del “sobreentendido”, que al del hablar con claridad, con sinceridad, con amistad, con paz…
“…Empero no podían hablar con él en términos pacíficos” refiere -casi con dolor- nuestra Torá, para agregar más tarde, los sentimientos que se habrían de instalar entre los hermanos: Envidia, Odio, Silencios…¿Y todo por qué? “…Al jalomotav veal devarav”: Por lo que soñaba y por lo que decía acerca de sus sueños.
Según el Malbím -exégeta bíblico por excelencia-, Iosef primero intentó un relato de sus sueños – “…Vaiagued” -(del vocablo Hagadá), pero en la segunda oportunidad, solamente se “los contó” – “Vaisaper” – (de Sipur=cuento).
¿En que difieren los términos? En el primer caso, se relata aquello que forma parte de uno mismo, es la historia de uno, en la cual necesariamente se cree, se afirma… Relacionémoslo con la HAGADA de PÉSAJ. No es un mero “cuento”. Somos nosotros y nuestra propia historia, recalca el comentarista.
La segunda oportunidad, Iosef ya conoce “los bueyes con que ara”. Sabe de lo difícil de su relación filial, a tal punto que su sueño tiene componentes tan irrealizables como el “sol, la luna y 11 estrellas reverenciándolo” sostiene el Malbím. Ahora su intención era, que sus hermanos no se ofendieran. Devolverlos al camino de la fraternidad, de la armonía, de un hogar -como Bet Iaacob- cuna de las Tribus de Israel, Tribus de D’s…
Sin embargo, habremos de convenir junto a los sabios del Talmud, con aquello que sostenían al decir: “…En marín lo laadám, ela me-hirhuré libó”. Nuestros maestros, que ya entenderán porque eran tan sabios, afirman que “una persona sueña, y ‘vé en sus sueños’, con aquellas cosas que piensa, u ocupan su sentir y su reflexión”… Iosef sueña NO CON EL PODER. Sueña por su rol, por su futuro, por lo habrá de ser, como hijo de Iaacob, como hermano, como Hombre, como esposo, como padre…No está prohibido soñar en la Torá. En absoluto. Lo contrario, es lo indebido…
Iosef, como Ud., como yo, tiene proyectos, anhelos, y los comparte. Nunca sabemos de fidelidades en cuanto a lo nuestro. Nunca estamos verdaderamente seguros, de cuánta atención y de cuánto afecto están cargados los oídos que nos escuchan…si nos escuchan.
Finalmente hay reparación. Con tiempo. Con paciencia. Los hermanos volverán a hablarse. Los sueños podrán ser comprendidos. Tarde tal vez, pero… “Más vale tarde….” y Ud. concluya…
Tal vez sea tiempo de prestar atención a los sueños de los que tengamos cerca, los que están “más a mano”…Ciertamente no tenemos todo el tiempo. Mucho menos paciencia. Pero ayudemos a quien queremos, a comprender aquello con lo que sueña. Porque seguramente nosotros formamos parte del relato. De lo que se transmite. Porque “TRANSMITIR” es Traducir, interpretar, dar un sentido, valorizar… “Y todo sueño no interpretado, es como una carta que jamás ha sido leída”…
Generalmente, el Shabat Janucá acaece durante la lectura de “Parashat Miketz”, pero siempre los días de ésta festividad tan especial acontecen cuando asistimos a la historia de Iosef.
Y cabe entonces preguntarnos: ¿Existe alguna correlación entre los hechos? Un instante para pensar nos bastará para entender que no es tan sólo casualidad. Pues a pesar que existen en el calendario hebreo situaciones de esta índole, aún dentro de lo fortuito se halla oculta una perspectiva que encierra determinada intención, y por ende un mensaje que muy a menudo nos cuesta descifrar.
Cabe entonces re-preguntarnos: ¿Existe alguna relación o semejanza entre la Festividad de Janucá y el relato de la venta de Iosef y su ulterior ascenso -inusual por cierto- a un cargo político tan elevado en la diáspora egipcia? Y habremos de responder: ¡Ciertamente la hay!
Cuando leíamos los eventos ocurridos a Iosef la semana anterior, dicha perashá (Vaiesheb) no hace más que expresarnos la idea de la Providencia Divina, es decir, una suerte de “presencia constante, protectora” por sobre todos los hechos que suceden a conciencia o no de los seres humanos.
“HASHGAJA ELIONA” -ése “cuidado supremo”, esa suerte de tutela Divina como lo expresaban nuestros sabios. Y si existen hombres que piensan en causar daño y destrucción, D´s habrá seguramente de transformar lo negativo en positivo.
La batalla de “unos pocos” contra los “muchos” -el leit motiv de Janucá- es también el destino de nuestras vidas. Parafraseando el lenguaje rabínico: “Un corderito entre 70 lobos”.
El relato acerca de la venta de Iosef, es el PRIMERO DE UNA EXTENSA LISTA DE ACONTECIMIENTOS, cuyo principal correlato es el expresado por nuestros maestros…La historia de Iosef girará en torno a un “conflicto” entre el más joven de 10 hermanos (de los nacidos en un mismo período y en un mismo lugar, pues el más pequeño era Biniamim) para con sus hermanos mayores -en cronología y en fuerza- y concluirá con la “victoria” del “IAJID” el UNO, es decir , EL INDIVIDUO por sobre los RABIM -LOS NUMEROSOS-.
Y en una época posterior asistiremos a la batalla de un puñado de Jashmonaím en contra de los generales del imperio de aquellos días , batalla que acuñó en nuestra plegaria y alabanza por el día, la frase de: una guerra de “los pocos contra los numerosos”.
Pero no solo de cuestiones numéricas se trata. La importancia del individuo o del grupo -ya sea en el caso de Iosef o los Macabeos- debe verse necesariamente desde otro lugar. El joven Iosef, presa de sus sueños e ideales, accede a tratar con dignatarios del Faraón y el monarca egipcio en persona, sin negar en momento alguno, su origen, su creencia, su verdad… Los Macabeos, cuando surgen en la arena de los hechos, lo hacen invocando el Nombre de D’s y la indeclinable negativa a reverenciar cualquier imagen pagana propuesta por la maquinaria griega, por entonces dominando el espacio de Judea.
Iosef -el justo-, responde sin titubeos a sus interlocutores : “…bil’adái. HaElokim iaane et shelom Paró”. Iosef responde -a modo de ejemplo- a un Faraón atormentado por sus sueños, que “…Fuera de mí está la cosa (en resolver tus sueños). Solo el Todopoderoso -D’s- habrá de responder pro la paz del Faraón”.
Iosef sabe quien es él. Y Quien está con él. Ahora necesita hacérselo saber al tirano gobernador, que hasta allí pensaba que ‘se las sabía todas’. Aquí la confrontación. Aquí la dimensión espiritual por la cual abocamos, y de la cual, tanto los griegos en su tiempo, como Faraón en el suyo, poco lugar e imaginación prestaron.
Aquí vuelven a confluir Iosef y Janucá. Entre ambos -su accionar y sus manifestaciones- emergen notas distintivas para celebrar: No claudicar por un lado, cuando se siente que la verdad está de nuestro lado; No hacer concesiones -de ninguna índole- cuando es nuestra supervivencia espiritual -y no solo física- la que está en juego.
Iosef y la familia Jashmonaíta no temen en decir quienes son y a Quien ellos temen. La dignidad también es un condimento en esos tiempos. Uno en tierras extrañas, los otros en su propia tierra, ante un enemigo en común: la ENAJENACIÓN, durísimo proceso que corroe por dentro, que elimina la savia circulante por el tejido espiritual de la nación hebrea por doquier.
El otro camino, el de la ASIMILACIÓN , va por fuera. Cómo vestían los judíos en la época griega poco importa hoy; cómo era el atuendo de Iosef, sería importante para el Faraón, no para nuestro protagonista. Pero en ambos casos, las primeras señales del entorno pasan por lo que se ve. Y lo primero que se ve, es lo de “afuera”.
Es por ello que Iosef permanece en su “pureza”. En aquellos lugares que transitó su niñez y parte de su adolescencia junto a su bienamado padre Iaacob. No renuncia a nada, a pesar del incipiente éxito. No será él el “famoso”. Cuando se dirijan a él, podrán reconocer en sus palabras, al D’s de su padre, de sus hermanos, de sí mismo. El Todopoderoso hablará “por intermedio de su boca”, y el Faraón comprenderá -tal vez muy a pesar suyo- que no será la de él -como rey supremo de Egipto- la “última palabra”.
Tampoco los griegos la tendrán. Creían que sería fácil. Muchos de entre los judíos de esa época adhirieron rápidamente al sistema. Para algunos alcanzaba con compartir la ideología. Otros, más arriesgados, renunciaron a la Torá y sus principios prácticos, llevando con ellos a sus familias y amigos. Aunque los hubo peores…No satisfechos con subvertir el orden espiritual propio y de los suyos, llevaron la “identidad” con Grecia, a sus cuerpos: cubrir su Berit Milá, por medio de una cirugía estética…
Los Jashmonaím supieron decir basta. Hablaron delante de los generales griegos. Se opusieron. Invocaron en Nombre del Todopoderoso. Y se “exiliaron” en su propia tierra en dirección de las montañas. Allí comenzó la batalla. La del cuerpo, pero por sobre todo la del alma. Y en la batalla se sufrió pérdidas, no cabe duda. No hay cuerpo indemne después de la guerra. Pero el milagro
ocurrió. El aceite en el recinto del Templo que hallaron al ingresar en Jerusalém fue hallado con el sello del Sumo Sacerdote. No alcanzaba, pero era ACEITE PURO. Y eso valía. La Pureza volvía a manifestarse como parte del derrotero del pueblo judío. Pureza en los objetivos, en las metas, en los medios…Pureza que habla del defender los ideales aún a costa de la vida misma… Pureza, como la de Iosef y los Macabeos, que brilló por “su presencia” en la historia. Y nosotros, hoy, la evocamos. Durante Shabat y Janucá. El costo de la supervivencia física pudo “recapitalizarse” en la sobrevida espiritual.Y es por eso tal vez, que aquí estamos…
“No es por la fuerza ni por el poder, sino por Mi Espíritu” fue aseverado por los profetas de Israel. Situaciones como las enumeradas y similares, fueron las que generaron la fortaleza espiritual a aquellos que -firmemente y sin dudar- expresaron en nombre de todo un pueblo, el fervor de una fe, el clamor de una creencia: “Estos confían en carros de guerra y aquellos en caballos; pero nosotros nos acordaremos del Nombre del Señor, nuestro D´s. Ellos están postrados y caìdos, pero nosotros nos hemos levantado y fortalecido” (Libro de Salmos Cap. 20:8-9)
Y esto no es el patrimonio tan solo de la historia antigua… Hoy nuevamente Israel se enfrenta como IAJID , como UNO frente al consenso asesino y despiadado de naciones -RABIM- NUMEROSAS…
Y frente a todo esto el espejo del recuerdo: un hilo conducente, un esquema aparentemente simple para explicar LO INEXPLICABLE: IOSEF y JANUCA. De la oscuridad del vasallaje a la luz de la liberación; IOSEF y JANUCA, una historia que se une para erigirnos como nación y para enseñarnos que: “Aunque una espada filosa se cierna sobre tu cuello, nunca desesperes de la Compasión Divina”…
PARASHAT VAIGASH
Acerca de Padres y de Hijos : La historia sin fin…
Promedia el libro de Bereshit. Sus últimos capítulos transcurren en el relato de Iaacob y sus hijos, ahora en Mitsráim. No fue una decisión fácil. Acometía el hambre, había niños pequeños. La economía kenaanita se hallaba empobrecida. No más recursos. Sólo desiertos estériles, regados con gotas de esperanza…
Pero el mero hecho de encontrarse allí Iosef, era razón suficiente para un añoso padre, para descender y aplacar su hambre espiritual. Su otra esperanza. La que vieron sus ojos interiores al escuchar los sueños de su amado hijo en parashiot pasadas. “…Ve-abiv shamar et ha-davar” nos decía la Torá. Iaacob, cuando escuchó el segundo de los sueños de Iosef, “guardó la cosa” pronuncia literalmente el texto. “…Dijo para sus adentros : ¿¡Cuándo habrá esto de ser realidad ? !” sostiene el Midrash.
Ahora era ese tiempo. Cuando el Sol, la Luna y las estrellas se avenían ante Iosef. Pero en honor a la verdad, y tal como lo explica el Malbím, era el primero de los sueños – el de contenidos tangibles, palpables, cercanos a la tarea cotidiana- el que se había cumplido : las gavillas, es decir, el alimento básico -ahora faltante ya dos años-, sería la causa por la cual los hermanos se reverenciarían ante él…Cosa que en su momento, ninguno de ellos pudo ni quiso comprender.
Iaacob ya lo sabía Por eso lo “atesoró” en sus adentros, esperando que ése momento arribase. Hay algo de profecía en cada hombre. En el caso de nuestro Patriarca, la profecía vivía en él, con él, junto a sus días y los eventos. Cada padre guarda esperanzas para con sus hijos. No siempre las mismas. Más aún: tan distintas como las fisonomías y pensares de sus descendientes. Pero en el caso particular de Iosef -su hijo de la ancianidad como ya lo explicamos- las razones superaban a las pasiones.
Entre padres e hijos debe haber una relación de amor, de afecto por un lado, y de comprensión, de sabiduría por el otro. Todos comprenderán que no podemos hacer trueque alguno en la vida con nuestros hijos. Hay que saber dar -a tiempo- y esperar, con paciencia
– que no es más que sumar tiempo al tiempo-.
Iaacob sabía de esto. Había llegado el día donde al duelo prematuro que hizo, frente a la desgarrada y ensangrentada túnica de su amado hijo -enviada por los hermanos como prueba de su desaparición física-, lo supliera con lágrimas de estremecimiento y conmoción -algo asó como un “shock” en términos modernos-, al enterarse acerca de Iosef y su privilegiado lugar en la corte del Faraón egipcio.
Iosef tampoco lo ignoraba. A pesar de su juventud, sabía del tiempo y de las esperas. Algo había penetrado en él, tras servir 17 años a su anciano padre. Hereda no sólo fisionomías y caracteres, hereda parte de esa profecía -que se transmite como SUEÑOS- y al mismo tiempo, la capacidad de aguardar -“lishmor et hadavar”- que las cosas se den a su tiempo…Cada encuentro en Egipto con sus hermanos, debería ser anónimo -al menos- hasta nuestra parashá. Iosef sabe muy bien quienes son ellos, y cuántos. Ellos no se dan cuenta… Cada regreso presupone un esfuerzo moral por parte de 10 hermanos en reconsiderar sus vidas y lo actuado. Pero al regreso, ya no está Iosef. Ahora está el padre, Iaacob, que -téngalo por seguro querido lector-, comprende cada señal que desciende de Egipto, de boca o manos del “gobernador de aquella comarca”, el mismísimo Iosef… Su hijo.
La tradición Rabínica, hermosa y sabia, la que nos muestra y demuestra cuánto debemos amar nuestra Torá como modelo de vida y de acciones, no en vano nos anticipaba, que el mismísimo Iaacob, al comprobar las miserias y las muertes que la hambruna provocaba en territorios aledaños, es quien toma la iniciativa delante de sus hijos -todos adultos y padres- ( ! !) ya, y los conmina a descender a Egipto en busca de grano.
Dice la Torá al respecto : “…Vaiar Iaacob ki iesh SHeBeR be Mitsráim”. Esto quiere decir, que el patriarca Iaacob “…Vio que había grano (cosecha para subsistir) en Egipto”. La pregunta obvia es : ¿Qué es lo que vio ? O mejor dicho : ¿Cómo pudo ver a tanta distancia ? No había periódicos, ni noticieros, ni radio, ni Internet, nada.
Habrá notado Ud. en el versículo citado, que aparece algo en “negrita” : la palabra SHeBeR, que significa literalmente : “Grano” (cosecha o alimento). ¿Qué proponen nuestros sabios ? Un ejercicio interpretativo : tomar las consonantes como iniciales de tres palabras diferentes:
Veámoslo: SH = SHAM (allí) ; B = BEN (hijo) ; R = RAJEL (de Rajel, madre de Iosef). Ahora comprenderá Ud. lo que vio. Con los otros ojos. Lo que nadie podía ver ni entender. Allí, en medio del hambre, la profecía le permitió vislumbrar a su hijo. Era el tiempo para que el sol y la luna, las estrellas y todo el cielo, se pudieran abrazar con Iaacob. Era -tal vez- y permítasenos la libertad precaria de nuestra imaginación- volver a presenciar la escalera de sus viejos sueños, ahora transitada de tierra a tierra, por seres humanos -sus propios hijos-, pero “leShem Shamáim”, en “Nombre de los Cielos”, por amor a D’s, para unirse todos en el Todopoderoso…
Y… ¡Qué curioso ! ¿Cómo reaccionan padre e hijo al enterarse -mediante terceros – que ambos están con vida ?
En el caso de Iosef, la Torá habla del “no poder contenerse más”. No podía seguir fingiendo. “…¡Yo soy Iosef ! ¿Vive mi padre aún ?”. Sus hermanos, relata nuestra parashá, no pudieron responderle por haberse turbado ante su presencia.
Ahora es el turno de Iaacob : llegan sus hijos y directamente le dicen : “…Todavía vive Iosef”. Al intentar contarle acerca de él, dice Iaacob : “…¡Suficiente ! Todavía Iosef, mi hijo, está vivo, partiré y lo veré antes que yo muera”.
Vive uno y vive el otro. Con intensidades distintas. Pero con el mismo amor de siempre. Para Iosef, pareciera no importale si sus hermanos le creen. Su duda es reverente. Su duda se llama Iaacob, su padre, a quien le había regalado una última palabra antes de marchar en busca de sus hermanos : “HINENI” , AQUÍ ESTOY YO, presente, viviente, dispuesto…
Para Iaacob, poco importa quién es su hijo en estos momentos. El sabía muy bien quien era, quien fue, desde siempre. Le alcanza con saber que vive: COMO IOSEF, Y COMO HIJO…
Igual que a Iosef, Iaacob vive aún, COMO IAACOB y también como PADRE.
El encuentro es en Goshen, la tierra apartada para el pueblo hebreo, los hermanos de Iosef. Llanto y consuelo. Para Iaacob, era tiempo ya para partir de la vida física. “…Habré de morir esta vez, ya que ver tu rostro no esperaba”. Para Iosef, recién era el comienzo. Un padre ve el final, un hijo solo contempla el principio…¿Desencuentro o Profecías ?
Sin embargo quedan por vivir otros 17 años en común. Tantos, como aquellos primeros en la vida de Iosef junto a su padre hasta su cruel separación. Otros 17 años. Para reparar. Para recuperar la memoria. Tantos como para darse cuenta del amor, del afecto por un lado ; y de la sabiduría, del comprender por otro. De padre a hijo. De hijos para padres…
“… Hasta que no fue redimido Israel del Egipto, estaban los hijos de Israel solos y la “Shejiná” sola; y cuando fueron redimidos se transformaron en una unidad. Cuando salieron nuevamente a la Diáspora (Galut/Golá), la “Shejiná” quedó sola y los Hijos de Israel quedaron solos”. (Introducción a Ejá Rabá, 29)
“…EL GALUT -la Diáspora-, se asemeja a la noche oscura. La GUEULA -la redención-, ha sido equiparada con el amanecer…” (Pesikta Zurarte Vaishlaj, 32:25; Zohar III, 238).
“… Dijo el Rabí Iehudá hijo del Rabi Jía: Con el exilio (Galut) se expían la mitad de los pecados…Dijo el Rabí Iehudá: Con el exilio se expían tres cosas, porque dice lo escrito: “Así ha dicho el Señor, etc: El que quedare en esta ciudad morirá por la espada, por, el hambre o por la peste…”. Dijo el Rabí Iojanán: Con el exilio se espía todo…” (Talmud Bablí, Tratado de Sanhedrín 37b).
Arribamos el presente Shabat a la finalización del Libro del Génesis -Bereshit-. La presente parashá, que se denomina por su primera palabra -“VAIJI”-, que quiere decir “Y VIVIO” (Iaacov), nos hace referencia a los últimos años de la vida del patriarca Iaacov, en la tierra de Egipto, junto a sus hijos, nietos y bisnietos, y por sobre todo al amparo de su amado Iosef.
Iaacov Avínu había llegado a Mitsráim después que la Palabra de D’s, traducida en promesa y futuro, había sido percibida por él, en su estancia temporal en Beer Sheva, ciudad-símbolo de su padre Itsjak y de su abuelo Abraham. Allí, pudo el anciano patriarca, escuchar a su D’s que le decía: …”Yo soy el D’s de tu padre: no temas descender a Egipto, porque allí haré de ti una nación grande. Yo descenderé contigo a Egipto y Yo sin falta te haré subir también…” (Génesis Cap. 46: 3-4).Había entonces, un camino trazado. Aquel sendero inicialado por Abraham, sustentado por Itsjak, comenzaba a tomar forma con Iaacov…
Abraham conoció Egipto y sus vicisitudes. Fue expulsado de esa tierra. La conoció también en época de hambruna. Salió de allí con grandes pertenencias Itsjak, ante idénticas circunstancias, obedece la orden de D’s de NO DESCENDER A EGIPTO, y de habitar “ha-árets ha-zót” -“esta tierra”- (Canáan).Y así lo hace. Itsjak jamás abandonaría la actual Israel. Iaacov, su hijo, viene a cumplir la promesa hecha por D’s a Abraham, visión que nos conmovió en la lectura del Libro de Bereshit, cuando en su capítulo 15 accedíamos a conocer el Pacto concertado entre D’s con Abraham, llamado “Brit ben ha-Betarím”: “…Sabe con toda seguridad que tu simiente será extranjera en tierra ajena, donde la reducirán a servidumbre, y la oprimirán 400 años. Mas también a la nación a quien hubieren servido Yo la juzgaré: y después de esto saldrán ellos con grandes riquezas…” (Génesis Cap. 15: 13- 14).
Allí estamos en esta parashá. En el comienzo de esta visión. La llegada a Egipto. El futuro incierto. Años de diáspora y esclavitud en el por-venir. Una historia que comienza con la palabra “VAIJI IAACOV” – “Y vivió Iaacov en la tierra de Egipto…”
Rashí, en su comentario a este primer versículo, cita un Midrash que se pregunta: ¿Cuál es el motivo para que esta parashá -esta sección de nuestra Torá- sea SETUMA, o sea, CERRADA?? (Quiere decir: en el orden técnico podemos notar que en el Sefer Torá NO APARECE EL ESPACIO QUE DEBE SEPARAR UNA PARASHA DE OTRA, y que corresponde -por lo menos-, al espacio que ocupan 9 letras. En el caso de nuestra parashá -“Vaijí”-, sólo el espacio de UNA LETRA separa la sección anterior de la actual. A eso se lo denomina “Parashá SETUMA”, es decir, que aparecería como una parashá “cerrada”, pues de lo contrario, la nueva parashá debería comenzar con el espacio mencionado, o en su defecto, en el renglón inmediato posterior).
De acuerdo entonces al Midrash citado por Rashí,”…a partir del momento del deceso de Iaacov, se ocluyeron los ojos y los corazones de Israel, a causa del SUFRIMIENTO y del DOLOR OCASIONADOS POR LA SERVIDUMBRE EN EGIPTO”. Esta es -según el Midrash- la respuesta al por qué se encuentra CERRADO TODO ES ESPACIO ENTRE AMBAS PARASHIOT…¡Qué interesante visión! Parece insinuarnos, aún el texto escrito, que en las mismas letras existe angustia, opresión, sensación de encierro, un camino SIN SALIDA…
Sin embargo, más adelante, en el Libro segundo de nuestra Torá – SEFER SHEMOT- (Cap. 6:16), el mismo Rashí explica las cosas de este modo: que la esclavitud en Egipto COMENZÓ EN FORMA CONCRETA sólo después de la muerte de Leví, último en morir de los hijos de Iaacov, pues “…todo tiempo que sobrevivió una de las tribus, llegadas a Egipto con Iaacov, la servidumbre no tuvo lugar”.
Por tanto, si consideramos ambos Midrashím, notaremos que existe una aparente contradicción en cuanto al TIEMPO DE INICIO DE LA ESCLAVITUD EN EGIPTO. Para la primera versión, la misma tuvo lugar en el mismísimo instante que Iaacov avínu descendió a Egipto (“Parashá Setumá”), mientras que la segunda opinión remite este cruel momento, a la generación siguiente. Y nos preguntamos: ¿Cuáles son los motivos para el discenso?
Recurramos una vez más a la sabiduría de nuestros maestros. El autor del “SEFAT EMET” nos insinúa lo siguiente: sostiene el exégeta que …”existen dos tipos de `Esclavitud-Diáspora’, y ambas de aspecto negativo y que son: GALUT ha-GUF -o sea- el EXILIO FÍSICO, y el GALUT ha-NEFESH, que vendría a ser el DESTIERRO DEL ALMA o ESPIRITUAL”.
Y agrega el autor que …”el EXILIO FÍSICO representa el carácter errante del pueblo judío, los conflictos que lo rodean y las persecuciones. Así también la expropiación de sus bienes materiales y por último su propia enajenación.
El DESTIERRO del ALMA, indicaría por otro lado: las culturas extrañas, la educación secular, modos y normas de vida ajenos a lo judaico, la asimilación espiritual y cultural.
De aquí podemos deducir -sugiere nuestro sabio- que: la ESCLAVITUD FÍSICA (la que denomina “Galut ha-Guf”) no comenzó sino después que…”Y murió Iosef y todos sus hermanos y toda aquella generación”; allí fue cuando entonces:…”Se erigió en Egipto un nuevo monarca… que no conoció a Iosef”.
Nuestros sabios -de venerada memoria- decían claramente, que en el futuro por-venir, sucederán en el seno del pueblo, DOS TIPOS DE GUEULOT, es decir, 2 tipos de redención. O sea, que serán necesarios 2 Meshijím: uno, para “sacar” al pueblo judío de la diáspora (golá), y el otro para la diáspora (golá) de dentro de los judíos. La misión del último será mucho más ardua y dificultosa que del primero…
Finalizamos Bereshit. Comienza Shemot. Se cierra un ciclo. Se reabre otro. Mientras tanto el “Galut”, el destierro, la pérdida de nuestro espacio, de nuestro lugar, vuelve a acentuarse. Eso siempre tiene solución. Quiera D’s que no caigamos en las redes del otro “destierro”: El exilio del alma, en las manos de la incomprensión, de la intolerancia, de la necedad, de la soberbia. De esas garras la salida es más dolorosa. Ese exilio, es siempre una “parashá setumá”, un espacio que no permite el mínimo lugar para ver las cosas en amplitud…
Shemot | Vaerá | Bo | Beshalaj |
Itró | Mishpatim | Trumá | Tetzavé |
Ki-Tisa | Vayakel | Pekudei |
SHMOT – ÉXODO
Sobrevivir a Egipto: Cuestión de Nombres…
“Ve-ele shemot Bené Israel ha-baím mitsraima…”. ‘Y estos son los nombres de los hijos de Israel, los vinientes a Egipto…’ son las palabras indicativas que hemos arribado a un nuevo libro de nuestra Torá.
Una nueva estación en el ciclo anual de la lectura y estudio de lo definido por cada iehudí en su plegaria como: “…pues ellas son nuestra vida y la extensión de nuestros días, y en ellas meditaremos nuestros días y noches”.
Nuestra perashá –la cual da el nombre a todo este jumash, es Shemot, nombres…Algo muy sugestivo como profundo a la vez. No sólo será el ‘Exodo’ que testimonia la traducción latina de nuestro Segundo Libro lo único que ocurra en ella.
Antes del ‘Exodo’, hay ‘Nombres’, ‘shemot’ de quienes amparados y unidos a Iaacov, vienen hacia Egipto, reviviendo tanto como el tiempo conjugado, un presente, sino y por sobre todo, llegan a vivir distantes de su propia y prometida geografía, hasta cumplirse los tiempos establecidos por el Todopoderoso, tiempos relatados a Abraham Avinu y que empiezan a consumarse en este libro.
Najmánides define al Jumash Shemot como el ‘Sefer ha Golá veha-Gueulá’, el libro que por excelencia nos habla de la ‘Diáspora’ así como de la ‘Redención’, la liberación física y espiritual de toda la nación hebrea. Y si bien es poco lo que refiere en cuanto al sentido del ‘Galut’ (exilio, diáspora), no hay lugar a dudas que estudiando y analizando los pasos de la ‘Gueulá’, apreciamos lo que la triste y dolorosa ‘Golá’ pudo con nosotros, allí en ‘Mitsráim=Metsarím’, el Egipto de las estrecheces…
Por eso lo de ‘Y estos son los nombres…’. Para que podamos apreciar que nuestros padres venidos a Egipto, llevaron consigo un tesoro singular.
‘Ve-Ele’ insinúan nuestros maestros, ‘mosif al-ha-rishoním’: ‘agrega – se suma o incorpora -, a los primeros’…No sólo cuerpos son los que llegan a saciar su hambre. Hay presencias, hay pertenencias; existe una tradición viviente transmitida y a transmitir. Y estos nombres, ya conocidos por nosotros en los últimos capítulos del libro de Bereshit y en detalle, acuden a nosotros una vez más al principio de nuestro libro para ‘sumarse a los primeros’ y ser ellos mismos los sostenedores, transmisores y ejecutores de una fidelidad –Neemanut- que afirma una fe –Emuná-, y que se erige sobre los días de un patriarca como Iaacov, sobre quien fue dicho: ‘Titén Emet le-Iaacov’, ‘Concédele la Verdad a Iaacov’…EMET ve-EMUNÁ reza nuestra plegaria nocturna, precisamente la que nos habla de Egipto y nuestra maravillosa liberación…
Sólo preservando la Verdad –una y única- es como puede entretejerse la fina y delicada trama de la Gueulá, aquella del Egipto bíblico, la de nuestro tiempo, del Egipto de la estrechez y las angustias…Por eso la Gueulá resiste el adjetivo de ‘shelemá’, es decir, íntegra, completa, sin resquebrajamiento alguno.
“…Porque no cambiaron sus nombres”, argumentan nuestros sabios, uno de los motivos excluyentes para ser salvados de Egipto. Ser judío y merecer la Gueulá, es poder perpetuar lo recibido, y poder transmitirlo –sin fisura alguna -, a quienes nos suceden. Y por sobre todo, sostener nuestro Nombre, la ‘Corona del buen nombre’, la cual nos libera de cualquier exilio y esclavitud…
Guerut, Avdut ve’Inui: tres ejes para el carruaje de la libertad…
La historia que relata la esclavitud de Am Israel en Egipto, proviene de una visión profética, en la cual nuestro Patriarca Abraham puede percibir y comprender acerca del destino futuro de su simiente aún por nacer y la crudeza que ese tiempo le depara, en cuanto a su situación física y espiritual.
Esta visión, emocionante y conmocionante, nos permite comprobar en el libro de Bereshit, capítulo 15, que La Palabra del Creador, amén de cumplirse, se sostiene por generaciones y llega, a su expresión en los tiempos y en las formas que le son reveladas al hombre.
‘Brit ben HaBetarím’, el Pacto entre las partes o trozos, es la referencia. Nuestra perashá es la consumación de dicha profecía y el comienzo de la resolución de la misma, al cabo de los cuatrocientos años allí enunciados por El Todopoderoso a Abraham, años que exilio y enajenación para su descendencia, en “una tierra que no sería de ellos”, al decir del texto.
Así es como D’s anuncia a nuestro Patriarca que “extranjera será tu simiente en una tierra que no les pertenecerá, y los esclavizarán y los segregarán y torturarán por espacio de 400 años…” . No sólo de esclavitud habla el texto de la profecía sino de algo más. Un eje triple: Extranjería – Esclavitud – Sufrimientos (Guerut, Avdut e ‘Inui respectivamente).
Pero debemos recordar que “también a la nación a la cual ellos servirán” advierte D’s, “habré de juzgar (con severidad)”.
Por lo tanto, las historias cobran un sentido peculiar en el relato bíblico, cuando sabemos de angustias y pesares, aunque no podemos dejar de pensar también que nada quedará impune, y que la justicia llegará a instalarse definitivamente en el lugar que le corresponde, o sea, en el ámbito terrenal y para con los protagonistas mismos de los hechos…
Perashat Vaerá nos comienza a relatar el camino de la liberación de Egipto, instancia que llegará sólo después de haber promediado en esa tierra, sus dirigentes y habitantes, la no pequeña cifra de Diez Plagas, que si somos fieles a nuestro texto, son referidas como usted bien recuerda bajo el nombre de: “Eser Macot”, es decir los ‘diez castigos (ejemplares)’ acaecidos en el correr de un año en Egipto.
‘Elu eser macot she-ebí haKadosh Baruj al ha-mitsrím be-Mitsráim…’ suele leer usted desde la Hagadá junto a su familia en cada milagrosa noche de Jag HaPesaj año tras año.
Y nuestro recuerdo –lejos de ser provocativo- debe servirnos de memoria activa para evocar no sólo lo ocurrido con los egipcios, sino y por sobre todo, cómo cada una de estas diez plagas o castigos, nos recuerda estos tres ejes que hablan no sólo de un sufrir o de un esclavo, sino de todo un aparato montado con astucia y perversidad por un Faraón y su corte –y el aliento de su pueblo-, como para acabar con las esperanzas y expectativas de una familia hebrea, venida casi a nación en pleno exilio.
Y es por ello que cantamos en esa mágica noche que evoca nuestra libertad: “Ilu asá bahem shefatím…”, ‘si tan sólo hubiera hecho sobre ellos juicios punitivos’, también sería suficiente concluye la canción del ‘Daienu’. D’s realizó y propinó a los egipcios y a sus dioses, ‘Shefatím’, nombre singular que incluye a las ‘Plagas’ que ya no parecen ser tanto y se aproximan más a una justicia que llega, siempre, para dar por tierra con el opresor de turno.
Por eso es que Rab Shimshon Refael Hirsch Z”L al educarnos sobre las ‘Eser Macot’, las no tan plagas como nos enseñaron, las agrupa de modo significativo en tres grupos, aludiendo con ello, al estado que fuimos sometidos en Egipto por el faraón y sus secuaces, y por cierto el pueblo todo…
Y este sería el esquema planteado:
Guerut (Extranjería) Avdut (Esclavitud) ‘Inui(Tortura)
Sangre Ranas Piojos
Fieras Salvajes Mortandad del ganado Sarna
Granizo Langosta Oscuridad
Muerte de los Primogénitos
Así entonces una forma de ver la Justicia Divina ‘Shefatím’ en el marco de los acontecimientos. La Sangre, la Fieras y el Granizo acentúan para el habitante natural de la región su propia inestabilidad habitacional y el sentimiento de extranjero en su propio terruño; mientras que las Ranas, la Mortandad y la Langosta, hacen palpar el desmoronamiento de todos los fundamentos económicos sobre los cuales apoyaban los egipcios su dominio sobre los pueblos esclavos; mientras que los Piojos, la Sarna y la Oscuridad, llevaban a la propia epidermis el sufrimiento provocado por el estado de tortura al cual sometían a los demás seres humanos.
La Muerte lo de los Primogénitos está más allá de cualquier sentimiento. Es no más, la obsecuencia de un dictador y de un enfermo por el poder, que no ve siquiera, cuando la muerte toca a sus propias puertas…
‘Vaerá’ nos trae sucesos que superan a la naturaleza que los acompaña. Por un instante, valdría la pena ser uno más de los hechiceros egipcios, absortos ante tamaña visión de los hechos, y que ante tanta impotencia, expresaron por fin, una gran verdad: “Etsva Elokím hí…”, ‘Dedo (Obra) de Elokím es…’.
Nosotros recordamos, con más humildad, que ‘El Todopoderoso nos sacó de allí con Mano Poderosa’, algo más que ‘un Dedo’…Y vaya si hay diferencias…
Cuando de libertad hablamos, empleamos el término liberar. Y si quisiéramos recorrer un poco más el vasto lenguaje humano, hallaríamos que ‘deshacer los haces de la opresión’, alcanza en cierta dimensión al acto del liberar, este es: la libertad. También nos conduce a recrear la idea de liberación, aquello que nos habla –y citamos por qué no a los mismos profetas de Israel -, la expresión: ‘desatar los nudos o coyundas de la injusticia o esclavitud’. Queda claro entonces, que las definiciones que acompañan al acto del liberar, están por lo general ligadas a cierto ‘des-ligar’ o ‘des-ligarse’, lo que indica, a las claras una patente necesidad de ‘no tener nada más que ver con aquello que me aprisionaba, me inmovilizaba y hasta impedía mi marcha, mi pensar y mi decir’.
Perashat ‘Bó el Par’ó’ –‘allégate ante el Faraón’ – es la orden de D’s a Moshé Rabenu, nos pone de cara al instante único e irrepetible que habremos de vivir como pueblo judío a las puertas de la libertad: “Ietsiat Mitsráim”, una de las columnas sobre las cuales se sostiene el judaísmo todo al decir del Rab Hirsch ZTS”L. La otra columna será “Matán Torá”, otro episodio único e irrepetible en esa dimensión popular y colectiva, de la ‘Revelación Divina en la Entrega de la Torá’. Será en la presente sección, cuando el pueblo de Israel empiece a saborear el gusto de la libertad. En plena ‘casa de la esclavitud’, para que la libertad pueda ser apreciada, vivida y encuentre su real dimensión y proyección. No sólo las ‘señales y los portentos’ obrados ya y que obrará el Todopoderoso en Egipto serán la cuota parte de la maravillosa liberación, sino y por sobre todo, el alcanzar los tiempos propios para cumplir con los preceptos Divinos será el aditamento imprescindible para dicha libertad. No hay ‘libertad de’, sino ‘libertad para’ al decir de filósofo moderno.
Así es como accedemos en este Shabat, a la primera mitsvá que fuimos ordenados como pueblo, previo a la salida de Egipto. ¿Cómo, usted se preguntará con razón, es posible observar un mandamiento de D’s cuando no está en mí –el esclavo – decidir sobre ello? Y es cierto, muy cierto lo que usted querido lector está pensando. “Eved patur min ha-mitsvot” sentenciaron los sabios. ‘El esclavo está exento del cumplimiento de las mitsvot’. Sentencia obvia, pues para acceder al precepto, debo contar con mi propio tiempo, y eso es sinónimo de libertad…Ni más ni menos. Y allí la grandeza. Aquí la riqueza inconmensurable de nuestra Torá, que nos alienta a saber, que para ser libre, es necesario, vital y hasta imprescindible, el poder comenzar a serlo en el mismo lugar que fui esclavo. En la cuna misma de las miserias humanas, de los tormentos y de la extranjería, nacería el hombre de Israel libre. Y esa mitsvá fue: “Ha-Jodesh ha-zé lajem rosh jodashím…”, ‘Este mes es para vosotros, primero entre los meses…’. El Todopoderoso les entregó a los hijos de Israel, el dominio del tiempo en sus propias manos. “Hasta ahora los demás disponían de vuestro tiempo, a partir de ahora, sois libres de hacer en él cuanto os plazca”, explica una y otra vez el comentarista bíblico Seforno. Y esa libertad comienza en Rosh Jodesh Nisán, y consagrarán la nueva luna en el mismísimo Egipto, una luna absolutamente nueva para quienes serán comparados –desde entonces- con ella a lo largo del transcurso de su existencia. Pero no hay libertinaje. No se presenta desde ahora una suerte de “vale todo”, en nuestras palabras. Ahora es tiempo de ‘ataduras’, de sentirse ‘ligados’, de poder ‘apretar y sellar cada episodio de la libertad –redención –‘gueulá’ – adquirido, a la vida cotidiana. ¿Y cómo nos habremos de ‘atar’, de ‘ligar’, de permanecer íntimamente y estrechamente vinculados a esa salida, a esa libertad para y no sólo de cuerpos que se movilizan? Al final de perashat ‘Bó’, estimado lector, encontrará la respuesta: “Y los pondrás por señal sobre tu brazo, y como recuerdo sobre tus ojos”…Llegará la mitsvá, que deviene de mi propio tiempo: los Tefilín. Y afirma el Talmud (Guitín 40 A): “Eved she-hiniaj tefilín lifné rabó, iatsá la-jerut”, es decir, que ‘el esclavo que se colocó los tefilín en presencia de su amo, es señal que ha salido a libertad’. Tefilín del brazo y de la cabeza, para atarnos a la Eternidad…
Es tiempo de Gueulá para el pueblo judío. La dolorosa noche egipcia junto a los torturantes días en esclavitud han abierto el camino hacia una libertad prometida y ahora ejecutada. El Todopoderoso le había asestado al soberbio y endurecido faraón “Sus señales en medio de él” –‘le-máan shití ototai ele be-kirbó’ – al decir de nuestra Torá. Y será el faraón mismo, aquel que se negó a lo largo de un año a liberar al pueblo hebreo, quien inaugure y dé el nombre a nuestra perashá semanal: “Vaiehi be-shalaj Par’ó et ha-am…”; ‘Y aconteció cuando hubo enviado (echado o expulsado) faraón al pueblo’. Parecería insinuarnos la Torá, que merced al faraón salimos de Egipto. Gracias a ‘su permiso’. Y tal vez allí, radique lo oculto de tal comienzo: Sólo la Voluntad de D’s es la que se cumple…Ni siquiera aquel, que en sus principios dijo: “¿Y quién es D’s…?”, “¡No lo conozco a D’s!”, ahora debe hacer también él Su Voluntad. A pesar suyo. Muy a pesar suyo… “Rabot majashabot be-leb ish” enseñaba el rey David, “va-atsat haShem, hí takum”. Muchos, extremadamente numerosos son los pensamientos del ser humano, y sin embargo, sólo el consejo de D’s –y sus decisiones- habrán de ser realidad. Y ahora el faraón tuvo que aprender su lección. No sólo de sueños no comprenden los faraones, sino tampoco de realidades…Hoy, en ‘Be-shalaj’, faraón es sujeto porque está sujeto a los designios del Creador del Mundo.
Mas nuestra sagrada Torá nos conduce hacia la otra ‘orilla’. No nos habla solo de ‘quien libera’, sino de los ‘liberados’. Así lo expresamos en nuestra tefilá cotidiana: “shibejú gueulím…” –‘alabaron (a D’s) los redimidos=liberados’. También desde este ‘otro lado’ hay aprendizajes. Hay confrontación con el pasado inmediato y con un presente complejo aunque esperanzador. “U-Bené Israel iotseím be-iad ramá…” dice la perashá. Es decir que ‘Los Hijos de Israel salían (de Egipto) con mano alzada’, que al decir de Rashí, significa: atrevidamente, altamente, abiertamente. No nos escapamos ni nos fuimos con las cabezas gachas, huyendo despavoridos…Eso no es ‘gueulá’, redención. La redención=liberación tiene que ver con la palabra traducida en canto, la expresión más elevada para allegarse a D’s…Por eso comprenderá usted querido lector eso que cantamos en la plegaria matutina: “shirá jadashá shibejú gueulím le-Shimjá ha-Gadol al sefat ha-iam…”; ‘Una renovada canción de alabanzas entonaron los redimidos a Tu Gran Nombre a orillas del mar…’. De este lado de los hechos, hay un pueblo preparado para cantar, para comenzar a servir a Su D’s, en los tiempos y en la formas que Su D’s ha establecido. Del otro lado, hay un faraón que alista a sus soldados para perseguir a los esclavos liberados “por él” según lo expresa, a fin de hacerlos volver a su estado anterior…Estas son las complejidades de nuestro texto. Un pueblo viviendo la Gloria mientras otro pueblo, que no alcanzó a sepultar a sus propios hijos ni a dolerse por ellos, corren prestos tras la orden de un monarca, que más allá de no sentir nada por su pueblo, lamentablemente no siente compasión siquiera, por su propio hijo, muerto 7 días atrás…
Ahora tal vez comprenda más aún nuestra plegaria, que cada noche ilumina nuestra existencia al decir: “Raú baním et gueburató…”. ‘Y vieron Sus HIJOS Su fortaleza…’. A la hora de salir, así como a la hora de “sufrir” por tanta esclavitud, el Todopoderoso nos considera como “Sus Hijos”. Mientras una cultura no los considera –ni en la muerte misma-, D’s nos cobija y nos eleva hasta la liberación definitiva…Por eso, querido lector, esta plegaria dicha por las mañanas, nos habla de esos “Hijos”, como: “Ahubím” –los amados-; “Iedidím” –los amigos-; “Gueulím” ya no sólo los liberados…¿No le parece? Apreciemos el tiempo de la “Gueulá”. Sintamos el amor profundo de D’s que nos dice día a día: “Hijos sóis vosotros para HaShem, vuestro D’s…”
‘Ve-jol netiboteha…¡Shalom!’ – ‘Todos sus caminos conducen a la ¡Paz!’
Egipto, la “casa de la esclavitud” ha quedado atrás. El obstinado faraón junto a su ejército yacían en las profundidades de un mar, que había visto instantes previos, la salvación -milagrosa- de la nación hebrea.
Se había cumplido, sin que medie obstáculo alguno, aquello que Moshé había pronunciado frente a una masa de gentes desesperadas, atormentadas y hasta desalentadas a orillas del inmenso mar: “HaShem ilajém lajem” – ‘D’s librará la batalla por ustedes’-, “veatem, tajarishún” – ‘empero vosotros todos permaneceréis enmudecidos’-. Sólo el silencio será testigo de los grandes hechos. Sólo en silencio podrá el pueblo judío liberado contemplar y comprender. Nada de gritos. Nada de confusión. Hechos claros como el día, pues la “noche de la esclavitud”, la oscura noche del sufrir y del dolor había finiquitado para siempre. Aquí comenzaba la “gueulá”, este movimiento inconfundible que se tornaba en voz para hablar tan solo de libertad, no de lamentos…
Ahora es tiempo de “encuentros y re-encuentros”. Un pueblo que se encamina hacia un destino, distante 50 días, para su “encuentro” con el Todopoderoso. El Monte Sinai, aquel que atesoraba en sus reducidas dimensiones, a la pequeña zarza -que aún ardía sin consumirse-; aquel paraje desértico que vio nacer el liderazgo de Moshé, concediéndole la capacidad de preguntar y de saber, esperaba ser testigo de la promesa efectuada por D’s a un pastor -por ese entonces- casi incrédulo y temeroso: “…Dijo: Pues Yo estaré contigo y esto habrá de ser para ti el signo, ya que Yo te he enviado. En cuanto saques al pueblo de Egipto habréis de servir a Elokim sobre la montaña, esta…” (Shemot Cap.3:12).
Mientras tanto hay un re-encuentro en medio del camino. Itró, sacerdote de Midián, suegro de Moshé, sale al encuentro del pueblo redimido y de su conductor. Junto a Tsipora y sus nietos, Guershón y Eliezer -esposa e hijos de Moshé respectivamente-.
“Vaishmá Itró” relata el comienzo mismo de nuestra perashá. Itró ‘escuchó’, “…todo lo que había obrado D’s por Moshé y por Israel, cuando sacó HaShem a Israel de Egipto” (Shemot, Cap.18:1).
Nuestros sabios interpretan esta visita, preguntándose: “…má shemuá shamá u-bá??”. Es decir, ¿Qué fue lo que escuchó y lo hizo allegarse? “Rabi Ieoshúa afirma: escuchó los sucesos de la guerra con Amalek y vino (recordemos al final de la perashá pasada el salvaje y traicionero ataque de Amalek en el desierto, fundamentalmente a ‘todos los débiles y enfermos’ del pueblo judío); Rabi Eleazar haModaí sostiene en cambio: la entrega de la Torá lo hizo venir (en nuestra perashá accedemos a los “10 Mandamientos”); Rabi Eliezer dice: El cruce del mar Rojo había escuchado y vino…” (Ialkut Shimoni).
Quedará medianamente claro, que no hay obra del Todopoderoso que pase desapercibida para el entorno general y que lo eventos -dramáticos algunos, felices otros y de una poderosa carga emocional e intelectual los otros -, representan una afirmación elocuente por la cual nada habrá de ser ya igual para los habitantes de un mundo, testigos oculares y presenciales del poder del Creador, ahora definido por el mismísimo líder de una nación pagana, cuyo nombre define la identidad de nuestra perashá en cuestión: “…Ahora sé yo que grande es HaShem por sobre todos los dioses…”.
Y esto es ciertamente lo importante. El Rabi de Kotzk así lo considera y enseña: “…Lo que escuchó Itró, fue también escuchado por muchísimas otras personas”, pero -sostiene el maestro jasídico-, “hay quienes escuchan más no oyen, pues las cosas no logran penetrar sus oídos, y por ende no alcanzan sus corazones y ni hablar de sus pensamientos. La verdadera virtud de Itró fue aquella que insinúa nuestra Torá: “Vaishmá Itró” -que escuchó y supo lo que había escuchado. Lo comprendió e internalizó”.
Allí reposa tal vez el mérito de un hombre que, habiendo cosechado y probado el sabor del poder que concede el liderazgo y por otro lado, estando ya “hecho” en su creer y sentir, logra impactarse -más allá de la familiaridad y de las emociones- de una nueva Fe que asoma en pleno paisaje del desierto, una fe que lleva como sello peculiar la Bondad Divina.
Así lo afirma Itró después de atender al relato de Moshé: “…Se regocijó Itró por toda la bondad – ‘TOBÁ’- que había hecho HaShem para Israel, cuando lo hubo librado de bajo el poder egipcio” .Y así, nuestra fundamental perashá, lleva su nombre. Primero por su humildad, y en segunda instancia por su sabiduría (que pone de manifiesto la humildad de Moshé!!).
Porque es a partir de este re-encuentro que los caminos de ambos – de Moshé y de Itró- se habrán de separar (no así el de los descendientes del pueblo judío y de Itró), no sin antes, los “ojos de Itró”,que tanto pondera Moshé en su insistir para que su suegro los acompañe en el trayecto por el temible desierto, “hacen ver” a Moshé una realidad, que en el comienzo mismo del camino era un escollo para la libertad: la Justicia y los medios acerca de cómo administrarla…
Ciertamente la Torá habría de “llegar” de boca de D’s. Palabra por Palabra. Pero antes, tal vez, en este orden que nos proponen los versículos, es necesario ordenarse, organizarse, prepararse a crecer en la tarea más compleja aunque base esencial para el Decálogo, como lo es la implementación de cortes de justicia -una de los 7 preceptos de los hijos de Noaj-, en este vuelta a crearse del mundo como lo será el Maamad Har Sinai, tiempo de Revelación, tiempo de acción – “NAASÉ”-, tiempo de concebir los hechos – “veNISHMÁ”-.
Así lo confirma Moshé, 40 años después frente a los herederos de la tierra de Promisión: “…Y ¿qué nación grande -hay- que tiene fueros y leyes justos – ‘tsadikím’- como toda la Torá ésta, que yo doy ante vosotros el día de hoy”? (Debarím 4:8).
Hay una Torá verdadera -Torát Emet-, y sus ‘jukím vemishpatím tsadikím’, con leyes y fueros justos. La verdad debe producir justicia. La justicia debe ser el recipiente para la verdad. Si ello se logra, despuntará SHALOM, la paz.
Así lo transmitió Itró a Moshé, con simpleza, con elocuencia, con sabiduría: “…si esta cosa tú vas a hacer -y D’s te lo ordena- podrás mantenerte en pie y también todo este pueblo a su lugar habrá de llegar en paz…”.
Cuando la Justicia no necesita de adjetivos…
El presente Shabat nos trae –más allá de su santidad y placer -, una definición muy precisa en lo que respecta a tiempos y espacios.
Por un lado, nos ubica en el tiempo que sucede a la Revelación de D’s a Su Pueblo Israel, episodio que supera por cierto todos los milagros y maravillas acontecidos a los ojos de la nación hebrea, cuyo contenido esencial está inscripto en los ‘Diez Mandamientos’ o, como preferimos, ‘Aseret ha-Diberot’.
El arribo al Monte Sinaí y la posibilidad de ser testigos presenciales de ése instante único en la historia de la humanidad, nos concede una privilegio singular…Una elección –‘bejirá’ en hebreo – y una proclama: “Et HaShem heemarta haiom…veHaShem heemirjá haiom” es el eco de las PALABRAS que fueron dichas desde la tierra hacia los Cielos, fueron las mismas PALABRAS que retornaron para anidar en cada uno y uno de los integrantes de Am Israel.
El versículo precitado dice: ‘A D’s has dicho hoy para ser Tu D’s, y D’s ha dicho a ti para que seas Su pueblo…’. Hay un HOY, existe una PALABRA, sobrevive un COMPROMISO… Tiempo de Revelación (de D’s a través de la Palabra), Espacio para el pacto eterno: Sinaí…Algo así como ‘un antes’ y ‘un después’.
Y este Shabat decíamos, incorpora algo más. “Ve-Ele ha-Mishpatím…”, ‘Y estas son las leyes…’. Llega en esta perashá el tiempo de fijar –de aquí para siempre -, aquella impresión única de lo visto y oído en Sinaí. Es el tiempo donde la Palabra del D’s Viviente pueda ser estudiada, comprendida, inteligida, y servir como guía de vida y principios de acción a un pueblo en camino a plasmar su libertad sobre una tierra.
‘Mishpatím’ es plural de ‘Mishpat’, y ambas devienen de la raíz ‘Shafot’, verbo que clama desde ‘su raíz’ por la : Justicia, por los Juicios y Jueces justos…Y si la justicia carece de tiempos – lo decimos por lo extendido que parecen los procesos judiciales -, para la Torá de Israel posee un lugar muy sugestivo…
En el ámbito geográfico nacional, las cortes de justicia se asentaban en las puertas de ingreso a cada ciudad. Imposible concebir una ciudad sin justicia para el mundo bíblico. De allí lo ideal que es la Torá. Pero ideal no es lo mismo que utopía. EL IDEAL ES Y DEBE SER POSIBLE…
Pero…¿Dónde anidaba la ‘Suprema Corte de Justicia’ (¿merece lo que conocemos hoy –entre los humanos- tal denominación?)? En realidad me refiero al SANHEDRÍN, que mucho ¡¡muchísimo!! distaba de la definición otorgada por la modernidad a las Cortes terrenales de Justicia que no son ni ‘Supremas’ ni ‘Justas’, lamentablemente…
Rashí en su comentario al primer versículo de nuestra sección sugiere una relación muy interesante. En sus palabras: ¿“Y cuál es el motivo por el cual nuestra Torá hace aparecer una después de la otra la perashá referente a los ‘diním’ –juicios y leyes- con la que nos habla acerca del ‘mizbeaj’ –el altar sobre el cual se hacían los sacrificios en el Santuario (final de la perashá pasada)? Para insinuarte que debes establecer el asiento del Sanhedrín junto Santuario…”.
Tiempo y Espacio. Tiempo de recibir la Torá y más tarde crear el espacio natural para ella entre los hombres: la Justicia. La Equidad y la Justedad de la Justicia. A la Palabra Revelada de D’s le continúa la imposición de leyes JUSTAS –‘Mishpatím’-, que se asocian como cuerpo, al espacio más sagrado y espiritual que habría de poseer Israel: su Templo.
Pero, como enseña Rab Hirsch, la ‘orden de erigir el Ohel Moed – la Tienda de Reunión -, el Santuario Móvil en el desierto, será sólo después. El imperativo de la Justicia debe de hacerse de un lugar ANTES. Porque si entendimos bien, la Palabra de D’s será por siempre. Pero Su Santuario entre nosotros dependerá de la solidez no de sus cimientos, sino de la fortaleza de sus instituciones –como la de la JUSTICIA- que para ser, debe hacerse de un lugar en el Santuario, esto es: entre los hombres mismos… “Y habitaré en medio de ellos”. ‘Tsión será restaurada por la Justicia’ anunciaba el profeta. Ya sabemos por qué…
GOTAS DEL CORAZÓN…
De acuerdo a nuestros maestros –de bendita memoria- la presente perashá fue dicha luego de Iom HaKipurím, el solemne día cuando el pueblo de Israel hubo de reconciliarse con Su Padre Celestial y el perdón hubo alcanzado a cada uno y uno de sus integrantes.
“Terumat haMishcán haitá letaken jet haEguel…” afirma el autor de ‘Atsé Lebanon’. La ofrenda para erigir el Santuario Móvil del desierto fue elevada para corregir el pecado ocasionado por la construcción del becerro de oro.
Nuestra Torá da a lugar a la reparación. Todo pecado conlleva por cierto su castigo, pero una vez alcanzado el mismo, deberá trazarse también el sendero del retorno, esa reparación en lo espiritual de la cual hablamos. Y nada más apropiado entonces que disponer del oro, la plata, el bronce y demás implementos materiales ponderados por sus poseedores para hacer de ellos una ‘Terumá’…
¿Qué significa querido lector esta palabra que lleva la reparación en su contenido tan singular? Para Rashí, la palabra Terumá significa: ‘Hafrashá’, es decir, separar, disponer de algo que me pertenece. ‘Iafrishu Lí mi-mamonám nedabá’. Rashí sugiere que el Todopoderoso pide a Moshé que el pueblo judío ‘separe para Mí de su peculio, una dádiva’.
Por lo tanto, nuestra primera aproximación nos enuncia que la capacidad de dar del individuo así como del pueblo, deben permanecer intactas, sólo que ahora ése dar ‘debe ser dirigido a D’s´, y vaya si es necesario captar la diferencia…
Quiere decir que si antes pudieron dar de su oro para un becerro, ahora deberán dar de sus posesiones materiales pero con un objetivo claro y un sentido de veneración y dignidad. Tal como afirma nuestro comentarista al explicar el principio de nuestra sección las palabras: “Veikeju Lí Terumá…”, ‘Tomarán para Mí una Terumá’: ‘Lí’, quiere decir: ‘LiShmí’, En Mi Nombre…
Para el Rab Hirsch ZTS”L la realidad gramatical de ‘Terumá’ nos lleva a conjugar el verbo ‘Rum’, aquel que nos invita a ‘elevarnos y ascender hacia Lo Alto’, de modo que podemos deducir a partir de ello, define con singular grandeza nuestro autor: ‘ …ser llevado hacia lo alto y distinguido a fin de alcanzar un objetivo elevado’. De aquí que podremos inferir, que no sólo se nos pide dar de lo nuestro, saber dirigir nuestro dar, pero por sobre todo, que a partir de ello, nuestra condición de ‘Terumá’ nos eleve y nos distinga del resto…
Lo que ‘está en juego’ en esta definición (si se nos permite el uso de esta expresión) es el destino de nuestro dinero. Nuestra perashá nos presentará tal vez lo más atípico que pueda acontecer para un pueblo que transcurre su tiempo de liberación por el árido y desolado desierto: Construir un espacio para el Creador, aquello que el Midrash aseveraba como el mayor deseo de D’s desde el tiempo del Bereshit: ‘Dirá ba-Tajtoním…’, es decir: ‘Una habitación entre los hombres’.
Es por ello que nuestra perashá, ‘Terumá’ llega en el tiempo después de Iom haKipurím. Porque ése día trajo consigo el perdón –“Salajti Kidvareja”- ‘He perdonado de acuerdo a como me los has pedido’ (le dice el Todopoderoso a Moshé), y porque cuando hay Perdón entonces hay posibilidad de reparar, de unir y acortar las brechas; y es entonces cuando Am Israel es pedido de hacer y con el hacer elevarse, es decir, dignificarse por tener un objetivo y ascender en su destino, por poseer un propósito y una propuesta de vida.
La ‘Terumá eleva porque lleva a construir un ‘Mishcán’: un asiento para la Divinidad…Nos lleva a transformar en hechos las palabras del profeta Isaías quien, cada mes anuncia al pueblo judío aquello de: “Ha-Shamáim kisí veha-Arets hadóm raglai…”: ‘Los Cielos son Mi asiento, y la tierra el espaldar de mis piernas…’.
Entonces, arribará tal vez lo sublime al comienzo mismo de nuestra perashá: “Ve-asú Lí Mikdash, ve-Shajantí be-tojám…”. Se nos pedirá erigir un Santuario, a fin de que D’s Habite en medio de cada uno de nosotros…
Ahora podrá comprender querido Lector, que el puente entre Rashí y Rab Hirsch se construye no sólo por palabras sino por el sentido que las mismas producen: Poder separar para poder distinguir y a partir de ello, comprender cómo a partir de cuánto poseo, puedo también elevarme. El propósito de toda nuestra Torá es hacernos comprender que todo cuanto poseemos será nuestro en la medida que podamos elevarnos con ello, por ello, hacia una meta, un ideal.
Y nuestra perashá, en su lección del dar nos enseña que primero debo elegir dar. Deberá ser una decisión personal, de mi buena y mejor voluntad. Es por ello que la expresión utilizada es: “Ve-Ikejú Lí terumá…”, ‘Tomarán para Mí una terumá’…No se nos dice ‘Y darán…’ (Ve-natenú). Porque el tomar algo, insinúa sobre mi iniciativa libre y mi decisión personal…Nada de compulsión a la hora de edificar para el Cielo…
¡Curiosa advertencia de nuestra Torá!! Ya imaginamos ahora lo ocurrido en el episodio del Becerro de oro…La compulsión, la ceguera, la humillación y la degradación acompañan todo acto idolátrico. Aunque allí también hay oro y piedras preciosas. Pero se carece de nivel de elevación y por cierto, de distinción…En todo el amplio sentido…
“Me-et col ish asher iddebénnu libó…”, ‘de todo hombre cuyo corazón desee dar…’. La palabra ‘Iddebennu’ la empobrecemos de su profundo sentido al traducirla como ‘dar’…¿Qué significado singular posee?
Educa el Rab Hirsch: “de la raíz hebraica NaDaB, cercana a NaTaF, salir desde el interior gota a gota…y de aquí en la metáfora: expresar pensamientos –o sea: despertar en el prójimo la capacidad de elevar una terumá…”.
Cuando se impone ‘dar’=elevar (y elevarse) para el Santo bendito Él (y Su Santuario), la minúscula gota emergida de nuestras profundidades, inaugura un mar de bondad y bienestar. Mares que invitan a sumergirnos en la plenitud de nuestra condición judía y humana.
‘Gracias por el fuego…’
El trayecto por el desierto de la libertad acumula experiencias y vivencias. Ambas expresiones cobran vida en cada una de las vidas del pueblo judío que ya puede ver con distancia suficiente la noche egipcia de la amarga esclavitud.
No sólo se sale de Egipto una vez. Cada día y a cada hora se reproduce la maravillosa liberación y la Promesa Divina de conducción y establecimiento definitivo en la tierra de Promisión. Cada instante recupera la memoria de la eternidad plantada en los caminos de Abraham, la quietud de Itsjak y la vehemencia de Iaacov. El pueblo de Israel ha superado las pesadas cargas de la opresión y la intolerancia y se ha puesto bajo el Yugo Celestial –‘Ol Maljut Shamáim’ -, simple y complejo a la vez, inmenso y estrecho pero eternamente libre…
Ahora serán las Mitsvot –‘Ol Mitsvot’ -, los preceptos, los que guíen, formen y conformen el cuerpo y el alma de una nación ávida de crecer, de crear, de creer…
Solo un pueblo que dispone de su propio tiempo, puede en cualquier espacio construir el suyo. El desierto no será para Israel sinónimo de incertidumbre y soledad. Allí se tejerá la delicada trama de su existir y en él transcurrirán las horas y los meses -cuando no los años- del vivir a la Sombra de la Fe y la esperanza. También las crisis tendrán acogida en el desierto, para superar lo superable y para aprender del fracaso de lo insuperable…
Sólo así tal vez, pensamos con humildad, es que un Pueblo tiene razón de ser y razón en ser…
Sólo a partir del transitar por las arenas inacabables del Sinaí, es que Am Israel puede concebir la libertad: de su cuerpo, de su alma, de su palabra, de su sentir.
Y es por ello, creemos entender, que a la salida de Egipto, ‘Ietsiat Mitsráim’ –el ascenso desde las profundidades más escabrosas y dolorosas -, le sucedió el Monte Sinaí ‘Maamad Har Sinaí’, la esplendorosa Revelación del Todopoderoso, el ascenso no sólo en lo geográfico sino en lo espiritual. Sólo se concibe a D’s cuando se puede elevar la mirada y con ella, a todo nuestro ser…La Palabra de El descendía, y los cuerpos de Israel se elevaban hasta el nivel de la profecía, afirmaban nuestros sabios.
Después –en el orden de nuestras perashiot- vendrán los ‘Mishpatím’: los hechos de la Justicia que habrán de regular la vida sobre la tierra. ‘Ben Adám le.jaberó’, entre cada uno de nosotros y los demás. Sólo cuando se es permeable a la Presencia del D’s Creador, podemos tomar conciencia de la presencia del prójimo, la “otra creación”, y la necesidad de convivir, de tolerar, de respetar, de preservar, de dignificar si queremos…
Recién entonces, y sólo allí, cuando la capacidad de habitar entre los humanos está dada, sobrevendrá la Voluntad del Creador –‘Todo cuanto deseó desde el día que se crearon los Cielos y la Tierra’ –al decir de nuestros maestros, y que era: “La-dur ba-tajtoním…”, es decir, ‘residir (El Todopoderoso) entre los seres inferiores’ (los hombres).
Así fue cuando leímos, el pasado Shabat el mandato sublime de: “Ve- asú Li Mikdash ve-Shajantí be-tojám…”: ‘Erigirán para Mí un Santuario, y habitaré en medio de ellos…’.
Sólo podremos construir una Casa para Él, una vez que Su Palabra sea percibida y traducida en leyes justas, en sociedades sensibilizadas y en actos que santifiquen la vida humana, parece insinuarnos el sugestivo orden de nuestra Torá…
Hoy, nuestra perashá nos habla de la primera tarea a ejercer por el Sumo Sacerdote –Cohen Gadol- en esa Casa, dentro de ese Pueblo… “Y tomarán para ti, aceite de oliva puro, machacado para encender las luminarias…”. La Menorá, ingrediente esencial entre los utensilios del Mishcán (Santuario móvil en el desierto), será la primer tarea a emprender en el día…
“Lo le-orá Aní tsarij…” advierte el Todopoderoso. ‘Yo no necesito de su luz’ advierte el Creador a Moshé Rabenu. No nos vayamos a confundir nos ruega el Midrash. Hay una Luz imprescindible para el Pueblo Judío todo: El Creador es Su Luz, tal como dice el salmo: “HaShem es Mi Luz y Mi Salvación, ¿de quién he de temer?”…
Y entonces, nos preguntamos: ¿para qué la Menorá y su luz? Y nos respondemos: la Menorá, hecha de oro puro, labrada a martillo y de un solo y único bloque, posee un mensaje claro –como su luz-, diáfano como sus destellos, y contundente, como su armado: Ella representa al pueblo judío todo…Si hay Luz, la misma proviene de la unidad, de lo que es común y mancomuna; y si hay tarea inicial a realizar en el lugar más sagrado, será precisamente esa: ‘Dar a Luz a la Unidad’ para luego iniciar la tarea cotidiana del Santuario y del diario vivir…
Por último: La luz provendrá del aceite de oliva puro…y bien machacado. Hasta la última expresión. No debemos de dejar de hacer nuestro último esfuerzo a fin de permitir que la llama y el calor de la unión habite en medio de nosotros…Sólo allí, cuando parece no ‘quedar nada’ del fruto inicial, allí es, precisamente, donde comienza a correr el fino y delicado fuego que da la luz, el calor, la hermandad, el sentido común…
No todo lo que brilla es oro…
Impaciencia. Incertidumbre. Inseguridad. Cuántos estados de ánimo son necesarios para explicar, para muchos de nosotros, lo inexplicable. Porque al arribar a la presente perashá, muchos de nuestros pensamientos, conjeturas y afirmaciones, parecen esfumarse o simplemente derrumbarse ante los hechos…
Hablamos por cierto de algo conocido. Pues, así como no podemos dejar de saber acerca de los ‘Diez Mandamientos’ y del Monte Sinaí, la Revelación maravillosa del Creador ante Su pueblo, tampoco se escapa de nuestras retinas -más allá de no haberlo vivido ni visto-, la figura del Becerro de Oro -Éguel haZahav-, que le sucedió en los acontecimientos.
Parecería ser que ambas imágenes van juntas y se encaminan decididas “a competir por un lugar entre nosotros”. Y seremos nosotros, en definitiva los que debamos resolver la dura y compleja ecuación que nos proponen los tiempos: Habremos de aferrarnos a Lo Eterno, a la Gloria y Majestuosidad que presentan las Tablas de Piedra, el Testimonio de la Ley Divina, o nos dejaremos atrapar y seducir por lo que brilla y resplandece ante los ojos, consumiendo lo más precioso que poseemos, es decir, la capacidad de discernir y de elegir entre libertad o idolatrías??
Tal es la situación que enfrentamos en “Ki Tisá”, una de las últimas secciones del Libro de Shemot, que nos antepone frente al riesgo mismo de caer presos de nuestras propias indecisiones, de nuestras continuas inseguridades, de nuestras constantes dudas e irreflexiones…
La perashá nos presenta a un hombre, el más grande entre los Profetas, viviendo la Gloria en lo alto de una montana, casualmente las más baja entre las montanas; y por otro lado, a su pueblo, en lo más bajo de la ladera, transitando las horas más dramáticas de su existencia, al cuestionarse si su líder, que ha ascendido a esa montana hace ya 40 días, los ha abandonado para siempre.
Un hombre en la soledad de las alturas, ligado a lo Eterno, al Eterno; su pueblo, en la complejidad de las sociedades, atándose a lo pasajero, a lo temporal, a lo reductible…
Tal la paradoja que se nos presenta en esta nuestra perashá. Situaciones humanas, con resoluciones humanas. Nada más pero nada menos…
“Lej red ki shijet ameja…” le dice el Todopoderoso a Moshé nuestro maestro. ‘Ahora ve y desciende, porque tu pueblo se ha corrompido…’ son las Palabras que se escuchan en los Altos y recónditos Cielos. No hay razón para permanecer en lo elevado parece decirle D’s a Moshé, cuando una nación, allí abajo está perdiendo su razón…
El Midrash que cita Rashí es un poco más crítico: ‘No hay motivos para la grandeza del líder, cuando su pueblo se ha empequeñecido…’. Todo cuanto le corresponde a Moshé, ha sido a causa del pueblo judío.
Y ahora este pueblo está danzando en torno a un ídolo de oro, construido hace instantes, no cabe lugar para la grandeza de un líder ni para hechos de grandeza…Interpretación cruel y realista. Es difícil ser un conductor para nuestra Torá. Pero dicho título es en cuanto haya a quién dirigir y hacia dónde dirigirlo. La realidad que muestra el pueblo hebreo, a los pies del Monte Sinai, deja mucho que desear. No hay motivos par perpetuar la figura de su líder se nos insinúa…
Y entonces sobrevendrá la imagen seniera de ése líder. Para Moshé Rabenu no cabe la desesperación. Sólo la espera y la plegaria. La súplica de la compasión y el pedido de perdón para su pueblo. Es lo que D’s está esperando. Retornar a la grandeza significa poder descender hasta el peldaño mas bajo, y volver a empezar, lentamente a rediseñar la figura desfigurada de un rostro desesperado, que solo concibe becerros, fulgores, desesperanzas y frustraciones…Y Moshé Rabenu tiene tiempo. Y apela. Y ruega. E implora. Y no se da por vencido. Allí la figura y el contorno del hombre que sabe dejar las alturas para volver a conjugarse en verbos terrenales y en las posibilidades humanas del perdón y del retorno.
Antes que todo esto tenga lugar, Moshé descenderá y con él las Tablas. El destino final de esas primeras tablas será la ruptura. Piedras y mas piedrecitas que se hacen anicos en medio de las incontables voces de estruendo en torno al becerro. Nadie puede necesitar Tablas de Pacto, de Palabras de Vida, de Principios, cuando se esta viviendo el fin, la muerte, la idolatría feroz y mutilante…Fuimos testigos, de cómo las Tablas se pulverizaban en pedacitos ante nuestros propios ojos. Toda nuestra existencia perdía razón de ser. Perdía la razón en última instancia…
Pero llegará también el perdón de la mano de Moshé, decíamos…Y nuestra perashá nos lo presenta como una suerte de bálsamo revivificador. Porque eso es el perdón, en última instancia. La capacidad de volver a aceptar al otro en sus condiciones…
“Si he encontrado favor a Tus Ojos, enséñame Tus Caminos, para que Te Conozca y siga hallando favor Contigo…”, implora Moshé al Todopoderoso. En su búsqueda en pos de la Gloria de HaShem, ocurrida después de la traumática experiencia de hacer pedazos las Tablas de la Ley, Moshé recibe la orden de reemplazar las Tablas quebradas. “Dijo HaShem a Moshé: alísate dos tablas de piedra como las primeras y escribiré sobre ellas las palabras que estaban en las tablas primeras que quebraste”. Los sabios talmúdicos asociaron con el texto una idea llamativa y atrevida: “que quebraste”-asher shibarta-, iashar kojajá she-shibarta, dijeron. Que mereces seré encomendado por quebrar.
La destrucción de las Tablas de Piedra fue en realidad una acción deseable. Sin ella jamás hubiéramos podido apreciar el valor de las mismas. Sólo cuando están hechas añicos se plantea la tarea de escribir nuevas tablas a partir de los mandamientos fragmentados. “Recibimos la Torá, afirma el Rabino Soloveitchik Z”L, sólo después de haber sido rota y haber hallado la fuerza para juntar de nuevo los pedazos…”.
Concluye un Libro de nuestra Torá. Finaliza también un tiempo. El cuarto de los Shabatot ‘especiales’ que ocuparon el mes de Adar, llega a nosotros en este Shabat, para anunciarnos con su frescura, la renovación del tiempo; la renovación de los tiempos…En cierto modo, todo ello nos acerca hacia el sentido de la plenitud, pues cuando las etapas se van cumpliendo, en cierto modo, nosotros habremos crecido y también alcanzado un nuevo sentido en el diario vivir.
El Libro de Shemot llega a su fin. Es el libro que habla y relata acerca de la ‘creación, la formación del pueblo de Israel’, al decir de nuestros sabios. En su recorrido transversal, es la confirmación de la Promesa de D’s formulada a los Patriarcas. Esclavitud y Libertad. Torá y Mitsvot. Ascenso y arraigo en la Tierra –eje y centro a la vez- de esa Promesa. Nada en él quedará en el olvido. Shemot es siempre el presente conjugando tiempos futuros. Y así como se diseña a un pueblo a partir de la ‘Gueulá’ –la redención-, también serán los hechos que ese pueblo produzca, los que hagan que esa gueulá se instale a perpetuidad en él o no. El que D’s nos haya concedido el regalo de la libertad no nos hace libres aún. Se debe ascender al peldaño de la ‘gueulá’ decíamos, que supera a la mera libertad en un poder especial, singular: la palabra, el habla, la transmisión, el relato. “Un pueblo redimido libre”, afirmaba el sabio Rabino Soloveitchik Z”L, “es una entidad parlante que hace historia. Es una entidad creadora de historia…”. Y el libro de Shemot nos ‘devolvió la palabra’ en cierto modo, al instalar el Todopoderoso en nosotros la libertad. Solo después de ello sobrevendrá el lenguaje, es decir, la ‘palabra llena de contenidos’…Allí comenzará la ‘gueulá’. A los pies del Monte Sinaí. Cuando LA PALABRA descienda desde los Cielos y se instale entre los hombres. Allí la redención anhelada se vestirá con sus vestidos de Gloria y caminará, a paso firme y sostenido –más allá de los sobresaltos de un camino, de un desierto inhóspito y desamparador-, caminará decíamos de la ‘Mano del Creador’, hacia la Tierra… “Los traerás y plantarás en el Monte de Tu heredad, Un lugar que Has establecido para Tu Asiento, el Santuario de HaShem que Han hecho Tus Manos…” cantábamos con felicidad tras el cruce del Mar Rojo.
Y así llegan nuestras últimas perashiot este Shabat, hablándonos de cómo preparar nuestra llegada. ‘Vaiakhel y Pekudé’ nos presentarán la ejecución de una obra monumental, única en su estilo y en su tiempo: La construcción de un Santuario Móvil, el ‘Mishcán’, Asiento y reposo de la Divinidad, señal de Su Sagrada Presencia entre nosotros, corazón mismo de la nación hebrea…Centro vital para su existencia. Y esa construcción llega al pueblo de Israel después de haber sucumbido en la peor de sus transgresiones: el haber confeccionado con sus propias decisiones el ‘becerro de oro’. Y estudiamos del Rab Aviner Shelita, que “nuestra Torá no concluye su relato con el becerro de oro” .Tal vez muchos entre los que escriben la historia hubieran preferido tal epílogo. Pero no. Hay reparo. Nos podemos reconstruir. Nos debemos reconstruir. Y la orden de D’s es erigir un Espacio de Santidad. Pero antes, querido lector, debemos aprender una lección singular: decíamos que este es el 4º Shabat de los ‘especiales’. ‘HaJodesh’, que precede a la salida de Egipto en los hechos, y que nos anuncia la llegada de Nisán –mes de la ‘gueulá’ – en la práctica. Y aquí se nos pide alcanzar la Santificación del Tiempo. Tiempo santificado en tiempo mío. De ‘mi propiedad’. Haciendo en él mis deseos. Porque si no dispongo de ‘mi tiempo’, aún no comencé a ser hombre, a ser humano. Y eso nos concede D’s ante todo en la misma tierra de la esclavitud. En Egipto. Y una vez ‘libres’, será el tiempo de ‘redimirnos’: o sea, Santificar al hombre, es decir, la Vida. “Mekadesh Israel ve-ha-Zemaním” reza nuestra bendición. Agradecemos a D’s que ‘Santifica a Israel (individuo/pueblo) y a los tiempos’. Una vez que hemos alcanzado esta dimensión, se impone construir la Santidad en el Espacio: el Santuario. Aquí estamos al final de Shemot y al ‘principio de los meses’. Un final que sólo habla de comienzos…
Cuentas Claras
Concluye un Libro de nuestra Torá. El Libro de Shemot llega a su fin. Es el libro que habla y relata acerca de la ‘creación, la formación del pueblo de Israel’, al decir de nuestros sabios.
En su recorrido transversal, es la confirmación de la Promesa de D’s formulada a los Patriarcas. Esclavitud y Libertad. Torá y Mitsvot. Ascenso y arraigo en la Tierra –eje y centro a la vez- de esa Promesa.
Nada en él quedará en el olvido. Shemot es siempre el presente conjugando tiempos futuros.
Y así como se diseña a un pueblo a partir de la ‘Gueulá’ –la redención-, también serán los hechos que ese pueblo produzca, los que hagan que esa gueulá se instale a perpetuidad en él o no. El que D’s nos haya concedido el regalo de la libertad no nos hace libres aún…
Se debe ascender al peldaño de la ‘gueulá’ decíamos, que supera a la mera libertad en un poder especial, singular: la palabra, el habla, la transmisión, el relato. “Un pueblo redimido libre”, afirmaba el sabio Rabino Iosef Dov Halevi Soloveitchik Z”L, “es una entidad parlante que hace historia. Es una entidad creadora de historia…”.
Y el libro de Shemot nos ‘devolvió la palabra’ en cierto modo, al instalar el Todopoderoso en nosotros la libertad. Solo después de ello sobrevendrá el lenguaje, es decir, la ‘palabra llena de contenidos’…
Allí comenzará la ‘gueulá’. A los pies del Monte Sinaí. Cuando LA PALABRA descienda desde los Cielos y se instale entre los hombres. Allí la redención anhelada se vestirá con sus vestidos de Gloria y caminará, a paso firme y sostenido –más allá de los sobresaltos de un camino, de un desierto inhóspito y desamparador-, caminará decíamos de la ‘Mano del Creador’, hacia la Tierra… “Los traerás y plantarás en el Monte de Tu heredad, Un lugar que Has establecido para Tu Asiento, el Santuario de HaShem que Han hecho Tus Manos…” cantábamos con felicidad tras el cruce del Mar Rojo.
Y así llega nuestra última perashá este Shabat, hablándonos de cómo preparar nuestra llegada. ‘Vaiakhel’ la pasada semana y ‘Pekudé’ la presente, nos presentan la ejecución de una obra monumental, única en su estilo y en su tiempo: La construcción de un Santuario Móvil, el ‘Mishcán’, Asiento y reposo de la Divinidad, señal de Su Sagrada Presencia entre nosotros, corazón mismo de la nación hebrea…Centro vital para su existencia. Y esa construcción llega al pueblo de Israel después de haber sucumbido en la peor de sus transgresiones: el haber confeccionado con sus propias decisiones el ‘becerro de oro’. Y estudiamos del Rab Abiner Shelita, que “nuestra Torá no concluye su relato con el becerro de oro”. Tal vez muchos entre los que escriben la historia hubieran preferido tal epílogo. Pero no. Hay reparo. Nos podemos reconstruir. Nos debemos reconstruir. Y la orden de D’s es erigir un Espacio de Santidad.
Ese espacio, queridos lectores, será de todos en el más amplio sentido del término. Cada uno y uno deberá aportar lo suyo, pequeño o grande, de menor o mayor valor, pero cada uno con su donativo y en su nombre, se hará presente y dirá ¡hineni! a la hora de la construcción…de la reconstrucción.
El Mishcán, asiento para la Divinidad entre los hombres, es el eje de nuestro Séfer Shemot en sus últimos capítulos. Nuestra última perashá nos brinda un detalle NO DE LO HECHO tan sólo, sino de lo recaudado y del destino de cada cosa donada…
Sí. Aunque no entendamos cómo ni por qué, Moshé Rabenu hace entrega de una minuciosa declaración ante el pueblo judío de sus donativos, y de cómo fue usado su dinero y con que fin…¿Acaso, nos preguntamos, alguien habría de dudar de la palabra así como la honestidad del gran líder popular? ¿Alguien podría pensar que Moshé nuestro maestro, estaría haciendo uso inapropiado de los recursos populares? ¿Es posible, volvemos a preguntarnos…??
“Ele pekudé haMishcán…”, ‘Estas son las cifras y las cuentas finales del Mishcán…’, comienza nuestra Torá. Para no dejar lugar a las dudas…
“La Torá nos viene a enseñar pautas de conducta moral y ética” advierten nuestros sabios. Pues, “aún Moshé Rabenu con toda su grandeza y honestidad, no dudó ni un minuto en dejar cuentas claras y ofrecer los detalles más pequeños de cada donativo, con el afán de demostrarles a los hijos de Israel, que eso habrá de sostener no la Santidad del lugar a construir, sino y por sobre todo, a perpetuar el carácter santo de toda una nación, que se reconstruye a partir de líderes sanos, dignos y limpios, cuyas manos están limpias y sus corazones por tanto, pueden permanecer en integridad…”.
Cuentas claras, hacen de los hombres, personas confiables. ‘Pekudé’, término que habla de ‘cuentas’, nace en la raíz de un verbo que nos habla del Recordar para Bien, y hacer efectivo dicho recuerdo…Este libro de Shemot, que hoy tenemos el mérito de concluir queridos lectores, comenzó hace muchos ‘capítulos’ atrás, hablándonos del Creador cuando decía: “…Pakod pakadeti…”…¿Lo recuerda? Entonces era D’s Quien ‘recordaba’, o como hoy, ‘tenía en cuenta’, clara, minuciosa, detallada, no a cosas, sino a personas. Arribamos a ‘Pekudé’, implorando al Todopoderoso Quiera ‘Recordarnos para el Bien’, y nos permita, en el accionar cotidiano, tanto en lo comunitario como en lo particular actuar a la manera de Moshé Rabenu, no dejar lugar a sospechas ni a pensamientos furtivos en lo que a dineros públicos se refiera. “Vihitém Nekiím..” ‘y seréis limpios…’. Sin lugar a dudas. Con cuentas claras que conserven nuestra amistad con la Santidad de la vida impuesta por el Creador en cada uno de nosotros…
Vaikrá | Tzav | Shmini | Tazria | Tazria-Metzora |
Ajarei-Mot | Kedoshim | Emor | Behar | Bejukotai |
VAIKRA – LEVÍTICO
“Sobre tres pilares el mundo se sostiene: sobre la Torá, sobre la ‘Avodá’ (Culto) y sobre las Acciones Bondadosas” afirmaba Shimón haTsadik nuestro maestro en el Tratado de Pirké Avot.
Y mientras por Torá entendemos el estudio activo de la Palabra de HaShem, su comprensión y puesta en práctica de Sus mitsvot, allí también comprenderá el final de su pensamiento que nos hablaba de ‘guemilut jasadím’, el accionar cotidiano que brota del estudio y su puesta en marcha en la vida diaria.
Pero, en medio de estos tres pilares, asoma el concepto: ‘Avodá’ que si bien, el lector sabedor del idioma hebreo traducirá como ‘trabajo’, habrá observado que lo dimos en traducir como: ‘Culto’, es decir, una suerte de trabajo ligado a lo ritual, que alcanza al hombre por doquier para arribar hasta El Todopoderoso en Su Trono Celestial.
En este tercer Libro de nuestra Torá, Jumash Vaikrá, estamos frente a la ‘Avodá’ propiamente dicha, o sea, aquel aspecto que media –desde la definición del Pirké Avot-, entre el Estudio y la Bondad, y que se nos aparece, al menos en una primera lectura, como el ‘mediador’ o más bien el ‘nivelador’ entre ambos pilares.
‘Vaikrá’ nos invita a captar y comprender a lo largo de su recorrido todo lo referente a una tarea: ‘Korbanot’, los sacrificios –animales o vegetales- los cuales serían eje central en el quehacer de Templo de Jerusalén, el Bet HaMikdash.
“Kirbat Elokim li tov…” cantaba David ha-melej. ‘La cercanía de D’s para mí, es buena’ decía el rey David en su Tehilím. Y tal sensación, la cercanía del Todopoderoso, no era una mera ilusión. Era una necesidad imperiosa para el hombre como tal, para el monarca como tal. Para aquel cuya fe lo hacía superar día a día las compuertas de los Cielos y cantarLe al Creador…
¿Y cómo acceder a estar cercano? ¿Cómo percibir que D’s ‘se encuentra cerca nuestro’? Sólo a partir de una comprensión genuina de la ‘Avodá’, podremos ingresar en tal conocimiento. Pues la misma esencia del ‘Korban’ nace de su propio sentido: la capacidad de estar ‘Karov’, cerca de, cercano a…
No hay tal ‘sacrificio’ en el sentido que los diccionarios proponen. Para nuestra tradición religiosa, el ‘Korban’ presupone cercanía, proximidad, estar junto a…
Y será a través de la ‘Avodá’, ‘Avodat haKorbanot’ que podremos descifrar los caminos que conducen al Creador y por sobre todo, cómo mantenernos ‘cercanos’ a El, es decir, poder cumplir con Su Voluntad.
Será a través del Estudio y la sabiduría que emergen de cada versículo de nuestra Torá, que llegaremos a comprender “..qué es lo que HaShem, Tu D’s, exige de ti”; y será a través de los Korbanot, como nos ejercitaremos en el hacer diario. Porque una vez que puedo saber lo que HaShem quiere de mí, debo indefectiblemente intentar acercarme hacia El y permanecer unido a El…”Le-ir-á et HaShem Elikeja…Le-Ahavá…ule-Dobka bo…”. Así el Temor a El, se conjuga con el Amor al Todopoderoso y a nuestra unión –‘debekut’- para con Su Voluntad.
David hamelej comprendía el sentido de lo bueno. De aquello que estuvo instalado en nuestro mundo desde el instante mismo de la Creación: “Y vió Elokím que era bueno…”. Y la cercanía del Creador, es la meta a alcanzar y perseguir en este mundo. Claro que la tarea no es simple ni fácil. Los ‘Korbanot’ serán el medio para cumplir con ella. Pero el fin, ya lo decía el rey David, en un salmo que elevamos tres veces al día, para asegurarnos no sólo el servir –‘Avodá’- a D’s en este mundo, sino poder hacerlo en el mundo venidero, en un mundo “sheculó tov”, donde todo, absolutamente todo, está contenido dentro de lo: ‘bueno’…
Dice el rey David: ‘karov HaShem le-jol koreav; le-jol asher ikreú-u be-emet…’. Es decir, que ‘HaShem está cerca de quienes Le invocan’, pero concluye el versículo: ‘de todos quienes Lo invocan con la Verdad…”.
Arribamos a Vaikrá y tenemos ‘al alcance de la mano’ la posibilidad de estar muy cerca. Muy cerca de la Verdad…Y eso no es poca cosa.
Inauguramos el pasado Shabat, la lectura del Tercer Libro de nuestra Torá, -Sefer Vaikrá- el libro de Levítico, que tal como su traducción lo indica, nos presentará todos los aspectos inherentes a un grupo humano, a una tribu de las 12 del pueblo de Israel. Los Leviim, descendientes de Leví, segundo hijo de Iaacov, serán sujeto e interés de este Libro, a lo largo del cual, podremos aprender las leyes que regularon la vida de esta tribu, así como la de quien se desprende de la misma para conformar el liderazgo espiritual del pueblo judío: Los Sacerdotes, es decir, los Cohanim.
Mientras que el Cohen -sacerdote- y de en medio de ellos, el mayor en edad y sabiduría será nombrado “Cohén Gadol” (Sumo Sacerdote) asumirán el rol activo del ritual y la pureza de todo un pueblo, los Leviím o Levitas, serán los encargados de cuidar que todo se cumpla en su debido orden, agregar la música a los servicios del Santuario y por sobre todo, la misión de ennoblecer al resto de sus hermanos -el pueblo de Israel-, por medio de la educación. Los Leviim, son, en efecto, los primeros maestros de Israel, tarea a la que habrán de dedicar sus noches y días, durante y con posterioridad al servicio activo en el Templo de Jerusalén.
Así lo refleja la bendición que los Leviim reciben de boca de Moisés -nuestro maestro-, en momentos de partir Moshé de este mundo físico:
…”Y de Leví dijo…Ellos, pues, enseñarán Tus juicios a Iaacov, y Tu Ley a Israel; pondrán incienso delante de Ti, y sacrificios sobre Tu altar…”(Libro de Deuteronomio, Parashat “Vezót haBrajá”, Cap.33: 8,10).
Así también, la tradición rabínica dá en llamar a este libro como “Séfer Torat Cohanim”, o sea, el libro que regulará la actividad de los Sacerdotes, que como expusimos más arriba, fue un desprendimiento de los Leviím a partir de Aharón, hermano de Moisés (ambos de la tribu mencionada).
“Vaikrá” contiene más de 250 mitzvot -preceptos-, siendo el primero de ellos, el referido a los “KORBANOT”, que quiere decir, los Sacrificios que deberían ser ofrecidos -tanto animales como vegetales- y las leyes que los regulan.
No obstante ser este libro de capital importancia en el devenir histórico de nuestro pueblo, y por sobre todo, una vez asentado en su propia tierra y de haber erigido el Santuario de Jerusalém, llama la atención de los comentaristas bíblicos, su ubicación en el seno de los 5 libros de la Torá. Es decir, que de acuerdo al criterio de ellos, lo más lógico hubiera sido que el libro de “BEMIDBAR” -“En el Desierto” (o Números)-, continuase al Libro de Éxodo (Shemot), tanto por la correlación de los hechos, ya que el libro de Shemot finaliza hablándonos acerca del “Mishcán” (el Santuario Móvil) y su construcción, y en el libro de “Bemidbar” (4º en nuestra Torá) se nos relata acerca de la inauguración del Altar y los sacrificios ofrendados por los príncipes tribales en el día de la inauguración (del “Mishcán”).
Por otro lado, desde la cronología de los hechos, el libro de Shemot concluye aproximadamente hacia el final del primer año de la salida de Egipto, y en el libro de “Bemidbar” nos encontramos con todo lo referente a la celebración de Peéaj, cosa que tuvo lugar durante el primer mes del 2º año de la salida de Egipto.
Sobrados motivos son los esgrimidos como para intentar una “reubicación” o reordenamiento, según lo planteado.
Más aún. Ingresando ya en el texto mismo de “Vaikrá”, en sus primeros versículos, la Torá plantea: …”Adám ki iakriv mikém korbán laHaShem…”. ¿Por qué, se preguntan los exégetas, comienza nuestra Torá esta parashá con la expresión “ADAM” (denominación genérica para todo ser humano) y no “ISH”, es decir, “UN HOMBRE”?? Por otro lado, el estilo en que está formulado el versículo llama a la reflexión, pues traducido literalmente el versículo citado más arriba diría: …”Todo ser humano que sacrificare DE ENTRE VOSOTROS (o de dentro de vosotros) un sacrificio para Ad’…”, mientras que en realidad, el orden de las palabras debería ser diferente, o sea: “Todo ser humano de entre vosotros que sacrificare un sacrificio…” etc. ( y dicho en hebreo: “Adám MIKEM ki iakriv korbán…”).
Vayamos, pues, en busca de algunas respuestas. Nuestros Sabios, de bendita memoria, explican esta situación diciendo, que el pueblo judío actuó de manera sublime y realmente elevada, en todo lo relacionado a la erección del “Mishcán” (Santuario Móvil) y sus utensilios. Su predisposición y abnegada entrega -tanto material como espiritual- no tiene comparación con otro momento en la historia bíblica. Así también la cosa es a los ojos del mismísimo Moshé, cuando nos relata la Torá:…”Y vio Moshé toda la obra y he aquí que la habían acabado de hacer; como había mandado el Señor, así la habían hecho; y los bendijo Moshé” (Shemot, Cap.39:43).
Así presentadas las cosas, la sensación imperante sería que -ya estando construído el Mishcán-, lo hemos conseguido todo, pues el Santuario (Móvil) habrá de perfilar la imagen de esta nación y habrá de asegurar su subsistencia, y todo, en síntesis estará ligado en derredor a él y nada más.
Este sentimiento no hará más que confundir y equivocar el sendero de todo un pueblo. Si bien el “Mishcán” será -sin duda alguna- el epicentro de toda una nación, y a través de él, la Divina Providencia “reposará” (“Shejiná”) sobre ése pueblo, no todo termina allí.
Sostienen nuestros maestros, que el “Mishcán” es -a priori- sólo UTENSILIOS, que necesitan que el ser humano los ponga en movimiento y los ordene, y los emplee con determinada finalidad.
Es necesaria la aparición del ser humano, que sepa cómo “poner en funcionamiento” ése Santuario,y por sobre todo, lograr que toda la Espiritualidad Divina recaiga en su accionar.De otro modo, si no estamos preparados para ello, poco será lo que pueda agregar el “Mishcán”, el Santuario, por sí mismo…
Y es por ello que el libro de “Vaikrá” continúa al de “Shemot” ( y no el de “Bemidbar”), pues de acuerdo a esta concepción rabínica, que que el Libro de Levítico, ES EL LIBRO DE ADAM -de cada ser humano-, y así en forma simultánea, con la construcción del Santuario, DEBEMOS CONSTRUIR TAMBIEN AL SER HUMANO, pues uno depende del otro…” (Rab.A.Orenstein, Sefer Haderush ve-ha-neúm).
Por eso el KORBAN, el sacrificio. Por su íntima vinculación con lo Divino. Porque “sacrificio”, como palabra latina, proviene de “sacrum”, que significa: sagrado.Pero el sacrificio, NO ES COSA SACRA, SAGRADA, EN EL JUDAISMO…NO NOS CONFUNDAMOS POR FAVOR!!! “Korbán”, en hebreo, proviene de “karov”, y “Karov” quiere decir “CERCA”, “ACERCAR”, “ACERCARSE”…Estar cerca de El. fuente de toda Santidad, requiere que yo, como sujeto, “ponga todo cuanto esté a mi alcance” para acercarme a El, para “AcercarLo” hacia mí…Por eso está “Vaikrá”, como vehículo entre el construir y el inaugurar. Falta algo. Falto yo.Falta el desarrollo de cuanta humanidad esté dentro de mí “ADAM”, para ofrecer en sacrificio, “KI IAKRIV”; pero entre el sacrificar y el sacrificio, se interpone una pequeña palabra, que a primera vista parece demás, o puesta en el lugar equivocado: “MIKEM”…”Adám ki iakriv MIKEM korbán” dice la Torá.Antes de todo, y más allá de mi buena predisposición, tengo qoe poner al servicio de D’s el “MIKEM”, TODO MI SER, TODOS MIS “ADENTROS”, TODO LO QUE SOY Y CUANTO SOY.
El autor de “Kiniané kédem”, enseña que:…”El KORBAN (sacrificio) verdadero es el Sacrificio del Corazón, es decir, el “acercamiento” (korbán=estar cerca) íntimo, espiritual (y sincero), hacia la Luz del mundo y Su Santidad, y el sacrificio ofrecido en el altar, era la expresión material de esta ofrenda del corazón…A partir de aquí podremos comprender el escrito que dice: “Adám ki iakriv MIKEM” -“Todo ser humano que sacrificare DE VOSOTROS”-, el principal sacrificio, es cuando ofrecemos “MIKEM”, es decir, desde el adentro del ser humano, desde la intimidad de su corazón y su alma (actitud=neshamá)…”
Estamos leyendo el Tercer Libro de nuestra Torá, “Jumásh Vaikrá” o bien como su nombre castellano señala: “Levítico”.
Este libro, tiene la particularidad de mostrarnos los caminos por los cuales acercarnos al culto del Todopoderoso por un lado, así como también las sendas que conducen al afianzamiento y el fortalecimiento del vínculo entre los seres humanos.
“Vaikrá”, el Tercero entre los 5 Libros de la Sagrada Torá pareciera estar allí, “en medio” de todos ellos, construyendo un “puente” invisible a los ojos aunque imprescindible para el alma, que permite unir cielos y tierra; que nos permite comprender y expresar el amor a D’s y a las criaturas por igual.
Así, el tema dominante de sus primeros capítulos y secciones (en hebreo perashiót ) –tal como lo hemos mencionado en una entrega anterior- son los Korbanot, es decir los Sacrificios -animales y vegetales- que serán ofrecidos por el pueblo hebreo en el Santuario de Jerusalén.
Si lo recuerdan, querida familia, en la perashá inicial de Vaikrá nos preguntábamos (y vale la pena volver a mencionarlo, ya que este hermoso tiempo de Pesaj tal vez nos lo hizo olvidar) lo siguiente: ¿Qué significa esto de los sacrificios? ¿Son acaso necesarios? ¿Qué vienen a expresar y por qué?
Preguntas y más preguntas. Todas ciertas y valederas. Dudas también. Y sin embargo, la leyes relativas a cada una y una de estas ofrendas, se ofrece con minuciosos detalles a lo largo del texto bíblico.
Afirmábamos también como parte de nuestra respuesta, aquella máxima rabínica que sostenía : “Sobre tres pilares se sostiene el mundo: la Torá, la AVODA, y las Buenas Acciones”. El segundo de estos pilares -AVODA- representa el culto, que en tiempos del Templo eran los Korbanot y en nuestros días lo son las Plegarias (Tefilot) insertas en el Ritual de Oraciones.
“Korbán” decíamos entonces, proviene de la raíz hebrea K’R’B, verbo que viene a señalar el concepto de “Proximidad”, “Estar Cercano A”. Lejos está del deseo del Creador, fomentar en el hombre la caza mayor y menor y alimentar su dominio sobre el reino animal (y vegetal) bajo la demostración de derramar sangre a mansalva o bien destruyendo la armonía ecológica de la obra de la Creación.
Al pedir al hombre un Korbán, El Creador le está insinuando un camino que lo acerque y que como resultado de esta proximidad con lo Divino, pueda el ser humano expresar su agradecimiento por el fruto de su trabajo, así como alcanzar Su perdón -en caso de haber obrado esa persona de manera negativa o inadecuadamente-.
Será a través de los Sacrificios que el hombre hallará una vía de comunicación, en tiempos establecidos y bajo estrictas normas rituales que preservarán la esencia vital del animal inmolado, con el Todopoderoso, y ejercitará para sí dos cualidades muy peculiares, a saber: SABER DAR, así como también, SABER DE QUIEN UNO RECIBE…
Pero aún resta por definir su necesidad. ¿Qué significa DAR? ¿En qué condición –no sólo material- estamos dando? ¿Dar significa verdaderamente “sacrificar”??
Creemos que la mejor respuesta la podemos intentar con un relato, que como todos los relatos nos invitará a reflexionar y a aprender del mismo. Leámoslo:
“Un padre, en su lecho de enfermo, decide dar a sus tres hijos un regalo muy particular, a modo de herencia. Así, al mayor le regala un largavistas muy pero muy poderoso, tan poderoso, que podría ver -si así lo quisiera-, de un extremo a otro del mundo.
Al segundo de sus hijos, le obsequia una alfombra muy particular…Sí, una alfombra que podría recorrer miles y miles de kms., sobrevolando tierras y mares, llevándolo -si así era su deseo-, a las distantes lejanías del globo terráqueo. En cuanto al tercero de sus hijos, el regalo consistía en una bellísima manzana, de hermoso aspecto y coloración dorada, que tenía una propiedad única: aquella persona que la comiere, debería expresar un deseo y al comerla, ese deseo se cumpliría inmediatamente.
Así entonces -relata nuestra historia-, un buen día, el mayor de los hermanos, utilizando su poderoso largavistas, pudo divisar que en un país lejano, más precisamente un reino distante, pudo divisar cómo el Rey se lamentaba y lloraba amargamente en su palacio. Ocurría que su hija, su única hija había enfermado gravemente, y no había medicina ni médico que pudiera curarla. Así, el Rey, declaró que quien curase a su hija, heredaría la mitad de su trono, pero lo principal, se casaría con la princesa…
El hermano mayor, comentó los visto a sus hermanos, y todos al unísono, decidieron emprender un largo viaje, a fin de ayudar al Rey y a su hija.
Llegaron los 3 hermanos a bordo de la mágica alfombra, y ya en palacio, el tercero de ellos ofreció la solución y la cura a la princesa: Comer de la manzana que su padre le había heredado… Y así fue. La princesa expresó su deseo de curarse, comió la manzana y ¡¡se curó!!.
La alegría en el palacio fue interminable. Bailes y banquetes, agasajos y felicitaciones a los héroes. Pero llegó el tiempo de cumplir la promesa real. La princesa debía ahora ser desposada por quien la hubo salvado de su mal… Pero, ¿Con quién habría de casarse??
El hermano mayor sostenía que a él le correspondía. De no haber tenido esos poderosos largavistas, jamás se hubieran enterado de aquel país, de ese reinado, del palacio y la princesa. Así que todo el mérito era de él.
Sin embargo, el dueño de la alfombra se opuso terminantemente. ¡De no haber sido por mi alfombra mágica no hubiéramos llegado nunca a tiempo, y la princesa habría muerto por su enfermedad!, sostenía el mismo, exigiendo casarse con la doncella.
¡Momentito! reclamó el tercero de ellos, dueño de la manzana con propiedades curativas. De no haber sido por mí, de nada hubieran servido los largavistas y la alfombra, pues para curar a la princesa necesitaban de mi, y de mi manzana…¡Yo debo ser quien reciba la recompensa del Rey, y casarme con la princesa!!”.
Hasta aquí el relato. Cuando estudiamos acerca de los Korbanot (Sacrificios), siempre siempre este relato formaba parte de los cuentos de nuestra infancia. ¿Quién merecía casarse con la princesa? ¿Qué significa DAR para nuestra Torá? ¿Dar lo que nos sobra solamente?
La respuesta esta vez, la deben encontrar Uds…
Un sugestivo título propone nuestra Torá, el presente Shabat para nuestra lectura y aprendizaje. “Tazría” nos habla de la condición más elevada que alcanza el ser humano al engendrar la vida y ser artífice de la pro-creación: es decir, asociarse al Todopoderoso en Su empresa inicial de dar vida al mundo y llenar e insuflar de vida al hombre, corona de Su Creación. El concepto que asocia nuestra Torá a la tarea encomendada de recrear y generar la vida por doquier está ligado a la ‘raíz’ hebrea “zera”: que significa semilla, plantación.
El arte del vivir será para Adam el llevar a cabo la obra más simple y más compleja: plantar para trascender; trabajar en la profundidad de su existir, a fin de comprender a su mundo, a Su Creador; penetrar –así como la semilla- en la intimidad de la tierra y abrazar después, la dimensión de los Cielos traducidos en esfuerzos, sueños y realizaciones: sus propios hijos. Sus frutos y flores más bellos, que adornarán los hechos de sus días y la inmensidad de sus horas.
“Ha-zor’ím be-dim’á…” cantaba el rey David en sus Salmos, ‘los que siembran con lágrimas, con júbilo habrán de cosechar’: no es fácil la tarea; supone lágrimas –de alegrías y de las otras, porque supone esfuerzos, porque conlleva dolor y pena; pero la siembra, que une los contrastes mismos de la vida al plantar la semilla en la oscuridad de la tierra aunque necesitando el tallo y más tarde la flor del sol en su esplendor, la semilla –“zera” – decíamos es la vida misma. Y la vida es una larga y prolífica cosecha de hechos y dichos, de acciones y de ideas, de sueños, proyectos y planes…Y no todos por cierto llegan a término. Allí las lágrimas, pero también la alegría…
“Cuando una mujer engendrare y diese a luz…” principia nuestra primera perashá anunciándonos el instante cuando el mundo cobra vida, en los días de un varón o de una niña. Y al leer el primer versículo, parece volver a nosotros el recuerdo de Adám y de Javá, los primeros en ser llamados a existir en este nuestro mundo. Y si Adám nos habla de la condición humana física –‘macho y hembra los creó’-, Javá nos estará presentando a esa condición elevada a su máxima expresión: “ki hí Em col jai…” – ‘pues ella es la madre de todo ser viviente’-.
Es significativa la afirmación del Rab Moshé Tsví Neria, de bendita memoria-, quien escribe en su libro ‘Ner laMaor’ que nuestra perashá es “la construcción ‘em=madre’ del pueblo judío”. Y se refiere el Rab al hecho que cuando se menciona la creación del hombre, el verbo utilizado por el Génesis es: ‘Vaitser’ –formó (D’s)-, verbo asociado a la Jojmá, sabiduría; mientras que al referirse a la mujer, el texto propone: ‘Vaiben’ –construyó (D’s)-, verbo que está ligado a la Biná –la inteligencia deductiva-. De lo que inferimos, sugiere el Rab, que la tarea paterna está relacionada con el saber, mientras que la esencia de lo maternal, transcurre por el construir=inteligentemente. El padre será en la concepción judía el iesod –el fundamento-, mientras que por la madre correrá la esencia de la ‘construcción, de la edificación’, el ‘Binián’.
Tal vez ahora, querido lector le quede claro aquello que en la ‘Sheva Berajot’, las Siete Bendiciones que enmarcan la ceremonia del casamiento judío, cuando bendecimos a D’s ‘…aher iatsar et ha-adám be-tsalmó’, ‘Quien creó al hombre a Su Imagen’, “Ve-hitkín lo mimenu BINIÁN adé ad…”: ‘y erigió para el una construcción de eternidad’, que el hombre se asoma al mundo del Creador a través de la ventana del alma de su mujer: del edificio que le permite allegarse hasta los mismos Cielos y desde allí, descender a su plataforma terrenal, y plantar, sembrar, cosechar los frutos y las flores: el “sejar perí baten”, ‘la recompensa del fruto del vientre’. “Ve-jaié OLAM natá betojenu”: ‘La vida eterna plantó en nosotros’. Y todo, todo, desde ‘Ishá ki tazría ve-ialedá…’.
METZORÁ –TAHOR
Este Tercer Libro del Pentateuco (O sea los “5 Libros de la Ley”) es el “nivelador”, el puente imaginario tendido entre cielos y tierra, que intenta mostrarnos y demostrarnos los caminos que conducen a servir a D’s por un lado, pasando por las distintas “estaciones” terrenas, es decir, los seres humanos por doquier, por otro.
Sin duda, dentro de los temas centrales que ocupan a nuestras parashot semana tras semana, la calidad de la relación con nuestros prójimos merece un apartado especial. No se puede ser “bueno” frente al Todopoderoso, sin aprobar exámenes…
Es difícil la convivencia, sin lugar a dudas. Sobre todo, cuando no vivimos solos. Por sobre todo, cuando “todo” lo miramos con nuestros ojos y “todo” también los “hablamos” con nuestras bocas. La vida de relación genera opinión. Y eso es muy bueno. Ocurre que estas “opiniones” son unas veces, constructivas. Las otras, cuando la “envidia, la ambición y la codicia” actúan, nos “sacan definitivamente de este mundo” al decir de nuestros sabios. Y allí los riesgos.
Nuestro Libro “Vaikrá” nos presenta una situación -en apariencia común teniendo en cuenta las conductas del ser humano-, aunque un tanto “atípica” en cuanto a su forma y lugares de aparición: nos enseña el texto acerca de una ENFERMEDAD que atacaba a la persona, pudiéndose instalar en su cuerpo, en sus ropas, o bien en las paredes de su hogar.
“Tzaráat” es el nombre genérico de la Afección. Manchas en la piel, ropas o paredes como dijimos. “Metzorá”, el nombre del afectado.
La consecuencia directa de la enfermedad, llevaba al aislamiento de la persona y su alejamiento del Campamento (recordemos que el pueblo hebreo habitaba entonces en el desierto) así como le era vedado su ingreso al Recinto del Santuario, hasta tanto hubiera sido declarado “purificado” por el Sacerdote, quien hacía el diagnóstico respectivo. Hasta aquí, podríamos pensar en alguna de las enfermedades “infecto-contagiosas”. Pero, la verdad sea dicha, esta enfermedad no provocaba contagio alguno, tal como se verifica al transcurrir el texto, así como cuando estudiamos las diversas leyes deducidas posteriormente en la Ley Oral y el Talmud…Entonces, ¿Cómo alcanzar un entendimiento con los hechos? ¿Frente a qué enfermedad estamos? ¿Por qué se plantea el aislamiento del “enfermo”? Muchas son nuevamente las preguntas. ¿Cuál o cuáles son las respuestas?
Nuestros Sabios -de bendita memoria- quienes buscaron afanosamente descifrar los párrafos “difíciles” de la Torá, nos dicen que: “METSORA”- tiene que ver con un tipo muy especial de personalidad, a la que le cabe -cambiando tan sólo los “puntitos” de las consonantes (las vocales hebreas) la denominación de: “MOTSIRA”, término que significa literalmente en castellano: “El que saca mal (de su boca)”, es decir, la persona dedicada a calumniar, a hablar mal gratuitamente de otra; en síntesis, a ejercer una vieja, ociosa y negativa costumbre, a la cual la tradición bíblica definió como: LASHON HA-RA (Lengua del mal o Lengua que calumnia).
Sugieren los sabios, que esta conducta, deplorable y tendenciosa, comienza como una manifestación dérmica en las personas, aunque lenta y progresivamente, sus ropas también se “enferman” y por último hasta su propia “casa”…¡Vaya lección que se nos ofrece! Cuando no tomamos “medidas a tiempo”, se nos parece insinuar, el “avance” de los síntomas resulta inevitable…
“La calumnia -lashón hará- mata a tres personas: A quien la dice, a quien las escucha y sobre quien se ha dicho” sentenciaban los rabinos. Resulta obvio cuán grande e irreparable es el daño ocasionado.
A tal punto es, que al decir del texto de la Torá, el “Metzorá” debía abandonar el campamento del pueblo de Israel y llevar una existencia aislada. Era mirado con desprecio y evitado por los demás, de momento que era considerado “impuro”.
Consideran, los maestros del Talmud, que esta “afección” -grave por sus consecuencias y los móviles que la promueven- tiene una profunda RAIZ SOCIAL, y como el PECADO cometido es precisamente contra la sociedad, el “castigo” es el permanecer FUERA DE ELLA. Por no saber vivir en los límites que imponen la dignidad y la honorabilidad humanas. Por haber “barrido” con la esencia que hace a la relación con nuestro prójimo. Por haberle “quitado” un poco la vida. Por suerte, la impunidad no forma parte del sistema de vida bíblico .
¡Qué mundo ideal el de la Biblia, estará Ud. pensando! Aunque en este caso, permítame decirle: esta es la realidad. Y la Torá ofrece SOLUCIONES REALES: Quien transgrede un orden social, debe quedar temporalmente fuera de la sociedad. Hasta tanto “se cure”. Hasta que desaparezcan las “manchas” -tsaráat- ya sea de su cuerpo, de sus vestimentas o de su propia casa…
En las Plegarias diarias -así como en cada Shabat-, al concluír la Oración Individual llamada AMIDA, elevamos un pedido original al Todopoderoso: …”Elokái, netsor leshoní me-rá, usfatái midabér mirmá”. “D’s mío”, le pedimos, “preserva mi lengua del mal y a mis labios del engaño y de la mentira…”
Vale el considerarlo. Mucho más con seguridad el pensarlo. Aunque muchísimo, el ponerlo en práctica.“Hajaím veha-mavet beiad ha-lashón”. “La vida y la muerte están en manos de nuestra lengua”.
Los días de Jag HaPésaj han llegado a su feliz término. Es tiempo de tener en cuenta ahora, los días y las semanas que unen más allá del tiempo calendario, el instante signado con la liberación de Egipto al del Recepción de la Torá -Jag HaShabuot-, y ellos son los días de SEFIRAT HAOMER, 49 en total, equivalentes a 7 Semanas Íntegras, que comenzaron a transcurrir desde la Segunda Noche de nuestro Seder Familiar.
Nos hallamos, por tanto, en la Sefirá, tiempo que construye, como decíamos, ese puente entre Pesaj y Shabuot.
Este Shabat, retomamos la lectura habitual de nuestra Torá. Estamos promediando el libro de Levítico -Jumash Vaikrá-, tercero en el orden del Pentateuco, libro particularmente valorado por nuestros sabios, por su carácter educativo tanto para el individuo como para el pueblo hebreo, que transita por el desierto hacia su madurez corporal y espiritual.
La sección semanal que nos propone el texto (con mayor precisión parte sustancial de ella), es leída durante esta ocasión y también durante la mañana y la tarde de uno día muy particular: Iom Ha Kipurím, el mismísimo tiempo donde el Perdón Divino tiene lugar en nuestras vidas y la de nuestros queridos.
“Ajaré Mot”, tal el nombre de nuestra parashá, goza de un particular “privilegio” y es por tanto que, deseamos alcanzar una explicación para ello. Es más, será nuestro intento el hallar -y siempre por medio de la sabiduría ancestral de quienes nos precedieron-, la circunstancia misma de su lectura durante este Shabat y su inmediata conexión -aparentemente de contigüidad- con la festividad de Pésaj.
Decíamos que, uno de los aspectos centrales sobre los cuales gira esta sección, trata sobre la “AVODÁ” -el ritual llevado a cabo a lo largo del Sagrado Día- por el Sumo Sacerdote, el Cohén Gadol, en las inmediaciones del Templo de Jerusalén y del “Kodesh HaKodashím”, es decir, el recinto de MAYOR SANTIDAD que poseía el Santuario jerosolimitano.
Este día, Iom HaKipurím, indicaba en el calendario un hito muy especial. Era nada más y nada menos, el tiempo donde la VOLUNTAD DEL TODOPODEROSO -es decir la total expresión de Su Amor y de Bondad- se ponía de manifiesto para con Su Pueblo Israel. “Et Ratsón” para quienes lo pueden contener en su significado hebreo.
Este tiempo resignificaba el vínculo entre D’s y Su pueblo. Lo revitalizaba. Le anunciaba nuevos hechos y por sobre todo, renovadas esperanzas de justicia, de verdad, de sensibilidad social y acercamiento al ideal bíblico en la observancia de preceptos esenciales emanados del Creador para la sociedad humana.
Iom Ha Kipurím -en cierto modo-, inauguraba una alentadora etapa, donde “todo” volvería a re-comenzar -si es que así podríamos definirlo-. La esencia de la Teshubá -arrepentimiento-, anuncia un punto de partida para el ser humano. Punto de partida desde el mismo lugar de donde empezó, sólo que ya “ha dado una vuelta completa y ha observado, analizado, desechado, aprobado y desaprobado conductas que le han sido perjudiciales” al decir del erudito sabio contemporáneo Rabino Iosef Dov HaLevi Soloveitchik ZTS”L. Sostiene genialmente el Rabino, que “la Teshubá es por cierto un movimiento circular, donde la persona debe ‘volver a ser uno mismo’. Por tanto, podríamos convenir que, Iom Ha Kipurím con todas sus connotaciones, representa el comienzo de una era “reconciliatoria” del hombre consigo mismo y a partir de ello, con el Todopoderoso.
Así lo establece el texto de nuestra parashá “Ajaré Mot”, cuando al referirse al Sagrado Día dice: “…Será esto para vosotros una ley perpetua; en el séptimo mes, en el día diez del mes…Ya que en este día hará expiación por vosotros para purificaros. De todos vuestros errores, ante HaShem habréis de purificaros…” (Vaikrá 16:29,30).
El sabio judío de Praga, el MAHARAL, personalidad indiscutible en el mundo del estudio e interpretación bíblicos, nos acerca al respecto, en su libro “Baer HaGola”, una explicación acerca del pedido de nuestra Torá de “…hacer sonar el SHOFAR en la conclusión de Iom HaKipurím” (acto que debería ocurrir en el Sagrado Día del Perdón del “Iobel”, es decir del AÑO CINCUENTA, pues cada año 50. se celebraba el Jubileo, donde todas las pertenencias retornaban a sus dueños originales -por ejemplos tierras arrendadas-; o bien, si alguna persona se hubiere vendido como esclavo a perpetuidad, debería irremediablemente salir en libertad al aproximarse el “año del iobel”).
Dice el Maharal: “…El sonido del Shofar – “Tekiá”- es por lo general (para significar) la SALIDA HACIA LA LIBERTAD, así como lo era la Tekiá del Iom HaKipurím en el Iobel (Jubileo – espacio de tiempo de 50 años), y es así, por tanto, cuando la Neshamá -el aspecto vital del ser humano- se libera definitivamente del pecado – esto es, de su servidumbre a los instintos-, es cuando precisamente se hace sonar el Shofar en la conclusión de Iom HaKipurím, porque es allí cuando la Neshamá (capacidad espiritual y cognoscitiva del hombre N.del T.), retorna a su Libertad Natural – “Ben Jorín”- de las transgresiones cometidas…”.
Si nos detenemos por un instante a reflexionar acerca de lo escrito, podremos establecer los “puentes” que nos propusimos construir al principio de nuestro comentario.
La celebración de Pesaj conlleva un poderoso significado de Libertad. Como esclavos del Faraón y como ‘esclavos de esclavos’. La salida de esa esclavitud, tuvo que ver -en primer lugar- con la liberación del cuerpo físico, el cuerpo social de una nación engrandecida en los “números” aunque empequeñecida en sus cualidades morales, idea que sustentamos del mismo texto de Sefer Shemot al enterarnos: “…veló shameú el Moshé, mikotser rúaj u-meavodá kashá”, que a los hebreos les resultó -al menos al principio- muy dificultoso el escucharlo a Moshé, porque eran impacientes y porque sus trabajos eran muy pesados, al decir del texto. ¿Qué pesaba más a la hora de tomar decisiones? Un “espíritu abatido y ‘recortado’, puede con seguridad ser más inseguro que cualquier “carga laboral”, ¿o no? O si no, ¿cómo explicar a veces nuestra propia impaciencia de escuchar…a nosotros mismos en primer lugar, y más tarde a los otros??
Así es como Pesaj nos devuelve en cierta manera el coraje de “darnos tiempo”, o mejor dicho, ser los dueños verdaderos de nuestro tiempo. Allí es donde empieza el derrotero. Allí el camino. Pero no hay caminos sin obstáculos, sin tropiezos. Sin fracasos ni recaídas. Seguramente no. Pero gracias a D’s, HAY CAMINOS. “…Ve-Hú ieiashér orjotéja”, el Todopoderoso será Quien se encargue -una vez “encaminados”- de hacer que esos trayectos sean Iesharím, es decir, rectos, al decir del hermoso versículo.
Es así como nuestra parashá alberga un sentido más al de la libertad “obtenida” durante Pesaj Mitsraím y a lo largo de “Pésaj Dorot” (la festividad de Pésaj Generacional). Y eso ocurre cuando al escuchar el agudo sonido del Shofar al finalizar Iom Kipur. Es allí, dice nuestro autor, cuando expresamos nuestra esperanza de haber obtenido la LIBERTAD ESPIRITUAL, y no quedamos expuestos ya a la servidumbre de nuestros instintos, de nuestros impulsos, de todo aquello que no queremos ser ni hacer más.
Jag Ha Pesaj inicia el camino. Iom Ha Kipurím lo enaltece. La llegada a la tierra de Israel permite “bajarlo a tierra” y pavimentarlo, si de alguna manera lo podríamos graficar. El resto es caminar, libres en ambos sentidos y en ambas direcciones. El Cuerpo se libera, el Alma se exalta. Es cuando ambos perciben la Presencia de la Divinidad. Es cuando el hombre decide abrazar para siempre el “Yugo” que con mayor libertad le asiste a lo largo de su vida: “Ol Maljut Shamáim”- el Yugo Celestial.
¿Qué es lo que significa, me pregunta? El poeta Rabi Iehudá HaLevi le responde:
“…Los esclavos del tiempo, son esclavos de esclavos; el esclavo de D’s, él sólo es verdaderamente libre.
Y será cuando todo ser humano requiere su lugar, Mi lugar junto a D’s, es lo que anhela mi alma…”(del poema “Avdé hazemán”)
Hay días claros y los hay oscuros. Sin embargo, ello no depende tan solo del sol ni de la luna. Sino y por sobre todo, de cuanto hacemos por verlos de una manera u otra. No tenemos algunas veces, no podemos las más, la suerte de reparar en esos momentos en los cuales un rayo de luz invade las almas y los cuerpos, indicándonos qué hacer, cómo hacer y cuándo.
La oscuridad ha sido patrimonio del mundo de la Creación misma. No obstante ello, la Luz fue lo primero obrado por D’s. No para producir contrastes. Ni tampoco para crear antagonismos. Ni siquiera para efectos especiales. Sino que para hacernos saber que la Luz es posible y ella proviene de El y debemos permitirle ingresar – así como cada amanecer de la naturaleza -, permitirle entrar en nuestras vidas. ¡Pero qué difícil resulta! Si a cada rayito de luz se le antepone un gran cono de sombras. Decimos que queremos salir de nuestras cosas. Pero no podemos. Decimos que hacemos todo cuanto nos recomiendan. Pero no alcanza. Decimos – y es verdad- que no es tan fácil ni tan simple, ni tan gratuito, proponerse buscar soluciones, cuando habitamos en medio de una sociedad que todo lo resuelve ¡rápido! ¡ya!…Y tenemos razón.
Sumirse en negros es no aceptar que hay blancos. Combinarlos, es vivir entre grises. Desecharlos, es perder noción del color de la vida, que se tiñe a veces, como en estos días de tonos rutilantes, encandilantes, aburridos y agotadores. ¿Cómo entonces hallar el remedio? ¿Cómo lograr – por ejemplo- que mi esposo me entienda y no que me “atienda”? ¿Cómo encontrar un espacio entre mis amigos, donde al habitual “estar bien” de rutina, lo estemos realmente? ¿Cómo le digo a mi hijo, que no soy todo el poderoso que imagina, y que lentamente me sumerjo en un pantano de deudas y acreedores que me agotan hasta en mi gratuita capacidad de ser padre?
Muy poca luz para semejantes claroscuros (“atención”; “estar bien”; “poderoso en desgracia”; “ser padre”) que ocupan mi vivir cotidiano. ¿Cuál es el bálsamo para todo ello? ¿Lo hay? Claro, ahora Ud. espera al Rabino. A la Torá. A la sabiduría que de ella emana. Y tal vez, tal vez, la receta mágica. O una mágica poción. Aquel cantito con el cual se llenaban nuestros oídos: “sana, sana…”. Pero, ¿Sana de verdad? ¿Cuándo: hoy o mañana? Pero, ya sea que somos más grandes y no nos la creemos, o porque la “colita de rana” no nos convence como antes, necesitamos de algo más…¿Qué más? Y creemos que nos falta la palabra, por un lado, que nos defina, y el oído – por el otro- que la escuche. Para la primera, el ejercicio debe ser interior. Pero lo segundo, mi querido lector, lo segundo: ¡eso sí que es difícil!! ¿Poder tener alguien quien me escuche -y que no cobre por ello-? ¡Vaya si de misión imposible me habla! Sin duda es la reiteración de una serie exitosa, que cambia siempre los protagonistas, los nombres, aunque la esencia es la misma. Apenas ingresados en el ‘nuevo’ milenio, en todo hemos progresado, hasta en la sordera espiritual…
Hablamos de “prestar” oídos, al mejor estilo bíblico (¿vio que la Biblia siempre aparece, por fin?). Prestar oídos, eso es, ni más ni menos. ¿Qué significa? Vea: Escuchar; atender; entender; calmar; comprender; dar paz; disentir; ayudar; curar…¡Mire cuántas funciones cumple nuestro órgano auditivo! Escuchar – “Shemá Israel” – surge como imperativo en la vida del individuo y del conjunto. Oír para ser oído, es poder cruzar una y mil veces océanos de silencio y de incomprensión, que han crecido en las aguas de la apatía y la indiferencia, ahogando con sus alturas, los intentos fútiles de tantos y cuántos seres queridos. Sólo después del “Shemá”, se empieza a pronunciar: “Veahabtá…” : Amarás…A D’s, a los hombres , a los tuyos. Un amor responsable. Porque ser responsable, es tener respuestas. Tener respuestas, es ante todo, poder atender a la pregunta. Escuchar. Prestar nuestros oídos. Regalarnos y regalarle al otro, lo más hermoso que tenemos y que nos pertenecerá por siempre mientras estemos vivos: el tiempo; los días; las horas…Aún los contados minutos que disponemos para ser humanos. Más humanos… Estamos en Shabat donde uno de los temas centrales es Kedoshím, tal el nombre de la segunda de las perashiot que compartimos. “Santos”, “Consagrados”, “Con Presencia”…Nos lo pide la tradición bíblica el alcanzar esta dimensión. La santidad que emana del Creador, “baja” a tierra. Se conecta con el hombre. Se transmite a su cuerpo. Se inicia con su alma. Ser santo para la Torá, es hacer por el otro y por mí…Desde mi perspectiva, pero tomando en cuenta la necesidad del otro, que es diferente a mí, por cierto. “Amarás a tu prójimo – próximo como a ti mismo” está escrito en la cúspide de nuestra perashá. Lo dijo D’s, el Creador, Nuestro D’s…ningún otro…Evitemos suspicacias. El amar a ese otro, es saber lo que necesita, nada más. No tan sólo cuanto yo lo quiero. Pues eso no es suficiente. Ahí está la luz. La primera y la última. Allí es el faro del mundo, desde donde se lo ilumina. Amar es dar, prestar: ojos y oídos. Ojos para ver, oídos para descubrir… Y si no hay lugar para ello ya en nuestro mundo, entonces, ya habremos elegido el tono de color; ya habremos decidido que parte del día es; ya habremos entendido el por qué no podemos, por qué no alcanza y por qué todo es insuficiente…Y si llega a ser así, en este mundo que D’s creó y al cual sacó de sus oscurantez y negrura, entonces, el último, por favor, que el Ultimo Apague la Luz…
A nuestro Libro de “Vaikrá”, tercero en el orden bíblico, le cabe la denominación de: “Sefer Torát Cohaním”, denominación que agrega una dimensión básica en su contenido: contarnos acerca de las peculiares condiciones de una Tribu – ‘SHEBET’ – entre las doce que conformaban al pueblo de Israel: la de Leví, y su ramificación esencial: los Cohaním, o Sacerdotes.
Queremos explicarle, querido lector, que el Sacerdote o Cohen, y entre ellos, el máximo dirigente espiritual de Am Israel, el “Cohen Gadol” -el Sumo Sacerdote-, surgió de “entre las filas” de la tribu de Leví, siendo el primero de ellos y por ende, el precursor de ellos, Aharón Ha-Cohen, hermano mayor de Moisés, descendientes ambos de la mencionada tribu.
¿Qué rol le cupo -cabe- al Cohen? ¿Por qué su importancia y su lugar de preponderancia en tiempos del Templo de Jerusalém y aún en nuestros días? ¿Cuáles fueron sus funciones en la antigüedad? ¿Qué deberes les asisten hoy en día y qué impedimentos aún deben conservar? Muchas son sin duda las preguntas. El Libro de Vaikrá nos acerca respuestas a cada una de ellas. En honor a la verdad, el TANAJ todo nos brinda un detallado relato sobre estos seres humanos tan peculiares. Pero, y sin ánimo de exagerar, la TORA SHEBEALPE toda -la MISHNA- y posteriormente el TALMUD, nos conservan la imagen pictórica, viva y real, de tan alto y noble dirigente, que supo asumir en toda época y en toda circunstancia, la responsabilidad para la cual fue elegido designado.
Existió un núcleo vital, en y derredor del cual giró la vida política, social, económica y por cierto espiritual de la nación hebrea. El MISHCÁN en pleno desierto, significó el “espacio” para el encuentro -del pueblo judío- con la Divinidad. Encuentro en el tiempo -OHEL MOED-, y celebración con la eternidad.
El Bet Ha Mikdash -el Sagrado Santuario de Jerusalén- fue su destino terrenal definitivo. En dirección a él, se tornó el pueblo, las 9 tribus y media que habitaron Israel, ascendiendo física y espiritualmente a su recinto. Sus “ocupantes y guardianes”: los Levitas y los Cohanim.
Menuda “custodia” les cupo a quienes desde la época del desierto, abrazaron la fe en D’s, enseñando, instruyendo, brindando lo mejor de su humanidad aunque también, defendiendo “a capa y espada” la idea monoteísta, destruyendo a cuanto “Becerro de oro” se erigiera así como a sus constructores.
Serán los Leviim y los Cohanim quienes asuman un compromiso eterno de “Consagración al Todopoderoso”, sirviéndoLe y transmitiendo los contenidos de Su Ley, nuestra Torá.
Por esa razón, no dispondrán de tierras propias en el momento de heredar las tribus de Israel la Prometida “Canáan”. Es más, su destino será el de ser “…esparcidos por Israel y divididos en el seno de Iaacob”, de acuerdo a la bendición final del Patriarca en Egipto.
En efecto, 48 ciudades serán las de los Leviim en todo el territorio del pueblo hebreo, algo así como un mínimo de 4 ciudades o localidades, en cada tribu y tribu, considerando, como lo insinuamos, que 9 shebatím y medio habitaron la tierra de Canáan, y dos tribus y media lo hicieron allende el Jordán (Reubén, Gad y media tribu de Menashé).
Así las DOCE TRIBUS se vieron “abastecidas” de los maestros y encargados de transmitir la Torá, desde el aspecto textual -la Torá Escrita-, tanto como de su aplicación y enseñanza ‘boca a boca’, -la Torá Oral-. De modo tal que, los primeros “profesionales” en educación en el pueblo judío, fueron los Levitas.
Pero, eran amantes de las artes también. Pues los Leviim, fueron los encargados en el ámbito del Santuario de Jerusalén, de ejecutar la MÚSICA que acompañaba el ritual diario de los Sacrificios, entonando los Salmos -TEHILIM- compuestos tan bellamente por el rey David.
El “Shir shel Iom”, el salmo que se recitaba para cada día de la semana, recuerda en nuestras plegarias actuales esta función.
Sin duda, fueron un grupo humano muy particular, que en el devenir de los tiempos, ocuparon un lugar de preeminencia en la sociedad judía toda.
Su presencia, la del Cohen y el Leví en dependencias del Bet HaMikdash, garantizaba -si así lo podemos decir-, la “AVODÁ”, o sea, el Ritual Cotidiano, el Servicio a D’s, el “contacto” diario con lo Divino. En suma: la esencia constitutiva misma de Am Israel…
Pero por otro lado, esta presencia, era indicadora de otra realidad, la terrenal por así llamarla. La “conexión a tierra” si se quiere. Pues el Cohen y el Levi habrían de “comer, beber, vestir y en síntesis VIVIR”, de la solidaridad, bondad, y equidad -JESED y TSEDAKÁ- de toda una sociedad -la del pueblo de Israel-, que acercaría al espacio del Santuario el fruto de sus manos., vegetal o animal, no sólo como agradecimiento al Creador, sino también en responsable actitud para con aquellos que “cuidaban y optimizaban ese vínculo”.
Desde ya, no es nuestro intento el IDEALIZAR, pero la sociedad bíblica no permite otra comparación que con el ideal. Al menos desde la propuesta. Y por sobre todo, cuando la ACCIÓN es precedida por la INTENCIÓN.
Cuando el “cuerpo” -GUF-, contiene y manifiesta su “alma” -NESHAMÁ-. Cuando compartir, es reconocer el lugar propio y la verdadera necesidad del otro, así entonces nos acercamos para comprender esta particular ORGANIZACIÓN SOLIDARIA -MATERIAL y ESPIRITUAL- del pueblo judío en el pasado.
Nada podía faltarle al maestro, al Servidor, a aquel que daba todo de sí, por multitudes anónimas que estaban esperanzados en él -el Cohen-, y en todos ellos, los Levitas.
El último de los Profetas, MALAJÍ, quien vivió los tiempos de la reconstrucción del SEGUNDO TEMPLO de JERUSALÉM, resume con elocuencia, el lugar del Levi -y por extensión del Cohen-, cuando explica que:
“…Berití haietá itó hajaím vehashalom”. “Mi pacto (dice el Todopoderoso) fue para con él, la Vida y la Paz”…
Dejemos que el texto hable por sí solo, ¿verdad?. Pero agreguemos algo más: “…Torát emet haietá befíhu…”, la Ley de la Verdad estuvo en su boca, “ve’avlá lo nimtsá bisfatav”: es decir, que la injusticia y la inmoralidad no habitó jamás sus labios. “Beshalom
ubemishor halaj Ití” sigue el profeta transmitiendo, que en paz y en rectitud se encaminó Conmigo (dice D’s), “verabím heshib me-avón”, y a multitudes retornaron de sus transgresiones.
He aquí una semblanza de tamaña tarea. De tamaña entrega. De tanta dedicación. Pero también de tanta responsabilidad. He aquí el perfil deseado -aunque no siempre hallado- para quienes habrían de dirigir, orientar, perpetuar y sensibilizar, el vínculo de toda una nación para con Su Padre Celestial. Y no es poca cosa. HAY QUE ESTAR A LA ALTURA DE LAS CIRCUNSTANCIAS, ¿VERDAD?
Y por último, concluye su apreciación el profeta:
“…Ki sifté cohen ishmerú dáat, ve Torá iebakeshú mi-píhu”: Pues los labios del Cohen atesorarán la sabiduría, y la Torá habrán de requerir de su boca; “ki maláj HaShem Tsebaot hú”: pues el cohen -y por ende el Leví, alcanzan en la dimensión profética el rango de “Ángel del Todopoderoso”, es decir, Su emisario y Su transmisor, el hacedor de Su Palabra…Ni más ni menos. SU PALABRA DE “VIDA” y de “PAZ”. SU PACTO -BERIT-, NUESTRA TORÁ…
Arribamos estas semanas a las instancias finales de Vaikrá . Y si bien, hemos sostenido que la tendencia del mismo es la de hallar una suerte de “comunicación” entre cielos y tierra, entre D’s y el hombre -Creador y creado-, debemos considerar hoy, al concluirlo, que dicho vínculo habrá de lograrse definitivamente y se verá reforzado y revitalizado, a partir de la estrecha relación que tendremos nosotros -los seres humanos- con nuestro mundo, con nuestra tierra.
Dicha relación es conocida hoy como Ecología, o sea, los cuidados que debemos guardar en cuanto a nuestro Medio Ambiente, a fin de su preservación.
La Ecología es en efecto, la ciencia, rama de la biología, que nos mueve a estudiar la relación entre los organismos entre sí y con el medio que los rodea. En particular, la ecología humana, que podría considerarse una rama de la sociología, trata esencialmente de la relación existente entre el hombre y la circunstancias naturales que le rodean.
Para la Torá, este vínculo con todo lo creado -el universo y la naturaleza-, está planteado desde la Creación misma del mundo. La Ecología no es algo nuevo para la Biblia. Es condición “sine qua non” para asegurar la existencia humana, animal, vegetal y mineral, así como para resguardar los recursos vitales para dichas existencias…
Hoy, durante el presente Shabat, las primeras “señales” de ése vínculo -en la actualidad definido como “Ecología”-, tienen lugar en nuestra Parashá:
“Habló D’s a Moshé en el Monte Sinai diciendo: Habla a los hijos de Israel
y habrás de decirles: Cuando entréis a la tierra que Yo os doy a vosotros, habrá de descansar la tierra, descanso ante Adonai.
Seis años habrás de sembrar tu campo, y seis años habrás de podar tu viña, y recogerás el producto de la tierra.
Y en el año séptimo, descanso y reposo será para la tierra, Shabat ante Adonai: tu campo no habrás de sembrar y tu viña no habrás de podar…” (Vaikrá, Capítulo25: 1-4)
No sólo el hombre habrá de descansar de su labor. También lo hará la Tierra . “Shemitá” -tal es el término empleado por nuestra Torá para indicar el “Año Séptimo o Sabático”-, quiere insinuar LA NO EJECUCION DE LABOR MANUAL por un lado, mientras que el objetivo final será: “Veshabetá haárets Shabat la-Adonai”, es decir, que la Tierra misma vivirá “su Shabat” para con D’s.
Así como el Shabat arriba semana a semana a nuestro seno, lo hará también, UNA VEZ CADA 7 AÑOS para la tierra. Si, la tierra también merece un descanso para nuestra Torá. Sí, la tierra debe también re-crear su vínculo, estrechar su unión, con Su Creador.
Así entiende el texto bíblico el principio de preservación, cuidado y mantenimiento del Medio Ambiente. Concediendo tiempos, espacios, descansos a aquellos aspectos “secundarios” a nuestros ojos (aunque elementales como la Naturaleza); aún a todo aquello que de no “ser trabajado” incesantemente -sacando hasta la “última gota del jugo”-, perdería su sentido utilitario y por cierto su finalidad para el ser humano… ¡Justo en estos tiempos! Donde nuestra tarea tiene que ver con: Producción y más producción. No detenerse nunca. Miremos el ejemplo del Japón, donde ya ni las vacaciones son tenidas en cuenta para el trabajador. Eficiencia, Producción, Hombre-Máquina… Y ya no hablemos de la Tierra y del vínculo semi-destructivo para con ella: Polución, Capa de Ozono, Contaminación, Naturaleza al borde del caos…”Tohu vaBohu”, aquel “desorden del comienzo”, al que D’s le supo insuflar orden y vida.
¿Alcanzamos a comprender la grandeza del texto y la proyección que sus leyes alcanzan aún para nuestros tiempos? Saber vivir es saber con-vivir. Y ante todo, con mi mundo, con mi tierra, con la naturaleza sostiene la Torá. La naturaleza no debe ser considerada sólo durante el tiempo de nuestras “vacaciones” al aire libre, donde buscamos los espacios verdes y saludables. Hay un tiempo para compartir. El tiempo “del no trabajo”, “del descanso”. Del “encuentro con D’s” y por ende de nuestro re-encuentro con la tierra y el mundo.
Para nosotros, lo humanos, ése tiempo transcurre una vez a la semana. Cada Séptimo día. Un Séptimo de nuestra vida si así lo queremos.
Para la tierra, el ciclo laboral se extenderá 6 años, y cuando arribe el 7º Año:
“Lo germinado espontáneamente de tu siega no habrás de cosechar. Y las uvas que separaste como remanente no habrás de vendimiar, año de descanso será para la tierra. Y será (el producto) de la tierra en el año de descanso, para vosotros, para comer: para tí, para tu siervo y para tu sierva, y para tu asalariado, y para tu residente, los que moran contigo. Y para tu bestia y para la fiera que hay en tu tierra habrá de ser todo su producto para comer”. (Vaikrá, Cap.25:5-6)
¿Qué hay detrás de esta “NO LABOR” de mi parte, y del “DESCANSO” de la tierra -Shemitá y Shabbat-, nos preguntamos??
Simplemente la solidaridad, la justicia social, la Tsedaká elevada a su punto más alto. La puesta en marcha de la Compasión, la bondad, la sensibilidad… Ni más ni menos.
Al decir de Maimónides en su Libro “Guía de los Perplejos” (Parte Tercera, Capítulo 39): …”en cuanto a todos los preceptos concernientes al séptimo año y al año del Jubileo, tienen como finalidad, ora mover a compasión y generosidad hacia los hombres, conforme está escrito: …”Que coman los pobres de Tu pueblo y lo que quede lo coman las bestias del campo” (Exodo 23:11), y procurar que la tierra sea más fértil, mejorándose con el reposo, ora inspirar benignidad hacia los esclavos y los menesterosos…”
Decíamos al comienzo de nuestro comentario, que el sentido por la preservación de lo creado, nos fue dado, como seres humanos, al principio mismo de la creación. Allí, Adám, fue colocado en el Jardín de Edén, relata el texto, “le-OVDA ul-SHOMRA”: para LABORARLA y para PRESERVARLA. Dos tareas para un mismo fin: Asegurar la existencia.Garantizar la Creación.Comprometer la continuidad del universo. Conciliar por último, entre el Hombre y el Mundo -su tierra, la naturaleza-, hacia el definitivo paso de la Redención…
“Impondré paz en la tierra, yaceréis y no habrá quien haga estremecer y haré desaparecer las fieras feroces de la tierra, y la espada no pasará por vuestra tierra” (Levítico 26: 6)
En el Talmud Bablí, Tratado de Taanit 22 B, interpretan nuestros sabios – el versículo citado- de este modo …” y la espada no pasará por vuestra tierra”. ¿Cómo interpretamos la palabra espada?. Si te refieres a la espada que NO ES DE PAZ, acaso no está escrito: “Y Yo estableceré la paz en el país”? Dí entonces: “incluso la espada de la paz” (no pasará). (Y aclaramos: “espada que no es de paz”: se refiere al ejército enemigo que viene a luchar contra Israel ; mientras que la “espada de paz”: se refiere a un ejército extranjero, que pasa por el lugar sin intensiones de agresión).
¿Cómo podemos entender la discusión planteada por nuestros Rabinos?
Podríamos deducir que existe una PAZ que proviene “de adentro”, del cuerpo social de una nación, cuando prima esa voluntad de convivencia entre las criaturas.
Pero hay otra “PAZ”, generalmente provocada por factores que provienen del exterior.
La primera de ellas, es sin duda, señal de bendición para el ser humano, mas la segunda, en nada ennoblece al hombre. Así también habrá una espada que será eternamente negativa, así como existirá otra, que en determinadas circunstancias tendrá cierta faz positiva. Veamos: Cuando la paz, la quietud dentro de un país, entre el hombre y su prójimo, es producto de la feliz solución a los acuciantes problemas sociales, ES SIGNO DE BENDICIÓN PARA ESE PUEBLO.
Pero no siempre ese estado de paz responde a factores internos de la sociedad. A veces depende -indirectamente- de causales externos. Cuando el peligro amenaza -desde el enemigo externo- a un pueblo, suele ocurrir que esa situación “borra” temporalmente las dificultades que hacen al orden interno de ese país. La defensa de su propia vida hace olvidar la dolorosa desigualdad que hace convivir , como dos polos opuestos, la paupérrima miseria con la opulenta burguesía. Seguramente, estaremos de acuerdo, que esta suerte de “PAZ”, no será señal de bendición para ésa nación. Esta situación de “PAZ”, no define precisamente los sentimientos de amor y fraternidad que anidan en los corazones de una población.
También la espada tiene sus aspectos. Cuando podemos apreciar la existencia en un país de una “paz ideal “, que es signo de real bendición, entonces la “espada externa” es una severa y cruel maldición. Esa espada ha sido creada exclusivamente “para acortar los días del hombre sobre la tierra”.
Pero, cuando ocurre que no existe la “pacificación interna” y la “espada exterior” es la que la provoca (a la paz , y NO UNA PAZ OBLIGADA) , entonces esa espada puede llegar a revestir una pequeña dosis de positividad. Pues es preferible aún una paz “a presión” que la existencia de paz.
El versículo de nuestro parashá nos promete: “Y Yo estableceré la paz en al país…”, quiere decir: dentro de él, entre sus habitantes, una paz verdadera que refleje una bendición real para la nación entera en sus cuadros internos; “Y la espada no pasará por vuestra tierra”: es decir, la espada no será necesaria para crear las condicione de paz dentro de ella. No habréis de necesitar de una “paz forzada” por la espada, pues vuestra quietud responderá a los lazos de afecto, respeto por la vida y la fraternidad imperantes en vuestro medio.
¡¡Qué desafío nos propone nuestra Torá !! Más allá de la oscura realidad que hace a la convivencia entre los pueblos, debemos intentar que NUESTRA PAZ, aquella que podemos forjar con nuestras propias manos -inspirados en el Creador que nos concede el beneficio de dárnosla- haciendo de nuestra sociedad un mosaico de voluntades en busca de la felicidad de sabernos ”responsables los unos para los otros…”.
No nos unirá el infortunio, parecería decir el texto…también eso nos garantiza el Santo Bendito sea.
Tal vez así, podamos comprender aquello que el versículo menciona en medio: “…Haré desaparecer las fieras feroces de la tierra…”, “Jaiá raá”, la bestia salvaje que anida en el ser humano cuando no imperan ni la paz ni la quietud, entonces el hombre es inhumano. En cambio, si la verdad y la justicia; la bondad irrestricta y el amor gratuito se conjugan en la paz, entonces cada ser humano será como un ángel para con su prójimo: sólo bendición, responsabilidad y santidad en la vida.
Bamidbar | Naso | Behaalotejá | Shelaj Lejá | Koraj |
Jukat | Balak | Pinjás | Matot | Masei |
BAMIDBAR – NÚMEROS
El orden ante todo
Arribamos el presente Shabat al 4º Libro de nuestra Torá, “Bemidbar Sinaí” –‘En el Desierto del Sinaí’-, que nos narrará a lo largo de sus 36 enriquecedores capítulos, las circunstancias, vicisitudes, ‘altos y bajos’ que vivimos como pueblo judío, durante una larga y fatigosa travesía de 40 años, camino a la Tierra de Israel, la ‘Tierra Prometida’.
Este trayecto que nos habla ante todo acerca del ‘sabor’ de la libertad de un pueblo en sus primeros 40 años de vida (toda una generación), nos presenta un cuadro de situación bien definido a lo largo de sus 10 Perashiót -Secciones-, cuando la primera mitad de ellas relatan los hechos -dramáticos algunos- que ‘marcaron a fuego’ el destino de aquella “generación del desierto” que habría de morir precisamente en él sin ingresar a la Tierra; mientras que la otra mitad del libro, se ocupará de hechos más auspiciosos que tienen que ver con los preparativos para heredar la tierra y la organización del pueblo hebreo a tal fin.
Planteada la introducción al Libro, quisiéramos detenernos en tres aspectos salientes, al menos a nuestro entender.
El pueblo de Israel, llevado a la libertad física (Exodo de Egipto) y consagrado espiritualmente libre (Entrega de la Torá), transita el desierto, una geografía vacía de todo y donde todo falta. Arenas y vientos desapacibles. Sequedad y Hambre. Temor e insatisfacción.
Así es el desierto, un espacio al cual el Rey David definió como “un valle de sombras y de muertes”. No, no resulta nada fácil ‘aclimatarse’ a él. Mucho menos llevar una vida organizada. Muchísimo menos, bregar en medio de tanta incomodidad y desencanto, por una sociedad unida en torno a su fe, a sus líderes y aún, a sus propias familias…
(A) El primero de ellos se refiere al paso elemental a exigirse en todo orden social: “Llevad cómputo del (censo) de toda la comunidad de los hijos de Israel por sus familias por sus casas paternas, por el número de sus nombres…por sus cabezas”.
Aquí se manifiesta la primera acción de “orden” y organización: una “cuenta” minuciosa del pueblo judío. Pero esta “cuenta” detallada va mucho más allá de un censo estadístico poblacional. Prestemos atención y veamos cómo cada Individuo es “tenido en cuenta” junto a su tribu. Ninguno habrá de ser olvidado. Esta multitud, otrora oprimida y hasta despersonalizada, comienza a cobrar forma y hacerse merecedora de individualidad y presencia. El esclavo se ha transformado en persona por sus propias fuerzas, por su enorme fe depositada en el Creador y su fiel servidor Moshé y cada individuo en Israel es valorado y tiene su lugar en el seno del pueblo.
(B) El segundo aspecto, tiene que ver con la función y al ejercicio de la misma: “Cada uno junto a su estandarte, según las insignias de la casa paterna, acamparán los hijos de Israel, enfrente de la Tienda del Plazo acamparán”.
Cada tribu es poseedora de su propia ‘bandera’ -Déguel- en el texto bíblico. Cada bandera-estandarte posee sus propios colores. Desfila ante nuestros ojos el despliegue más original y multicolor habido alguna vez en un inhóspito desierto. Este aspecto le concede conciencia e identidad propias a cada tribu, a cada grupo y a la congregación. El pueblo es UNO, aunque delimitando claramente los diferentes grupos que lo integran. Todos -sin excepción- poseen un valor peculiar, único. A todos les asiste el derecho de izar sus propias banderas multicolores tan especiales.
Se plantea un delicado equilibrio en esta ecuación. Y es la relación que guarda el individuo -al que le asiste su incuestionable valor- en medio del grupo, dentro del cual ha encontrado su espacio, su lugar; y las relaciones inter-tribales, ocupando cada una su lugar dentro del mosaico nacional del pueblo hebreo, marchando todas ellas en torno de un tercer aspecto aglutinante y centralizador:
(C) “Enfrente de la Tienda del Plazo -OHEL MOED-(Santuario Móvil del Desierto) acamparán”.
La Torá del pueblo de Israel, habita en medio de este singular campamento. Todos en derredor de una Tienda, donde la Presencia del Todopoderoso habría de manifestarse. Toda una unidad -una PARTICULARISIMA UNIDAD- caminando y acampando en torno a leyes morales y estamentos éticos.
He aquí el Trípode sobre el cual se asentaba la existencia del pueblo judío: el Equilibrio Social, a partir de la comprensión del individuo y su afirmación como tal (casa paterna, nombre, etc); la Afirmación del Grupo como unidad, aunque convalidando y reafirmando las diferencias (Estandartes cada uno con su propio color); Tener un “centro”, poseer una “dirección” en torno a los cuales girar y hacia los cuales guiar la existencia: Un espacio -la Tienda-, un sentido -la Torá-, un Conductor -El Todopoderoso-.
Aún en el ‘Desierto’, en esos estados de desierto y aridez en nuestras vidas, donde nada parece tener algún sentido o propósito, vale la pena mantener el ‘Orden’, nos insinúa nuestra Perashá. Porque el ‘orden’ en la vida, es la vida misma…
‘Sacando cuentas en el desierto’
El Cuarto libro de nuestra Torá, nos invita a un recorrido particular. En los hechos, los tiempos y sus contenidos. En cuanto a los tiempos, tan sólo unos 20 días nos separaban de la tierra de promisión. ¡Veinte días no más para alcanzar la libertad iniciada un año atrás! Y no es poca cosa. Claro, cuando esos 20 días se transformaron en 38 años…Los hechos reflejan dificultades, cuando de personas, ideas y posiciones se trata.
En cuanto a los contenidos, nada más prolífico que un pueblo asistiendo a la Revelación de la Palabra de Su Creador –los Diez Mandamientos-, así como inaugurando un espacio de Santidad en medio de ese desierto: el Santuario Móvil o Mishcán, tema central en nuestra porción semanal. Claro, que la otra cara de la moneda espiritual, nos mostrará los antagonismos, las contradicciones y los opuestos: becerro de oro por aquí, lamentos por el agua y la comida por allí, ganas de volver a Egipto un poco más allá… “Bemidbar” es un poco el libro de la vida del pueblo judío. De los relatos que hacen a esa vida. Y al leerlo, recorremos un poco de nuestras experiencias, de nuestros proyectos, de nuestros logros, de todo aquello que tuvimos –o tenemos- a veces al alcance de la mano y que no siempre supimos / sabemos apreciar.
“Bemidbar” comienza hablando de individuos a ser tenidos en cuenta. Para ello, superando todo censo poblacional estadístico, nuestra Torá propone un orden: “de acuerdo a sus familias, a sus casas paternas, de acuerdo a sus nombres”.
La identidad es el primer condimento en el seno de un pueblo. Es aquello que se dá pero que también se asume. No somos un pueblo por azar. Así nos vieron y nos quisieran ver-los que escriben la historia, los que dicen hacerla y los que quieren dictarla.
Ser judío es ante todo saber de dónde provengo. Allí el punto de partida. Y eso debe serme suficiente para analizar los tiempos, los hechos y sus contenidos que hacen a mi vida. Sin ello, todo puede ser igual o por el contrario, puede no llegar a ser nunca. Referirse a una familia es identificar a los padres, y el resultado de la ecuación es: Un nombre, es decir mi propia identidad, reflejo de una pertenencia.
Ser judío no es una cuestión biológica. Se nace pero nos debemos hacer. Formar, educar, crecer, afirmarse en la cotidianeidad de los hechos, sus contenidos y todo en todos los casos, permitiéndonos el tiempo para ello. Cuando llegamos al presente Libro, todo el camino parece ponerse frente a nuestro horizonte, el individual como el colectivo. El desierto, ámbito donde se desarrolla Bamidbar precisamente, nos permite contornear la figura del pueblo judío en la extensión, y del hombre-familia en la intención.
Hay un orden, aún en las condiciones que todo desierto propone Hay una meta, más allá de los años en que tardemos arribar a la misma. Hay lugar para lo Sagrado, cuando el individuo vence la limitación del espacio material y le brinda al Eterno cabida en su interior, en medio de él… “VeShajantí betojám” afirmaba el Todopoderoso respecto del Mishcán: ‘Habitaré en medio de ellos…’.
Ser judío es parte de la Divinidad que habita en medio de uno, dentro de cada uno…
Así entonces las cosas en el transcurrir de nuestras vidas. ¿Cuántas metas pospuestas o resignadas? ¿Cuántos órdenes violados en aras de superar obstáculos aparentes? ¿Cuántos caminos trazados en arenas urbanas, que ni siquiera lograron dejar alguna huella?
¿Intentamos abrirnos a lo sagrado, creando espacios -espiritualmente probados- para ello? ¿Y nuestras familias? ¿Y qué de nuestras casas paternas? ¿Será también necesario inquirir respecto a los nombres? ¿Qué tipo de orden creamos durante el recorrido por la vida? ¿Y qué, nos preguntamos, respecto a los límites temporales que nos impusimos en nuestros ansiados proyectos? ¿Concluyeron ellos todos a su tiempo, u ocurrió, tal como en el desierto que algunos de ellos de tan solo ‘20 días’ se transformaron en‘40 años’? Ser judío es responder a preguntas, últimas y primeras. E intentar respuestas.
Por ello es que afirmamos el contenido de este desierto. Ingrato tal vez en los aspectos climáticos, pero enriquecedor en el aprendizaje del vivir, del capear temporales y en el pulir a fondo, bien a fondo, los aspectos definitorios del carácter de una nación y del sentido común de sus integrantes. Hay una verdad innegable: toda una generación quedará atrapada en sus cuestionamientos. La “generación del desierto” parece cobrar realidad en cada generación, si se nos permite la redundancia. Parece que el galut, la diáspora, ha clonado la idea, el concepto y hasta los resultados. Durante años el trabajo comunitario nos presenta a la nueva generación del desierto. Esto parecería ser halagueño. Hasta nos animaría a pensar en un revival de buenas épocas…
El desierto también es dueño de espejismos. Porque la generación del desierto es la que ‘deserta’; es la que se propone -sin que se lo pidan- dejar su lugar al que viene, sin haber siquiera, intentado quedarse con algún pedacito de ese desierto tan suyo.
Hoy volvemos a encontrarnos, tras tanta caminata, y una vez arribados a la meta -54 años del Tercer Estado Judío lo ameritan- con aquellos que desean ‘morir en el desierto’; aquellos para quienes el tren de la oportunidad judía ha pasado ya, e imaginan a alguno de entre sus descendientes reavivando el fuego no por ellos encendido alguna mañana o noche. Ser judío no es dejar librado a la suerte aquello que necesariamente depende de mí y de nadie más que de mí.
Bamibar presenta contrastes como vemos. No somos muy experimentados en esto de desiertos, pero los vimos en los blancos mapas que coloreábamos cuando chicos o adolescentes, o en cartografías de enciclopedias o en películas tal vez. Y todos se parecen. Sólo arenas, tormentas, noches eternas y mediodías rigurosos. Sed. Hambre. Soledad. Muerte… Para Israel, para nosotros todos, nuestro 4° Libro, es todo desierto. No tiene un color definido. Pero posee un orden. Contiene vidas. Se puede en él saciar la sed y no solo del agua-; se puede en él, satisfacer el hambre y no solo de alimentos materiales-. En nuestro desierto la soledad no cabe pues todo un “pueblo habita bajo la protección del Altísimo” -al decir del Tehilím 91-, y por tanto, no hay en él mortandad. Sólo hay etapas que se cumplen. Generaciones que van y vienen. Y una Presencia. La del Todopoderoso en medio de un campamento que se habrá de movilizar o acampar, de acuerdo a lo que Él dictamine.
Ser judío en tiempos de Bamidbar, es poder recibir el reconocimiento de D´s, en vida. En la eternidad de los días. “He recordado en tu favor, la bondad de tus mocedades, el amor de tus esponsales; el caminar en pos de Mí, por el desierto, en una tierra jamás sembrada…” declara el Profeta en nombre de D’s al pueblo judío… Superar el desierto en nuestras vidas, es darnos tiempo, proyectamos en hechos, saciarnos de contenidos. Arribamos a Bamidbar que ha sido traducido como “Números”. Para nosotros, es algo más que una simple cuenta. Sepamos por qué.
“Una elección por sobre la elección:
Los motivos para el `Pidión Bejor’ o el `Redimir a los Primogénitos’.
Leemos el presente Shabat la tercera sección del Libro de Bamidbar.Un total de -un poco más- cuatro capítulos, en los que abundan diversos aspectos, relacionados unos con la conformación ideológica del pueblo liberado de Egipto, y con sucesos – desafortunados algunos, más afortunados los otros-, que tuvieron que ver con este pueblo tan peculiar que asomaba a la libertad no sin pocos inconvenientes. No, es verdad. La Torá no es sólo un jardín de rosas, sin embargo ellas existen. Aunque también con sus espinas, que duelen y mucho.
Este Shabat queremos compartir con Uds. algo que forma el cuerpo de nuestra lectura sabática que se proyecta en una vivencia familiar, cuando accedemos a la dicha de ser padres -por vez primera- y en este caso, específicamente, de un hijo varón.
Nuestra parashá -“Beha-alotejá”- nos refiere casi al comienzo de la misma lo siguiente:
“Y habló el Señor a Moshé, diciendo: Toma a los levitas de en medio de los hijos de Israel y purifícalos…Y harás que los levitas se acerquen delante de la Tienda de Reunión (Ohel Moed) y reunirás a toda la Congregación de los hijos de Israel.Luego harás que los levitas se aproximen delante del Señor, de impondrán los hijos de Israel sus manos delante del Señor, de parte de los hijos de Israel, para que hagan el servicio del Señor sobre los levitas…Y Aharón ofrecerá a los levitas por ofrenda mecida…” (Números Cap.8: 5,6; 9-11)
De este primer texto resulta clara una primera diferenciación: los descendientes de “LEVI”, es decir los “Leviim” o “Levitas” como los llama el texto español, son consagrados para un nuevo fin, esto es en palabras textuales: “laavod et avodat HaShem”, para hacer el servicio del Señor (D’s). La “Avodá” tiene que ver con el servicio ritual del Santuario, en nuestro caso aún el Tabernáculo o Santuario Móvil (durante el trayecto del desierto), “avodá” que se caracterizaba por la ofrenda diaria y en cada ocasión festiva de sacrificios animales o vegetales -“Korbanot”-, sacrificios que representaban la íntima conexión entre el pueblo de Israel con Su Hacedor, por medio de la ofrenda del trabajo de sus propias manos. Ahora bien, si leemos detenidamente el texto podremos saber que esta elección no se hacía “a espaldas” de nadie: Todo habría de ocurrir frente a la Tienda de Reunión, y por sobre todo “delante de los hijos de Israel”. Pero con un agregado: se necesita de la aprobación tácita, de la aceptación por parte del pueblo de estos, sus emisarios frente a Su Creador…Y el texto bíblico lo asevera con palabras y gestos simples: …”e impondrán los hijos de Israel sus manos sobre los levitas”.
¿Qué quiere decir esto? “Imponer las manos” significa en la terminología hebrea -“Lismoj”, “Semijat iadáim”- algo así como “apoyar o reposar las manos sobre la cabeza de alguien”, en clara señal de bendición, o bien, de transferirle cierta responsabilidad. Es así como bendecimos a nuestros pequeños cada noche de Shabat alrededor de la mesa familiar, o también previos al partir a la Sinagoga en la víspera de Iom ha-Kipurim, y demás ocasiones. Aquí, en nuestra Torá, vemos con asombro y con emoción, como aquellos que habrían de estar al “servicio Divino”, en íntimo “contacto” con lo espiritual, con lo elevado, necesitan de la “bendición de las personas simples”, de sus propios hermanos, de toda la comunidad de Israel…De aquellos que permaneciendo ligados a lo “terrenal”, aún pueden ofrecer lo mejor que tienen: su aceptación, su aprobación, su BENDICION…Sin disidencias, sin rupturas, sin tiranteces…Tal vez porque sabían cuál era su lugar y la responsabilidad que a ellos también les cabía en el devenir de un pueblo, de su comunidad.Así podemos entonces descubrir, esta primera “elección” dentro del “pueblo elegido”: La tribu de Leví.
Pero volvamos a nuestra parashá: después de esto rubrica D’s Sus palabras diciendo: …”De este modo separarás a los levitas de en medio de los hijos de Israel; y serán Míos los Levitas”(vers.14). Hay una “separación”. Pero por favor entendámoslo bien: separar en hebreo se dice “Lehavdil”, tanto como la separación del Shabat de los días de semana se llama: “Havdalá”…Esto es distinción, diferenciación. En nuestro caso: un nuevo rol, una nueva función, que los hacía “entrometerlos” aún más y más en el seno de su pueblo. Eran de D’s es cierto, pero estaban “en medio” de los hijos de Israel. Pertenecer a El -como todos nosotros- pero estando involucrados en nuestro “medio”, en nuestra sociedad, refiere la Torá. Por tanto, no simplifiquemos las palabras ni los sentidos, porque los sabios de Israel sentenciaron: “im én deá, havdalá mináin”? Es decir: “si no hay conocimiento -sabiduría-, ¿Cómo podemos discernir?” La elección de los Levitas está ocurriendo a “los ojos de todos”, con el conocimiento y el consentimiento de todos. No hay preferencias. Hay Havdalá. Porque no todos tenemos que cumplir los mismos roles e idénticas funciones, parecería insinuarnos el texto.
Pero convengamos por otra parte, que dicha “elección” tiene sus “porqués”. Si los Leviim son diferenciados es por algo, no tan sólo por decreto.Volvamos una vez más a nuestro texto, para enterarnos del porqué de esta elección.
…”porque Me son enteramente cedidos a Mí de en medio de los hijos de Israel; en lugar de todo PRIMOGÉNITO que ABRE LA MATRIZ de entre los Hijos de Israel, los he tomado para Mí. Porque Mío es todo PRIMOGENITO de entre los hijos de Israel, así de hombres como de animales; desde el día en que herí a todo primogénito en la TIERRA de EGIPTO, LOS SANTIFIQUE PARA MI.Y Yo he tomado a los Levitas EN LUGAR de todos los Primogénitos de los hijos de Israel.
Y he dado los levitas enteramente a Aharón (Cohen) y a sus hijos, de en medio de los hijos de Israel, para hacer el servicio – “avodá”- por los hijos de Israel en la Tienda de Reunión, y para hacer la Expiación (“capará”) de los hijos de Israel, para que no haya plaga en medio de los hijos de Israel…”
Aquí queda explicitada la elección y los motivos para la misma. Queda claro que el Leví “viene a cambio” de alguien que debe ser “consagrado a D’s” cuando nace, y en nuestro caso, el de los seres humanos, el primer hijo varón que “abre matriz”, es decir que nace por “parto normal”, y que es denominado “Bejor” (primogénito), “pertenece”- de acuerdo al mandato Bíblico-“a D’s”, y a él debemos consagrarlo. Sin embargo existe una alternativa: la de “Liberar” o “Redimir” a nuestro pequeño de dicha responsabilidad, de momento que los Levitas ya fueron “diferenciados” por el Creador para ocupar ese rol y ese lugar, tal como leímos en el texto de la Torá, “en lugar de los Primogénitos”.
Los motivos para esta mitzvá están enraizados con nuestra salida de Egipto: cada primogénito de Israel sería “consagrado” al servicio de D’s, es decir a la vida plena. En lo relacionado con los animales la cosa era clara: eran ofrecidos en sacrificio de acuerdo a lo reglamentado en Éxodo Capítulo 13. Pero ¿Qué pasó con los primogénitos humanos? Hubo, por cierto un episodio, que “marcó la diferencia”: el “Becerro de Oro”, que todos bien recordamos. También los “Primogénitos” participaron del pecado del becerro… Y cuando Moshé descendió del Monte Sinaí y pudo observar “semejante espectáculo”, rompió de inmediato la Tablas de la Ley y clamó a viva voz: “¡Quienquiera que sea parte del Señor, venga a mí!! “. A lo que el texto continúa: “Y se le reunieron TODOS LOS HIJOS DE LEVI”. Fueron los hijos de esta tribu los únicos que no tomaron parte del culto idolátrico del becerro.- “Desde entonces” -asevera el Rabino Israel Lau- “sucedió una gran revolución social dentro del pueblo judío; les fue quitado el mérito del servicio espiritual a los primogénitos- por ser socios en la confección del becerro de oro, y su lugar fue ocupado entonces por la tribu de Leví, quienes comenzaron a servir tanto como Sacerdotes, y como Levitas”.
Es por ello que hacemos el “Pidión ha-Ben”, la “liberación o bien redención del hijo primogénito” de manos, es decir, en presencia de un Cohen. Como para indicar que esta tradición está viva, vive en nosotros y en nuestros hijos, aunque hayamos “perdido” el mérito, el beneficio que nos incumbía desde nuestra libertad: el de servir a D’s, con nuestros propios frutos carnales. Frutos de amor, de distinción, de sabiduría. De “Consagración” en palabras de nuestra tradición. “Kedushat ha-Jaim”, la santidad de la vida, reconociendo el lugar del otro, agradeciéndole por lo que hace por mí, acercándole mi “primer fruto” para retrotraerme a un pasado que es presente cada día: Liberar a mi hijo, redimirlo, para atarlo definitivamente a lo esencial, a lo fundamental: la fe de mis padres, la tradición de mis abuelos, la santidad de Israel, la Eternidad de D’s…
Los que tienen coronita…
La cuestión de los Nombres, es significativa para la tradición judía. Lo sabemos bien. A tal punto que la Torá misma llama así a uno de sus Libros, el segundo más precisamente: “Shemot”, insinuándonos acerca de cómo a la llegada a Egipto y la postrer esclavitud, habrían de ser los ‘nombres de los hijos de Israel… junto a Iaacov, cada hombre y su respectiva familia vinieron’, el referente esencial en la dosis de liberación.
Tener nombre es la condición primaria para el ser humano. Es su identidad. Su carta de presentación. Su pertenencia, su trayecto y su lugar, a lo largo de los días de la vida.
Así el Todopoderoso “llamó sus nombres Adam” dice el Bereshit, cuando al primer hombre y la primera mujer se refiere. La imposición del nombre es el primer escalón en el posicionamiento del individuo en toda la obra de la Creación.
No nos llamará la atención, que entre las primeras tareas que desarrolla Adam es, precisamente, el denominar a los animales junto a los que convive en el Jardín del Edén. Esta identificación – dominio inicial, no le alcanza a Adam para hallar a “su idéntico”. Sólo después de un profundo sopor, el Todopoderoso le traerá ante él, a ese alguien sobre el cual dijo: “esta vez carne de mi carne y hueso de mis huesos, a esta la llamaré ishá, puesto que del ish ha sido tomada”. Hombre y Mujer, Ish e Ishá, amanecían al mundo de la Creación con nombres propios. Identidades peculiares. Esencia interior singular. Y todo este reconocimiento solo a partir del Nombre.
“Sheloshá shemot iesh ba-adam” afirmaban los rabinos. “Tres nombres poseemos cada uno de nosotros: el primero, con el que nos llaman nuestros padres; el segundo, por como nos llaman nuestros amigos; el tercero, es aquel de acuerdo a nuestra verdadera naturaleza”, concluían ellos.
Y este Midrash (Kohélet Rabatí) no apunta a lo cuantitativo como seguramente comprenderá. La situación por la cual somos nombrados, nos remite a un instante donde todo comienza a girar. Algo así como la misma Creación.
Luego sobrevendrá la sociedad, el impacto de los vínculos y de las relaciones, que sin duda alguna provocará su efecto en nuestras personas, nuestras identidades, nuestros nombres.
Pero hay un durante, los años totales de nuestra vida, los cuales nos llevan hacia un encuentro impensado, inesperado y hasta tal vez no querido. Un tiempo que supera los instantes primeros y que se eleva por sobre las vivencias grupales –únicas y aleccionadoras- de los días, los meses y los años de abrazos y distancias, de amigos y desconocidos, que cruzan los umbrales de nuestras almas y permanecen aferrados a las manos y los dedos, extensiones de nuestro cuerpo.
Es el mientras tanto en el que vamos forjando aquel nombre que yace internamente esperando a ser descubierto, pronunciado, asumido y amado: el nombre interior o verdadero, aquel que anuncia cómo somos, qué queremos, dónde vamos y cuándo estamos dispuestos a reconocerlo.
Mientras los dos primeros anuncian bien temprano su llegada, el tercero permanecerá allí, intacto, entre los profundos vericuetos de intimidades nunca compartidas y “naturalezas nunca declaradas”.
Y allí, tal vez, la sorpresa. La sorpresa del saber que cuanto somos y dicen que somos, sólo se parece en parte a aquel que está por dentro, o por el contrario, los nombres primeros han sido –y seguirán siendo-, la salvaguarda de este tercero, que se suma a aquellos para rubricar mi ser verdadero.
“Tres coronas posee cada persona” sugerían los maestros de la Tradición Oral en el Pirké Avot. “La Corona de la Torá”, esto es, del conocimiento; “la corona del Sacerdocio”, es decir, el trabajo espiritual con devoción y “la corona de la Realeza”, o sea, aquella tangible, visible, la que ostenta el rey, el líder de una nación o comunidad.
Para los sabios del pueblo judío, cada tarea que abrace la persona, lo eleva, si es que la misma es emprendida con fidelidad, dignidad y entereza. A tal punto que la “Corona – Keter” se torna en algo que nos particulariza –para bien-, en la obra que hemos tomado en nuestras manos. De hecho, la corona posee sólo un lugar donde ser depositada: nuestra cabeza, y en ella, en la parte más alta. Por tanto, más que un adorno, es un distintivo, una señal. Algo que indica no sólo la elección casual de tal o cual personaje, sino la “consagración” de esa persona, por llevar a cabo su empresa de la mejor forma.
¿Quién –le pregunto- no recibió alguna ‘coronita’ de cumpleaños, de graduación, como símbolo alguna vez? ¿O tal vez, Ud. recuerde siempre a aquel entre sus hermanos o amigos ‘que tenía coronita’, no?
Bueno, pero recuerdos aparte, aquello era un juego. La Tradición Oral, habla de una verdad. Y esa verdad dice, que más allá de las coronas posibles, existe una, muy bien definida pero invisible aún (¡y para muchos por toda la vida inexistente, lamentablemente!) cuando afirma: “veKeter Shem Tov, olé al culám”, es decir, que “la Corona del Buen Nombre está por encima de todas ellas”.
El “buen nombre”. ¿Cuál será ese buen nombre? ¿El de mis padres? ¿O tal vez el de mis amigos? Noble tarea esta de dar el nombre, ¿no cree?. Por ello es que nuestra Torá enfatiza el tema. No lo deja librado ni al azar y mucho menos a la moda reinante.
El nombre –shem- será lo que nos acompañe de por vida, pero más allá de las biografías, cada nombre representa un mensaje; posee un contenido; expresa una esperanza; abre las infinitas compuertas de padres, abuelos y bisabuelos que nacen una y otra vez al mundo de los seres vivientes, con nuevos rostros, con ojos diferentes, con cuerpecitos por crecer y con almas que atesoran el mismo, casi idéntico derrotero: Ser, Tener, Ostentar, todos los verbos posibles, que contengan al “Buen Nombre” –aquel “shem tov”- que en definitiva, me hablará de la persona tal cual es, en su esencia más interior: “de acuerdo a su verdadera naturaleza”, al decir del Midrash.
“Estos son los nombres de los hombres los cuales envió Moshé para explorar la tierra (de Canáan). Y llamó Moshé a Hoshéa Bin Nun, Ieoshúa”, concluye el versículo.
Así nos relata nuestra perashá acerca del episodio ya conocido por todos nosotros. Doce emisarios serán enviados por Moshé Rabenu para observar la Tierra de Promisión. No son anónimos. La Torá se ocupa de darnos todos los nombres y las tribus respectivas. Así, en el versículo 8 (Cap.13) se nos dice: “Por la tribu de Efraím, Hoshéa Bin Nun”.
El que será a la postre, sucesor de Moshé, pertenece a la Tribu de Efraím, uno de los hijos de Iosef. Su nombre: Hoshéa hijo de Nun.
¿Qué hace a la Inspiración Divina de Moshé el imponerle un nuevo nombre, o mejor a dicho, a producirle una pequeña –aunque significativa modificación: ‘Hoshéa – Ieoshúa’? ¿Estaremos en presencia del ‘segundo de los nombres’, aquel que propone la sociedad? ¿O tal vez estemos frente a una profecía?
“Imploró por él: D’s te libre del consejo de los emisarios” – sostiene el Midrash citado por Rashí en su explicación. El nombre en este caso, previene. Es una plegaria para evitar caer -en el caso de Ieoshúa- en el mal paso que habrán de dar sus colegas (a excepción de Caleb ben Iefuné). Pero también habla del futuro que le espera a ese joven, alumno dilecto de su maestro, sobre quien recaerá el mando del pueblo judío.
Hay nombres que cambian, es cierto, aunque siempre preservando la esencia: la “Corona del Buen Nombre”, de quienes como Ieoshúa, serán una promesa en el seno de su comunidad.
“Dijo Rabi Iosi: En verdad no sé cuál de ellos es el mejor (de los 3 nombres que mencionamos); hasta que vino Shelomó el rey y dijo: “Tov shem mishemen tov…”:‘Mejor es el buen nombre, al mejor de los unguentos”. Y si lo dijo Shelomó ha-Melej, bien vale la pena lo consideremos. Recuerde que Shelomó sí tuvo ‘coronita’.
“Ojos que no ven…corazón que no discierne”
El tema de la autoridad es uno de los ejes principales sobre el cual gira el accionar humano. El primer hombre, Adam, fue puesto en el mundo para ser rodé, en hebreo, palabra que alude al poder y la autoridad derivada de éste. Claro que, desde la expectativa del Creador, tamaña tarea concedida al ser humano partía del poder que amerita el conocimiento, el entendimiento y su utilización racional. “Saber dominar” sería sinónimo de “poder dominarse” e impartir una orden sería la consecuencia de saber acatar alotro. La autoridad, en el mundo del Bereshit, proviene de una Única Fuente, que inspira en su quehacer cotidiano a quienes están dotados de autoridad.
Conocer y aceptar la Voluntad de D’s no nos hace sumisos u obedientes, sino libres y dignos de ser depositarios de una misión, única e irrepetible, en la vida. La sumisión, así entendida, se torna en misión y la obediencia se traduce como responsabilidad. Esto no es sólo una cuestión semántica.
Veamos, entonces, que acontece cuando un hombre o un grupo de hombres parecen enfrentarse a sus líderes naturales. Desde la perspectiva de un lector ocasional, la razón parece acompañar cada reclamo y eso ocurre, estimado lector, cuando la lectura de los hechos, amén de ser parcial, carece de perspectiva. ¿Quién ha establecido el orden? podemos preguntarnos. Aunque puede preceder otra pregunta: ¿Existe un orden en este mundo? Para Koraj, Datán, Aviram y muchos más -sin nombre pero con demasiadas ínfulas- la cuestión pasa por temas de liderazgos, presencias, autoridades y demandas relacionadas con el poder. A su alrededor se pueden tejer todas las tramas posibles, así como encontrar ecos inusitados en medio de una población desconcertada, por un lado, y demasiado lábil -emocionalmente hablando- por el otro. Porque, en última instancia, no se cuestiona al líder sino a Quien lo designó… y lo ponemos en mayúsculas dado que la elección de Moshé Rabenu pasa claramente como Voluntad del Creador, pura y exclusivamente Su deseo, tal como lo expone el comienzo del Sefer Shemot.
Es por ello que Koraj equivoca su camino. “…Koraj she-pikeaj haiá, ma raá lishtut zó?”, se pregunta Rashí desde el Midrash. Es decir, uno de los agudos y geniales exegetas bíblicos se pregunta (y no con inocencia): “Koraj, que era una persona astuta y sabia, ¿qué es lo que vio para cometer semejante tontería?”
Lo imperdonable en Koraj, aparentemente, es que no haya visto: “Koraj: einó ata’ató”, remata por fin la aseveración de nuestros sabios, “Koraj: su ojo lo confundió”. Lo cuestionable en Koraj es que haya carecido de percepción, perspectiva y proyección. Al considerar estas definiciones, las cosas parecen aclararse. Si nosotros pensamos, tenemos la capacidad de ver, de observar y de darnos cuenta de lo que nos rodea; si podemos abrir nuestros ojos ante el mundo de la Creación, que se renueva cada día, entonces podremos apreciar la diferencia.
El mundo creado por El Creador posee un Orden, del que proceden las órdenes, mitsvot, ulteriores. En ese ordenamiento, “gadol ha-metsuvé ve-osé…”, “es más importante aquel que es ordenado y cumple” y el “ordenado” por naturaleza es el hombre. Con esto queremos decir que no sólo de ordenamiento hablamos en el mundo, sino de moralidad, lo que conlleva diferencias.
Cuando se pervierte el orden y ello no es advertido, llevamos al mundo al estado primigenio de Tohu va-Bohu, que debe ser modificado y puesto nuevamente en orden para que, más tarde, sea permeable -el universo creado, primero, y el ser humano, corona de esa creación, después- a la Palabra del Creador y sensible a Sus mandamientos y Voluntad.
Entendemos, humildemente, de este modo la cuestión final de Koraj ve-adató, todos esos iehudim que no pudieron ver más allá de sus propias estrecheces, intereses y limitaciones, como se deduce de la respuesta que Moshé Rabenu les diera; una respuesta que, más allá de su contundencia, deja entrever una realidad a tener siempre en cuenta.
Dice nuestra perashá: “Vaidaber el Koraj ve-el adató leemor: Boker ve-iodá HaShem et asher Ló, ve-et haKadosh ve-hikrib elav ve-et asher ibjar bó ikrib Elav…”. Moshé Rabenu se dirige a Koraj y a su gente diciéndoles que “…Mañana, y hará conocer HaShem quién es Suyo, y aquel que es consagrado haciéndole allegarse a Él, y aquel que será elegido, para acercarlo hacia Él…”. Todo el versículo parece comprensible, aunque puede llamar la atención el uso del vocablo Boker, Mañana.
Rashí nos acerca un Midrash aleccionador respecto al uso de este vocablo aquí. Enseña el comentarista: “Le dijo a él (a Koraj) Moshé: El Santo Bendito Él ha establecido límites en Su mundo. ¿Pueden ustedes acaso transformar la mañana en noche? ¡Así podrán también anular lo dicho!: ‘Y fue la noche y fue la mañana y distinguió…’, así Lo distinguió a Aharón para santificarlo…”.
En este pasaje, y en una sola palabra, está encerrado el sentido más profundo del conflicto. Kóraj y su gente no están discutiendo temas menores, aunque todo parezca consistir en una disputa por la obtención de un lugar de privilegio entre sus hermanos o, talvez, en el deseo de llegar a conducir a la nación hebrea y, además, el de desplazar a Moshé y a Aharón de sus sagradas tareas, porque el “recambio”generacional así lo impone…
Pero nada de eso es real y el Midrash es elocuente: hay límites y existe un orden en este mundo, que responden a una Única Voluntad desde el instante mismo de la Creación.
Hay hombres que parecen desafiar esa idea y aparecen, en cada generación, discutiendo sobre temas “razonables”, aunque dispuestos también a “perder la cabeza” por ello.
Así como la noche sucede al día y la mañana desplazará a la oscuridad, pues el mundo responde a su ordenamiento primero, así el hombre deberá comprender sus limitaciones y los tiempos establecidos por el Creador. Koraj no lo entiende de este modo y pretende ocupar ya no el lugar de otro semejante sino el del mismísimo Creador del Mundo para imponer nuevas reglas y nuevos órdenes, para devolver, en definitiva, a ese mundo al caos y vacío iniciales. Por eso recibió un castigo ejemplar, una nueva creación de D’s para esta ocasión: la “tierra abrirá su boca” y tragará definitivamente a quienes osaron “abrir sus bocas fuera de tiempo y sin sentido”.
Nada nuevo hay para el Creador en éste Su mundo. Al menos así lo entendieron nuestros sabios en el Pirké Avot cuando, en su quinto capítulo, Mishná 8, nos enseñaron: “Diez cosas fueron creadas en la víspera de shabat, antes del atardecer: La boca de la tierra…”.
Sí, estimado lector, la boca de la tierra que se tragó a Koraj y a toda su congregación, forma parte de los Seis Días del Bereshit. Desde entonces esperaba, pacientemente, a quien habría de venir a subvertir un orden, a intentar modificar los tiempos y espacios del mundo creado.
Ahora podremos ver un poco más claras las cosas, con la claridad del boker, la mañana que, más allá de indicar un tiempo de nuestro día, nos quiere regalar otro significado: lebaker, es decir, distinguir, discernir, tener criterios para poder ver la vida con ojos humanos, aunque con sentido Divino.
“Por mérito de las mujeres justas…” “Y no hubo agua para la congregación; por lo cual ellos se juntaron contra Moshé y
Aharón…”. (Números Cap. 20: 1).
Estamos transitando el Segundo Año desde la salida de Egipto. “Ba-jodesh ha-rishón”, nos refiere la Torá. “En el primer mes”, el mes de Nisán, el mes que evocarían como señal de su Libertad, el mes de la primavera, Aviv en el cual, a pesar del desierto, el pueblo judío sería testigo del renovando florecer de la naturaleza.
“…Y el pueblo se asentó en Kadesh”, dice el texto bíblico. “Kadesh”, en el desierto.
“Vatamot sham Miriam va-tikaber sham”, nos informa muy escuetamente la Torá que “murió allí Miriam y allí fue enterrada”.
La generación que salió de Egipto, una vez que se decretara su desaparición física, dejaba su lugar a los “herederos”, la nueva generación que conquistará la tierra y llevará a cabo la promesa.
Tal había sido el designio del Todopoderoso, como consecuencia de la difamación que los espías-emisarios habían pronunciado respecto de la tierra. Pero, cabe preguntarse, y no precisamente desde un punto de vista cronológico, ¿era acaso Miriam parte de esa generación?
Ya nuestros sabios fueron muy precisos al respecto y enseñaron que “las mujeres del pueblo judío no fueron jamás ‘socias’ de la traición a D´s que ocurrió, ciertamente, por desesperación del momento. Ellas se afirmaron en su fe en el Creador y la sustentaron con abnegación, entrega y felicidad”. Por lo tanto, entienden y afirman nuestros maestros, “el decreto de muerte sellado para la generación saliente de Egipto no involucraba a las mujeres” (Midrash Rabá, Bemidbar 21: 11).
Miriam ha-nebiá era abanderada de ese grupo de mujeres -que cantaron a viva voz y con júbilo al cruzar el mar Rojo- que tenía otra función más: acceder a la tierra prometida junto a los jóvenes, a sus hijos y nietos, para ser memoria viva y recuerdo viviente del pasado egipcio, del dolor y de la tiranía, de los prodigios del desierto, de la obra de D´s, de Sus bondades, en síntesis: para ser -como hoy y como siempre- la fuente espiritual que alimentase los días, los meses y los años de un pueblo que ya tenía futuro.
Miriam, la profetisa, hermana mayor de Moshé Rabenu, dejaba también su “puesto de batalla”. Pero su muerte no era un castigo. Con todos sus errores, por cierto, pero sobre todo con todas sus virtudes, desde aquel Egipto siniestro que la vio envuelta en la lucha por la dignidad y por la ética, por los derechos humanos de su pueblo, sometido vilmente a la esclavitud, hasta aquel relato, que permanece nítidamente en nuestra memoria:
“… Empero su hermana se paró a cierta distancia de la canasta, para ver qué habría de ocurrir con el niño…”, como relata el libro de Shemot en sus primeros capítulos.
La hermana que se detuvo a “lo lejos” era Miriam, el niño era Moshé. Miriam devolvió a Moshé -su hermano- a su propio hogar, entregó al pequeño al regazo de su madre -Iojeved-, por eso era Nebiá, profetisa, pero más era jajamá, sabia, pues pudo vislumbrar el futuro.
Pero ahora muere Miriam, como una parte más de un decreto Divino al cual no tenemos acceso y ni siquiera podemos preguntar el porqué. Nuestros Rabinos, de bendita memoria, acuñaron una expresión que lleva una enseñanza para las generaciones: “Rabi Iosé en nombre de Rabi Iehudá dice: Tres dirigentes célebres hubo en Israel. Ellos fueron: Moshé y Aharón y Miriam. Y también tres hermosos regalos nos fueron concedidos por mérito de ellos, y éstos son: El Pozo de Agua, y la Nube y el Maná. El Pozo de Agua por el mérito (zejut) de Miriam, la columna de Nube (símbolo de la presencia de D´s) por mérito de Aharón, y el Maná (alimento del desierto por espacio de cuarenta años) por mérito de Moshé. Sin embargo, cuando murió Miriam desapareció con ella el pozo de agua, pues así está escrito en la Torá: ‘…Y murió allí Miriam…’ y un versículo después dice el texto: ‘Y no hubo agua para la congregación…’ (Talmud Bablí, Tratado
de Taanit 9).
Una preciosa interpretación de Rabi Iosi, una magnífica enseñanza: a Miriam se la relaciona con el “Agua”, Máim, en hebreo. Siempre que faltó agua estaba Miriam para que, con su mérito, Israel sobreviviera. Pero Miriam murió y con ella el Beer Maim Jaim, el “pozo de las aguas revivificadoras”, algo así como la esperanza, el agua que imperiosamente necesita el ser humano para sobrevivir cada día. No es casual que los sabios afirmaran que: “En máim ela Torá”, “El agua no es otra cosa que la Torá misma”.
¡Y cuánta verdad hay en el Midrash recién citado en cuanto al rol ocupado por las mujeres en el desierto! Y esta Agua-Torá, la educación, es lo esencial depositado en ellas, que jamás perdieron la esperanza. Como Miriam, en Egipto y en el desierto, gracias a cuyo mérito no nos faltaba lo esencial. Con su muerte “ese pozo se retiró”, pero volvió después por mérito de sus hermanos.
Esta perashá de las aguas, que se llama “Mei Merivá”, las “aguas de la disputa, de la discordia”, no sólo involucra al pueblo en su queja, dado que termina, en cierto modo, con las vidas de Aharón y de Moshé.
Aarón, cuya muerte es mencionada al fin de nuestra sección y el decreto para Moshé, “que no habría de entrar a la tierra, y que habría de morir también en el desierto”. “Los tres célebres dirigentes” de Rabi Iosi, y sus “tres regalos” empezaban a faltar. “Jesrón lo iujál lehimanot”, decía el Rey Salomón en su Kohelet: “El déficit -todas nuestras carencias- no puede ser contabilizado”, y así lo creemos.
Miriam se llevó consigo el “mérito del agua”, porque siempre estuvo cercana a lo esencial, siempre estuvo ligada a la vida. Vigiló cuidadosamente a su pequeño hermano Moshé cuando las aguas del Nilo parecían devorarlo; de las mismas aguas, lo reintegró a la vida.
Al “cruzar las aguas” del milagroso paso por el mar Rojo, le cantó a D´s; cuando el aguaera el clamor de su pueblo y el signo del “fracaso” para su hermano, allí su impronta se dejó entrever. Eso fue Miriam, como lo indican las dos letras finales de su propio nombre, si nos permiten jugar con él: Iam, un vasto y precioso mar (iam) de bondad, entrega, fe y superación, en nombre del Todopoderoso, para con los hombres y para con
todo Am Israel.
Que nunca nos falte el “agua”.
Palabra que matan…
Se cuenta en nuestro Talmud que, una vez, habían llegado a la ciudad unos famosos eruditos y hombres de bien. Alentado por la noticia, Rabí Shimón sugirió a su hijo que fuera a pedirles una bendición. Así lo hizo el joven, mas a su regreso al hogar dijo a su padre: “¡En lugar de bendecirme, amado padre, me han maldecido! Me han dicho: ‘Que siembres, pero que no cortes lo sembrado; que hagas entrar pero no salir; que hagas salir pero no entrar; que tu morada quede arruinada, pero tu vivienda temporal sea firme; que tu pan sea consumido y no llegue nunca tu año de regocijo’, concluyó el atónito joven”.
“Entonces su sabio padre lo calmó y le dijo: ‘Esas no son maldiciones, hijo, sino bendiciones.
Escucha su significado: Tendrás hijos y no verás su muerte; verás entrar a tu casa a tus nueras y no las verás abandonar a tus hijos para regresar al hogar de sus padres; a tus propias hijas verás salir de tu casa y no las verás regresar para vivir contigo; vivirás tanto tiempo que tu tumba familiar caerá en ruinas, pero tu casa será firme y perdurará mucho tiempo. Tu pan será consumido por una familia grande. Finalmente, tu mujer vivirá mientras vivas tú y no tendrás que volver a casarte ni tener el ‘año de llevar regocijo por una nueva mujer’ de acuerdo a la Torá, culminó el sabio Rabí Shimón”.
El ejercicio que propone el Talmud no sólo pasa por saber escuchar, sino por entender lo que se dice. Muchas son las veces en que la “primera escucha” nos lleva a entender lo que queremos, aquello que, vulgarmente, después justificamos con el clásico “fue un
malentendido”.
De todos modos, los malos entendidos no acortan las distancias, sino que lo contrario es lo que pasa. Porque “se dijo lo que se dijo” y “por algo debe ser” son fatales muletillas que agotan toda esperanza y provocan tristes desenlaces. Por lo tanto, estamos ante una situación que nos invita a saber escuchar e interpretar aquello que se nos está diciendo.
Esto vale, querido lector, para todos los lugares y todas las personas. Muchos son los que nos hablan, pero ¿nos dicen realmente algo? Más son, desafortunadamente, los que nos adulan en determinados momentos y nosotros, pobres de nosotros, creemos en esas adulaciones.
Después llegarán las críticas, que no quisiéramos escuchar, pero que llegan por el simple hecho de que somos humanos. Nos consumen pasiones y nos devoran instintos, pero también en estos casos vale la pena escuchar para entender. No sólo se aprende de las alabanzas en este mundo (aunque hay quienes no pueden aceptar ni la más mínima de las críticas). Hacer una buena lectura de lo que se dice, entender incluso más allá de lo que se explicita, seguramente nos ayudaría a saber algo más de nosotros y también a conocer a quien tenemos en frente…
¡Es tan difícil, a veces, discernir correctamente entre tantas palabras que se nos dicen!
¿Cómo se puede distinguir si todo se ha dicho para bien o para mal? ¿Cómo comprender los gestos y silencios, las sonrisas y miradas que se dirigen hacia nosotros y cómo saber con certeza cuál es la intención? Es tan complejo este mar que parece necesario prepararse para zozobras permanentes, dado que por ahí navegan naves de hipocresía, barcos de envidia, buques de indiferencia y acorazados del odio. ¿Quién se anima a dar batalla?
Algo así ocurre con Bilam, profeta, hechicero y mago entre los gentiles, cuya virtud es que goza de la Palabra de D’s, pues el Todopoderoso no sólo derramó su Sabiduría sobre los judíos (aunque el lector no lo crea), también lo hizo ante otros pueblos del mundo y sus profetas. Bilam fue uno de ellos, con todas las condiciones, intelectuales y emocionales, para ser un buen delegado de Él sobre la tierra.
A Bilam le ofrecen un trabajo. Un rey, amigo suyo, le ofrece el “oro y el moro” con tal
de que Bilam se avenga a cumplir su cometido: hacer uso de la Palabra que poseía, ésa que lo encumbraba entre los gentiles hasta el rango de Profeta. ¿Qué quiere este Rey de Bilam? Que su palabra esté dirigida hacia el pueblo judío: “Ven y maldíceme a este pueblo, pues sé que a quien bendices es bendito, y a quien maldices, maldito es”.
¿Qué tal? Qué poder tiene la palabra, ¿verdad? ¡Cuánto se esconde detrás de lo que se dice!
Bilam accede a ir hacia este rey, pero con la condición de “que aquello que D’s ponga en mi boca, eso habré de decir”. Los hechos relatados en la perashá muestran que, en lugar de maldecir, Bilam bendijo. “¿Cómo habré de maldecir aquello que está bendito?”, se excusaba ante un irritadísimo monarca, presto a expulsarlo de su reino.
Todo parece tener un final feliz, si no fuera porque nuestro sabios, de bendita memoria, nos invitan a pensar, a rever, a atender los “vistos y considerandos” del caso y nos llaman la atención: “Dijo Rabí Iojanán: De la bendición de aquel malvado (se refiere a Bilam), tú puedes deducir qué pensaba dentro de su corazón” (Talmud, Sanhedrín 105 b).
¿Cómo dice? ¿Que hay algo escondido? ¿Que nos quiso decir otra cosa? ¿Está hablando acaso de “doble intención”? ¿Es eso posible?
No sólo es posible sino que a veces es real. Continúa Rabí Iojanán, ahora interpretando las “bendiciones”: “Quiso pedir que no existan en el pueblo judío ni Casas de Estudios ni Sinagogas y dijo: ‘¡Cuán hermosas son tus tiendas Iaacov!’; ‘Que la Providencia Divina no repose sobre ellos’: ‘¡Tus Santuarios, Israel!; ‘Que el reinado de Israel no se perpetúe’:
‘Como los arroyos perennes…’ ”.
Esa es la otra cara de la moneda, que no comprendimos o, tal vez, que no quisimos o pudimos entender.
La Torá invita este Shabat a estar alerta. No siempre lo bueno que se dice es definitivamente bueno, tampoco lo malo lo es. Y no es cuestión de apreciaciones, dado que la sinceridad no parece ser moneda corriente en el mercado de la humanidad. Bilam se presenta dispuesto a todo, en nombre de D’s. La tarea es descifrar lo que dice y cuanto dice. Parece tener un mensaje convincente; su discurso no admite dudas, en apariencia.
Nosotros, en el camino de la vida, de los afectos y el poder (y hasta del no poder) perdemos nuestra mejor cualidad: saber de donde proviene el amor verdadero; discernir quien verdaderamente nos quiere y quien no; distinguir, en este mundo de palabras, aquellas que “provienen del corazón y que entran al corazón” de aquellas otras que emanan de la boca “para afuera”. Que no nos duela entender lo que nos dicen, para saber a quien tenemos en frente.
* * *
La intensidad de un amor, la recompensa de la acción “Pinejas, hijo de Elazar, hijo de Aharón, el sacerdote, ha hecho retroceder Mi Furor de sobre los hijos de Israel, al celar él Mi celo, en el seno de ellos…; Por lo tanto, di: He aquí que Yo le confiero a él Mi Pacto de Paz…” (Bemidbar 25: 11, 12)
El episodio final de la perashá pasada afirma una dura y cruel sospecha rabínica: que las “bendiciones” del hechicero Bilam eran, en realidad, maldiciones. Pero lo que no se logró mediante las palabras, se alcanzó mediante los hechos allí relatados, cuando los Hijos de Israel fueron atraídos por las mujeres midianitas y expuestos a la más vulgar de las asimilaciones: la idolatría.
Los números que la Torá revela son escalofriantes: veinte y cuatro mil muertos por la mortandad desatada en el campamento judío. Una mortandad que nuestra perashá traduce como el Furor de D’s y que parece inevitable.
Uno de los príncipes, líder de la tribu de Simón, se pone a la cabeza de estos hechos al consumar una relación con una de las mujeres midianitas, ante los ojos de la azorada congregación. Ante la parálisis que provocan los sucesos, un solo hombre actúa: Pinejas, descendiente de Aharón el Sacerdote, que los atraviesa a ambos con su lanza, dándoles muerte y poniendo fin a la mortandad que se extendía en el campamento hebreo. Estos sucesos parecen tan incomprensibles como los resultados. La violencia instalada se siente como una cuota innecesaria en medio de toda la aridez, desolación y abandono que
supone el desierto.
“…Y no exterminé a los hijos de Israel por Mi celo”, afirma el Todopoderoso en la evaluación de esta acción. Pinejas pudo detener la “epidemia”, maguefá en términos dela Torá, mediante su acción.
Los deseos íntimos de Bilam, profeta y hechicero, controvertida personalidad entre los personeros de las naciones, se iban cristalizando. Mirémoslo por un instante así: todos sabemos del episodio ocurrido al descender Moshé del Monte Sinaí con las Tablas de la Ley. El famoso “becerro de oro”, la idolatría manifiesta con su secuela de temores y dolores. ¿Cuánta gente, de entre los adoradores del becerro, murieron a manos de Moshé y de los integrantes de la Tribu de Levi? Del relato bíblico aprendemos que tres mil fueron los muertos, que sucumbieron por idolatría expuesta y manifiesta, por apartarse de aquello que sus oídos habían escuchado instantes antes: “…no tendrás otros dioses delante de Mí”.
Entonces, ¿qué tenemos aquí? Que el desviarse tras mujeres extrañas, pertenecientes a otras culturas -como la moabita y la midianita- o, como dice la misma Torá: “…Y se asentó Israel en Shittim, y empezó el pueblo a prostituirse con las hijas de Moab”, nos conduce a un triste, aunque pronosticable, final: “…ellas convocaron al pueblo para los sacrificios de los ídolos de ellas; comió el pueblo y ellos se prosternaron ante los ídolos de ellas…”.
¿Cuál fue el resultado? Está a la vista: veinte y cuatro mil muertos, una cifra de víctimas que, sumada a los contagios que se instalan en el cuerpo espiritual de la nación, justifica utilizar para el caso el término “epidemia”. ¡Ocho veces más muertos por esta situación que por el mismísimo becerro de oro! Si bien el resultado final pareciera ser el mismo, los medios no lo son. A los hechos nos remitimos.
Nuestro fin de siglo nos plantea preguntas, incertidumbres, muchas dudas y algunas afirmaciones. Vivimos con estadísticas en nuestras manos, prestando atención a encuestas, estudios, proyecciones, a números y más números, pero ¿es de esa forma que habremos de medir la supervivencia? ¿Dónde quedará aquello de la transmisión de los valores, de las enseñanzas “de cerca” y de las vivencias cotidianas?
¿Será por esto que hay tanto espacio para la violencia cuando ya no hay lugar para las palabras? ¿Sólo el lamento viene a ocupar el espacio de no haber actuado a tiempo? ¿Cuándo, en lugar de ocuparnos, le daremos preferencia al pre-ocuparnos? Lo hecho por Pinejas no ha gozado, por cierto, del beneplácito de los sabios: “Maasé Pinejas sheló birtsón jajamim”, se ha afirmado. “…Halajá ve-én morim ken”, o sea un acto sobre el que,aunque puede tener amparo legal, las autoridades espirituales o judiciales no tienen licencia para instruir a los actuantes. Las fuentes agregan que, además, este acto estaba
signado por una situación de emergencia: “Oraát shaá…”.
Pero alguien actuó, tomó las riendas del asunto en sus manos. ¿Era lo que debía hacer? Pinejas evitó un mal mayor, pues la asimilación se cobraba sus primeras víctimas. Todo parecía placentero ante los ojos terrenales, aunque ocasionara el “Furor del Cielo”.
¡Qué sensación paradojal! Algo y alguien detuvo la mortandad. Con violencia es cierto, aunque las realidades que se vivían no eran menos violentas, porque se puede violentar el físico, como vemos, pero también se violenta el alma.
El desviarse en pos de estas mujeres, como la terrible trampa dialéctica de Bilam, obligaba a poner fin a algo frente a lo cual los “discursos” no prosperan.
“Si no puedes con él, únete a él” suele proponerse como estrategia, aunque de consecuencias dramáticas. En esto “nos va la vida”, tanto la espiritual -sustento de nuestra pertenencia al judaísmo- como la física, dado que tantos caen a “mitad de camino”. Lo que no pudo el becerro, con todas sus implicancias negativas, lo logró un grupo de damas frente a las cuales sucumbieron los hombres de Israel, sus “príncipes”, sus mejores hijos.
¿La única solución es la violencia? ¿Será la muerte la que acabe por resolver los pleitos?
¿Qué nos propone nuestra enseñanza semanal?
“Hineni Noten lo et berití shalom…”, nos informa el Todopoderoso. Pinejas necesita de un Pacto: el de la Paz, ya que su accionar, lejos de alcanzar la quietud necesaria en medio de la tempestad, debe hallar un reparo, debe conducir a un lugar, no debe ser, en última instancia, el camino a seguir siempre.
Pinejas habrá de tener, en la posterioridad, un lugar preponderante entre quienes ingresan a la Tierra de Promisión, pero no tendrá ya una lanza entre sus manos sino solo Shalom, solo la Torá como bálsamo y reparo del dolor, de la impotencia, de la pérdida constante, diaria y horaria, de las almas de Israel.
Almas que se desvían en pos de tal o cual ídolo circunstancial, que ya no son perforadas por lanzas de hierro sino por apatías e indiferencias, retiros y abandonos, deserciones todas de un cuerpo que, como el del pueblo judío, no dispone de reemplazo alguno.
Prometer es comprometernos “No te acostumbres a hacer votos y promesas, finalmente dejarás de cumplir tus juramentos” (Talmud Babli, Nedarim 20).
¿Cuántas veces el lector “dio su palabra”? ¿Cuántas otras se animó a prometer? ¿En cuántas se le arrancó un “te lo juro”? Son preguntas que, a veces, quedan sin respuestas, en particular cuando apelamos a una memoria muy particular, parcial y subjetiva: la nuestra.
Una memoria que, por el paso del tiempo, termina traicionándonos y dejando sin valor nuestros compromisos. ¿Qué es lo que ha pasado con nosotros? ¿Habremos dejado de ser confiables o, tal vez, ya ni siquiera creemos en nosotros mismos? Podemos pasar por una crisis, como suele decirse, aunque no sea económica en esta ocasión. Nos sentimos, a veces, fragmentados o envueltos en ataduras que, paciente y hasta involuntariamente, tejimos en torno nuestro, quizá para no sentirnos demasiado solos o para sentir que éramos alguien.
La búsqueda de la verdad nos invita a reflexionar, una y otra vez, acerca de cuándo nuestro “sí” fue sí y cuándo nuestro “no” fue no.
Si pensamos, querido lector, en el recorrido de nuestros días, cada uno de ellos trajo consigo una nueva palabra, un nuevo compromiso, así como un prolongado silencio y una aguda frustración. No se trata de estados de ánimo, no me malinterprete el lector.
Estamos hablando de Ud., de mí, de aquellos que queremos y de los que no; hablamos de la vida de relación, plagada de vínculos, elevada por los encuentros y dignificada por cumplir, en alguna parte, con nuestro discurso; de la vida que antepone la condición básica de decir cosas con sentido y que nos propone, a la vez, valorar lo que tenemos y decimos.
Somos dueños de las palabras mientras no las decimos, después somos solo esclavos de ellas, entiende la sabia y experiente tradición rabínica, que nos quiere decir que no solo debo considerar lo que digo, sino estar preparado para sus proyecciones en el ancho universo de los humanos.
“Que tus oídos oigan lo que habla tu boca”, expresa el Talmud Ierushalmi (Berajot 2: 4) en un intento por llamarnos la atención sobre nuestra intención. No podemos hablar “porque sí” y arrojar “palabras al viento”, escucharnos es condición necesaria y tener qué decir es fundamental. No sé, con sinceridad, si logramos atender ambos aspectos cuando estamos en el ejercicio de la palabra.
Nuestra Torá, sagrada y eterna, lo sabe. Es sagrada porque busca al hombre íntegro, total y no a una parte de él; es eterna porque nos brinda un aprendizaje incomparablemente bello y actual: “Como si estuviera escrita hoy”. Creo que la Torá, que es la Palabra del Todopoderoso, sabe del hombre, de sus altos y sus bajos, de su “querer” y de su “no poder”, de sus amores y de sus odios, de cosas dichas y de otras siempre
calladas.
Hoy, cuando estamos finalizando el Sefer BeMidbar, es bueno que nos planteemos como tema reflexionar acerca de nosotros y nuestras palabras, de nosotros y nuestros compromisos, porque en este libro algunos “hablaron por demás” y otros “se apresuraron en abrir sus bocas”.
El desierto fue ámbito de la palabra para nuestra Torá, insinuándonos que ni la aridez y el vacío, ni las sombras de la muerte y el silencio de las arenas pueden acallar el sonido del hombre, su palabra. Pero también en el desierto debemos saber qué decir, como fue el caso de Moshé Rabenu, infundiendo Palabras de Vida, y asimismo el de Aharón -su hermano y Sumo Sacerdote- que llevaba la paz a cada paso, amaba a las criaturas y les enseñaba palabras de Torá. El desierto también puede crear compromisos, si nos lo proponemos.
Aunque nuestra perashá no hace referencia solo al hombre de Israel en el desierto, a
quien prepara para la vida en una tierra que será suya y cuya propiedad dependerá de las
condiciones, morales y espirituales, de la sociedad que la habite.
Este desierto -que está tocando a su fin pues ya estamos transitando el año cuarenta- ha sabido, desde sus inicios, establecer un orden: hay Tribus, Jefes, Casas Paternas, Familias.
A ese orden le suceden las “órdenes” (una repetición que espero no oscurezca el sentido): “Habló Moshé a los jefes de las tribus de los hijos de Israel diciendo: Ésta es la cosa que ha prescrito HaShem: Un hombre, cuando formulare un voto ante HaShem, o formulare juramento… no habrá de profanar su palabra; como todo lo que sale de su boca, habrá de hacer”. (Es el comienzo de perashá Matot).
La Torá concede un lugar de privilegio a la palabra. Las cosas que se dicen, además de tener un sentido, tienen también un tiempo, si carecen de ambos aspectos se está ante una “profanación”.
Dice la Torá, “lo iajél debaró”, no habrá de profanar su palabra. Profanar (aunque bastante difícil de definir) proviene de la raíz hebrea Jol, es decir, aquello opuesto a Kódesh, que es lo sagrado. Afirmamos más arriba que el sentido de la Santidad se asociaba con lo íntegro, lo total, por lo que cabe deducir, por contraposición, qué significa profanar.
Cuando el judaísmo nos habla de nuestra palabra, de nuestros compromisos, nos exige que tengan “peso” pero también límite de realización. Es interesante que Moshé Rabenu se dirija, particularmente y en primera instancia, a los jefes de las tribus. ¿Quién sino aquel que está a la cabeza acostumbra a prometer y hasta a jurar con tal de prolongar ininterrumpidamente su gestión? ¿Quién sino el dirigente, espiritual o voluntario, está más expuesto a “profanar su palabra” o, tal vez, a “no hacer todo cuanto salió de su boca”? Por ello la exigencia es para ellos, en primer lugar.
Pero para nosotros, los más simples, el cuidado también debe existir. El sabio rey Shelomó decía que “mejor es no prometer a prometer y no cumplir”, indicándonos que la mayoría de las veces la exposición al incumplimiento es real, posible y frecuente. Hoy, cuando los únicos valores que suben son los de la Bolsa (que, empero, a veces también caen estrepitosamente y surgen los efectos llamados “tequila”, “invernadero” y no sabemos que nuevo nombre futuro más), ¡cuán importante sería preservar el valor de nuestra palabra! ¿Se acuerda el lector acaso de aquel apretón de manos que sellaba una supertransacción?
¿O quizá recuerde aquel compromiso asumido de no descuidar a la viuda o a los huérfanos? ¿Dónde quedaron las palabras de entonces?
En nuestra sociedad moderna, en todas las geografías, la cosa está clara: “las palabras se las lleva el viento”. No es así para la Torá, pues no hay tormenta en el mundo que disipe la luz emanada de nuestro compromiso humano, firmado con lo que dijimos y sellado por el tiempo que pasa. Hoy, cuando se desvaloriza lo que no se debería devaluar jamás, es decir, nuestro “sí” y nuestro “no” o nuestro saber decir sí o no, o los compromisos asumidos, que no siempre se traducen en la plata que donamos a la institución tal o cual; hoy, sufrimos tal vez el peor percance de nuestra historia personal: perder la palabra o que ella no sea tenida en cuenta, ya no sea creíble. Entonces, todo cuanto emprendemos se pierde en las arenas -jol, en hebreo- de ciudades que no nos permiten dejar nuestra huella, porque vivimos tiempos, como judíos, en los que a la palabra “se la llevó el viento” demasiado lejos. Le rogamos lector: no se preocupe tanto por el Todopoderoso. Él es quien está más preocupado por Ud., por mí, por todos nosotros.
“Un edificio a perpetuidad: el hogar judío y la mujer”
El final de Sefer Bemidbar ofrece un pormenorizado detalle de cuanto lugar, campamento y travesía ocupó al pueblo judío en su recorrido por el desierto. Cuarenta y dos estaciones, desde Ra’amses, en el esclavizante suelo egipcio, hasta las llanuras de Moab, en Abel Shitim, permitirán hacer el repaso de un camino en que cada nombre evoca un evento y cada suceso un aprendizaje.
El lector no debe creer que solo la enumeración importa en la presente perashá. Rashí nos lo advierte al comienzo de su comentario, cuando se pregunta y responde: “¿Por qué fueron escritas estas travesías? Para enseñarte las Bondades del Eterno…”, indicándonos que no estuvimos desamparados, a pesar del duro castigo de cuarenta años por el desierto, en los que hubo, por cierto, menujá, es decir, reposo, pero sobre todo una lección y una suerte de “cura” para los muchos males espirituales que aquejaron a Am Israel en sus caminos.
En el comienzo de esta lectura se habla del Jesed, o sea de la Bondad irrestricta del Creador, pero el Sefer Bemidbar también concluye hablando del Jesed, al contarnos la historia de cinco mujeres. Nadie ni nada pasa inadvertido para nuestra sagrada Torá, menos que nunca cuando se hace referencia a la construcción de la fortaleza y palacio más sublimes que hay en el seno del pueblo judío: el hogar, nuestra casa y la de nuestra familia.
Muy frecuentemente escuchamos hablar del “judaísmo como tradición patriarcal excluyente” o, si el comentario proviene de alguien mucho menos tolerante, de una “religión machista”. En verdad, ambas aseveraciones se fundan en el desconocimiento y la falta de estudio, por parte de quienes las hacen, de nuestras fuentes más próximas: la Sagrada Torá, dada a cada uno de nosotros por igual.
El lector puede pensar que, al mencionar ahora a algunas mujeres, se quiere equilibrar la balanza, pero no se trata de eso. Ninguna historia, ningún relato, puede llegar a ser esencial si no incluye a todos los que escriben esa historia o hacen ese relato, a todos quienes han conformado, en el devenir de los siglos y milenios, la eterna Casa de Israel.
Dejemos, entonces, de lado esos comentarios sin fundamentos y pasemos a interpretar las afirmaciones seguras y claras de nuestra Torá.
Decíamos que, al finalizar este singular libro, en el que todo el arco iris espiritual se dibujó en su cielo, se nos habla, no casualmente, de las Benot Tslofjad, las Hijas de Tselofjad.
Se trata aquí de la herencia de la Tierra de Israel y del amor incondicional por una tierra a la cual Tselofjad no llegó, dejando como única posteridad y para la permanencia de su recuerdo a sus hijas.
En ocasión de referirnos a Miriam y a su muerte mencionamos ya la sentencia de nuestros sabios, de bendita memoria, acerca de las mujeres, el desierto y el vínculo con Israel, la tierra de Promisión.
En perashát Pinejás, la problemática elevada por estas cinco mujeres ante Moshé Rabenu fue derivada al Todopoderoso. Allí, para nuestra sorpresa y la de aquellos que pretenden difamar los hechos y a sus protagonistas, escuchamos que: “Ken Benot Tselofjad doberot…”, es decir, “Es correcto lo que las hijas de Tselofjad están hablando”, aunque Rashí, apoyado en Unkelus y su traducción, va mucho más allá: “Así está escrita esta perashá delante de Mí en las Alturas (dice D’s). Nos dice que pudieron ver con sus ojos lo que no pudo comprender el mismísimo Moshé”. Y aún agrega, por si no es suficiente nuestro asombro, un segundo comentario: “Demandaron lo debido… ¡Feliz la persona que El Santo Bendito Él reconoce y acepta sus palabras!”
Después de la muerte de Tselofjad, Majla, Nóa, Jogla, Milcá y Tirtsá plantearon una preocupación ante Moshé porque, en la futura repartición de la tierra de Israel, la porción de su padre se perdería pues no tenía hijos varones que lo heredasen. “Tená lanu ajuzá betoj ajé abinu”, fue la demanda de ellas, esto es “Dános una heredad entre los hermanos de nuestro padre”. La respuesta del Todopoderoso no tardó en llegar y “sentó jurisprudencia” de ahí en más: cuando un hombre muera y solo tenga hijas mujeres, ellas serán sus herederas.
Quizá esto ayude al lector a considerar quién es quién en la perspectiva bíblica. Nuestro Jumash concluye con estas cinco mujeres y el relato, resumido, de aquella
petición, que no pasó inadvertida. Pero no es una mera reiteración de la historia, sino que se hace referencia al casamiento de estas mujeres y a como la heredad de su padre quedó en sus manos. Todas ellas son, nuevamente, mencionadas por sus nombres, aunque ahora en un orden diferente, como podrá comprobar cualquier lector de nuestra perashá.
Rashí, otra vez, agrega un comentario, en el que dice: “Aquí las nombró de acuerdo a su ‘guedulá’ -término que podemos traducir como grandeza o mayoría de edad-, de una y otra según los años, y se casaron de acuerdo a su nacimiento, aunque en toda la Torá las nombró de acuerdo a su sabiduría. Y todo ello nos enseña que cada una y una está equiparada con la otra…”. Poco importa el orden, nos dice Rashí, ya que todas son igualmente importantes; pero algo queda aquí claramente expuesto: “…en toda la Torá fueron nombradas por su jojmá, su saber singular”.
Cuando del hogar judío hablamos y queremos caracterizar a la familia judía debemos recordar que: “Jojmot nashim bantá beitá…”, solo con “el saber de las mujeres se construyó y erigió el hogar”.
Las travesías del desierto llegan a su término; la construcción del santuario en miniatura comienza. La salida a la libertad tuvo el mérito de las “mujeres justas”; la llegada a la tierra donde se habrá de delinear el futuro de un pueblo será por mérito de las mujeres sabias.
Tendremos que apelar al estudio diario, profundo y sincero, para erradicar los prejuicios.
Que El Todopoderoso nos regale la capacidad para lehabin, lehaskil, lishmóa: para poder comprender, percibir y entender las diferencias.
* * *
Devarim | Vaetjanán | Ekev | Reé |
Shoftim | Ki-Tetzé | Ki Tavó | Nitzavim |
Vayelej | Haazinu | Vezot Habrajá |
DVARIM – DEUTERONOMIO
Palabras de la memoria, recuerdos del corazón.
El sefer Debarim no solo inicia la etapa final de nuestra Sagrada Torá en el recorrido anual de su lectura, sino que anuncia el
arribo de un nuevo tiempo para nuestras vidas. En esta época, el mismo tiempo… Lo cíclico no es solo reiteración Sen el calendario hebreo, sino que es aprendizaje, crecimiento provocado por la memoria y sostenido por el recuerdo activo.
Cada Shabat en que asistimos a la lectura pública del libro de Deuteronomio, golpea a nuestras mentes la palabra asociada al Shabat: Jazón. La Visión del Profeta Isaías y la consternación frente a tamaña destrucción del cuerpo social y espiritual de nuestro pueblo hace más de dos mil años.
Desde entonces Debarim-Jazón caminan unidos por nuestros recuerdos y anuncian la llegada de tiempos complejos, de días difíciles, de etapas de introspección y recogimiento ante tanta adversidad.
“Ele ha-Debarim asher diber Moshé Ish ha-Elokim…” serán las primeras palabras de nuestro Jumash. Ninguno de nuestros comentaristas tarda en apreciar esos términos y coinciden en que éstas son palabras de reprensión moral, de advertencia y rigor para con sus amados por parte del inigualable conductor de Am Israel.
Si hay rigor es porque hay amor, porque se anhela mejorar al otro, permitirle crecer bien y curar sus heridas. Debarim formula, hacia el
final de nuestra Torá, Dibré Tojajá, palabras que nunca desearíamos escuchar, pero que nos llevan a tomar conciencia, a pesar cada acción
y a sostener cada elección.
Debarim-Jazón nos advierten acerca de un tiempo, de todos los tiempos, pues lo pasado es presente en el judaísmo y cada mes lleva impresa la
señal de la vida, tanto como los oscuros sucesos que apagaron todo signo vital de nuestra existencia.
“Al comenzar el mes de Ab”, instruían nuestros sabios, “nuestras alegrías deben llevarse a su mínima expresión”. No es para menos, dado que este quinto mes del calendario lleva consigo uno de los instantes más dramáticos y dolorosos: la destrucción del Sagrado Templo de Jerusalem, en dos ocasiones. Es, además, portador de incontables sucesos-todos ellos desgraciados- en la historia y la memoria del pueblo judío. Es un mes “especial”, aunque siempre corresponda recordar aquello de “Ein Mazal Le-Israel”, que el pueblo de Israel no está sujeto a ninguna “suerte” en especial. Ni fatalismo ni fatalidad.
Hay circunstancias que deben ser confrontadas y es por eso lo de “disminuir las alegrías”, pero ¿por qué el mandato rabínico no planteó “incrementar los signos de tristeza” si, de hecho, la ley judaica lo propone en el ejercicio cotidiano de nuestra tradición?
He aquí la dimensión del tiempo, de la vida y su sentido. Hay que evocar, debemos recordar, permanecer en silencio pero sin olvidar lo esencial: reducir nuestra alegría noes igual a aumentar nuestra tristeza. Todo depende del punto de partida, que ha de ser siempre la vida, su elección y el vivirla, por sobre todo. Aunque la vida tiene diversos aspectos, que no podemos negar.
“Mitsvá guedolá lihiot besimjá”. Es una gran mitsvá el estar feliz, alegre, tamid, siempre, finaliza el párrafo y no sabemos si “siempre” se aplica a “estar” o a la alegría, para incluir lo cotidiano. Así es como enfrentamos los días, los hechos, las historias, los momentos.
Una vez más, en Jerusalem el prólogo al mes de Ab fue un horroroso atentado en el corazón de la ciudad, obra de suicidas que imponen la muerte y el miedo. ¡Y cómo duele!. Todo el país vivía una gran conmoción, porque no hay acostumbramiento posible al horror, a la muerte, al salvajismo terrorista.
La una del mediodía fue la hora elegida. Ancianos y ancianas, vendedores y ocasionales transeúntes se daban cita a esa hora en el popular mercado jerosolimitano de Majané Iehuda. Los ancianos comprando para Shabat, ya que el jueves la asistencia de público es enorme. Los vendedores, como siempre, estaban intentando vender todo lo posible, a los gritos, con versos y rimas mediante los que pregonaban sus ofertas de precios.
De repente, un estruendo y luego otro, gritos, destrucción, sangre, rabia y dolor. Ambulancias, policías, los encargados de la increíble Jebrá Kadishá recogiendo las partes mutiladas de vaya a saber quién, y cada uno buscando a aquel que había dejado, de quien se había despedido hacía instantes.
Cuando las palabras ceden al mutismo, cuando la impotencia se apodera de la vida, cuando lo incomprensible se asocia a lo irracional, cuando la muerte se impone a tanta vida, allí es cuando comienza un tiempo como el de Ab…
Esa parece ser la historia de este mes algo “especial”, si esta calificación es apropiada.
Como ya suponían los sabios de Israel, la gran “carga” de este mes conlleva una abultada medida de tristeza, que nos impone “reducir las alegrías”. Aunque, ¡qué mirada optimista la suya, ancestralmente optimista! Porque nos pidieron que “aún si una filosa espada pende sobre tu cuello, no desesperes por los rajamim, las piedades Divinas” y porque al reducir las alegrías vivimos la tristeza, pero con esperanza, con ilusiones, con posibilidades.
Con el amago de soñar, junto a un viejo profeta -Zejariá- que vivió el tiempo del renacer judío, cuando el Bet Ha-Mikdash aún en ruinas comenzaba a ser reedificado y el pueblo de Israel reconstruido; un tiempo lejano todavía para el calendario de la humanidad, pero inminente en el latir de la nación más pisoteada y humillada, cuando dibujaba entre sus días una profecía, tan increíble como real, y se escuchaba, por las abandonadas y desechas callejuelas de Jerusalem, a un hombre de D’s que decía: Estos días -el 9 de Ab entre ellos- habrán de “transformarse para la casa de Israel en días de gozo y alegría”.
Nunca nos olvidamos de la alegría aunque tengamos presente la tristeza, aunque nos supere el dramatismo, aunque conjuguemos dolor con impotencia. La alegría debe darse la mano con la esperanza, abrazándose, por momentos, con la verdad y la paz. Así, al menos. concluía el profeta su vaticinio: “ve-ha-Emet ve-ha-Shalom ehabu”, “Amad pues la verdad y la paz…”.
A partir de Ab disminuimos la alegría para evocar, pero a partir de Ab reafirmamos, más que nunca, nuestro compromiso con la verdad, la justicia y la paz, shalom, de los vivientes (y no solo la de los sepultados y la de los restos de edificios destruidos). Un 9 de Ab se destruyó el Primer Templo; un 9 de Ab comenzó a arder el Segundo y el 10 se consumó su destrucción, hace ya más de 1900 años. En otro 10 de Ab estallaba, por obra de un atentado, un edificio en la Argentina y se llevaba ochenta y cinco preciosas, únicas vidas, sus alegrías, sus tristezas y no sabemos cuánto más de cada una de ellas.
“Desde que comienza Ab, reducimos nuestras alegrías”, es de esperar que ya se entienda por qué. Debarim-Jazón han sellado nuestra respuesta, pero nuestro estudio y esfuerzo habrán de abrir las puertas de la esperanza.
Lecciones de Vida:
Creer, Crear, Crecer…
El presente Shabat inaugura un nuevo tiempo, el de la esperanza. El tiempo que conjuga todo el sentir y el pensar de nosotros, los seres humanos, en el transcurso de nuestro vivir.
Ha quedado atrás el día que recorre el herido cuerpo de Israel a lo largo de centurias, cuando Su Casa se vio destruida y su exilio comenzó a instalarse entre las más distantes y distintas geografías. Hablamos del 9 de Ab, cuando la desgracia pareció desquitarse, generación tras generación, del pueblo judío, penetrando en él y dejando la huella más dolorosa e inquietante: los motivos de la destrucción habrá que buscarlos, paciente y sabiamente, ante todo en nosotros, en cada uno de los que integramos la Casa de Israel, en cualquier lugar.
Decíamos que este Shabat nos abre una puerta muy simple, aunque difícil de traspasar: la que permite alcanzar el consuelo -con integridad de nuestro cuerpo y alma- de la capacidad de volver a crear, de volver a creer, de volver a crecer. Eso también depende de nosotros y no solo del tiempo. Esta semana inauguramos un período de Siete Semanas, Siete Sábados donde la meta parece lejana, distante, tanto tal vez como los eventosque siempre recordamos (y debemos recordar) pero que, indefectiblemente, nos llevarán en el calendario -no solo de nuestras vidas- hacia el Nuevo Año, el Bereshit, a volver a empezar si se quiere, y sin ser nosotros los mismos, ni en nuestros hechos ni pensamientos. Estas Siete Semanas nos depositarán en la fragilidad de un Nuevo Tiempo que se inicia, llamado Rosh HaShaná, donde toda la esperanza confluye en un solo día.
“Vaetjanán”, “Y rogué al Todopoderoso en aquel tiempo…”, son las palabras que dan nombre a nuestra perashá. Moshé -nuestro maestro de venerada memoria- es quien habla. Su pueblo, al que amó, condujo, cuidó y atesoró cual niño, lo escucha. ¿Cuál fue la súplica de Moshé? “Pasaré -te ruego- ahora y veré la buena tierra…”. Moshé Rabenu se dirige a Su Creador en un último intento por ingresar a esa amada, soñada tierra de Kenáan que el Todopoderoso se dispone a dar en manos de los Hijos de Israel. Sabemos ya que el Decreto Divino había establecido un fin, una suerte de límite a la función de Moshé y de su hermano Aarón, el Sacerdote. No serían ellos quienes harían ingresar al pueblo judío a su tierra, sino la nueva generación junto a su nuevo líder, Ieoshúa.
Sin embargo, Moshé Rabenu lo intenta una vez más. Al decir de nuestros sabios, Moshé rezó a D’s quinientas quince plegarias (¡como el valor numérico de la palabra Vaetjanán!) y así y todo no fue correspondido.
El lector, con seguridad, se preguntará: Si Moshé, con su grandeza y dimensión moral, no lo logró, ¿cuánto podré lograr yo al aproximarme a D’s, con toda mi pequeñez y diminuta dimensión comparado con Moshé?
Francamente, parece tener razón, pero la lógica deja espacios para otros pensamientos, un poco menos lógicos, pero no por ello menos relevantes. Ante todo, sugieren nuestros sabios, “aunque una espada filosa penda de tu cuello, jamás desesperes de la piedad de D’s”. Algo no muy distinto de la afirmación frecuente, aunque a menudo no creída, que dice que la esperanza es lo último que se pierde, ¿verdad?
Moshé Rabenu viene a enseñarnos, hoy y cada día, que la tarea de ser judío debe ser hasta “el cansancio”. Aun cuando sintamos que “no vale la pena”, o “que todo ya fue dicho o tal vez hecho”, siempre emerge una luz que anida en el pedido, en la súplica, en el ruego, en el corazón que nunca se da por vencido.
Moshé quiere enseñar a la generación venidera que un intento no alcanza y que, más allá del “resultado final”, hay algo que vale por sobre todo: mi palabra, mi pedido, mi insistencia por aquellas cosas que son mías, o que han depositado en mí, para que puedan, en el correr del tiempo, conjugarse en esperanza.
Somos un pueblo que lleva plantada en el alma la canción de la esperanza: Hatikvá no es sólo un himno, es la esencia misma del pueblo judío, que jamás se ha dado “por vencido”.
Allí está Moshé, nuestro maestro de bendita memoria, plantando entre nosotros la eternidad en un día: Shabat Vaetjanán, es su ruego por la tierra, su enseñanza para la vida.
A buen entendedor pocas palabras “Ve-haiá ekev tishmeún el ha-mishpatim ha-ele…”, “Y será -por cuanto- habréis de escuchar
estas leyes…” es el comienzo de esta singular porción, que ocupa nuestra lectura y estudio semanal de la Torá.
El Todopoderoso se dirige a Su pueblo a través de Moshé, Su servidor, para establecer un parámetro en la conducta presente y futura de la nación, es decir, de sus familias e individuos.
Ese parámetro pasa ante todo por Tishmeún, o sea, por la capacidad de escuchar, shamóa, tarea que se asocia al nivel de estudio y de comprensión de los Mishpatim, las leyes establecidas por D’s para la vida cotidiana del hombre de Israel, a las que conocemos como mitsvot. Solo así podremos, al decir de la Torá, conducir nuestros actos hacia la observancia práctica (Ushemartem va-asitem) de las mitsvot y seremos merecedores de una Promesa: “Y guardará para ti, HaShem Tu D’s, el Pacto y la Bondad que prometió a tus padres…”.
Hay reciprocidad en el modo de actuar de la Divinidad, pero deberemos ser nosotros los generadores de los hechos. Según el texto, hay un Pacto y una Bondad que nos pertenecen o, tal vez, a los cuales pertenecemos. Nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros hijos hoy y mañana nuestros nietos reflejan ese recorrido por la vida de un pueblo que renueva, generación tras generación, el Pacto y es recipiente de una Infinita Bondad de parte del Creador.
“Rují asher aléja…”, nos canta la plegaria cada mañana. “Mi Espíritu, el cual He puesto sobre ti”, nos dice el Todopoderoso, “y Mis Palabras que Yo He puesto en tu boca” -he aquí la singularidad de nuestro ser, receptor total- “no habrán de conmoverse de tu boca, ni de la boca de tus hijos, así como de la boca de los hijos de tus hijos”, pues se recibe para dar y así se construye un espacio de deseada continuidad, a través de la Palabra dada, entre tres generaciones que hablan de las mismas certezas. Deberemos garantizar -incluso más allá de nuestras propias fuerzas físicas y espirituales- que la Palabra de D’s -sus leyes o mitsvot- se preserve y permanezca entre nosotros, estudiándola, cuidándola con la fidelidad del corazón y practicándola en la vida cotidiana, para preservarnos genuina, auténtica, duraderamente.
“Ve-haiá”, dice el Midrash, “lashón simjá”. “Y será…” que, dicen los sabios, expresa alegría y felicidad, mientras que “Ekev, lashón anavá”, nos habla de humildad. Vivir la dimensión del ser judío debe pasar por la felicidad que genera el saberlo, por la alegría del estudio y, sobre todo, por el sentimiento de humildad que debe acompañar a ambas.
Es tiempo de construcción en el pueblo judío, que camina hacia su tierra. Una generación concluyó sus días en el desierto, sin poder o saber vivenciar la alegría de su liberación; no alcanzó a entretejer, como no supo hacerlo ninguna generación, su saber con su entender, y ambos con las condiciones de espera, paciencia y humildad necesarias. Aella le sucede otra generación, la de sus hijos y nietos, a quienes espera el futuro de los días. Por eso fueron entrenados, a lo largo de este Sefer Debarim, por Moshé Rabenu para saber “escuchar” y para, al decir de nuestra peculiar perashá, anteponer ekev a la escucha, es decir, para conservar la humildad en medio de tanta comprensión y saber.
Pequeñas palabras, pero con grandes y profundos contenidos.
El desafío del judaísmo moderno: empezando por casa…
Con bastante frecuencia encontramos personas que tienen una voluntad definida y marcada de ser judías, de serlo activamente, y que sienten un gran entusiasmo por su judaísmo, pero que no logran, en definitiva, llevar una forma de vida de acuerdo a la práctica judía.
Partimos de la premisa que no todo judío que no hace una observancia práctica de las mitsvot actúa con alevosía, o sea que no las practica porque las rechaza. ¿Qué es lo que ocurre cuando mi voluntad y necesidad de ser están buscando algo y no obtengo el éxito deseado y esperado?
¿Dónde está la falla? Esta pregunta es seguramente común a casi todos nosotros, al menos a todos quienes no nos consideramos alevosos, sino shogueguim o sea un poquito perplejos, confundidos.
En la perashá que leeremos este Shabat encontraremos, tal vez, el problema expuesto, si no respondido, con claridad y leeremos acerca de tres formas que toma este desafío del judío actual. A saber:
1) “Ki iakum be-kirbéja nabí ó jolem jalom”, o sea el hombre que, con una personalidad influyente pero engañosa al mismo tiempo, trata de llevarnos hacia elohim ajerim, asher lo iedatem, dioses desconocidos por nosotros hasta ahora, novedosos, quizá atractivos por su novedad, pero al mismo tiempo ajenos. Éste, creo, es un desafío real, porque todos nosotros estamos bombardeados por ideas ajenas y extrañas a nuestro judaísmo y enfrentamos tentaciones que, hay que reconocerlo, son fuertes; negarlo no es la solución.
A este tipo de desafío la Torá nos pide responder con “lo tishmá”, “No habrás de oír”, que es lo contrario del Shemá Israel: hay momentos para abrir nuestros oídos y
momentos para cerrarlos y no oír tanto ruido, si tenemos la fuerza necesaria. “U-biartá ha-rá mi-kirbéja”, “Y trata de extirpar ese mal, esas ideas negativas de dentro de ti”.
2) El segundo desafío es más complicado y de él dice la Torá: “Ki iesitejá ajíja ben iméja ó binjá ó bitejá..”. En este caso no es una persona extraña la que trata de alejarte, de transformarte, de cambiarte, sino que puede tratarse de tu hermano de sangre, o de tu hijo o hija, o de tu misma esposa, de personas a quienes quieres “Ke-nafhshejá”, “como a ti mismo”y que lo hacen “be séter”, “a ocultas”, en silencio, tratando de alejarte de tu judaísmo heredado, o descubierto en algún momento de tu vida. Hay una dificultad grande cuando la familia no está unida en sus anhelos o metas espirituales judías. ¿Qué hacer en un caso así? ¿ Debo renunciar a mis principios o afirmarlos? ¿Quién es el que debe renunciar? En este caso la Torá no sólo dice “lo tishmá”, “no habrás de oír” sino también “lo tobé”, “no habrás de querer”. No es una cuestión de amor, de ahavá, porque si fuera una cuestión de amor hay que recordar que se tiene también derecho de recibirlo, no solamente de darlo.
3) Por último, el tercer y más complicado desafío es cuando el grupo, en su totalidad o en parte, te incita a renunciar a lo que eres, a dejar de ser tú mismo. “Ve-iatseú anshé bené beliiaal mi-kirbéja…”, “Y han de salir hombres de pocos escrúpulos de en medio de ti…”. Es decir, la sagrada Torá nos plantea el caso de personas que no quieren tu elevación en el seno de tu grupo y y quieren llevarte hacia lo que no eres. Es un caso mucho más riesgoso, porque ahora te tienta lo que está de moda entre la gente. ¿Qué hacer cuando se es parte de una minoría incomprendida por la propia comunidad, por el propio grupo, ridiculizada incluso, porque quiere ser ella misma, nada más, porque cada uno de sus miembros quiere estar con su pueblo, en sus alegrías y sufrimientos?
De acuerdo a la Torá, si esto le ocurría a todos los habitantes de una ciudad, esta ciudad caía bajo la figura de Ha-ír ha-Nidájat, la ciudad apóstata, la comunidad descarriada y tenía que ser destruida.
¡Qué drástico! ¡Qué duro! ¡Es imposible destruir toda una comunidad, toda una ciudad! Aquí intervienen, con comprensión y humanismo, los sabios del Talmud, oponiendo tres excepciones a esta ley de la misma Torá:
a) Que si esta ciudad o comunidad extraviada fuera fronteriza y, por su destrucción, se abriera una brecha en la seguridad de nuestras fronteras, no se la debería tocar porque el remedio sería peor que la misma enfermedad. ¡No se deben abrir brechas en las fronteras sino, por el contrario, hay que reforzarlas!
b) Que si había un Sefer Torá en esa ciudad descarriada, tampoco debería ser destruida, porque seguramente ese Sefer Torá había sido escrito, leído y estudiado por personas piadosas, que no pueden ni deben pagar las consecuencias de lo que la mayoría hace o decide.
c) Y, por último, que si había tan sólo una Mezuzá en una puerta de una casa o de una habitación de la ciudad, tampoco se la podía destruir, porque seguramente esa Mezuzá fue colocada por las manos de una persona que cree en la Torá, que cree en D´s, y que no sucumbe ante la mayoría.
¡Qué curioso! ¡Una sola Mezuzá puede evitar una destrucción masiva! Estamos viendo la importancia que el Judaísmo concede a cada individuo. ¡Los desafíos para seguir siéndolo son tan grandes!, pero la respuesta al desafío es tan simple, tan tierna: colocar una Mezuzá, tener un Sefer Torá, estudiarlo, ¡nada más!
Una situación bastante similar es evocada en las páginas del Talmud, donde se narra que el pueblo judío se presentó ante D´s y le dijo: “Ribonó shel Olam: retsonénu laasók ba- Torá, aval éin lanu penái…”, “Creador del Mundo: nuestra voluntad es ocuparnos de la Torá, estudiarla y practicarla; pero no tenemos tiempo para hacerlo…” A lo que D´s respondió: “Hijos míos, colocaos los Tefilín y yo lo voy a considerar para vosotros como si habríais cumplido con toda la Torá”. ¿Cuál es el significado de esta respuesta?
¿Acaso D´s nos está haciendo reducciones de las mitsvot? Ésta parece ser una rebaja demasiado grande.
En realidad, lo que este texto sugiere es que si cada judío, cada uno de nosotros, con su fuerza y su mente, realizara un compromiso judío raigal y creara lazos efectivos consigo mismo y su comunidad, entonces el Creador valoraría su intento y lo consideraría como una expresión total de nuestro ser.
Empezar por los Tefilín será solo un primer paso, aunque no un gran paso. Apenas “Le-Ot al iadéja…”, “Una señal en tu brazo”, algo que deja una señal, un significante, un significado, una instancia inaugural en nuestro intento de expresarnos como judíos por medios judíos, de intentar recuperar una vida significativa como integrantes del pueblo judío, de recurrir a lo propio para encontrarse a uno mismo en su propio tiempo.
El precio de la justicia
La Torá se ocupa del hombre, no se “pre-ocupa”. Propone caminos, delimita surcos, marca senderos: en síntesis, no deja librado al azar -oportunismo de nuestros días- el gran compromiso moral que debe asumir el ser humano. La justicia, más allá de ser necesaria, vital, no debe ser espontánea, sino que se debe educar para la justicia en aras de la libertad, pues ser libres sin responsabilidad se asemeja a pronunciar una bendición innecesaria.
Esta función le fue asignada al hombre desde sus primeros días sobre la tierra. Si bien nuestra perashá delimita, organiza y hasta previene punto a punto los alcances de la Justicia, ella le fue ordenada (aquí el vocablo mitsvá cobra especial significado) a Adam entre las primeras seis mitsvot, o preceptos, con los cuales el Creador se vinculó con él. No sólo se “habló de prohibiciones” en el mundo de la Creación.
Solo diez generaciones después habremos de observar a ese mundo “vuelto a la vida”, con Nóaj y sus descendientes, y quizá todos sepamos y estemos al tanto de las “Sheva Mitsvot Bené Nóaj”, es decir, de los “Siete Preceptos Ordenados a Noé y su descendencia”.
Entenderá el lector que, al sobreviviente del Diluvio, solamente se le agregó un precepto a los preexistentes. Hecha esta aclaración, digamos que entre las mitsvot entregadas a Adam, estuvo presente aquella de “instalar Cortes de Justicia”. Al Todopoderoso no le preocupó solamente la obediencia hacia Él, le importaba que a la “Imagen a la cual fue creado el hombre”, esto es, según la cual se modeló su capacidad racional, también se le sumara la semejanza con Su Creador, dado que Él era, Melej HaMishpat, El Rey de la Justicia y que su creatura no podría ser menos.
De ese modo se impuso el tema de la Justicia sobre la tierra, cuya existencia, aún antes del advenimiento del ser humano en la Obra Divina, era un tema intrigante hasta para nuestros sabios.En efecto, el Tercer Día de la Creación nos enfrenta con la existencia de “lo seco” (Iavashá, en hebreo), es decir, el continente, una vez que las aguas inferiores se ordenaron en océanos y mares. Ahí es cuando la direccionalidad en la Obra de la Creación cobra un nuevo sentido: D’s crea, y lo creado debe producir, también. “Totsé haárets…”, “que produzca la tierra”, como se indica en el instante del pasaje de Domem, lo inerte, a Tsomeáj, la vida vegetal, la “puesta en movimiento”, el paso a lo activo.
¿Qué produjo la Tierra, de acuerdo al versículo citado? La Orden de D´s fue: “TaDSHé haárets DeSH-e…”. Que la tierra produjese cobertura vegetal, tal el significado amplio del vocablo Deshe. Tadshé-Deshe, es una reiteración casi innecesaria. y conocemos otras palabras más comunes para nombrar esa acción, sin embargo los rabinos enseñaron que la palabra De SH – e (el guión es el equivalente de la primera letra del alfabeto hebreo, Alef, que es muda) contiene las iniciales de otras palabras, a saber: D (por) Dín (¡Justicia!), SH (por) Shalom y Alef (por) Emet (Verdad).
Quiere decir, querido lector, que el vestido inicial de la tierra, su verdor que impacta a la vista, será el Din, la justicia misma. ¿Que es una casualidad? Aún así, no deja de ser emotivo el hecho de que por donde camine y hacia donde eleve mi vista, allí, es visible el imperativo de justicia. De la tierra deberá florecer la justicia por doquier. La primera plantación fue la de D’s y después el “Jardín” estará a nuestro cuidado.
Nuestra perashá nos habla de la Justicia, del juicio justo, del soborno, de los jueces corruptos, de la idolatría, porque in-justicia es idolatría al fin de cuentas, no sólo al final del primer párrafo de la perashá.
¿Por qué?, puede el lector preguntarse. Porque es negar la Obra de D’s y Su impronta.
Aun si Ud. no creyera en Él, su instinto de equidad y su razón de justicia dirían, al menos, que Ud. no es idólatra. ¡Y eso es bueno como punto de partida!
Ser judío pasa por afirmar las mitsvot, cumplirlas, actuar en consonancia con ellas. Si lo hacemos, estaremos dando por tierra con la idolatría, según explican nuestros sabios.
Después, solo después, intentaremos hablar del Todopoderoso. “Tsedek tsedek tirdof”, dice nuestra perashá como moneda de cambio:“¡Equidad! En pos de la equidad irás…”
El caminar por la vida -Adam es llamado “caminante”- presupone una búsqueda, objetivos, metas y esta es una de ellas: justicia por medios justos, en términos justos, con jueces justos. “Lemáan tijiéh…”, continúa el versículo: “Para que hayas de vivir…”. No hay vida posible sobre la faz de la tierra sin esa, su “cobertura” esencial, pues la tierra sin su verdor, sin sus colores y aromas, sin su Deshe, es solo desierto, arenas, soledades,
abandonos, muerte.
Hay quienes adoran los desiertos y tratan de convertir los pequeños “jardines” -como el “Jardín del Edén”- en sitios de desolación y miedo, de terror e impunidad. Ya hemos visto, lo vemos a diario, el precio tan alto que se paga por ello. La justicia no tiene precio, no se puede pagar por ella y, en cambio, a la Justicia hay que tenerle “a-precio”, se debe vivir para ella. Es el único tributo a pagar para garantizar la supervivencia del género humano.
Nuestra Torá así lo entiende. En efecto, para la Torá, que muchos llaman y otros ven “antigua”, pero es tan nueva como el sol cuando amanece, tan eterna como los cielos límpidos, oscuros, grises y azulados, la Justicia no tiene precio.
El guardian de las palabras.
Nosotros, como seres humanos -Bené Adam-, sobresalimos del resto de la creación. La vida en el mundo creado por D’s es definida como Nefesh Jaiá, Criaturas vivientes, entre quienes están involucrados los peces, las aves, otros animales y, por supuesto, también “se convirtió Adam en un ser viviente” (¡Adam es Nefesh Jaiá!). (Génesis 2: 7).
El término ha sido traducido por Unkelos (versión aramea) como “ente que habla”, mientras que Najmánides sostiene que hace clara referencia al aspecto espiritual del ser humano.
Maimónides, en su Guía de Perplejos, nos aleccionará diciéndonos que, precisamente, la condición del ser humano al ser creado “a Imagen de D’s” consiste en su capacidad racional, que lo distingue y eleva por sobre todo el resto.
Deducimos, por tanto, que la palabra es vida misma, condición peculiar, excluyente y dimensionadora del Ser Viviente. Ahora bien, si podemos ser “fieles” y consecuentes con esta introducción, así como se nos invita en ella a preservar la vida, deberíamos ser también guardianes de las palabras.
“Ha-jaim veha-mavet, beiad ha-lashón”, sentenciaron nuestros maestros. La vida y la muerte están a merced de nuestra lengua. Ahora, en estos tiempos de Elul, donde todo a nuestro entorno -físico y espiritual- se prepara para recibir al nuevo año, se entiende que la esencia de Rosh Hashaná está contenida no solo en lo que hicimos sino también en lo que dijimos.
No es casual, querido lector, que el tiempo que se avecina, los primeros diez días del año, no sea un conjunto de días sino uno de espacios en los que confrontar realidades, ilusiones, logros y fracasos, cosas que dijimos que queríamos hacer y que tal vez no alcanzamos a empezar, otras tantas que solo alcanzaron a ser deseos ni tan siquiera expresados y otras (¿acaso las menos, acaso las más?) que aún esperan que superemosel postergarlas.
No es casual, decíamos, que el tiempo del Nuevo Año lo inaugure la cuenta del tiempo, para concluir, en el inicio del décimo día -Iom Kipur- no con solo la melodía (como lo es para muchos) sino con el contenido de una plegaria que habla de nosotros, de nuestras ilusiones, de nuestras postergaciones, de nuestros compromisos fallidos, de nuestra palabra “venida a menos”, devaluada en el seno de una sociedad que aparenta hablar, elevarse con la palabra otorgada pero que, definitivamente la deforma, la cosifica, la pierde. “Col Nidré” (o Cal Nidré) hace alusión a las promesas, los votos, los juramentos, las “palabras dadas”, lo prometido que fue incumplido, los compromisos no asumidos porque no pudimos, no siempre porque no quisimos.
El año judío nos pide tener en cuenta lo que decimos, no sólo lo que hacemos, porque ¿si hacemos algo malo, no diremos acaso que es a causa de un impulso? En cambio, si decimos solamente lo malo, si la palabra se desfigura en “no compromisos”, si lo que digo carece de valor, ¿a qué atribuiremos estas falencias?
La gran frase que inaugura el pedido de súplicas diarias es el “Ma Nomar Lefaneja…”,“¿Qué habremos de alegar ante Ti?” ¿Con qué palabras nos vamos a presentar ante el Creador? ¿Cuántas promesas más vamos a traer este año al Bet Ha-Keneset para no cumplir? ¿En cuánto más pondremos a riesgo esta hermosa vida, cuya corona es la capacidad de comunicarnos, de expresarnos, de decir al menos una sola palabra que cura, que eleva, que ayuda, que dignifica? Palabra que dice que soy humano, “a Imagen y Semejanza con el Todopoderoso”.
Nuestra perashá, eterna Torá de todos los tiempos, hace un lugar, dentro de las mitsvot que abarca, para erigir una señal respecto a nuestro tema: “Cuando formulares un voto ante HaShem tu D’s, no habrás de tardar en cumplirlo” (Debarim 23:22).Voto es Neder,
el mismo vocablo que en plural (arameo) se dice nidré (Col Nidré). ¿Qué nos pide D’s entonces? ¿Se puede hacer un Neder? ¡Sí! El problema no es decirlo, sino ¡cumplirlo!
Pero así y todo, la Torá enfatiza una idea: Todo es posible, pero… ¡no tardes! La palabra y el tiempo van “de la mano”. La Torá insinúa que en toda promesa, voto, compromiso, hay alguien que espera y que no podemos llegar “tarde a esa cita”, máxime si ese voto
fue dado y hecho ante D’s.
Pero el versículo no concluye en una expresión de deseos sino que dice más: “…Ya que requerir, habrá de requerirlo HaShem tu D’s de contigo, y habrá en ti pecado”. Puede ser que lo olvidemos, es posible que las posterguemos, pero las deudas hay que cancelarlas y hay que hacerlo a tiempo, nos sugiere el texto.
Sin embargo, en un avance más para la condición humana -pues la Torá es el arte de aceptar, no de imponer-, el texto bíblico habla y sugiere una nueva posibilidad: “Pero cuando te abstuvieres de formular votos, no habrá en ti pecado” (23: 23).
En verdad, un elocuente versículo que habla de nuestra realidad, de nuestras flaquezas, de nuestras frustraciones. Hacer es una misión noble, decir que voy a hacer es, a veces, una “misión imposible”. De ahí la última recomendación de este pequeño bálsamo, en medio de nuestra sección semanal: “Motsá Sefateja tishmor, ve asita caasher nadarta…
Nedabá asher dibarta befija…” (23: 24), “Lo que saliere de tus labios habrás de cuidar y lo habrás de hacer… -voto voluntario- lo que hablaste de tu boca”.
Cuidar, hacer, hablar, el orden de los factores, nuevamente, no altera el producto. Si el producto se altera es porque no está el factor principal: Yo, mi humanidad, mis compromisos, mis “labios descuidados”, mis promesas nunca acabadas y mis votos nunca realizados, pues nosotros somos los Guardianes de las palabras.
Cuando ser feliz es saber recibir a veces, como judíos decimos que estamos cansados. No cansados de ser judíos, sino cansados de dar, pues se nos pide y exige mucho: “Son demasiados los cobradores que golpean a nuestras puertas”, todos los días y a toda hora.
Veremos también, felizmente, a otras personas que, en las mismas condiciones, no se sienten asediadas sino que experimentan un goce y un regocijo muy particular al ofrecer, al dar, al brindar.¿Cuáles son las causas para este malestar o bienestar? La perashá de la semana se llama Ki Tavó, “Cuando vinieres”, y se refiere al momento en que el hombre judío viene a su tierra (literalmente), o, por extensión, a su comunidad o a su grupo.
La Torá nos pide que, una vez afincados y asentados en la tierra, ofrezcamos Bicurim, esto es los primeros frutos del campo, las Primicias, y que se los traiga a Jerusalem y se haga participar del regocijo de esa ofrenda a las personas que dedicadas a mantener viva la espiritualidad judía, en otras palabras, a los Sacerdotes y los Levitas que actuaban en el Bet Ha-Mikdash. En esa oportunidad, el hombre judío tenía que hacer una declaración, no una “declaración jurada” de sus impuestos sino una declaración de su profundo regocijo por poder cumplir con esa mitsvá, que era ofrecer, dar.
La Torá recalca que eso debía ocurrir únicamente después de asentarse y arraigarse en la tierra, en la comunidad, en el pueblo, lo que parece indicar que únicamente la persona arraigada en el judaísmo y con profundas raíces en el mismo puede experimentar el regocijo de ofrecer y verse libre del sufrimiento de sentirse molestado por las inoportunas exigencias que nos asedian.
“…Y tomará el Sacerdote el cesto de tu mano”, nos transmite el texto, haciendo referencia tal vez a la persona que no había tenido la suerte de una buena cosecha y que por eso venía con un solo cesto en la mano. Las otras personas seguramente tenían cargas importantes y no un solo cesto. Sin embargo, el Cohen (Sacerdote) tomaba el cesto de la mano de esta persona que no tenía fortuna y no atendía, en primer lugar, a las personas prestigiosas, importantes, de “mayor peso”. El mundo bíblico es ideal por lo simple, por lo ecuánime, porque ¿dónde, sino en él, atendemos un pequeño cesto y desatendemos
cosas grandes?
El Rabino Iosef Dov HaLevi Soloveitchik ZTS”L, una de las autoridades rabínicas de mayor renombre en nuestro siglo, esboza en uno de sus libros la siguiente metáfora:
“Cuando las personas, después de su larga vida, dejan este mundo terreno, sus almas se presentan ante el Creador. Pero antes de allegarse ante Él, hay que atravesar un pórtico-Shaar Hashamaim-; sin embargo resulta que el Pórtico Celestial es de altura reducida y por lo tanto pueden atravesarlo solamente las “personas pequeñas”. Las “personas grandes”, debido a su dimensión no pueden pasar este pórtico y quedan afuera y lejos porque son demasiado grandes para D´s- (…)”. El “hombre grande”, insinúa este Rabino, es víctima de sí mismo, de su grandeza, o de su sobredimensión, o de su soberbia,
que no le permiten llegar a lo esencial.
Pero volvamos a la raíz del problema presentado al principio. Tal vez podamos resolverlo usando para ello una Ley de la Mishná (Tratado de Bicurim Cap. I: 6) que dice: “Iabásh ha maaián” – “Si la fuente se ha secado”; “ve niktsáts ha Ilán” – “Y el árbol fue cortado”; “mebí ve-enó koré” – “El fruto recogido del árbol es traído a Jerusalem, pero sin hacer la declaración de regocijo”.
En otras palabras: si lo que ofrecemos procede de una fuente que se secó, o de un árbol que ha sido talado (¡en lugar de cortar su fruto nada más!) no podemos sentir regocijo o hacer declaraciones vacuas y, por supuesto, inauténticas. El que yo me sienta asediado o satisfecho por lo que aporto y ofrezco parece que no depende del número de cobradores o de pedidos sino de la fuente, de la “Fuente Judía” que debe haber dentro de mí, o, en otras circunstancias, de si el árbol no ha sido cortado o truncado.
Finalmente, la última norma de la Torá dice que había que pronunciar estas palabras cuando se ofrecían los frutos: (1) “Ve- atá”: “Y ahora”; (2) “Hiné”: “He aquí estoy”; (3) “Hebéti”: “y traje (los frutos)”. Un maestro del jasidismo nos enseña que, para que esta mitsvá u otra tengan significado, se tienen que reunir tres condiciones:
a) “Ve-atá”: Ahora, de inmediato, no posponer;
b) “Hiné”: aquí estoy, con simjá, es decir, con regocijo y plenitud;
c) “Hebéti”: Yo he traído, Mishelí, de lo mío, no de lo que me sobra, sino de lo que me faltará seguramente después de haberlo ofrecido.
Sinteticemos: Ya, con profundo regocijo y de lo mío propio. ¿Qué tal? ¿Seguimos pensando en los cobradores, a quienes pedimos que vengan otro día? ¿Seguiremos haciendo cálculos de los que nos sobra para ofrecerlo y nos pondremos tristes y tensoscuando damos? Por último, y como corolario del cumplimiento de esta acción, deberemos aprender a valorar lo que nos queda y no lo que nos falta; lo que tenemos -precioso y único- y no lo que podríamos haber tenido.
Ahí viene otra vez la sabiduría de la Torá, que nos sugiere (aunque para algunos suele ser una orden) que: “Ve -samájta be-jol a tov asher natán lejá HaShem Elokéja”, “…Por tanto habrás de regocijarte con todo lo bueno que te ha dado el Señor, Tu D´s”.
Tenemos que regocijarnos con lo que recibimos, no por su cuantía sino por saber de quien recibimos. Ante las puertas de un nuevo año, frente al “balance” del que tanto hablamos y que no hacemos, ante un espejo imaginario que nos permita vernos en nuestra dimensión real, frente a todo esto, intentemos reflexionar, a solas con nuestro propio silencio, y acerquemos una respuesta nueva cuando vengamos a la Sinagoga:
¿Qué es lo que cuenta? ¿Lo que recibimos, la cantidad, la dimensión, lo enorme? ¿O, más bien, de quien recibimos, haciendo caso omiso de la cuantía? ¿Es la cosa o la persona?
Frente a frente, nosotros de verdad “Atem nitsavim ha-iom kulejem…”, son las primeras palabras de nuestra sección de lectura semanal. “Vosotros estáis firmemente parados -todos-, delante de HaShem, de vuestro D’s”. Al decir de nuestros sabios, son éstas también parte de las últimas palabras de
Moshé Rabenu, pronunciadas en el último día de su vida. Estar frente a D’s significa, ante todo, poder elevar la cabeza, mantenernos erguidos y mirar como la santidad de la vida recorre cada espacio de nuestro quehacer. El pueblo judío, insinúa Moshé, debe saber que su libertad, eje de su fe y del llamado de D’s a cumplir Su Torá y Sus preceptos, debe ejercerse con plenitud, con los ojos bien abiertos y con nuestro rostro elevado
hacia Él.
La persona libre de transgresiones (y de la culpa que ellas acarrean) puede caminar de ese modo, con zekifut coma, tal como se dice en hebreo. Mientras que el transgresor, aquel que ha cometido -a sabiendas o no- una mala acción, tiende a bajar la cabeza y
encorvar su postura.
Es por ello que siempre hay un día -ha-iom- en el cual estamos frente a Él. La condición primera es estar Nitsavim, firmemente parados, erguidos, con las cabezas y rostros dirigidos a lo Alto. Sin embargo, se impone que dicha postura sea alcanzada por la totalidad de la comunidad, no solo por algunos individuos; por ello a la postura física y espiritual le precede el pronombre Atem, Vosotros. Nuestra Torá nos dice: kulejem, todos vosotros, sin excepción. Todos estamos
convocados a ser parte y partícipes de la gran experiencia del Pacto, que se habrá de concertar para las generaciones todas, en ese día, para todos los tiempos.
Solo la totalidad de la congregación podrá emerger por entre los días del año calendario y sumarse en coro -de plegarias y acciones a la vez-, en oración y clamor frente al Creador, en los días donde “el mundo fue llamado a nacer”. Aquí radica la fuerza que Moshé -nuestro maestro- parece insinuar ante todos nosotros, en el tiempo presente en el cual habla, en los días continuos que hacen a nuestra vida como nación cada año.
“Imdú ve-tikeú”, establecían nuestros jajamim. La lectura de esta perashá es la condición para recibir el nuevo tiempo que se inicia con el sonido del Shofar. Estar parados frente al clamor de la Teruá, en el día que es llamado por nuestra Torá como “Iom Teruá”, pues es entonces donde está el clamor y el estruendo y donde estará también la fuerza de toda la comunidad para conglomerarse y amalgamarse entre los sonidos y salir airosa – espiritualmente, sobre todo- ante aquello que se inscribirá, indefectiblemente, en los Libros Celestiales.
Estamos en el último Shabat del año. Hemos vivido tiempos difíciles, proyectos y sueños que nos propusimos a la salida de la Sinagoga, el último Iom Kipur, quedaron truncos o inconclusos; otros ni siquiera llegaron a ver la luz. Llegamos a esta etapa con muchas de nuestras aspiraciones postergadas y alguna sensación, en particular, de vacío. Entonces la Torá nos pide que nos mantengamos parados, firmemente sostenidos, para sentir la estabilidad necesaria para poder continuar. ¡No podemos ingresar al nuevo año con la “cabeza gacha” que pueda deberse a situaciones del pasado! ¡No podemos dejarnos vencer por los problemas que venimos acarreando desde hace tiempo! Para ello es necesario, “Atem nitsavim ha-iom kulejem…”, saber estar parados, poder afirmarnos,más allá de nuestras dudas y flaquezas, porque en pocos días estaremos frente al Rey de los Reyes, Quien nos llevará a Juicio en el Iom HaDín para inscribirnos en el Libro de la
Vida plena, que merecerá ser vivida en Santidad, es decir, con nuestras cabezas en alto.
“Esá einai el he-harim, me-aín iabó ezrí…”, “elevo mis ojos hacia las montañas, ¿de dónde ha de venir mi ayuda?”, pregunta el Rey David. “Mi ayuda proviene del Todopoderoso,Creador de los Cielos y la Tierra”, nos responde.
En Rosh HaShaná el mundo fue llamado a la existencia. Es el tiempo de elevar nuestros ojos y erguir nuestras cabezas. ¿Cómo? “Atem”, aseveraba el Rabi de Kotzk, tiene las mismas letras hebreas que la palabra “Emet”, que significa Verdad. Lo único que nos dará estabilidad en la vida es la Verdad; el pacto que nos propone D’s cada año es que se renueva es Su Verdad, la Torá, que deberá ser patrimonio de Atem, Vosotros, de todos, en plural. Quiera D’s hacer que el nuevo año lo empecemos conjugando en plural, Atem, la Verdad: Emet.
“Morir con un beso”
“Dijo también el Señor a Moshé: He aquí se acercan tus días para morir: llama a Ieoshúa y presentaros…”
Este Shabat, “Shabat Shuba” -el Shabat intermedio entre Rosh HaShaná y Iom HaKipurim-, leeremos en la Torá acerca de la desaparición de Moshé Rabenu, nuestro maestro. La perashá de Vaielej, “Y fue, se encaminó…” nos habla de Haiom, es decir, el día que iba a ser el último en la vida de Moshé.
Felizmente, Moshé Rabenu pudo terminar su vida en plenitud de facultades y no tuvo últimos días de vida con asistencia mecánica, tal como muchísimos hombres y mujeres hoy en día están terminando con sus días, gracias o a través de los adelantos de la ciencia médica.
Moshé Rabenu puede hablar, dirigir mensajes, sentir, hasta cantar en su último día de vida. Eso se llama, en la tradición judía, Mitá bi-neshiká, o sea una suerte de “Muerte con un beso”, definición que nos habla de una forma de terminar menos violenta, tal vez menos dolorosa, si es que se puede calibrar el dolor. Al respecto de la muerte de Moshé, dice la Torá que D’s le había dicho: “hen karvú iameja lamut”, “Pues ya se han acercado tus días para morir”. Un maestro del jasidismo acota: “Los días no nos acercan para morir, en realidad es la muerte quien se acerca a la persona”. Y acota de inmediato:
“De lo cual habremos de inferir que: “Iamáv shel Moshé metu, veló hú”. Es decir, “que los días de Moshé son los que murieron, y no él…”.
¿Qué quiere decir eso? “Tzadikim enam metim, iemehem metim”, “los justos no desaparecen, sus días son los que mueren, sus días son los que terminan”. Y agrega el mismo maestro que: “Está la situación a la inversa: el hombre insensato, el hombre insensible, el hombre impío, es como si estuviera met be-jaiáv, como muerto en vida; o sea, que este hombre -rashá- de acuerdo a nuestra tradición judaica, “mata él mismo sus días, antes de que sus días hayan muerto”.
Una concepción clara, sana, hasta diríamos contemplativa para con la vida y todos sus aspectos, inclusive aquel que nos enfrenta ante la pérdida de la misma. Pero Moshé Rabenu se resistía, hasta el último momento. Veamos, por ejemplo, como un gran filósofo judío contemporáneo, Elie Wiesel, en su libro Mensajeros de D’s nos lo presenta:
“…Y ahora, volvamos a la pregunta inicial: ¿Por qué Moisés se aferraba tanto a la vida, hasta el punto de oponerse a la Voluntad Divina? ¿Era ésa su forma de protestar contra el uso celestial de la muerte para disminuir, incitar y finalmente aplastar al hombre? ¿Fue éste su último acto en defensa de su pueblo? ¿Su forma de enseñarle a Israel una lección urgente y eterna: que la vida es sagrada -siempre y para todos- y que nadie tiene el derecho a renunciar a ella? ¿Acaso el más inspirado y vehemente de los profetas quiso decirnos, por medio de su ejemplo, a través de los siglos y las generaciones por venir,
que vivir como hombre, como judío, significa decirle sí a la vida, a la lucha -incluso contra el Todopoderoso- por cada chispa, por cada aliento de vida?…
”Sí, quería vivir, y no estaba avergonzado de ello. Quería vivir a cualquier precio, excepto a expensas de algún otro. El Midrash nos cuenta que al final D’s le dijo a Moisés: Insistes en permanecer en el mundo de los vivos. ¡Así sea! ¡Vivirás!; pero entonces, Israel perecerá. Ha de ser así: o uno u otro, tú o Israel.
”Y Moisés clamó: ¡Que Moisés muera, y que mil hombres como él mueran, pero ningún hijo de Israel sea tocado! Pues no se puede ir más allá de cierto límite: vivir es bueno, querer vivir es humano, pero no a expensas de la muerte de otro”.
Una reflexión “viva”, original y sabia, de otro “sobreviviente”, que nos presenta a un Moshé humano, con sus pasiones y debilidades, a la totalidad del ser que requiere nuestra Torá para cumplir la vocación de la humanidad sobre la tierra por Él creada.
Pero… ¿cómo podernos imaginar ese momento, ese instante en el cual Moshé deja a los vivos -a su amado pueblo- cuando el texto bíblico nos retacea la descripción?
El Midrash, esa célebre composición rabínica que es característica de la creación literaria judía entre los siglos IV al XIV (nos referimos al tiempo en que fue redactado tan sólo), embellece este amargo momento, relatándonos el siguiente pasaje:
“…Moisés pasó su última hora bendiciendo a las tribus de Israel. Luego comenzó a ascender al Monte Nebó. Entró en la nube que lo aguardaba. Dio un paso adelante y se dio vuelta para mirar al pueblo que lo seguía con la mirada… Las lágrimas brotaban de sus ojos, y ya no podía ver a nadie. Cuando llegó a la cima del Monte, se detuvo. ‘Tienes un minuto más’, le advirtió D’s, de manera de no privarlo de su derecho a morir. Y Moisés se tendió. Y D’s dijo: ‘Cierra los ojos’. Y Moisés cerró los ojos. Y D’s dijo:
‘Cruza los brazos sobre el pecho’. Y Moisés los cruzó sobre el pecho.” Luego en silencio, D’s lo besó en los labios. Y el alma de Moisés encontró abrigo en el
aliento Divino y se deslizó suavemente en la eternidad. Al pie de la montaña, cubierta de niebla, los hijos de Israel lloraban. Y toda la creación lloraba… Pero allá arriba, los ángeles exultantes y los serafines, le dieron una entusiasta bienvenida. En todas partes, Moisés era agasajado por haber sido el más fiel de los siervos de D’s… Y toda la historia humana sigue glorificando su nombre” (Midrash Petirát Moshé).
Por último, permítasenos concluir este sustancioso relato, nuevamente, con la sensibilidad de Wiesel, en el libro citado, que concluye de la siguiente forma (p.157): “Nadie conoce el lugar en que descansa. La gente de las montañas dice que es en el valle. La gente del valle dice que es en la montaña. No se ha convertido ni en Templo ni en museo. Está en todas partes y en otra parte, siempre en otra parte. Nadie estuvo presente en su muerte. Y así, en cierto modo, él sigue viviendo dentro nuestro, dentro de cada uno de nosotros. Pues mientras haya un hijo de Israel, que en alguna parte proclame su Ley y su verdad, Moisés vivirá a través de él, en él, como la zarza ardiente que consume el corazón del hombre sin consumir su fe…”.
Aguas de bendición , rocío de amor.
Habrá una canción para la despedida, pero no se trata de una simple canción ni de una simple melodía. Moshé, nuestro maestro de bendita memoria, transcurre su último día de vida tras ciento veinte años de plenitud, de entrega sin igual, de luchas y de amor por su pueblo.
Si así lo definen sus días, también nos lo habrán de presentar como el “hombre más humilde sobre la faz de la tierra”, que “llegó a conocer a D’s frente a frente”. Grandeza y modestia reunidas en una sola persona, la suya.
Durante el presente Shabat, Moshé le canta a su pueblo el Cántico de Haazinu en el que aquel conductor, sensible y sensato, presenta a los Hijos de Israel una historia condensada del pasado, presente y futuro de la nación.
Solo quien alcanzó el nivel de Profecía puede, con una canción, describir la eternidad de los tiempos y atestiguar delante de los suyos -sus queridos y amados- a los Cielos y a la Tierra. La Tierra y las esferas Celestiales significaron su hogar y son ellas mismas testigos de la veracidad de sus palabras. “Torat Moshé Emet”, decimos al recibir la sagrada Torá en la Sinagoga: “La Torá de Moisés es Verdad” pues la fuente de su verdad es la Palabra del Todopoderoso, Su Torá. Y “el sello de D’s es la Verdad”, como afirman nuestros sabios en el Midrash.
“No es fácil decir cosas dirigidas simultáneamente a los Cielos y a la Tierra. Es difícil transmitir pensamientos elevados, profundos, ‘celestiales’ y a la vez, simples, concretos, ‘terrenales’. Solo alguien grande como Moshé puede conjugar un mismo idioma para los más sabios y para los más simples. Esa es la fuerza del líder elocuente”, afirma un sabio contemporáneo.
“Gotee como la lluvia mi enseñanza, fluya como el rocío mi palabra, como tormenta sobre la grana y como aguaceros sobre la hierba”, tales son las primeras palabras de este Cántico. Palabras y enseñanzas, verbos, sustantivos y adjetivos para llevar a cabo la tarea más elevada del ser humano: educar a diario.
Crecer en el saber, conocer para creer, creer para temer con reverencia.Solo así podrá el hombre de Israel comprender su lugar en la historia de las naciones y su devenir en los hechos del mundo. Solo al percibir la lluvia y el rocío, podrá el iehudí contemplar los altos Cielos y, en ellos, la Bondad Infinita del Creador, tornándose día a día sobre la geografía física de sus campos y también sobre las planicies espirituales de su alma.
El agua, vital en el desarrollo humano, es en nuestra Shirá -cántico-, el elemento constructor de una nación, “Ve-én máim ela Torá”, afirman los sabios: “Y el agua no es sino la Torá misma”; “Divré Torá nimshelú le-máim”, nos enseñaban: “Las palabras de la Torá fueron equiparadas con el agua”. He aquí lo vital del aprendizaje diario, tanto como lo es el agua para el cuerpo humano, lo son las palabras de la Torá para el alma del judío.
Con estas palabras, y no otras, Moshé comienza a cantar su despedida, para que sus palabras fluyan como la lluvia y desciendan como el rocío, para que no falten nunca. Para que la Torá, que acaba de descender de los recónditos Cielos en el día de Iom haKipurim, por segunda vez, anide definitivamente en los corazones y en las bocas de una comunidad, el pueblo judío, y pueda anegar sus cuerpos y hacer florecer, entre sus ramas y tronco, los mejores frutos del compromiso moral y ético de todos ellos, en el tiempo y a lo largo de la vida toda.
Al decir del Rabí Búnem: “Así como en el momento que cae la lluvia no podemos apreciar su influencia benefactora sobre los sembradíos y solo después de un tiempo, cuando el sol despunta entre las nubes y arroja su luz sobre la faz de la tierra, es cuando podemos apreciar lo positivo de la lluvia, así son las palabras de la Torá: en el momento de ser escuchadas nadie puede distinguir claramente su nivel de influencia”.
La verdadera bendición: cuando los hermanos dejan de competir
Concluimos nuestra sagrada Torá. Moshé Rabenu continúa -fiel a su estilo- de pie y llevando hacia cada tribu de Israel su bendición, la de un hombre simple que alcanza la condición de “Ish ha-Elokim”, “el hombre del Todopoderoso”.
No es simple llegar a esa condición que, además de indicar proximidad, nos habla de confianza, solemnidad, espiritualidad y sabiduría sin igual. “Be-jol betí neemam hú”, nos había dicho sobre él El Creador. Si hay un hogar en lo más recóndito que abarca al Todopoderoso, en ese hogar solo uno es el más creíble, confiable, fiel y Moshé Rabenu, nuestro maestro, es esa persona.
Por lo tanto, su bendición no es sólo un buen deseo, es la visión misma del porvenir que aguarda a sus amados, a aquellos que condujo durante difíciles cuarenta años, a los que había visto crecer al amparo de un desierto conflictivo, de una experiencia y vivencia
singulares.
Cada tribu representa un destino peculiar, aunque todas pertenecen a un mismo tronco y raíz, sus ramificaciones, flores y frutos son diversos y multicolores. Cada uno y uno ha sido una significativa realidad en todo este tiempo y para cada uno habrá de llegar la palabra justa, la visión exacta y, también, la amonestación necesaria para la construcción de su futuro.
De ahí la grandeza del hombre más humilde que conoció la tierra, de Moshé, que no solo conocía a sus dirigidos, sino que también pudo ver, con aguda o crítica visión, todo aquello que habría de conformar el episodio de su devenir en la Tierra de Promisión que estaban por alcanzar.
Ese, su saber tan exacto como su desear, queda establecido al hablar a cada una y una de las tribus sobre su conformación espiritual, no solo geográfica, lo cual nos sorprende, también, por la precisa descripción que Moshé Rabenu hace de las tierras que ocuparán y las riquezas naturales que podrán explotar allí. Algo significativo, no solo sorprendente.
Si bien a lo largo de nuestro recorrido por los cinco libros hemos visto y leído acerca de protagonistas claros y contundentes, tales como Iehudá, Leví o Shimón, Reubén en otro momento y Biniamín en la feliz reconciliación de los hermanos, Efraim y Menashé como herederos de Iosef -su padre-, alcanzados por la bendición de su abuelo Iaacob en Egipto, serán otros, menos escuchados hasta hoy, los que ocupen nuestra atención a partir de la singular berajá que Moshé Rabenu instala en ellos.
Son hermanos, claro, de la misma madre y habrán de vivir ligados en la construcción del pueblo de Israel en Erets Israel. Serán parte de un todo pero, a la vez, conformarán un modelo de acción y dedicación que servirá como eje de la edificación de una nación que necesita, requiere y anhela poder vivir religada, vinculada estrechamente por lazos fraternos que superen las propias biologías.
Hablamos hoy, como eje de “Y ésta es la bendición”, de Zebulún e Issajar que, en el silencio de los hechos, erigen los pilares del edificio a construir en el futuro más inmediato: midrash y maasé, es decir, el estudio y la acción, sin privilegiar por el momento que se ha de hacer antes y que se ha de hacer después. Torá va-Avodá, el estudio de la Torá acompañado de una labor, aunque no siempre coincidan tiempos y personas.
“Semaj Zebulún be-tseteja, Issajar be-aholeja” es la bendición que escuchamos decir a Moshé desde su corazón. “Alegrate Zebulún en tu partida, Issajar (regocíjate) en tu tienda”, son palabras demasiado simples para ecuaciones demasiado complejas. ¿Hacia dónde sale Zebulún? ¿Dónde permanece Issajar?
Zebulún dedicará su vida a comerciar, navegando por mares y océanos; Issajar, quedará en tierras seguras, al resguardo de la sagrada Torá, estudiándola, comentándola, enseñándola, es decir: engrandeciendo la Torá para enaltecerla.
“U-mi-Bené Issajar iode’é biná la-‘itim”, asevera el libro de Crónicas. A partir de su gran saber, supieron establecer los tiempos, calendarios y el andar de las constelaciones.
Todo el saber estaba en esta pequeña tribu, pero ¿de dónde nacía su mérito? Al decir de nuestros sabios, de bendita memoria, Issajar podía dedicarse a la Torá pues Zebulún se ocupaba de su manutención y cuidado. Mientras Zebulún habría de dedicar su vida al comercio, Issajar estará ligado siempre al
estudio y a la Torá. Uno sin el otro carecerá de méritos, en nada progresará.
Concluimos la lectura anual de nuestra sagrada Torá, contemplando cómo deberá ser el mundo creado por el Todopoderoso desde el Bereshit. Aquí, en el final precisamente, es cuando podemos apreciar la resolución de las cosas.
Fue en Bereshit cuando dos hermanos, incomprensiblemente, llevaron el mundo al vacíoinicial, cuando Caín se levantó contra Hebel y ya no hubo palabras pues Caín dejó a Hebel sin aliento. La muerte violenta consumaba su acción, que sería seguida por silencios y culpas, exilios y destierros, impotencias y descrédito por doquier.
Hoy, en Vezot HaBerajá, percibimos algo del sentido de la bendición. Isajar y Zebulún son diferentes, asumen distintos papeles y no tienen las mismas metas. Sin embargo, el amor entre ellos es más fuerte y el impulso vital de su progreso individual alienta, a uno y a otro, a luchar por el futuro en común, que no es otro que el de todo el pueblo judío.
Tal vez pueda el lector apreciar la diferencia. Principio y final se unen, en un epílogo que, cual bálsamo reparador, llega para regalarnos la posibilidad de aprender a vivir, unidos en sana y productiva convivencia, junto al otro, que es muy diferente a mí pero que es mi hermano. Esa, querido lector, es la mejor bendición.
Shabat Shekalim | Shabat Zajor | Shabat Pará |
Shabat ha-Jodesh | Shabat haGadol |
La mitad de todo
“Esto habrán de ofrecer todos los que pasen entre los censados: medio shékel del shékel del Santuario como ofrenda ante HaShem…”. “El rico no habrá de exceder
ni el pobre habrá de disminuir la mitad del shékel…” (Perashat Shekalim – Segundo Sefer Torá, Éxodo Cap.30: 12-16).
Shabat Shekalim es el Shabat que precede al comienzo del mes de Adar. Se anuncia la llegada del mes y con él, el deber del pueblo judío de hacerse presente con la donación singular del ‘Medio Shékel’.
La contribución anual que debía realizar el pueblo judío tenía dos fines: el primero, según las palabras iniciales de la perashá Ki Tisá, era “establecer el número de los hijos de Israel”, o sea, servir como una suerte de censo poblacional indirecto. El texto bíblico advierte: “…para que no haya en ellos mortandad al censarlos”.
A la tradición bíblica la complementará la Ley Oral -Torá shebealPé. La Mishná anuncia que: … beEjad beAdar mashmi’ín al haShekalim, es decir, que el Primero de Adar se “anunciaba la donación del Medio Shékel”.
La recaudación era destinada a sufragar los gastos del Bet HaMikdash y con ella se adquiría el ganado que se ofrecía como sacrificio cotidiano, cada amanecer y cada atardecer, en el Templo de Jerusalem: el Korbán Tamid.
Cuando el segundo Bet HaMikdash fue destruido, esta costumbre fue suplantada por la lectura, en las sinagogas, del pasaje inicial de nuestra perashá. Este Shabat recibía el particular nombre de Shabat Shekalim.
Consideremos ahora ciertos aspectos peculiares de este donativo, en una comunidad de esclavos recién redimidos que, a pesar de recibir -y en abundancia- el agua y el alimento diario en medio de la aridez y soledad del desierto, no ha educado aún sus corazones en el ejercicio de dar, en la voluntad natural de ofrecer, como agradecimiento y como garantía de pertenencia.
Esa es la función del “Medio Shékel” que todos han de donar, sin excepción. A la hora de integrar el pueblo judío nadie será considerado en más o en menos en razón de lo que tiene o deja de tener, no habrá distinción entre ricos y pobres al momento de ser “tenidos en cuenta” para el Santuario.
¡Qué mundo ideal el bíblico! pensará el lector… Pero es un ideal que debe ser aplicado en el mundo real y la no conjunción entre ambos mundos no debe considerarse un fracaso o provocar frustración alguna.
Cuando se parte de ideales claros, la realidad no puede producir confusión. No hay sitiales para el honor, no hay llamados para el honor, porque el único honor -si es que cabe- es el que compete a cada hombre creado a Su Imagen.
Jabib Adam shenibrá be-Tsélem afirma Rabi Akiba en la Mishná de Abot (Cap. III: 14). “Amado es el ser humano ya que fue creado a Imagen de D’s”. Y el sabio confirma nuestro lugar como Israel en el mundo creado por Él cuando dice: … Jabibim Israel, shenikreú banim laHaShem. “Israel es querido, por cuanto es llamado hijo de D’s. Un extraordinario amor le fue manifestado por que es llamado hijo de D’s…”.
Así lo afirma también la Torá: Banim atem laHaShem Elokejem. Lo titgodedú… (Debarim 14:1). “Hijos sois vosotros para HaShem vuestro D’s; no habréis de rasgaros…”.
El vocablo titgodedú es interpretado por el Midrash como: lo taasú agudot agudot, o sea, no producir divisiones en el seno del pueblo judío a expensas de honores desmedidos, o discriminando a pobres de ricos, o bien a carenciados sociales y extranjeros del resto de la población. No hay lugar para agudot agudot sostiene el midrash. La sociedad no tolera tantas y tantas divisiones en su seno. El dividir, en este caso, “no es para reinar”.
Majatsit haShékel denota la verdadera Unidad requerida por la Torá. El “Medio Shékel”, precisamente, viene a enseñarnos que una “mitad” alcanza para indicar el vínculo, la pertenencia, la necesidad del otro, el lugar que los demás -diferentes a mí- ocupan y el que poseen, al igual que todos, en el mosaico social que ofrece un pueblo en desarrollo -físico y espiritual- camino a su construcción en la tierra de Promisión.
Saber que uno es solo una mitad y que necesita de otra mitad para completar el entero, de modo que se “achiquen” o anulen las diferencias. La mitad del rico más la mitad del pobre hacen el entero, una unidad.
Solo se logrará un Santuario en funcionamiento cuando cada uno se siente parte del mismo, cuando se aprecia lo que cada uno da -por menos que sea-, cuando se es “tenidoen cuenta” por ser uno más y no por cuánto uno tenga. El lector no debería sorprenderse ante un mundo bíblico que es verdaderamente ideal.
Y, por último, no solo “de dar vive el hombre” sino que importa cómo dar. Nuestra Torá pide: Zé Itenu, “Cómo esto habrán de dar”. Nuestros sabios, de bendita memoria, sostienen que cada vez que en la Torá aparece el vocablo Zé está indicando que el Todopoderoso “le mostró a Moshé con Su Dedo”. Es por eso que comenta Rashí: eráh ló kemín matbea shel esh… veamar lo: kazé itenu.
Cuenta Rashí, en nombre del Midrash, que HaKadosh Baruj Hú le mostró a Moshé una Moneda de Fuego y le dijo: “Como esta moneda habrán de dar”, con lo que quiso decir, insinúa Rashí, que el dar debe conjugarse con la actitud, con el sentimiento interior del ser humano: dar con fuego, es decir, con fervor y entusiasmo.
El Rabí Najman de Bratslav sostenía que el motivo de mostrarle a Moshé “una moneda de fuego”, fue porque “…el elemento ígneo es uno de los factores más importantes, así como vitales, en la Creación, ya que el mundo no puede prescindir de él; sin embargo con el mismo fuego el hombre puede destruir todo lo creado. Lo mismo ocurre con el dinero y los bienes materiales: no hay duda de su importancia y de su necesidad, si elhombre les da un uso apropiado; así como es un verdadero riesgo si llega a manos no adecuadas…”.
Por último, y volviendo al Majatsit haShékel, veamos un par de enseñanzas relevantes al hacer y al pertenecer cotidianos: el sabio Alshej, en nombre de Rabi Shelomó Alkabets (el autor del Lejá Dodí) explica que: “…el ‘medio shékel’ viene a enseñarnos y demostrarnos el sentido de la Unión (Ajdut). Es decir: Que cada integrante del pueblo judío considere y sepa que es parte de su prójimo y no un ser íntegro (entero=shalem), y recién a partir del compartir y del integrarse con cada uno de sus hermanos de Israel, entonces se transforma en un ‘shalem ejad’ o sea en ‘un entero’, y es por ello que cada uno traerá solo una mitad…”.
Aprender a dar es la materia previa a saber recibir y, sobre todo, nos permite comprender de Quien Recibimos.
El presente es uno de los cuatro Sábados especiales que acontecen en esta época y recibe el nombre de ZAJOR, que significa: Acuérdate o Recuerda, en referencia a la lectura agregada que efectuamos de la Torá (al leer el maftir de un segundo Libro, distinto del semanal) y anticipando los tiempos que vienen, pues este Shabat nos anuncia que la festividad de Purim se acerca.
Y si bien nos disponemos a vivir una gran alegría -como pueblo y como individuos- al recordar los episodios ocurridos hace casi veinticuatro siglos, durante los cuales “para los judíos hubo luz, regocijo, alegría y dignidad”, no podemos ocultar el dolor y la angustia que la discriminación, la intolerancia y el odio impune provocan, generacióntras generación. Pues también recordamos las situaciones extremas y hasta letales para la humanidad toda, en las que los judíos hemos sido el blanco de una dramática elección para la muerte y la devastación.
Vayamos a los hechos. ¿Qué nos relata la lectura agregada de este Shabat especial y que pertenece al quinto y último Libro de nuestra Torá (Deuteronomio)? Allí se lee: “Acuérdate qué hizo Amalek contigo en el camino, cuando saliste de Egipto; cómo te salió al encuentro en el camino y acuchilló a los rezagados entre los tuyos, todos los débiles que se atrasaban, estando tú fatigado y extenuado; y cómo no tuvo ningún temor de D´s.
Por tanto sucederá que, cuando el Señor -tu D´s- te diere descanso de todos tus enemigos en derredor, en la tierra que el Señor, tu D´s, te da por herencia para que tengas en posesión, borrarás la memoria de Amalek de debajo de los Cielos. No lo olvides.” (Cap. 25: 17-19)
Hubo un día y una circunstancia en que todo parecía brillar para un pueblo que rompía con más de doscientos años de cruel y torturante esclavitud. Pero cuando todo parecía indicar que la luz de la redención asomaba para el pueblo de Israel, se hizo la noche.
Fue entonces que Amalek, bajo la impune mirada de los pueblos del lugar, atacó despiadadamente… ¿A quién? Dice el texto: a los rezagados, a todos los débiles, a los que se atrasaban… Felizmente, Moshé pudo sobreponerse al poderío físico de Amalek cuando ordenó a Ieoshúa armarse y enfrentarlo. Moshé, Ieoshúa y el pequeño ejército “improvisado” del pueblo, con el espíritu inclaudicable del hombre de fe y la Providencial ayuda Divina, pudieron más que la brutalidad. Aunque hubo que lamentar muchas víctimas entre los más débiles, entre aquellos que nunca supieron “hacer una guerra”.
¿Quién era este Amalek? ¿Por qué tanto odio? Vayamos un instante al Libro del Génesis -Bereshit-, donde leeremos: “Y estas son las generaciones de Esav (Esaú, el mismísimo hermano mellizo de Iaacov), el cual es Edom.
Esav tomó sus mujeres de las hijas de Canáan; a ‘Ada hija de Elón, el hitita…Y ‘Ada parió
a Elifaz para Esav…Y Timna era concubina de Elifaz, hijo de Esav, que parió a Amalek…”(Cap. 36).
Así las cosas comienzan a aclararse y nos muestran el perfil de los acontecimientos. El pueblo de Amalek, mencionado por primera vez en la Biblia, era el del mismísimo nieto de Esav, hijo de Elifaz. Elifaz nació y creció en vida de su abuelo paterno, Itsjak, lo que de una u otra forma influyó positivamente en él. En cambio, Amalek nació después de la muerte de Itsjak y no fue circuncidado, creciendo al amparo de su abuelo Esav, de quien heredó el odio que éste sentía hacia su hermano Iaacov, y hacia los hijos y nietos de ese hermano.
Así lo interpretan nuestros rabinos, quienes tuvieron siempre claro que Iaacov y Esav no solo eran diferentes, sino que fueron antagonistas que enfrentarían una historia de persecución y muerte: “La Voz de Iaacov y las Manos de Esav”. Lo que no se consumó en vida de ambos habría de ocurrir, tarde o temprano, en las generaciones postreras.
Así lo definieron nuestros Sabios, por medio de la libre expresión que les cupo a través del Midrash, cuando nos enseñaron:
“Dijo Esav a Amalek: ¡Cuánto me esforcé por exterminar a Iaacov, empero sin éxito!
¡Preocúpate de tomar venganza por mí!
Preguntó entonces Amalek: ¿De qué forma podré ‘unirme a él’ (para destruirlo definitivamente)?
Le respondió Esav: -Ten presente siempre esta enseñanza: cuando veas que han sufrido
un imprevisto, cuando los veas sumidos en la desgracia, entonces arremete contra ellos, atácalos y extermínalos”.
Nos relatan nuestros Sabios que este Amalek -el primero- vivió largos años, que presenció la llegada de Iaacov y sus hijos a Egipto (en la época de sequía, ”las vacas flacas” del sueño del Faraón), pero que también fue testigo de la salida de los Hijos de Israel de la casa de la esclavitud. Cuando observó al pueblo judío esclavizado en Egipto, pensó para sus adentros: -Creo que la venganza de mi abuelo Esav ya se ha consumado, pues no saldrán con vida de la tortura de la cruel esclavitud que le infligen los egipcios; pero, en caso de que ello ocurra (y se puedan liberar del yugo egipcio), entonces los acecharé en el camino y los emboscaré -cual oso furioso por haber sido deshijado- y los exterminaré hasta no dejar rastro de ellos.
Mientras tanto, sembró en el corazón de sus hijos y nietos -que se multiplicaron cualcardos y espinas sobre la faz de la tierra hasta ser un pueblo muy numeroso- el odio hacia los Hijos de Israel, un odio que generó un sentimiento de destrucción y daño para con ese pueblo. Y cuando vió Amalek que los hijos de Israel eran redimidos de Egipto con grandes prodigios, estalló su odio cual fuego llameante y abrasador, y convocó a su pueblo, y lo acechó en el trayecto, y lo emboscó, y cayó sobre él por sorpresa, “e Israel estaba extenuado y agotado”… “Y vino Amalek” dice el texto de Éxodo Cap. 17,
que narra los sucesos.
Así los hechos de la historia. Nuestra Torá advierte que no debe haber contemplación con Amalek. Él y sus descendientes no la tuvieron, ¿por qué habremos de tenerla nosotros?
El texto bíblico habla de un tiempo y una misión: “Cuando estés en tu tierra” y no tengas más guerras, allí entonces te “ocuparás” de Amalek. Hubo una vez, en los días del Profeta Samuel y del primer Rey de Israel, Shaúl, unos trescientos y tantos años después del ataque despiadado en que: “Y dijo Shmuel a Shaúl: Así ha dicho el Señor de los Ejércitos: Me acuerdo de lo que hizo Amalek con Israel, de como se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto. Ahora pues, anda y hiere a Amalek y destruye completamente todo lo suyo, sin tenerle compasión alguna…” Entonces hirió Shaúl a Amalek…”
“Y tomó vivo a Agag, rey de Amalek…” (I Samuel Cap. 15. Haftará del día). El rey Shaúl no consumó el mandato bíblico, pues Amalek siguió en pie con su odio irrestricto y obrar impune. Pero dijimos al comienzo que siempre este Shabat nos anuncia la llegada de Purim. ¿Y que tiene que ver Purim con todo esto? Relean, por favor, el nombre del Rey de Amalek que Shaúl dejó con vida y que después mató Shmuel:
“Agag, rey de Amalek”…
Cuando estemos por comenzar la lectura del tercer capítulo de Meguilat Ester, allí en la recóndita e imperial Persia y Meda, donde el exilio judío también llegaba, leeremos que: “Después de estas cosas el Rey (Ajashverosh) engrandeció a Hamán, hijo de Hamdatá, el Agaguita…”.
Hamán, Agag, Amalek están nuevamente en escena. ¿La víctima? “Un pueblo disperso y separado entre las naciones, que las leyes del rey no cumple”, tal como nos presentó Hamán ante su Rey, de modo tan triste pero real. No es la historia que “vuelve a repetirse”, sino “el cuento de nunca acabar”. ¿Podremos, como judíos, como humanos, escribir una nueva Meguilá para Purim, la Meguilá del “Nunca más”?.
Intentemos cerrar la herida, pero recordando con la debida atención y sin olvidar. Quisiera concluir con las palabras del Rabino Mordejai HaCohen, quien afirmaba:
“Y si del ‘primer’ Amalek se ha dicho que atacó -salvaje y despiadadamente- a los rezagados, a los débiles de nuestro pueblo, a quienes quedaron desprotegidos de la
Providencia, ¡cuánto más deberemos reguardarnos de los ‘últimos amalekitas’, quienes consumieron las más bellas y hermosas de nuestras congregaciones y desbastaron comunidades que eran gloria y honor de nuestro pueblo! Y si son muchos quienes lo olvidan, es un precepto sobre cada uno de nosotros recordar para sí mismo y recordarle a sus hijos, hasta la ultima generación, ‘recuerda lo que te hizo Amalek’… a ti, a mí,
a cada familia en Israel y a todo Israel…¡al pueblo judío todo!”
Hoy es Shabat Zajor. Un tiempo para recordar, al decir de nuestros maestros: Zajor: ba-Pe. Lo Tishcáj: Ba-Lev, es decir: “Recuerda: con tu boca. No lo olvides: en tu corazón”.
Hablémoslo, sintámoslo, prestemos atención a la historia sin abrir paso a la histeria. No nos permitamos ni un solo instante de debilidad. Quiera el Todopoderoso reabrir las puertas de “Luz, regocijo, alegría y dignidad” en este renovado Purim, la fiesta de saber que estamos vivos. ¡Am Israel Jai!
“Y HaShem habló a Moshé y a Aharón, diciendo: Este es el estatuto de la ley que ha prescrito HaShem, diciendo: Dí a los hijos de Israel que te traigan una vaca perfectamente roja, que no tenga defecto, sobre la cual nunca se haya puesto yugo; y la daréis al Sacerdote Elazar, y se la sacará fuera del campamento, y la degollarán en su presencia.
Luego el sacerdote Elazar tomará de la sangre de ella con su dedo y rociará de esa sangre hacia el frente de la tienda de reunión siete veces. En seguida quemarán la vaca a vista de él: su cuero y su carne, y su sangre, además de su estiércol quemarán. Luego el sacerdote tomará madera de cedro e hisopo y lana carmesí y los echará en medio de la quema de la vaca.
Entonces el sacerdote lavará sus vestidos, bañará su cuerpo en agua y después entrará en el campamento: pero el sacerdote quedará impuro hasta la tarde… Asimismo aquel que la hubiere quemado lavará sus vestidos en agua… y quedará impuro hasta la tarde.
En seguida un hombre puro recogerá las cenizas de la vaca y las depositará fuera del campamento, en un lugar puro; y serán guardadas para la congregación de los hijos de Israel, para el agua purificadora de impurezas: es sacrificio que purifica el pecado. Y el que recoge las cenizas de la vaca lavará sus vestidos y quedará impuro hasta la tarde. Y esto será, para los hijos y el extranjero que habitare en medio de ellos, un estatuto
perpetuo. El que tocare cadáver humano, quedará impuro siete días.
El tal se purificará con aquellas cenizas el día tercero y el día séptimo y estará puro…” (Bamidbar Cap. 19: 1-12)
El precepto de la Pará Adumá -“Vaca (enteramente) Roja”- es una ley denominada Juká (estatuto). Esto es, una sentencia de D´s que se nos ordena observar, aunque no se expliquen las razones por la que fue instituida. Existen otros preceptos enmarcados en esta categoría, a saber: no vestir un tejido mezclado de lana y lino; no cocinar el cabrito con la leche de su madre, etc. Las “aguas vivientes”, mezcladas con la ceniza de esta vaca quemada, tenían la facultad de convertir en puros a los impuros, pero los hombres en estado puro, que se ocupaban de degollar, quemar, etc., a la vaca, se convertían en impuros con su contacto, según podemos concluir leyendo la cita extractada del capítulo 19 del Sefer Bamidbar.
Y aquí, aparentemente, se presenta un gran dilema: la vaca, Pará Adumá, Metahéret et ha-temeiim, u-metaemá et ha-teoriim, es decir, “Purifica a los impuros e impurifica a los puros” (¿?¡!). Un perfecto absurdo, ejemplificado en nombre de la Torá. Todos los no creyentes, todos aquellos de entre nuestros hermanos alejados física y espiritualmente de nuestra esencia de vida, “cobran su cuenta” a la Torá por esto. Y es por esa razón, tal vez, que escuchamos decir que “no queremos ser religiosos”. ¿Por qué? -¡Porque la religión es absurda!
Pero no seamos ilusos y no pensemos que es nuestra generación la única que descubre lo racional, lo distingue de lo absurdo y lo adora, elevándolo hasta lo sublime. Somos la generación de la “razón pura”, pero no olvidemos que una de las funciones de la Pará Adumá -La vaca roja- era purificar también.
El ser humano siempre ha buscado la pureza, en todos sus sentidos y aplicaciones. El ser humano judío ha querido comprender el significado de la religión y conocer, en especial, el aspecto ritual de la misma, cuando habría sido más fácil aprender solo su aspecto racional.
Pareciera que el hombre se ha sentido más desafiado por asuntos rituales, que no le atañen en forma directa, como la Pará Adumá, pues era solo para los impuros; sin embargo parece no sentirse atraído por el cumplimiento de Mitsvot llamadas “lógicas”, por ejemplo la Tsedaká.
La tarea comunitaria nos enfrenta a diario con cuestionamientos pues consiste en aprender, en educar. Son pocas las veces, o tal vez no haya ocurrido nunca, que se nos pregunta cómo se cumple con la mitsvá de tsedaká; pero decenas de veces se nos ha interpelado acerca de la Pará Adumá. Volvamos entonces a la “Vaca Roja”, si es lo que intriga, destruyamos lo absurdo. Pero prestemos atención, no sea que al destruirlo destruyamos también aspectos muy importantes de nuestra misma existencia, que, como nos podemos imaginar, algo de absurdo o contradictorio podría tener.
Cuenta el Midrash que un no-judío, que seguramente era un exponente de la cultura grecoromana, interpela a Rabi Iojanán ben Zacái diciéndole que la Pará Adumá era maasé keshafim -cosas de magia-. Para resumir la discusión entre ambos, diremos que Rabi Iojanán ben Zacái le demuestra a este hombre que él ha visto muchas cosas llamadas mágicas que funcionan en la vida; y el no-judío lo acepta. Entonces Rabi Iojanán ben Zacái le dice: Y si la magia funciona en la vida y la aceptas, ¿qué es lo que te molesta en la Pará Adumá, aún si fuera magia? El greco-romano se retira jubiloso por haber satisfecho su curiosidad intelectual, porque ahora la magia responde al intelecto. ¡Otra vez un absurdo más!
Pero el relato no termina allí porque los discípulos de Rabi Iojanán ben Zacái interpelaron a su maestro diciéndole: “A este greco-romano lo convenciste con evidencias muy livianas, pero a nosotros, ahora, ¿qué nos vas a decir? Entonces el maestro contestó: A ustedes les digo: ¡Por vuestra vida!, ni el muerto impurifica ni la vaca purifica a nadie, es lo que dice D´s: esta ley os he dado y el decreto es éste, y vosotros no tenéis derecho a murmurar contra mis leyes”.
Quiere decir, si leímos bien, que el mundo greco-romano aquí representado puede convencerse de lo absurdo, al mundo judío no hay que convencerlo de nada, simplemente hay que decirle la verdad.
Hay que hablarle de sus limitaciones, hay que hablarle de disciplina, pero ¿quién quiere escuchar hablar de eso? ¿No somos la generación acaso de las liberaciones?
La Pará Adumá terminó con el Bet HaMikdash, no existe por ahora este ritual. Pero, ¿podríamos decir con responsabilidad que no existe más lo absurdo?¿que nuestras vidas son lógicas, coherentes, racionales, puras?
¿Hay alguna ceniza o alguna cosa que se pueda quemar hasta reducirla a cenizas con la que se nos pueda rociar para purificarnos?
La Torá nos cuenta que el Cohen a quien le tocaba purificar al hombre mancillado, él mismo, automáticamente se convertía en Tamé -esto es impuro- hasta la puesta del sol.
Tengamos cuidado antes de emprender la acción de purificar a alguien, de orientar a alguien, de enseñar a alguien; conozcamos el precio que pagaremos por ello. Por otra parte, tal vez, sea esa la única forma que tenemos para entender a alguien: compartir con él su salud y su carencia de salud. Aceptarlo en todos sus aspectos, no idolatrarlo: el hombre no es ídolo, es idólatra.
U-bá ha-shemesh ve-taher, dice el texto. Que solo “cuando el sol llegaba a su ocaso” el Cohen que había ayudado a alguien, y que por ello se había impurificado, recién entonces,“automáticamente volvía a ser puro”. Una vez pasado el encandilamiento, una vez terminado el brote explosivo de luz, cuando empieza a surgir la penumbra, allí encontramos la Tahará, la pureza, nobleza y modestia.
Recordemos bien que no existe inmunización en este campo. Puedes ayudar a alguien, pero dejarás parte de ti mismo en él, tomarás parte de él para ti. A veces podemos -cuando podemos- brindar amor y recibimos casi lo contrario, sea odio o indiferencia; podemos ofrecer amistad y recibir en respuesta “ilusión de amistad”. Entonces, ¿seguiremos pensando todavía que la Pará Adumá es “el” absurdo?¿Seguiremos pensando que es la Torá “lo irracional”? ¿O no será, tal vez, que la razón llegó a sus limites? Quizá podemos hacernos una pregunta más simple: ¿Nuestra vida ha superado sus aspectos absurdos?
Nuestros sabios establecieron, en el andar de nuestro calendario, señales constantes para que nuestro tránsito espiritual permanezca definitivamente claro.
Así, ante la llegada inminente del mes que evoca nuestro renacer como nación, una lectura singular es llevada a cabo en la Sinagoga.
Ha-Jódesh ha-zé lajem contiene una indicación especial para el pueblo que aún está en las tierras bajas del Egipto esclavizante. “Este mes es para vosotros” proclama el inicio de nuestro segundo Séfer Torá en este Shabat tan especial, la antesala del por-venir.
Hay un concepto de tiempo que vuelve a cobrar sentido. Un mes que, a partir de ahora, será “para vosotros”. La dimensión del tiempo, perdida durante siglos de esclavitud, retorna ahora como regalo para el esclavo liberado.
El mes, aún sin nombre, llevará el sello de Nisán, primero entre los meses. Estandarte del tiempo de acuerdo a su raíz, Nes, vocablo que habla de milagros en la lengua hebrea y dirige nuestra mirada hacia lo alto, como la bandera que se iza en el mástil de la libertad de los Bené Israel. Este mes nos pone en contacto con el Cielo: “Primero espara Vosotros”, asevera nuestra Torá.
Nuestros sabios, de bendita memoria, instalaron este Shabat “con nombre propio”, “El Sábado del Mes”, para prepararnos a recibirlo. Porque es este un tiempo que requiere tanto nuestra intención como nuestra atención.
Rabí Ovadiá Seforno dice que “a partir de ahora podréis disponer del tiempo como os plazca. Hasta ahora los demás disponían del mismo, pero ahora todo el tiempo es vuestro…”.
Interesante y desafiante a la vez. Nisán llega para vivenciar la libertad de Egipto, para permitirnos saborear los contrastes amargos y dulces entre la esclavitud y la salida de la misma. Pero, antes de salir, se debe sentir y vivir algo, se debe percibir que el tiempo empieza a cobrar sentido, que ya no es el mismo. Esto no puede pasar desapercibido.
Ahora es nuestro tiempo y es menester tomarlo en nuestras manos para hacer de él y en él todo cuanto queramos.
¡Vaya si es diferente! Rishón hu lajem, le-jodshé hashaná, continúa inspirando el versículo que da nombre y apellido a nuestrro transcurrir por la vida en libertad. “Primero es para vosotros, entre los meses del año” insiste nuestra Torá. El “vosotros” resuena, unay otra vez, en el mismo versículo. Porque si hay tiempo, entonces hay persona, dado que “no hay persona que no tenga su propia hora ni cosa que no tenga su lugar”, tal como afirma el Pirké Avot, aquel magistral Tratado de la Mishná que habla de los principios morales y éticos de las personas.
Allí donde habita lo moral abrazándose con la ética, allí corre la savia del tiempo propio, del hombre libre de ataduras y con todas sus horas disponibles.
No es casual entonces que Rashí, el comentarista bíblico por excelencia, inaugure sus explicaciones a la Torá, en Bereshit, diciéndonos: “No debería haber empezado la Torá sino con ‘este mes es para vosotros…’ que fue la primera mitsvá que fuera ordenada para los Hijos de Israel…”.
Según Rabí Shelomó Itsjaki, aquí debería estar todo el comienzo, en esas palabras que contiene a la mitsvá estaría el génesis.
Y, en cierto modo, hay un génesis, el principio de un microcosmos: el del pueblo judío. Y así como el mundo hace su ingreso, en la Creación del Todopoderoso, con el Bereshit, no tardaremos en saber que ese Bereshit significa, tal como Seforno y Abarvanel enseñan: “el comienzo del tiempo, que es la división mínima en que es divisible el tiempo…
Y ese es el ‘rega rishón’, el instante primero…”.
Este Shabat anuncia algo más que la llegada de un mes; nos indica que hay un antes de la libertad que se conjuga con el verbo ser… “Vosotros”, más que un pronombre, es la conjugación primera y posible de la capacidad total de una nación. Y la tarea pasa por conectar a Lajem con el tiempo que se renueva: Jodesh, mes, no es otra cosa que la renovación misma del individuo, de la nación, de todo un pueblo.
Arribamos a Shabat Ha-Jodesh elevando nuestros ojos hacia el estandarte que conduce a la libertad. Esá einai el he-harim, cuando ”alzo mis ojos hacia las montañas” –hacia lo alto- puedo saber con certeza que “mi ayuda proviene del Todopoderoso, creador de los Cielos y la tierra”.
Solo a partir de esta conciencia corre el tiempo de la libertad, en Egipto y en toda geografía que lo imite, no tanto en lo que respecta a la esclavitud física como al dominio espiritual de nuestras vidas.
Porque se empieza a ser libre cuando se dispone del propio tiempo, es decir, cuando puedo elevar mi mirada más allá del piso y comenzar a divisar lo recóndito, lo oculto, lo enigmático de la existencia humana y del obrar Divino.
No será casual, entonces, que, al celebrar la portentosa liberación de Egipto, en nuestra mesa de Pésaj, al comenzar el segundo día, se impoga la mitsvá del Ómer: nada más ni nada menos que contar los días y semanas, siete semanas, cuarenta y nueve días en total,
que nos conducirán a engalanar la libertad del cuerpo con la liberación del alma al recibir, de Manos del Todopoderoso, Su sagrada Torá.
Shabat Ha-Jodesh viene a inaugurar en todos nosotros la esperanza, esa línea directa con El Creador que nos une, en un ir y venir permanente, con lo eterno, con El Eterno, con Su Torá, “Con la vida eterna que plantó en nosotros”, cada día y a cada hora. He aquí la libertad que celebramos en el mes que ha de llegar. Este Shabat nos regala un anticipo.
¿Qué tiene de diferente este Shabat a los restantes del año? Se trata de una pregunta que parece conocida en su enunciación, aunque no lo sea totalmente en su contenido. Estamos preguntándonos por el Ma Nishtaná, pero referido a este Shabat particular.
Lo primero que se nos ocurriría es decirles que, por la tarde de este sábado, comenzamos un entrenamiento: leemos la Hagadá de Pesaj, hasta el pasaje donde se recuerda que “esclavos fuimos del Faraón en Egipto”. Pero no nos preparamos solo mediante la lectura para Pésaj, sino también mediante el conocimiento del “Libreto” de la Festividad.
Debemos saber, sin duda alguna, qué es lo que podemos comer y lo que no, aunque no es menos importante saber los por qués…
Este Shabat despunta siendo Gadol, o sea, Grande, pero no por su extensión horaria sino por su contenido y su enseñanza totalizadora. Es Grande este Shabat porque mira a Pésaj, porque nos asoma a una ventana que no siempre resultó comprendida ni ejercida, la de la libertad de hablar, de comunicar, de transmitir…
Se trata de una ocasión excluyente en la cual, como padre o como hijo, como marido o como esposa, me puedo regalar la chance de sentarme a una mesa, la misma mesa de todos los días, y hacerla diferente, tan pero tan distinta que hasta debe despertar en el otro la pregunta: ¿por qué esta vez es diferente a las otras?
Es Shabat ha-Gadol porque algo grande habrá de ocurrir: todos tenemos la posibilidad de compartir un relato, una historia -que es la nuestra- y, principalmente, de tener a quién contársela. ¿Cuántos son los que pasan por la vida queriendo contar su historia y no hay oídos, ni hay ojos, ni hay cuerpos que se ofrezcan a escucharlos?
Pésaj es la oportunidad y este Shabat el preparativo. Un pequeño ensayo de lo que voy a leer, de lo que debo saber, de lo que, a pesar de años y años de Seder y Sedarim en casa de abuelos y padres -y ahora tal vez en la mía-, no fatiga ni aburre. Al menos es eso lo que deseamos y esperamos en una época en la que, si bien tenemos de todo, compramos de todo, despilfarramos de todo, algo muy preciado se nos ha perdido en el camino: la paciencia, la capacidad de sentarnos a comer y hablar en nuestras mesas; la de mirar a los comensales y reconocerlos no solo por su fisonomía, sino ser capaces de apreciar sus voces, sus ánimos, sus interioridades.
Este Shabat es más grande aún cuando, además de practicar la lectura de lo que debo decir durante dos noches seguidas, me canta desde sus Profetas y, más exactamente, desde el último profeta que habitó la Tierra de Israel, llamado Malají (en los albores del siglo V a.e.c). Se trata de algo que llevaré desde esta mañana de Shabat, y esperemos que por toda la vida, una receta para otro arte: vivir.
Este Profeta clama, desde algún lugar de Ierushalaim, que el Todopoderoso “habrá de enviar a Eliahu ha-Nabí hacia nosotros, antes de la llegada de un Día Grande y Temible”.
Sabemos, por las fuentes tradicionales, que Eliahu, el profeta, no murió y que sigue haciendo por nosotros. Pero hay un día, un limite, grande y temeroso, que supera nuestro calendario y está por fuera de él; Hay un Día -con mayúsculas- que está más allá, y solo D’s habrá de traerlo y actuar en él. No será, seguramente, un tiempo fácil pero, antes de ese día, vendrá Eliahu. ¿Su misión? “Hará tornar el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que Venga (asevera D’s) y que destruya la Tierra entera”, concluye el Profeta Malají. Es Shabat Ha-Gadol porque tenemos
enfrente más que un Libro, una costumbre y una comida o reunión. Es el regalo de ser padres y de poder seguir siendo hijos, de preguntar y de cantar, de mirar las caras, el paso del tiempo y el del esfuerzo de permanecer siendo judíos, con orgullo, con dignidad, con libertad y con responsabilidad.
Si algo de esto le pasa a al lector -como me suele pasar a mí-, no nos perdamos en pequeñeces. El tiempo que se avecina, Pesaj, es tiempo de crecer, algo que no solo les ocurre a los más pequeños.
Disfrutemos el tiempo que se acerca, hagamos un Seder sin reloj. Que la vida sea un Séder perpetuo, un lugar donde la familia siga siendo la garantía de la permanencia de la humanidad y del mundo. Dejemos la puerta abierta a Eliahu toda la noche; encarguémonos nosotros de que amanezca el nuevo día. Espero que el lector ahora comprenda porqué este Shabat es diferente.
MOADÉ TISHRÉ R.HASHANÁ, KIPUR Y SUCOT | ROSH HASHANÁ | YOM HAKIPURIM | SUCOT |
SIMJAT TORA | JANUCA | PURIM | PÉSAJ |
SEFIRAT HAOMER | LAG BAOMER | SHAVUOT | YOM HASHOÁ |
YOM HATZMAUT | YOM YERUSHALAIM | JODESH ELUL |
MOADÉ TISHRÉ ROSH HASHANÁ, KIPUR Y SUCOT
MOADÉ TISHRÉ
Rosh Hashaná, Iom Hakipurim y Sucot:
El Hilo Triple que no será fácil de romper
Jesed veEmet nifgashu, Tsedek veShalom nashaku
Emet me-érets titsmaj, veTsedek meShamaim nishkafa. (Tehilim 85)
“La Bondad y la Verdad se encontrarán, la Justicia y la Paz se besarán
La Verdad brota de la tierra y la Justicia se vislumbra desde los cielos”. (Salmos 85)
“Rabán Shimón ben Gamliel dice: el mundo se sostiene por tres cosas, a saber:
la Verdad, la Justicia y la Paz, pues así está dicho”. (Zejariá 8: 16)
“Impartid en vuestras audiencias la verdad, la justicia y la paz”. (Mishná Avot, Cap I: 18)
Al aproximarse el tiempo calendario a su finalización, una rara sensación -mezcla de admiración en cuanto al tiempo que corre y de insatisfacción en cuanto a lo fugaz y perecedero que hay en nosotros- comienza a invadirnos y se ponen en funcionamiento ciertos mecanismos que permitirán darnos una chance más, antes de declarar que todo está irremediablemente perdido.
Porque un nuevo año debe inaugurar una nueva vida. Porque una posibilidad que se renueva, afirma a la esperanza y la coloca allí, por encima de cualquier frustración o fracaso. Porque un nuevo día supone abandonar la noche donde comienza y dar a luz un tiempo futuro, que bien puede -y debe- ser mejor que el mismísimo ayer.
Todas estas sensaciones diarias se convocan para alcanzar un Primer Tiempo, aquel del Rosh HaShaná -el Nuevo año-, que apenas va más allá de indicar un cambio de números en los años, para la generalidad de la gente. Pero que no significa un cambio de hábitos, tal cual propone la tradición talmúdica. Rosh HaShaná es para nuestra Torá: Iom Teruáh, es decir “día de toque de Shofar”: el Cuerno de Carnero ocupará el espacio central del día y, junto a él, un llamado al arrepentimiento sincero.
La tradición rabínica y litúrgica sumarán a la identidad del día un concepto esencial: Iom HaDín, que significa: “Día del Juicio”, un día para la justicia.
Rosh HaShaná es Justicia, Divina y humana. El Todopoderoso es Rey de la Justicia; el hombre -Su criatura- juez de sí mismo.
Rosh HaShaná advierte a nuestra memoria sobre el hecho de que no estamos solos en este mundo y que éste tampoco está olvidado y abandonado a hundirse en la desesperanza y la futilidad. Si bien, para muchos de entre nosotros, resulta casi pueril la existencia de “Un Día” para el juicio (1/365 parecería ser una regla poco equitativa), los rabinos entendían que eso era solo un aspecto de la máxima pues, según ellos, “Adam nidón bejol iom”, es decir, que el ser humano es “juzgado por el Todopoderoso cada día”; aunque otros, menos indulgentes, afirmaban que: “¡Adam nidón bejol shaá!” El juicio del Creador
decían, tiene lugar…¡a cada hora!
No es aceptable para la Tradición Escrita, así como para la Tradición Oral del pueblo judío, la ausencia de un Juicio personal y colectivo, constante y concreto. Sin embargo,por las dudas, la Justicia tiene su Día (no solo su monumento): Rosh HaShaná. Al NuevoAño lo celebramos como Día de Recuerdo, pues El Todopoderoso nos recuerda. ¡Y cuán hermoso resulta saber que Álguien nos tiene en cuenta!
El Nuevo Año, como toda rememoración, versa sobre el pasado pero, en la misma medida, abarca también el futuro. La Memoria no aparece como hojas muertas, arrancadas de calendarios de años pasados.
El correr de los primeros diez días del año -especial segmento para la Teshubá- nos conduce a un Segundo Tiempo, diferente al primero pero indisolublemente ligado a él:Iom Ha-Kipurim -el Día del Perdón-, que no emerge del calendario como una isla en medio de un tempestuoso océano -pues a veces es vivido como único y aislado día- sino formando parte de un todo, como celebración intermedia, algo así como el “fiel” de una
balanza, como signo de equilibrio, no de desequilibrio espiritual. Este día, cuyo sentido elemental representa el Perdón, la Absolución, el “retorno a la vida” de un individuo y de toda una sociedad, conlleva, según la vertiente rabínica, un significado peculiar, simbolo y eje de todo perdón, sin el cual los “caminos no se hacen al andar”: la Verdad -EMET-, carísima palabra del idioma hebreo, sinónimo a su vez y equivalente de otra tan preciada como ella: Torá, letra y espíritu de la Ley, emanada del Creador y transmitida al Hombre. Iom Kipur es, junto al Perdón, el día en que las Segundas Tablas de la Ley fueron entregadas al pueblo judío. La Torá volvía ahora a las manos de quienes, en la primera oportunidad, creyeron que danzar en torno de un becerro y del oro resultaba ser más creíble que la Palabra descendiendo de los Cielos.
La Torá vuelve en Kipur íntegra -no hecha pedacitos- y así deberá permanecer. Iom Kipur es la Verdad, es recuperar la Verdad y saber mantenerla entera.
“Uno encuentra lo que pierde”, dice Kierkegaard. “Recibimos la Torá”, afirma el Rabino Iosef Dov Soloveichik ZTS”L: “solo después de haber sido rota y de haber hallado la fuerza para juntar de nuevo los pedazos”.
“Dijo D´s a Moshé: alísate dos tablas de piedra como las primeras y escribiré sobre ellas las palabras que estaban en las tablas primeras que quebraste” (Éxodo 34: 1). Los sabios del Talmud asociaron con el texto una idea llamativa y atrevida: “que quebraste – asher shibarta-, ¡Iashar kojajá sheshibarta!”, poniendo en boca de D’s una suerte de felicitación a su fiel servidor Moshé por haberlo hecho. “¡Ciertamente mereces ser alabado por haberlas roto!”, expresa el Midrash citado.
La destrucción de las tablas de piedra fue, en realidad, una acción deseable. Sin ella jamás hubiéramos podido apreciar el valor de las mismas. Solo cuando están hechas añicos se plantea la tarea de escribir nuevas tablas, a partir de los mandamientos fragmentados.
Tanto como con la Verdad…
Pero aquí no concluye el “año”, recién estamos en su mitad, en su “fiel”, como ya dijimos. Para el equilibrio definitivo deberemos alcanzar una tercera dimensión, un Tercer Tiempo, con su propia identidad, duración y significado.
Este tiempo, tercero y último de este mes primero del nuevo año, es el tiempo de Sucot, fiesta que invita a construir, sobre las bases de Rosh HaShaná -“Justicia”- y de Iom Kipur -“Verdad” (Torá)- un espacio creativo único, con medidas determinadas y condiciones especialísimas, donde habitar por espacio de siete días, fuera del hogar “concreto”y de sus rutinas: la Sucá (Cabaña).
La Sucá es historia, memoria y señal. La Cabaña, que hemos de construir con nuestras propias manos, implica volver a tomar el timón del destino y a enfrentar cuanto viento se interponga, en el desierto de las naciones, para plantar una voluntad de vida y, a través de ella, una búsqueda, un anhelo, unos días -siete en la ordenanza bíblica-, aunque bien pueden transformarse en décadas, centurias o milenios.
Sucot, como tercer tiempo, indica conclusión o equilibrio. La tradición rabínica, que acompaña y embellece a la litúrgica, le imprimió a esta humilde vivienda un sello -el más hermoso aunque el más costoso: Ufros Alenu Sucat Shelomeja, “Extiende sobre nosotros la Sucá de Tu Paz”. La tradición talmúdica relata que la festividad de Sucot encontraba al pueblo hebreo ofreciendo setenta sacrificios animales durante los siete días de la celebración en el Templo de Jerusalem.
“Setenta Korbanot”, afirmaban, “a fin de rogar por la paz de las setenta naciones del mundo”.
Sucot es Paz y, para tenerla definitivamente en cuenta, hay que “darse una vuelta” por la Justicia y también por la Verdad, nos sugiere la tradición bíblica. No habrá verdadera Paz, sin que medie un Día para el Juicio y sin que la Verdad se constituya en Ley.
Sucot es, necesariamente, el producto de Rosh HaShaná e Iom Ha-Kipurim, parece insinuarnos la tradición. Sucot es, en realidad, la fiesta de la Reconciliación: del hombre con su prójimo, consigo mismo y con D´s, entre numerosos contrastes y tensiones.
Solo en tiempos de Paz es posible la reconstrucción. Poca atención se ha prestado al hecho que, tanto el Primer Templo como el Segundo, fueron inaugurados en los días de Sucot (I Reyes 8; Ezra 3: 1-5).
Se nos dice que, como judíos de la “posmodernidad”, no podemos atenernos a instantes únicos, a islas en el tiempo o en el espacio que, si bien resultan atractivas o pintorescas por su “paisaje natural” o hasta por sus “ruinas arqueológicas”, no dejan de ser islas, un punto minúsculo en la inmensa, inhóspita e incomprendida geografía espiritual del ser humano y, particularmente, de los judíos en cuanto a su relación con los tiempos consagrados, los Moadé Tishré: Tiempos Fijos del mes de Tishré.
Al comenzar un “Nuevo Año” no comienzan solo días, sino compromisos. Nuestras convicciones salen al camino de los tiempos, buscando un encuentro, con el afán de medir intensidades. Para saber si los tres pilares siguen siendo vigentes en nuestro mundo cada año empieza para comprobar si todavía en nuestro interior la Verdad puede brotar, dando lugar para que la Justicia, junto a la Paz, se abracen en un beso.
¡Shaná Tobá u-Metuká!
¡Tizcú le-Shanim Rabot!
Tiempo de Juicio, Tiempo de Clamor
Tishré, Ajot Ketaná…
La tradición litúrgica sefaradí propone, al comienzo de las plegarias del Nuevo Año, un Piut (Poema) original, cuyo autor -como tantos otros- eternizó su nombre en el acróstico con que principia cada estrofa.
Abraham Hazan, poeta religioso del siglo XIII en Gerona, España, es quien nos plantea que, de cara al nuevo tiempo que sobreviene, las circunstancias que lo rodean no son las “más felices”. Hay una congregación que sufre, una comunidad de “dolientes”: Ajot Ketaná tefilotéha, orjá ve oná tehiloteha. Así define el autor al pueblo judío: “La hermana pequeña”, en franca alusión a la congregación de Israel, reducida en el correr de los tiempos
por la mano criminal del odio irracional e ilimitado.
Esa pequeña o empequeñecida congregación, se encuentra “preparando y ordenando sus oraciones y entonando alabanzas a D’s”, a pesar de todo.
Pero el autor no se evade de la realidad. En verdad clamamos a D’s, pero el pedido transcurre por Kel na Refa Na le Majaloteha, es decir, “Por favor, D’s mío, cura todas sus dolencias y enfermedades…” El “cuerpo” de Israel está enfermo. Su alma, también.
Y le pedimos al Todopoderoso que ponga fin al sufrimiento, al dolor y, por qué no, a la impunidad.
Resumida la primera y elocuente estrofa del poema, arribamos a un estribillo que se reiterará hasta la anteúltima estrofa. Un deseo, un anhelo, un pedido “gritado” -creo que por todos nosotros- desde algún lugar de nuestras “profundidades”: Tijlé Shaná ve Kileloteha, que “Termine el año y con él todos sus pesares” (literalmente: sus maldiciones).
No creo que sea solo la “vigencia medievalista” lo que impresiona, pues estos autores escribían “para siempre”, escribían “desde las angustias y propias profundidades” que rodeaban las circunstancias concretas de sus vidas.
Tiempo de Juicio (Iom ha-Din) y Tiempo de Clamor (Iom Teruá)A esta doble dimensión nos enfrenta Rosh Hashaná durante dos días, considerados como “un gran día largo” por nuestros sabios. Pero, mientras un tiempo pertenece a lo Celestial” (Din o Juicio) el otro anida en lo “Terrenal” (Teruá, inserto en el sonido clamoroso del Shofar).
Confluyen en este día “los Cielos y la Tierra”. Al decir del Rab Iosef Dov Halevi Soloveichik ZTS”L “el primer día del séptimo mes ‘sale’ el Todopoderoso al encuentro del hombre: en esta ‘salida’ pública de D’s al encuentro de la comunidad se halla atesorado el sentido místico del Reino de D’s y de Su Juicio” (Besod haiajid veha-iajad, 198. Traducción del hebreo M. M.).
Maljuiot -Reinados- es una de las tres plegarias principales de Rosh HaShaná, oración que pone de manifiesto la idea del Reinado de D’s sobre todo el Universo: Vehaiá HaShem leMelej al col ha-aretz, y tiene como epicentro Su Coronación en este día del Nuevo Año.
El mundo así creado -evento que se evoca cada comienzo de año- tiene un “dueño”, Su Rey, o bien el Báal ha-birá, al decir de nuestros sabios. Existe una conducción, hay un propósito, perdura un orden moral.
Pero dijimos que es un Tiempo de Juicio, en el cual “… Todos los seres humanos pasan uno a uno delante de Ti”, por lo que, ciertamente, nos invade el temor, pero también la necesidad de “seguir pidiendo por nosotros”.
“Aunque una espada filosa esté amenazando tu cuello, no te prives de implorar misericordia”, decían nuestros sabios. Hay situaciones en donde sentimos que ya no podemos más, que, sencillamente, se han apagado las últimas lucecitas que encendían nuestras penumbras. Entonces volvemos con un humilde ruego, hecho poesía que atraviesa los tiempos de la historia para recalar, otra vez, en un Libro y para ser nuestra palabra
durante el día.
Así el poema de Isaac Ibn Mar Shaul, habitante de Lucena en el siglo XI, que inaugura los Piutim de la primera mañana de Rosh HaShaná y que dice: Elokai al Tedineni ke-Maali…,
“D’s mío, no me juzgues según mi perfidia, ni me retribuyas según mis obras…”. Ve-Et Tavi Ietsureja be Mishpat, Elokai al Tedineni ke-Maali…, “Y cuando llames a Tu criatura a juicio, D’s mío no me juzgues según mi perfidia”.
“Ashre ha-Am iode-e Teruá…”
Feliz es el pueblo conocedor de la Teruá, es decir, de los sonidos estridentes del Shofar. Rosh Hashaná es Iom Teruá, un día de toque de Shofar. Por tanto, de clamor, estremecimiento y conmoción. ¿Haitacá shofar ba-ir ve-am lo iejeradú? ¿Puede ser ejecutado el Shofar, en medio de la ciudad, sin causar estremecimiento? se preguntaba Amós, el profeta. No, seguramente no. Pero, más allá de la sensación interna, hay otros puntos
de significación.
El sonido predominante es la Tekiá, que es un sonido simple, prolongado, sostenido, sin quebranto, que estaría simbolizando a aquello que el ser humano tiene en su intimidad, que es simple, quieto, Pashut y de lo cual, tal vez, no tenga conciencia. Después tendremos otros sonidos, menos dominantes, que son los Shevarim y la Teruá. Shevarim es una suerte de triple gemidos, con alguna carencia, como cuando un hombre clama sin más fuerzas.
Después de los Shevarim, el tercer sonido será Teruá, cuya traducción ofrece dificultades.
Hay quien dice que deriva de la raíz hebrea Leroe-a, que es “quebrar”, a partir de su sonido persistente e intermitente, quebrado; y hay quienes opinan, entre nuestros sabios, que Teruá viene de Re-út, que es “amistad”. ¿Qué querría decir? Algo así como “amistad en el quebranto…”
En momentos de quebranto es cuando la persona descubre realmente la amistad. Y a la amistad que no llegue en momentos de quebranto, deberíamos pensar qué otro nombre ponerle.
La Teruá es el sonido que da el nombre al día: Iom Teruá.
El Shofar viene a expresar aquello que está “roto”, con un sonido tembloroso y agudo que parte desde la intimidad, desde “las profundidades”. Solo una vez que hemos logrado sacarnos nuestros gemidos, nuestros quebrantos -sin inhibición y en público-, cada toque de Shofar terminará con una Gran Tekiá, que es retornar otra vez a los sonidos simples.
Por eso decimos, cuando terminamos de escucharlo: “Feliz es el pueblo conocedor de los Sonidos del Shofar” y concluimos el versículo: HaShem, Be-Or Paneja Iehalejun, “Oh D’s, con la Luz de Tu Rostro se encaminarán…”, pues allí donde hay luz hay esperanza.
IV
“Tajel Shaná U-Birjoteha…”
Que comience el año y con él sus bendiciones. He aquí la conclusión del poema, eldeseo inscripto en el corazón de cada asistente a la celebración. Porque celebramos, cada Primero de Tishré, el momento en que, como seres humanos, fuimos llamados a la existencia dentro de un mundo ordenado y creado por D’s, para “laborarlo y preservarlo”, al decir del Bereshit.
Cuidar de este mundo es impartir justicia; es clamar, desde la angustia, para ser respondidos “desde las anchuras”. Es, tal vez, hallar en el eco de las plegarias del día, el camino que nos lleve a la concreción de un tiempo y, por qué no, de un espacio donde: …Veiasú culam agudá ajat, podamos conformar un verdadero y único cuerpo, poseedor de un alma que continúe el versículo cantando, día tras día: Iaasot retsonejá be-lebab shalem,
Haciendo la Voluntad del Todopoderoso (que es también la nuestra) pero con un corazón íntegro, sincero y, sobre todo, entero.
Quiera D’s darnos la fuerza suficiente para sanar el corazón doliente de Israel en el ingreso del nuevo año. Quiera Él, en Su infinita Compasión y Piedad, ligar una a una las almas de todos nuestros seres queridos y amados, quienes no pudieron concluir su año, y viven en el recuerdo que nos eleva este “Día del Recuerdo” -Iom HaZicarón-, en el que todas las almas pasan a ser tenidas en cuenta en las Alturas, para ser veneradas aquí,
entre nosotros, por sus vidas, por las nuestras y por las de quienes nos continuarán.
Mientras tanto, de acuerdo a un constante, revivifivicante y sentido deseo, quiera el Eterno permitirnos llegar a este tiempo que se renueva con las palabras más simples, como las de este poema: “que comience el año, y con él solo sus bendiciones”.
Ki ba-Iom ha-zé iejaper alejem…. Así inaugura nuestra Torá los tiempos ligados a este día: “Pues en este día, (Él) extenderá Su Perdón sobre todos vosotros”. El día de Iom Kipur ha sido llamado, en nuestro Talmud y por extensión a lo largo de la Tradición Oral, como Iomá, es decir: El Día. Diferente a todos en su condición singular de reencuentro, reconciliación y por el arribo del perdón Divino para con nosotros, los seres humanos.
Tal como su nombre lo indica, debemos pronunciar la magnitud del día en plural: Kipurim. Porque en este día tienen lugar “muchos perdones”: aquel que llega, cual bálsamo, desde los Cielos, para quienes, en oración sincera y recogimiento verdadero, transitan estos días -diez en total- con la certeza que una acción positiva, tan solo una, puede cambiar el destino de todo un año por venir, de toda una vida por vivir.
Es por eso que la llegada de Iom Kipur se viste de plural, porque hay más de una expectativa, mucho más que un objetivo, más aún que las propias búsquedas cotidianas que hacen a cada día y día de los restantes que arman el calendario.
Pero está también el “otro perdón”, que transcurre por el aliento de cada uno de los seres humanos quienes, en el fragor de la batalla cotidiana, se distancian, se enajenan, construyen muros de silencio, indiferencia y hasta olvido del prójimo; con aquel que no es otro que el que está próximo, junto a él, esperandolo y confiando.
“Los pecados entre el hombre y su prójimo no son absueltos en Iom ha-Kipurim” nos advierten nuestros maestros, ad she-ieratsé et javeró: “hasta que halle la voluntad de su amigo en perdonarle y olvidar su mala acción”
Por lo tanto, El Todopoderoso nos regala, con la llegada del día, un presente inesperado: las “cuentas” para con D’s quedan resueltas con la mismísima puesta del sol, el comienzo de nuestro ayuno y nuestra presencia en el seno de la comunidad, en la sinagoga.
Itsumó shel Iom mejaper, afirmaban: la misma esencia del día absuelve todo lo obrado negativamente.
Pero hay cosas que no alcanza el perdón, si es que no damos un paso antes. ¡Es tan grande la Bondad del Creador, que “está dispuesto a renunciar a Su Honor” para que los conflictos entre personas puedan resolverse adecuadamente y a tiempo!
Y si bien las cinco plegarias del día recorren la intimidad del ser humano arrepentido, en su intento de ‘volver a D’s’, todas ellas alientan, ante todo, un primer regreso del hombre a su propio ser y sentir, a su esencia constitutiva, para poder recomponer sus vínculos con la sociedad a la cual pertenece, a la que se debe y en la que trabaja cotidianamente.
Es por ello que este día, “El Día” como dijimos, comienza, en el tiempo, cuando la luz del sol comienza a ceder su espacio a las primeras sombras -bein hashemashot-, para insinuarnos que debemos tener cierta claridad a la hora de definir nuestro camino y nuestro entorno en la vida. Y si debemos “pedir perdón” a quien tenemos al lado -tal como nos impone la bella tradición de conceder nuestro perdón antes de la primera tefilá del día, Cal Nidré- es porque necesitamos destrabar las complejidades del vivir, despejar el camino de un tiempo que, por veinticinco horas, poco más de un día, nos permitirá retornar a lo simple, genuino, real y posible, que alimenta nuestro diario quehacer material y espiritual.
El pecado, enseñaban nuestros sabios, de bendita memoria, obstruye, en cierta manera, toda manifestación posible en nosotros. Se instala, entonces, una barrera infranqueable entre nosotros y El Creador, entre nosotros y los nuestros. Y si todo el intento de estos días es alcanzar la idea de: Dirshú HaShem be-imatseó; keraúhu bihiotó karob… (Isaías 55:6), es decir, “Buscad a D’s cuando puede ser hallado; invocadLe cuando se halla cercano”,
cada transgresión resulta un escalón hacia abajo en nuestro intento de elevación.
Alcanzar la proximidad de D’s debe ser parte del colectivo, del grupo, de la comunidad. De allí que el versículo se exprese en plural, que el profeta clame a los oídos casi ensordecidos de una generación que ha perdido la esperanza, no solo el perdón por su
accionar.
¿Y cuándo es posible hallar a la Divinidad? ¿Cuándo está cercana? se preguntará el lector con cierto estupor. Si bien la respuesta alcanza a todos los días del año, existe, al decir de nuestros sabios, una especial dimensión en estos días -diez en total- que conforman el arco espiritual de los Aseret Iemé Teshuvá, que permite obtener una respuesta casi inmediata del Creador a nuestras rogativas y esfuerzos.
Cuando llega el día donde el Perdón parece derramarse sobre todo el pueblo judío, sin excepción, llega el tiempo de levantar las barreras que nosotros mismos edificamos, despejar el camino de obstáculos -que nosotros mismos dispusimos- y sentir como el comienzo de este día -lleno de ‘perdones’- nos abre las compuertas de los Cielos.
Asomarnos y echar un vistazo es la invitación del día. Sumergirnos en las aguas celestiales, es la tarea. Y, a la hora en que las compuertas comienzan a cerrarse -Neilá-, se habrá alcanzado algo más que el Perdón.
Se habrá logrado superar lo infranqueable, desobstruido la comunicación con D’s y con los pares, con la familia, con los hijos, con nuestros hermanos y con nuestros seres queridos. Es por eso que el día comenzaba con las palabras: Ki ba-Iom Hazé Iejaper alejem.
Pero el versículo tiene un final. Alcanzar el perdón es importante, pero hay algo que es fundamental: Le-taher etjem mi-col jatotejem. Lifné HaShem titháru…, “Para purificaros a vosotros de todos vuestros pecados. Delante de HaShem os purificaréis”. Esta purificación es la que abre otras compuertas: la de la comunicación, la del corazón sincero, la de palabras con sentido y la de personas dispuestas a comenzar un tiempo de vida diferente.
Iom HaKipurim lo propone y HaShem invita, pero nosotros debemos decidir. Una vez más, la noble tarea de elegir recae sobre nosotros. Porque el regalo de la vida, que D’s ha puesto delante de cada uno, es la capacidad de elegir, la de saber hacer nuestra elección a tiempo y en esto se va la vida.
¡Guemar Jatimá Tová!
Motivos para la alegría
“Sobre tres pilares se sostiene el mundo: la Justicia, la Verdad y la Paz…” (Rabán Shimón ben Gamliel, Tratado de Avot, Cap. I)
El mes de Tishré llega a la mitad y, junto al año renovado a partir de un Juicio Compasivo y Misericordioso, abrazamos también el Perdón y la Buena Voluntad del Creador.
Dos tiempos singulares transcurrían en los primeros diez días del mes y, sumidos en nuestras plegarias, entrelazados con familiares y amigos, dimos a esos días la singular dimensión de Iamim Noraim, ”Días que conmueven” hasta lo más íntimo de la fibra del ser humano. Porque pedimos la vida y porque ella nos fue concedida como hermoso regalo por parte del Creador.
Arribamos ahora a un nuevo nivel en la escala de los tiempos, a un tercer y último tiempo de este mes primero del nuevo año, que es el tiempo de Sucot, una fiesta que invita a construir, sobre las bases de Rosh HaShana -“Justicia”- y de Iom Kipur -“Verdad” (Torá)-, un espacio creativo único, con medidas determinadas y condiciones especialísimas, en el cual podremos habitar por espacio de siete días, fuera de cada hogar “concreto” y de sus rutinas: la Sucá (Cabaña).
La Sucá es historia, memoria y señal. La Cabaña, que construiremos con nuestras propias manos, será volver a tomar el timón del destino y a enfrentar a cuanto viento se interponga, tanto en el desierto de las naciones como en el de nuestras vidas, a la voluntad de vida y, a través de ella, a una búsqueda, un anhelo, unos días -siete según la ordenanza bíblica, aunque bien pueden transformarse en décadas, centurias o milenios.
Pues Sucot, como tercer tiempo, indica conclusión y equilibrio. La tradición rabínica, que acompaña y embellece a la liturgia, le imprimió a esta humilde vivienda de materia un sello -el más hermoso aunque también el más costoso-: Ufros Alenu Sucat Shelomeja:
“Extiende sobre nosotros la Sucá de Tu Paz”. La tradición talmúdica relata que la festividad de Sucot encontraba al pueblo hebreo ofreciendo setenta sacrificios animales, durante los siete días de la celebración, en el Templo de Jerusalem.
“Setenta Korbanot”, afirmaban, “a fin de rogar por la paz de las setenta naciones del mundo…”.
Sucot es Paz. Por eso, para llegar a Sucot, para tenerla definitivamente en cuenta, hay que “darse una vuelta” por la Justicia y también por la Verdad, eso es lo que nos sugiere la tradición bíblica.
No habrá verdadera Paz sin que medie un Día para el Juicio y sin que la Verdad se constituya en Ley.
Sucot es, necesariamente, el producto de Rosh HaShaná e Iom Ha-Kipurim, parece insinuarnos la tradición. Sucot es, en realidad, la fiesta de la Reconciliación: la del hombre con su prójimo, consigo mismo y con D´s, entre numerosos contrastes y tensiones.
Solo en tiempos de Paz es posible la reconstrucción; poca atención se ha prestado al hecho que tanto el Primer Templo como el Segundo fueran inaugurados en los días deSucot (I Reyes 8; Ezra 3: 1-5).
Rabán Shimón ben Gamliel, de bendita memoria, supo diseñar la arquitectura espiritualdel mundo todo, estableciendo los principios constantes que nos preparan y nos elevan a través del ciclo anual del calendario. De igual modo, construyendo al individuo, a su sociedad, se logrará, sin duda, construir el mundo todo sobre pilares sólidos, firmes y posibles.
II
“Ve-iaasú culam agudá ejat…”
(Del Majzor, plegaria de Musaf para Rosh HaShaná e Iom HaKipurim)
Mucho hemos pedido en estos días, en los que miiramos “hacia dentro” pero, también, dirigimos nuestras miradas “hacia fuera”. Es imposible aislarse, dado que toda la tradición judía consiste en construir puentes, en transitar uniones imperceptibles, siempre en búsqueda de lo común para, recién más tarde, distinguir nuestro lugar de excepción, nuestra singularidad como pueblo, nuestro destino especial en el consenso de las naciones.
Atesoramos la esperanza respecto a la unidad en las plegarias centrales del Nuevo Año y del Día de Iom HaKipurim. Pensamos en ella, hablamos de ella, pero la palabra es objetada por la acción o, tal vez, el deseo sea reprimido por la inacción.
¿Cómo plasmar en lo real aquello por lo que pedimos, rezamos y suplicamos, estemos convencidos o no de lo vital que es para nosotros todos?
Nuestras celebraciones, lector y lectora, nos llevan a ser parte de una doble dimensión: la del discurso y la del curso.
Es cuando, radiante, llega Sucot, invitándonos a expresar en los hechos todo aquello que nos propusimos desde las hojas de nuestro Majzor, el libro de oraciones, y para no quedarnos en los dichos sin para afirmarnos en los hechos.
Sucot nos invita a ocupar un nuevo espacio y residir en él: la Sucá, como recién decíamos. Nos anima, de manera especial, a enfatizar nuestra alegría durante la fiesta, como no dando por sentado que al ser una “fiesta” se deba estar alegre…¡Es una mitsvá estar alegre! y debo cumplirla en toda su extensión diaria y horaria.
¿Nos preguntamos, empero, cuál será la argamasa entre habitat (la Sucá) y sentimientos (la alegría)?
Entonces emergerá otro pedido de nuestra Torá: U-lekajtem lajem ba-iom ha-rishón…,
“Tomaréis para vosotros en el primer día…” cuatro especies vegetales, todas ellas en contacto con la cotidianeidad de nuestra vida. Cuatro y no más, como para englobar la totalidad y hacernos sentir una parte suya:
Etrog -fruto de árbol hermoso-, Lulav -las hojas de palmera-, Hadas -las ramas de mirto y Aravá -las ramas de sauce.
Cuatro especies que denotan cuatro aspectos diferentes. Así como en la mesa de Pesaj se sentaban los “Cuatro Hijos” y, en esa maravillosa noche, “Cuatro Copas” nos anunciaban la Salvación y la Liberación, en Sucot estas Cuatro Especies Vegetales nos vendrán a enseñar el curso de la fiesta. Netilat Lulav, es decir, tomar el Lulav y pronunciar una bendición sobre él significa unir a las cuatro -más allá de sus profundas diferencias- y expresarle al Todopoderoso nuestro deseo de que “Y harán, todos ellos, una sola y sólida unidad”.
La argamasa entre el habitat -el diario vivir- y la alegría -el sentido de vivir- pasa, nos insinúa Sucot, por la Unidad. ¡Aprender el arte de unir para no separar jamás!
Así es como transcurre esta Fiesta, que trata de tender puentes donde la soledad y el aislamiento han hecho de las suyas. Sucot, decíamos al principio, es la Fiesta de la Reconciliación.
No hay nada más feliz que empezar a reconciliarse con uno mismo, para lo que, primero, “hay que salir de casa”; segundo, instilar gotas de bondad y alegría; y, por
último, unir y seguir uniendo… Ese es el secreto de estos días de plenitud y algarabía; días tan simples y tan bellos como los que podemos vivir toda la vida.
Creo, con sinceridad, que hay en ello motivo verdadero y valedero para la alegría. ¿No lo cree también así el lector?
La alegria del estudio
El último día de la Festividad de Sucot nos invita a una celebración y un tiempo peculiares: coronar nuestra alegría -que crece día a día durante la festividad, ve-samajta bejagueja- junto a la Torá, esencia misma de la felicidad y el regocijo en los días de la vida del pueblo judío.
Simjat Torá resume, con su nombre simple, el contenido y el continente de la vida de cada iehudí, de cada generación y generación en el devenir de la nación hebrea en la historia.
Llegamos a esta instancia para celebrar no solo el correr del tiempo y nuestro paso por él; arribamos a un día que limita el pasado del presente y nos confronta con un futuro. Simjat Torá nos habla del regalo del Eterno, del Creador, que se renueva en el corazón y en las almas de Am Israel -como en aquel día cuando la Ley fue entregada en el Monte Sinaí- y renueva el compromiso allí asumido por nuestros antepasados como compromiso
de eternidad: ¡Naasé ve-Nishmá”, “¡Haremos y Escucharemos!”
Es a partir de entonces que la Sagrada Torá -descendida desde los recónditos Cielospasó a anidar en cada uno y uno de los integrantes del pueblo de Israel, que la estudia, transmite, lee públicamente y escribe -cada uno para sí mismo, así como para sus propios hijos-, en un acto de trascendencia y amor únicos.
Es precisamente en el tiempo de Sucot -en su último día, como ya dijimos- cuando la lectura pública del Sefer Torá toca a su fin, indicándonos el tiempo del inicio de su lectura en las Sinagogas.
“…El espectáculo de la celebración de Simjat Torá, cuando un pueblo entero se regocija cantando y bailando en torno y con los Rollos de la Ley, es un cuadro curioso pero también un testimonio maravilloso sobre el lugar que ocupa la Torá y el estudio entre el pueblo judío: la alegría del estudio no es privilegio de los sabios, sino que la comparte el pueblo entero. Todos, sin excepción, comparten la Torá, quien más, quien menos. Los Rollos de la Enseñanza no están guardados en lugares ocultos, para ser entendidos solamente por eruditos de elite y elegidos. En el judaísmo, el estudio quedó democratizado desde la antigüedad y el amor al estudio era inculcado en las amplias masas del pueblo” (Pinjas HaCohen).
¿Por qué Simjat Torá en este día particular, al finalizar Jag ha-Sucot? Quizás haya quebuscar las raíces de la festividad en la celebración del precepto bíblico de Hakhel, que tenía lugar, una vez cada siete años, en el último día de Sucot.
Así lo describe el famoso Sefer Ha-Jinuj, escrito por el Rab Aharón HaLevi en el sigloXIV: “Nos ha sido ordenado que todo el pueblo de Israel, hombres, mujeres y niños, se reúnan el segundo día de la festividad de Sucot, al término del Año Sabático, y que sean
leídos párrafos del Libro de Devarim (Deuteronomio, quinto Libro de la Torá).
Respecto de esta Asamblea, dice la Torá: “Al cabo de cada séptimo año, el año de la remisión (Shemitá), en la Fiesta de la Cabañas, cuando viniere todo Israel a presentarse delante de HaShem, Tu D’s, en el lugar que Él escogiere, leerás esta Ley delante de todo Israel, a oídos de ellos. Congregarás al pueblo,
varones, mujeres y niños y los extranjeros que habitan en tus ciudades, para que oigan y aprendan y así teman a HaShem, vuestro D’s, y guarden todas las palabras de esta Ley para cumplirlas. Y para que los hijos de ellos que no tuvieron conocimiento de estas cosas, oigan y aprendan a temer a HaShem, vuestro D’s, todos los días que viviereis sobre la tierra adonde vais, pasando el Iarden para tomar posesión de ella…” (Devarim Cap.31: 10-13).
La razón de este mandamiento -prosigue el Sefer Ha-Jinuj-, es la siguiente: “Puesto que toda la esencia del pueblo de Israel es la Torá, por la que se distinguen de todos los pueblos restantes, merecen vida eterna y deleite constante, incomparable con nada de este mundo, corresponde que se reúnan en el momento fijado para escuchar sus palabras, para que cada uno, hombres, mujeres y niños puedan preguntar: ¿Con qué propósito nos hemos reunido todos en esta gran asamblea? A lo cual la respuesta será: ‘Para escuchar las palabras de la Torá, que es todo nuestro ser, nuestro esplendor y nuestra gloria…’ ”.
Simjat Torá: la alegría del estudio asoma, año tras año, en el final mismo del calendario festivo, para insinuarnos que, cuando algo parece concluir, en verdad se abre para nosotros el fascinante mundo de volver a estudiar, de volver a aprender, de poder decir, bien temprano, como cada mañana: ¡Ashrenu! Ma tov jelkenu, u-má naim goralenu u-má iafá meod ierushatenu…! – ¡Felices de nosotros! ¡Cuán buena es nuestra parte y cuán agradable nuestro destino y cuán hermosa es nuestra herencia…!
Alegres por tener esa herencia y ser judíos, por siempre.
Volver a ser, volver a vivir
Janucá inaugura, como su nombre lo indica, un tiempo diferente en el devenir histórico del pueblo judío.
La monotonía de la ocupación helénica, en el pequeño y codiciado territorio de Judea, de repente se vio sacudida de su letargo cuando un puñado de hombres se animó a decir ¡No! ante los opresores de turno.
Janucá es, en cierta forma, la fiesta del “No”: no renunciar, no posponer, no olvidar y no dejar de testimoniar. Parecía que toda una generación había renunciado a un modelo de vida, a un mandato generacional, que era atractivo, una vez más, “ser como las demás naciones”, que resultaba incómodo no caminar de la mano de lo común, ser diferente, conservar la particularidad judía en tiempos donde todo cobraba formas y diseños “igualitarios”.
Fue entonces que se levantó un grupo de individuos, dispuestos a recobrar la memoria perdida en el gimnasio griego y en la filosofía atrapante de sus interlocutores. Le opusieron el ejercicio espiritual de volver a ser y la palabra sentida, con sentido de un D’s viviente, jamás recluido en biblioteca alguna.
Janucá fue para ellos acción y lección; tomar, por un lado, el destino de sus vidas en sus propias manos, transmitir, por el otro, a los que vinieran después en el camino de la vida, que lo heredado jamás podría ser “tierra de nadie”. Acción y lección se conjugan entre ambas e implican elección, es decir, Libertad: de ser, pensar y vivir cada día y noche.
Parecía que toda una sociedad estaba dispuesta a posponer -sin fecha cierta ni tiempos claros- el canto de libertad con el cual ese pueblo -Su pueblo- había nacido al mundo, al quitarse, siglos atrás, las cadenas de la esclavitud y de la discriminación egipcias. No importaba evocar el milagro cuando los hechos del presente borraban, con un esplendor precario, toda la luz de un pasado de dignidad y gloria.
En esas circunstancias se erigió un puñado de hombres, llamados por el eco de la eternidadsembrada en sus conciencias cotidianas, para retomar el arte de enhebrar las palabras del D’s Viviente en melodías vivas y significativas, que encendiesen un fuego en estado de extinción, en medio de un Lugar, un Santuario, una y otra vez pisoteado por la altanería de olvido y la desgracia de la enajenación.
Unos y otros eran hermanos, integrantes de un mismo pueblo, nuestro pueblo: Am Israel. Unos vivían pensando en cómo ser griegos habiendo nacido judíos; otros pretendían vivir y sobrevivir como judíos, sin tener que pedir permiso a los griegos.
Los antagonismos parecían estar a la orden del día, así como la contradicción. La apatía y su socia, la indiferencia, estaban jugando su mejor partida en una sociedad judía partida al medio en aquellos tiempo (¿solo en esos tiempos, podemos preguntarnos cada vez que llega Janucá a nuestras vidas?).
Janucá fue entonces la Fiesta del “No”, que conjugó lo posible, lo deseable y lo que debe ser.
Aquellos hombres, cuyo número era al principio pequeño, se multiplicaron y recibieron un nombre propio: los Jashmonaim. Cuando se alzaron en armas, con espíritu imbatible, el pueblo, que los admiró, los denominó: Macabim. Su obra no necesitaba un nuevo nombre, pues volver a la esencia no requiere de identidades nuevas sino recuperar la perdida.
Janucá habla de inaugurar, insta a educar, inspira a vivir como se debe y no a vivir como
se quiere. He allí el milagro. Porque cuando se lucha y se sabe por qué, entonces el milagro es posible, sin importar el resultado. Importa, tal vez, lo que se “enciende” a partir de esa victoria. ¿Habremos encendido la chispa de la Unidad? ¿Habremos alcanzado a prender el fuego del amor y la solidaridad? ¿Habremos de inaugurar tiempos en los que las fracciones se transformen en enteros?
Llega Janucá, la simple y soberbia fiesta de nuestra propia determinación. Cuando parecían caber renuncias, hubo afirmación, en vez de dejar pasar los días, para que la mano del tiempo ganara su apuesta final, sobrevino una Fiesta con Días.
Cuando los griegos quisieron, obstinadamente “hacernos olvidar Su Torá”, entonces se luchó para olvidarnos de ellos. Y siempre que el olvido parece ganar la partida, trastocando las palabras, Janucá vuelve a nosotros, devolviéndonos La Palabra del D’s Viviente transformada en una Luz que se enciende cada noche -tiempo de oscuridad, que es propicio para el olvido-, para iluminar el nuevo día -tiempo de claridad, que es propicio para discernir y ”tener en claro” quien es quien en esta partida.
Janucá: Luz que proviene de un fuego encendido en la Menorá, simbolo constante de la Unidad Judía. Encender la luz a tiempo, conjugando los aspectos que nos unen y consolidan, hace crecer en esta fiesta la más hermosa melodía.
Janucá nos devuelve eso: el fuego de la identidad judía, vestida con una inconfundible e inolvidable melodía.
“Mientras todas las festividades pueden desaparecer a la llegada del Mashiaj, Purim jamás desaparecerá, así como leemos (Ester 9:28): ‘Estos días de Purim no caerán en desuso, ni la memoria de ellos se acabará de entre su descendencia…’ ’’ (Midrash Mishlé, 9).
I
Sobrados motivos habrán tenido nuestros sabios, de bendita memoria, para realizar tal afirmación. Pues, al igual que con todas nuestras celebraciones, el recuerdo que generan no debería pasar desapercibidas para ninguno de nosotros.
Sin embargo, a Purim le cabe una particular dimensión en el calendario festivo de Israel. Tal vez porque los opuestos, las contradicciones, la complejidad y el asombro se dan cita en día tan peculiar; tal vez por el raudo pasaje de la oscura muerte a la luz de la vida, o el de la insoportable angustia del terror y el llanto a la explosión de la alegría. Meses, días, horas, instantes todos, en fin, donde apreciar no solo la mano del hombre que se levanta contra su prójimo, sino y por sobre todo, la inmensa bondad de “otra mano” (Iad Jazaká): una “Mano Poderosa que nos llevó -como pueblo y como individuos- a reeditar el milagro y Su salvación.
Así se explica una afirmación de permanencia tan contundente pues, aunque los hechos pertenecen, es cierto, a “aquellos días” (baiamim hahem), como Am Israel nos encontremos viviéndolos -muy a pesar nuestro- “en este tiempo” (Bazemán hazé), al decir de la plegaria.
II
Un poco de historia…
Purim significa “echar la suerte”. En la Persia imperial de Ajashverosh, hace más de dos mil quinientos años, se echó la suerte para determinar el día en que se exterminaría a todos los judíos del reino, dispersos en sus cientoveintisiete países. “Un pueblo disgregado y disperso en el mundo, que la ley del rey no cumple…”, esas fueron, más o menos, las palabras del intolerante de turno, que era un hombre que lo tenía todo: poder, honor, riquezas y familia.
Pero algo le faltaba: mientras todos los habitantes de Shushán -la ciudad capital del reinolo reverenciaban y le rendían pleitesía, o se sometían en silencio a cuanto vejamen disponía el déspota, hubo un judío, tan solo uno, que no lo hacía: Mordejai HaIehudí.
Mordejai, el judío en el exilio, integrante del cuerpo social de una nación hebrea alejada de sus fuentes, dispersa en su espíritu, viviendo en la opulencia y en la comodidad. Un pueblo al cual la diáspora le propinó el peor de los castigos: el olvido. Mientras tanto había un hombre que no olvidaba, pero no era judío y se llamaba Hamán. A él no le preocupaba D’s, sino el “pueblo de D’s”, el del judío Mordejai, que se negaba a arrodillarse ante él.
III
“…Falsa es la gracia, vana es la belleza…” (Shir haShirim, 31)
La historia de esta fiesta tiene otro nombre propio: Ester, una bella mujer que habría de ser una reina judía en tierras extrañas. La Torá menciona otras mujeres, tales como Sará y Rajel, pero la belleza de Ester dejó su impronta en el destino que ella misma eligió. Su especial condición la condujo al palacio real de Ajashverosh, para ocupar el lugar vacante que dejó Vashti, otrora reina, cuando esta decidió rebelarse ante su esposo y rey.
Ester ocultaba su judaísmo: “… no reveló Ester su origen ni su pueblo, porque así le había aconsejado Mordejai”, que permanecería escondido aunque no por una “intriga palaciega”.
Será en el palacio, en medio de traiciones y riquezas, de conveniencias y mentiras, donde Ester descubre su judaísmo, sin dejar de ser reina ni perder su belleza. Recién allí sabría quién era y qué era, dando de ese modo por tierra con la terrible y temible enfermedad que se apoderó de los judíos del imperio: la enfermedad del olvido, que también ella pareció padecer cuando ya vivía en el palacio real, en las esferas del poder.
La Meguilá, que porta su nombre, nos la presenta como una niña huérfana. Su pariente más cercano, Mordejai -judío deportado en el exilio babilónico-, la había criado y cuidado como a una hija. Cuando la llevaron para ser una de las concursantes al puesto de reina, Mordejai fue detrás de ella, para velar por su seguridad y su destino.
… Et maamar Mordejai Ester osá, asevera el texto. Ester cumplía con cuanta orden emanaba de Mordejai, pero la realeza tiene sus exigencias y el tiempo también hace lo suyo. Ester empezó por ocultar su origen, sin que sepamos bien por qué, y más tarde lo negó.
… La-Iehudim haitá orá vesimjá, vesasón vikar (de Meguilat Ester). Para los judíos del reino hubo luz, regocijo y honor, narra la Meguilá. Todos conocemos la historia y sabemos cómo fracasó el plan antisemita de Hamán, pero no debemos hacer lugar a interpretaciones fáciles.
No debemos permitir que mensajes pueriles ocupen el escenario de los hechos. Por desgracia, lo siniestro del suceso nos llama a reflexionar, pues fue allí, en medio de los festines y borracheras palaciegas (ketob leb hamelej baiain), que descubrió Ester -a instancias de Mordejai- quién era ella, cuál era su verdadero lugar y por quién debía levantar las banderas de la libertad, el orgullo y la dignidad.
Ester “se juega” frente al rey y a su endemoniado ministro Hamán, que era astuto y vil, y se aprestaba a colgar a Mordejai en una horca especialmente preparada en su propia casa. ¿Por sarcasmo o por brutalidad?
Allí será donde Ester se despoje de sus vestidos de reina, donde se corran los “velos” y asome la verdad, tan desgarradora como acusadora: … ish tsar veoieb, Hamán hará hazé, “Un hombre enemigo y que odia, Hamán es ese malvado”. Ester tuvo valor, sin lugar a dudas, pues supo, en su momento, conquistar el corazón de un rey y de toda su corte, pero también pudo, llegado el tiempo, abrazar al pueblo hebreo y su propia historia.
Fue la primera fiesta de Purim, pero ya no del “sorteo” y del exterminio. Purim se transformará en la fiesta de todo un pueblo, a partir de Ester, de aquella jovencita sensual, obediente, sumisa y bella, que no tuvo reparos en identificar, delante del soberano,
a “su pueblo” y “su vida”.
Nisterá darki meim HaShem. Ocultos están los caminos y los designios del Todopoderoso, dice el autor, y no todos comprenderé.
Mordejai y Ester comenzaban a ver, a develar el profundo sentido de esta historia: Ester no había llegado al trono para su propia gloria y honor, no era solo una mujer hermosa.
Llegó a lo “más alto” para ascender un peldaño más: erigirse sobre la infamia y la impunidad del poder, del odio y de la intolerancia, para salvar a su pueblo, para identificarse con su pueblo. Es en ese momento que la oscuridad de la muerte cede ante el despuntar de la vida, cuando se disipan las tinieblas de la tenebrosa senda de la muerte (gué tsalmávet) para descubrir Su Bondad, la de D’s, como cada mañana, cada día, a cada paso de la historia que hacemos en nuestros días y en los días de los otros.
Entonces hubo luz para los iehudim, y alegría, regocijo y honor. Porque cuando vencemos el olvido, vencemos a nuestro peor enemigo.
* * *
JAG HA-PÉSAJ
Una noche que marca la diferencia
La celebración de Pésaj inicia, en el calendario hebreo, un ciclo que se renueva. En la naturaleza es la primavera, que avanza sobre el gris y frío invierno y permite a los campos vestirse del blanco de los almendros en flor, que orgullosos mar- Lchan a la vanguardia de los frutos que maduran. En la historia, es la libertad la que esboza sus primeras notas que, conjugadas por el ser humano, darán como resultado la canción más hermosa, por lo simple, bello y magno que significa ser libre y poder ejercer esa libertad.
Naturaleza e historia se ven conmovidas, sacudidas de su letargo, cuando el clamor de una noche cobra vida por días y se adueña,
poco a poco, de los meses y los años, para instalar a un pueblo y su lucha, en la arena de los hechos y en los ciclos de la vida.
La celebración de Pesaj es eso. Un momento en el que naturaleza e historia confluyen y nos muestran lo posible, lo plausible, lo real
y lo ideal; una festividad en la cual todo viene a darse la mano y en la que el común denominador será el mismísimo Pan de la Libertad.
Pésaj se asocia con la Matzá, el pan ázimo, el pan del esclavo, de la pobreza y de la orfandad. Y girarán, alrededor de él, los días todos de la festividad, enseñándonos que ni los más sabrosos manjares pueden serlo de verdad cuando una mano y un látigo obligan a callar o cuando duele el cuerpo después de tanto castigo, de tanto dolor, de tanta indiferencia.
Si nuestra celebración también se asocia, desde su comienzo, con esa vieja melodía que anuncia el Ha Lajmá Aniá… es porque al mostrar el pan, aún pobre y flaco, de la pobreza, la libertad empieza a cobrar sentido. Para la tradición judía, querido lector, libertad es poder amasar el propio pan y dejar de
depender de la “generosa mano” del torturador que esclaviza. Ese pan, producto del intercambio con la naturaleza, entre lluvias y soles, tierras y manos que sudaron los campos ajenos, viene ahora a ser nuestro, aunque no pueda leudar, porque el pueblo judío no puede ni debe retrasarse. ¡Ni un minuto más de esclavitud! ¡Un solo segundo de espera para que leude el pan y toda la libertad, proclamada y conjugada desde los Cielos, puede echarse a perder…! Ninguna espera, ni un solo segundo más…
La naturaleza le da paso a la historia, porque es a partir de tener lo qué comer en esta noche que podemos comenzar a narrar los hechos. Superada el hambre, que condena a la muerte inevitable, parece insinuarnos la Hagadá de Pesaj, recién ahí logramos ser historia, formar parte de ella y ser artífices de la propia, lo que no es poco.
Pésaj es ser la historia o, tal vez, poder contarla; es sobrevivir al silencio mortal impuesto por el Faraón de turno, traspasar el umbral bañado en sangre y caminar los caminos de Abraham, de Itsjak y de Iaacov: caminos que hablan de promesas que asoman desde los Cielos, senderos que anuncian, a cada paso, la vocación de vivir, de continuar, de perpetuarse y de trascender. Pesaj es hablar y no parar de hablar, porque romper con la esclavitud es recobrar el valor de transmitir. Y nosotros, el pueblo judío, no podremos renunciar jamás al verbo porque transmitir, es decir, enseñar con la palabra y demostrar con los hechos, se ha transformado en sinónimo de vivir como judíos.
El deber impostergable de cada uno, como padre, como esposo, como hijo, es ser parte de la historia y convivir con nuestra propia naturaleza: ser es transmitir.
Cuando naturaleza e historia se conjugan en los días humanos comienza lo significativo y distintivo del Judaísmo: Kama maalot tovot la-Makom alenu… cantamos en la plenitud de la Hagadá. “¡Cuántas bondades y virtudes del Todopoderoso sobre nosotros!” Nosotros conjugamos algo más: el reconocimiento a nuestro D’s por Su Bondad, por Su Justicia, por Su recuerdo activo, por no olvidarnos.
Porque Pésaj llega para manifestar la Presencia y Acción del Creador en la historia -los hechos- y en la naturaleza -los milagros.
Somos a partir de Él y con Él, saldremos a la libertad por Él. La gestión humana accionará los tiempos, el Deseo de D’s movilizará el destino y Jag ha-Pesaj nos conmoverá, una vez más, para que seamos artífices de nuestro destino y disfrutemos, apreciemos el regalo del tiempo.
Tiempo que comienza una noche que marca la diferencia. Espero que el lector comprenda el por qué…
¡Pésaj Casher ve-Saméaj!
* * *
La Hagadá
Al aproximarse Jag ha-Pésaj, en cada primavera israelí u otoño argentino, la asociación resulta inmediata. Lo primero que se “nos cruza” por el pensamiento es el símbolo activo de la festividad: la Matsá, el “pan de la pobreza” como ha sido definida,y, junto a ella, la obligada deducción, que prescribe nuestra Sagrada Torá, la de evitar comer todo leudo (Jaméts) durante el tiempo total de la celebración. Más tarde, con seguridad, comenzaremos a pensar en los preparativos y en la familia.
¿Con quién habremos de compartir ese “pan de la pobreza” y la historia que lo acompaña durante las noches y los días del Jag? ¿Tendremos suficiente lugar?, si es desde lo físico que surge nuestra preocupación. ¿Albergaremos suficientes ganas?, si nos preocupamos por la voluntad emocional y espiritual de celebrar ¿Con quiénes de nuestros amigos llevaremos a cabo el Seder? ¿Cumpliremos, por fin, con la invitación a los necesitados y pobres o, tal vez, a los “sin familia”, para que tengan, por una o dos noches, el calor de la amistad y la fraternidad?
Para otros, tal vez, será un momento de introspección, en el que se imagina un tiempo pasado y se reflexiona sobre la imposibilidad -física o espiritual- de compartir ahora el tiempo con un ser amado, hoy lamentablemente ausente.
Pero, de una u otra manera, todos, sin excepción alguna, nos veremos movilizados frente a un tiempo que nos convoca. Algunos se detendrán solo en los aspectos legales más rigurosos del día; otros, tal vez, concentrarán sus esfuerzos en querer descubrir – más allá de las restricciones clásicas- un sentido último a la esencia celebratoria de la fecha; algunos otros, con seguridad, permanecerán tan apáticos como en años anteriores,
dejando pasar la ocasión de expresarse y sentirse parte de algo, de alguien, de ser uno mismo.
¿A qué nos referimos, querido lector? A que hay una suerte de reciprocidad personal con nuestros tiempos festivos, porque si bien tal o cual fiesta llega irremediablemente, por el paso del tiempo y del calendario, somos nosotros también los que debemos ir a su encuentro. Con distintos pensamientos, con diferentes actitudes y hasta modalidades disímiles, pero debemos siempre ir a su encuentro.
Al decir del poeta judeo-español Rabi Iehuda Haleví: “… Al salir a tu encuentro, a mi encuentro te hallé” : Be-tsetí likrateja, likratí metsatija.
¿Cuál es el punto de convergencia, entonces, para tantas y tan polifacéticas manifestaciones como las que se generan ante este tiempo celebratorio?
La tradición rabínica previó para esta circunstancia un lugar común, un terreno vasto y amplio para cada uno y uno de nosotros, donde aglutinar todos los aspectos mencionados y que tiene que ver con cuanta sensación se cruce por nuestra mente y por nuestro corazón al prepararnos para festejar. Sea lo táctil o lo auditivo, el presente o el pasado, la alegría o las tristezas, todo posee un espacio propio. ¿Cuál? se preguntará el lector.
Un pequeño libro, que atesora un pequeño relato pero que porta una gran transmisión… Ese es el terreno propio, la Hagadá. Eso debe ser Pesaj para el común denominador.
Se me ocurre que podríamos decirlo -si se nos permite – de la siguiente manera: en Jag ha-Pésaj se nos brinda una única posibilidad de contar con un “libreto” en nuestras manos, a diferencia de otras ocasiones y tal como en Pesaj, donde tenemos un Ritual de Oraciones (Sidur) que acompaña nuestra comunicación con el Todopoderoso, que cada uno intenta a su manera, en silencio o en comunidad.
La Hagadá nos permite un reencuentro con el pasado, una vivencia del presente y una mirada hacia el futuro.¿Cómo? Estando juntos, nosotros los humanos, en derredor de una mesa en cuya cabecera se encuentra la Shejiná, ni más ni menos que la mismísima Presencia del Creador.
Porque todos, sin excepción, y ese debe ser el objetivo, contamos con una posibilidad única, por espacio de unas horas: la de compartir no solo una mesa sino los tiempos, las experiencias, las expectativas y las frustraciones de todos los comensales. Y así enseñamos, sea leyendo, cantando o escuchando las voces de cuantos se integran en la magia de una noche, un camino con demasiadas huellas ya, Gracias a D’s.
Pero, ante todo, estamos y nadie debe faltar a la mesa, dado que allí nace, una y otra vez, la hermosa ilusión de que todo puede volver a ser todavía. En torno a ella se
renueva la esperanza, donde hubo desesperanza; allí es donde interponemos, al hasta entonces preferido “cada cual hace su juego”, las reglas de un juego limpio, límites que garantizan la existencia del individuo y del grupo. Empezamos, en síntesis, a conjugar comunidad.
También es allí donde todo deja de ser casualidad para comenzar a encauzarse. ¿Cómo? se preguntará el lector. Teniendo un pequeño libro en la mano, acariciando una a una sus hojas, recorridas tal vez por generaciones; encontrándose con las huellas de un abuelo o de una abuela en esos libros amarillentos que poseen un fuego sagrado en su interior.
Y habrá que leerlo, recorrerlo, cantarlo, sin apremios, sin apuros, sin vergüenza. Una sola vez debimos “comer apresurados”: fue en Egipto, la noche de la liberación, pues era menester salir hacia la libertad. Pero ahora ya somos libres y no hay apuro. La mejor forma de alimentar la libertad es relatándola a todo aquel que nace libre. La mejor forma de preservarla es haciendo ingresar al hombre libre bajo la Protección de D’s y el “Yugo
Celestial” -Ol Maljut Shamaim-, que es la excelencia de esa libertad.
Solo a la luz de una libertad que nos hace caminar hacia la responsabilidad y ser sensibles -física y emocionalmente- a la Voz Celestial que desciende desde la alta montaña hasta los corazones de cada uno y uno del pueblo de Israel en el Monte Sinaí (Kol gadol ve-lo iasaf al decir del texto, “una Voz potente e infinita”) es que podremos prestar testimonio en esta sagrada noche.
Una noche que es sensiblemente “diferente a las demás noches”, al decir de este pequeño y monumental “libreto”, nuestra Hagadá.
La Hagadá de Pesaj es la letra de la libertad. Nuestro relato, madurado cada año y alimentado por una “nueva escucha”, es el espíritu de su contenido.
Leer y cantar, contar y aprender, asombrarse y recordar, mirarse en el espejo de las generaciones y sentirse en medio de una multitud de anónimas voces y latidos, todos aliados de una melodía, de una letra, de un deseo.
La Hagadá es el canto de la libertad. Nuestras voces, un coro animado de almas que se unen para insuflar vida en una historia que solo supo de dolor y de muertes.
La Hagadá es un anhelo, el eterno deseo que palpita en lo profundo del ser judío, aquel anhelo de unirse -en cuerpo y alma- con una “novia” con la cual se ha pactado una cita desde hace siglos: la bella y amada Jerusalem, que siempre espera.
La Shaná ha-baá -el año entrante, decimos. Un año más, parecemos susurrarle desde nuestra Hagadá, cada Pesaj. Un año más para ser más, un año más para poder cantar, pero “de locales”. Ierushalaim siempre espera, en cada una de nuestras Hagadot, en cada uno de nuestros cantos, en cada deseo hecho palabra y en cada palabra hecha melodía.
Se acerca el tiempo de la Hagadá. Quiera Él que, entre las inmediatas asociaciones con la festividad, esté ella. Porque Hagadá, queridos lectores, más que un cuento, es la primera lección que debemos aprender en la vida como seres libres: libertad es aprendizaje, es aprender a transmitir; libertad es confrontar, una noche y todas las noches y días, la noble y ardua tarea que nos encomendó el Todopoderoso: ve-shinantam lebaneja, ve-dibartá bam. La tarea de transmitir una tradición a nuestros hijos por medio de la palabra, de hacerlo personalmente y sin miedos, tomando un Libro en nuestras manos Dedicándole tiempo en nuestro día o nuestra noche y haciendo, en la medida de lo posible, que la Hagadá sea una lección de presente más que un seguro para el futuro.
Todas las preguntas que se formulan en este pequeño pero sabio libro están hechas en tiempo presente. Son válidas para ayer, hoy, mañana, siempre en presente.
¡Jag ha-Jerut casher ve-sameaj!
El período de Ómer se caracteriza por su asociación con dolor y aflicción. A partir de la Segunda Noche de Pesaj se inicia un tiempo del calendario que deberá ser contado noche a noche, enumerando días y más tarde -conjuntamente – semanas. Este tiempo es llamado Sefirat ha-Ómer y nos llevará hasta el mismísimo momento de acceder al regalo Celestial de Matán Torá, la Entrega de Nuestra Torá, en la festividad de Shavuot, al cabo de cuarenta y nueve días, o sea siete semanas.
De acuerdo al relato de nuestro Talmud, “una gran epidemia y mortandad azotó a los discípulos del gran sabio y erudito de la Torá, el singular maestro Rabi Akiva, durante estos días de la Sefirá”. Un total de doce mil pares -zugot- de alumnos, estudiantes todos del sabio tanaíta, murieron ese año, en corto lapso -mi-Pesaj ve-ad Atseret-, víctimas de una mala muerte -mitá raá – (Talmud Bablí, Tratado de Iebamot 62 B).
Nuestros sabios, de bendita memoria, atribuyen dicha desgracia a la “falta de respeto y trato honorable entre esos discípulos”, al expresar elocuentemente: … mi-pené she-ló nahagú cabod ze la-zé. … Ve-haiá ha-olam shamem, de modo que el “mundo” quedó desierto (el mundo de los estudiosos de la Torá).
El Rab Abigdor ha-Levi Nebentsal Shelita -Rabino de la Ciudad Vieja de Jerusalem- explica que los días de la Sefirá -cuarenta y nueve en total- son una suerte de preparación y purificación de nuestras personas, tanto en la condición espiritual como en el terreno de las virtudes y atributos, para alcanzar el tiempo de Shabuot y poder ser aptos para recibir la Torá.
Y lo expresa así: “… El ocuparnos reiteradamente en la salida de Egipto, año tras año, significa no solo un recuerdo de un acontecimiento que ocurrió en el pasado sino, por el contrario, una realidad que despierta nuevamente cada año en nuestros corazones. Aquella Fuerza Espiritual Celestial vuelve y nos libera de la esclavitud, conduciéndonos hacia la libertad del alma y es junto a ella que debemos sacrificar los dioses de la impureza egipcia -de aquel malvado imperio, que impedía a nuestros corazones salir de sus estrecheces y poder recibir la Torá en el Sinaí-, deshaciéndonos del yugo de cuarenta y nueve
pórticos de bajeza moral, y prepararnos para el encuentro con nuestro D’s. Sin esta preparación, no podremos tomar parte del acontecimiento que se renueva…” (Sijot le- Sefer Vaikrá, Perashát Emor).
Es en este contexto que el Rab Nebentsal Shelita se refiere al “escenario en el cual se desarrolla la preparación para la recepción de la Torá” y dice:
“Y es así que, cuando nos acercamos y nos vamos preparando (espiritualmente), encontramos que la Providencia Divina estableció un suceso especial para dicha preparación: un juicio riguroso, durante esos días, para con los alumnos -grandes sabios- de Rabí Akiva… Y si nos preguntamos el por qué, precisamente, sus alumnos, responderemos tal vez que por causa de ser Rabí Akiva un simbolo del educador y transmisor de la Torá, tanto como Moshé nuestro maestro” (Véase Talmud Bablí, Tratado de Menajot 29 B).
Tal vez aquí radique la explicación de la minuciosidad extrema de la Divinidad para con estos alumnos, quienes serían los encargados de transmitir la Torá Oral (Torá she-be-al Pé) al pueblo judío: “¡y no es posible que una enseñanza tan fundamental sea transmitida por utensilios dañados!”, según entiende este autor, que afirma: “y es por ello que murieron veinticuatro mil de sus alumnos, pues no fueron los utensilios ni los recipientes
apropiados para adquirir la Torá, hasta que Rabí Akiva -el sabio tanaíta cuyas virtudes precedieron a su sapiencia y fue una ser humano ‘muy humilde así como honorable’ ¡aún antes de estudiar Torá! (Talmud, Ketubot 62 B)- halla por fin cinco alumnos aptos, por medio de los cuales podrá la Torá ser transmitida apropiadamente”. Este es el motivo, dice el Rab, de la tremenda desgracia que afectó mortalmente a los alumnos de Rabí
Akiva.
“¿Y de qué adolecían los alumnos de Rabí Akiva?”, se pregunta el genial autor y Rabino. She-ló nahagú cabod zé la-zé… De no tratarse dignamente, de faltarse el respeto mutuamente, diríamos. El Rab Nebentsal Shelita explica este fenómeno a la luz de un episodio, relatado en el Talmud (Tratado de Menajot 68 B), en el cual Rabí Tarfón formula una objeción (kushiá en hebreo) respecto a la ofrenda de Ómer, que debía ser traída al Templo en Pesaj, y a los Dos Panes de Proposición a ser traídos en Shabuot. Iehudá ben Nejemiá, alumno de Rabí Akiva, responde con competencia a la objeción, recurriendo a las fuentes legales exactas; el Talmud, incluso, afirma que, en verdad, este alumno dio una respuesta contundente y victoriosa a la objeción del anciano sabio Rabí Tarfón.
Hasta aquí todo parece normal, pues está permitido discutir y aún responder a las expresiones y posiciones del un Gran Sabio en Israel. Sin embargo, relata el Talmud, cuando Rabí Tarfón se quedó en silencio y pensativo, “resplandeció el rostro” (de felicidad y regocijo) de Iehudá ben Nejemiá; se alegró por haber vencido a Rabí Tarfón que era uno de los más conspicuos sabios de esa generación -hay quienes sostienen que era el maestro de Rabí Akiva. He aquí que un joven alumno lo deja sin respuestas, en silencio; es posible, sin lugar a dudas, comprender la enorme alegría del alumno.
“Al observar esto Rabí Akiva, le dijo inmediatamente: -¡Iehuda! ¿Te has regocijado por haberle respondido al anciano? No me asombraré si no prolongas los días de tu vida”.
”Es posible”, explica el Rab Nebentsal, “que por una satisfacción íntima, no hubiera existido tal recriminación pero, en el caso mencionado, todos pudieron observar cómo la felicidad asomaba en su rostro; todos fueron testigos de la ofensa pública de Rabí Tarfón”. Con una Torá en estas condiciones, dictaminó Rabí Akiva, ¡es imposible prolongar los días de la vida! Y explica el Talmud que esta discusión tuvo lugar dos semanas antes de Pésaj, y en las proximidades de Shabuot, en el día 33 de Ómer. Iehudá benNejemiá ya no estaba con vida, D’s nos libre.
En conclusión: Presentado así el tema, sostiene el Rab Nebentsal Shelita que la “falta de respeto no se expresó dando gritos -D’s no lo permita-, sino por la alegría de saber que su superioridad en el conocimiento de la Torá se manifestaba sobre la base de la ignorancia del prójimo…”.
“¿Y acaso la Torá es tu propiedad privada? ¿Tú pretendes el honor solo para ti? La Torá solo puede ser adquirida con modestia, poseyendo un buen corazón, amando a las criaturas, alejándose del honor (Tratado de Abot Cap. 6: 5,6). Solo con estos implementos es posible adquirirla y no alegrándome ante el duelo de Rabí Tarfón”.
Y, finaliza el Rab Nebentsal Shelita, haciendo la siguiente afirmación: “… Debemos, sin embargo, aspirar a saber más y más, ‘y la envidia de los estudiosos incrementará la sabiduría’ (Talmud, Babá Batrá 21 A), pero no por medio de la ignorancia del otro, sino afirmando mi saber; que yo pueda crecer junto a mis compañeros, promoviendo el que ellos lo hagan también”.
Ahora que aprendimos los motivos de la tristeza, trabajemos, día a día, durante la “Sefirá de la Vida toda”, para superarnos y ayudar a superarse a otros, para ser dignos alumnos de Rabí Akiva, sobre quien se afirmó que “de no haber estado él, la Torá corría el riesgo de ser olvidada de en medio del pueblo judío” (Midrash Sifré Debarim, 48).
Motivos para la alegria
Una nueva fecha en nuestro calendario nos invita a encontrarnos para celebrar. La tradición judía, rica en momentos que evocan historias y milagros a la par, recuerda, en el transcurso de esta semana entrante, un instante peculiar en su recorrido.
Nos estamos refiriendo a la celebración de Lag Ba’Ómer, es decir, este particular día que, en la progresiva cuenta de días y semanas, llevamos desde el Segundo día de Pésaj hasta Shabuot, un total de cuarenta y nueve días y siete semanas. Lag Ba’Ómer lleva impreso en su nombre qué día, de entre todos ellos, estamos transcurriendo: el día 33, y es este un límite muy preciso entre los días anteriores y aquellos que restan aún por
contar.
En cierto modo le cabe a este día el sentido de la alegría: de acuerdo a la usanza sefardí, es a partir de él que retomamos la consagración de casamientos otras alegrías, suspendidas durante el período de la Sefirá, considerado de duelo.
¿Por qué esta alegría? Entre las muchas respuestas que merecen ser mencionadas, una ocupa un especial lugar. La tradición rabínica nos enseña que hubo un hombre, un líder y un sabio de excepción en Israel, un maestro y un amante de la Torá, que estuvo entre sus propulsores e impulsores en los tiempos más aciagos de la persecución romana. Un hombre cuya sabiduría penetró los recónditos conocimientos humanos hasta alcanzar la “gracia del Todopoderoso” y ser el creador de la Cabalá -la mística judía- y de su Libro esencial, el libro del Zohar.
Hablamos de Rabí Shimón Bar Iojai, un maestro sin parangón en el pueblo hebreo, que habitó la castigada -física y espiritualmente- geografía de Erets Israel hacia mediados del siglo II de la era común. Rabí Shimón fue una de las luces que permaneció encendida en la inmensa oscuridad que el imperio romano impuso a los judíos de aquel entonces.
Es precisamente durante Lag Ba’Ómer que lo recordamos pues, según el relato rabínico generacional, en un día 33 de Ómer, Rabí Shimón Bar Iojai dejaba este mundo terrenal para ir a alumbrar en las esferas celestiales. Antes de morir, Rabí Shimón transmitió todo su saber a sus discípulos -entre ellos su propio hijo- y se despidió con un último pedido: que en ese día no hubieran llantos ni lamentos… Que el día de su partida de este mundo fuera recordado como una fiesta Su alegría consistía en que ahora habría de unirse a Su Creador y para un Sabio no había mayor regocijo que ese.
Así arribamos al día 33 de Ómer -Lag Ba’Ómer- el cual es llamado: Hilulá de Rabí Shimón Bar Iojai, es decir, la “Fiesta de Rabi Shimón”, día en el cual multitudes del pueblo judío ascienden hacia las norteñas montañas del Galil, hacia la montaña de Merón más precisamente, para reunirse, en oración y festejos, junto a la tumba de Rabi Shimón.
Allí tiene lugar el encendido de infinitas velas que, unidas ellas mismas en plegaria silenciosa, nos proporcionan una visión increíble, un amor y una devoción cercanos a los manifestados en vida por este sabio maestro y defensor de la Torá.
En nuestras respectivas diásporas, lejos de la geografía de Israel, evocamos también aquellos momentos y, durante este día en especial, nos sumamos a la vieja costumbre de encender una luminaria, un pequeño fuego, para recordar y para perpetuar, en nuestros corazones y en nuestras memorias, a aquellos que, por su amor incondicional y por su voluntad inclaudicable, nos permitieron llegar hasta el presente enarbolando con orgullo la libertad y la dignidad de ser judíos.
Lag Ba’Ómer es alegre por este y por otros motivos. Baste, empero, el mencionado, para darle valor a este tiempo y a nuestras vidas. “La Vela encendida delante del Todopoderoso, es el alma del ser humano”, sostienen nuestras fuentes.
Amar Rabí Abá… -Parte final de la Idará Zutá- (Relata la desaparición de Rabi Shimón Bar Iojai)
“Dijo Rabi Abá: Apenas terminó la ‘antorcha sagrada’ (alusión al sabio maestro Rabí Shimón Bar Iojai) de decir Jaim (vidas), se le olvidaron sus palabras y yo estaba escribiendo; pensaba escribir más, pero no podía no oír ni levantar la cabeza para observar, porque la claridad y el resplandor eran muy grandes. Mientras tanto nos estremecimosy oimos una Voz que gritaba y decía: ‘… Largura de días y años de vida y de paz te
aumentarán’.
Oimos otra Voz: ’Vida te demandó y se la diste, largura de días por siglos y centurias’.
Durante todo aquel día no cesó el fuego de la casa y no hubo quien se acercara a él, porque no podían, pues la claridad y el fuego le rodeaban. Nos postramos sobre la
tierra y gemimos. Después que se fue el fuego, vimos la ‘antorcha santa’, santidad de santidades, retirarse del mundo, envuelto, acostado sobre su derecha y sonriendo.
Se levantó Rabí Eleazar, su hijo, tomó sus manos, las besó y yo lamí el polvo de debajo de sus pìes. Querían los jaberim llorar, mas no podían ni hablar. Quedaron ellos sumidos en profundo llanto y Rabí Eleazar, su hijo, se tiró al suelo tres veces y no pudo abrir su boca. Al fin dijo estas palabras: ¡Padre! ¡Padre! Tres (almas) eran, en una volvieron.
Se levantó Rabí Jia y dijo: Hasta ahora la ‘antorcha santa’ cuidaba de nosotros, ahora debemos ocuparnos de rendirle tributo y hacerle los honores. Se levantaron Rabí Eleazar y Rabí Aba y lo tomaron con la cama donde estaba acostado. ¡Quién pudo ver la confusión de los jaberim! De la casa entera estaban saliendo aromas de perfumes. Lo subieron con la cama, y solo Rabí Eleazar y Rabí Aba se ocuparon de él. Vinieron hombres fuertes y litigantes del pueblo de Tsipori y pelearon con ellos. También la gente de Merón (Monte Merón) gritaba, pues pensaba que no iban a dejar sepultarlo allí. Después que hubo salido del ataúd, ascendió en el aire y el fuego resplandecía delante. Oyeron una Voz que decía: ‘Entrad y congregaos a la Hilulá de Rabí Shimón Ben Iojai’.
‘Vendrán en paz, descansarán en sus lechos, todos los que se encaminaron delante del Todopoderoso’.
Cuando entró a la cueva, oyeron una Voz que decía: ‘Este hombre hace temblar la tierra, hace estremecer a los reinados’. ¡Cuántos acusadores -ahora absueltos- en los Cielos se encuentran en este día, por tu causa, Rabí Shimón Bar Iojai!, ¡que Tu Señor se enorgullece de ti cada día! ¡Venturosa es tu porción celestial y terrenal! ¡Cuántos preciados tesoros te han sido reservados, allí en las recónditas Alturas! Pues a causa de ti fue afirmado: ‘Y tú te encaminarás hasta el fin de los tiempos y habrás de reposar, para luego levantarte a tu suerte, hacia el final de los días’ ”.
Deteniéndonos en la estación de la eternidad
Arribamos al final de un tiempo que ha sido “tenido en cuenta”, de acuerdo a la tradición bíblica: el tiempo de la “Cuenta de Ómer”, período de siete semanas o cuarenta y nueve días contabilizados a partir de la segunda noche de Pésaj. Es decir, hemos tendido un puente en el tiempo, compuesto con uno de los materiales
más conocido por nosotros, a saber: un día, una semana, hasta arribar al tiempo total recién mencionado.
Sabemos, como personas, la dimensión de un día. Entendemos, como seres humanos, el transcurrir de los mismos, haciéndose semanas. Es hasta allí que nos pide llegar la tradición judía: no avanzar hacia meses, ni siquiera hacia años, porque ellos presentan una realidad a veces distante; otras, distinta.
Así es que llegamos a esta nueva celebración contando -como dijimos- noche tras noche, los días y semanas de Ómer. Tiempo que nos acerca a un lugar, nos eleva hacia una montaña, nos invita a prestar oídos y poner nuestro corazón al servicio de un instante único, irrepetible y, por sobre todo, trascendente. Shabuot, la fiesta de este tiempo transcurrido de días/semanas, nos regala un presente de manos del Creador: Su Torá, por medio de Su Palabra, traducida como los Diez Mandamientos.
Así es que llega el 6 de Siván, en el calendario hebreo. Cincuenta días, no más, desde aquella noche egipcia que puso fin a siglos de oscuridad en la existencia del pueblo judío.
El camino por el desierto tenía un propósito, por cierto, dado que no sería el errar ni la perdición, el proyecto Divino. Eso dejémoslo a los historiadores, que no pueden avanzar más que sus propios registros y geografías, y confunden -como quien se extravía en las arenas del mediodía- el designio de lo Divino frente al especular humano.
La salida del Egipto faraónico tenía una meta: “Envía a Mi pueblo” era el grito de batalla elevado por Moshé. Pero allí no concluía el clamor; el versículo posee otro final: Veiaabduni, o sea “Para que Me sirvan a Mí”, hablaba el Todopoderoso por boca de su
enviado.
“Servir a D’s” significaba abandonar por siempre la esclavitud egipcia para ingresar a otra suerte de servicio: a D’s… Tal como afirmaba el poeta y sabio judeoespañol, Rabí Iehuda haLevi: “El esclavo de esclavos, es esclavo por la eternidad; solo el que sirve a D’s es el hombre verdaderamente libre”.
La cima del Monte Sinaí, la más pequeña de las montañas, al decir de los sabios, sería el punto de partida. El Todopoderoso no requiere de grandes alturas para presentarse ante el hombre.
“Y esta te será la señal para ti”, había advertido entonces D’s a un incrédulo Moshé en los prolegómenos de su misión. “Al salir este pueblo de Egipto, Me servirán a Mí en esta montaña”. Moshé, entonces, permanecía impávido ante lo inexplicable. No comprendía, seguía absorto en su visión, escuchaba mas no entendía. Todo lo veía, pero aún debería entender. Por entonces su gran pregunta era: “¿Por qué la zarza -que ardía en fuego- no se terminaba de consumir?”
Estaba frente a ese arbusto pequeño, ardiendo en el fuego. Era el comienzo de su noble mandato de liberar a Israel y conducirlo hasta los pies de esa montaña; de abrevar a esa multitud con Palabras de vida, orden moral, sentido ético. Palabras de la Torá. Cincuenta días después de salir de Egipto, se acercaba el tiempo de Matán Torá. Así es como Shabuot, la Fiesta de las Semanas, privilegia con su primer nombre el sentido mismo del Tiempo, sentido primero y excluyente para el esclavo liberado. Sin tiempo propio, sin el dominio de mi propio tiempo, toda imagen de liberación es solo una realidad virtual.
Salir de Egipto debe ser parte de la realidad. En cada generación, en cada época, a cada instante, el hombre debe verse a sí mismo como si él mismo estuviera saliendo de Mitsraim. Ejercicio físico, por un lado; dinámica espiritual, por el otro. Solo teniendo en cuenta al tiempo -dominio terrenal del hombre- es que se puede arribar a Shabuot = Torá, en nuestra ecuación.
“Y debes saber que no es verdaderamente libre sino aquel que se dedica al estudio de la Torá”, aseveraban los maestros de la Tradición Oral, en el Tratado de Avot.
Así es que llega Shabuot, sin privilegiar el paso del tiempo sino mi paso por el tiempo, lo que es sensiblemente diferente.
La tradición litúrgica, en el Ritual de Oraciones, nos sugiere un nombre más para la festividad: Zemán Matán Toratenu, es decir “Tiempo de Entrega de Nuestra Torá”.
Vuelve aquí también nuestro vínculo inclaudicable con el Tiempo, pero ya no solo con el nuestro: al tiempo terrenal, humano, se le suma otro, Celestial: el Divino.
Ambos, ciertamente, no serán coincidentes. Al decir del rey David en sus Salmos: “Mil años son ante Ti como un día que ha pasado”. ¡Un día de D’s equivale a mil nuestros, en el pensamiento del monarca! Y ese Tiempo Celestial se asocia a una Entrega: la Torá, Celestial también ella. La tradición judía ancestral acuñó una frase: Torá min haShamim, que significa “la Torá proveniente de los Cielos”, adjudicándole su autoría al Creador. Así lo revela el propio texto bíblico, al referirse a las Primeras Tablas de la Ley: “Y las Tablas de Piedra eran y la Escritura, Escritura Divina, grabada sobre las piedras”.
Sin embargo, el nombre en la plegaria hace saber el destino: Matán, esto es Entrega; Toratenu, de Nuestra Torá. Una vez descendida de los Cielos -darían a entender los sabios- pertenecería al reino de lo terrenal, habitaría entre los hombres y habría que hacer para ella un recinto de Santidad: el hogar donde enseñarla.
Shabuot es tiempo de Entrega de la Torá. En el mes de Siván, tercero del calendario, a cincuenta días de la liberación de Egipto. Servir a D’s significaría, para esa nación de esclavos, escuchar -todos y cada uno de acuerdo a su potencia- lo primero, lo esencial, lo sublime: “Yo soy HaShem, Tu D’s, que te he liberado de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud”.
Ante todo debo saber quién soy, de dónde provengo y la Torá lo deja bien claro desde un principio. El segundo paso es saber dónde me dirijo. La elocuencia del Sinaí, allí en medio de la Entrega de la Torá, no tarda en pronunciarse: “No tendrás otros dioses delante de Mí…”.
Haber dejado atrás la esclavitud, presupone el ejercicio de mi libertad física y, por sobre todo, espiritual, por eso es que mis pasos deben dirigirse hacia lo sublime, lo eterno. No hay posibilidad para la idolatría en el hombre libre, pareciera insinuar nuestra Torá. Y si hay lugar para la idolatría, entonces pensemos qué tipo de libertad hemos alcanzado.
Shabuot, la Fiesta de las Semanas, propone un saber: de dónde vengo, y un conocer: hacia dónde voy.
Es por ello que me habla de Matán, es decir Entrega de la Torá. No se menciona la recepción, no escuchamos en las fuentes aquello de un “Tiempo de Recibir Nuestra Torá”. ¿Por qué? nos preguntamos. Nuestros maestros, de bendita memoria, lo respondieron: la Sagrada Torá fue entregada una sola vez, no más. Se puede y debe recibirla todos los días, en todos los tiempos.
Esta idea, un principio de la cosmovisión rabínica referente a la Torá, su estudio y su asunción como cosa individual y colectiva, responde en parte a la pregunta de Moshé, en el mismísimo Monte Sinaí, que aún permanece formulada: “¿Por qué es que no se consume el arbusto?” El fuego que arde sin consumirse es como el alma de cada hombre.
Cuando ese hombre intenta alcanzar la dignidad, la gloria, la majestuosidad que le fue conferida desde que fue creado por el Creador, entonces se aviva el fuego, perdura más allá de los limites establecidos y es entonces cuando, libre, se aproxima a escuchar la Palabra del Creador; es entonces cuando, libre, transita por los caminos de la Creación.
Caminos que el rey Salomón, en sus Proverbios, definía cuando hablaba de Torá: “Sus caminos son caminos agradables y todas sus sendas conducen a la paz…”.
Shabuot Matán Torá es una parada en el camino de lo moral y de la vida, para saber “de dónde provienes y hacia dónde te diriges”.
IOM HASHOÁ VEHA-GUEBURÁ
Tiempo de Promesas, Días de Realidades
Mes de Nisán. Recuerdos de pasados y vivencias del presente. Días de plenitud, de esperas y de respuestas. Ecos de un Ma Nishtaná que asoma por entre los pequeños ojos curiosos del menor de turno quien, más allá de repetir preguntas eternas, nos produce júbilo por saber, una vez más, que hay alguien que necesita de mis palabras, mi testimonio, mi pertenencia.
Jag Ha-Pésaj abre, cada año, un nuevo camino. El camino de una libertad que debe ser alimentada por las palabras para llegar a ser consciente entre grandes y chicos; libertad que no se gana sino a la que se arriba, por el recuerdo siempre activo de la Promesa de D’s para con generaciones de hombres, con sus sueños y trayectos que nos señalaron el camino.
Así, entre sabores de pobreza y amargura, el relato cobra vida y los hechos ocurridos, hace ya miles de años, se parecen a un ayer un tanto crudo, asombroso, temerario. Es entonces cuando, entre medio de silencios, fluyen las palabras, transformadas en un canto, y se elevan de las mesas hacia los Cielos cercanos -cercanos porque con el canto hemos logrado que “el Todopoderoso decida Habitar entre los humanos”, al decir del Rabí Pinjas de Koretz.
Daienu era uno de esos cantos en el que, para no perder la memoria, se enumeran -uno a uno- todos los pasos que nos condujeron desde los abismos de la esclavitud hacia las elevaciones de una ciudad -y en su cima más encumbrada, el Santuario: la Casa del D’s, de mi padre, a Quien entronaré como mío. De Egipto a Jerusalem, casi en un suspiro expresado en melodías. Eso y mucho más nos regala Nisán.
En síntesis: la dignidad de vivir como judíos, si es que podemos sentarnos a la mesa y recordar, junto a la voz de los cercanos y lejanos, historias propias, nombres propios, palabras propias. Sensaciones únicas, que retornan -gracias a D’s- una vez al año. Nisán, como su nombre, incluye el milagro del diario vivir, de la existencia misma, de la salvación y de la esperanza.
La salvación que evoca el tiempo de Jag ha-Pesaj nos toca y habla de cerca y nos invita a recordar -activamente- una advertencia o, más bien, algo que debemos siempre saber y que fluye de entre las páginas de una Hagadá, erigiéndose en monumento de memoria y no de rencores:
… shebejol dor va-dor, kamim alenu lejalotenu, ve ha Kadosh Baruj Hu matsilenu mi-iadam.
… Que en cada generación y generación, se levantan contra nosotros para exterminarnos, empero el Santo Bendito Él, nos Libera de sus manos.
II
También las noches de Seder atesoran en silencio esa advertencia hecha canción. Y el mes de Nisán, en sus postrimerías, abre sus puertas a la realidad, no tan solo egipcia ni del pasado lejano. Nisán, para ser milagro cotidiano y señal en todos los caminos, habla en todos los tiempos: pasados, presentes, todos.
El 27 de Nisán es otra señal en un tiempo que vuelve a detenerse, pero no para evocar la salvación, el milagro, como en días anteriores. Es un tiempo que se detiene ante el horror y la tragedia que no dejan de conmover, de doler, de hacer trizas los ideales del hombre, cuando impera el reino de la maldad, el terror y la muerte.
27 de Nisán, Iom ha-Shoá ve-ha-Gueburá -un día que recuerda el Holocausto del pueblo judío a manos del nazismo criminal- emerge en el mes de los milagros y las señales, como corroborando la letra y la música de la Hagadá… “… Que en cada generación se levantan contra nosotros”.
Pero, a su vez, nos habla el día de gueburá -fortaleza, heroísmo. ¿Cómo conjugar Holocausto con Heroísmo -Shoá u-Gueburá? nos preguntamos ¿De dónde sacar fuerzas para comprender que hubo lucha, allí donde solo imperaba el poder de unos y la aparente impotencia de otros? ¿Cómo explicar a los que vienen, a los que llegarán, que hubo asesinatos en masa, impunidad en masa, complicidad en masa, silencios masivos?
Iom Ha-Shoá…, responde. Shoá es clamor, dolor, grito y consternación. Pero es Palabra, no solo imagen; testimonio y denuncia, no solo relato. Es señalar con el dedo, con todos los dedos de todas las manos que hubo culpables y cómplices y entregadores y delatores y malvados… ¡Cuántos de ellos hubo!
Pero, como todo grito, como todo pedido de socorro, de piedad y ayuda, su sonido llega tarde. Se percibe un eco, incomprensible, difuso, incongruente… Así las naciones, así los poderes, así los habitantes de una nación que no midieron esfuerzos en empujar con ambas manos a sus vecinos judíos a las fosas comunes.
Poblaciones enteras en la “pródiga” Polonia que, de pronto, se vieron heredando casas y terrenos, ropas y calzados, perversamente heredados y malditos -por siempre- para ellos. Una tierra manchada con la sangre de hijos -los judíos- que la amaron, la adoptaron y creyeron ver en ella el soporte de sus sueños de regreso, desde de las diásporas distantes.
¡Cuánto hay de clamor en la Shoá! Y, sin embargo, … kol koré bamidbar, es una voz que “clama en medio del desierto”, en la tierra de nadie.
Pero hubo Gueburá. En una lucha desigual, el judío no se rindió, ssí como soñó, también luchó. Porque lo que el mundo no puede comprender -la mayoría de las veces- es que el judío quiso ser y fue ciudadano en cada país que habitó. No fue parásito ni huésped, no era visitante y, a pesar de tener pactada en el tiempo “una cita eterna con Jerusalem y la Tierra de sus Padres”, sintió siempre como suya la porción de tierra debajo de sus pies. Por eso peleó todas las batallas -las armadas y las dialécticas- en defensa de su legitimación como parte de una sociedad que no siempre lo quiso, lo respetó y lo dignificó.
Aún ante la muerte hubo dignidad y se luchó, como en un ghetto de la “gran” Varsovia, cuna del arte y del iluminismo.
Varsovia fue una gran sepultura y una profunda oscuridad, pero allí los judíos, heroicos y soñadores, los mayores “ilusionistas” de un mundo ya por entonces desilusionado, hallaron fuerzas -Gueburá- no solo para vivir, sino para morir con dignidad y con honor.
Miles de años después, Egipto volvía a escena: los mismos esclavos, amos y decretos, igual discriminación, iguales asesinatos de niños… Todo vuelve a la memoria cada año, en cada tiempo celebratorio y recordatorio, pero no para hastiarnos del pasado sino para llamarnos a tomar las necesarias precauciones en el presente, así como para darnos fortaleza y palabras para poder concebir un futuro. En palabras de nuestra sagrada Torá:
Zejor iemot olam, binú shenot dor va-dor; sheal abíja ve-iaguedja, zekeneja ve-iomerú laj.
“Recuerda los días del mundo, presta inteligencia a cada generación y generación; Pregunta a tu padre para que él te responda, a tus ancianos, y que ellos te lo digan”.
III
La salida de Pésaj -cuando el Séder finaliza en nuestros hogares- nos invita a establecer compromisos o, más bien, a renovar nuestras promesas de vida: La-Shaná ha-Baá bi- Ierushalaim… “El año entrante en Jerusalem”. Este himno lo cantamos sentados, en torno a nuestra mesa, porque esperamos, pacientes, que el nuevo año por entrar nos permita conretar un viaje que tiene miles de rutas, además de la palpitante ruta del corazón de cada iehudí. Tal como dice la Ha-Tikva, que es la esperanza hecha canción de “ser un pueblo libre, en nuestra tierra, la tierra de Tsión y Jerusal”.
Salir de Egipto para recibir la Torá y hacerla anidar en el corazón de cada uno y uno de los integrantes del pueblo de Israel, para alcanzar el paso siguiente: … mi- Mataná le- Najaliel. Como interpretan nuestros maestros, de bendita memoria: Que el pueblo de Israel recorre lugares con nombres propios, que no califican una geografía parcial, sino dibujan el contorno espiritual de toda una nación: …Y desde Mataná (es decir, “regalo”, en referencia a la Entrega de Nuestra Torá de manos del Todopoderoso) hacia Najaliel (la Heredad del Todopoderoso, es decir, la Tierra que prometió a Abraham, Istjak e Iaacob).
Entre hornos humeantes, campos de concentración y exterminio, ya arrancados de la vida o aún con vida, en los primeros pasos de una libertad desarraigada, hay un pueblo que camina, ante el asombro de millones y a pesar de silencios nunca rotos. Camina los desiertos, antes despoblados, tierras de temores y vacíos, que son ahora las tristes geografías conocidas.
Concluye el Mes de Nisán, pero nos deja, intactos y constantes, sus milagros y sus señales. No nos deja sin palabras, sino que nos abre la boca para no permitir más el engaño. PE-SAJ, enseñaba el santo maestro AR”I: “la Boca que Habla”. De ahí la fiesta. Y Nisán nos invita al recuerdo horroroso de este 27, cuando las palabras de un pueblo se ahogaron en gritos y silencio, diurnos y nocturnos, por años, por décadas, por siempre.
Ve-Ha-Kadosh Baruj Hú matsilenu mi-iadam… decimos en la Hagadá. He ahí el Refugio, la certeza y la Promesa.
El mes de Nisán nos entrega en manos de un nuevo tiempo -Jodesh, mes- para explicarnos que la vida sigue sino y que nosotros seguimos, en cada estación de esa vida, ascendiendo y descendiendo los peldaños de una escalera -como la del sueño de Iaacob Abinu- cuyo “pedestal estaba en tierra, pero cuyo cabezal reposaba en los recónditos Cielos”. Lo que no nos dice la Torá es cuántos peldaños poseía esa escalera.
Amanece, tras el ocaso del último sol de Nisán, el mes de Iyar y la despedida de Pesajcobra más fuerza. Los pasos endebles de los sobrevivientes dejan ahora sus huellas.
5 de Iyar de 5708 indica otro principio, el de la Bendición del Estado de Israel, establecida por el Superior Rabinato del Joven Estado Judío: Reshit tsemijat gueulatenu…, “Principio del florecimiento de nuestra Redención”. Solo un principio, es cierto, pero todo ha de tener un comienzo.
Iom Ha-Atsmaut se incorpora al calendario de los tiempos, para celebrar el regreso a una tierra y festejar que la libertad de los hombres pueda ser garantida. Y digo de los hombres porque de Libertad Divina ya hemos sido libres, una vez y de por vida.
Hoy, más de medio siglo después, otras son las historias, aunque continuamos siendo los mismos personajes: saliendo cada año de Egipto para arribar a Najalie, evocando cada 27 las páginas del horror escritas por los hombres, recibiendo perdones tardíos y cuestionamientos vergonzantes sobre “hechos nunca ocurridos”, llevando a cuestas la memoria, como patrimonio personalísimo en un mundo de intereses y desidias, en el que solo cotizan valores de bolsa, donde se venden y compran vidas.
Israel es Cuna, Hogar y Vida, el lugar donde los caminos de la libertad se encuentran y donde el clamor y la muerte de la Shoá se alivian. Aunque hoy recorre una encrucijada de caminos, destinos y valores, sigue siendo el Hogar, “la Casa” de cada judío, tanto los de adentro como los de afuera. Necesitamos unirnos para plasmar en el tiempo las cosas del espacio, porque Mataná = Torá tuvo lugar una vez que, como pueblo,“acampó allí Israel frente a la Montaña”.
“Acampó”, en singular, “como un solo hombre, con un solo corazón…”, al decir del Midrash citado por Rashí.
Ve-Hí- She- Ameda, la-Abotenu ve-Lanu…, dice al comienzo de aquel párrafo, en referencia a la Promesa Eterna (she-ameda) que se mantiene firme, constante, imperecedera. Es la Palabra del Todopoderoso para nuestros Padres y para Nosotros. Ser herederos de esa Palabra nos lleva ,en un lugar del corazón a veces exultante de gloria y otras henchido de dolor, a decir,en silencio: Daienu. “Nos hubiera bastado, sería suficiente”, pero no por conformismo ni por resignación, sino por la Fe de Israel.
La íntima convicción, que vive y sobrevive en cada testimonio y en cada testigo, del paso de los días, las centurias y los milenios: Netsaj Israel lo ieshaker… “La Eternidad de Israel no será negada, jamás…”.
Iyar, mes del calendario hebreo de origen babilonio. En el año 576, antes de la Era Común, en un poblado judío, junto al río Eufrates, asistimos a una mañana, una tarde y una noche en la vida de una comunidad de exiliados.
Diez años han transcurrido ya desde aquella dramática noche y de aquel nefasto día del 9 de Ab del año 586, en el cual un Santuario ardía en llamas. Toda la espiritualidad de Israel, ardiente como la zarza, luchaba por mantener el fuego de la eternidad. Paredes que se derrumbaban, gritos de muerte y caminos sin rumbos inauguraban la mañana del día después.
Galut, exilio, diáspora, entre otros términos que se emplean para nombrar la mayor pérdida ocasionada a nación alguna en su historia de vida. Una puñalada en el corazón, demasiado herido, de la sociedad hebrea.
Iyar del 576. Más allá de las distancias, una comunidad se esfuerza por florecer, por continuar la vida lejos de su tierra y de la inmensa Ierushalaim, que se engrandece aún más por los miles de kilometros que de ella los separan. Tiempos difíciles para el judío, otra vez presa del poder de los tiranos.
Babilonia y su imperio no han tenido piedad con él. Ha exiliado a su rey y a su corte, a sacerdotes, levitas y profetas; un pueblo permanece abandonado en las montañas desiertas de Judea, mientras sus hermanos pastorean en campos ajenos, en la fecunda Mesopotamia.
Sin embargo, el silencio se rompe, porque hay deseos de hablar, de sentir y denunciar algo de lo que está pasando: “Junto a los ríos de Babilonia, allí donde habitamos y también donde amargamente lloramos al recordar a Tsión” evocan los expulsados. “Allí colgamos nuestras arpas y violines… y nuestros enemigos se mofaban de nosotros diciéndonos:
¡Canten para nosotros de los Cánticos de Tsión!”, se lamentan los judíos avergonzados. “Si me olvidare de tí, Jerusalem, se olvide mi mano derecha” se juramentaron entonces. “Se pegue mi lengua a mi paladar si no te recordare, si no te elevare, Jerusalem, por sobre todas mis alegrías”, decían para sellabar uu compromiso racional y emocional.
El desprecio, la burla, la intolerancia (¿antecedentes lejanos del antisemitismo moderno?) tienen remedio: no hacer lo que nos piden, hacer solo lo que queremos. Aún a ladistancia, solo cumplir con nuestra voluntad y, por sobre las dificultades, no olvidar, aún en tiempos de bonanza, aquello que corrió por el cuerpo y el alma de una nación dispersa y acongojada, en tierras lejanas y en geografías distantes.
El pueblo judío ha ostentado un solo y único poder en su recorrido por el mundo, el civilizado y el otro: su inmenso poder de adaptación, su fervor y su anhelo por progresar allí donde se encuentre. Y siempre con una finalidad: trabajar, pausadamente, en la prosecución de una meta, que tiene nombre propio y un lugar preciso. El del lugar del que fue despojado; aquél al cual soñó, día y noche, en volver alguna mañana o atardecer, al que abrazarse alguna noche.
Babilonia recreó el amor y la nostalgia, así como las condiciones para un regreso. El Todopoderoso, mientras tanto, aguardaba en Su Trono Celestial el llamado, la señal, el instante esperado en que sus hijos estuvieran prestos.
Nace entonces una canción, un himno, que será estandarte de los cautivos judíos babilonios, presos en las cárceles de oro y de marfiles de un imperio. Fue la bonanza económica, precisamente, la que pudo postergar los deseos de volver, de retornar a una tierra que los seguía esperando y que mantenía la vigilia por sus hijos “que no están”.
Shir HaMaalot, un cántico gradual en nuestro Libro de Tehilim, recoge esas impresiones. Es gradual porque se asciende, lenta y pausadamente, en busca de un destino que de por sí es elevado: “La Tierra de Israel es la más elevada entre todas las del mundo”
sentenciaban los sabios del Talmud.
El cántico continúa y dice: “cuando hizo HaShem retornar a nuestros cautivos de Tsión, nos pareció estar soñando. Entonces nuestra boca prorrumpió en alegría y nuestros labios se colmaron de felicidad….”. Cuando se vuelve -no importa cuando-, lo primero que se instala es la plenitud de vivir: Simjá, alegría, que es suficiente.
El salmo nos muestra no solo las sensaciones propias, sino también las ajenas; lo que alcanzan a percibir también otros ojos: “grandes cosas ha obrado D’s por ellos… Estábamos realmente felices” concluye.
Y los exiliados no tardan en responder: “los que siembran con lágrimas, con júbilo habrán de cosechar”, se escucha en medio de un canto que no tiene fin. ¡Vaya si hemos sembrado en mares de dolores y de angustias! ¡Cuántos esfuerzos se tornaron vanos cuando vientos de tempestad arrancaron sin piedad las pequeñas plantaciones vitales – casas de estudio, sinagogas, hogares- que supieron arraigar nuestros antepasados en todas las partes, en todas las geografías, en todas las épocas!
“Con júbilo habrán de cosechar…” reverbera el eco de las generaciones. La alegría superará al dolor y quedará aún lo qué cosechar… Solo tiempo, esperas y fe incólume en el Todopoderoso.
Iyar de 1999, dos mil seiscientos años después. Desde hace cincuenta y un años retornamos a Israel que, más real y tangible que nunca, ha cumplido su Jubileo de la Independencia.
¡Cincuenta y un años de orgullosa y digna existencia! ¡Cincuenta y un años que garantizan que no habrá otro Auschwitz! ¡Cincuenta y un años que nos anuncian que el sueño permanece intacto y que es tiempo de despertar de nuestro letargo!
Dos mil seiscientos años después nosotros, como herederos de los judíos de Babilonia, podemos recordar y cantar; pero además debemos hacer lo necesario para que el Todopoderoso, en su larga y paciente espera, nos devuelva la condición y la capacidad de ver, con nuestros propios ojos, el tiempo de la Redención Definitiva -Gueulá Shelemá del pueblo judío por doquier.
¡Feliz Iom Haatsmaut Medinat Israel!
Encuentros en el tiempo con la Ciudad Eterna
Quisiera invitarlos a un túnel del tiempo y viajar tres mil años por él. ¿Qué habremos de hallar? Una historia, un lugar, un pueblo y un rey que danza, entre todas las personas felices que lo rodean. En la cima de una montaña una ciudad espera, hace mucho tiempo ya que espera a su rey, a su pueblo, a un modesto Arca -Arón haKodesh- que transporta la Sagrada Torá.
El sol ha brindado sus mejores rayos de calor y luz, el día ha sido largo y al descanso del cuerpo ahora también se le sumará el reposo del alma: ¡Jerusalem se ha vuelto a reencontrar con sus amados hijos!
El legendario y enorme Abraham la amó, Itsjak, su hijo, nunca la abandonó e Iaacov, nuestro patriarca, la soñó desde una escalera apoyada en la tierra y con su cabezal en los Cielos. Ierushalaim se vuelve a vestir con sus mejores ropas. Sus piedras multicolores siguen guardando toda la historia y la imagen -allí arriba, sí, bien arriba en los Cielos- de su ciudad gemela: a la Jerusalem que está entre nosotros -Ierushalaim shel mata- le corresponde otra, igual, dorada y silenciosa: Ierushalaim shel ma’la.
Una montaña, otra y muchas más; siete colinas la rodean en su geografía física. Siete, como los días de la Creación, para susurrarle que ella es la Corona del mundo, la obra maestra del Creador.
“Jerusalem, montañas en torno a ella” la describe el Tehilim: “Así como el Todopoderoso, está rodeando a Su pueblo”, concluye el versículo.
Hemos guardado con el lugar una particular relación. Al mencionar su nombre, nos impregna una suerte de magia, plena de imaginación y fantasías. Encontrarlo escrito, en viejas y nuevas cartografías, nos llama a ascender, por sobre las planas geografías, hacia una altura que se yergue por sobre todas las colinas.
Pero, como decía el poeta, “a Jerusalem no se va, a Jerusalem se vuelve…”. Una mirada no alcanza. Debemos recorrerla y mojar con la savia de sus piedras las plantas de nuestros pies extenuados, que recorrieron asfaltos en las diásporas, siempre soñándola, amándola y extrañándola.
Omedot haiú raglenu bishearáij Ierushalaim, continúa, sin pausa, el autor de los Salmos.
“Nuestros pies permanecieron firmes frente a tus pórticos, Jerusalem”. El cuerpo y los pies se estremecen, el alma se regocija, porque hay un lugar que todo lo puede y a donde todos se deben.
Jerusalem es madre y vida. Cada surco y cada rasgo de sus rostros, múltiples como sus callecitas, nos invitan al ensueño del hogar, que se abre cada mañana, cada tarde y cada anochecer en una bienvenida.
Así como una madre espera, anhelante y sin queja alguna, a sus distantes hijos, que la han trocado por las nuevas figuritas de atractivas capitales, con su asfalto y avenidas; así como la vida, ella regala eternidad, en cada recorrida, para las almas y los cuerpos de sus hijos, que no han tenido para ella siquiera una despedida; la vida, decía, nos ofrece lo que nunca: un nuevo día.
Una paciente melodía, que se suma y se conjuga con las venas, las arterias, las memorias y las pupilas: lashaná habaá, BiIrushalaim. “El año que viene en Jerusalem”. Y ella espera como una madre, sin rezongos; espera, como la vida, desde las ventanas del alma, ese día.
Está allí, como un monumento de la historia, atestiguando el paso de ejércitos y emperadores, e imperios y profetas, de ladrones y embaucadores. Y a todos, como a
nosotros, sus hijos y herederos lejanos y cercanos, aunque con deuda interna imperecedera, los mira con un dejo de risa burlona y provocativa: “aquí estoy, aún sumida en llamas y con mis piedras destruidas, aquí estoy”.
¿Qué se han hecho de las legiones mercenarias de Babilonia, Persia, Grecia y Roma que la hollaron? ¿Y qué de otomanos e ingleses -y aún de los jordanos- que la profanaron y redujeron a cenizas, una historia que la arqueología de la nueva Israel trae a la memoria?
Ella les responde, pero no se burla sino que solo les refresca la memoria. Falta recordar los hechos, evocar biografías, recorrer las calles y traer a la memoria, porque Jerusalem es la historia de la memoria.
Regresemos ahora por nuestro túnel al año 1967, hace un poco más treinta años, tan solo. Después de dos mil años, Jerusalem vuelve a estar feliz. Sin un rey esta vez, pero con todos sus hijos, hijos de reyes, danzando en torno a lo visible -la ciudad reconstruida y unificada- y a lo que aún permanece invisible: una montaña, las piedras sumadas, un altar y un fuego. “No es esta sino la casa de Elokim, y yo no lo sabía…”, reaccionaba Iaacov ante su insólito sueño.
Era la casa de D’s, Su Santuario, aquel lugar en la tierra que no era terrenal, porque era todo Cielo. Solo falta eso para completar, hoy, en sus jóvenes años de reedificada y en sus eternos tres mil años de ser madre y de dar vida: el que vuelva a ser Casa del Todopoderoso, de los Cielos y nuestra, sus hijos aquí en la tierra.
“Jerusalem está construida”, canta el Rey David, que la amó. Ierushalaim habenuiá, ke-ir shejuberá la iajdáv… es como una ciudad que juberá, afirma el texto: Que torna a todo Israel en Javerim: amigos unidos, hermanos, unión.
Le pregunto, querido lector: ¿acaso algún pueblo soñó así a alguna ciudad? ¿Algún pueblo en el mundo -atenienses, romanos, espartanos, persas y medos entre ellos- lloraron por una ciudad como lo hizo el judío? ¿Algún pueblo se reconstruyó alguna vez a partir de reconstruir su ciudad -suya ni más ni menos-, guardando esa esperanza por más de dos mil años? ¿Existe pueblo alguno que haya cantado, escrito, alabado y mencionado,
en sus fuentes más sagradas, a una ciudad como el judío a Jerusalem?
¡Ah, cuántas preguntas que se hunden en los mares tormentosos de la política, de los intereses y de las religiones, de los terroristas y de los que fácilmente se quieren adueñar de la memoria!
Esta es la inacabable Jerusalem, indescriptible con palabras de la tierra. Necesitaría alguna prestada del Cielo, para poder precisar -si es que se puede- qué siente un judío por algo que aún no ha conocido del todo.
Entre los vaivenes de la vida, como a un buen amigo al que nos gusta tener excusas para ver y charlar, para saber cómo estamos, cómo está la otra geografía -la espiritual- y si perdura en nosotros, la tercera o cuarta generación ya de costas occidentales “seguras y tranquilas”, la fe nos basta la mínima insinuación que Jerusalem -como en el canto- nos espera algún día.
Cuando hallemos ese amigo, cuando llegue ese día y cuando pactemos la cita, entonces vayamos a tomar un café con la vida: Jerusalem es el día, la tarde y la noche. Jerusalem es de oro, de plata, de cobre, y es también de fantasía. Pero, sobre todo, Jerusalem es judía.
Si ella invita a un café, agendemos el día, la hora y la compañía. Porque es una cita de honor, dignidad e hidalguía, algo de lo que Jerusalem sabe mucho.
Mes de misericordia y perdón, Jodesh harajamin vehaselijot
El mes de Elul, que es el último mes del calendario hebreo, nos envuelve con sus días en una suerte de desafío espiritual único.
Más allá del significado simple -la conclusión de un año-, la tradición judía nos invita no solo a recordar el pasado sino, más bien, a prepararnos para el futuro. Ante la connotación clásica de “fin del año”, el judaísmo nos habla de Rosh HaShaná, el “comienzo del año”, como queriéndonos insinuar que el ciclo de la vida, cuya expresión mayoritaria es medida en años, nunca finaliza sino que siempre comienza.
Asimismo, el “tiempo de fin de año” (me refiero al secular) nos remite a festejos, celebraciones y hasta el desborde de alguna conducta, que no siempre finaliza en forma feliz. Es tiempo para el estudiante, por ejemplo, de “romper” sus carpetas (¿quién no lo hizo?), para el oficinista de “tirar” todos los papeles por la ventana; para nosotros, de planificar las “merecidas vacaciones”. En resumida síntesis, el mes que precede al fin del año nos encuentra preparándonos para aquellas cosas “alocadas” que nunca hicimos en los meses precedentes. Esperamos algo así como liberarnos de todo lo que nos ató y poder dar rienda suelta, en forma casi explosiva, a la alegría que, a veces, insisto, concluye en desbordes. ¿Tiene algo de malo todo esto? No lo creo. Es un hábito, aunque quizá no sea la norma, difundido en nuestra cultura occidental.
Elul no es diciembre, por supuesto. Si al calendario nos remitimos, coincide con un “poco” de agosto y “mucho” de septiembre. Pero no se trata de un asunto de calendario pues el mes de Elul tiene en su haber algo muy particular: la preparación de nuestras personas para el “Día del Juicio” (Iom ha-Din) que, precisamente, comienza con el nuevo año. Sí. Aunque parezca fantasioso, Rosh HaShaná tiene un componente más serio (al margen del festejo) del que imaginamos. Y dado que este juicio tiene un Juez muy particular, porque no es un juzgado terrenal, debemos prepararnos con los mejores “argumentos” para enfrentarlo.
Elul, como último mes, en los escasos días que preceden al nacimiento de un nuevo período, nos invita a reflexionar, por un lado, y a expresar nuestras pasiones, por el otro.
El mes de Elul nos remite, bíblicamente, al momento en que Moshé asciende, por segunda vez, al Monte Sinaí en busca de las Tablas de la Ley (Lujot Ha-Brit), las Segundas Tablas, pues el destino de las Primeras había sido la destrucción. Lamentablemente, la Santidad de las mismas fue profanada por los cultores del becerro de oro. Pero ese pueblo, después, se halló remitido al ayuno y arrepentimiento colectivo mientras Moshé su líder, permanecía cuarenta días en el monte.
Moshé descenderá al cabo de esos cuarenta días, más precisamente el día 10 de Tishré, ocasión en que nuestra Sagrada Torá nos habla acerca de Iom ha-Kipurim. Encontraremos entonces al pueblo de Israel sumido en ayuno y oración, ya sin danzar alrededor del becerro. Iom ha-Kipur será, además de sus otras connotaciones, el día en que fueron recibidas las Segundas Tablas de la Ley.
Por tanto, Elul tiene un significado muy especial. Ha sido llamado, tradicionalmente, “Tiempo de Misericordia y Perdón”, nuestro tiempo de invocar a D’s, Su misericordia y Su perdón, para que nos oriente a comenzar el nuevo año de una manera diferente. De acuerdo con la tradición sefaradí, desde comienzos de mes, antes del amanecer, se reúne la congregación para recitar las Selijot (Selijá, en hebreo, quiere decir perdón); mientras que la tradición ashkenazí se reunirá a partir del día Domingo anterior a Rosh HaShaná. Sirva esto como indicación de las costumbres, solamente, pues la esencia es exactamente la misma, más allá de los tiempos.
Las Selijot son oraciones compuestas, básicamente, por súplicas y reconocimiento de nuestros errores (intencionales o no); tienen, es cierto, una base poética, pero no son poesía. Encontraremos Selijot compuestas por nobles judíos, que sufrieron el destierro y la calumnia, como las del gran poeta Iehuda Ha-Levi (España, siglo XI), o de Rabí Moshé Ibn Ezra (España, siglo XI), o de Iehuda Ibn Bileam (Sevilla, siglo XI); también habrá composiciones anónimas y, fundamentalmente, textos que provienen de los Salmos del libro de Tehilim.
Remitámonos a un ejemplo concreto:
Derramen tus ojos lágrimas,
arrepiéntete de tus transgresiones,
pide gracia a tu Creador,
no emules a los malvados,
humilla mucho tu altanería,
provéete de buenas acciones
¡es tan agradable!
Dignifica a D’s más que a tus bienes,
cuando asciendan los libertadores,
cuando se eleve la voz de la libertad
entre tu pueblo,
prepárate para recibir a tu D’s.
¿Por qué dormitas?
¡Levántate y clama a tu D’s!
Rabí Iehuda HaLevi
Elul es, en síntesis, la posibilidad de expresar lo nunca expresado, es decir aquello que, en el devenir de nuestros días, con nuestros éxitos y fracasos, queda relegado al silencio.
Elul “abre una puerta” para que ingresemos en el salón de la Tradición Judía, provistos de humildad, sencillez y humanidad frente a los días que habremos de vivenciar. Elul deja de ser “calendario” para ser Nuestro Tiempo, el tiempo de Ani Ledodi Vedodi Li (“Yo soy de Mi amado, y Mi amado es para mí”), en su doble connotación: Mi Amado, igual a D’s y mi amado como mi prójimo.
Se ha dicho de este período, que es la época del año en que la fuerza moral, la vida espiritual, el ardor y la luz de la fe inundan el pueblo de Israel. Dejemos que la ética, lo espiritual, el fervor y la luz ingresen en nuestras vidas, al menos en estos escasos y preciosos días, donde el año va a recomenzar
Esa es la diferencia. ¿Lograremos plasmarla en nuestros seres? De nosotros depende.
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