Cuentos de Eretz Israel

Invitados para Shabat
Hace muchos años que salimos de Ierushalaim para Iafo. En aquella época no habían carreteras sino que aún andábamos sobre burros, y el camino se hacía muy largo y difícil
Llovía mucho, y al estar todo el camino embarrado se nos hacia muy difícil poder seguir. Cuando llegamos a la ciudad de Ramle, ya casi era Shabat. Preguntamos si habían judíos en la ciudad y nos respondieron que solamente había un judío llamado Rabí Pinjas, y nos mostraron donde estaba situada su casa. Golpeamos la puerta y salió a recibirnos un hombre anciano. Le dijimos “Shalom Rabí Pinjas, ¿acaso podemos pasar Shabat en su casa?”. Vimos que el anciano parecía un poco enojado e inmediatamente se fue sin contestarnos. Pensamos que en aquel lugar no les gustaba recibir invitados y nos dispusimos a buscar otra casa. De pronto salió un muchacho joven y nos dijo: “Dice Rabí Pinjas que los haga entrar a su casa. Yo me encargaré también de vuestros burros”. No queríamos entrar en la casa del anciano, mas lo hicimos por honor al Shabat.
Rabí Pinjas se acerco a nosotros y nos dijo “Shalom” haciéndonos entrar inmediatamente a un cuarto muy agradable. Nos dio agua para que lavemos nuestras manos y también nuestros pies. Luego nos vestimos con nuestras ropas de Shabat y nos dispusimos a rezar. Pensamos que no nos iban a llamar para la comida de Shabat, mas Rabí Pinjas entró en nuestro cuarto y con un cálido “Shabat Shalom” nos dijo: “vengan conmigo mis queridos invitados, pues juntos comeremos la cena de Shabat”. Entramos en una gran sala en la que había una gran mesa tendida con las velas de Shabat, buen vino y manjares para honrar el día sábado. Nos lavamos las manos y procedimos a sentarnos a la mesa. Comimos, bebimos, cantamos canciones de Shabat y bendijimos a Hashem por el alimento que nos dio y por todas sus bondades. Al regresar a nuestro cuarto encontramos las camas tendidas para que nos acostemos. Antes de hacerlo fuimos a ver a nuestros burros, y también ellos habían comido y bebido. A la mañana siguiente luego de rezar, nos trajeron vino para que hagamos el kidush, y también café y torta para agasajarnos.
“El anciano se encuentra en su cuarto estudiando la sagrada Torá” nos dijeron. También en la tarde nos llamaron para almorzar, y lo mismo para la tercer comida de Shabat. Luego de rezar “arvit” y hacer la “havdalá” quisimos continuar nuestro viaje. Sin embargo, Rabí Pinjas nos prohibió que viajáramos en la noche. Al poco tiempo otra vez nos volvieron a llamar nuevamente para que vayamos a comer la comida de “melave malka”, la cual acompaña a la reina del Shabat que se separa de nosotros hasta la próxima semana. Comimos, tomamos vino y cantamos hermosas canciones correspondientes a la finalización del Shabat.
A la mañana entramos al cuarto de Rabí Pinjas para despedirnos de él, quién nos recibió con una grande y cálida sonrisa. Nos preguntó: “¿Ya desean viajar mis queridos invitados? Pues viajen en paz y que Hashem haga que vuestro camino sea exitoso”.
Quisimos pagarle por los gastos que le ocasionamos, mas él se negó a escuchar siquiera hablar de ello. “La hospitalidad es una gran mitzvá” nos dijo, “todo el dinero del mundo no alcanzaría para pagar por el mérito de poder cumplir con esta mitzvá”.
Le dijimos entonces: “No se enoje Rabí Pinjas, pero queremos hacerle una pregunta: ¿por qué se mostró enojado cuando le preguntamos si podemos pasar el Shabat en su casa?”.
El nos contestó: “Obviamente que me enoje. El Shabat se acerca y en la ciudad no hay otro judío aparte de mi persona, ¿y ustedes todavía preguntan si pueden pasar el Shabat aquí? Tendrían que haber entrado directamente sin hacer ningún clase de preguntas … Todo el pueblo judío somos como una gran familia y ustedes son como hijos que regresan a su casa para pasar el Shabat …
¿Quién eres?
Cierta vez, llegó un joven a la casa de un importante Rabino a quién aún no conocía. Al presentarse ante el Rabino, el Rabino le preguntó: “¿quién eres?”.
El joven le respondió: “me llamo Moshé”. El Rabino insatisfecho por su respuesta le dijo: “No te he preguntado como te llamas, sino que te he preguntado ¿quién eres?”.
Confundido un poco y luego de meditar unos instantes le dijo: Creó que ya comprendí su pregunta, soy el hijo de Jaim Donner.
El rabino, nuevamente insatisfecho volvió a decirle: “No te he preguntado por la identidad de tu padre, sino que te he preguntado: ¿quién eres?”.
Decidió reflexionar un poco más sobre la pregunta del Rabino, hasta que finalmente le dijo: “Soy un estudiante de la yeshivá ‘Torat Jaim’”.
El Rabino lo miro fijamente a los ojos y por tercera vez le dijo: “no te he preguntado cual es tu ocupación ni dónde estudias. Te he preguntado sencillamente ¿quién eres?”.
Sintiéndose superado por la insistente y “amenazadora” pregunta aún no contestada, se dirigió el joven al Rabino y le dijo: “me rindo señor Rabino, ¿podría contestarme usted por favor quién soy? El Rabino lo miro fijamente a los ojos y le dijo: Tu eres el alma divina que hay en ti. No eres ni tu nombre, ni tu ropa, ni tampoco aquello que estudias …
El alma es nuestro “yo” verdadero, y es a ese yo al que con mayor énfasis debemos de tratar de cuidar y alimentar.
El regreso a la tierra de Israel
Rabí Shmuel Moholiver visitó una vez San Peterburgo. Allí se realizó una fiesta en su honor en la cual dio un discurso a favor de “los amantes de Tzión”. El Profesor Noaj Baksht que se oponía a dicho movimiento, se levantó y dijo: ¿En verdad usted cree que se puede levantar un Estado Judío en la Tierra de Israel? Le contestó Rabí Shmuel con voz calma diciéndole: “Yo también tengo una pregunta para usted: cuando su padre lo envió al colegio, ¿acaso él sospechaba que su hijo Noaj se transformaría algún día en un Profesor? ¿Cuál fue pues el pensamiento que paso por la cabeza de su padre al enviarlo a estudiar en el colegio? Seguramente él pensó así: si mi hijo logra aprender el lenguaje del país en el colegio, definitivamente eso será muy bueno. Si además logra terminar sus estudios en el colegio y transformarse en un comerciante ilustrado ¡pues qué mejor! Y si encima luego es aceptado en la Universidad y logra transformarse en un profesor ¡eso sería verdaderamente algo excelente …! Así también decimos nosotros acerca del asentamiento en la tierra de Israel: ¡Vayamos a asentarnos a la tierra de Israel! Si logramos encontrar allí nuestro sustento, ¡pues que bueno! Si además logramos erigir un centro espiritual, ¡pues qué mejor!, y si además llegamos algún día a poder erigir un Estado propio, ¡pues eso será verdaderamente excelente!
Vivir en Israel
Rabí Aizel Jarif consideraba a cada judío que hacía aliá a Israel como a una persona sumamente sagrada, como a un verdadero “justo” en el más amplio sentido de la palabra.
Una vez, entró una de las personas allegadas a Rabí Aizel y vio que el estaba con su cabeza agachada, esperando a que un judío simple coloque sus manos sobre su cabeza para otorgarle su bendición. Dicha persona no comprendió el porque de tan sorprendente conducta.
Cuando falleció Rabí Aizel y dicha persona fue tras su féretro, los alumnos de Rabí Aizel se acercaron y le preguntaron acerca de lo que había sucedido aquella vez, cuando colocó su mano sobre la cabeza de Rabí Aizel.
Les dijo aquel señor: lo que sucedió fue que yo iba a realizar mi aliá a la tierra de Israel y entré con Rabí Aizel para que me bendiga antes del viaje. Al escuchar que yo me iría a vivir a la tierra de Israel, se dirigió a mi y me dijo: en lugar de que yo te bendiga a ti, tu debes de bendecirme a mí; pues tu eres la persona sagrada que se radicará en la tierra de Israel. Es por ello que yo coloqué mis manos sobre su sagrada cabeza y lo bendije …
Regreso a Eretz Israel.
Rabí Shmuel Moholiver visitó una vez San Peterburgo. Allí se realizó una fiesta en su honor, donde dio un discurso en favor de “los amantes de Tzión”. El Profesor Noaj Baksht, que se oponía en aquel entonces a dicho movimiento, se levantó y en voz alta dijo: ¿En verdad usted cree que se puede levantar un Estado Judío en la Tierra de Israel?
Rabí Shmuel con voz calma le contestó diciéndole: “Yo también tengo una pregunta para usted: cuándo su padre le envió al colegio, ¿acaso él sabía que su hijo Noaj se transformaría en un Profesor? ¿Cuál fue pues el pensamiento que paso por la cabeza de su padre al enviarlo a estudiar en el colegio? Seguramente él pensó así: si mi hijo logra aprender el lenguaje del país en el colegio, definitivamente eso sería muy bueno. Si además logra terminar sus estudios en el colegio y transformarse en un comerciante ilustrado ¡pues qué mejor! Y si encima luego es aceptado en la Universidad y logra transformarse en un profesor ¡eso sería verdaderamente excelente …! Así también decimos nosotros acerca del asentamiento en la tierra de Israel: ¡Vayamos a asentarnos en la tierra de Israel! Si logramos encontrar allí nuestro sustento, ¡pues que bueno! Si además logramos erigir un centro espiritual, ¡pues qué mejor!, y si además llegamos algún día a poder erigir un Estado propio, ¡eso será verdaderamente excelente!
Una carta vacía
Un judío siempre se encuentra de camino a Ierushalaim (Jerusalem). No hay dolor en el mundo que pueda provocar que me olvide de Ierushalaim. Tampoco hay alegría en el mundo que pueda provocar que me olvide de Ierushalaim.
Nuestro sagrado Rabino el Maguid de Mezeritch, y nuestro sagrado Rabino de Gurlitz, se mantuvieron en contacto por correspondencia durante más de diez años. Cada uno comenzaba sus cartas con las palabras: «Para mi importante y querido amigo» y firmaba con su nombre: “Abrahama’le” o “Brujel” (dependiendo de quién la enviase). Sin embargo, entre la apertura y la firma de la carta, la hoja se hallaba completamente en blanco. Cuando le preguntaron al Maguid de Mezeritch por qué él y el Rebe de Gurlitz se mandaban este tipo de cartas, él les respondió: “cuando se escribe con tinta hay palabras, cuando se escribe con sangre no hay palabras”.
Cada judío en el mundo recibe cartas desde Ierushalaim, una hoja vacía que empieza con las palabras: “Para mi querido amigo”, y que está firmada: “Ierushalaim”. Esta hoja es tan profunda y sagrada … por un lado te da esperanza y por el otro lado te parte el corazón.
Queridos hermanos y hermanas: yo les escribo sosteniendo esta carta vacía, tanto en mi mano como en mi corazón. Todos amamos tanto a Ierushalaim y a la tierra de Israel … y debido a que la hoja está vacía, cada uno llena dicha hoja con sus propias palabras.
Yo sé que las palabras que cada judío escribe provienen de su profundo amor por Ierushalaim. Sin embargo, espero que llegue el día en que las piedras quebradas del Kótel Hamaaraví, los corazones rotos del pueblo de Israel desde hace ya dos mil años, revelen lo que realmente Ierushalaim desea de nosotros.
Yo los bendigo a ustedes y a mí para que mañana por la mañana, o inclusive hoy por la noche en nuestros sueños, recibamos otra carta de Ierushalaim; mas no una carta cubierta de sangre, sino una carta colmada de luz, rebosante de la luminosidad que desde Ierushalaim resplandecerá hacia el interior del pueblo de Israel, y hacia el interior de toda la humanidad.
Frima: Su hermano y amigo, Shlomo ben Fasia. El loco de amor por cada judío. Loco de amor por Ierushalaim. Y de tanta locura, enamorado aún del mundo entero (Extraído del libro “Para mis hermanos y amigos” del Rabino Shlomo Carlebaj ztz”l).
No dar la espalda al kotel
Al Kotel no le damos la espalda

Si un judío le hubiese dicho a un soldado romano hace dos mil años, que él iba a regresar a la tierra de Israel y a Yerushalaim, y que algún día reconstruiría el Beit Hamikdash, éste seguramente le hubiera golpeado la cara diciéndole que estaba completamente loco y que decía únicamente disparates. Sin embargo, ¿quién se acuerda hoy de aquel soldado romano? Nosotros en cambio, sí que hemos regresado. ¡Aunque parezca algo casi imposible de creer!
Yo sé que una parte de nosotros vive en Nueva York, en Inglaterra y en todo tipo de lugares fuera de la tierra de Israel. Sin embargo, yo quiero bendecirlos con algo especial, que siempre suelo decirle a mis amigos más queridos: ¿Saben ustedes cómo nos retiramos del Kótel? No nos damos la vuelta y nos vamos de allí, sino que caminamos hacia atrás (mirando siempre en dirección al Kótel).
Cuando nos encontramos con el Zar de Rusia, no le damos la espalda … Yo los bendigo para que siempre caminen hacia atrás, y para que siempre guarden en vuestra memoria al Kótel Hamaaraví, y a la sagrada ciudad de Jerusalem. Y también los bendigo para que cuando vuestros hijos crezcan y dejen vuestro hogar para construir sus propios hogares, nunca dejen de mirar en dirección a Ierushalaim …
Hay muchos hijos que al irse de casa se dan la vuelta, y ya no quieren continuar construyendo un hogar judío. Yo los bendigo para que vuestros hijos dejen vuestro hogar caminando siempre hacia atrás, y que los hijos del pueblo de Israel levanten casas que permanezcan para siempre conectadas con Ierushalaim y con el sagrado Kótel Hamaaraví …

Alegrar a las personas
Se cuenta que una vez, un grupo de personas notó que el Tzadik (justo) Rabí Israel Salanter estaba parado en una de las calles de Vilna charlando con un hombre simple. Prestaron atención que el Tzadik Rabí Israel Salanter lo entretenía contándole chistes y cosas divertidas, y que ambos se reían juntos de ello.
Esta extraña conducta del Tzadik sorprendió de sobremanera a las personas que por allí pasaban, pues todos sabían lo cuidadoso que era Rabí Israel de Salanter en no hablar palabras vanas o cosas sin sentido.
Al despedirse de aquel señor, uno de sus alumnos se acercó a Rabí Israel Salanter y le preguntó por lo aparentemente extraño de su conducta, pues también de ello quería aprender la forma adecuada de actuar. Rabí Israel Salanter le explico: “ese judío que se acaba de ir, es una persona que se encuentra pasando por una situación sumamente difícil y su estado de animo estaba totalmente “por el piso”. Al darme cuenta de lo que le sucedía, decidí que era oportuno contarle chistes y cosas divertidas, para así elevar su animo y darle fuerzas para continuar esforzándose; y no hay mitzvá más grande en el mundo que alegrar el corazón de las personas …
Esto enseñaron mis maestros
Contó el Rabino Abraham Bahern, quién erigió un colegio de niñas ejemplar en Kfar Pines y posteriormente otro en la ciudad de Jederá, lo que provocó que tomase la decisión de transformarse en un educador en el pueblo de Israel.
Así él nos contó. Cuando era niño, mientras estudiaba en el Talmud Torá “Etz Jaim”, el día de estudios era muy extenso y culminaba al anochecer.
Para calmar el hambre, nos daban a cada niño un plato lleno de compota a la tarde, y cuando un niño terminaba su plato, tenía permiso para acercarse a la cocina y pedir más
Uno de aquellos días, recibí mi porción de alimento y comencé a comer. Tenía mucho hambre y temí que hasta que termine mi comida, se termine la compota que aún le sobraba a la cocinera. Me acerqué inmediatamente a ella y le pedí otra porción. Su reacción fue: “¡recién recibiste tu porción!”. Yo era un niño y como consecuencia del enojo provocado por su respuesta, tomé por mi mismo la olla, y la compota se cayó enterita de bruces contra el piso … lo cual provocó un gran tumulto y desorden en el lugar.
Al día siguiente me avisaron que el “mashguiaj rujani” (supervisor espiritual) del Talmud Torá, el Tzadik Rav Arié Levín, me citó para reunirse conmigo. Temí mucho de aquella reunión, pues estaba seguro que me iban a escarmentar por mi conducta.
Cuando entré en su pequeña oficina la cual estaba debajo de las escaleras del Talmud Torá, me sentó a su lado y me dijo: he escuchado lo que te sucedió ayer, y me he dado cuenta de que a ti te gusta mucho la compota.
Aquí tienes un plato de compota solo para ti. Siéntate y cómelo hasta que te sientas satisfecho. En ese mismo momento me dije a mi mismo: he recibido una gran lección sobre cómo se debe de educar. Y fue en ese momento, que decidí que cuando crezca, también yo quería transformarme en un educador para el pueblo de Israel.
Buscar excusas para no dar
Los que buscan excusas par no dar

Se cuenta que una vez, Rabí Shmuel Moholiver, llegó de visita a una ciudad para juntar dinero para ayudar a la construcción de la Tierra de Israel. Reunió allí a las personas importantes y sabios de la ciudad, para darles un sermón sobre las bondades de la tierra de Israel, y de la importante mitzvá que cumplen quienes habitan en ella, la cual es equivalente al peso de todas las demás mitzvót de la Torá juntas. También enfatizó la importancia, de que –especialmente– las personas adineradas del pueblo de Israel, aporten su generosa ayuda a la construcción del país.
Cuando finalizó Rabí Shmuel su discurso, se levantó una de las personas que estaban allí presentes, quien también era rica en bienes materiales y también “rica” en temor de D-s. Se dirigió al Rabino Shmuel Moholiver y le dijo: Mi estimado Rabino, mi voluntad es dar mi dinero en forma generosa para la construcción de la Tierra de Israel. Sin embargo, usted y yo sabemos, que muchos de los grandes sabios de Israel de esta generación, se oponen a la idea de intentar acelerar la finalización del exilio. Además, muchas de las personas que se ocupan de la construcción del país, no son temerosas de D-s y transgreden los sagrados contenidos de la Torá. Es por eso, que yo sospecho que dar en un caso así, podría ser llegado a ser considerado como un caso de “hacer una mitzvá a través de cometer una transgresión” (cosa que evidentemente está prohibida); y en lugar de ganar por haber hecho una mitzvá, tendré una “perdida” espiritual por haber dado mi dinero a un fin incorrecto …
Le contestó dijo Rabí Samuel a esta persona: Te voy a contar una historia que sucedió hace algunos años.
En una aldea pequeña, vivía un joven que se ocupaba de estudiar día y noche la Torá. Él integraba al grupo de jóvenes que abandonaban sus ciudades natales en búsqueda de mejores lugares para profundizar sus conocimientos sobre los estudios sagrados.
Su padre le enviaba los telegramas y el dinero para su hijo, a través de un Shojet (matarife) que vivía en la aldea, y quien personalmente se lo hacía llegar.
Una vez, recibió el joven una carta de su padre, en la cual expresaba su sorpresa por no haber confirmado la recepción de los veinticinco rublos que le había enviado con el Shojet.
Se dirigió el joven a lo del Shojet y le mostró el telegrama de su papá. Le dijo entonces el Shojet: Por mi vida que yo no he recibido dicho dinero.
No pasaron muchos días, y el muchacho recibió otra vez una carta de su padre, en la cual le preguntaba nuevamente por el dinero que le había envíado.
Se dirigió otra vez a lo del Shojet, más éste afirmó no haber recibido tal dinero.
Sin quedarle otra opción, el joven citó al Shojet a un “Din Torá” (Juicio ante un Tribunal Rabínico), para que ellos determinasen cual es el veredicto en una situación así.
El veredicto del tribunal rabínico, fue que el Shojet debía jurar que él no había recibido dicho dinero.
Sacó el Shojet veinticinco rublos de su billetera y se los entregó al juez para que éste se lo transfiera al muchacho, jurando en ese mismo instante que el dinero jamás le llegó a él.
Le preguntaron los sorprendidos jueces: Si pagaste, ¿para que juraste? – y si juraste, ¿para qué pagaste?
Les dijo entonces el Shojet: Si hubiera jurado y me hubiera ido, hubieran sospechado que yo me quede con el dinero y que solo juré en falso para no tener que devolverlo.
Por otra parte, si lo hubiera pagado y no hubiera jurado, hubieran sospechado que yo me robé el dinero y que por temor a la gravedad de hacer un juramento, lo devolví. Ahora que yo pague y también juré, todos pueden ver que yo no me quedé con el dinero y que mi juramento fue un juramento verdadero.
Señores míos: “Así sucede también con el tema que estamos tratando. Todo aquel que no quiere dar para la construcción de la tierra de Israel con el argumento de que es temeroso de Hashem y que no quiere dar para una causa en la cual pueda haber una transgresión, mejor que primero dé su dinero y que luego diga sus argumentos, pues así sabremos que verdaderamente no quería dar por temor de D-s.
Sin embargo, si solamente argumenta y finalmente no da de su dinero, va a haber lugar para sospechar, que en realidad lo único que buscaba era quedar absuelto de tener que contribuir …

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