Vallado de rosas, matrimonio y vida conyugal

Rabino DR. NORMAN LAMM.

UN VALLADO DE ROSAS
Enfoques judíos acerca del matrimonio y la vida conyugal

“Tu cuerpo es un haz de trigo, vallado de rosas” (Cantar de los Cantares, VII-3).
“Un hombre desposa a una mujer. Ella le dice: He visto algo que parece una rosa roja; y él se aparta de ella. ¿Qué muro existe entre ellos? ¿Qué clase de serpiente lo ha picado? ¿Qué es lo que los refrena? ¡Las palabras de la Torá!” (Midrash de los Salmos, II-15).

Prólogo del autor
Este trabajo intenta presentar, de un modo significativo para el hombre y la mujer judíos, una institución tan sagrada como antigua, tan preciosa como desconocida y tan vital como mal entendida.
Es de esperar que esta obra contribuya en alguna medida a preservar de un precepto que figura entre los más nobles del judaísmo, y que hace a la estabilidad y felicidad del hogar judío.

La mayoría de los matrimonios terminan en fracaso. Toda pareja joven a la expectativa del matrimonio, debe estar consustanciada con esta simple, severa y asoladora realidad. Si el propósito del matrimonio es unir a dos personas enamoradas, colmarlas de un sentimiento de plenitud y reboso de serenidad, entonces la mayoría de los matrimonios simplemente fracasa en cumplir con su finalidad. Terminen en divorcio o no, demasiados matrimonios practican una sostenida tensión que sólo ocasionalmente se ve aliviada por períodos de felicidad. Ignorar esto y acometer las responsabilidades de la vida matrimonial bajo la ilusión romántica y peligrosa de que la felicidad es inevitable “porque nos amamos”, equivale a invitar a la miseria y la frustración.
El matrimonio es una de las más serias decisiones que cualquier persona es llamada a tomar en el transcurso de su vida. Las consecuencias son demasiado trascendentes como para permitir casualidades y ligerezas en la consideración de las decisiones.
Las luchas en nuestra sociedad tensa y cambiante, son muy contrarias a un tolerable matrimonio, dejando ya de lado la aspiración de felicidad. Sin embargo, con demasiada frecuencia personas jóvenes entran en el matrimonio sin recapacitar más que si tuvieran que elegir un colegio o un nuevo vestido. Incluso cuando la elección de la pareja para el resto de la vida está hecha con inteligencia y madurez, existe una hipótesis tácita de que todo irá bien sin más análisis porque, al fin, “el amor todo lo puede”.

Esto es una necedad peligrosa que trae como consecuencia que todas las energías y esfuerzos se dirijan hacia los detalles triviales de la boda, mientras ingenuamente se ignoran los problemas más grandes del matrimonio en sí. Dicha actitud es el preludio del desastre hogareño. El amor romántico, con todo el honor que se merece, simplemente es incapaz de resolver todos los problemas, incluso claro está, los conyugales. En el mejor de los casos, el matrimonio entre dos personas generalmente jóvenes e inexpertas que se han conocido durante poco tiempo, es una aventura riesgosa. Las fuerzas disociativas de estos tiempos, los cambios violentos que transforman nuestra sociedad arrancándola sin escrúpulos de sus seguras amarras morales, haciendo de lo efímero y de la incertidumbre los rasgos salientes de nuestras vidas, han hecho estragos en el matrimonio que, en última instancia, se basa en la confianza y permanencia, en la certidumbre y la continuidad.

Las perspectivas se presentan turbias para el verdadero deleite de cualquier pareja, a menos que los jóvenes ante los umbrales del matrimonio realicen esfuerzos concientes para proveerse con antelación de cualquier instrumento de seguridad posible, para fortalecer el hogar a construir.

La disciplina conocida como “Pureza Familiar”, a la cual dedicaremos estas páginas, parecerá extraña, al principio, para aquellos que nunca han oído de ella. No es fácil en los comienzos. Aun aquellos que han sido educados en un hogar judío religioso, encontrarán estas restricciones difíciles de aceptar. Empero, a pesar de que no pueden haber garantías totales, no existe absolutamente nada que pueda igualar la efectividad de esta institución en el refuerzo de la fibra de la vida familiar. Cualquier joven inteligente y sensible, esencialmente empeñado en hacer exitoso su matrimonio, encontrará la disciplina de Pureza Familiar positivamente deleitante y, en última instancia, indispensable.

La familia judía, tradicionalmente, tal vez nunca haya exteriorizado excesivamente sus afectos. Empero el amor estuvo siempre presente como el fundamento del hogar, tan sólido y fidedigno como en las antiguas y sagradas tradiciones en las que se forjó el carácter de nuestro pueblo. La mojigatería nunca permitió minimizar o pasar por alto la naturaleza sexual de dicho amor conyugal; pero la modestia nunca permitió que fuera vulgarizado y deshonrado. Y el “vallado de rosas”, los refrenamientos periódicos de la Pureza Familiar, lo purificó, lo exaltó y lo ennobleció.
El lector no debe suponer que el tema se agota en estas páginas. Esta obra no es más que una introducción; en realidad es totalmente inadecuada para aprender la práctica propia de la pureza familiar.

Moral y Sexualidad
Las leyes de la Pureza Familiar son un maravilloso material educativo. Nos enseñan enfoques judíos acerca de la naturaleza del sexo, y, por extensión, ciertas verdades acerca de la naturaleza humana. Esos enfoques revisten una relevancia perenne, no menor hoy que ayer.El dilema antiguo-moderno

Las interesantes teorías psicológicas (especialmente las psicoanalíticas) desarrolladas en las primeras décadas de este siglo por Freud y sus discípulos, los estudios estadísticos tan bien documentados del comportamiento sexual de los americanos que prepararon el profesor Kinsey y sus sucesores, y la muy sonada “revolución sexual” de la década del 70´, más bien complicaron en vez de simplificar los puntos de vista personales del hombre contemporáneo respecto al sexo. Nuestros problemas se han visto ahondados, no resueltos. Aquellas almas turbias que optaron por “ser modernas” y “jugarlo fríamente” abandonando las limitaciones impuestas por las normas morales tradicionales, se han engañado a sí mismas al pensar que han expuesto una nueva “filosofía del sexo”, cuando, en realidad lo que han alcanzado, llevados por una exasperada desesperación, es nada más el simple y conocido libertinaje.

En el fondo, pese a toda nuestra sofisticación y elegante terminología, nosotros los modernos nos enfrentamos, principalmente, a dos conceptos contradictorios de conducta, cada uno de los cuales es, fundamentalmente, el replanteo de una vieja actitud frente al sexo. Y, paradójicamente, la mayoría de nosotros adopta ambos a la vez, y sufre interminablemente por las contradicciones internas resultantes.

A nivel consciente, asimilamos toda la apertura hacia el sexo de nuestra sociedad post-Freudiana. Aparentemente ya no quedaron secretos por descubrir. Iluminados, conociendo todas las respuestas desde nuestra primerísima juventud, también estamos “emancipados”: desnudamos al sexo de su velo de misterio, que consideramos una mera tontería romántica, y lo vemos como nada más que una urgencia biológica natural. A la vez condenamos las normas tradicionales y morales como hipócritas -en el peor sentido-, y como causante de complejos de culpa y como pudibundez que lleva a la neurosis, en el mejor de los casos. Playboy es la Biblia de nuestra “revolución sexual”; sus imitadores varios y cambiantes, nuevos Apócrifos y Seudoepígrafos. Los autores de novelas de depravación, los entusiastas instructores universitarios, los incapacitados “grupos” de sexoterapeutas, los sucios comerciantes que aparecen en los Tribunales como los campeones de la Libertad de expresión y de prensa, todos los predicadores de la frivolidad, todos ellos son sus sacerdotes y profetas; las insinuaciones casuales y “frías” su teología oficial; las inhibiciones de la moralidad tradicional, su Diablo; el aluvión de gruesos estudios estadísticos comentados sobre la ruptura de la moralidad sexual, la prueba “documentada” de la verdad de su revelación; el estado de soltería de máximas oportunidades bisexuales y de desenfrenada pornografía, su visión escatológica.
Pero ¡cuidado! Esta Nueva Dispensa no es nueva en absoluto. El disfraz psicológico y el existencialismo vernacular pueden realmente ser novedosos, pero las teorías básicas son las del viejo paganismo que se expresaba en varias formas distintas, desde la prostitución sagrada de Canaán hasta el obsceno libertinaje de Roma. La irresistibilidad de las urgencias primarias y la absoluta santidad del placer no eran de ninguna manera desconocidas en el mundo antiguo. La “nueva moralidad” es la vieja inmoralidad hedonista en un aspecto nuevo y atrayente.
Este es el sentimiento que prevalece en el medio ambiente en que nos toca vivir a la mayoría de nosotros. En honor a la verdad, no es totalmente reprensible. Ha aportado un elemento de integridad y franqueza a nuestro estudio y comprensión del sexo y su rol en nuestras vidas, y esa honestidad, felizmente, nos ha ayudado a liberarnos un tanto de la pesada beatería que caracterizaba nuestra conversación -o rechazo a ella- acerca del sexo. Pero para la gran mayoría, el renacimiento del paganismo representa la amenaza más seria que ha habido durante siglos a la moralidad, a la unidad familiar y, en última instancia, al hombre mismo.

La desintegración de la familia y la fragmentación del hombre no son ni una pizca menos letalmente peligrosas para el futuro de la humanidad que la fisión del átomo. Y nuestra imprudente apertura y franqueza sobre los temas sexuales, ha servido para introducir aun más profundamente en el inconsciente la verdadera antítesis de todo este abordaje del sexo: un enfoque puritano, ascético y negativo del sexo que es tan real como negado.
Este concepto antisexual es, en el verdadero sentido de la palabra, reaccionario; fue, históricamente, una reacción a los excesos del desenfrenado libertinaje sexual del paganismo. El cristianismo primitivo identificaba al sexo con el pecado original y consideraba al acto de la procreación como la transmisión de dicho pecado de generación en generación. Los fundadores del cristianismo recomendaban el celibato y consideraban al matrimonio tan sólo una concesión a la debilidad del hombre. Enseñaban que es preferible casarse que inflamarse (de pasión); que no es suficiente con controlar las urgencias sexuales; si fuera posible habría que reprimirlas completamente. El cristianismo ha luchado a través de los siglos a favor de esta actitud profundamente negativa respecto del sexo, que nace de la repugnancia al desenfreno y la glorificación del sexo del antiguo mundo pagano. Ambos puntos de vista extremos reconocen un mismo origen: el gnosticismo (ver Hans Jonas, “La religión gnóstica”).

A pesar de que, aparentemente, esta actitud no tiene ningún crédito en la mente contemporánea y no ofrece ningún interés sino para los anticuarios, sus raíces cavan muy hondo en la psiquis de la mayoría de nosotros. El cristianismo es una de las fuentes más importantes de la civilización occidental y esta filosofía sexual agustiniana ha dejado su huella en la mente del hombre occidental, conduciéndolo a una vida subterránea por su propia cuenta a pesar de esa contradicción expresa entre sus reclamos y principios. Los psicólogos están perfectamente consustanciados con las consecuencias patológicas de esta aversión y miedo al sexo, especialmente en una sociedad que manifiesta ostensiblemente una actitud diametralmente opuesta a ello. Muchos de nosotros reconocerán esa presencia en su propia constitución psíquica sin que aparezca necesariamente como una enfermedad o aberración. Algunos tienden en lo íntimo, a considerar al sexo como “cosa sucia” y salaz, como algo que pertenece al arrabal pero que, por una especie de hipocresía oficial, se legitima en la cámara nupcial. Si esta forma de exposición resulta demasiado cruda, tómese conciencia de que fue usada únicamente para enfatizar un hecho que va contra la generalmente aceptada “saludable” visión del sexo.

Cuerpo y espíritu

El judaísmo niega aquellos diametrales extremos. Rechaza la expresión sexual totalmente desinhibida que profesaba el paganismo y niega con la misma vehemencia tanto la repugnancia cristiana al matrimonio, como su condena de toda actividad como inherentemente pecaminosa. Guiluy Araiot o falta de castidad está considerado como uno de los tres pecados capitales, de modo tal que debe entregarse la vida antes que cometerlo. Empero, solamente la unión sexual ilegítima se considera pecado y toevá (abominación). El sexo en general jamás ha llevado ese estigma. “El espíritu es Tuyo y el cuerpo es Tuyo”, y no hay razón alguna para suponer denigrantes las necesidades del cuerpo mientras se enaltecen las del espíritu. “La shejiná (presencia Di-vina) habita en un hogar -enseña la Cábala-, solamente cuando un hombre está casado y cohabita con su esposa”.1
El mandamiento de propagar la especie es el primero que se dictó al hombre. Mientras el sexo es, evidentemente, una función física natural de una intensidad tal que nadie está exento de sus tentaciones, también es el medio por el cual el mundo de HaShem se puebla y la voluntad Di-vina se ejecuta, constituyendo en consecuencia un instrumento sagrado.2
Por otra parte, la relación sexual es un bien intrínseco, más allá de las exigencias de la procreación. En el primer relato bíblico sobre la creación del hombre, en que es presentado como una criatura esencialmente natural, recibe inmediatamente la orden Di-vina de fructificar y multiplicarse, y gobernar al resto de la naturaleza y a las necesidades instintivas del sexo y del poder (Génesis, I-26/28). Sin embargo, en el segundo y más detallado relato, donde se elabora la moral del ser humano, no se menciona la procreación. En su lugar dice: “Dijo el Señor HaShem: No es bueno estando el hombre solo; le haré una ayuda adecuada para él … Por lo tanto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá con su mujer y serán una sola carne” (Génesis, II-18/25).3

La amorosa unión de marido y mujer es un fin en sí mismo, una virtud establecida y santificada por el Creador: “No es bueno estando el hombre solo”. La íntima capacidad de amor que tiene el hombre, no puede hacerse efectiva a menos que tenga una pareja sobre la cual verter ese afecto desinteresado.4

A lo largo de toda la Halajá -Ley Judía-, encontramos una posición ante el sexo expresada con todo vigor. Las censuras incondicionales del judaísmo al adulterio, por ejemplo, son suficientemente bien conocidas y son una clara indicación de aborrecimiento por las relaciones sexuales prohibidas. La capacidad de no sucumbir a la tentación -y el judaísmo fue siempre inmensamente realista en su afirmación de la vulnerabilidad del hombre ante el deseo sexual-, es una expresión de santidad. Por eso el capítulo bíblico que enumera las relaciones prohibidas se lee públicamente en el Templo en la tarde de Iom Kipur, ya que el día más sagrado del año es muy apropiado para el estudio que, si se respeta, conduce al hombre a la autotrascendencia que se llama santidad.
Al mismo tiempo, dentro de los límites que fija la Torá, el lazo sexual no sólo se tolera sino que se reafirma y se alienta. La relación sexual se considera un derecho legal de la esposa, de no menor grado que el alimento y las ropas que el marido está obligado a proporcionarle. Y nuevamente, este enfoque de la relación sexual es totalmente independiente del problema de la procreación, que reviste su importancia propia. Por ello la actividad sexual no está de ningún modo prohibida aunque no conduzca al embarazo, como por ejemplo entre aquellas personas que no pueden tener hijos porque la mujer ha llegado a la menopausia, o porque son estériles, o en los casos en que la mujer está embarazada. 5
Bajo el mismo palio nupcial, entre las siete bendiciones que se recitan en el momento del enlace, bendecimos a HaShem que “creó al hombre a Su imagen”, y lo formó de tal modo que pudiera perpetuarse por sí mismo. Según la Torá, HaShem imprimió su doble naturaleza al hombre, sin considerar que ello fuera una contradicción de principios. “Y HaShem creó al hombre a Su imagen … hombre y mujer Él los creó. Y HaShem los bendijo, y HaShem les dijo: creced y multiplicaos”.. . (Gén. l: 27-28). La imagen Di-vina y la sexualidad no son antónimos. Poseer alma y engendrar hijos no es una inconsecuencia, una mancha en la creación, un error de HaShem: los judíos no ven antagonismo ni rivalidad entre el encuentro de la Di-vina imagen en el hombre y su naturaleza sexual, entre el cuerpo y alma. Si ambos -la naturaleza espiritual del hombre con su autocontrol y demandas morales, y su naturaleza sexual con sus urgencias innegables entran en conflicto – la contradicción es más aparente que real.

1 Zohar, I-122a.
2 Esta tesis está interesantemente defendida por “Igueret Hakodesh”, del siglo XIII, partes de la cual se han traducido en mi obra “The Good Society: Jewish Ethics in Action” (Viking Press, 1974), capítulo 9.
3 Sobre las profundas diferencias entre los dos relatos sobre la creación del hombre, ver “La soledad del hombre de fe” del Rabino José B. Soloveitchik, Tradición (verano 1965).
4 Cf. R. Yaakov Zvi Meklenburg: “Haktav vehakabalá”, Génesis 1-4.
5 Esto está en oposición directa a algunas sectas (como por ejemplo los esenios, tal como han sido descriptos por el historiador Josefo), contemporáneos de los Rabinos de la Mishná, que prohibían la unión sexual durante la época del embarazo. En sectas parecidas existían las mismas actitudes. Ver el artículo de Menahem M. Brayer en Harofé Haivrí, Vol. 38 (1965), págs. 151-160.

IMAGEN E INSTINTO

La resolución

En el momento mismo del matrimonio, las exaltadas enseñanzas de la Torá sobre el sexo adquieren más sentido y se vuelven más relevantes para el judío y la judía. Antes de ese día tan importante en sus vidas, los novios deben contener sus demandas sexuales, dominándolas con su naturaleza moral. La prueba íntima es difícil, y pone a ambos en tensión. Como en cualquier tipo de lucha, se ha engendrado una hostilidad, no importando en este caso si la parte moral ha triunfado en su compromiso sobre la parte física. La culpa es el medio por el cual la naturaleza moral del hombre trata de dominar a lo sexual, y por la cual la victoria del sexo es despojada de la gloria de su conquista.

Pero esta oposición es efímera. Dentro del matrimonio se reconcilian la imagen Di-vina y el instinto sexual divinamente creado. En este momento, cuando con la sanción y la bendición del Todopoderoso, el carácter espiritual y moral del individuo y su existencia sexo-física van a armonizarse, y a resolverse sus conflictos, es muy importante entrar a la relación matrimonial en un estado de pureza y de equilibrio moral. Cualquier idea llevada a la cámara nupcial que, consciente o inconscientemente, vea al sexo como algo malo, e identifique deseo con indecencia, provocará disturbios en la integración armoniosa de las dos fuerzas que están en lo íntimo del ser humano: lo moral y lo sexual. No hay contradicción real, intrínseca, entre ambos; el sexo no es, por si mismo cuando se lo expresa legítimamente, pecaminoso, salaz, brutal o culpable. Antes de que marido y mujer puedan convertirse en “una sola carne” cada uno de ellos debe integrarse en sí mismo. Sin esa paz íntima, que se logra tras haber silenciado el primitivo torbellino y acallado el conflicto, los dos individuos difícilmente podrán llegar a un acuerdo conyugal. Antes de unirse el uno al otro, novio y novia deberán liberarse de todo vestigio de la idea de que la expresión física del amor puede ser ofensiva para una relación plena y perfecta.

Y es ésto precisamente lo que consigue la Pureza Familiar de la joven pareja que va a casarse, y que la mantendrá unida después, durante toda la vida conyugal.
En primer lugar, debemos explicar exactamente en qué consiste la Pureza Familiar.

¿Qué es Pureza Familiar?

El orgullo del judaísmo consiste en ser algo más que una religión. No se limita a la formulación de un dogma, a prescribir ceremonias oficiales o a organizar un culto público. Sus juicios abarcan todos los aspectos que puedan significar algo en la vida del hombre, desde la práctica de sus negocios hasta su dieta diaria; desde lo que hace en sus momentos libres hasta sus obligaciones filiales, desde su conducta social hasta su memoria histórica; desde sus anhelos metafísicos hasta el modo en que se viste. De hecho, esa misma amplitud de intereses es a la vez su gloria y el mayor de sus obstáculos, porque la gente mira con sospecha e impaciencia a cualquiera que no encaje en la etiqueta predeterminada de una bien definida categoría.

La halajá -la Ley judía- tiene mucho que decir acerca de la conducta sexual de las parejas casadas. Decididamente, el sexo no es el único ingrediente de la vida matrimonial, y tal vez ni siquiera sea el más importante. Pero seguramente tiene suficiente significación y consecuencia como para que la halajá lo trate con extrema gravedad y seriedad. El matrimonio y los problemas que le son afines forman una parte significativa de la literatura talmúdica. Más de un sexto del propio Talmud, un Tratado completo, está dedicado a cuestiones como el matrimonio, el divorcio, y los derechos de la mujer. Cada uno de los aspectos de la vida matrimonial, sin excluir ninguno, se trata en el Talmud delicadamente siempre, pero también con toda justicia y sin mojigatería ni sentimentalismos. Los aspectos sexuales del matrimonio son especialmente importantes, y el Talmud les dedica un capítulo completo, llamado Nidá, además de otros pasajes bastante largos en otros tratados.
No es propósito de este ensayo el describir estas leyes en detalle. Sin embargo es necesario conocer lo principal para que el lector pueda apreciar la divina y multifacética sabiduría que le es inherente. La Ley judía prohibe al marido acercarse a su esposa durante el período de la menstruación, que dura generalmente de cinco a siete días. Extiende la prohibición a todo contacto físico después de ese período a otros siete días más, que se llaman “los siete días puros”. Es por eso que se encuentran dos camas en las casas de los judíos observantes, o por lo menos, una cama aparte para el marido mientras transcurra ese lapso. Durante ese tiempo se supone que el marido y la esposa actuarán uno respecto al otro con afecto y respeto, pero sin ninguna demostración física de amor. Esta actitud constituye un excelente entrenamiento para una época que llegará más adelante, cuando marido y mujer deberán descubrir otra relación, no sexual, que mantendrá vivo el vínculo que los una.6
Después de este período de doce a catorce días (depende del ciclo de cada mujer en particular) la esposa que ha menstruado (llamada nidá) deberá sumergirse en una pileta de agua llamada mikve, donde pronunciará una bendición especial en la que se glorifica a HaShem por santificarnos con Sus preceptos y habernos ordenado esa inmersión (tevilá).
La mikve propiamente dicha, con sus medidas prescritas y su fuente de agua, es una institución muy antigua. Ordenada por la Biblia, se usaba muchísimo en la época de ambos Templos. A aquel que hubiera contraído alguno de los muchos tipos de “impureza” posibles, le estaba prohibido comer de la carne de los sacrificios o del diezmo, o entrar en el recinto del Templo. El camino a seguir para purificarse era la inmersión en la mikve. Muchas de esas formas de impureza han caído en desuso hoy día, simplemente por el hecho histórico de la destrucción del Templo en el año 70 E. C.. Actualmente no hay ni sacrificios ni Templo. La única Ley de las que se refieren a la impureza es la susodicha de nidá, porque afecta no solamente al derecho de entrar al Templo de Jerusalén, sino también a la relación marital íntima de cada pareja. (Se puede agregar como nota histórica, que el cristianismo tomó del judaísmo la institución de la tevilá o inmersión, como rito de iniciación dentro de la comunidad cristiana. Con el curso del tiempo se fue modificando esa costumbre de tal modo, que la mayor parte de las sectas definen el bautismo como el salpicar con agua al neófito, más bien que haciéndolo sumergir en una pileta). Hoy día se usa la mikve no solamente para pureza familiar, sino también para la iniciación de prosélitos, varones y mujeres, al judaísmo, y para sumergir algunas clases de utensilios domésticos nuevos. Además, algunos varones judíos piadosos se sumergen antes de las oraciones y en las vísperas del shabat y de las fiestas. La mikve es una institución de la comunidad que funciona por lo general en un edificio de exterior discreto, administrado con el mayor tacto y circunspección, aunque a veces puede tener detalles de lujo en su interior.

6 Cf. Comentario de Rabí Samson Raphael Hirsch al Levítico 20:18.

Descartando vestigios

Preparándose para su matrimonio y, más tarde, para la reunión marital mensual, es decir: primero, separándose uno de otro y, después, volviéndose a reunir, sumergiéndose la mujer en la mikve y recitando la bendición en que agradece al Todopoderoso por santificarnos con esa institución, el esposo y la esposa reconocen, de modo profundo y simbólico, que su relación es santa y bendita, pura y no vulgar; sagrada y no salaz. La pureza familiar consigue el magnífico resultado de dilucidar el problema de la psiquis. Purifica y ennoblece el aspecto del hombre y la mujer y de su mutua relación. Las mismas aguas de la mikve parecen lavar todos los pensamientos falsos que tanto mal hacen psicológicamente, que arrastrados desde la juventud pueden poner en peligro el amor y respeto mutuos que son las únicas fuerzas capaces de hacer estable un hogar. La mikve se convierte en el sagrado instrumento donde se reconcilian lo moral y lo sexual, atrayendo a los cónyuges uno al otro, con pureza y ternura, sin que su amor se denigre por sentimientos de culpa y vergüenza, que son solo vestigios de luchas internas obsoletas.
Ninguna filosofía del sexo, por mejor y coherentemente expuesta que esté, puede ser tan psicológicamente efectiva y precisa como la observancia de la pureza familiar. Solamente la práctica real de esas leyes puede inculcar exitosamente los valores y puntos de vista del judaísmo en este área de la vida tan inmensamente significativa y delicada.

Una Institución Espiritual
Para poder apreciar las implicancias de la Pureza Familiar es importante a su vez, entender también lo que ella no es.
No es superstición
Decididamente no es la clase de superstición que en otras culturas estigmatizaba a la mujer que menstruaba como algo repulsivo, aplicándole tabúes rígidos y misteriosos, y expulsándola de la comunidad mientras durara su flujo. Maimónides, el eminente talmudista del siglo 12, filósofo y médico, rechazaba enérgicamente todas estas supersticiones y las prácticas que preconizaban los sabeístas, los magos y otros pueblos orientales respecto a la menstruación; poniendo énfasis en los contenidos espirituales de las enseñanzas judaicas. 1La legislación de la Torá es simple y no tiene nada que ver con, por ejemplo, las primitivas costumbres recogidas por Sir James Frazer en “The Golden Bough”. Desgraciadamente esa identificación de las leyes de la Torá con culturas primitivas paganas y mitológicas, generalmente ocurre en las mentes de judíos contemporáneos, que no están iniciados en el mundo de la Torá y la tradición judía, y por ello no pueden ver la Pureza Familiar desde una perspectiva más generosa y con mayor conocimiento. Una terminología confusa, tiene en buena parte la culpa de esas desdichadas deformaciones de los propósitos mucho más amplios de la Torá y del sentido intrínseco de sus preceptos. Tahará y tumá (y sus adjetivos correspondientes tahor y tamé) se traducen generalmente por “puro” e “impuro”. Es este delito semántico el que induce al error que lleva a interpretar esas categorías como denotando algún tipo de horror intrínseco y misterioso que posee a la persona que menstrúa y que debe ser purgado por algún hechizo mágico.
Pero claramente se ve que no es así: De acuerdo a la enseñanza judía, a la persona que llamamos impura, sea hombre o mujer, no le ocurre ningún tipo de cambio ni en su carácter ni en su valor como ser humano. Ninguna cualidad especial la hace inferior a una persona, “pura”. Los términos tahará y tumá corresponden a categorías halájicas o legales. Solamente indican ciertos tipos de conducta a que estas personas deben someterse. La halajá no impone al “impuro” volverse puro, ni considera el hacerlo algo especialmente meritorio. Solamente declara que, estando en estado de “impureza”, no debe, como hemos dicho antes, participar de los alimentos sagrados, por ejemplo, carne de los sacrificios o de los diezmos sacerdotales, o entrar en el ámbito del Santuario. Si, en el caso de nidá, la halajá considera loable para la mujer el sumergirse y volver al estado de “pureza” (tevilá bizmaná mitzvá) ello es solamente porque ve la vuelta a la relación conyugal total sin demoras indebidas, como una contribución al cumplimiento de uno de los principales propósitos del matrimonio.

Tragedia semántica

Existe otro error, aun más difundido y popular, acerca de la naturaleza de la Pureza Familiar que llevó a que muchos judíos dejaran de observarla. También esto es consecuencia de una mala traducción, y constituye una tragedia semántica: los términos tahará y tumá. se han traducido como “limpieza” y “suciedad”. No extraña entonces, que mucha gente joven rechaza toda la institución de entrada. Realmente, en nuestra era científica, con nuestro progreso, en higiene y sanidad no necesitamos recurrir a antiguos preceptos rituales para mantenernos limpios!
Dejémoslo, entonces, expresado en forma decisiva e inequívoca: la Pureza Familiar no es justamente un proceso higiénico. “Tumá” no es una clase de adherencia o suciedad que se lava con agua; es un decreto de la Escritura, y tiene mucho que ver con nuestra intención íntima en el momento en que estamos cumpliendo con él”. 2

1 Maimónides. Guía de los Perplejos. Parte III, Cap. 47.
2 Maimónides. “Reglamento de Mikvaot” 11:12.

Mantener el propio cuerpo limpio y la mente sana es considerado por el judaísmo como una virtud en sí misma, un precepto con valor propio, No debe confundírselo, como hacen algunas personas, sin discernimiento, con los designios de ningún otro precepto. De esta manera, por ejemplo: El Sumo Sacerdote, en los días del Templo, tenía que hacer cinco inmersiones durante los servicios de Iom Kipur. Ciertamente, considerando el culto que él conducía, no podemos presumir que necesitara cinco baños para propósitos higiénicos. Evidentemente, la función de la inmersión es diferente de la de la higiene. Por otra. parte, la halajá requiere de la nidá que esté perfectamente limpia antes de la inmersión.

Debe aclararse, en este terreno, que algunos autores observaron que la Pureza Familiar tiene efectos beneficiosos desde el punto de vista médico, especialmente en la incidencia de algunos tipos de cáncer. Pero impresiona mucho más el hecho de que este ciclo de abstención y plenitud permita un período de recuperación tanto para el marido como para la mujer, que establece una muy necesaria regulación tanto del ritmo masculino como del femenino, y permite que la reserva de la líbido vuelva a completarse. Ninguna separación voluntaria podría jamás ser tan efectiva en proporcionar este reposo, como aquella que se acepta mutuamente como una imposición religiosa, según la cual ninguno de los cónyuges puede acercarse al otro, y que por lo mismo, no necesita temer su propia declinación, o que se sospeche de su afecto o fidelidad.

Pero esta afirmación no debe ser erróneamente considerada como el propósito de esos preceptos, o como si agotara toda su significación. Pureza Familiar es una institución profundamente espiritual y religiosa. Puede tener, y con toda seguridad tiene, implicaciones psicológicas que llegan muy lejos, además de las consecuencias físicas beneficiosas mencionadas, pero la apreciación del significado de esas leyes simplemente no pertenece al territorio del psicólogo o del médico, del antropólogo o del ingeniero sanitario.

Más allá de la oración y del estudio.

Es difícil transmitir adecuadamente la tremenda importancia que revisten estas Leyes para el judaísmo, especialmente para una generación que ni siquiera sabe que existen. Tal vez la mejor medida de su importancia resida en considerar cuál es el castigo que la Torá prescribe para los violadores: el karet (secesión, el ser separado del Pueblo de Israel) ¡El mismo castigo que para el que transgrede el ayuno de Iom Kipur! Mas aun: el espíritu de la Ley da prioridad a la Pureza Familiar sobre la oración pública y la lectura de la Torá. Es decir, que si una comunidad carece de medios económicos para erigir las tres infraestructuras principales, la construcción de la mikve debe preceder a la del Templo y a la escritura del Rollo de la Torá. La pureza de la familia judía, más que el culto de la comunidad o la búsqueda de la erudición, es la institución que perpetúa la Casa de Israel.

El lector no debe suponer de ningún modo el esquema de las Leyes de Pureza Familiar que hemos presentado antes como un método adecuado para su apropiada observancia. Como en otros órdenes de la halajá -y en todos los órdenes de la vida- los elementos que la componen, son los que determinan el éxito de la empresa. Solo la atención que se preste a cada particularidad dará sentido a los principios subyacentes fundamentales. Para ver los preceptos en detalle hay que recurrir al Shulján Arúj, el Código de la Ley hebrea. Un breve resumen de esas leyes se incluye en el Capítulo VI de este volumen.

Adicionado de sabor

Lo que se ha querido hacer en este trabajo pertenece a la categoría de ta´amei hamitzvot, dar una explicación “lógica” a los preceptos religiosos. Pero esto no significa que intentemos descubrir las razones que pudo haber tenido HaShem para dictar Sus Leyes, porque ello no solamente sería imposible, sino también un acto de presunción y arrogancia intelectual por parte del hombre. En lugar de ello, tomando prestada una dicotomía propuesta por el Dr. Samuel Belkin, presidente de la Yeshiva University, trataremos de sondear los propósitos (en oposición a las razones) inherentes e implícitas en las leyes y preceptos. En otras palabras: lo que queremos saber no es porqué HaShem las dictó, sino qué es lo que Él quiso que aprendiéramos al practicarlas; esto es, la función de los preceptos en los amplios horizontes de nuestra vida. Naturalmente se entiende que, bajo este enfoque, las Leyes actúan independientemente de los propósitos desconocidos para nosotros que las animan. Para que una Ley lo sea realmente, debe ser autónoma, no estar relacionada con nuestras racionalizaciones. Ta´amei Hamitzvot significa literalmente “los gustos de los preceptos”. La traducción posible “explicación lógica” o “razón” es apenas relativa. Es en ese sentido que nosotros nos hemos propuesto aquí la investigación de los amplios fines de las Leyes de Pureza Familiar. Estudiando nuestras instituciones religiosas para descubrir cuáles son sus propósitos relevantes, lo que buscamos es agregar delicioso sabor para satisfacer plenamente nuestra dieta espiritual. De ningún modo sustituiremos el “gusto” de la sustancia misma de los alimentos religiosos; es decir, el de los preceptos del judaísmo llevados a la práctica. Durante todo el curso de nuestra historia hubo quienes trataron de hacer precisamente eso: subordinar las Leyes a las razones que presumían haberles descubierto. Pero esos “gourmets” espirituales por fin se han marchitado y muerto de hambre. La Ley debe permanecer independiente y no condicionada a los valores, razones y propósitos que suponemos haber encontrado en ella.

Permanecer casados
Las pautas judías de estos aspectos muy íntimos de la vida conyugal, merecen ser tomadas en consideración por jóvenes parejas modernas. Es especialmente indicado debido al llamativo récord de felicidad doméstica, característica de los hogares judíos ortodoxos, incluso dentro de un medioambiente donde el fracaso familiar aumenta notablemente año tras año.Luego de describir la felicidad que distinguió siempre a la observante familia judía desde la Edad Media, un famoso líder reformista escribe:
Todo lo que hemos dicho de la vida familiar judía en la Edad Media puede ser observado aun hoy casi enteramente, en especial en aquellos hogares de tradición ortodoxa, tanto en Europa como en centros cosmopolitas americanos. En los ámbitos en que pudieron infiltrarse las libertades de la Emancipación, existe una gran variedad de valores familiares, en la medida que se apartan de la tradición ortodoxa …

Un historiador que observara todo el panorama judío del presente, hasta, hace apenas unos pocos años, hubiera podido decir: “La familia posee una importancia extraordinaria en la vida judía; es un lazo de cohesión que ha resguardado la pureza de la raza y la continuidad de la tradición religiosa. Es la fortaleza del sentimiento hebreo, y en ella la vida judía se va desenvolviendo en sus formas y fases más típicas e íntimas”. Esto sigue siendo cierto en aquellas familias que conservan alguna preocupación por la tradición religiosa, aun en su expresión menos ortodoxa l.

1 Stanley R. Bray, Marriage and the Jewish Tradition (New York: Philosophical Library, 1951). Pág. 98 f.

La cohesión típica de la familia que estamos analizando, seguramente no es el resultado de alguna cualidad indígena, étnica o racial del pueblo. Tampoco deriva de una “preocupación por la tradición religiosa.” vaga, bien intencionada pero sin forma. Ciertamente es el producto de una práctica específica ortodoxa, la halajá, o “sistema de vida” judío. Este uso codificado, esta Ley compulsiva, es lo que ha configurado la estabilidad de la familia.

El “sistema” judío

El “sistema” de la halajá está constituido por una serie de elementos heterogéneos que, en conjunto, forman y reafirman la trama de la vida hogareña. Pero indudablemente el más importante de todos es el cuerpo legal que trata directamente de las relaciones conyugales. El código de la Ley que prescribe para marido y mujer es llamado generalmente Taharat Hamishpajá, la Pureza Familiar. Como ya hemos visto, éste es un eufemismo muy apropiado, porque se dirige a la búsqueda de esa forma de auto-trascendencia conocida por taharát -puerza- y resguarda en forma extraordinaria la integridad de la mishpajá -familia-.

Ya nos hemos referido anteriormente al sentido de purificación psicológica que se obtiene cumpliendo la novia el principio de inmersión en la mikve. Pero las implicaciones psicológicas de la Pureza Familiar no se restringen a la naturaleza general del sexo tal como éste se expresa en los primeros años del matrimonio. Taharat Hamishpajá reviste importancia crucial al proteger el lazo marital de uno de sus más peligrosos enemigos, que suele aflorar tan pronto como desaparece la novedad de la vida matrimonial: la tendencia del sexo a convertirse en rutina.

Casarse es bastante fácil. Permanecer casado es otro asunto completamente diferente. El judaísmo considera la formación de la pareja tan difícil como lo fue en su tiempo la partición de las aguas del Mar Rojo. Y recordemos que el milagro en aquel entonces no fue tanto la separación de las aguas como el mantenerlas separadas el tiempo suficiente para que la empresa llegara a buen fin. Lo mismo ocurre con la unión de los esposos. La boda, con todos los problemas que presenta para los contrayentes y sus familiares, es comparativamente muy simple. Mucho más significativo y difícil, mucho más milagroso en nuestra turbulenta sociedad que el casarse, es el permanecer casado.

La atracción sexual juega un papel importante al llevar a un hombre y a una mujer al palio nupcial, y al mantenerlos unidos al principio. Pero si esta atracción palidece y disminuye más adelante, el matrimonio se irá desintegrando lentamente.

Muy a menudo -¡es tan triste!- eso es exactamente lo que ocurre. Lo que fue aventura excitante y llena de satisfacciones para una pareja recién casada, muy pronto se convierte en una experiencia aburrida que se repite casi mecánicamente, como parte sobreentendida del complejo conyugal. El encanto, la delicia, la emotividad y la belleza del amor joven se vuelve muy pronto acritud, prosa, vulgaridad, algo profano. Difícilmente se hallará un veneno más peligroso que éste para la existencia de un matrimonio feliz!

Familiaridad y aburrimiento

Para que el matrimonio prospere, el mutuo atractivo de los cónyuges debe ser preservado y aun aumentado con el tiempo. La abstinencia que exige la Pureza Familiar ayuda a conservar esa atracción, y por consiguiente el deseo, fresco y juvenil. El Talmud explica del modo siguiente las derivaciones psicológicas de taharat hamishpajá:
Porque un hombre puede conocer demasiado a su mujer y a raíz de ello sentir aversión por ella; por eso la Torá dice que deberá ser considerada nidá por siete días a contar del final de su periodo; así volverá a ser amada por su marido en el día de su purificación, tal como lo fue en el de su matrimonio 2.
La aproximación irrestricta lleva a libertades excesivas. La demasiada familiaridad con su consiguiente saciedad y hastío, es causa directa y poderosa de la desarmonía conyugal. Cuando, sin embargo, la pareja se somete a la disciplina sexual de la Torá y observa el período de separación, el odioso espectro de la satisfacción excesiva desaparece, y queda para siempre el refrescante deleite del amor primero.

2 Nidá 31 b.

¡Hay tanto para observar en este comentario de los Sabios! La intimidad absoluta conduce al desprecio: una corta ausencia hace que el corazón quiera más. El Gran Rabino Unterman Sz”l, de Israel, relata que varios consejeros matrimoniales han tenido la experiencia de que los hayan visitado maridos que solicitaban la separación legal para el divorcio. Después de haber estado alejados por un tiempo de sus esposas, descubrían de pronto que las necesitaban, que las querían y hasta que estaban enamorados de ellas. La separación es el preludio de la reunión. Este aislamiento que el judaísmo ordena como parte de la observación de la Pureza Familiar es el que devuelve la poesía al matrimonio, quien retiene el encanto, la gracia, la excitación. Es la pausa que refresca todo en la vida conyugal.

Una eterna luna de miel

La Pureza Familiar ofrece un beneficio adicional, especialmente para la mujer: rescata la belleza de los primeros meses del matrimonio. Generalmente los hombres no lo aprecian tanto como sus esposas, porque el sexo es relativamente extraño a la vida íntima del hombre, mientras que constituye parte integral del ser femenino.

Es difícil afirmar que “biología es destino” en estos tiempos del Movimiento de Liberación Femenino, pero, decididamente, la biología es parte de la psicología de la mujer más intensamente que de la del hombre. Mientras que un niño proyecta ser soldado o bombero, doctor o científico; una niña, aunque aspire a una profesión o una carrera de negocios, todavía sueña principalmente con el matrimonio, la familia y el hogar, hijos y vida doméstica. A medida que crece va tejiendo sueños de compromiso y matrimonio, de amor y afecto. La culminación de sus ilusiones se produce durante el período del noviazgo, cuando es cortejada y galanteada por su prometido. Después llega el clímax de la noche de la boda y la luna de miel, y, por fin, el estar juntos. (“Y serán una sola carne”).

¡Lástima sería que esa realización de sus arrobadores sueños llegara y se disipara, partiendo para siempre! ¡Qué experiencia cruel y frustrante si una semana o un mes fuera todo lo que quedara de aquellas fantasías encantadas! Con la institución de taharat hamishpajá, empero, ocurre un maravilloso milagro doméstico: la luna de miel permanece durante la mayor parte de la vida activa del individuo. El cuadro del amor sin contacto sexual, seguido por la unión amorosa de la pareja, se repite mes a mes. La separación física de los esposos durante el período de nidá y los siete días limpios, período en que pueden expresarse uno al otro sentimientos de ternura pero no tener relaciones físicas, equivale a la época del noviazgo. Tal como antes de su boda, la esposa hace la inmersión en la mikve, pronuncia la misma bendición que recitara cuando novia, y va al encuentro de su marido con pureza y amor, como lo hiciera en su noche de bodas.

El amor no puede enranciarse en ese medio ambiente, los sueños de la joven permanecen frescos, y sus esperanzas, tan radiantes como siempre lo fueron. Toda su vida podrá convertirse en una perpetua luna de miel. Sus sueños no son vencidos por el éxito ni frustrados por su plenitud.

Civilizando el sexo

Hay aun una tercera consecuencia psicológica de la Pureza Familiar que merece ser considerada. Taharat Hamishpajá ejerce una influencia profunda en el modo en que los cónyuges se ven mutuamente. Filósofos y pensadores sociales modernos, inspirados por Martín Buber, hablan de dos maneras de designar a nuestro prójimo: el “tú” y el “ello”. La primera es el modo en que nos referimos a otro ser humano viéndolo como un sujeto, una persona vital, independiente, autónoma, poseedora de dignidad y de valor íntimo. Al designarlo “ello” lo consideramos como una cosa desprovista de valores y personalidad, un “objeto”, un instrumento que se puede manipular para satisfacer nuestras ambiciones, nuestros fines, nuestros propósitos. En el primer caso, yo encuentro y me enfrento con otro ser humano; en el segundo, lo uso y abuso de él o de ella como si fuera una simple cosa.

Incuestionablemente, una relación sexual tiende a la relación “yo-ello” más que a la “yo-tú”. Existe la tendencia a observar al compañero en lo sexual como una cosa, un objeto para la satisfacción de las propias pasiones y deseos. El hombre de las cavernas que arrastraba a su compañera por el cabello (puede ser una caricatura ¡pero el modelo existe todavía!) no la veía como a una persona con dignidad intrínseca, sino como a un objeto entre los tantos objetos en su vida. Para decir verdad, lo más probable es que, en cierta medida, sea inevitable esta objetivización, que constituye parte de la orientación sexual elemental del individuo. Pero aun si concediéramos que debe existir en alguna medida, no debemos tolerar que se desenfrene hasta convertirse en algo deshumanizado. Una actitud de este tipo destruye la dignidad del individuo, tanto la del así considerado, como la de aquel que lo esté considerando. Si se permitiera desarrollar esa tendencia hasta el punto en que el compañero se suponga solamente un objeto para satisfacer deseos propios, aparecería un peligro muy real: que esa conducta domine también otros aspectos de la vida. Una orientación psicológica tan fundamental no puede encerrarse en el dormitorio. Invadiría con su influencia perversa hasta la médula del ser. Lo bruto que existe dentro del hombre se civiliza en proporción directa al grado en que éste considere a su prójimo, especialmente a su pareja, un “tú” más bien que un “ello”.
Con esto vemos que taharat hamishpajá ejerce una influencia benéfica de gran magnitud en las profundidades más insondables de la psique del marido y la mujer. Impidiendo al marido el perseguir sus fines sexuales en forma incontrolada, le indican del modo más enérgico posible que su esposa no ha sido creada únicamente para placer de él. Cuando de acuerdo mutuo con su mujer, se somete a las exigencias más elevadas del judaísmo; la institución de Pureza Familiar, reconoce que no importa lo arrollador de sus pasiones, lo persuasivo de sus propósitos y lo que desee o no su compañera; que debe reprimirse y no aproximársele de ningún modo; comprende en lo más íntimo que ella es una persona con valores propios, autónomos, y que tiene derechos tan sagrados e inalienables como los de él. Si ella fuera una cosa, un objeto, podría él hacer lo que quisiera, con los únicos límites que tuviera su poder de sugestión, o, aun peor, su fuerza física. Pero, cuando sigue a la halajá, un marido aprende lenta pero seguramente que su esposa es humana, que está provista de dignidad Di-vina,. que es un “tú” y no un “ello”; que es una persona y no una cosa.
Hay quien supone que una separación voluntaria puede llevar al mismo fin y que, por consiguiente, no es necesario someterse a todo el sistema, que exige la Ley judaica. Pero esas separaciones voluntarias no resultan efectivas. Una de las dos partes podría sospechar alguna frialdad de la que propone la separación. Además, la falta de sanción religiosa significa que esta separación no será ni elevada ni noble, porque eso sólo se consigue cuando se le reconoce su real significación religiosa.
Las consecuencias de la observación de la Pureza Familiar son tan necesarias y beneficiosas, tan profundas y de tanto alcance en su influencia sobre la naturaleza del matrimonio y de la vida conyugal, que si no hubiera existido ya, hubiéramos tenido que inventarla para nuestra propia protección y bienestar. “Felices de nosotros. Cuán bueno es nuestro destino, qué dichosa nuestra suerte, qué hermosa nuestra herencia” (Del Sidur).

La santidad del tiempo
La enorme importancia de la Pureza Familiar puede apreciarse dentro del contexto fundamental que considera todos los deberes y obligaciones de las mujeres en la Ley hebrea. Vista de ese modo, se verá que su significación trasciende de su ubicación como una mitzvá más, dentro del código de los seiscientos trece mandamientos bíblicos.Las obligaciones femeninas

La Ley judía no requiere de las mujeres el mismo grado de cumplimiento que de los hombres. Mientras que los hombres están obligados a obedecer todos los seiscientos trece preceptos y muchas otras ordenanzas rabínicas, las mujeres están dispensadas de algunos de ellos. El criterio para la observancia se basa en la clasificación de las disposiciones Di-vinas. Todas las que sean de abstención, indicadas por un “no harás”, son igualmente compulsivas para hombres y mujeres 1. En lo que se refiere a las reglas activas de las que se dice “harás”, distinguimos entre aquellas que pueden realizarse en todo momento, o al menos sin que el tiempo sea factor importante para su cumplimiento, y aquellas otras que están condicionadas por aquél, es decir: cuando el momento exacto en que debe ponerse en práctica el precepto es parte del mismo. Por ejemplo: las prohibiciones de comer productos no-kasher, o mentir, o robar, o ir con chismes, o la de ingerir alimentos en Iom Kipur, que son de abstención, recaen igualmente sobre hombres y mujeres. Las indicaciones activas, del tipo de la mitzvá de amar a HaShem y temerlo, o de respetar a los propios padres, dado que pueden aplicarse en cualquier momento, también son compulsivos para ambos sexos. Pero aquellas órdenes activas provocadas por la llegada del tiempo, como ser el toque de shofar, (en Rosh Hashaná) o comer en la sucá (en Sucot), o colocarse los tefilín (solamente durante el día) son obligatorias exclusivamente para los hombres en lo que a la halajá se refiere (pero, por minhag o sea por costumbre, las mujeres han aceptado algunas de estas mitzvot tales como shofar y lulav).

1 Existen tres excepciones (ver Mishna Kidushin 29 a).

Este criterio es fundamental en toda la estructura de la halajá, ya que afecta los niveles de sujeción que exige de hombres y mujeres. ¿Cuál es el razonamiento que ha llevado a esta discriminación? Se han propuesto diferentes respuestas. La más popular es la que diera un sabio de la Edad Media, relativamente moderno, Abudraham, que afirma que la Torá considera importante en alto grado las obligaciones que una mujer desempeña, respecto de su hogar, de lo que resultaría una exigencia abusiva que se le pidiera además de ello el cumplir con mandamientos que están limitados a tiempos específicos. Por eso se la excusa de la realización de aquellos preceptos que requieren ser cumplidos en determinado tiempo o estación, mientras que todos los demás la comprometen.

Que esta explicación sea suficiente o no, no interesa a los fines de este ensayo. Lo que proponemos aquí es otra explicación, que ahonda mucho más en la concepción de la Torá acerca de las naturalezas respectivas de hombres y mujeres, y consecuentemente, de sus deberes respecto de la Torá. Para entenderlo, debemos primeramente preguntarnos, aun antes de considerar el problema de la obediencia de las Leyes religiosas por las mujeres: ¿Cuál es, después de todo, la ventaja de los preceptos cuya acatación se relaciona tan estrechamente con el calendario o con el reloj? ¿Cuál es la diferencia propiamente dicha entre los preceptos referidos al tiempo y los no referidos al mismo?

Dos tipos de santidad

La respuesta necesita que distingamos entre dos tipos de santidad: la del tiempo y la del espacio o lugar, comprendiendo la segunda también la de los objetos, ya que tienen volumen y ocupan espacio.
El judaísmo da mucha importancia a la santidad del lugar. Por ejemplo: una Sinagoga es un sitio sagrado; la Tierra de Israel es “Tierra Santa”. La ciudad de Jerusalén posee un grado de santidad más elevado que el resto la Tierra de Israel, y el Monte del Templo aun una mayor que el resto de Jerusalén. El Kodesh HaKodashim (Santo Santorum) es el lugar más sagrado de la tierra. Y, observando los objetos, un Sefer Torá escrito correctamente se considera sagrado. De santidad derivada, son el Pentateuco impreso, el Talmud o cualquier otro “libro sagrado”.
La santidad del tiempo es un concepto mucho más amplio y compulsivo. Incluye, no solamente al Shabat y las festividades, sino también otros lapsos dentro de los días de la semana que pueden hacerse santos: si el día se reserva para decir oraciones y usar tefilín y la noche para otro tipo de plegarias o alguna otra mitzvá, entonces son, respectivamente, santificados por el cumplimiento de esos varios preceptos.
La santidad del tiempo, la conciencia de lo sagrado de la historia, es el primer tipo de kedushá, (santidad) en la Biblia. Inmediatamente después de la creación del hombre en el sexto día, su primera experiencia fue la de la santidad de la jornada, el Shabat 2: “Y HaShem bendijo el séptimo día, y lo santificó” (Génesis 2:3). Una persona puede vivir su vida entera sin siquiera entrar en contacto con un lugar o un objeto sagrado. Pero si vive más que una sola semana, ya está sujeta a la santidad del tiempo 3.
La santidad del espacio irrumpe en nuestra conciencia e inspira reverencia en nosotros cada vez que encontramos el lugar o el objeto consagrado. La del tiempo santifica cada momento de la vida. Nos hace concientes del hecho de que cada minuto está pleno de posibilidades de significación Di-vina. El desafío de la santidad del tiempo nos persigue incesantemente; no nos deja quedar en lo profano, en momentos sin significación alguna.

2 Aunque el Shabat es el arquetipo de la santidad del tiempo, también se requiere que las mujeres lo respeten, pues las leyes de la Torá sobre el shabat Son a la vez activas (santificarlo, es decir: recitar el Kidush) y de abstenerse (no realizar trabajo alguno). Las mujeres, como se ha dicho, deben obedecer todos los preceptos de “no hacer” tal como lo hacen los hombres, y como están obligadas a respetar el Shabat, su obligación se extiende también al Kidush.
3 Se ha sugerido que la circuncisión ha sido ordenada por la Torá para el octavo día, para que se pueda estar seguro de que el niño ha vivido por lo menos una vez el santo día antes de entrar en el Pacto de Abraham. Ver Avodat Israel, capítulo Emor, del Zadik jasídico Rabí Israel de Kozenitz.

Está en nosotros evitar algunas áreas geográficas, pero no podemos escapar a los períodos recurrentes de la historia. Podemos haber sido arrojados de un lugar que reverenciábamos, pero nunca arrancados de un lapso sagrado. Cuando Israel fue exilado de Tierra Santa ya no pudo estar más en contacto con el más venerado de todos los sitios. Pero llevó consigo a todos los confines del mundo los recursos necesarios para hacer santo el tiempo: los mandamientos de la Torá.

Las mitzvot nos advierten acerca de esos dos tipos de santidad. Los cánones que se refieren a la Tierra de Israel, a la Sinagoga, al Templo o a los objetos sagrados exaltan la santidad del espacio. Los concernientes al Shabat y a las festividades nos hacen recordar la santidad del tiempo. Y algo aun más significativo: todos y cada uno de los preceptos que se refieren a una hora del día o a una estación del año nos llaman a obtener la santidad superior, que es la del tiempo. Sin esas disposiciones, la criatura humana podría no llegar nunca a advertir la cualidad espiritual de esta santidad, y el tiempo es la historia misma de la existencia.
El hombre necesita indispensablemente mandamientos orientados en este sentido para tomar conciencia de la realidad del tiempo.

El ritmo íntimo

Todas estas consideraciones son válidas para el género masculino. Las mujeres están exentas de cumplir esos preceptos por la simple razón de que no los necesitan. Una mujer no necesita los preceptos referidos al tiempo porque ella está perfectamente conciente de esa santidad de un modo mucho más profundo, mucho más íntimo y personal y mucho más convincente que aquél que el hombre puede obtener por medio del cumplimiento de preceptos externos que debe obedecer. Porque una mujer, a diferencia de un hombre, tiene un reloj biológico interno. La periodicidad de sus menstruaciones conforma un ritmo biológico íntimo que es una parte y es un todo en su vida. Si ese ritmo interno no se llega a santificar, la mujer no obtendrá nunca la santidad del tiempo. Pero si respeta las leyes de Pureza Familiar habrá, en virtud de su observancia de esta única mitzvá, dirigido su reloj interno, su periodicidad esencial, a un acto de santidad 4. Por haber aceptado ese precepto adquiere conciencia del tiempo de un modo mucho más intenso que el que un hombre puede obtener. Una mujer, por lo tanto, no necesita recomendaciones que le recuerden esa santidad 5, mientras que el hombre, que no posee esa periodicidad interna, debe apoyarse en muchas reglas para conseguirla.

Las leyes de Pureza Familiar son, entonces, un Di-vino regalo para la mujer, permitiéndole alcanzar las formas más altas de la santidad. Su capacidad de respuesta a la historia -el ámbito en el cual HaShem manifiesta Su voluntad y donde el hombre se enfrenta a Su Hacedor- es interna, no externa.

4 Este pensamiento ha sido Sugerido por Rabí Emanuel Rackman; Tradition (VOI- l; nº1). Cf. Maharal (Rabí Loewe de Praga) Derush hamitzvot, pág. 30.
5 Este principio es válido para todo el género femenino, y por consiguiente se aplica a todas las mujeres, sin importar para ello su estado civil o su condición física, es decir, también después de la menopausia.

La afirmación de la vida
La institución de la Pureza Familiar reviste enorme importancia simbólica cuando se la estudia dentro del contexto de la legislación de la Torá en lo referente a tumá y tahará. Estos términos se traducen demasiado libre e incorrectamente como “suciedad” y “limpieza” o “pureza” e “impureza”. Calificamos de incorrectas a esas traducciones porque suponen o permiten suponer que hay algún elemento higiénico implicado en la idea. Tal como lo explicamos antes, simplemente no es así. Se trata de estados espirituales que no guardan ninguna relación con la parte física del hombre tanto para rechazo como para atracción. Como desgraciadamente no hay palabras para hacer una traducción exacta, seguiremos utilizando los términos hebraicos, o conservando los términos “puro” e “impuro”.
Las leyes de tumá y tahará tienen alcances muy amplios y llegan muy lejos. Son bastante complejas; están entre las más complicadas de todo el Talmud. Hay varias clases de impureza, producidas por una cantidad de circunstancias diferentes. No importan ahora las causas ni por cuánto tiempo perduran, sino su efecto, que es prohibir a la persona “contaminada” el comer algunos alimentos considerados sagrados, como carne de sacrificios o diezmos sacerdotales, o entrar en los sectores sagrados del Templo. Cada forma de tumá tiene un proceso específico de purificación que la anula, y que permite al individuo “manchado” recuperar el estado de tahará o pureza. Todas las formas de tahará tienen un elemento común que es la inmersión en la mikve, lo que constituye el clímax de todo proceso de purificación.
Pero, en un sentido más amplio ¿qué es lo que subyace detrás de todas las formas de tumá? y ¿de qué modo, en el mismo sentido, la mikve las neutraliza?Un hálito de muerte

La respuesta va al corazón mismo del judaísmo y a su posición frente a la vida humana y a sus valores, e incidentalmente, a proveer de nuevos e interesantes enfoques a la institución de la Pureza Familiar.

La Torá es una “Torá de Vida”. El judaísmo preconizaba el respeto por la vida mucho antes de que lo predicara Albert Schweitzer. De la Torá se ha dicho: “Es un árbol de vida para aquellos que se prenden de ella (Prov. 3:18). La Torá por sí misma nos define el propósito de todos sus preceptos: “y vivirás por ellos” “y no morirás” (Lev. 18:5; Sanhedrín 74 a). Adán podía comer vegetales pero la carne le estaba prohibida. Fue recién más adelante, en los días de Noé, que HaShem, como concesión, permitió al hombre comer carne. Ese primitivo vegetarianismo es una poderosa expresión del respeto del judaísmo por la vida. Mientras el sacerdote del Antiguo Egipto, el país desde el cual salió nuestro pueblo después de un largo exilio, dedicaba su vida a la muerte en una especie de compromiso religioso, el sacerdocio en Israel estaba consagrado a la vida. El Cohen tiene prohibido cualquier contacto con los muertos y la muerte. No puede mancharse a sí mismo compartiendo el mismo techo con un cadáver 1, con la única excepción de los de siete parientes muy cercanos. Para salvar una vida se permite transgredir todos los mandamientos, salvo tres. Desde todos los puntos de vista, la vida es uno de los valores máximos del judaísmo de la Torá.
Un análisis de las varias especies de tumá revela que lo que tienen en común es la conciencia de la muerte. La más potente fuente de impureza es, en efecto, un cadáver o parte de él. Las otras clases de impureza implican, indirectamente, la sugestión de la muerte, aunque se tratara solamente de la pérdida de una vida potencial. Por ejemplo, el metzorá (palabra que se traduce generalmente, aunque en forma imprecisa, por “leproso”) está en estado de tumá. Esta enfermedad incluye la ulceración y la muerte de los miembros del leproso (Cf. Núm. 12:12). Por eso es que los Sabios veían al leproso como si estuviera muerto. Deducimos de aquí que la lepra es lo que pone al enfermo en estado de impureza. Un hombre que sufre de un “fluido que corre” (probablemente una forma de gonorrea) es impuro. El fluido es semen 2 y constituye, entonces, la pérdida de una vida en potencia; y si fuera infeccioso afecta al órgano de la reproducción que también es fuente de vida. De ahí el estado de tumá. Del mismo modo, cuando una mujer está en estado de nidá, durante su menstruación, pierde un óvulo no fertilizado, y es esta pérdida de vida latente, este hálito de muerte, lo que le confiere el estado de impureza. En el momento del parto, la madre expulsa de su cuerpo un organismo vivo, o que vivía 3, y por lo tanto es considerada impura.

1 Ver comentarios de Rabí Samson Rafael Hirsch al Levítico, comenzando por el capítulo 21.
2 Ver Tosefta Zavim, 2 Cf. Rabí David Hoffmann, Sefer Vaikra, pp. 287 f.
3 Esta es la respuesta a la objeción de Hoffmann, ibíd. pág. 217.

Agua, la llama de vida

En este orden de ideas, tahará o purificación, es la reversión del proceso de tumá. Así como tumá, implica muerte, tahará implica vida,. Y la mikve es, por sobre todo, lo que simboliza la afirmación de la vida. Porque las aguas son el más potente símbolo de vida. “Y el espíritu de HaShem prorrumpía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2). El agua fresca se llama en hebreo maim jaím, “agua viva”. La Torá enseña que toda la superficie de la Tierra estaba cubierta por las aguas, que ésta era la substancia más importante y la que más abundaba, hasta que HaShem “separó las aguas” (Gén. 1:2,6) El antiguo filósofo griego Thales consideraba al agua la substancia fundamental del Universo. Científicamente se equivocaba, pero su enfoque es válido.
Sin agua no puede existir nada. Es realmente “el origen de la vida, no en edades pasadas sino ahora y aquí” … 4. Toda materia viva organizada, desde el protoplasma hasta el hombre, es en sí misma esencialmente acuosa. El embrión humano medio es 97 % agua; un adulto, 60 %. El agua del organismo disminuye lentamente con la edad “es como si el contenido de agua del cuerpo fuera una medida para su actividad vital. Parecería que la llama de la vida está sostenida por el agua” 5.

4 Sylvia Scapa “¿Qué es agua?” Main Currents in Modern Thought (Enero-Febrero 1965), pág. 68.
5 A. V. Wolf: “The Body of Water” Scientific American (Noviembre 1958), pág. 125-

Cuando un astrónomo contemporáneo estudia un planeta distante y se pregunta si en él habrá vida, lo primero que trata de averiguar es si hay vapor de agua en su atmósfera. En caso afirmativo, existe también la posibilidad de vida. Los psicólogos freudianos reconocen que en sueños y mitos el océano o el agua son símbolos de la vida, porque el hombre nace de una bolsa de agua, el fluido amniótico de la madre. No debe extrañar que en el rezo de Shmone Esre, cuando agradecemos a HaShem por Su don que es la lluvia, incluimos este agradecimiento en la segunda bendición, aquella que glorifica a HaShem porque resucita a los muertos. Después de beber agua, bendecimos a HaShem “que da vida a todo lo viviente”. El agua es, mas allá de todo, una necesidad vital y un símbolo de vida a la vez.
Del mismo modo, cuando un no-judío desea convertirse al judaísmo y ser recibido en el pacto de Abraham, le exigimos una inmersión en la mikve. El prosélito es considerado un individuo nuevo, una criatura recién nacida, y la idea de nacimiento, de vida nueva, se enfatiza en la mikve: En sus aguas ha nacido un nuevo judío.
Así es que tumá, la alusión a la muerte, tanto en el caso de nidá como en otros, se contrarresta con la inmersión en las aguas de la mikve, el símbolo de la vida.
Es por medio de este simbolismo que podemos entender los requerimientos especiales de la mikve. La mikve debe ser un depósito de agua natural, como ser la de un lago o agua de lluvia, y no una pileta o un baño donde el agua se hubiera acumulado por bombeo u otro sistema artificial. La pregunta: “¿Cuál es la diferencia entre agua (natural) y agua (artificial)?”, ya preocupaba a los antiguos 6. De acuerdo a lo que hemos dicho antes respecto del significado simbólico del agua, podemos comenzar a apreciar la diferencia entre ambas. Insistiendo en la naturalidad del agua de la mikve, afirmamos que sólo HaShem es el Creador de la vida, y que a Él, y solamente a Él debemos dirigirnos para que la continúe para nosotros y para nuestros descendientes después de nosotros. El hombre no es el dueño absoluto de su ser y su destino; maim sheuvim, agua acumulada artificialmente, no posee por lo tanto el poder de purificación que es cualidad del agua natural. La vida es de HaShem.

6 Es interesante observar que sí existe una diferencia entre ambas, pese a que son idénticas químicamente. Giorgio Piccardi, profesor de química médica en la Universidad de Génova, en su “The Chemical Basis of Medical Climatology” (Springfield, III, l962) Cap. II, escribe acerca de las propiedades biológicas del agua, que aparentemente no tiene conexión con la composición química: “¿Por qué ocurre que el agua natural que se bebió en una vertiente era más efectiva, desde el punto de vista médico, que la misma agua embotellada y dejada añejar … pese al hecho de que la diferencia en la composición química no revela nada en particular?”

Una educación en la vida

Difícilmente haya en el mundo de hoy un tema de más palpitante actualidad que la santidad de la vida. La vida está, ciertamente, en eclipse. Puede que se haya alargado, pero nunca fue más pronunciada su vulnerabilidad a la destrucción masiva. Se nos dice que disfrutemos de ella, pero es raro encontrar el sentimiento de plenitud y felicidad. Se le ha negado sentido, y consecuentemente se la ha desvalorizado: ¿cómo puede tener sentido algo descripto como “un accidente biológico”? Nuestra generación contemporánea ha crecido condicionada a la posibilidad de una destrucción repentina y total como parte “natural” de su existencia. Concebida bajo una nube en forma de hongo, nacida en un mundo de guerra nuclear, destetada en estroncio radiactivo, acepta con la más graciosa insensibilidad, ideas tales como “super muerte” y proliferación nuclear. La vida amenaza perder su significación, su valor, su trascendencia.
A menos que hagamos un esfuerzo consciente para crear un medio ambiente de valores radicalmente diferentes, el veneno que inhalarán nuestros descendientes será el desdén por la vida y la indiferencia por la muerte. Si permanecemos silenciosos y permitimos a la “Naturaleza” “seguir su curso” estamos condenando a nuestros hijos e hijas a vacilar en el borde mismo del holocausto nuclear. ¿Qué puede significar algo a alguien cuya mirada está siempre fija en los abismos negros de la destrucción atómica? ¿Para qué el amor, el honor, la esperanza, si debemos estar siempre listos para la exterminación masiva? ¿Para qué padres, para qué hogar, para que hijos, si todo podrá mañana convertirse en una uniforme masa de ceniza radiactiva?

Un hogar judío, que viva de acuerdo al noble código del “estilo” judío, es un vivero de santidad de la vida.
El amor a la vida, y una apreciación intima de su sublimidad, es parte integral del medio ambiente judío. Un niño aprende -y no solamente de oídas, sino por vivencias y siguiendo un ejemplo- que los judíos no van a cazar; que detestan ver sangre hasta tal punto que salan la carne para extraerle la mayor cantidad posible; que se debe tener respeto por todas las criaturas, que el honrar la existencia es una de las principales preocupaciones de la Torá.
Ese ámbito de afirmación vital, que tanto puede hacer por llenar a un niño de reverencia por el significado de la vida, debe ser creado por los padres. Y estos padres tendrán que estar comprometidos, y deberán practicar en detalle, los elevados ideales del judaísmo que cantan la gloria del ser; padres que quieran fundir su propio y personal “estilo” de vida en el “estilo” de vida judía total.
La pureza familiar representa, como hemos querido demostrar, la jubilosa afirmación de los días del hombre y el horror a la muerte y al dolor que caracterizan al judaísmo. La institución de la mikve, a través del símbolo del agua, ofrece la posibilidad de un magnífico comienzo para la vida humana con amor por la vida.

El momento para comenzar no es mañana. Es hoy. Se lo debemos a nuestros hijos, a quienes traemos a este mundo en el cual la existencia está tan amenazada, para darles, junto a la realidad física, la vitalidad espiritual sensibilizada y engendrada por taharat hamishpajá, además de enseñarles los demás preceptos hebraicos.

La afirmación judía de la vida es un proceso de educación. Pero es demasiado importante para postergarla hasta el momento en que el niño alcanza la edad escolar. Debe comenzar aun antes de que sea concebido. La Pureza Familiar es esa educación que dura para siempre en el amor de la vida que comienza aun antes de que empiece.

En la práctica
Antes de la boda

Al irse aproximando la fecha de la boda, la novia debe prepararse del modo siguiente: Después de haberse asegurado de que su último período menstrual ha finalizado totalmente, deberá contar siete días absolutamente libres de todo rastro de menstruación. Después de estos siete días concurrirá a la mikve para llevar a cabo el acto ritual de la inmersión (tevilá). Puede hacerlo de día o de noche.
Preparándose para la inmersión, la novia lavará y peinará sus cabellos, eliminará el barniz de las uñas, se las recortará, se quitará los anillos, vendas, etc., y tomará un baño.
Después, en presencia de la encargada (que está siempre dispuesta si se le avisa previamente), deberá sumergirse íntegramente en la mikve, y, enseguida, decir la bendición siguiente:
“Bendito Eres Tú, HaShem, nuestro Señor, Rey del Mundo, que nos ha santificado con Sus preceptos y nos ha ordenado lo concerniente a la tevilá”.
Una oración muy hermosa, conmovedora, ha sido compuesta para que la novia la recite en esta ocasión. La hemos incluido, traducida, en el capítulo siguiente.

Los recién casados

Después de la consumación del matrimonio, los recién casados deberán separar sus cuerpos uno de otro. Durante los días siguientes las camas deberán estar separadas, exactamente como durante el período inmediatamente posterior a la menstruación. (Esto es un punto importante para tomar en consideración cuando se va a comprar muebles para el futuro hogar).
Como se ha explicado anteriormente, todo contacto físico entre ambos miembros de la pareja deberá evitarse durante el período de la separación. La sensatez de esta medida es obvia, porque aun el contacto más ligero puede despertar instintos sexuales. Durante este período el marido y la mujer deberán tratarse mutuamente con respeto y cariño, pero sin ninguna expresión física de amor.
Este período de separación dura once días, los últimos siete de los cuales deberán estar completamente libres de cualquier señal menstrual. En el décimoprimero día se realizará la rutina higiénica para la preparación de la inmersión. Después de la inmersión en la mikve (que deberá efectuarse tras la puesta del sol) las relaciones conyugales podrán reasumirse en toda su expresión.

Vida conyugal

Desde entonces, y durante toda la vida conyugal, la pareja se separará la noche anterior al día en que se supone llegará la menstruación. Si ésta no se presentara en el momento esperado, y se está seguro de ello, se pueden recomenzar las relaciones físicas.
Desde que comience la menstruación, la esposa contará un mínimo de cinco días, al término de los cuales todo flujo menstrual debería normalmente haber finalizado. Una vez que haya establecido sin duda alguna que toda menstruación ha cesado, tomará un baño y cambiará su ropa interior y sus sábanas. Entonces se contarán otros siete días, cada uno de los cuales deberá estar libre de cualquier vestigio de menstruación, y en el séptimo día se practicará la higiene preparatoria indispensable, tal como se explicara más arriba. La inmersión tendrá lugar en la mikve inmediatamente después de la caída de la noche.
De este modo vuelven a unirse marido y mujer cada mes, renovado su cariño tras el período de separación, volviéndose a encontrar otra vez más, puros y plenos de amor, tal como lo hicieron en la noche de sus bodas.

Maternidad

Después de un parto, tal como en los períodos comunes de separación, el marido y la esposa no mantendrán contacto físico alguno hasta después de la visita de la esposa a la mikve. Desde el momento del parto se contarán, como mínimo, siete días para un niño y catorce para una niña. Si el flujo de sangre ha cesado para entonces, deberán pasar otros siete días más para el período de recuperación. Se realizarán los preparativos higiénicos usuales, terminando con la inmersión en la mikve.
Es costumbre que la madre visite la Sinagoga para agradecer al Todopoderoso el haberse repuesto del parto, con una ardiente oración por la felicidad futura del recién nacido. De hecho, es costumbre que esa visita a la Sinagoga sea la primera salida fuera de la casa después del nacimiento del bebé. Es así como las madres judías expresan que su agradecimiento a HaShem está antes que cualquier interés personal.

Oración de una novia
“Sea Tu voluntad que Tu presencia esté entre mi esposo y yo, y que Tú unifiques Tu nombre sagrado a través de nosotros. Da a nuestros corazones el espíritu de la santidad, y líbranos de cualquier pensamiento perverso y de cualquier proyecto malo. Da a mi marido y a mí, pureza de alma, para que ninguno de los dos se fije en ninguna otra persona en el mundo, sino que yo sólo lo vea a él y que él sólo me vea mí. Que sea él ante mis ojos como si en el mundo no hubiera otro hombre tan bueno, tan bien parecido y tan encantador; y que sea yo ante sus ojos como si en el mundo no hubiera otra mujer más hermosa, más encantadora; más perfectamente hecha para él. Que su pensamiento esté siempre puesto en mí y en nadie más, como está escrito: “Por ello dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”.
Y sea Tu voluntad. ¡Oh, HaShem!, que nuestro matrimonio florezca. Que sea un matrimonio que esté de acuerdo con las Leyes de Moisés e Israel; que sienta reverencia por HaShem y temor al pecado; que en él se cumpla el versículo “Tu mujer será como fructífera parra en el seno de tu hogar; tus hijos como plantas de olivas alrededor de tu mesa”. Que en él mi esposo sea más feliz conmigo que con cualquier otro placer en el mundo, tal como está escrito: “Una casa y una fortuna son herencia de los padres; pero sólo HaShem provee una esposa inteligente”. Que en él no haya nunca entre mi marido y yo enojos, amarguras, celos ni envidias; sino solamente amor, fraternidad, paz y camaradería, humildad, tranquilidad y paciencia. Que en él se practiquen el amor, la fraternidad, la compasión y el hacer el bien a todas las criaturas. Que nuestro matrimonio tenga hijos que vivan muchos años; que sean decentes, correctos, íntegros y honrados; que sean sanos y buenos; que no se les pueda encontrar falta ni defecto alguno; que no padezcan enfermedades ni indisposiciones, heridas ni dolores; debilidades ni fracasos, y que disfruten del bien todos los días de sus vidas. Que sea un matrimonio al que Tú darás santidad y pureza de pensamiento, de palabra y obra en el alma y en el cuerpo, tal como conviene a buenos judíos. Que disfrute prosperidad y bendición, bendición del Cielo desde arriba y bendiciones de la tierra desde abajo; bendición de salud y fertilidad.
Y ahora, para unificar Tu Santo Nombre con temor y amor, me preparo para la inmersión según la Ley de Moisés e Israel. Sea Tu voluntad, Oh HaShem!, que Tú nos purifiques y nos santifiques con Tu santidad; que Tú nos encuentres aceptables a nosotros y a nuestras acciones, y que nos des el privilegio de hacer siempre Tu voluntad, cada uno de los días de nuestras vidas. Y bendícenos con Tus bendiciones, porque Tú eres la eterna fuente de ellas.
Bendito Sea HaShem por siempre. Amén.”
* Traducida y abreviada de una oración registrada en el Libro “Jupat Jataním” por el Rabino Rafael Meldola (1754-1828), de Venecia, para ser recitada antes de la inmersión.
Nota final
Se han expuesto aquí una cantidad de ideas para explicar de un modo significativo una institución sagrada de máxima importancia, tanto para la perpetuación del judaísmo y del pueblo hebreo como para la estabilidad y felicidad en la propia familia.

Pero no debe imaginarse de ningún modo que ésta es la última palabra en un tema que es tan antiguo como el pueblo de Israel, tan sagrado como el Shabat, Iom Kipur o las Leyes que se refieren a los alimentos, y que incluye ideales tan profundos como la santidad del tiempo y de la misma vida.
Si el lector ha descubierto algo positivo en las leyes de taharat hamishpajá tal como se explican aquí, no debe dejar el asunto solamente con un asentimiento vago, o expresando un asomo de interés. El futuro del propio matrimonio y el del judaísmo son cuestiones demasiado importantes para reaccionar tibiamente.

La experiencia de los siglos ha confirmado el sabio principio de que ningún precepto religioso tiene sentido si no se lo practica devotamente.

Este autor espera, ruega y suplica que el lector se sienta inspirado para leer más sobre el tema, y sobre todo, para practicar plena y fielmente el precepto de Pureza Familiar; para animar a otras personas a hacer lo mismo, y para colaborar con la comunidad judía a fin de poder obtener las instalaciones necesarias para su cumplimiento.
Dijo Rabí Akiva: “Felices vosotros, oh Israel! ¿Ante quién os purificáis? ¿Quién os purifica? ¡Vuestro Padre en el Cielo!” …. Así como la mikve purifica al impuro, así el Santo Bendito Sea purifica a Israel.

Mishná Ioma 8:9.